CAPÍTULO 10: Amo tu nombre II

Finalmente, decidió darse de alta como chófer en una de esas plataformas que ofrecen servicios de movilidad. Allí lo único que pedían era pasar una revisión de su coche a cargo de uno de sus empleados y… un tanto por ciento de sus beneficios.

En cuanto el tipo que le enviaron vio el Bentley, prácticamente empezó a salivar. Alucinaba con el perfecto estado de la carrocería, lo bien conservado que estaba el interior, la elegancia de los asientos de cuero… Y cuando pasó a revisar el motor, a punto estuvo de llorar de emoción. Todo ello sin parar de repetir "¡Una belleza! ¡Una belleza!" No sólo le admitieron como chófer, sino que le asignaron a la categoría premium, la reservada a los clientes que solicitaban servicios con coches de lujo.

Amo tu nombre.

Amo tu nombre.

Amo tu nombre.

Amo tu nombre.

Casi siempre le asignaban trayectos para eventos. A los humanos les encanta hacer entradas triunfales.

Le llamaban sobre todo para bodas. A Crowley le resultaba la mar de divertido ver a las novias entrar en el coche con sus aparatosos vestidos e intentar, como buenamente podían, acomodarse en el interior. Casi siempre iban acompañadas por sus emperifollados padres. En esos casos, la distribución habitual era que la emocionada y enjoyada mamá se sentara detrás, junto a la novia, para asegurarse de que el vestido llegaba en perfecto estado a la ceremonia. Los papás, ataviados con frac, solían ocupar el asiento del copiloto.

Si los futuros suegros estaban conformes con el enlace, no tardaban en iniciar una conversación con su chófer que consistía en ensalzar las cualidades de su hija, que era un tesoro, en lo contentos que estaban de que fuera a casarse con un chico tan trabajador y tan responsable, que siempre tenía un gran futuro por delante. Si no estaban tan conformes con su futuro yerno, solían rezongar a media voz sobre los gastos que les había supuesto la boda y sobre el idiota en el que se había ido a fijar la niña.

La verdad era que a Crowley se le hacían muy interesantes aquellas charlas. Antropología en estado puro. Por eso demostraba que estaba prestando atención diciendo "Ajá… Ajá…" de vez en cuando, pero sin interrumpir nunca a su interlocutor.

Entonces llegaba el momento estelar: Cuando llegaban al lugar de la ceremonia. Allí les estaban esperando el novio y su chaqué, las damas de honor con sus vestidos de fantasía a juego, y los invitados con sus pomposos trajes de gala.

Siempre estallaban en una ovación cuando veían llegar el precioso coche y Crowley, aunque técnicamente no tenía la obligación de hacerlo, se metía en su papel para que la aparición de la novia fuera lo más vistosa posible. Bajaba del coche ataviado con su elegante traje negro, abría la puerta de atrás y tendía gentilmente la mano a la novia para ayudarla a salir sin tropezar con todos aquellos metros de tela. Si veía que la ocasión era propicia, incluso besaba la mano de la joven como un galán de cine clásico y le deseaba, mostrando todos los dientes en una amplia sonrisa, toda la felicidad del mundo. Las novias, por lo general, se sonrojaban, soltaban una risita bobalicona y le daban las gracias poniendo ojitos tiernos, olvidando por un segundo que, a escasos metros, estaban observándolas sus futuros esposos. Después se metían entre el gentío seguidas por sus madres mientras que el padre, olvidado por todos, se acercaba y le entregaba una bonita propina por sus servicios. Luego Crowley volvía a entrar en el coche y se marchaba de allí partiéndose de risa.

Otros clientes que le tocaban de vez en cuando pertenecían a un tipo de personas que él conocía muy bien: Los que, a pesar de tener prácticamente todo lo que pudieran desear, nunca estaban contentos con nada.

