CAPÍTULO 5: Los ángeles
Oyeron el sonido de la puerta, indicando que se habían quedado solos. Azirafel se mordió el labio inferior y empezó a toquetear su corbata plateada en un gesto nervioso. Crowley, por su parte, no se movió. Se quedó allí plantado, con los brazos en jarras y aquel rictus que mezclaba la incredulidad y el resentimiento. Azirafel le dirigió una débil sonrisa.
- Ho-Hola, Crowley. Me… Me alegro mucho de verte, ¿sabes? Tienes buen aspec…
El demonio empezó a caminar lentamente hacia él con cara de "voy a encajarte tal puñetazo que te voy a poner a bailar". Temeroso, Azirafel retrocedió un paso y balbuceó algo ininteligible. Estaba bastante seguro de que Crowley no le haría daño, pero… La verdad era que todo era bastante impredecible en esos momentos.
Cuando llegó a su altura, Crowley le quitó el champán, dio la vuelta sobre sus talones y empezó a desandar lo andado dando largos tragos directamente de la botella. Azirafel, una vez pasado el peligro, dejó de contener la respiración e intentó retomar la charla insustancial.
- Bueno… Dime… ¿Qué…? ¿Qué tal estás?
Crowley volvió a darse la vuelta y le sonrió con despreció. Ignorando su pregunta, le escaneó de arriba a abajo y de abajo a arriba.
- Vaya… vaya… vaya… - Dijo, con sorna - Has vuelto hecho todo un jefazo, trajeado y dando órdenes - Señaló con un gesto la puerta por la que acababa de marcharse Muriel.
- No, no… Eso… Yo sólo…
- ¿Puedo seguir tuteándote, o debo tártaros de "vos", Excelentísimo Arcángel Supremo? - Hizo una reverencia teatral.
- Déjame decirte que estás siendo algo pueril.
- Oh, disculpe su Excelencia. Sólo soy un miserable demonio, no estoy acostumbrado a tratar con la aristocracia celestial. Glub, glub, glub. - Azirafel suspiró, abatido.
- Vamos, Crowley. Sabía que no me lo ibas a poner fácil, pero esto es…
- ¡¿FÁCIL?! - Crowley prácticamente escupió esa palabra - ¿Dices que YO no te lo estoy poniendo fácil A TI?
- Pues… No mucho, la verdad. - Respondió Azirafel, con un punto de indignación en su voz.
- ¡¿Acaso crees que tú me lo pusiste fácil cuando te largaste a mangonear al Cielo?!
Crowley quería decirle cuánto le había echado de menos, que su partida había sido lo más doloroso que había experimentado nunca, que desde que se marchó, casi nada tenía sentido. Quería decirle que, ahora que habían vuelto a encontrarse, era necesario que se quedara para siempre, siempre con él, porque no podría soportar perderle de nuevo. Quería decirle todo eso y muchas cosas más, pero estaba demasiado herido para hacerlo. Sólo acudían reproches a su boca y se daba cuenta de que, con cada palabra, estaba haciendo daño a Azirafel.
- ¿Crees que ha sido fácil seguir arrastrándome por este mundo después de tu desprecio, sabiendo como sabes, que no tengo ningún otro sitio a donde ir? Pero eso a ti te da igual, ¿verdad? Ahora eres un tipo importante, ¿por qué ibas a preocuparte por mí?
Efectivamente, cada recriminación del demonio era para Azirafel como recibir un puñetazo en la boca del estómago. Después de todo lo que había pasado, ahora que había vuelto a la Tierra, el lugar que tanto amaba y que consideraba su hogar, se encontraba con eso. Era cierto que Crowley no podía saber lo culpable que se había sentido durante todo ese tiempo por haberle dejado atrás, que no había pasado un solo minuto sin que se preguntara si estaría bien, lo mucho que deseaba volver a verle. Pero Azirafel ya había sufrido más de lo que podía soportar para mostrarse comprensivo. Se sentía incomprendido e insultado. Estaba harto de todo y de todos.
- Te pedí de todas las maneras posibles que vinieras conmigo. Te ofrecí hacer grandes cosas juntos. ¡No podía habértelo puesto más fácil!
- ¡Tú sabías perfectamente que yo no podía volver allí!
- ¡Tú sabías que lo que me estaban ofreciendo era más grande que tú y que yo!
