Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 131.
Resentimientos
Mientras Matilda y Michael movían su conversación a la cocina, en parte para poder llevarla a cabo con mayor privacidad, y en parte para que Michael pudiera terminar el plato de comida que Jennifer le había servido, Cole hizo lo mismo sentándose en la sala a aguardar a que terminaran. Por la hora quizás lo prudente sería estarse ya encaminando a su hotel, pero ciertamente no deseaba irse sin estar seguro que todo estaba bien. No en el sentido de que Matilda estuviera por algún motivo en peligro, sólo… quería estar cerca por si ocupaba cualquier cosa.
Cole había tomado asiento en uno de los sillones, mientras Samara se encontraba en otro. Ninguno parecía interesado en intentar entablar alguna conversación, y sólo observaban en silencio en dirección a donde se encontraba la cocina, desde dónde les llegaban pequeños rastros de la conversación, aunque no los suficientes para poder darle forma completa aunque fuera a una sola frase.
—Aquí tienes tu café, Cole —informó la Srta. Honey al entrar en la sala, cargando en cada mano una taza humeante—. Y tu chocolate, Samara.
La maestra se inclinó sobre la mesa de centro, colocando frente a cada uno su respectiva taza.
—Gracias, Srta. Honey —masculló Cole con amabilidad, tomando la taza frente a él para darle un pequeño sorbo. Su mirada, sin embargo, nunca se desvió de la dirección que tanto interés le provocaba en esos momentos—. ¿Estará bien si la dejamos sola?
—¿A Matilda? —murmuró Jennifer, luego esbozando una pequeña sonrisa despreocupada—. Sí, descuida. Ella sabe muy bien cómo lidiar con los Wormwood. Ella es una después de todo… Al menos eso dice su certificado de nacimiento…
—¿Qué acaso no tienen leche de verdad en esta casa? —se escuchó que pronunciaba con fuerza la voz de Michael desde la cocina, jalando rápidamente la atención de los tres—. ¿Qué es esta cosa de deslacto… sada…? ¿Agua pintada de blanco?
Jennifer soltó un pesado suspiro, y pasó su mano por su ya un poco adolorida cabeza.
—Pero igual estemos al pendiente —murmuró despacio, ya no tan despreocupada como antes.
—Ese hombre no me agrada —indicó Samara en voz baja, alargando sus manos para tomar la taza de chocolate.
—A mí tampoco, pequeña —secundó Cole con voz severa.
Michael estaba sentado en la pequeña mesa cuadrada de la cocina, con su (segundo) plato de comida frente a él, y un vaso de leche (deslactosada) a un lado. Pese a sus quejas iniciales, de hecho se encontraba comiendo con bastante deleite, soltando de vez en cuando alguna pequeña exclamación de gusto entre bocado y bocado. Matilda, por su lado, se encontraba de pie, apoyada contra la superficie de la cocina, con sus brazos cruzados y su mirada apacible, aunque vigilante, sobre su hermano.
Desde aquel día hace un poco más de veinte año que Matilda había dejado a los Wormwood y comenzado a ser Matilda Honey, su interacción posterior con los miembros de su familia biológica había sido limitada, si acaso cabía llamarla de esa forma. Y toda ésta se había limitado casi por completo a esos esporádicos encuentros que tenía con su hermano, Michael. La mayor parte del tiempo cada uno estaba bastante concentrado en su respectiva vida, y parecía procurar ignorar que el otro existía siquiera, hasta el momento en el que uno necesitaba algo del otro; o, más bien, hasta el momento en el que Michael necesitaba algo de Matilda, pues el caso contrario no había sucedido hasta el momento.
Pese a eso, Matilda sí estaba un poco más enterada de la vida de su hermano, desde aquel momento hace poco menos de ocho años en el que había elegido aceptar su repentina solicitud de amistad en Facebook. Y no era que acostumbrara pasearse bastante en su perfil, pero al parecer él y su actual esposa eran de los que acostumbraban subir fotos de casi todo lo que hacían, así que inevitablemente se había ido cruzando con más de algún momento en sus vidas; algunos de los que hubiera preferido no saber tanto.
—Delicioso —señaló Michael, apuntando con su tenedor a lo que quedaba del plato—. ¿Segura que no quieres? Quedó un poco en la olla.
—Ya cené —respondió Matilda con voz escueta.
Michael se encogió de hombros y siguió comiendo.
—No sé cómo puedes mantener esa figura tan esquelética si la Srta. Honey cocina tan rico.