Podían dividirse en dos grupos bien diferenciados y el primero de ellos lo componían aquellos que, desde su más tierna infancia, lo habían tenido todo. Sus familias, en un acto de amor mal entendido, siempre habían estado prontas a satisfacer sus deseos y a evitarles cualquier tipo de contacto con la frustración. Nunca habían tenido que esforzarse por conseguir nada, de modo que no valoraban nada de lo que tenían. Siempre estaban enfadados y cualquier contratiempo insignificante les sumía en la desesperación.

- ¡Qué frío hace aquí dentro! ¿Es que no ha encendido la calefacción?

- No.

- ¿Y por qué no?

- Señora, este es un Bentley original de 1926. No tiene calefacción.

- ¡¿Cómo?! ¿Y a esto lo llaman un servicio premium? Pienso quejarme a la compañía. ¡Su coche no está debidamente equipado!

- Es usted muy libre - Contestaba Crowley, en un tono que dejaba muy claro lo que le importaba a él que se quejara.

El segundo grupo de insatisfechos lo formaban los hechos a sí mismos. Solían tener orígenes humildes y habían trabajado como bestias para conseguir todo lo que actualmente tenían. Después de tanto luchar, se encontraban con que habían alcanzado todo aquello que siempre habían deseado (éxito, dinero, posición social, fama…) pero, aún así, no conseguían ser felices y no se explicaban el porqué. Esos no se quejaban. Ocupaban el asiento de atrás y, tras un escueto saludo, se pasaban el viaje en silencio, observando las calles de Londres a través de la ventanilla con ojos vacíos.

En su época de demonio, Crowley nunca había trabajado ese "género" porque le daba mucha grima, pero le constaba que había un gran número de seres del Averno dedicados a convencer a los humanos de que, para sentirse completos, para ser alguien, lo que necesitaban eran todas aquellas cosas insustanciales. Tenía que reconocer que estaban haciendo un buen trabajo.

Otro tipo de trayectos que le gustaban eran los de los turistas y, como en su perfil había puesto que también podía hacer de guía, clientes no le faltaban. Lástima que ya no fuera capaz de hablar todos los idiomas del mundo…

La mayoría eran parejas extranjeras de luna de miel que se daban el capricho de recorrer Londres en el clásico coche inglés. Se sentaban abrazados en el asiento trasero y lo miraban todo con ojos de niños, encantados de estar allí juntos. A Crowley le solían caer simpáticos.

El ex demonio sacaba a pasear todo su labia hablándoles de las maravillas de la gran ciudad que ellos escuchaban embelesados. Algunos le pedían que evitara los lugares turísticos y les llevara a conocer "el auténtico Londres", y Crowley nunca les decepcionaba. A veces, incluso, se animaba a contarles alguna anécdota "curiosa".

- ¿Veis esa lavandería de allí? Pues en 1679 era una taberna, ¡y de lo más decadente! Servían la ginebra más adulterada de todo Londres, pero tenía mucho éxito. Supongo que porque era barata. Una vez estuvieron allí Henry Purcell y su hermano Daniel. Pillaron una cogorza monumental y acabaron peleándose a puñetazos. Imaginaos a aquellos dos niños de confitería, con sus pelucas empolvadas y sus camisas con cuellos de encaje, borrachos como cubas. ¡Menudo espectáculo! ¡La gente hacía apuestas y todo! Al final, Daniel tumbó a su hermano de un derechazo y acabaron echándolos a los dos de allí. A Henry lo sacaron inconsciente, claro. La verdad, no sé cómo se las arreglaron para volver a casa. Sus Ángeles de la Guarda debieron de hacer horas extra esa noche.

- ¡Jajajaja! Es usted increíble, Sr. Crowley. ¿De dónde saca esas historias tan estrambóticas?

- Oh, yo estaba allí.