Crowley y Azirafel se gritaban ya abiertamente, dejando cada uno vía libre a su resentimiento y señalándose mutuamente con dedos acusadores.
- ¡PARA MÍ, NO! ¡Para mí no había nada más grande que tú y que yo! - La cólera de Crowley remitió un poco, pero solo para dejar salir a flote la horrible tristeza en la que se había estado ahogando todo ese tiempo - Yo te lo dije, ángel. Fui sincero contigo. Abrí mi maldito corazón en canal y lo desparramé todo delante de ti. ¿Y qué hiciste tú? Cogiste todo lo que yo te entregaba y me lo escupiste a la cara.
- Eso no es verdad y tú lo sabes. - Respondió Azirafel, con una voz que temblaba a causa de la indignación y el dolor.
- Dijiste "te perdono". TE-PERDONO. ¡Maldita sea! ¿Cómo se puede ser tan engreído? ¡¿Cómo puedes perdonar a alguien por QUERERTE?!
- ¡Yo quería que el mundo fuera mejor y tú tratabas de impedírmelo! ¡Eso fue lo que te perdoné! ¡Fuiste un egoísta!
- ¿Sabes lo que pasa, angelito? Yo te lo diré. Lo que pasa es que tú nunca has dejado de verme como un demonio. Para ti siempre he sido "uno de los malos". ¡SIEMPRE TE HAS CREÍDO MEJOR QUE YO!
- ¡Pudiste haber venido conmigo! ¡Volver a ser un ángel! ¡Yo te lo pedí!
- ¡Yo también te lo pedí pero, obviamente, no soy suficiente para ti! - Azirafel dio una patada contra el suelo de pura rabia.
- ¡Te lo supliqué! ¡Te dije que te necesitaba y era verdad! ¡Pero tú no quisiste! ¡Me dejaste solo, con esa gente horrible, sin importarte lo que me pudiera pasar! ¡NUNCA HAS SIDO MI AMIGO!
- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH!
Sin poder controlar por más tiempo su ira, Crowley lanzó con todas sus fuerzas la botella de champán contra la pared. El cristal reventó con un estallido, los pedazos salieron disparados en todas direcciones y la espuma resbaló por la pared hasta llegar al suelo.
- ¡Por favor, basta!
Ambos se giraron y vieron a la pobre Muriel sollozando. Llevaba, en una bandeja de cartón, dos vasos de café, y también una bolsa de papel con unos cuantos de los deliciosos rollitos de canela que Nina había empezado a servir en la cafetería. Ninguno de los dos se había dado cuenta de su llegada ni sabían cuánto había escuchado de su discusión.
- ¡¿Qué haces aquí?! - Fue Azirafel el que le gritó, para estupor de Crowley - ¡Te había dicho que no volvieras! ¡LÁRGATE!
Muriel dio un grito de terror. Dejó caer al suelo los cafés y la bolsa de los rollitos y se marchó de allí corriendo, entre lágrimas.
Crowley no daba crédito a lo que acababa de pasar. Se quedó mirando como el café derramado formaba un charco cada vez más grande en el suelo. También oyó como el ángel exhalaba un profundo suspiro de abatimiento. Jamás había escuchado a Azirafel hablándole así a nadie.
Se volvió y vio como su amigo, o quién quiera que fuese el desconocido individuo que tenía delante, se dejaba caer en uno de los sillones. Azirafel se cubrió la cara con las manos, murmurando algo para sí. Era la imagen misma de la derrota.
- Mira lo que han hecho contigo. - Le recriminó - Pierdes los nervios, gritas, te ensañas con quien sabes que es más débil que tú.
- Crowley, por favor… Basta.
Su voz estaba cargada de tanta amargura, que Crowley no se vio capaz de continuar. Azirafel parecía horriblemente agobiado, absolutamente desesperado. Temblaba y continuaba tapándose la cara, visiblemente avergonzado.
El demonio sintió que la ira volvía a abrirse paso dentro de él pero, esta vez, no iba dirigida hacia Azirafel. Algo se había roto dentro del ángel durante su estancia en el Cielo, mientras lidiaba con los mafiosos de allá arriba, y no pensaba dejarlo pasar.
- Dime qué te han hecho.
Sorprendido, Azirafel se atrevió a apartar las manos y a mirar a Crowley, pero solo un segundo. Enseguida apartó la vista de él, avergonzado como estaba por… por todo.