Matilda respiró lento por su nariz, intentando no perder la calma, justo como había estado haciendo durante todo ese rato. En el fondo estaba segura que había intentado hacerle algún tipo de cumplido con eso.
—Cuidando lo que como y lo que no, mayormente —respondió con cierta indiferencia—. ¿Viniste solo?
—Sí —asintió Michael, aún con media porción en la boca—. Cheryl y el pequeño Mike se quedaron en casa. El chico tenía escuela, y además estos asuntos no son para niños.
Antes de que comenzara su escueta interacción por redes sociales, Matilda se había enterado, más por terceros, que Michael había contraído matrimonio hace unos años; y sólo unos meses después nació su hijo, Mike. No se tenía que ser un genio para saber cuáles fueron las circunstancias por las que dicho matrimonio se había dado en un inicio. Matilda no conocía la nueva Sra. Wormwood en persona, pero por las fotos y videos que había llegado a ver, le resultaba casi aterrador el parecido que tenía con una versión rejuvenecida de su madre biológica; pero eso no era algo que estuviera dispuesta a señalarle a su hermano ni aunque le pagara por una sesión.
Del pequeño Mike sabía incluso menos. Para esos momentos debía tener ocho o nueve años, y al menos en el par de fotos que había logrado ver, parecía ser un niño bien parecido. En una de ellas incluso parecía haber ganado el listón azul en alguna feria de ciencias, o eso le había parecido a Matilda. Lo que más se le quedó grabado, sin embargo, era que Michael aparecía a su lado con una sonrisa llena de orgullo. Era una escena que contrastaba bastante con la imagen que tenía en su cabeza de cómo sería la familia de su hermano mayor. Se había imaginado prácticamente una versión 2.0 de la familia Wormwood que ella misma había conocido, y su elección de esposa no le ayudaba mucho a cambiar esa idea. Y aunque en parte no descartaba del todo que así fuera, aquella foto en concreto le había dado ciertas… esperanzas.
—¿Y cómo están? —preguntó Matilda con genuino interés.
—Oh, genial, genial —respondió Michael con ímpetu—. Ya se adaptaron a Chicago; les encanta. La casa nueva es bellísima. Deberías verla… Bueno, si alguna vez te dignas a visitarnos.
La recriminación oculta en esas últimas palabras, en realidad no estaba tan oculta.
—Ah, ya no me dedico a la venta de autos, por cierto —se apresuró a comentar Michael antes de que Matilda tuviera oportunidad de decir algo.
—Oh, qué bueno… —exclamó Matilda con sincero alivio. Le resultaba un tanto preocupante las elecciones de vida que estaba tomando, tan obviamente parecidas a las de su padre.
—Ahora tengo una distribuidora de autopartes de lujo —añadió Michael con marcada jactancia, destruyendo casi de inmediato el poco alivio que le había proporcionado a su hermana.
—¿Autopartes? Michael…
—Hey, todo eso legal, lo juro —declaró Michael con tono defensivo, alzando sus manos en el aire—. Si no me crees, dile a tu novio el policía que me revise… Aunque, mejor no tan a fondo.
Matilda, en un inconsciente acto de imitación hacia la Srta. Honey, suspiró con pesadez y pasó su mano por su levemente adolorida cabeza.
Ese había sido el límite de charla casual que podía permitirse tener con él. Sería mejor para ambos ir directo al asunto importante y terminar rápido con eso.
—Mencionaste algo sobre una audiencia —indicó Matilda, esperando no ser demasiado directa, pero sí lo suficiente.
—Sí, la de libertad condicional —respondió Michael, pasando la servilleta por su boca para limpiarse los rastros de comida—. Es en unos días, después del fin de semana de Acción de Gracias. Si sale bien, papá podría salir antes de Navidad. O eso creo.
El rostro de Matilda se mantuvo sereno como roca al escucharlo.
Harry Wormwood, su honorable padre biológico (o eso decía su registro al menos), se encontraba desde hace ya un buen tiempo cumpliendo una condena en la Estatal de California en Lancaster; a una hora y media más o menos de donde se encontraban en esos momentos. El intento de huida de Harry duró a lo mucho tres años, antes de que las autoridades dieran con él y lo extraditaran de vuelta al país con todo y su esposa e hijo. Y no suficiente con la larga lista de cargos que ya lo esperaban en los Estados Unidos, a los que además se le sumó por supuesto el darse a la fuga, se las arregló para en esos tres años hacer de las suyas en el extranjero y sumarse aún más problemas.