- ¡JAAAAAA! JAJAJAJAJA

Crowley obtenía siempre unas críticas fantásticas de los clientes, excepto alguna queja puntual de "los insatisfechos" que no tenía mayor importancia. El número de trayectos que le asignaban no dejaba de crecer y las propinas eran cada vez mejores. Con su primera gratificación de 50 libras se fue directamente, orgulloso de sí mismo como no lo había estado jamás, a comprar una botella de Château Sansonnet para brindar con su ángel.

Amo ser tu juguete

y cada uno de tus besos.

Amo mi autorretrato cuando me

reflejo en tu espejo.

Como ocurría con todo lo que se proponía aprender, Azirafel se volcó al 100% con su nueva tarea como cocinero. El estreno del nuevo chef también tuvo sus más y sus menos ya que, pese a que le gustara tanto comer, nunca hasta entonces había tenido que preparar él mismo la comida.

El problema principal fue que, alguien que en su vida había hervido un huevo, decidió emprenderla directamente con recetas del tipo soufflé de pavo, risotto de calabaza, ossobuco a la milanesa y similares. Evidentemente, aquello no solía acabar bien, y la mayoría de veces tenían que comer restos requemados despegados del fondo de la cazuela.

- ¡Azirafel! ¡Azirafel! ¡¿Estás bien?! - Preguntó Crowley, entrando precipitadamente en la cocina después de oír una explosión.

El panorama era desolador. El pobre ex angelito, ataviado con su delantal blanco, estaba cubierto de trozos de verduras, astillas de carne y manchas de caldo, y las paredes de la cocina se habían convertido en un cuadro de Jackson Pollock pintado con los ingredientes de un estofado irlandés. El cadáver humeante de la olla otrora reluciente, descansaba sobre el fogón con restos carbonizados en los bordes, negro como un tizón.

- Sí, snif, sí. Estoy bien. No te preocupes - Respondió el angelito, al borde de las lágrimas por ver de nuevo sus esfuerzos gastronómicos desembocados en tragedia. Se quitó un trozo de zanahoria del pelo.

Crowley respiró hondo tratando de mantener la calma. Le constaba que Azirafel se estaba esforzando por preparar cosas ricas y no quería herir sus sentimientos pero, aquello no podía seguir así. Se pasó la mano por el pelo y trató de medir bien sus palabras.

- Vamos a ver, ángel… Dime una cosa: Cuando empezaste a practicar con la magia, ¿intentaste cortar a alguien por la mitad el primer día?

- Claro que no. ¡Eso hubiera sido una temeridad!

- Exaaaaaacto - Respondió Crowley, hablándole como si tuviera cinco años - De verdad, no hace falta que te compliques tanto. Puedes cocinar cosas sencillas. Yo qué sé… Ensaladas, pasta… Ahora venden muchas salsas en bote y puedes…

- ¡¿De bote?! - Espetó Azirafel, indignadísimo - ¡¿Pretendes que sirva comida de bote?! ¡Eso no va a pasar en esta casa!

- Sólo la salsa - Crowley alzó las palmas de las manos en un gesto conciliador.

- ¡Pues claro que sólo la salsa! ¿Qué va a ser si no? ¡¿Me tomas por idiota?!

Por un momento, Crowley temió que fuera a tirarle el cucharón por la cabeza. Azirafel llevaba ya muchas decepciones culinarias acumuladas y estaba muy sensible con el tema.

- Vamos, vamos, no te enfades. Mira, olvídate del estofado. Ve a lavarte y mientras yo recogeré un poco esto y pediré una pizza.

- ¡UNA PIZZA! - La cara de Azirafel se puso roja como un tomate de pura exaltación - ¡Llevo tres horas metido en la cocina, ¿y ahora tú quieres pedir una pizza?!

- De verdad, Azirafel, no es que no valore tu esfuerzo, pero es que… ¡Estoy muerto de hambre y está claro que eso ya no se puede comer!

Con movimientos torpes a causa de la rabia, el chef frustrado se quitó el delantal, lo retorció en una especie de buñuelo y lo tiró al suelo.

