CAPÍTULO 2: El juicio de la Corte Celestial
- ¡Un juicio! - El horror se hizo completamente visible en el rostro de Azirafel, que había frenado en seco, incapaz de seguir caminando.
Un juicio llevado a cabo por la Corte Celestial Suprema suponía que algún ángel había quebrantado la Ley Divina y que, de ser hallado culpable, recibiría un terrible castigo.
Cuando aceptó la misión de ser el nuevo Arcángel Supremo, Azirafel ya conocía la existencia y funcionamiento de aquellos procesos pero, llevado por su ilusión inicial, pensó que también conseguiría cambiar eso. Al fin y al cabo, había pasado muchísimo tiempo desde el último conflicto serio que habían tenido en el Cielo. Además, ¿qué terribles delitos podía cometer un ángel? ¿Los mismos que le habían echado en cara a él? Eso no era razón suficiente para condenar a nadie y el resto de la Corte, en vista de los últimos acontecimientos, tendrían que entenderlo. Pero…
Hasta ese momento había tenido la suerte de que no se cometieran "crímenes" de lesa majestad bajo su mandato y estaba convencido de que, cuando llegara el momento, conseguiría salvar la situación de un modo mucho más misericorde que su antecesor. Pero ahora, después de ver como todos sus bondadosos planes habían sido desbaratados, ya no las tenía todas consigo. Sintió una horrible sensación de pánico, como si en vez de caminar por el Séptimo Cielo al lado del Metatrón, estuviera cayendo sin poder evitarlo en el Abismo Infinito.
- ¿A qué viene esa sorpresa? Siempre hemos celebrado juicios y tu deber como Arcángel Supremo es presidirlos.
- Lo sé, pero… Pero… Yo no… No puedo… No estoy capacitado para ello, señor.
- Oh, tranquilo. Lo harás muy bien.
- Es que yo… Yo… La verdad, preferiría no hacerlo...
- Sí, ya sé que lo preferirías.
Impasible, la cabeza del Metatrón había seguido avanzando por la gran inmensidad blanca, ignorando los ruegos de Azirafel, hasta llegar a un portalón de cristal de dimensiones faraónicas que se abrió ante él.
Asustado e indefenso, Azirafel le siguió al interior de la sala de reuniones, que ya no era una sala de reuniones, sino una colosal sala del tribunal con altísimos estrados blancos. Allí se encontró con el escenario más amenazador que hubiera visto en mucho, muchísimo tiempo.
A la derecha, en pie y ataviados con togas plateadas, se encontraban los arcángeles. Claramente les estaban esperando. Miguel no disimulaba ni un ápice la satisfacción que le provocaba ver a Azirafel en aquella situación. Uriel le sostenía la mirada fría y distante, como si le estuviera retando a estar a la altura de las circunstancias. Sariel esquivaba su mirada y parecía, sencillamente, resignada a lo inevitable.
A la izquierda, en la tribuna de los acusados, había un pequeño serafín que no se atrevía a levantar la vista del suelo. Era delgada y esbelta, con una larga melena del color de la miel y pecas sobre la nariz y las mejillas.
Sin saber qué hacer, Azirafel miró desesperadamente al Metatrón en un último intento de encontrar algún tipo de ayuda.
- Oh, yo sólo he venido a mirar. - Y, tranquilamente, la cabeza flotante se elevó unos cuantos metros más, adoptando con indolencia su papel de espectador.
- Ocupa tu puesto como juez de este tribunal, Arcángel Supremo. - Dijo Miguel, señalando con la mano derecha la tribuna presidencial y acompañando su gesto con una sonrisa malévola.
Incapaz de hallar la forma de zafarse de aquel escenario de pesadilla, Azirafel avanzó con paso dubitativo hacia la tribuna. Cuando llegó a lo alto del púlpito, un ángel asistente le ayudó a ponerse su correspondiente toga plateada.
- Gra… Ejem, gracias.
- Aquí está el acta, señor.
El ángel asistente puso ante él un grueso libro en el que se recogía el pecado cometido por el querubín al que juzgaban. Tembloroso, Azirafel lo abrió, mientras los arcángeles tomaban asiento en el estrado del jurado.
Por lo visto Aysel, el serafín acusado de desobediencia y traición, había sido enviada a la Tierra para ejercer de inspiración y Ángel de la Guarda de Ephraim, un joven chef de Liverpool que estaba destinado a eclipsar con su talento a todos los grandes chefs que habían pasado a la historia hasta ese momento y a convertirse en una estrella mediática a nivel internacional. Desgraciadamente, el carácter de Ephraim era el de una persona perfectamente tranquila y carente de ambiciones, lo que hacía que no desarrollara el talento que se le había otorgado más allá de lo que él consideraba necesario.