- Ya… Ya da igual. - Balbuceó - Ya nada importa…
- ¡MÍRAME! - El grito de Crowley hizo que se sobresaltara violentamente. Sin atreverse a desobedecer, volvió hacia él sus ojos asustados. - Dime… qué… te han hecho. - Repitió el demonio, con los dientes apretados.
Azirafel dudó unos segundos más pero, hundido ya del todo como estaba, decidió que sí, que se lo diría. Al fin y al cabo, ya no había solución posible… Crowley era lo único que le quedaba y se merecía saber la verdad.
Se lo contó todo. Le contó como todos sus intentos por mejorar las cosas en el Cielo habían acabado estrellándose contra la vanidad y el egoísmo del resto de los arcángeles, cómo Miguel había conspirado día tras día en su contra de un modo maquiavélico, las humillaciones y muestras de crueldad que había tenido que soportar y cuánto le había hecho sufrir todo aquello. Le habló de la engreída indiferencia del Metatrón, de la soledad y de la frustración.
También le contó lo del juicio. No recordaba bien lo que había pasado porque todo lo relativo a la existencia del ángel condenado había quedado borrado del Libro de la Vida y de la memoria de todos, pero sí recordaba perfectamente lo inmisericordes que habían sido sus supuestos compañeros, la malicia de Miguel y cómo le habían obligado a ejecutar aquella horrible sentencia.
Crowley ni siquiera se movió durante todo el tiempo que Azirafel estuvo hablando. Sentía que la rabia y el deseo de hacer daño crecían dentro de él a medida que el ángel avanzaba en su relato. Sentía que su pulso se aceleraba y su respiración se agitaba.
Notó cómo se le erizaba el cabello cuando oyó la parte del juicio. Para alguien que amaba tanto la vida como Azirafel, llevar a cabo una ejecución tenía que haber sido lo más traumático que hubiera experimentado en toda su existencia. La cólera le consumía mientras intentaba imaginar el horror que aquello debía de haber supuesto para él.
Azirafel era bueno, tenía amor para todo el mundo, llevaba la luz consigo a dónde quiera que fuese y hacía que todos los que se le acercaban fueran un poco mejores. ¿Y qué habían hecho ellos con él? Le habían hundido, le habían herido y destrozado por dentro hasta no poder soportarlo más.
Crowley tenía ganas de quemarlo todo. También quería encerrar a Azirafel en un cofre de cristal y cubrirlo con sus alas negras para evitar que nada ni nadie volviera a tocarle. Le envolvería entre las páginas de sus amados libros y leería para él todas aquellas historias que le fascinaban, le proporcionaría todas las delicias que el paladar puede disfrutar, le rodearía de música y de todas las cosas hermosas que le hacían feliz. Nunca se cansaría de cuidar de él, toda la eternidad si era necesario, hasta que recuperara la luz que sólo él era capaz de emanar.
Azirafel, una vez acabado su relato, se había abandonado a la evidencia de su fracaso y a lo inevitable de su destino. Continuaba en el sillón con la mirada perdida. Sólo le quedaba esperar.
De repente, Crowley se lanzó de rodillas a sus pies y le sujetó fuertemente la cara entre las manos, colocándola frente a la suya.
- ¡Escúchame bien! - Dijo, obligándole a mirarle - No dejaré que nadie vuelva a hacerte daño nunca más. ¡Nadie! ¡Nunca! ¿Lo entiendes?
Azirafel abrió y cerró varias veces la boca intentando decir algo pero, finalmente, lo único que fue capaz de hacer fue echarse en brazos del demonio, abrazarle estrechamente y esconder la cara contra su cuello. Sintió como Crowley también le abrazaba, fuerte, muy fuerte. Si la situación no hubiera sido tan desesperada, eso le hubiera hecho sentir mucho mejor.
- Oh, Crowley… Soy el ser más inútil de la Creación. Lo he hecho todo mal, todo mal…
- Tú no podrías hacer el mal ni aunque lo intentaras. - Azirafel temblaba descontroladamente entre sus brazos. En un intento de hacer que se calmara, le acarició suavemente el pelo.
- Crowley, Crowley… ¿Por qué no me quedé contigo cuando pude hacerlo?
- Porque… Tienes un gran corazón, ángel. Y querías hacer cosas buenas.
