Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 130.
Eres extraordinario

Una vez que Matilda y Cole salieron a su cita, y justo como Jennifer le había prometido a Samara, prepararon unas palomitas con mantequilla, bajaron la televisión del cuarto de Jennifer y Max a la sala, y conectaron en ella su computadora para poder ingresar a alguna de las plataformas de streaming y elegir una película para ver las tres juntas. Samara se veía… ligeramente interesada en la propuesta. Resultaba un tanto complicado adivinar por su usual mirada estoica si algo le parecía bien o no, pero al menos no parecía que le desagradara.

Una vez realizada toda la logística necesaria, sólo quedaba sentarse en el sillón y llevar a cabo la tarea más complicada: elegir qué película ver. Samara no parecía tener preferencia por alguna en especial, o siquiera por algún género, así que dejó que entre Jennifer y Máxima decidiera, lo cual no hizo la decisión más sencilla.

Al final Jennifer terminó teniendo la última palabra, eligiendo la película de Up; una que consideraba apropiada para Samara, y que además a ella a manera particular le gustaba mucho. Una sola mirada de Máxima dejaba en evidencia que ya la había visto bastante más veces de las que deseaba, pero lo dejó pasar y se limitó a sólo ir por una cerveza al refrigerador antes de sentarse con ellas a ver la película.

Un poco más de hora y media después, los créditos finales recorrían la pantalla. La tranquila y lenta melodía que acompañaba a la serie de nombres que simulaban ser recortes en un álbum de recuerdos, era además secundada por los pequeños sollozos de la Srta. Honey.

—Esta película siempre me hace llorar —musitó Jennifer despacio, mientras se tallaba sus ojos con un pañuelo ya para esos momentos bastante estrujado y arrugado.

—Casi todo te hace llorar, Jenny —bromeó Max a su lado, acercándole la caja de pañuelos de la mesa para que tomara otro.

—Ay, eso no es cierto —exclamó la Srta. Honey sonando ligeramente ofendida por el comentario.

Una vez que tuvo los ojos y la cabeza un poco más despejados, Jennifer se giró hacia Samara, sentada al otro extremo del sillón. La niña de Moesko había estado bastante callada durante la película, apenas ofreciendo algún pequeño comentario cuando Jennifer se lo pedía. Se encontraba en ese momento con sus pies descalzos sobre el sillón, sus brazos cruzados sobre su regazo, y su mirada muy fija en los créditos que subían por la pantalla, como si no se hubiera dado cuenta aún de que la película ya había terminado. Y en su rostro en general… no se veía ni una pizca de emoción. Ni tristeza, ni enojo, ni siquiera aburrimiento; solamente un vacío absoluto.

Jennifer carraspeó un poco para llamar su atención. Samara se giró lentamente en su dirección, parpadeando un par de veces, siendo quizás la única señal clara de reacción presente en su rostro.

—¿Te gustó, Samara? —preguntó Jennifer sonriente.

Samara volvió a parpadear, se mantuvo en silencio unos segundos, y entonces volvió su rostro de nuevo hacia la televisión, murmurando justo después un escueto:

—Sí.

Jennifer y Máxima se miraron la una a la otra; ninguna sabía exactamente cómo interpretar aquello.

—¿No la habías visto ya? —cuestionó Max con curiosidad.

—No, creo que no —respondió Samara, negando también lentamente con la cabeza—. Hace mucho que en mi casa no veíamos películas.

—Bueno, salió hacia ya como diez años —señaló Máxima encogiéndose de hombros.

—Hace ocho —le corrigió Jennifer.

—Bueno, da igual. De seguro tenías sólo tres o cuatro años en ese entonces, ¿no?

—Supongo —respondió Samara, sin mucho interés aparente en hacer las cuentas.

—Quizás fue un poco infantil para ti. Después de todo, ya eres casi una adolescente.

—No, no —respondió Samara rápidamente, notándose al fin una emoción en su rostro, aunque ésta parecía ser angustia—. Estuvo bien, en serio.

—Pues yo te agradezco que me hayas dejado verla, porque es de mis favoritas —indicó Jennifer, colocando con dulzura una mano sobre la de Samara para calmarla—. ¿Te gustaría elegir la siguiente?

—Sí, vamos, nena —le animó Max con ímpetu—. ¿Qué te gustaría? ¿Algo de acción? ¿Algo romántico? ¿Una de terror, quizás?

Esa última propuesta pareció poner nerviosa a la Srta. Honey.

—Eso no creo que sea apropiado —indicó con la firmeza propia de una maestra de escuela.

—¿Para ella o para ti? —bromeó Máxima, observando a su pareja con expresión pícara, y haciendo que las mejillas de Jennifer se ruborizaran. No era un secreto que no era muy fanática de ese tipo de películas, en especial las que eran demasiado sangrientas.

Escucharon ese momento como alguien llamaba a la puerta, tan repentinamente y con tanta fuerza que las tres saltaron un poco en sus asientos. Miraron en dirección al vestíbulo, y escucharon un segundo después que volvían a llamar de la misma forma.

—¿Será Matilda? —masculló Jennifer despacio.

—Ella tiene sus llaves —indicó Máxima, notándose algo de desconfianza en su voz. Se empinó rápidamente su botella, terminando de golpe lo poco que quedaba de su cerveza, y luego se puso de pie—. Iré a ver. Que Samara se quede aquí.

Jennifer asintió y rodeó a la pequeña a su lado con un brazo.