- ¡Eres un desconsiderado! ¡Y un insensible! - Proclamó mientras salía de la cocina haciendo aspavientos y se dirigía al cuarto de baño - ¡No te soporto! - Gritó desde el pasillo.

La puerta del baño se cerró de un portazo y Crowley suspiró profundamente. Por suerte, al angelito no le duraban mucho los enfados. A modo de compensación, pidió una pizza gourmet de boletus con salsa de trufa y queso de cabra. Luego tiró la olla quemada a la basura y limpió lo que pudo de los restos del estofado.

Una vez duchado, calentito, envuelto en su pijama color celeste y su bata de cuadros azules, Azirafel se sintió mucho mejor. Se comió la pizza sentado en el sofá junto a Crowley mientras miraban una película, con algo de tristeza pero con apetito. La verdad era que estaba muy buena.

Como gesto de reconciliación, apoyó la cabeza sobre el hombro de Crowley y le pasó un brazo por la cintura.

- Ains… Qué pena no poder usar un milagrito para limpiar la cocina.

- Ya… - Contestó Crowley - Y para volver a pintarla.

Amo tu lado más tierno,

también el más hijo de puta.

Amo la telepatía que nos comunica

y amo tu nuca.

La cuestión de la intimidad fue algo que avanzó muy despacio entre ellos. El ex demonio sabía que debía tener muuuuuucha paciencia con Azirafel a ese respecto. Uno no pasa de ser un ente asexuado a un torrente de pasión en un día ni en dos.

En cuanto a Crowley… Bueno, él no había perdido el tiempo durante su estancia en la Tierra. Al fin y al cabo, ¿qué es un demonio sin su punto de lujuria?

Lo había probado TODO, en todas sus formas, colores y tamaños. El cuerpo humano no guardaba misterio alguno para él y podía tocarlo con la misma maestría con la que Paganini hacía sonar su violín.

Para Azirafel, en cambio, todo aquello era nuevo y desconcertante. Se avergonzaba terriblemente de las reacciones que tenía su cuerpo cuando Crowley iniciaba alguno de sus acercamientos. De hecho, la primera vez que éste le dio un beso con lengua, a punto estuvo de desmayarse.

Por supuesto, le encantaban los besos, pero aquella novedad trajo consigo una oleada de calor y deseo húmedo y libidinoso que nunca antes había experimentado. Asustado, huyó del abrazo de su compañero y corrió a refugiarse tras el sofá, dejando a Crowley con el hueco de los brazos vacío y los labios fruncidos para el aire.

- ¡Perdón! Perdón. Es que… - Se había sonrojado hasta las orejas y estaba agitado como un estudiante pillado en falta - Es que… No sé qué me ha pasado. Yo…

- No tienes que pedir perdón, Azirafel y… No te pasa nada fuera de lo normal.

- ¿Quieres decir que esto...? O sea, todo esto... - Dijo, señalándose a sí mismo para referirse al descontrol general que estaba padeciendo su cuerpo - ¿Es normal?

- Completamente. De hecho… - Sonrió de una forma que prometía placeres sin fin - …es parte de la diversión.

- Oh… Ya, entiendo… - No, no entendía nada.

- Bueno, es igual. Ejem… - Crowley recogió todas sus ganas y se las guardó en el bolsillo izquierdo, consciente de que las cosas no iban a pasar de ahí - Lo dejaremos aquí por hoy.

- Gracias. Digo… No, gracias no, ¡pero sí! Pero… Es decir… Emmm, ¿te apetece una copa de vino? Jeje…

- La verdad es que me vendría bien.

Una hora y cuatro copas de vino después, Azirafel le estaba metiendo la lengua hasta la garganta. Apoyaba todo el peso de su cuerpo sobre el de su amante y le envolvía en unas caricias tan hambrientas que hasta el propio ex demonio se escandalizó. Crowley separó sus labios e intentó echarse hacia atrás, consciente de que aquello se les estaba yendo de las manos, pero Azirafel le agarró por la camisa y volvió a atraerle hacia sí para seguir besándole apasionadamente. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, Crowley deshizo el abrazo y se apartó de él.