La condena final había quedado en treinta años, que dependiendo de a quién le preguntaras podría considerarla justa, exagerada, o incluso demasiado blanda; Matilda se sentía un poco más inclinada a esta última opción, en especial cuando se enteró de toda la lista completa de crímenes que aquel hombre había cometido, y que una niña de seis años no podría siquiera haber adivinado en aquel entonces.
Adicional a ello, una vez que la sentencia fue dicha, y estuvo segura de que estaba libre de cualquier cargo, Zinnia, su querida madre biológica, no tardó mucho en preparar los papeles del divorcio para separarse de Harry. Y una vez que Michael cumplió la mayoría de edad, también se las arregló para deshacerse de él y, en sus palabras, "rehacer mi vida como yo me lo merezco, lejos de toda esta negatividad y de las habladurías." Que, según Matilda había entendido, implicaba irse a cualquier país tropical que supiera identificar en el mapa (que no eran muchos), embriagarse hasta desfallecer, y buscarse hombres de menos de la mitad de su edad para pasar un buen rato.
Sí, todo eso resultó bastante parecido a como Matilda suponía que terminarían sus padres tarde o temprano. Lo que le causaba quizás un poco de sorpresa es que le fueran a, tal vez, conceder la libertad condicional a Harry tan pronto. ¿O no era tan pronto? ¿Cuánto llevaba encerrado realmente? ¿Quince años? ¿Diecisiete? Matilda no estaba segura, pero lo que fuera, dudaba que hubiera sido suficiente.
—¿Y a eso viniste? —le preguntó con curiosidad a su hermano—. ¿A presentarte en la audiencia?
—Así es —asintió Michael—. ¿Tú no estás aquí por eso? Porque ahora vives en… ¿New Jersey?
—Boston.
—Sí, eso.
—Pues no —negó Matilda con apatía—. No tenía idea de eso, en realidad. ¿Acaso él pidió que asistiera?
—¿Él? —masculló Michael, y de inmediato se notó vacilante—. Pues… no, no directamente. Pero su abogada dice que ayudaría mucho que su familia esté presente. Por simpatía, tú sabes.
—¿Y Zinnia?
—¿Mamá? —soltó Michael, acompañado de una sonora carcajada—. Ni idea. Supongo que en Haití o Jamaica con su nuevo novio. ¿Lo has visto? Podría ser mi hermano.
—Escucha, Michael —suspiró Matilda, intentando moderar su voz lo mejor posible—. Aunque quisiera, no puedo asistir ni perder tiempo con esos asuntos. Estoy en Los Ángeles por un tema delicado…
—¿Tiene que ver con ese rumor de que te dispararon? —le interrumpió Michael, tomándola un poco por sorpresa. ¿También se había enterado de eso? Y ni así se me había tomado la molestia de al menos preguntarle cómo estaba al respecto.
Matilda llevó por reflejo su mano contra su hombro herido. No le había estado molestando últimamente, pero su solo recordatorio fue suficiente para causarle un ligero y molesto ardor.
—En parte —respondió Matilda cortante—. Como sea, en estos días voy a estar muy ocupada, y justo después de Acción de Gracias tendré que viajar a Washington a encargarme de varios asuntos. Simplemente no puedo.
—¿No puedes o no quieres? —exclamó Michael, beligerante—. Por favor, cara de rata —añadió con insistencia, parándose de su silla—. No tienes que hacer o decir nada, sólo sentarte ahí y poner buena cara; si es que eres capaz de hacerlo. Podría ser su oportunidad para salir libre. Ya es un pobre hombre anciano cerca de cumplir setenta. ¿No merece pasar sus últimos años afuera y en compañía de su familia? Es tu padre, con un demonio. Tenle un poco de compasión.
Los intentos de Matilda por mantenerse serena se volvían cada vez más complicados. Aun así fue capaz de conservar el temple suficiente para sostenerle la mirada a su hermano, y responderle con la mayor claridad posible.
—Escúchame, Michael; y escúchame bien. Harry Wormwood no es mi padre. No lo ha sido por más de veinte años, y no empezará a serlo ahora. Es un hombre malo, corrupto, y un ladrón que hubiera entregado primero a su familia sin pestañear, si eso le hubiera salvado el pellejo. Y mientras más pronto lo aceptes y mantengas tu distancia de él, será mejor para ti, para tu esposa, y para tu hijo.
—Por favor —espetó Michael, sin ocultar ni un poco la efervescente cólera que comenzaba a subirle por la cabeza—. Hablas como si hubiera matado a alguien. Sólo comercializaba con algunas autopartes robadas; gran cosa.
