¡Toda esta historia la escribí yo! Pero los personajes son de S. Meyer.
Capítulo 19
Edward
Los labios de Bella sobre los míos dieron paso a un incendio forestal en mi sangre. Mis venas rugieron y mis oídos se taparon, y por primera vez en mucho tiempo, dejé de estar alerta a mi alrededor para centrarme en una sola cosa: la mujer que tenía al lado.
Su beso me hechizó. Fue un contacto tímido al principio, el de dos amantes que no se reconocen, pero no hizo falta mucho para que mi lengua se hiciera espacio en su boca. Ella no me rechazó, en cambio se abrió a mí como una flor en plena primavera.
Era extraño cómo nos compenetrábamos tan bien físicamente. A veces, hablar resultaba incómodo, pero siempre que nos tocábamos, yo sentía que el mundo alrededor dejaba de existir.
Sin embargo, la sensación no duró demasiado. Se separó de mí unos segundos después, con la piel roja por la timidez y respiraba pesadamente por el esfuerzo.
—Yo… —comenzó a hablar—. No quería…
Negué con la cabeza.
—Está bien —susurré. Mis manos se fueron a sus mejillas y la obligué a mirarme. El mundo alrededor, la vida misma, en ese momento no importaba. Sólo estábamos ella y yo—. Te lo dije, Bella. Quiero que lo nuestro sea real. ¿Acaso no puedes sentir lo que yo siento cuando nos tocamos?
—Lo hago —admitió sofocada—. Y me da miedo.
—¿Por qué?
Lo pensó un momento antes de finalmente contestar:
—No debería darte tanto poder sobre mí —dijo a regañadientes—. Eso no puede ser bueno para ninguno de los dos.
—Déjame a mí decidir qué es lo que está bien y lo que está mal —pedí—. Sólo déjate llevar.
Asintió, con su rostro aun apresado entre mis manos.
—Contigo me siento segura… a pesar de todo.
Sabía a qué se refería con "todo". Ella y yo no nos estábamos casando por amor, prácticamente había sido una transacción en la cual yo había usado su persona como moneda de cambio. La culpabilidad por pensar, siquiera por una vez, que Bella no valía nada, me atravesaba el corazón. Esos tiempos habían cambiado. Ya la conocía; sabía que había más en ella y lo quería descubrir todo. Quería que fuera mía y solamente mía.
—Yo te protegeré —prometí solemnemente—. Conmigo nunca tendrás que dudar —hice un gesto de amargura—. Nunca tendrás que sentirte como lo haces estando con tu padre.
El alivio iluminó sus ojos marrones, que a pesar de ser de una tonalidad tan oscura, me eclipsaron con su brillo.
—Entonces… ¿mes y medio? —me dio una ligera sonrisa.
Se la devolví. Ya estaba haciendo añicos mi promesa de no sonreír a su alrededor.
—Mes y medio y entonces serás mía —juré.
Ella se alzó de puntillas, depositando un beso en la comisura de mis labios.
—Que así sea.
.
.
Regresamos a la fiesta solo para hacer por primera vez nuestra entrada como pareja. Habíamos tardado un poco más de lo esperado, pues descubrí que pasar el tiempo con Bella era algo realmente adictivo. Tuvimos que movernos cuando recibí un mensaje de mi hermano, anunciando que Demetri había llegado al evento.
Ahora Bella se retorcía el vestido entre las manos por los nervios. Tomé uno de sus brazos inquietos, deteniéndola.
—Tranquila.
—No puedo —susurró con nerviosismo. Se pasó un mechón detrás de la oreja y medio sonrió a una pareja que estaba cerca de nosotros—. Nunca he conocido a ningún Capo dei Capi.
Hice un gesto de diversión.
—Es porque no hay más de uno. Él es el único.
Exhaló con pesadez.
—Peor aún.
Contuve mis ganas de reírme. A pesar de que Bella era toda timidez mansa, se estaba soltando conmigo, y actuaba mucho más segura a mi alrededor. Podía estar nerviosa, pero se apoyaba en mí buscando seguridad, y eso me hacía sentir… raro. Raro, pero bien. Con un propósito nuevo en la vida: cuidarla.
—Estará bien, no te preocupes.
—Él tiene el poder de detener nuestra boda —espetó con pesadumbre—. No me digas que no te preocupe.
Me fascinó un poco que de verdad expresara su preocupación porque alguien nos separara. Poco a poco me daba cuenta de que no sólo se estaba enraizando un sentimiento de mi lado, sino también del de ella. ¿Pero qué significaba? Todavía no podía siquiera adivinarlo.
—Demetri me tiene en buena estima, es un buen amigo —comenté a la ligera. De verdad, el capo y yo teníamos personalidades similares, y Demetri solía llevarse bien con las personas que estaban centradas en el trabajo—. Él sabe muy bien que yo hago lo que hago por un buen motivo y no duda de mí.