Máxima se dirigió con paso firme en dirección a la puerta. No era usual que recibieran visitas tan tarde en la noche por eso rumbos, aunque ciertamente muy pocas de las cosas que ocurrían esos días resultaban "usuales". Antes de abrir, extendió su mano para tomar un bate de aluminio tenía junto al perchero de la entrada, y lo acercó para tenerlo a la mano; sólo por si se ofrecía.

La persona al otro lado volvió a llamar otra vez con insistencia, justo antes de que ella abriera.

—Ya voy —masculló con molestia, abriendo al instante la puerta—. ¿Sí?

El repentino visitante se había volteado un momento hacia el camino de la entrada, pero en cuanto escuchó la voz de Máxima se viró de nuevo hacia ella, siendo sus grandes lentes oscuros lo primero Máxima notara, en los cuales se reflejaba su propio rostro.

—Hey, Srta. Honey —exclamó aquella persona con voz bastante animada. Era un hombre alto y de complexión gruesa, cabello oscuro muy corto, y una barba a medio crecer de un par de días de la que se asomaban algunas canas. Esbozaba al hablar una sonrisa tan grande y radiante, que Máxima no podía evitar sentirla forzada—. Qué bien se ve. ¿Se hizo algo en el cabello? Muy bonito.

—¿Y tú te hiciste algo en los ojos? —musitó Máxima con tono seco, y antes de que el extraño reaccionara, estiró su mano hacia él, quitándole esos lentes oscuros de la cara de un tirón.

Una vez sin los lentes cubriéndolo, y que sus ojos se lograran adaptar al cambio de luz, aquel individuo logró ver con mayor claridad a la persona que estaba delante de él. Y aunque en parte aún era evidente que dudaba, al parecer logró vislumbrar que en efecto no era quien había pensado en un inicio.

—Ah —murmuró despacio, quizás incluso un poco apenado—. ¿Usted quién es?

—¿Yo? —exclamó Máxima con tono defensivo—. ¿Tú quién eres…?

—Max —pronunció la voz de la verdadera Srta. Honey desde la sala, y un instante después hizo acto de presencia en el vestíbulo, y se paró a un lado de su pareja—. Está bien —le murmuró despacio a Máxima, colocando una mano sobre su hombro. Viró entonces su atención hacia el visitante. En cuanto escuchó su voz a la distancia le pareció reconocerlo, pero al verlo su primer pensamiento resultó más que confirmado—. Michael.

El hombre sonrió ampliamente de esa forma tan desesperadamente forzada.

—Hey, usted sí es la Srta. Honey que recuerdo —dijo señalándola con un dedo—. No se preocupe, también se ve bien conservada.

Máxima y Jennifer intercambiaron una mirada discreta, donde claramente la primera le cuestionaba a la segunda si acaso había escuchado bien. Y sí, lo había hecho.

—Gracias —susurro Jennifer, carraspeando un poco—. Qué sorpresa verte por aquí, Michael. ¿No estabas viviendo en…?

—En Chicago, sí —completó el visitante rápidamente, con un singular orgullo al decirlo—. La Gran Ciudad del Motor.

—¿Esa no es Detroit? —señaló Máxima en voz baja.

—¿Qué se te ofrecía? —se apresuró Jennifer a preguntar, dando un paso al frente para prácticamente colocar medio cuerpo entre Max y el visitante, como si intentar proteger a alguno de los dos, sin ser claro a quién.

—¿No es obvio? —rio aquel hombre de forma burlona y un tanto ruidosa—. Busco a la Cara de Rata. Y no me vaya a decir que no está aquí, que me llegó el rumor de que andaba por estos lares. A mí nadie me engaña.

—¿Cara de Rata? —inquirió Máxima, sintiéndose cada vez más perdida. La escena ante ella ciertamente comenzaba poco a poco tornarse más surreal.

Jennifer suspiró con pesadez, recorrió una mano por su frente. Sentía el deseo de decirle "no la llames de esa forma", pero sabía de antemano que sería inútil.

Matilda sí está aquí en la ciudad —respondió la maestra, cuidando su tono lo mejor posible—. Pero no aquí en este momento. Salió y volverá más tarde.

—¿Salió? —espetó aquel hombre con incredulidad—. ¿A esta hora? ¿A dónde fue o qué? ¿A una cita o algo así?

Su pregunta fue acompañada con otra risotada molesta, quizás para indicar lo absurda que aquella sola idea resultaba, y esperando sin duda de que sus dos oyentes compartieran el mismo sentimiento y se rieran con él. Ninguna lo hizo.

—De hecho, sí —respondió Máxima con firmeza, cruzándose de brazos.

—Max —susurró Jennifer despacio para llamar su atención e indicarle que se detuviera, pero ella no le hizo caso.

—Y con un policía —añadió Max con una combinación de orgullo y amenaza—. Alto y muy bien armado; en más de una forma.

La sonrisa en el rostro de aquel individuo se borró gradualmente.

—¿Un policía? —soltó de golpe, como si aquella palabra le raspara la garganta—. ¿Tan pocos hombres le hacen caso a esa cerebrito que ha tenido que rebajarse a salir con un policía? Si nuestro padre se enterara…

—Michael —pronunció Jennifer con fuerza, agitando una mano su mano frente al rostro del hombre para poder llamar de regreso su atención—. Como te dijimos, Matilda no está. Si quieres que le diga algo de tu parte…

—Preferiría hablar con ella en persona —se apresuró el visitante a aclarar—. Es algo importante. ¿Le molesta si la espero?