—¿Y cómo crees que la gente que le conseguía esas autopartes las obtenía? —le cuestionó Matilda con severidad—. ¿O esos vehículos "de segunda" que le llevaban? ¿Crees que nunca nadie salió herido en todos esos robos? ¿O conduciendo algunos de los autos modificados y en mal estado que vendía? ¿Crees acaso que en serio le importaba aunque sea un poco? Lo único que a Harry Wormwood siempre le ha importado es él mismo, y cuantos dólares puede echarse al bolsillo. Y nunca cambiará.
—¿Y tú cómo lo sabes? —le lanzó Michael como una tajante acusación—. ¿Cuándo fue la última vez que siquiera lo viste o hablaste con él? De hecho, ¿cuántas veces lo has ido a visitar desde que está aquí encerrado?
Matilda permaneció en silencio, sin compartirle nada siquiera cercano a una respuesta directa, aunque Michael la sabía muy bien de antemano.
—Claro, ¿qué tontería estoy diciendo? —ironizó—. Si tú ya no eres una Wormwood, ¿no? Eres una Honey. Con tu linda casa, tu lindo doctorado, y ahora hasta tu novio policía. No vayan a relacionarte con la escoria de tu familia biológica, ¿no? Después de todo lo que papá hizo por ti…
—¿Todo lo que él hizo por mí? —espetó Matilda con fuerza, perdiendo en un instante todo el temple que había estado manteniendo a la fuerza—. Michael, ¿qué no te das cuenta de que nos obligaba a ser cómplices de sus estafas? Éramos sólo niños, y teníamos que recibir sus paquetes con mercancía robada, guardarla, mentirle a la policía o a los cobradores cuando llamaban o se aparecían en la casa… Y además, te recuerdo que a la primera oportunidad que tuvo se deshizo de mí como algo que le estorbaba.
—¿Qué él se deshizo de ti? Oh, qué poca vergüenza tienes. Yo lo recuerdo claramente: "adópteme maestra, adópteme maestra". Tú fuiste la que a la primera oportunidad te fuiste y abandonaste a nuestros padres.
—Creí que también estabas muy contento de poder deshacerte de tu latosa hermanita cara de rata, y poder ser hijo único.
—¡Pues también me abandonaste a mí! —soltó Michael, alzando exponencialmente la voz—. Y lo peor, ¡me abandonaste con ellos!
Matilda enmudeció; no estaba para nada lista para escuchar esas palabras, o para percibir esa enorme rabia y frustración que se proyectaba en los ojos de Michael.
"Me abandonaste."
Qué horrible peso significaban esas palabas al caer sobre sus hombros. Aunque objetivamente podía decirse a sí misma que aquello no era una responsabilidad que debía recaer en ella, resultaba menos fácil dejar que ese pensamiento opacara el otro sentimiento de culpa que comenzaba a surgir.
El que su conversación se hubiera acalorado hasta ese punto, inevitablemente llamó la atención de alguien más. Y unos segundos después, tanto Cole como Jennifer se materializaron en la puerta de la cocina, mirando con preocupación hacia ambos.
—Hey, ¿todo está bien aquí? —masculló Cole, con el tono más serio y duro que su experiencia de policía le permitía pronunciar.
Matilda asintió, y extendió una mano hacia los recién llegados, indicándoles que permanecieran en su sitio. Luego, respiró profundo, y miró de nuevo a su hermano.
Si era honesta consigo mismo, debía admitir que muy contadas veces se había detenido a pensar en lo difícil que todo ese desastre debió haber sido para Michael. Huir con Harry y Zinnia, volver sólo para ser testigo del largo y desgastante juicio de su padre, para terminar con éste condenado y tener que vivir esos últimos años con la desinteresada y negligente su madre, sólo para que al final también lo dejara y terminara prácticamente solo… ni siquiera pudiendo contar con pedirle ayuda a su hermana.
No, para Matilda era mucho más sencillo considerarlo a él como parte del problema que eran Harry y Zinnia Wormwood; como un apéndice de estos dos, tan podrido y sin redención como ellos. Concentrarse en su resentimiento, en todos los insultos y maltratos que había recibido de su parte, sin detenerse a considerar que sólo era un niño unos cuantos años mayor que ella, influenciado por dos adultos a los que se desvivía por complacer y agradar.
Incluso en ese momento, veinte años después, Matilda seguía siendo incapaz de sólo mirar al adulto que veía ante ella, y olvidarse de aquel niño que fue participe de hacer la primera parte de su niñez tan desdichada y solitaria. Le era simplemente imposible… excepto por esa foto.