Esa había sido la misión encomendada a Aysel: estimular a su protegido para que alcanzara su máximo potencial, conquistara el éxito y se convirtiera en quien se suponía que debía ser.
Lo que nadie había previsto era que, en contacto con su humano asignado, Aysel desarrollara también el placer por las pequeñas cosas. El serafín había aprendido a amar la paz de la cotidianidad, el lento discurrir de los días apacibles en compañía de su humano y a disfrutar con las modestas y deliciosas recetas que Eprhaim preparaba con cariño para ella. Porque, en efecto, todo el plan divino se había ido al traste y Ephraim había terminado amando dulcemente a Aysel, y ésta, a Ephraim. Aysel había dejado atrás la razón que la había llevado a la Tierra y su único deseo consistía en ver pasar el tiempo junto a la persona a la que tanto quería.
- Yo… La verdad… Estoy un poco confundido…
- Cero unidades de sorpresa. - Masculló Miguel, con sorna, para que la oyeran el resto de miembros del jurado.
- Creía… Ejem… Creía que estábamos aquí para juzgar un pecado. - Azirafel se sentó todo lo derecho que la confusión y el temor le permitían, tratando de conquistar al menos un ápice de autoridad dentro de aquella sala - Y yo, bueno… Aquí (risita nerviosa) … No veo ninguno.
La voz desganada del arcángel Raziel se alzó para aclararle la situación.
- El ángel menor Aysel ha faltado a sus deberes para con su Gran Omnipotencia. Ha ignorado la misión por la que fue enviada a la Tierra y ha establecido relaciones no autorizadas con un mortal.
"¿Relaciones no autorizadas?" Azirafel, tembloroso, pasó unas cuantas páginas más del acta para ver si descubría de qué le estaban hablando, hasta que lo encontró. Sí, por lo visto, Aysel y su humano habían compartido… algo más que un beso. Las cosas pintaban mal para el serafín.
- Bueno, pero… Jejé… Tampoco hace falta que nos volvamos locos por esto. - Inmediatamente, todos los arcángeles se volvieron para mirarle con escandalizada desaprobación. - Quiero decir que… En fin, que… Bueno, en realidad, esto no ha sido tanto un pecado como un Acto de Amor… - Las cejas de los arcángeles se alzaron y se miraron unos a otros con estupor - Es decir que… Aysel ha actuado por amor. Si ha desobedecido, ha sido por amor. ¿No es así? Ha considerado más importante la felicidad de su humano que el hecho de que…
- ¡Tú mismo lo has dicho! ¡Ha desobedecido! - Miguel, se había puesto en pie de un salto y señalaba con gesto acusador al serafín.
- Ya… Em… No es necesario alzar la voz, Miguel.
- ¿Es que acaso vas a permitir el desacato, la insubordinación, la anarquía?
- Claro que no, pero…
- ¿Pero qué?
- Lo que intento decir, Miguel, si me lo permites… - Azirafel intentaba continuar exponiendo su razonamiento con una sonrisa forzada. Le estaban entrando ganas de abofetear a Miguel y se sentía culpable por ello - … es que ese chico… Ephraim… Él ni siquiera desea ser famoso ni nada de eso. Su ángel de la guarda tan solo ha dado prioridad a aquello que hace realmente feliz a su protegido porque… porque… le quiere. ¿Acaso no es una buena razón?
- Las órdenes directas de su Gran Omnipotencia siempre tienen prioridad sobre los deseos de los humanos, de los ángeles y de toda criatura de la Creación. Así es la Ley y así está escrito. - Fue Uriel quien contestó.
- Así es. - Secundó el arcángel Rafael - Sea como sea, no le correspondía a ella tomar esa decisión. Esa es la Ley.
- Pero… Es que… - Azirafel ya no sabía qué hacer. Balbuceaba y gesticulaba en el aire intentando encontrarle un sentido a todo aquello - A ver, a ver… Nosotros somos ángeles. Somos… Somos "seres de amor". ¿Cómo…? ¡¿Cómo vamos a castigar un Acto de Amor?!
En medio de su angustia, Azirafel formuló esta pregunta mirando directamente a Sariel, la única a quien podía considerar, aunque fuera levemente, su aliada. Sariel apartó la vista, incapaz de sostener la mirada suplicante de Azirafel. Suspiró con resignación, y dijo lo único que se atrevía a decir.
- Así es la Ley y así está escrito, Arcángel Supremo.
Miguel ni siquiera le dio a Azirafel tiempo para recobrarse del golpe.
- Sí, esa es la Ley, ¡y tú eres el responsable de hacer que se cumpla!
