CAPÍTULO 6: La palabra prohibida
Uriel les miraba con altivez y desprecio. Miguel sonreía perversamente mostrando cuánto estaba disfrutando de la situación. El Metatrón tenía la expresión de alguien muy importante que ha tenido que interrumpir lo que estaba haciendo para ocuparse de un molesto contratiempo y Sariel tuvo la osadía de mirar a Azirafel con gesto de reproche.
Miguel, por supuesto, fue la primera en hablar.
- Eres tan patético que hasta da vergüenza. Ni siquiera has sido capaz de buscarte un escondite. Has ido directamente a donde todos sabíamos que íbamos a encontrarte.
- No has estado a la altura de tu puesto. Ni siquiera de tu condición de ángel, Azirafel. - Dijo Uriel, con una suficiencia insoportable - Llevas ya demasiado tiempo causando problemas.
- Muchacho, estoy verdaderamente decepcionado contigo. - El Metatrón hablaba como el director de un colegio que reprende a un preadolescente problemático - Evidentemente, me equivoqué contigo pero, en fin… Solo su Gran Omnipotencia está libre de cometer errores.
Azirafel, con mucho más aplomo del que cabía esperar dado el estado en el que se encontraba hacía tan solo unos minutos, los miró uno por uno con la dignidad de un rey.
- Y tú, ¿no dices nada, Sariel? ¿Acaso temes por la integridad de tu miserable trasero si dices lo que realmente piensas? - Sariel abrió desmesuradamente la boca, escandalizada ante lo que ella consideraba una impertinencia sin precedentes - Vamos, date el gusto por una vez. ¿No te animas? No, no lo harás, porque eres una cobarde y solo tienes en cuenta lo que a ti te conviene.
- ¡Azirafel! - Dijo el Metatrón, que ya parecía haber perdido definitivamente la paciencia - No estás en posición de ponerte bravucón. Has faltado a tus deberes como…
- Bla, bla, bla, bla… Parlotear es lo único que sabes hacer, Voz de Dios. Llevas tanto tiempo bajo Sus faldas que ya te consideras por encima del bien y del mal. ¡Ni una sola vez te he visto estar a la altura de tu cargo! Te limitas a escurrir el bulto y a pasarles tus responsabilidades a los demás. No eres más que un viejo engreído y autoindulgente.
Crowley no daba crédito a lo que veía y oía. Miraba con la boca abierta a Azirafel y a los arcángeles alternativamente. ¿Qué pretendía el ángel? La manera en la que los estaba poniendo a todos en su sitio era admirable, sin duda, pero las consecuencias iban a ser terribles. ¡Terriblemente terribles! Al Metatrón parecía que le iba a empezar a salir humo por las orejas en cualquier momento.
- ¿Cómo te atreves a faltar así al respeto a tu superior directo? No eres digno de llamarte…
- Uriel, tu arrogancia es tan grande que, si crece un solo centímetro más, le darás en un ojo a su Gran Omnipotencia.
A todos los arcángeles se les escaparon gritos ahogados de incredulidad. Aquella frase rozaba la blasfemia. La insolencia de Azirafel había sobrepasado todos los límites. Crowley se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Acabemos con esto de una vez! - Explotó Miguel - ¡Impongámosle su castigo y libremos al mundo de este inútil!
- Y tú… Eres la peor de todos. Un ser abyecto y ponzoñoso. Te has comportado como una sabandija desde que regresé al Cielo, ¡y todo porque ambicionas mi puesto!
- ¡Tú no tienes lo que hay que tener para ser el Arcángel Supremo!
- ¿Y tú sí? Tal vez tengas razón, porque eres una trepa que solo se preocupa de su propio beneficio. La envidia te domina y no te importa cuántas cabezas tengas que pisar para conseguir lo que codicias. Sí, probablemente seas la candidata ideal para el puesto. ¿No es así, "jefe"?
- ¡Ya es suficiente, Azirafel! - Tronó el Metatrón, explotando en su cólera - Recibirás tu castigo inmediatamente. Tu nombre será borrado del Libro de la Vida y tu existencia nunca habrá tenido lugar.
- ¿Acaso crees que me importa?
Los arcángeles volvieron a mirarse unos a otros, atónitos. ¿Cómo que no le importaba? ¡A todo ser viviente le importaba dejar de existir! Y si no le importaba, ¿seguía teniendo sentido castigarle? No, por fuerza tenía que tratarse de un farol. Ni siquiera Azirafel podía ser tan estúpido.
- Ángel, por lo que más quieras, déjalo ya. - Susurró Crowley, tirándole de la manga - Larguémonos de aquí o intentemos buscar una solución mientras tengamos la oportunidad… Si es que aún la tenemos.
