Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor


CAPÍTULO CATORCE

Chicago

Jueves, 15 de marzo 06:00p.m.

El rugido sordo asaltó los oídos de Bella antes de que ella hubiera entrado en el gimnasio. Ethan tenía un juego esa noche. Las porristas estaban calentando al margen y por un momento Bella envidió sus patadas altas y el rebote juvenil. Ella podía caminar, pero como Edward, jamás volaría. James se había asegurado de eso.

―Hola, señora Swan.

Forzando una sonrisa en sus labios, saludó al grupo de niñas que se agitaban en minifaldas y pompones en su camino hacia las gradas. No era culpa de ellas que tuviera terrible gusto a la hora de elegir los hombres. No era su culpa que su nota a Edward hubiera quedado sin respuesta ese maldito día. Ella deseaba poder culpar a alguien, pero al final, el dedo apuntaba de lleno de nuevo a sí misma.

Se echó hacia atrás, apoyando los codos en la grada por encima de ella y dejó caer la cabeza hacia atrás, tratando de estirar los músculos del cuello contracturado.

Sacudió la cabeza, sintiendo su cabello cepillar contra las gradas. Era difícil creer que habían pasado casi dos semanas desde que había levantado la vista para encontrar a Edward Cullen de pie ante ella. En sólo dos semanas había tenido su corazón del revés, había sentido los primeros brotes de lujuria en su vida, y había celebrado tener en sus brazos al hombre de sus sueños durante unos breves y brillantes momentos.

Sacudió la cabeza nuevamente. Pero él no era el hombre de sus sueños. No era un hombre al que podía respetar. Ella había querido decir cada una de sus palabras de la nota. Incluso había redactado su curriculum vitae y tenía varias ofertas de empleo señaladas con un círculo en los avisos clasificados. Dejar Carrington antes de la graduación sería difícil, pero trabajar tan cerca de Edward Cullen sería peor. Alguna vez, con el tiempo, toleraría la autocompasión. Toleraría la culpa de algunas de sus desgracias. Y comenzaría el ciclo de nuevo.

Ese ciclo nunca debía empezar de nuevo.

―Tengo que darte las gracias, hermosa.

Bella saltó, para diversión del entrenador de Ethan. Un pedazo de hombre, mucho más alto que el resto del mundo. Todo el mundo, menos Edward. Enojada, desterró la idea de su mente mientras luchaba por enderezar su cuerpo.

De un vistazo, encontró los ojos negros bailando con risa contenida.

―No, Sam ―advirtió―. No me tomes el pelo. He tenido un día del infierno. Muy mal día. Una ceja arqueada se extendió de un lado en el rostro de ébano.

―Esta es la primera vez que te he oído usar ese lenguaje, Isab-Bella ―Él dijo su nombre con el acento suave y profundo de Mississippi, aprovechando su nombre en cuatro sílabas.

Ella bajó la cabeza.

―Lo siento. Acabo de... bueno, lo que sea. ―Lo miró para encontrar su expresión calma y paciente. Había sido un buen amigo durante años. Ella había conocido a Sam y a su esposa cuando los tres trabajaron como voluntarios en la escuela primaria local y Bella había sido tan feliz cuando Ethan se convirtió en miembro del equipo de Frank. Era realmente un buen hombre.

―¿Cómo estás?

―Feliz como un perro con pulgas. ―Él sonrió cuando sus labios se torcieron―. Pero no he venido aquí a hablar de mi estado personal. Vine a darte las gracias.

Bella frunció el ceño.

―¿Por qué?

Sam rio bajo, suficiente para que vibrara la brillante madera bajo sus pies.

―Por poner a una leyenda en mi camino, preciosa. ―Él le cogió suavemente la barbilla con dos dedos carnosos y le volvió la mirada hacia el extremo de la cancha―. Va a ser un regalo del cielo. Los chicos están prácticamente babeando charcos en sus zapatos. Los Lakers. Todavía no puedo creerlo.

―Cuando... Uh... ―Bella tartamudeó y se rindió.

―Hoy. Uh. ―Sam inclinó la barbilla hacia arriba para ver sus ojos―. Estás sorprendida. No creías que vendría. Hmm. Y entonces, ¿por qué tuviste un maldito día, Bella?

―Cállate, Sam. ―Pero su sonrisa prácticamente quebraba su rostro―. ¿Él es bueno con los niños?