Jennifer y Máxima volvieron a mirarse la una a la otra, y de nuevo la sola mirada de la arquitecta gritaba una queja silenciosa, siendo en esa ocasión algo cercano a: "no vas a dejar que este tipo entre a la casa, ¿o sí?"

Para sorpresa y confusión de Max, en efecto, sí lo hizo.

—No, claro —respondió Jennifer, arrastrando sus palabras y sonriéndole lo mejor que pudo—. Adelante…

—Gracias, Srta. Honey —comentó aquel hombre con entusiasmo, abriéndose paso entre ambas mujer de golpe antes de que ellas terminaran de quitarse de su camino—. Tan linda como siempre. Por eso siempre fue mi maestra favorita.

—Yo nunca fui tu maestra, Michael —le respondió Jennifer como un áspero regaño.

—Sí, sí, claro… Oiga, ¿no tendrán algo de comer? Aún no he cenado y… ¡Ah! —soltó de golpe un grito de espanto, en cuanto su mirada recorrió el vestíbulo y se posó en el marco de la sala, en donde Samara se encontraba de pie, observándolo atentamente entre las sombras del cuarto, con parte de su largo cabello negro cayendo frente a su rostro—. Jesús Bendito —pronunció despacio, colocando una mano sobre su pecho—. Oye, casi me matas del susto, Morticia Addams.

—Michael, por favor compórtate —le reprendió la Srta. Honey con severidad. Se aproximó entonces hacia la niña, parándose detrás de ella y colocando sus manos sobre sus hombros de manera protectora—. Ella es Samara, una… paciente y amiga de Matilda.

—Ah, sí —rio el hombre, claramente aún nervioso—. Mi hermanita la loquera de niños.

Dio entonces un par de pasos hacia ellas, e inclinó un poco el cuerpo para poder colocarse a la altura de Samara. Ésta, por mero reflejo, se hizo hacia atrás, pegándose un poco más contra la Srta. Honey. No porque aquel individuo le diera miedo, sino porque… le provocaba una extraña repulsión sin ningún motivo.

—Hola, pequeña, ¿cómo estás? —le preguntó pronunciando sus palabras muy lentamente—. No eres retrasada o algo así, ¿verdad?

Max detrás de él soltó una silenciosa maldición al aire. Jennifer se contuvo de hacer algo muy parecido, teniendo incluso que apretar sus labios en su intento. Y Samara… bueno, la única reacción clara en ella fue su ceño fruncido y su mirada endurecida. Y claro, su repulsión sin ningún motivo… ahora sí tenía al menos uno.

—Michael —pronunció Jennifer, agitando de nuevo una mano frente a él para que la volteara a ver a ella—. Si vienes conmigo a la cocina te daré algo de comer, ¿está bien?

—Ese tono me gusta más —exclamó contento, tallándose las manos.

—Ya sabes por dónde es —le indicó Jennifer, apuntando con su mano en dirección a la cocina. El hombre se adelantó y ella lo siguió de cerca.

—Jenny —le detuvo Máxima un momento, tomándola con cuidado de un brazo para alejarse un poco y poder hablarle con apenas un poco más de privacidad—. ¿Quién demonios es este idiota?

Jennifer negó con su cabeza, y el respondió despacio:

—Michael Wormwood, el hermano mayor de Matilda.

Máxima se sobresaltó, quedando boquiabierta ante aquella explicación. Miró sobre su hombro a aquel individuo, que miraba con curiosidad el florero sobre el comedor principal, como si intentara adivinar qué tanto podría costar…

—No sabía que tuviera un hermano —indicó Máxima, aún sumida en su impresión inicial—. Ninguna de las dos lo mencionó nunca.

Jennifer abrió su boca con la intención de responderle, pero antes de decir cualquier cosa, Michael volvió de nuevo al vestíbulo y se les aproximó con semblante fisgón.

—Oigan —pronunció en alto para llamar la atención de ambas—. Quizás sea una pregunta indiscreta, pero… ¿ustedes dos son pareja o algo así?

Ninguna respondió nada, pero las miradas de incredulidad y molestia que le compartieron dijeron lo suficiente.

—Hey, no juzgo —pronunció Michael rápidamente entre risas—. Bien por usted, Srta. Honey. Pero qué mal que nunca encontrara a un hombre que le hiciera caso. Quizás si cambiara su forma de vestir. Tiene un lindo cuerpo; para su edad, claro. Debería lucirlo un poco más.

Para ese punto Máxima ya ni siquiera sabía si debía sentirse enojada, asqueada, o simplemente incrédula de que ese sujeto fuera real y no algún tipo de morbosa actuación. Tuvo el deseo de preguntárselo de frente, pero Jennifer volvió a tomarla del brazo, y le indicó con una pequeña negación de su cabeza que lo que fuera que estuviera pensando, no valía la pena.

—¿Aún te preguntas por qué nunca lo mencionamos? —inquirió Jennifer despacio, y ciertamente Máxima no tuvo deseo alguno de refutar aquello—. Vamos a la cocina, Michael.

Ya más resignada que otra cosa, Jennifer guio a su invitado forzado para darle algo de comer, justo como le había prometido. Máxima sintió el aire aligerarse en cuanto ese individuo estuvo lo suficientemente lejos, aunque estaba segura de que no podrían volver a respirar con normalidad hasta que se fuera.

—Vaya sujeto, ¿verdad, Samara? —intentó bromear Máxima, mientras se acercaba a la puerta para volver a cerrarla.