Verlo de pie a lado de su hijo, rodeándolo con un brazo, sonriendo con alegría mientras el pequeño sostenía el listón azul, y estando a lado de ambos su proyecto, una máquina rudimentaria que Matilda no identificaba en una simple foto que podría hacer, y de seguro Michael tampoco aunque la viera de frente, pero igual se sentía orgulloso del logro de su pequeño. Algo que Harry Wormwood nunca hubiera hecho, por ninguno de los dos.
Matilda quería aferrarse a esa simple foto y todo lo que pudiera significar. Pero el pasado aún resultaba bastante difícil de soltar.
—Tenía seis años, Michael —señaló Matilda con firmeza—. Y en verdad pensé que estarías bien.
—No seas mentirosa —soltó Michael de forma violenta—. No estabas pensando en nadie que no fueras tú misma.
—Quizás sea cierto —reconoció Matilda—. Quizás sí fui egoísta y sólo pensé en mí. Pero es verdad que siempre creí que a ti sí te querían, y tú a ellos. La única que siempre estuvo de más en esa familia fui yo, y lo sabes. Y eso no ha cambiado.
Sus palabras no hicieron ningún progreso con tranquilizar el semblante desafiante de Michael.
Matilda respiró hondo, y dio un paso hacia él con precaución.
—Escucha, Michael. Lo mejor que puedes hacer es alejarte lo más que puedas de Harry y Zinnia. Ambos son y siempre han sido terribles personas. Lo más sano que puedes hacer es marcar tu distancia de ellos, e intentar ser un mejor padre y esposo de lo de ellos fueron. Hacer las cosas bien con tu propia familia.
El rostro de Michael se mantuvo firme e inmutable por unos instantes, quizás mientras intentaba digerir enteramente lo que le estaba diciendo. Su reacción, sin embargo, resultó decepcionante, más no inesperada.
—No trates de psicoanalizarme, cara de rata —espetó molesto, agitando una mano con desdén en el aire—. Me largo —indicó con firmeza, encaminándose a la salida, pero deteniéndose casi de inmediato para girarse hacia ella una última vez—. Y, ¿sabes qué? Mejor ni te pares en la audiencia. De seguro terminarías echándolo a perder todo.
Matilda no respondió.
Dicho lo que tenía que decir, Michael siguió con su marcha. Cole y Jennifer se hicieron a un lado para dejarle el camino libre. Los tres permanecieron el silencio, hasta que escucharon poco después el estruendo de la puerta principal al cerrare con demasiada fuerza.
Hace unos momentos habrían creído que su partida alivianaría un poco el aire, pero lo cierto era que se las había arreglado para dejar bastante pesadez antes de irse, misma que claramente había dejado un tanto destanteada a la propia Matilda.
—¿Estás bien, querida? —preguntó Jennifer con preocupación, acercándosele para rodearla gentilmente los hombros con un brazo.
—Es una pregunta complicada —respondió la psiquiatra, esbozando una media sonrisa—. Sí, estoy bien. —Mientras Jennifer la abrazaba, su mirada se fijó en Cole, que aguardaba en el marco de la puerta—. Tengo algunos inconvenientes en lo que respecta a mi familia biológica. Pero supongo que eso ya lo habrás visto en tu investigación que hiciste de mí.
—Una parte —respondió Cole con mesura. No había profundizado demasiado en ello, pero ciertamente el caso en contra de Harry Wormwood había surgido casi desde el inicio. Sin embargo, no era un tema que consideraba del todo pertinente para poder conocer quién era en verdad la Dra. Matilda Honey, y seguía pensando lo mismo.
Matilda se soltó delicadamente del abrazo de su madre biológica, y se aproximó hacia Cole, parándose delante de él.
—Disculpa que la velada haya terminado de esta forma tan incómoda.
—La velada estuvo increíble, en serio —contestó Cole con una sincera sonrisa—. Mejor de lo que me esperaba, en realidad. Pero quizás sea mejor que vaya de una vez.
—Sí, eso creo —asintió Matilda—. Ya es un poco tarde, y debo acostar a Samara.
—Yo me encargo de que se vaya cambiando de ropa, no te preocupes —indicó Jennifer para intentar aligerar un poco las cosas.
—Gracias, mamá —le respondió Matilda con gratitud, y se viró de nuevo hacia Cole—. Te acompaño hasta que llegue tu transporte.