―Oh, sí. ¿Es bueno conBella? ―Su risa resonó de nuevo al ver su rubor―. No hay necesidad de palabras, cariño. Tu cara lo dijo todo. No lo cansaré en su primer día. Me aseguraré de dejar algo para ti.

―¡Oh, detente! ―Simulando un empujón, envió a Sam por su lado. Luego se volvió y vio a Edward. Durante todo el primer cuarto, los chicos perdieron casi todos los rebotes, ya que se quedaban pasmados ante la visión de un jugador profesional en medio de ellos. Como partido de entrenamiento que era, fue un fracaso, pero Bella dudaba que cualquiera de los muchachos se quejara.

Edward se había quitado la chaqueta de su traje y su corbata y se quedó en sus zapatos de calle, su camisa arremangada hasta justo debajo de los codos. Una línea constante de sudor corría de la frente hacia un lado del rostro y un mechón de cabello negro caía por la frente. El sudor había oscurecido sus axilas empapadas y la parte posterior de su camisa.

Nunca había parecido más desaliñado.

Ella lo quiso con una fiereza que le robó el aliento.

Luego se detuvo con la mano en el hombro de un niño y se volvió. Él captó su mirada con esa sonrisa lenta, que había llegado a amar, iluminando los ojos, y a continuación, curvó su hermosa boca. Y le guiñó un ojo, una sola vez, antes de volver a instruir al niño en el arte del tiro libre.

Y en silencio, sin truenos ni relámpagos, todo cayó en su lugar. Una dulce paz la llenó mientras lo observaba. Esto estaba bien. Esto era para siempre. Sus labios se curvaron. Ella llamaría esa noche a Tanya para pedirle que dejara de maldecir a Edward con cada aliento. Por el momento, acaparó la felicidad absoluta, la alegría pura de saber que había encontrado al único. Al correcto.

―Hora de ir a la cama, Ethan ―dijo Bella desde el sofá a su hijo sentado a sus pies. Cuidándola, pensó Edward.

―Pero, mamá…

―Buenas noches, Ethan ―repitió con firmeza Bella―. Mañana es día de escuela. Ethan se levantó, claramente poco dispuesto a dejar a su madre sola.

―Buenas noches, mamá. ―Vaciló, y luego añadió mucho más bajo―. Buenas noches, Edward.

Bella se levantó de su cómodo asiento situado en el hueco del brazo de Edward para desordenar el pelo rubio de Ethan, en puntas de pie para llegar.

―Buenas noches, Ethan. ―Edward no se movió de su posición en el duro sofá lleno de bultos. No se podía mover. No se movería. Su espalda le dolía como el demonio, pero el dolor no era nada en comparación con el latido de su cuerpo. Si él se ponía de pie ahora, el hijo cortésmente hosco deBella, obtendría una lección de los pájaros y las abejas que nunca olvidaría. Edward dudaba de elevar así su posición en el medidor de confianza Ethan.

Bella estaba mirando a Ethan con expectación. Ella le lanzó una mirada apuntando a Edward. Ethan enrojecido, movió su cuerpo con incomodidad.

―Um... Gracias por venir,Edward.

―No hay problema, Ethan. Debería haber bajado mi lastimoso trasero y hacer algo así hace

mucho tiempo. Debes agradecer a tu mamá por ayudarme a ver la luz.

Ambos intercambiaron miradas, ambas de ojos marron, e igualmente expresivas.

Yonoconfíoenél, gritaba la mirada de Ethan.

Nodiscutasconmigo,jovencito, respondía con firmeza la de Bella.

―Ve, cariño. ―Su orden era suave, pero de alguna manera no admitía discusión―. La tarea, y a la cama.

Vio pasar a Ethan rígidamente a su dormitorio, y cuando la puerta se cerró, sus hombros se hundieron por un momento. Pero se enderezó y volvió a acurrucarse al lado deEdward.

―Bueno ―dijo ella, sonriéndole.

―Bien. ―Él se movió en la esquina del sofá, pero el cambio de posición no trajo alivio. La hora que había pasado viendo la televisión mientras ella se acurrucaba contra él con un suéter azul suave y jeans muy ceñidos, con su sospechoso hijo en espiral en el suelo como un perro guardián a sus pies, había sido una tortura.

―Eso fue maravilloso. ―Sus dedos jugaban con el pelo corto en su sien―. Estuve orgullosa de ti.