Samara no dijo nada de inmediato. Se quedó un rato observando en la dirección que Jennifer y aquel hombre se habían ido.

—¿En verdad es el hermano de Matilda? —preguntó de pronto, tomando por sorpresa a Max.

¿Había escuchado lo que Jenny le había dicho? No estaba tan cerca como para oírlas… ¿o sí? ¿O acaso lo había averiguado de otra forma? La idea le provocó un ligero escalofrío.

—No se parecen ni un poco, ¿cierto? —murmuró intentando aparentar calma. Samara de nuevo se quedó callada—. Vayamos a la sala y sigamos eligiendo alguna película, ¿sí?

De nuevo silencio, pero en esta ocasión Samara se giró sobre sus pies y se dirigió de regreso al sillón. Máxima la siguió con una prudente distancia, incluso llegando a cuestionarse si estaría mejor con el tal Michael, o a solas con esa niña…


—Espera un poco —exclamó Cole al tiempo que intentaba ahogar una risa—. ¿En verdad arrojó a ese niño por la ventana?

—Sí —respondió Matilda rápidamente, aunque casi de inmediato vaciló un poco—. Bueno, eso creo.

El relato de Matilda se había prolongado mucho más de lo que ella se hubiera esperado. Al final, en su intento de darle el contexto suficiente para que entendiera lo que había ocurrido aquella mañana en su salón de clases, había pasado a casi contarle todo su recorrido por la Escuela Primaria Crunchem Hall; un divertido juego de palabras para "Apachúrralos a Todos", que terminó siendo cambiando poco después de la partida de Tronchatoro. Su relato incluía, por supuesto, cómo había conocido a la Srta. Honey, y a sus amigos como Lavander o Bruce. Y en especial como había hecho frente y derrotado a la malvada Agatha Tronchatoro.

Claro, era el relato de una niña de seis años, narrado por una mujer cerca de sus treinta. A esas alturas recordar y mencionar algunos de esos acontecimientos en voz alta, resultaba un tanto embarazoso. Por suerte, Cole se había mostrado por igual interesado y fascinado durante toda la plática, como un niño al que le cuentan un increíble cuento de dragones y caballeros por primera vez.

La historia se prolongó tanto que para cuando llegaron a su clímax (la historia del poltergeist que tanto interesaba a Cole), ya se habían terminado por completo sus perros calientes y papas, y sólo les quedaban sus sodas. Y en vista de que había algunas personas esperando a que una mesa se desocupara, decidieron levantarse y caminar un poco mientras continuaban charlando del mismo tema. No caminaron precisamente en dirección a la residencia Honey, sino que tomaron el camino largo, para alargar un poco más la velada.

—Debes entender que esto pasó hace más de veinte años —aclaró Matilda, agitando un poco su vaso de refresco. Ambos caminaban por una banqueta alumbrada, a lado de una calle moderadamente concurrida—. Algunas cosas puede que se hayan exagerado en mi cabeza con el paso del tiempo. Pero de lo que estoy segura es que tuve que hacerlo volar por el aire y entrar de nuevo por la ventana.

—Es increíble que tuvieras ese nivel de control a tan corta edad —reconoció Cole con verdadero asombro.

Matilda se encogió de hombros.

—No sé qué decirte. Fue complicado al inicio, pero una vez que encontré cuál era el truco, se volvió relativamente sencillo hacer ese tipo cosas. Aunque claro, luego de esa escena montada en la escuela, la Srta. Honey me incentivo a no volver a hacer algo que resultara tan vistoso.

—¿Y qué pasó después?

Matilda pasó a contarle de manera rápida la última parte de la historia, que según Matilda recordaba se componía principalmente de algunos empujones, giros y brincos, y culminaba con Tronchatoro atravesando la puerta del salón, y una monumental guerra de comida de la cual la malvada directora era el único objetivo. Por supuesto, Matilda tuvo la necesidad de aclarar que mucho de eso podría no haber ocurrido exactamente así. Pero los hechos seguros eran que Tronchatoro abandonó despavorida la escuela en ese momento, huyendo en su vehículo como animal espantado de su depredador.

Para cuando terminó esa parte del relato, su plática los había llevado a un pequeño parque bien iluminado, aunque un poco apartado de la calle principal. Sin que ninguno tuviera que sugerirlo directamente, se sentaron uno al lado del otro en la banca más próxima que encontraron, para reposar un poco y terminar sus refrescos, aprovechando que había un bote de basura a unos cuantos pasos.

—¿Y qué fue de Tronchatoro luego de eso? —preguntó Cole con curiosidad.

—La verdad, no lo sé —respondió Matilda, encogiéndose de hombros—. Desapareció de la ciudad esa misma tarde y nadie volvió a saber algo de ella, hasta dónde sé. —Dio un largo sorbo de su pajilla, y después prosiguió—. He oído muchos rumores y teorías a lo largo de los años. La versión más aceptada es que huyó a un convento escondido en alguna montaña recóndita de Europa, encontró a Dios y ahora vive ahí como monja.

—Pero tú no lo crees, ¿verdad? —masculló Cole, riendo claramente divertido.

—Me es imposible imaginarme a Agatha Tronchatoro en hábito de monja —señaló Matilda con todo mordaz—. Si "encontró a Dios", de seguro fue en algún absurdo culto que alabe a… no sé, ¿las piñatas?

Cole volvió a reír, y en esa ocasión Matilda no pudo evitar contagiarse un poco de esa risa.