- Pero no ha servido de nada. Ya nada tiene solución. Todo ha terminado…
- ¡No! - Exclamó, agarrando a Azirafel por la barbilla y obligándole de nuevo a mirarle - No lo permitiré. ¿Me oyes?
- He desertado del Cielo, Crowley. No me lo perdonarán. Esta vez…
- ¡No dejaré que te toquen! - Azirafel suspiró. Le miró con triste ternura y acarició su mejilla.
- Se trata de la Corte Celestial, Crowley. No hay nada que puedas hacer.
- Nos iremos. Tú y yo. Nos marcharemos de aquí y…
- No existe ningún sitio al que pueda huir. Vaya dónde vaya, me encontrarán. Y si tú estás conmigo en ese momento…
- ¡NO ME IMPORTA! - Gritó - No me importa, ¿lo entiendes? Sólo importamos tú y yo. Tú y yo, nada más.
Suavemente, el peso que Azirafel cargaba dentro de él se aligeró, aunque fuera solo un poco. Dejó de temblar y centró su atención en los ojos amarillos del demonio. Había dos capas en su mirada: Una que lanzaba rayos de ira y estaba cargada de un arrojo imbatible; la otra, llena de ternura y angustia.
Lo que Crowley decía no tenía ningún sentido. Ni él ni nadie podría evitar lo que le esperaba, pero lo decía de verdad, esa era su realidad. Estaba siendo tan sincero, tan transparente, que lo que pasara a continuación dejó de tener importancia alguna para el ángel.
Sonrió. ¿Acaso podía desear algo más? Que vinieran a por él, si querían. Ya ni siquiera tenía miedo. Nada ni nadie podría arrebatarle ese momento.
Su memoria le llevó de regreso al día en el que se separaron. "Idiota. Podríamos haber estado juntos."
Recordó como, entonces, Crowley avanzó hacia él, le agarró por las solapas y le dio aquel beso desesperado, torpe, en un último intento de retenerle a su lado. Recordó su propia sorpresa, su desconcierto. Todo había sido demasiado rápido, estaban pasando demasiadas cosas a la vez. La sinceridad y la entrega de Crowley merecían algo mucho mejor.
Esta vez fue Azirafel quién sujetó la cara del demonio entre sus manos, y vio como las cejas de éste se alzaban a causa de la sorpresa. Con toda la serenidad del mundo, posó sus labios sobre los de Crowley. Allí ya no había lugar para la urgencia ni la prisa, pensaba disfrutarlo todo lo intensamente que fuera posible. El beso de Azirafel fue tan suave y cálido como él mismo.
En su intercambio de papeles, ahora era Crowley el que no sabía qué hacer. Durante todo el tiempo que duró su ausencia, el demonio se había estado preguntando si Azirafel, aunque fuera solo durante un segundo, había sentido lo mismo que él. Todas las respuestas lógicas le decían que no, pero él se resistía a creerlo, y se había aferrado a aquella esperanza nimia como lo único que le mantenía a flote tras su abandono. Ahora estaba pasando lo que tanto había deseado, y él apenas se lo podía creer.
Pero la indecisión de Crowley no duró mucho. Lo había estado esperando durante demasiado tiempo como para quedarse sin hacer nada. Abrazó de nuevo a Azirafel y le atrajo hacia sí. El ángel respondió rodeándole el cuello con sus brazos. El beso se hizo más intenso y más dulce, mientras el ángel revolvía con sus manos el cabello de Crowley.
Finalmente, Azirafel se separó y se quedó mirando la cara anhelante de su amigo. Sonreía con tanta ternura como en sus mejores tiempos. Recompuso un poco el peinado de Crowley que él mismo había desecho.
- Tenías razón. - Dijo - Nada importa, salvo tú y yo.
¡BLAM!
Las puertas de la librería se abrieron con un terrible estruendo. Ambos se pusieron en pie de un salto.
Como si fueran los gángsters de Reservoir Dogs, los Arcángeles entraron en la tienda capitaneados por el Metatrón, que esta vez aparecía provisto de su cuerpo y una cabeza proporcionada.
Levanta la mano si tú también llorarías al ver a Crowley y a Azirafel peleándose. ó.ò
¿Qué creéis que les pasará a nuestros chicos ahora que los Arcángeles les han encontrado? La respuesta, en el próximo capítulo.