Cole aceptó el ofrecimiento, y ambos salieron al porche, mientras Jennifer se encargaba de que Samara subiera y se preparara para dormir. Una vez que Cole pidió su transporte en su teléfono, ambos se quedaron parados el uno a lado otro contra el barandal del pórtico, en una posición bastante parecida a la que tenían en su conversación de más temprano en ese mismo lugar.
Según la aplicación, el vehículo tardaría unos diez minutos en llegar.
Se quedaron en silencio un rato, cada uno de seguro sumido en sus propias ideas, en especial Matilda. Había pasado por tantas cosas esos últimos días, que con lo que menos necesitaba lidiar era con los problemas de su familia biológica. Hasta parecía que los Wormwood sabían justo cuando presentarse. Cuando todo comenzaba a calmarse y a solucionarse, aparecen de repente para ponerla de nuevo de cabeza.
Era un aspecto de su vida con el que ciertamente no le gustaba lidiar, mucho menos que alguien más lo viera. Y justo tenía que pasar ambas cosas esa noche, enfrente de Cole, y justo después de un momento tan maravilloso como el que habían pasado. Si acaso creyera en el destino, pensaría que éste le intentaba decir que no podía darse el lujo de estar tranquila y feliz todavía…
—Cuando era niño —pronunció Cole de pronto, rompiendo el silencio y jalando la atención de Matilda hacia él—, mi padre nos abandonó y huyó con su nueva novia, una operadora de cabina de peaje. No sé porque mi madre consideraba ese último dato relevante, pero procuraba casi siempre mencionarlo cuando le contaba a alguien al respecto. El caso es que luego de eso, sólo fuimos mi madre y yo, y muy rara vez tuve contacto de nuevo con mi padre, más allá de alguna llamada o visita ocasional en las fiestas, y claro el dinero que nos mandaba periódicamente. Y eso para él bastaba para ir diciendo por ahí lo buen padre era. Desde mi perspectiva, sin embargo, sentía que él en efecto estaba mucho mejor sin nosotros. Como si le estorbáramos de alguna forma para ser feliz.
Matilda recordó que ella había usado una expresión parecida en su plática con Michael, sobre cómo su padre se deshizo de ella como algo que le estorbaba. ¿Había pronunciado eso tan alto que había llegado a escucharlo?
Cole prosiguió:
—Cuando mi madre enfermó y supimos que era ya… cuestión de tempo, él se enteró y al parecer la culpa comenzó a pegarle. Intentó acercarse de nuevo, comenzó a visitar a mi madre en el hospital y a hacerle compañía. Ella ya sabía que morirá pronto, y llegado a ese punto los viejos rencores y las peleas sin resolver perdieron total importancia, así que aceptó de buena forma el tener de regreso a su lado a alguien que, antes de ser su exesposo o esposo, había sido su amigo. Yo me di cuenta de que aquello le hacía bien, así que nunca dije nada. Pero en el fondo no podía evitar sentirme molesto, hasta asqueado por lo hipócrita que me parecía todo eso. Tantas veces que mi madre y yo lo necesitamos a lo largo de los años, y se presenta sólo hasta el final, cuando ya no había nada más que hacer. Y por paradójico que suene, si antes no le guardaba ningún tipo de rencor cuando no estaba en nuestras vidas, eso cambió por completo cuando comenzó a estarlo. Cuando mi madre murió, él quiso seguir en contacto conmigo, pero yo no se lo permití. No respondía sus llamadas, no respondía sus cartas, ni siquiera leía sus mensajes. Y, con el tiempo, mi silencio pareció serle lo suficientemente claro, y dejó de insistir.
Hizo una pausa, que al parecer le era necesaria para intentar recuperar el aliento, y darle mejor forma a las ideas en su cabeza.
—A la fecha no tengo idea de en dónde esté, o si está bien, o siquiera si sigue vivo… Bueno, quiero pensar que si esto último no fuera así, ya se habría aparecido ante mí de alguna forma… o tal vez no. Lo que trato de decir, supongo, es que entiendo lo que es tener este tipo de resentimientos a tu propia familia, e incluso la combinación de culpa que puede llegar a causarte. Pero si hay otra cosa que he aprendido gracias a mi resplandor, además de siempre hacerle caso a las advertencias de los muertos, es que no es bueno tampoco quedarse con estos sentimientos hasta el final, porque incluso después de la muerte te acompañan, y te siguen carcomiendo. Y aunque nunca he hablado de ello con mi madre las veces que la he visto luego de su muerte, creo que a ella le gustaría que al igual que ella, perdonara a mi padre, y de preferencia antes de que cualquiera de los dos esté tan cerca del final como fue en su caso. Y sé que muy seguramente esto que digo es algo que alguien como tú lo conoce mucho mejor, y quizás se lo has dicho a algunos de tus pacientes, con otras palabras. Pero también sé que a veces es más fácil darle un consejo a alguien más, que aplicarlo para ti mismo.