—Me gusta más imaginármela en una cabaña escondida, a mitad del bosque más recóndito del país, disparándole a todo el pobre diablo que se atreva a acercarse, y que los niños hagan historias de que es una horrible y malvada bruja; bastante cerca de la verdad. Pero, si me lo preguntas, creo que lo más probable es que se haya ido hasta México, donde consiguió trabajo de maestra de inglés o educación física, torturando a más pobres niños, hasta que quizás ya para estos momentos esté incuso retirada y viviendo en paz.

—Eso es bastante específico.

—He tenido tiempo para imaginármelo.

Matilda terminó con su vaso, y Cole igualmente lo hizo un poco después. La Dra. Honey tomó entonces ambos, caminó hacia el bote de basura y los depositó en éste.

—Así que ahí lo tienes —indicó como conclusión final, tallándose las manos y acercándose de regreso a la banca para sentarse a lado de Cole una vez más—. No hubo ningún poltergeist ni nada parecido. Todo fue sólo un pequeño "castigo", de mano de una niña de seis años que acababa de descubrir su Resplandor, y que gracias a él se deshizo de la peor maestra y directora que cualquier niño haya tenido la desdicha de conocer. Pero supongo que la historia del fantasma era más interesante.

—Yo no diría "interesante" —indicó Cole—, pero quizás sí un poco más fácil de contar. Lo que realmente me sorprende es que algo como eso no haya tenido más repercusión, y se haya quedado sólo como un pequeño rumor local.

—Bueno, a mí no me extraña tanto —añadió Matilda—. Los únicos testigos fueron un puñado de niños pequeños, que ni ellos mismos se ponían de acuerdo en qué pasó realmente. Y claro, la Srta. Honey, pero ella fingió un poco demencia diciendo que no tenía ni idea de lo ocurrido. Es bastante buena haciendo eso cuando se lo propone. Así que al final, la mayoría de los otros adultos prefirieron suponer que simplemente Tronchatoro había sufrido un colapso nervioso. Y quizás eso no fue del todo incorrecto.

Matilda se cruzó de brazos, y volteó a ver a su acompañante con una sonrisilla de complicidad.

—Así que, ¿decepcionado? —le preguntó con tono juguetón.

—De hecho todo lo contrario —respondió Cole sin dejo de burla—. Obtuve más de esta historia de lo que creía. Por ejemplo, jamás te hubiera imaginado como una niña que hacía ese tipo de travesuras.

—No eran travesuras —contestó Matilda como una tajante corrección—. Eran… "castigos" para la gente que se portaba mal. Pequeñas válvulas de escape para evitar que personas como éstas me volvieran loca con sus… bueno, tú me entiendes.

Suspiró con pesadez, casi de forma melancólica, y alzó su mirada pensativa hacia el cielo estrellado sobre ambos.

—Pero con el tiempo, bueno… me volví cada vez más "adulta" como dijiste alguna ocasión. Entre los saltos de grados escolares y… lo difícil que resultó mi pubertad y adolescencia, me vi forzada a cambiar algunas cosas de mi conducta.

—Sí, eso lo puedo entender bien —secundó Cole con ligero pesar—. Crecer apesta, ¿cierto?

—No del todo —ironizó Matilda con ligero humor—. Ser adulto tiene sus ventajas, obviamente. Pero es verdad que la vida era mucho más simple en aquel entonces. Sin demonios y fantasmas…

—Eso dilo por ti —indicó Cole rápidamente.

Matilda lo miró de reojo, y la expresión de su rostro se tornó bastante más seria. Era verdad, él le había contado que había empezado a ver fantasmas siendo aún bastante joven; quizás al mismo tiempo que ella misma había despertados sus propias habilidades. Cuando se lo contó la primera vez, no le había dado la importancia debida, pues en ese momento aún se resistía a aceptar que dichas historias pudieran tener algo de verdad. Pero ahora que podía verlo todo desde una perspectiva diferente, sentía que ni siquiera su propia experiencia como psiquiatra infantil la tenía lo suficientemente preparada para intentar vislumbrar lo que experiencias como esas podían dejar en un niño pequeño.

—Sí, claro —musitó Matilda con tono moderado—. Lo siento.

Extendió en ese momento su mano hacia la de él, tomándola con delicadeza entre sus dedos. Aquel delicado y repentino toque tomó un poco desprevenido al detective.

—Me hubiera gustado que nos conociéramos en aquel entonces —murmuró Matilda, esbozando una sincera sonrisa.

—Créeme —exclamó Cole con ironía—, no habrías querido ser amiga de este niño tan raro y con nula capacidad social, y que luego encima comenzó a ver y hablar con personas que los demás no podían.

—Y yo era la pequeña niña cara de rata, que hablaba de cosas que muchos chicos incluso cinco años mayores que yo ni siquiera entendían, prefería leer que interactuar con muchos de sus compañeros, y cada vez que respondía una pregunta en clase pensaban que estaba presumiendo lo lista que era.

Los dedos de Matilda se apretaron un poco más contra la mano de Cole; la misma en donde aquella mancha negra seguía adornando el dorso de su mano.

—Pero a diferencia de la que conociste en Portland, creo que esa Matilda sí hubiera estado mucho más abierta a escucharte y a creerte si le decías que podías ver y hablar con fantasmas. —Alzó su rostro de nuevo hacia el suyo, mirando fijamente a sus profundos ojos tan claros como el cielo—. Creo que podríamos habernos hecho compañía el uno al otro en esas etapas difíciles.