―No fue tan difícil como pensé que sería. ―Se tragó la emoción, volvió a combatir la lujuria―.

Le dije a Sam que tenía entrenador hasta el final de la temporada. Yo, eh... ―tragó de nuevo―. Voy a hacer que mi secretaria despeje mi agenda de todas las citas de la tarde.

Bella le acarició el labio inferior.

―Lo haré a primera hora de la mañana.

―Bella, sobre esa nota. ¿Estás segura de que quieres irte?

―¿Quieres que lo haga?

―No. No ―repitió en voz baja cuando ella se estremeció―. No quiero que te vayas.

Bella sintió el alivio recorrerla. Tal vez todo iba a estar bien después de todo.

―Yo no quería irme. ―Ella no se perdió el brillo en los ojos verdes, intensamente enfocados en su rostro―. Simplemente no pensé que pudiera quedarme.

―¿Quieres decir conmigo actuando como un ingrato, autocompasivo pomposo hijo de puta? Sintió la vergüenza calentarle las mejillas.

―Lo siento. Normalmente no hablo así.

―Pero así lo creíste.

―Sí.

―¿Lo crees ahora?

―No.

―Bien. ―Se había acercado más con cada palabra hasta que le cubrió la boca con la suya. Ligeramente al principio, familiarizándose. Luego se alejó, haciéndola suspirar―. Te extrañé.

―¿Es por eso que hiciste lo de esta noche? ―preguntó.

―En parte ―admitió―. Creo que nunca lo habría hecho por mi cuenta. Fue difícil,Bella. Traté de volver atrás, para ver fotografías, para recordar cómo jugaba. No pude.

―Si puedes. ―Sus manos le recorrían el pelo, con lo que atrajo su rostro nuevamente―. Te ayudaré.

―¿Lo prometes?

―Te lo prometo.

Serio, se retiró lo suficiente como para verle los ojos.

―He estado pensando en todo lo que dijiste. Tu lesión, aprender a caminar de nuevo. ¿Qué pasó?

Ahora no, pensó. No lo eches a perder haciéndome pensar en ello ahora. Pero él estaba esperando una respuesta, con el corazón en sus ojos.

―Fue hace mucho tiempo. Nada de eso importa ya.

―Si te pasó a ti, me importa. Nunca hablas de tu pasado. ¿Qué te pasó,Bella? ¿Por qué estabas sola, aprendiendo a caminar de nuevo, sin que a nadie le importase si vivías o morías? Por favor ―rogó en voz baja―. Necesito saber.

―Edward...

―Bella. ―Le rozó los labios con los suyos―. Por favor. Su dulce súplica tironeaba en su corazón.

―Me caí por unas escaleras. Cuando me desperté, estaba en el hospital, parcialmente paralizada. Mi... ―Bella cerró los ojos y buscó desesperadamente las palabras adecuadas. Tenía que decírselo, pero éste no era el momento adecuado. La cercanía era todavía tan nueva, tan frágil. ¿Y si él ya no la quería cuando lo supiera? Sería su derecho. Sólo un loco querría una mujer con ese equipaje. Abrió los ojos, su aliento atrapado por la tierna expresión de atención en su bello rostro. O un hombre enamorado. Era esperar demasiado.

―Mi… ―empujó con suavidad.

―El padre de Ethan no nos quería, Edward. Éramos algo así como una carga para él. ―Todo eso era cierto―. No puedo esperar que entiendas. Tu familia es un gran apoyo. No todo el mundo es tan afortunado como todos ustedes lo son.

―¿Él te abandonó cuando estabas herida? ―Los labios de Edward se afinaron. Podía sentir sus músculos apretar la furia escasamente contenida.

―Algo así. Mejoré, eso es lo importante. ―Llegué lejos, pensó para sí misma―. Vine aquí. Te conocí. ―Ella vio mermar su rabia y la ternura tomar su lugar.

―Me conociste. Eso es lo importante. Bella, no puedo decirte… ―Su voz amenazaba con romperse y se aclaró la garganta―. Me has dado algo muy valioso. Mi amor propio.

Ella negó con la cabeza.

―No, no te di nada. Siempre estuvo ahí, esperando que tú lo reclamaras nuevamente. Solo presioné un poco. Hoy estuve tan contenta de verte ahí. Tan orgullosa.

―Quiero ser el hombre en el que puedas confiar. Su ternura casi le rompió el corazón.

―Yo también lo quiero. Creo que lo eres.