—Es muy sabio de su parte, detective —indicó Matilda, sin dejo de burla—. Y tienes razón. Sin embargo, la verdad es que yo no les tengo como tal resentimiento a Harry y Zinnia Wormwood. Lo primero que uno necesita hacer para poder dejar este tipo de cosas atrás, es perdonar a los que nos dañaron, y en especial perdonarnos a nosotros mismos, entendiendo que no estaba en nuestras manos hacer que las cosas fueran de otra forma. Sin embargo, lo que mucha gente no entiende del perdón, es que no implica olvidar ni minimizar el daño que nos hicieron, y mucho menos fingir que no pasó y reanudar esa relación como si nada hubiera pasado. Y que, muchas veces, es necesario crear límites muy claros entre las personas que te dañaron y tú. Y para bien o para mal, me he esforzado todo este tiempo para marcar estos límites entre los Wormwood y yo. Hace tiempo me quedó muy claro que son lo que son, y no van a cambiar al menos que nazca de ellos. Y en el caso de Harry y Zinnia, sé muy bien que eso nunca va ocurrir. Pero con Michael…
Hizo una pausa reflexiva, alzando su mirada hacia el techo del pórtico.
—Con él aún tengo un poco de esperanza. Pero igualmente, deberá surgir de él ese deseo, no de mí. Si acaso viene conmigo en busca de ayuda para lograrlo, se la tenderé con gusto. Pero no puedo ser yo quien lo empuje a ello. Y en especial, no lo logrará si sigue aferrándose a Harry, y no ve el gran daño que su influencia le causa, y le puede causar a su familia. Sé que esto me puede hacer ver inflexible, y que una "persona buena" le daría una segunda, tercera, y cuarta oportunidad a su propio padre de demostrar que ha cambiado. Pero a mí hace mucho que se me agotaron esas oportunidades.
—Es bastante válido —asintió Cole, justo cuando se veían las luces del vehículo aproximándose por el camino de la propiedad—. Sólo que estés segura que eso no te daña a ti de ninguna forma.
—Lo estoy —señaló Matilda con firmeza.
Cole se separó del barandal y caminó hacia los escalones. Matilda lo siguió y ambos bajaron y se detuvieron al pie de estos.
—¿Te puedo preguntar algo antes de irme? —murmuró Cole, virándose una vez más hacia ella.
—Si no es sobre los Wormwood, sí.
—No. Es sobre mi madre, de hecho —aclaró el detective—. ¿Te dijo algo? Cuando le viste en aquel ascensor, me refiero.
El entrecejo de Matilda se contrajo un poco, y desvió su mirada hacia un lado, mientras intentaba recordar claramente las palabras que aquella mujer había utilizado.
—Sólo… que no permitiera que te pasara nada malo. Y que te protegiera por ella. En su momento no lo entendí, pero ahora que sé quién era, tiene más sentido.
—Pues creo que lo hiciste muy bien —indicó Cole, sonriéndole.
Instintivamente se inclinó hacia ella, quizás con la intención de besarla, y Matilda por mero reflejo hizo lo mismo. Sin embargo, ambos se detuvieron antes de avanzar demasiado. No se sentía como un momento adecuado; no como los dos anteriores. Así que del mismo modo, sin necesidad de decir nada, ambos retrocedieron y aclararon dejarlo para otra ocasión. En su lugar, dejaron que la despedida tomara la forma de un más escueto y sencillo apretón de manos.
—Buenas noches —pronunció Cole mientras se alejaba—. Despídeme de Samara. Ah, y de la Srta. Honey. Ah, y de la Sra. Bonilla, claro.
—De tu parte —le respondió la psiquiatra, agitando una mano en el aire con ademán de despedida—. Descansa.
Cole subió a su vehículo, y éste se alejó por el camino un poco después. Matilda ingresó de vuelta a la casa, más que lista para dirigirse a su habitación y dar por terminado ese día.
—Matilda —escuchó que le llamaba la voz desde su madre desde la parte alta de las escaleras. Alzó su mirada, y vio a Jennifer bajando con cuidado los escalones, trayendo en una mano el teléfono inalámbrico de la línea fija de la casa—. Es la Sra. Wheeler.