—A mí me agrada la compañía actual como es —señaló Cole en voz baja, y sin retirarle la mirada de encima rodeó la mano con la que lo sostenía entre las suyas, como si intentara formar un capullo protector a su alrededor. Era curioso sentir las manos del policía, grandes y fuertes, rodeando la suya más pequeña y delgada.

—A mí igual —respondió Matilda en la forma de un pequeño susurro, sonriéndole ampliamente sin apartar aún su mirada.

Ambos se quedaron en silencio unos segundos, simplemente contemplando fijamente los ojos del otro, como si intentara memorizar su forma y color exacto. Y quizás fue su resplandor, sus mentes comunicándose la una a la otra gracias a ese pequeño regalo, o quizás fue simplemente algo más convencional, pero no por ello menos maravilloso; pero lo que haya sido, ambos tuvieron la misma idea y el mismo deseo casi al mismo tiempo, y fueron totalmente conscientes de ello. Así que ninguno tuvo que decirlo, ni tampoco tuvo que animarse a ser el primero. Casi en perfecta sincronía, cada uno aproximó su rostro al otro, cerró sus ojos en el mismo instante y al mismo ritmo, y unieron sus labios contra el otro, formando un pequeño, casi inocente, beso que igual se sintió como una ráfaga recorriendo sus cuerpos desde el punto donde se unían el uno al otro, hasta la punta de sus pies.

Y ahí permanecieron, sin decir nada, sin abrir los ojos, y sin moverse más allá de lo necesario; quizás incluso apenas respirando. Fue un momento que duró quizás sólo unos pocos segundos, pero en la mente de ambos fue como recorrer cada momento que habían compartido esas semanas en un chasquido.

Definitivamente el mejor y más memorable beso que cualquiera hubiera dado, hasta ese momento.

—¿Una rosa para la bella dama, caballero? —pronunció de golpe una voz justo a su lado, haciendo que ambos se sobresaltaran asustados y se separaran de golpe.

Una mujer envuelva en un grueso abrigo y gorro de lana estaba de pie frente a ellos, extendiéndoles una rosa color amarillo, mientras en su brazo cargaba una canasta con varias otras de diferentes colores.

Ambos se miraron el uno al otro, y soltaron al unísono una pequeña carcajada.

—No, no —respondió Matilda entre risas, agitando una mano delante de ella—. Estamos bien, gracias.

La mujer no insistió mucho más, y se alejó por el camino serpenteante del parque.

Matilda sentía sus mejillas ardiendo, y quizás de paso todo el resto de su cuerpo. Se había dicho varias veces que no tenía por qué estarse sintiendo o comportando como una adolescente con eso, pero ciertamente era así como se sentía. O como ella visualizaba que una jovencita debía sentirse al momento de dar su primer beso, aunque ella sabía bien que técnicamente no era su caso, pese a que sí se sentía bastante por encima que cualquier otro beso que hubiera tenido que dar antes, más por obligación, en sus diferentes citas pasadas.

—Será mejor que nos encaminemos, antes de que se haga más tarde —propuso Matilda, parándose de la banca. Cole no parecía del todo conforme con regresar tan pronto, pero lo entendió, por lo que se puso también de pie y ambos comenzaron a caminar ahora sí en dirección a la residencia Honey.

Comenzaba a ponerse cada vez más fresco, y Matilda no pudo fingir por mucho que no sentía frío, pues el movimiento de sus manos frotando sus brazos la delató. Sin decir nada, Cole se retiró la chaqueta, y la estiró para colocarla sobre sus hombros. Matilda soltó una queja al respecto, pero él la ignoró. No le parecía del todo correcto, pero al final Matilda lo dejó así. Era un acto un poco cliché, pero no por eso le resultaba desagradable. Incluso se permitió rodearse más con la chaqueta para calentarse los brazos.

Pasaron un par de minutos en los que ambos permanecieron en total silencio. No era como tal uno incómodo, ni tampoco era tanto que no tuvieran más de qué hablar. De hecho, ciertamente Matilda tenía algo que quería decir, y que se le había venido a la mente en cuanto Cole hizo mención justo a su niñez y los fantasmas.

Quizás la historia del poltergeist de su escuela que Cole había oído no había sido lo que había pensado. Sin embargo, Matilda sí tenía otra anécdota de fantasmas que no le había contado; una muy, muy reciente,

—Cole, hay algo más que no te he contado —murmuró Matilda de pronto, cuando al fin pudo darse el valor suficiente para hacerlo.

Cole se giró a mirarla con interés.

—¿Sobre alguna otra travesura de primaria?

—No —respondió Matilda rápidamente. Se mordió ligeramente su labio inferior, y sus dedos jugaban nerviosos entre ellos—. Es… es sobre aquel día en Beverly Hills, sobre cómo logré subir al pent-house de Thorn. La verdad es que alguien me ayudó.

Aquello claramente confundió al detective.

—¿Quién?

—Una mujer —aclaró Matilda—. Nunca la había visto, pero apareció de repente frente al elevador, y detuvo la puerta para que yo pudiera colarme. Ya adentro, tocó el tablero para que el ascensor pudiera subir hasta el último piso… y luego desapareció. Creí que podría ser alguien proyectándose desde algún otro sitio, como Eleven lo hace a veces.

Hizo una pausa, y ambos siguieron avanzando varios metros antes de que Matilda volviera a hablar:

—Pero entonces, más tarde, vi la foto en tu billetera.

El entrecejo de Cole se arrugó, claramente turbado.

