Capítulo 7
El silencio en la oficina era casi absoluto la gran parte del tiempo, y prácticamente el trío llevaba así un par de horas, leyendo antiguos expedientes policiales que el ex detective Hart había conseguido con sus contactos dentro del cuerpo.
El desánimo era palpable tras que, en varios días de revisión, no hubieran salido de aquel callejón sin salida en el caso del asesino ocultista, y tampoco hubieran hallado nada importante en la visita a Beaumont. Los empleados del motel no habían visto nada raro, ni tampoco el hombre con el cual la asesinada compartía una relación secreta.
Hart cerró la última carpeta del expediente que le quedaba por mirar, emitiendo un sonoro suspiro antes de hablar y sacar a sus compañeros de sus pensamientos.
-Nada… si hubo alguna desaparición más o muerte, lo ocultaron también. ¿Habéis visto algo vosotros?
-No… -Susurró Rust, aún mirando sus papeles.
Sally guardó silencio y concluyó con su examen, centrando la vista en el dibujo del sospechoso que se hallaba en el centro de la pared: el hombre espagueti, como lo había llamado la niña que hizo su descripción para que terminaran dibujándolo, hacía ya 17 años. La morena habló en voz alta, a pesar de que aquello era más para sí misma que para el resto.
-Igual estamos centrándonos en lo que ya no es importante, porque las pistas han sido manipuladas o destruidas. Se supone que el tipo de las cicatrices en la cara es el malo, o al menos uno de ellos, a la vista de los datos que recabasteis cuando investigabais con la poli. Todo termina en ese tío, como dijo Rust. ¿No deberíamos centrarnos en él?
-Sí, te compro el razonamiento, pero ¿cómo? No tenemos una mierda aparte de los testimonios que recogimos. -Respondió Marty, reclinado sobre su silla con desgana. La mujer asintió y pasó también a reclinar su espalda contra el asiento, mirando de nuevo la foto antes de hablar.
-¿Por qué las orejas verdes?
-He pensado en eso también -intervino Rust, pasando a encender un cigarro. -Supongo que podrían ser hojas o algo así. Ese tío llevó a la cría al bosque.
-Vale; pensemos entonces qué cosas podrían ser las que hicieran que tuviera orejas verdes. ¿Usó esa expresión? ¿orejas verdes?
Cuando el rubio asintió, Sally se levantó de la silla y caminó hasta la cristalera, observando el exterior a través de las leves franjas que dejaban las persianas. La pareja de ex detectives se miró un instante, antes de que la camarera se girara y volviera a hablar.
-Si yo viera algo verde que tapa o medio cubre las orejas de alguien no diría "de orejas verdes" igual usaría "cosas verdes", algo que describiera que tapaba o se colocaba en esa parte.
-Bueno, era una niña con un trauma, no podemos fiarnos de la propiedad con la que hablara, Sally.
-No, Marty… los niños son muy literales. Es posible que no fuera algo que colgara de sus orejas, si no que las llevara… no sé, manchadas o pintadas: algo sobre la propia piel.
El rostro de Hart cambió de expresión lentamente mientras un recuerdo venía a su cabeza en aquel nuevo silencio. Unos instantes después se dirigió a las cajas con archivos del caso del 95, rebuscando fotografías que él mismo y Rust habían tomado.
-¿Qué? ¿Qué pasa? -Preguntó enseguida Cohle, contemplándolo rebuscar con frenesí, a la par que respondió, levantándose con lo que buscaba en la mano.
-Eso es, joder. Pinkman, eres una puta maravilla. Mirad esto. ¿Creéis que podría ser pintura fresca?
Sus compañeros se acercaron hasta la pared donde grapó la foto, señalando la casa de pintura verde reluciente ante el sol primaveral de Luisiana. Hart sonrió al mirar fugazmente a ambos, apartándose después a rebuscar información sobre aquello en los antiguos papeles.
-Volvemos a estar en camino, chicos.
Tras el animado comentario de la morena, quien se giró un instante para sonreír a Marty, escuchó que Rust a su lado murmuraba su sorpresa para con el detective, entonces palmeó su espalda a la vez que le regalaba una sonrisa burlona, pasando a quitarle el pitillo de la boca para fumar ella.
A la noche siguiente, viernes, el grupo había podido reunirse de nuevo para pasar a la investigación de Sally.
El coche negro de Hart estacionó en el aparcamiento del puticlub a las afuera de Baton Rouge, haciendo que el ruido del motor se detuviera, y el silencio invadiera el pequeño habitáculo donde se hallaban los tres.