Matilda se puso casi en alerta al escuchar aquello. Subió unos escalones, encontrándose con su madre casi a la mitad de la escalera. Tomó el teléfono y lo aproximó a su oído.
—¿Diga?
—Necesitas pasarme tu nuevo número, Matilda linda —murmuró de inmediato la voz de Eleven al otro lado de la línea. Por un momento a Matilda casi se le olvidó que acababa justo de verla de frente esa misma tarde, y su pecho dio un brinco como si se acabara de enterar de nuevo de que estaba despierta—. ¿Está Cole ahí contigo?
—Se acaba de ir —le informó Matilda, intentando mantenerse serena—. Pensábamos que ya no sabríamos de ti hasta mañana. ¿Terminaste esos asuntos que dijiste que debías ver?
—Así es. Pero todo el ajetreo, más el viaje, fue demasiado para este cuerpo cansado y tuve que descansar casi toda la tarde para intentar recuperarme. Voy despertando hace apenas una hora. La persona a la que fuimos a ver ya me respondió. Necesito verlos a Cole y a ti mañana temprano; Y también a Samara.
—Mañana —repitió Matilda en voz baja—. ¿Qué sucederá exactamente mañana, Eleven?
—Haremos que Samara deje de ser una niña desaparecida —aclaró con ligero humor la voz de la mujer al teléfono—. Y de paso que ustedes pasen de ser prófugos a héroes. Les daré todos los detalles mañana. ¿Puedes informarle a Cole por mí?
—Lo intentaré. Eleven… —se percibió un dejo de preocupación en su voz—. ¿El DIC tuvo algo que ver con esto que estás planeando?
Hubo silencio los segundos siguientes a pronunciada aquella pregunta, y una sensación fría recorrió a Matilda mientras ese tiempo transcurría.
—¿Confías en mí, Matilda? —inquirió Eleven con severidad.
—Sí —respondió la mujer castaña sin pensarlo mucho—. Sí, claro que sí.
—Entonces créeme, todo lo que estamos haciendo será por el bien de Samara, y por el nuestro.
De nuevo silencio. Ninguna parecía tener mucho más que agregar, así que sólo quedaba despedirse.
—Descansa, Matilda. Nos vemos mañana.
—Tú también. Hasta mañana.
Y entonces colgaron, dejándole a la psiquiatra una incómoda sensación de inquietud en el pecho. Al mirar a su madre, notó que está la miraba de regreso, y su preocupación era también bastante evidente. Matilda intentó disimularlo con una sonrisa despreocupada.
—Todo estará bien —le indicó a su madre, mientras le daba de regreso al teléfono—. ¿Y Samara?
—Ya está cambiada y acostada —respondió Jennifer, señalando con su cabeza hacia el piso superior—. Dijo que te esperaría.
—Le mandaré un mensaje a Cole para avisarle de mañana, y luego hablaré con ella también sobre eso. Luego intentaré dormir lo más que pueda… Dios, estoy ansiosa de que todo esto termine de una buena vez.
—Al menos pudiste despejarte un poco —murmuró Jennifer, recorriendo una mano por los cabellos de Matilda—. ¿Te divertiste?
Matilda volvió a sonreír, esta vez mucho más sincera.
—De hecho, estuvo bastante bien; excepto cuando llegamos aquí y Michael arruinó el momento —suspiró con molestia—. Pero… no me molestaría si... lo repitiéramos algún día.
El rostro de Jennifer se cubrió de un profundo y abrumador asombro, tanto que alzó sus dos manos hacia su boca, cubriéndola adoptando una pose casi melodramática.
—Ya, no exageres —masculló Matilda apenada, y comenzó a subir apresurada las escaleras.
—Per… no no puedes dejarme así —le recriminó Jennifer, siguiéndola de cerca—. Tienes que contármelo todo.
—¡Luego! —respondió Matilda, sintiendo sus mejillas arder—. Lo prometo. Ahora tú también vete a dormir, ¿quieres?
—No me mandes a dormir que soy tu madre, jovencita…
FIN DEL CAPÍTULO 131
Notas del Autor:
Como mencioné en el capítulo anterior, en este capítulo nos tocó ver con más detalle a Michael, y un poco de qué ha sido su vida en estos años, y en especial cómo es la relación entre Matilda y éste, y en general entre Matilda y su familia biológica. Todas éstas son cuestiones que había querido tocar desde hace mucho en esta historia, pero sólo hasta ahora ha habido espacio para ello. Más adelante es probable que sigamos explorando estos temas. De momento, toca avanzar a otra cosa.