- Está bien, angelito. Ahora sí, vamos a dejarlo aquí.

- ¿Eh? ¿Puor qué? ¿Es que no luo hago bi… bien? - Preguntó, con la mirada desenfocada.

- No, no es eso. Es que estás "achispado" y, cuando pase, no quiero que sea así.

Se levantó del sofá y ayudó a Azirafel a llegar hasta el dormitorio y meterse en la cama. El rubito no tardó ni cinco minutos en quedarse dormido, abrazado a Crowley con brazos y piernas como si fuera un koala. El pelirrojo, por su parte, se quedó acostado a su lado sin moverse, como una momia, con las manos cruzadas sobre el pecho y la vista clavada en el techo, luchando por dominar las tentaciones.

Sí, Crowley estaba haciendo grandes esfuerzos para contener su deseo, pero el angelito no se lo ponía fácil. Azirafel tenía una piel tan suave, su pelo olía tan bien… Aquella cama que ambos compartían era como un campo de minas y el hecho de que Azirafel fuera completamente inconsciente de sus encantos le volvía loco.

A veces, en medio de sus carantoñas nocturnas, se atrevía a acariciarle por debajo de la tela del pijama. Entonces notaba que su ángel se estremecía y que, por un instante, se aferraba con más fuerza a él buscando ansiosamente su contacto. Pero enseguida aparecían la vergüenza y el miedo. Azirafel se apartaba temblando y volvía a deshacerse en disculpas, asegurando que no lo podía evitar. Crowley le sonreía con ternura y a veces, hasta se reía. Le acariciaba la mejilla, ardiente a causa del rubor, y le tranquilizaba diciendo que no tenía importancia. Luego se dormían abrazados, aunque al pelirrojo le costaba un poco más conciliar el sueño.

Poco a poco, el temor de Azirafel fue remitiendo. Se acostumbró a las respuestas de su cuerpo humano a las caricias de Crowley, que eran lo más delicioso que había experimentado jamás, y se abandonó al placer.

La primera vez que hicieron el amor fue increíble y maravilloso. Crowley, pese a toda su experiencia, nunca había tenido entre sus brazos a nadie por quien sintiera verdadero afecto, y que Azirafel accediera a concederle todos sus deseos le hizo sentir el ser más especial de toda la Creación.

En cuanto al ángel, apenas podía creer todo lo que Crowley le estaba haciendo sentir. Se estremecía y buscaba con urgencia el contacto con la piel de su amante. Sin saber por qué, mordió el hombro de Crowley igual que éste había hecho en anteriores ocasiones con su cuello. No lo entendía pero lo deseaba, y no importaba nada más. El miedo y la timidez habían desaparecido, como si jamás hubieran existido. Crowley podía hacer todo lo que quisiera con él, iba a permitírselo y a deleitarse con ello.

Al terminar, se quedaron tumbados el uno junto al otro, cogidos de la mano.

Azirafel estaba transportado. Aquello había sido como subir al Cielo y bajar de nuevo a la Tierra en medio de un huracán. Jamás había imaginado que pudiera existir una sensación como aquella. Su Gran Omnipotencia tendría que disculparle porque… En ese momento sentía que amaba a su demonio más que a nada ni nadie en todo el Universo.

- Crowley…

El pelirrojo se volvió y se quedaron mirándose el uno al otro en medio de la penumbra de la habitación. Azirafel llevó la mano de Crowley hasta su pecho y la estrechó entre las suyas, dedicándole una sonrisa radiante.

- Te quiero muchísimo.

Amo cómo me tocas.

Amo tu piel en mis labios.

Amo que esta canción esté escrita

con tópicos de enamorados.

Ante aquellas palabras y todo lo que significaban, Crowley no supo cómo reaccionar. Nunca, nadie, jamás, le había dicho que le quería.

