Rumorología
.2.
Me bajé del coche, pedí un café en una cafetería que acababa de abrir y mandé un mensaje. No quería llamar directamente, porque no quería molestarlo, pero a menudo se quedaba dormido en el sofá mientras veía algo, y dormía a ratos, por lo que esperaba que no tardase mucho en contestarme.
Así fue, ni se había enfriado mi bebida; Yamato se puso un abrigo y unas deportivas y bajó con la ropa con la que dormía.
Desde que había roto con Sora, o quizá Sora con él, me hablaba prácticamente todos los días y alguna vez decía que me apreciaba mucho. Y a mí me gustaba que me hablase, que por fin lo hiciera, tras tanto tiempo de conocernos. No sé por qué. Me parecía algo especial.
Yo veía muy triste al Yamato. Más que nunca. Algunas veces, llegué a temer que estuviera pensando en suicidarse, porque decía que sin Sora no tenía ilusión por nada. Y me daba mucha pena que alguien tan guapo no riera nunca.
Otras veces, las menos, me hablaba de su madre, de su infancia, de que ya casi no mantenía relación con su hermano, que tenían muy poco en común ahora.
Por lo demás, casi nunca sabíamos de qué hablar. Lo que más hacíamos era estar en su casa y ver series. Para mí, era cómodo. Era un descanso. Entraba en su casa, me hacía la cena o pedía algo, me daba de beber, veíamos cualquier cosa, tumbados en el sofá, y a veces follábamos. Yamato tiene un gusto excepcional para elegir ficción.
El resto del tiempo, éramos conocidos, sin más. Yo no le había dicho a Sora que me hablaba con él, y creo que Yamato tampoco quería que nadie lo supiera, porque en el fondo quería volver con ella y yo, como mujer, no era más que un polvo fácil, pero, como amiga de su ex, complicado.
¿Y qué puedo decir? Él era muy conveniente para mí. No me iba a enamorar, porque no estaba enamorado de mí. Me follaba normal, sin ponerle mucho amor, ni esfuerzo, pero era más entretenido que masturbarse y, no sé, en algún punto me dejaba insatisfecha, como vacía, pero era algo que quería experimentar una vez, y otra vez. Y, por lo demás, Yamato estaba a lo suyo, y yo a lo mío, me hablaba por mensajes, me ponía triste, quería consolarlo, quería tener sexo también. Me lo hubiera tirado aunque estuviera contento o sobrio. Me lo hubiera tirado aunque no fuera mi amigo.
Yamato me preguntó qué hacía ahí tan temprano. Le dije que se me ocurrió porque sí.
―No vengas más sin avisar. Por favor.
―¿Por qué? ¿Te molesta que esté aquí? Dijiste que siempre era bienvenida en tu casa.
―Y lo eres, pero prefiero que me avises antes.
―¿Y si simplemente si no quieres verme no me abres y ya está?
No me contestó de inmediato. Se recostó en la silla y me volvió a insistir en que prefería saber con antelación. Parecía más cansado que Sora.
Quedamos callados, pidió una cerveza y una tostada, y otra vez noté que no tenía ganas de vivir.
―Tuviste suerte de que estuviera despierto. Me levanté temprano porque tengo que ir a renovar la baja laboral, te dejo las llaves y te quedas aquí, si quieres.
Quería, y nada más entrar en el piso, quedé en ropa interior y me metí en la cama; se notaba limpia. Su colcha era algo de otro mundo. Yamato era el deprimido más cuidadoso con el hogar que jamás conocí. Quizá le hacía sentirse mejor.
El piso era herencia del padre, estaba cerca de un parque, en un barrio tranquilo. En su día, Sora había rehusado a mudarse con él. Aunque prefería no pensar en Sora cuando estaba ahí.
A menudo hablábamos de ella, por mensajes, pero en ese piso nos salía automático evitar nombrarla, a ambos. Claro que eso no la hacía menos presente.
Seguía despierta cuando escuché que Yamato había vuelto. Busqué una posición que me favoreciese y me hice la dormida. Él se acostó a mi lado, sin tocarme, sobre la colcha. Tras suspirar varias veces, como intentando calmarse, me frotó el brazo y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí.
―Bien.
Me dio un beso en la cara y, sin más palabras, apartó la colcha lo suficiente para poder comerme el coño. Abrí las piernas todo lo que pude. No me apetecía gran cosa, pero era mejor que estar en silencio.
Pensé en Sora chupándosela a Yamato y en él lamiéndole los pezones mientras le apretaba los pechos. Pensé en los repasos que Taichi daba a mi cintura. Imaginé que era Koushiro quien me comía, por debajo de mi falda, yo vestida y él de rodillas.
La primera vez que lo hice con Yamato estaba excitadísima: durante meses, acostarme con él era todo lo que pensaba al masturbarme; pero, quitando la satisfacción de cumplir una fantasía que creía imposible, el sexo no había sido lo suficientemente bueno como para mantener mi interés tras la segunda vez.
Tampoco llegaba a ser lo bastante malo como para negarme ni me tenía que esforzar.
Normalmente, Yamato me hacía sexo oral para poder metérmela después. Él rara vez quería recibirlo. Creo que eso lo hacía más con Sora.
Siempre lo hacíamos con poca luz. Toda la casa de Yamato tenía poca luz.
Casi siempre se ponía él encima, sobre mí, y solo quería que fuera al revés si ya se había cansado demasiado. Casi nunca decía nada mientras lo hacíamos. Yo gemía, si se terciaba. Lo que más me gustaba era agarrarme a su espalda, porque tenía el cuerpo perfecto para ello. Tampoco recibía caricias, aunque sí me abrazaba.
Aquella vez, sin embargo, cuando consideró que estaba mojada, apoyó sus manos en mi cadera para darme la vuelta y me folló como no pensé que fuera capaz.