—¿La foto de mi madre?

Matilda asintió.

—Creo que era ella. No estoy del todo segura pero… era muy parecida. ¿Es eso posible?

—Tal vez —respondió Cole con seriedad.

—¿Era un… fantasma? —preguntó Matilda, con un ligero dejo de preocupación en su voz.

—Eso también es muy probable.

—¿Cómo es posible? Si yo nunca… había visto uno antes.

—Bueno, yo siempre he creído que todo resplandeciente puede hasta cierto nivel conectar con estos seres; sólo que algunos tenemos esa puerta más abierta que otros. Pero en este caso en especial, puede que haya sido mi culpa.

Ahora fue el turno de Matilda para sentirse confundida, pero sobre todo intrigada. ¿A qué se refería con eso?

Cole no tardó en explicarse.

—Yo intenté algo, ahí en el pent-house cuando estaba ante Thorn. Un viejo truco. Como le dije a Samara aquella noche, por sí solo lo que un espíritu de cualquier clase puede hacer, es bastante limitado. Necesita obtener energía de algún lado para poder materializarse en este mundo, y poder hacer algún tipo de daño. Ésta la pueden obtener de diferentes fuentes; de las emociones intensas de la gente por ejemplo, en especial el miedo; o incluso de los aparatos eléctricos como las lámparas o focos. Pero su fuente más efectiva y poderosa, es el resplandor. Hace tiempo descubrí que si les permitía a los fantasmas alimentarse sólo un poco de él, podía lograr que hicieran… cosas que te pondría en verdad la piel de gallina. Así que llevé a varios de mis amigos…

—¿Con "amigos" te refieres a…? —cuestionó Matilda con incertidumbre. Cole sólo asintió, dejándole claro que se refería justo a lo que ella estaba pensando.

—Los llevé conmigo, ocultos en una caja especial en mi cabeza… eso es un poco más complicado de explicar. Pero el caso es que, cuando las cosas se pusieron feas, los liberé y les di de mi energía para que se encargaran de someter a Thorn y a sus hombres, y así poder salir de ahí con Samara. Al inicio funcionó, pero… luego ese chico se deshizo de todos ellos como si fueran simples mosquitos zumbando a su alrededor. Nunca había visto algo así antes…

El rostro de Cole palideció un poco al recordar aquel momento. Fue aterrador, aunque debía admitir que también un poco impresionante.

Se dio cuenta que se había quedado ido por más de lo que esperaba, así que se apresuró a continuar con su explicación, con la mayor normalidad que pudo.

—En fin, es probable que mi madre se presentara para cuidarme la espalda, y usara un poco de mi energía para poder hacer lo que hizo.

—Entiendo —murmuró Matilda. Y al menos la parte teórica de lo que le contaba lo lograba entender; la parte práctica era la que aún le causaba problemas—. Recuerdo que me dijiste aquella noche en Salem que ya no la veías desde hace mucho; que dejaste de llamarla, y ella dejó de venir.

—Bueno, sí —asintió Cole—. Pero últimamente parece que eso ha cambiado. El Dr. Crowe y ella parecen estar haciendo un esfuerzo para ayudarme, y advertirme.

—¿Advertirte qué? —preguntó Matilda, notándose algo alarmada.

Su caminata de regreso se había ido volando mucho más rápido que la de ida. Cuando menos lo pensaron, ya ambos se encontraban con el pie en el camino de entrada de la propiedad de los Honey, y caminaban uno a lado del otro en dirección a la casa.

—De todo esto que ha pasado, creo —declaró Cole, como una respuesta un poco tardía a la pregunta de Matilda—. Ambos me dijeron a su modo que si seguía metiéndome en este asunto, terminaría muy mal. Para mí… y también para ti.

—¿Para mí? —exclamó Matilda, exaltada—. ¿Por qué yo no en específico?

—No lo sé, yo…

Cole balbuceó, quizás un poco nervioso, quizás un poco enredado con sus propios pensamientos.

Ambos caminaron hasta colocarse al pie de las escaleras del pórtico. Sólo entonces Cole tuvo el valor de voltearse a mirarla, casi del mismo modo como lo había hecho en aquella banca de parque. Matilda, por su lado, le sostuvo igual su mirada, expectante.

—Quizás vieron lo importante que te estabas volviendo para mí en esos momentos —indicó Cole con seriedad—, o lo más importante que te volverías después… Y si algo he aprendido en todo este tiempo, es a tomarme las advertencias de los fantasmas muy en serio. No quería exponerte a ese peligro; por eso no te dije al inicio que Leena Klammer venía para acá, o en dónde estaba Samara. Pero tampoco podía dejarla sola con esta gente. Sé que no me lo perdonarías si hacía tal cosa.

Aquello trajo a la mente de Matilda más vívidamente la conversación que habían tenido ahí mismo en la casa unos días atrás. Ahora qué lo recodaba, si le había mencionado algo parecido antes, sobre que le habían advertido que si seguían metiéndose en ello sus vidas correrían peligro. Quizás esa parte se le había escapado un poco entre toda la charla del Anticristo.

Pero, a pesar de que no le estaba dando información demasiado diferente a la que ya le había dado aquella ocasión, ahora todo cobraba mayor sentido para ella.

—Así que… —murmuró despacio con voz reflexiva—, preferiste ir tú solo contra el mundo a intentar rescatarla.

—Solo no —aclaró Cole, defensivo—. Yo y mis "amigos", ¿recuerdas?