Entonces, Crowley oyó las palabras que nunca creyó que saldrían de la boca de Azirafel.
- OS… ODIO… - Dijo el ángel, masticando las sílabas.
La ira del Metatrón se esfumó, quedando desarmado ante aquella contundente declaración. Los arcángeles, ante la palabra prohibida, retrocedieron un paso como si hubieran oído mencionar al mismísimo Satanás. Crowley estaba a punto de desmayarse.
- Os odio a todos y cada uno de vosotros. Sois almas venenosas que deshonran al Cielo con su sola existencia. Nunca os ha importado la Humanidad. ¡Ni siquiera la merecéis! ¿Queréis hacerme desaparecer? ¡Adelante! Yo no quiero existir en un Universo en el que existáis vosotros. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer en esta vida. He visto cosas de una belleza arrebatadora. La Tierra y sus criaturas no han dejado de fascinarme nunca. No ha pasado ni un solo día en el que no aprendiera algo de los humanos. He tenido experiencias y sensaciones maravillosas que vosotros no podéis ni imaginar. - Miró a Crowley y sonrió - No podía haber sido más feliz.
- ¡Así será, te lo aseguro! - Tronó la voz del Metatrón.
- ¡Entonces también tendrás que hacerme desaparecer a mí!
Sorprendidos ante aquella inesperada interrupción, todos se volvieron a mirar a Crowley, que se había colocado al lado de Azirafel y mostraba en su cara una determinación inquebrantable.
- ¡Crowley, no! Eso no es necesario. No tienen nada que puedan usar en tu contra. Tú puedes salvarte. Por favor…
- Sigues siendo un idiota, angelito. - El demonio tomó a su amigo de la mano y volvió a hablar dirigiéndose a los arcángeles - Yo no quiero existir en un Universo donde no exista Azirafel.
El ángel, tras un segundo de estupor, miró a Crowley como si él fuera su Sol y sus estrellas y envolvió la mano de éste entre las suyas. Crowley, a su vez, le devolvió una sonrisa de complicidad. El momento hubiera sido extremadamente poético de no ser por la rápida reacción de Miguel.
- Deseo concedido, demonio. - Dijo, relamiéndose de gusto ante la desgracia ajena - Nos desharemos de ti junto con tu novio y todos saldremos ganando.
Crowley tuvo que protegerse los ojos con el brazo ante un potente destello de luz blanca y una llamarada dorada que acababan de explotar frente a él. A la velocidad del pensamiento, Azirafel se había interpuesto entre él y el arcángel blandiendo su espada de fuego.
- Si te atreves ni que sea a acercarte a Crowley, te las verás conmigo.
- ¡Ja! - Miguel se burló con descaro ante aquella amenaza e hizo aparecer su propia espada - ¿Crees que eres rival para mí?
- Soy el Arcángel Supremo, ¡por supuesto que puedo enfrentarme a ti!
- ¡El Supremo! ¡No me hagas reír! Tú no eres más que un tragaldabas rechoncho e indolente, un hedonista, un bobalicón. ¡Te trincharé como a un pavo!
Crowley estaba a punto de materializar su espada de llamas negras pero supo que, si lo hacía, el resto de los arcángeles también sacarían las armas y ellos dos no tendrían ninguna posibilidad. Su cerebro trabajaba frenéticamente tratando de encontrar una salida a aquella situación. Miguel y Azirafel estaban a punto de lanzarse el uno sobre el otro, cuando…
¡FLOAS!
La tienda se llenó de una explosión de luz que los cegó a todos. Fue como si un tubo fluorescente alimentado con energía nuclear, explotara. Se oyó un atronador acorde de órgano, junto con trompetas y campanas. Las puertas de la librería se abrieron solas y la tienda se llenó de una densa niebla blanca.
Después del fogonazo inicial, la luz fue remitiendo, volviéndose cada vez más débil y azulada. El sonido del órgano se fue apagando y las trompetas y campanas también sonaban cada vez más lejanas. La niebla, que llegaba hasta el techo, poco a poco fue concentrándose a nivel del suelo y disolviéndose.
Todos se protegían la cara con los brazos. Estaban aturdidos a causa del estallido de luz y la música, que aún les retumbaba en la cabeza. Cuando por fin pudieron dejar de parpadear, miraron a su alrededor intentando descubrir qué había pasado.
- Bueno, ya está bien. Calmaos todos y bajad las armas, haced el favor.
Ni Azirafel, ni los arcángeles, ni Crowley daban crédito a lo que veían.
¿Qué os ha parecido la reacción de Azirafel? ¿Y la de Crowley? Y, ¿quién pensáis que puede haber entrado en la librería?
La respuesta, en el próximo capítulo.
¡SALUDOS!