Bueno, sí… Algunas damiselas ingenuas, hacía ya tiempo, le habían dicho que le amaban en diferentes ocasiones. Pero de quién se habían enamorado era del personaje de Anthony J. Crowley que él interpretaba para ellas por cumplir con algún encargo del Infierno. Eso no contaba. Ni una sola vez, en tantos y tantos siglos, había escuchado aquellas palabras dirigidas específicamente a él.

Él sabía que Azirafel le quería, claro, pero oirselo decir así, en aquella declaración tan sincera y transparente, le desestabilizó por completo. Todo lo que había en su interior tembló y se desmoronó como una casa zarandeada por un terremoto.

Su primera reacción fue volver la cara hacia la pared y empezar a parpadear rápidamente, porque estaba sintiendo el picor de las lágrimas en los ojos. Sintió que su respiración se desacompasaba y que tenía que hacer esfuerzos para tomar aire. Una fuerte contracción hizo que su abdomen se sacudiera involuntariamente y que tuviera que taparse la boca para ahogar el primer sollozo.

- ¡Crowley! - Azirafel, preocupado, se había apoyado sobre un codo e intentaba que su compañero volviera a mirarle poniéndole la mano en la mejilla - Crowley, ¿qué te pasa?

¡Ojalá lo supiera! Sólo era capaz de reconocer una horrible sensación de terror que se había apoderado de él repentinamente.

Era demasiado feliz. Sí, tener a Azirafel a su lado y saber que le amaba le hacía demasiado feliz y no iban a permitirlo, ni los de arriba ni los de abajo. Veía capaz a cualquiera de los dos bandos de interponerse en su felicidad, por ser ésta demasiado intensa para tolerarla, y de volver a apartar al ángel de su lado. Sabía que aquellos pensamientos no tenían ningún o muy poco sentido, pero eso no mitigaba el terror y el inmenso dolor que le producía sólo el imaginarse que volvía a perderle.

Sentado en la cama, Azirafel continuaba intentando, por medio de frases cariñosas y caricias, que Crowley le aclarara qué había pasado para que se pusiera así, pero el pobre ex demonio no era capaz de explicarse. Violentos sollozos sacudían su cuerpo y las lágrimas resbalaban ya libre y copiosamente por sus mejillas.

- ¡No te vayas! - Fue la única frase que fue capaz de articular, y se abrazó desesperadamente a la cintura de Azirafel - ¡No te vayas, por favor!

Totalmente desconcertado y bastante asustado, Azirafel abrazó a Crowley y le acarició repetidas veces el pelo.

- Pero… Mi amor, ¿a dónde crees que voy a ir?

- No… No lo sé, pero… - Intentó explicarse, entre sollozos - Sé que harán que te marches… Lo sé y… ¡Y no quiero!

- Yo tampoco quiero. Lo que yo quiero es estar contigo. Por favor, cálmate - Azirafel temía que, de seguir así, él mismo iba a empezar a llorar, y eso no ayudaría nada a tranquilizar a Crowley.

- Es que… Es que no van a dejar que te quedes con… conmigo… Y si te… Si te vas yo… ¡No podré soportarlo! Aaaah… Por favor… Azi.. Azir… ¡Eres mi ángel! ¡Por favor, no te vayas! ¡Aaaaaah!

Azirafel abrazó con fuerza a Crowley contra su pecho y le acunó suavemente.

- Escúchame bien. Nadie, ¿entiendes? Nadie, va a convencerme para que me separe de ti nunca más. Y si eso llega a ocurrir… Que no ocurrirá, pero sí llegara a ocurrir, será porque me han llevado por la fuerza. Y entonces tú me rescatarás, como haces siempre. ¿No es verdad? - Crowley seguía sollozando inconsolablemente, lo que le impedía contestar - ¿No es verdad?

- Yo… Yo… Sí… Lo haré…

- ¿Me lo prometes?