—Tú y tus amigos —corrigió Matilda, esbozando una media sonrisa—. Y todo eso sólo para no ponerme en peligro.

—Sí —rio Cole nervioso—. Pero al final no funcionó, y terminaste tú salvándome el trasero a mí. Y mucho más que eso, de hecho.

Matilda suspiró con pesadez, se cruzó de brazos, y volteó a verlo fijamente con una severidad propia de una maestra a punto de reprender a un niño.

—Todo eso fue muy estúpido de tu parte —le recriminó con brusquedad.

—Supongo que sí.

—Pero —masculló Matilda con voz más suave—, también un poco valiente, supongo.

La psiquiatra dio entonces un paso hacia él, y alzó una de sus manos para posarla delicadamente sobre su mejilla. Cole percibió enteramente el calor de su palma contra su piel fría, y observó casi atónito la sonrisa dulce y amable que se dibujó en labios de la mujer mientras lo observaba.

—Gracias —susurró Matilda despacio, casi como un suspiro—. Por todo lo que has hecho por mí y por Samara. Te las pasas diciendo que soy extraordinaria y sorprendente, pero quizás deba verse al espejo más seguido, Det. Sear.

—Cuando lo dices de esa forma, casi hasta me lo creo —murmuró Cole, alzando él una mano para tomar con cuidado la que Matilda tenía contra su mejilla.

—Pues hazlo —le respondió ella, sonando casi como una advertencia.

Y de nuevo se formó entre ambos un momento muy parecido al de la banca. Un momento en el que no eran necesarias palabras, pues ya sea por resplandor, magia o simple conexión, ambos sabían lo que el otro quería. Y similar a aquel otro momento, ambos se inclinaron hacia el otro y cerraron sus ojos, aproximando sus labios para darse un segundo beso que a ambos les cosquilleó incluso desde antes de que siquiera se tocaran.

Sin embargo, dicho segundo beso tendría que esperar un poco, pues un instante antes escucharon como la puerta de la entrada se abría de golpe, y una voz grave pronunciaba con fuerza:

—¡Oye tú!, ¡aléjate de mi hermana!

Cole y Matilda se sobresaltaron asustados, se separaron un paso del otro y se viraron al mismo tiempo hacia la puerta. Aquel hombre corpulento de cabello oscuro y corto no le resultó nada conocido a Cole, pero sí a la mujer castaña a su lado.

—¿Michael? —pronunció Matilda, claramente confundida.

Aquel hombre soltó entonces una sonora y casi estridente risa.

—Sólo bromeo, hombre —masculló entre risas, aproximándose a los escalones. La Srta. Honey se asomó desde la puerta detrás de él, apenada por no haberlo podido detener—. Ya era hora de que te consiguieras a alguien fuera de esos estúpidos libros, cara de rata.

—¿Disculpe? —masculló Cole, nada cómodo con el tono y las palabras que aquella persona utilizaba.

Matilda colocó una mano en el pecho de Cole, como si quisiera indicarle que se mantuviera atrás, y dio un paso al frente para encarar a aquel hombre de frente.

—¿Qué haces aquí? —le cuestionó con severidad. Él, sin embargo, prácticamente la ignoró y estiró su mano hacia Cole, aún a pesar de que ella estaba entre ambos.

—Michael Wormwood, encanado —le saludó con una amplia (y tal vez falsa) sonrisa.

—Cole Sear —respondió el policía a su vez, estrechando la mano que le ofrecía por mero reflejo.

—No está mal, Maty —susurró Michael con tono jocoso—. Mejor de lo que me había imaginado. Pero, ¿no pudiste conseguirte uno que no fuera policía?

—Michael —pronunciaron Matilda y Jennifer al mismo tiempo con tono de reprimenda, más el susodicho no pareció escucharlas.

—Quizás no te lo dijo —añadió inclinándose un poco hacia Cole—, pero nuestra familia tiene cierta historia con las fuerzas de la ley…

—Michael —pronunció Matilda con más fuerza, volviéndose a colocar delante de él y haciéndolo hacia atrás con una mano para alejarlo de Cole, casi de forma protectora—. ¿Qué haces aquí? —le cuestionó de nuevo con tono tajante y severo, al igual que la expresión de sus ojos.

Michael retrocedió un paso, se acomodó su chaqueta, y carraspeó un poco. Entonces respondió con el encantó ensayado usual de los vendedores de auto; Matilda lo reconocía bien, pues sabía de quién lo había heredado.

—Supe que estabas aquí, así que vine a buscarte, obviamente. Pensé que quizás habías venido para la audiencia de papá así como yo.

Matilda entrecerró un poco los ojos, y su ceja derecha se arqueó ligeramente en una expresión de intriga.

—¿Cuál audiencia?

FIN DEL CAPÍTULO 130

Notas del Autor:

Michael Wormwood se basa íntegramente en el respectivo personaje de la película Matilda de 1996, y en mucha menor medida en el respectivo personaje de la novela de Roald Dahl. En el siguientes capítulos se darán más datos referente a qué fue de su vida en todos los años posteriores al final de la película anterior, todo ello de mi propia imaginación, pero espero les agrade la caracterización que he decidido emplear para este personaje.

Adicional a la aparición sorpresa de Michael, en este capítulo vimos algunos momentos más tranquilos y lindos para Matilda y Cole, que bien les hacían falta. ¿Qué les parecieron? Espero que los hayan disfrutado tanto como ellos lo hicieron, pues sabemos que la paz no suele durar mucho por aquí…