- ¿Qué? - El horror estaba claramente presente en la voz de Azirafel.
El resto de arcángeles asintieron solemnemente. Todo eran rostros pétreos, orgullosos, inmisericordes. Estaba claro que todos querían una sentencia de culpabilidad y que no pensaban dejar que nada ni nadie les privara de la satisfacción de esa demostración de poder.
- No… No, por favor…
Temblando de pies a cabeza, Azirafel se levantó y dirigió su ruego al único que, a esas alturas, podía ayudarle. Pero el Metatrón se limitó a alzar las cejas en un gesto de "es lo que hay".
- Por favor, no me obligue a hacerlo. - Suplicó.
- Muchacho, todos los trabajos tienen una parte desagradable. - Respondió su superior con un punto de impaciencia en su voz.
No había escapatoria. Estaba atrapado. Miró al serafín, que seguía en la tarima de los acusados esperando su destino ineludible. Podía sentir sobre él los ojos de los arcángeles instándole a cumplir con lo que, ellos consideraban, era su deber. Y aún sin verla, podía sentir también la amplia sonrisa de triunfo de la odiosa Miguel.
Con movimientos de autómata, alzó la mano derecha dirigiendo la palma en dirección al serafín.
- Tú, ángel Aysel… - Empezó a decir, como si su voz ya no le perteneciera - Has quebrantado las leyes divinas y terrenales. - Ella alzó la vista para mirarle por primera vez - La Corte Celestial Suprema te declara culpable y tu castigo quedará reflejado en el Libro de la Vida - Se la veía tan pequeña, tan indefensa, tan resignada… - Tú, Aysel… jamás habrás existido.
Y eso fue todo. El pequeño serafín desapareció, se esfumó sin dejar rastro, y todo terminó.
Azirafel se desplomó en su silla con la mirada vacía. Todo le daba vueltas. Se dio cuenta de que ya ni siquiera recordaba el nombre del ser al que acababa de juzgar y condenar. Solo le quedaba la consciencia de haber terminado con una vida.
Vio como el ángel asistente cerraba y recogía el libro del acta. El mismo ángel se ofreció a ayudarle a quitarse la toga pero Azirafel, todavía trastornado, le despidió con un gesto confuso. Lejanas, le llegaban las voces de los arcángeles que comentaban satisfechos el proceso y, por encima de todas ellas, la voz profunda del Megatrón diciendo que habían hecho todos un buen trabajo y que podían pasar a la sala contigua, donde les esperaba un refrigerio a base de agua bendita y maná.
Todo aquello era absurdo. Nada tenía sentido.
Estaba horrorizado, horrorizado por lo que acababa de pasar, horrorizado con todo lo que le rodeaba y horrorizado consigo mismo.
Dando traspiés, bajó de la tarima. Atravesó, sin mirar a nadie e intentando que las piernas no le fallaran, la sala del tribunal. Al abrir las puertas oyó la voz burlona de Miguel lanzándole algún comentario hiriente, pero no pudo ni se molestó en distinguir sus palabras.
Salió de allí y empezó a caminar más rápido, despojándose torpemente de la toga plateada que todavía llevaba puesta y dejándola caer tras de sí.
Más rápido, más rápido. Echó a correr desesperadamente hasta llegar al lugar que estaba buscando: la puerta del ascensor. Apoyó ambas manos sobre ella, intentando recobrarse un poco de todo aquel horror, pero sabía que no tenía mucho tiempo. Empezó a pulsar el botón insistentemente y con desesperación suplicando, no sabía muy bien a quién, que el ascensor llegara a tiempo y le sacara de allí. Justo cuando las puertas se abrían, oyó tras de sí el ruido de diferentes pasos que se acercaban. Se giró y vio a los arcángeles acercándose en tropel hacia él, con la cabeza del Metatrón, amenazante, flotando por encima de ellos.
- No. ¡No!
Se lanzó al interior del ascensor, chocando con la pared del fondo, y con la misma urgencia que antes pulsó el botón de bajada.
Lo último que vio Azirafel antes de que las puertas se cerraran del todo fue la cabeza del Megatrón, con gesto iracundo, abalanzándose sobre él.
El ascensor inició el descenso.
- Lo conseguí, lo conseguí… - Susurró entre jadeos.
Apoyó la espalda contra la pared del ascensor y dejó que su cuerpo se deslizara hasta el suelo. Sus pobres piernas ya no podían sostenerle. Sabía que aquello sería su fin, que el Cielo no le permitiría más desaires, pero no pensaba volver. Sólo le quedaba aprovechar bien el tiempo que le quedara.
Aprovecho para saludar a los lectores que estáis siguiendo esta historia. Cualquier comentario o sugerencia serán bien recibidos ^_^