-Vale, ¿Cómo quedamos entonces? ¿Primero por separado?
-Sí. En media hora en la barra, antes de ir a por el tal Mike. -Confirmó Rust, haciendo que el resto aceptara y todos salieran del vehículo.
La camarera se quedó fuera para hablar con las mujeres que no había visto en su primera visita, mientras la pareja de detectives entró en el edificio, separándose nada más cruzar la puerta.
Marty se dirigió a la barra americana y Cohle a la principal, contemplando el ambiente a su alrededor. Se centró en dos prostitutas que se hallaban sentadas, hablando entre ellas mientras esperaban trabajar. El rubio se encendió un cigarro antes de acercarse a ellas tras vislumbrar como su antiguo compañero ya charlaba con otra mujer.
Sally por su parte se despidió de forma educada de un par de prostitutas que no sabían nada de aquella chica misteriosa, mirando a su alrededor cuando se quedó sola. No había aún mucho movimiento por allí.
La joven suspiró antes de ir a acercarse a un par de camioneros que acababan de aparcar y hablaban alto como para dejarle saber que frecuentaban el lugar. No obstante, la camarera se detuvo en seco en su camino cuando vio al hombre de la noche pasada salir de su coche, cerca de la pareja a la que iba a acercarse.
-Mierda… -Susurró cuando él la encontró allí, cambiando su cara. Al instante el hombre gritó, diciéndole que tenía una cuenta pendiente con ella, y era estupendo que hubiera vuelto para recibir.
La camarera giró rápido sobre sus talones para entrar al pituclub al ver que él se acercaba casi corriendo, sintiendo que su corazón se aceleraba a cada segundo constreñido por el miedo y la tensión.
En cuanto cruzó la puerta buscó con la mirada entre el gentío a alguno de sus compañeros, aliviándose al descubrir a Cohle en la barra principal, hablando con un camarero.
Sally se concedió un segundo para ralentizar su paso entre la marea humana y mirar a la puerta, encontrando al enfurecido hombre entrar en el lugar y empujar a la gente para despejar el camino, volviendo a alzar la voz como un energúmeno para amenazar a la mujer. No iba a parar hasta llegar a ella, le daría igual todo, y eso hizo que Sally sintiera mucho más miedo y ansiedad.
-¡Rust! ¡Rust! -Gritó cuando estuvo lo suficientemente cerca del rubio, haciendo que se girara con duda para encararla.
Todo sucedió en un segundo, acto seguido. Rust no necesitó palabras para saber qué estaba pasado en cuanto vio la escena. Sally casi corría hacia él, y a pocos pasos, un extraño la seguía mientras la insultaba y amenazaba sobre lo que le haría por lo ocurrido hacía noches. Supo que aquel tipo era con el que se había peleado, y estaba buscando venganza ante el ataque a su frágil masculinidad.
Antes de que el extraño lograra tocar a la camarera, el rubio se puso delante mientras la empujaba levemente hacia la barra, encarando al desconocido a la vez que lo retenía al poner una mano en el centro de su pecho.
-Relájate, tío. No la líes, porque acabarías muy mal. Lárgate y déjala en paz.
-¿Tú quién coño eres? ¿el chulo? ¡¿Sabes lo que hizo esta puta!?
-Lo que sé es que te lo tienes bien merecido. -Respondió con indiferencia, sosteniéndole la mirada.
El camarero pudo adelantarse a la evidencia de aquel tipo, esquivando el golpe que le lanzó, y reduciéndolo después con una llave, sujetándolo por el brazo diestro mientras apretaba su cara contra la barra.
-Te lo repito. Lárgate, tío, y deja esta mierda o te partiré el puto brazo.
El hombre no dijo nada, gimiendo de dolor hasta que dejó de revolverse y Rust lo soltó despacio, pero entonces se giró bruscamente lanzando un puñetazo que dio justo contra el rubio. No obstante, el camarero se repuso rápido y le devolvió el golpe antes de que pudiera dirigir su ira contra la morena.
La pelea no se hizo mayor cuando aparecieron dos hombres de seguridad a paso veloz. Rust alzó las manos en son de paz mientras explicaba muy brevemente lo sucedido, lo cual cuadró a los trabajadores ante la cara de susto de la morena, quien confirmó la historia y el papel del rubio en el conflicto.
Rust se limpió con el dorso de la mano la sangre que había brotado de su nariz mientras veía a los de seguridad llevarse al hombre, para después girarse y encarar a la camarera. Aún contemplaba la puerta del lugar, respirando aceleradamente, y supo que algo no iba bien.