- Te… Te lo… Lo prometo. - Azirafel le estrechó fuertemente entre sus brazos y le dio un beso en el pelo.

- Gracias, Crowley. Tú también eres mi ángel.

Apaciguado por las palabras de Azirafel, el llanto de Crowley fue, poco a poco, remitiendo. Agotado tras aquel episodio de angustia, el ex demonio no tardó en quedarse dormido sobre el regazo de Azirafel, quien no dejó de abrazarle y acariciar su pelo y su espalda hasta que a él mismo se le cerraron los ojos.

Amo que robes mi tiempo

y cómo se lían los lazos.

Amo cómo conviertes jaulas en ramas

para este pájaro.

- ¡Oiga, señora!

Ante el grito de Crowley, tanto Azirafel como la pareja de ancianos dieron un respingo. La señora se caló bien las gafas en lo alto de la nariz para ver con claridad al peculiar individuo que reclamaba su atención de forma tan poco sutil.

- ¿Es a mí, joven?

- Sí, usted. Una pregunta, ¿ese de ahí es su marido?

- Sí, es mi marido. Cincuenta y cinco años hace que le aguanto.

- ¡Jajajaja! - A Crowley le encantó el desparpajo de la señora - Y, dígame, ¿cómo se conocieron?

- ¡Crowley! - Le riñó Azirafel - ¿Cómo se te ocurre preguntar esas cosas?

- Ejem… La verdad es que tenemos un poco de prisa… - Al marido se le veía algo incómodo con la situación. No le hacía mucha gracia que aquellos dos individuos de aspecto extraño le hicieran preguntas tan personales.

- Pues… Fue en un concierto de The Doors - Contestó la señora, indiferente a la incomodidad de su marido y del rubito del helado - Los dos éramos muy fans del rock psicodélico y fuimos al concierto que dieron en Londres en el 68. Yo estaba enamorada del Rey Lagarto, por supuesto, pero mi amiga Dolly esa noche me presentó a su primo y… En fin, aquí estamos, más de medio siglo después. No me lo quito de encima.

- ¡Qué interesante! - A Crowley cada vez le caía mejor aquella ancianita dicharachera - Una pregunta más, ¿qué es lo que más le gusta de su marido? - Azirafel le dio un manotazo de recriminación en el muslo.

- ¿De él? ¡Todo! - Respondió ella, sin pensárselo dos veces.

- - Vaya, vaya, vaya… Y a usted, caballero, ¿qué es lo que más le gusta de su señora?

El anciano miró a su esposa y pareció desembarazarse de su timidez. Sin apartar sus ojos de ella, sonrió.

- Que sigue aguantándome.

- Fascinante… Bueno, pues eso es todo. No les molesto más. ¡Que tengan un buen día!

Les despidió alzando el brazo y sonriendo de oreja a oreja. La parejita les dijo adiós y continuaron su paseo con sus renqueantes andares. Azirafel miró a Crowley intentando ocultar la sonrisa que se le escapaba. No creía posible que nadie consiguiera ser a la vez tan caradura y encantador como su pelirrojo.

Déjame ser tu amuleto,

ser la sombra de tu perro.

- Pues sí, angelito. - Crowley se arrellanó satisfecho en el asiento y atrajo a Azirafel hacia sí - Si todo va según mis planes, así es como acabaremos. A no ser que tú tengas pensado algo distinto, claro.

A su pesar, a Azirafel se le escapó una risita. Recostó la cabeza sobre el hombro de Crowley y suspiró.

- Demonio de hombre… - Y continuó lamiendo su helado.

Amo usar esta frase para decirte

lo que te quiero.


"Amo" en una canción de León Benavente incluida en su disco Vamos a volvernos locos.

Bien, angelitos, hemos llegado al final de la historia. Espero que la hayáis disfrutado tanto como yo escribiéndola. Si lo consideráis oportuno, no dudéis en dejarme un review contándome qué os ha parecido.

Con mucho amor,

VASLAV