Hizo una mueca.
—Ahora hiciste sonar nuestro compromiso como un trabajo —hizo una pausa y luego suspiró—. Bueno, eso es.
—Nunca —tomé su barbilla, haciendo que me mirara—. Ya no es un trabajo. Es un placer.
Sus ojos brillaron con regocijo.
—Señor Cullen.
Me di la vuelta, encontrándome frente a frente con Demetri Alcone, capo dei Capi de toda la familia.
Demetri era ligeramente más alto que yo, su cabello era del color de la arena y tenía unos ojos azules que dejaban frío a cualquiera que mirara más allá de unos segundos. Su postura estaba relajada, como siempre, ya que nunca dejaba entrever lo que estaba pensando.
Asentí hacía él, reconociendo su presencia.
—Señor Alcone, me alegra que haya podido venir.
Alzó su copa de champagne hacia el decorado de la habitación, en un signo de respeto.
—No me podía perder esta fiesta, por supuesto. Los ancianos no están muy felices contigo, no quería echarle más leña al fuego —la amenaza estaba muy clara bajo sus palabras amables. Yo estaba tensando el hilo con nuestros superiores en Italia, y necesitaba arreglarlo pronto. Lo que más odiaba en el mundo era tener que lamerle las botas a alguien, pero a veces era necesario, y Bella valía la pena.
Sin embargo, Demetri no se detuvo en temas oscuros. Le dio una mirada a mi mujer, y tuve que reprimir el impulso de ponerme enfrente de ella y defenderla, ya que tenía una mirada de un ciervo atrapado en los faros. Sabía racionalmente que no había nada de peligro, pero aún así, fue difícil.
Bella se aclaró la garganta, regresando a su habitual pose tímida, más sonrió y ofreció su mano.
—Señor Alcone, me alegra mucho tenerlo acompañándonos. Mi nombre es Isabella Swan.
Demetri tomó la mano de mi prometida y depositó un suave beso en su dorso. Apreté los dientes cuando un pinchazo de celos me recorrió, pero se fue tan rápido como llegó, una vez que me di cuenta de la mirada vagamente divertida de Demetri.
Me estaba probando, el muy cabrón.
—È un piacere conoscerti, signorina Swan. Sei una bellezza. —(Es un placer conocerte, señorita Swan. Es usted una belleza).
Contuve el impulso de rodar los ojos. Bella enrojeció.
—Grazie.
—Veo que mi apoyo es bien merecido —Demetri le dio un trago a su champagne—. Me alegro muchísimo por los dos.
—Gracias, Demetri —dije con sinceridad—. Es importante para mí.
El italiano me miró por un momento con sus inescrutables ojos y luego asintió.
Un momento después, Seth apareció al lado de nosotros.
—Demetri, mi buen amigo —sonrió como si nada en el mundo le afectara y le dio una palmada a Alcone en la espalda. Para la gran diferencia de edad que tenían, esos dos se llevaban mejor de lo que alguna vez pensaría que sucedería. De hecho, muchos de los favores que Demetri tenía conmigo, eran más por mi hermano que por mí.
—Seth —saludó Alcone, con un asentimiento de cabeza—, ya se me hacía raro no haberte visto.
—Estaba tomándome unas copas con mis tíos, ya sabes. Para no perder el contacto. ¿Sabías que Esme y Carlisle se mudaron a la ciudad?
Demetri alzó una ceja hacia mí.
—No estaba enterado.
—Fue recientemente —expliqué—. No estaban cómodos con su vida en la casa solariega.
Demetri frunció el ceño.
—Qué extraño —comentó al fin—. Tal vez debería ir a hablar con mis viejos amigos.
—Por supuesto. Yo te guío —intervino Seth. Lo tomó por la espalda y lo guio lejos de nosotros, no sin antes darnos un guiño.
Bufé con diversión. Bella parpadeó, anonadada.
—¿Eso que fue? —preguntó por fin.
—Vio que estabas incómoda y te salvó de la situación —aclaré.
—No lo sé. Tengo la impresión de que no le caigo bien a tu hermano —murmuró, casi como si no quisiera que la escuchara.
—Tonterías, tesoro —intercedí—. Mi hermano se lleva bien con todo el mundo. Ya lo conocerás.
Su rostro no se veía muy seguro.
—Si tú lo dices.
Tomé su mano, besando el lugar donde lo había hecho Demetri, porque no me sentaba bien el tacto de otro hombre sobre su piel. El movimiento posesivo me sorprendió, pero con Bella, todo parecía desencadenar los celos (y el fuego) que no sabía que tenía.
—No te preocupes por eso. Ya tendrás oportunidad de conocerlo —prometí—. Ahora, ¿será que pueda tener un baile con mi futura esposa?
Ella sonrió brillantemente.
—Por supuesto. Estaba esperando que lo pidieras.