―¿Qué cosa haría que estés segura?

―Yo... ―Él estaba cerca, tan cerca que podía ver el brillo de la luz de la lámpara en el gris de sus ojos. Demasiado cerca para que ella pudiera ocultar los sentimientos que parecían un letrero de neón sobre el pecho. Demasiado cerca para que ocultara el deseo revoloteando en su corazón―. Lo estoy. Necesito... ―te necesito a ti para estar segura.

―¿Qué es lo que necesitas, Bella?

―Necesito que tú... ―Más tarde. Le diré más tarde, pensó, entregándose a la urgencia del deseo enrollado en el interior de su cuerpo―. En este momento necesito que tú me des un beso.

Su propio jadeo fue lo último que escuchó mientras él cumplía su orden, girando su cuerpo hasta que ella estuvo apretada en los cojines del sofá, sin aliento. Las olas rugían en su cabeza, se hacían eco de los latidos de su corazón. Edward tenía una boca voraz que devoraba sin castigar. Fue por turnos dulce y salvaje, empujando, mordiendo, saboreando hasta que ella sólo pudo gemir. Se quedó sin aliento de nuevo cuando su lengua exploró dentro de su boca, rastreando, recorriendo cada hueco, la textura de cada superficie.

Luego, su cuerpo quedó completamente inmóvil cuando una gran mano cubrió su pecho, sintiéndola a través de la suavidad de su jersey.

―Edward. ―Fue medio de protesta, medio de alabanza.

―Eres hermosa ―suspiró, su mano amasando suavemente―. No creo que alguna vez te lo haya dicho.

―No. ―Era una pequeña maravilla que pudiera respirar, mucho menos hablar. Sus caricias habían hinchados sus pechos, poniéndolos tensos. Podía sentir el roce del algodón de su sujetador contra sus pezones, que ya estaban duros. Y haciendo que cualquier gramo de sensación se fuera hacia abajo, por lo que se arqueó de forma instintiva, haciendo que Edward, a su vez, se quedara sin aliento.

―Es cierto. Aquí. ―Acarició la suavidad de su mejilla―. Y tus ojos. Me atraparon desde el primer minuto que te vi mirándome. ―Ella lo miró en trance― ¿Quieres saber qué más?

―preguntó con un dejo de sonrisa, que aumentó a medida que ella se limitaba a asentir―. Tu boca. Hecha para ser besada. ―Él la besó con ternura―. Por mí. He soñado contigo, cada noche. Y el sueño siempre termina de la misma manera. Con tus cabellos esparcidos en mi almohada.

―Edward.

―Shhh. Sólo bésame, Bella.

Sin poder hacer nada, enredada en las tiernas palabras, ella le devolvió el beso. Lento y suntuoso y solo un poco tímidamente, ella exploró su boca, experimentó con la presión y el ángulo hasta encontrar el ajuste correcto. La mano de Edward se deslizó hacia abajo de su jersey hacia el pecho una vez más, y al igual que antes, se hinchó hasta llenar su palma. Se olvidó de la realidad, alejándose en un sueño tan precioso que tenía miedo de despertar, miedo de que realmente fuera un sueño. Nunca en su vida se había sentido tan bien.

―¡Demonios!

Arrancada de la felicidad absoluta, sus ojos se abrieron para encontrar el rostro de Edward contorsionado por el dolor.

―¿Qué?

―Nada ―murmuró.

―Tu espalda ―adivinó Bella―. Siéntate y trata de relajarte.

Puso sus manos firmemente en el centro de su pecho y ejerció la presión que necesitaba para que Edward se pusiera de espalda. Gimió mientras se recostaba hacia atrás, con los ojos cerrados.

―Lo siento, Edward. ―Bella estaba de rodillas a su lado―. No debí haberte desafiado a hacer algo que pudiera lastimar tu espalda.

Edward abrió un ojo, luego en un segundo se apoderó de su redondo trasero con ambas manos y la hizo girar poniéndola sobre él a horcajadas.

―Mi espalda va a estar bien. El resto de mí es lo que se está muriendo aquí. El entendimiento iluminó sus ojos, seguido de cerca por la diversión.

―Eso no se dice.

Él la empujó hacia abajo, tumbándola contra su pecho.

―Yo lo digo.

Se sentía bien. Mejor que bien.

―Tú eres el jefe ―murmuró Bella, jugando como él le había enseñado, mordiendo el labio inferior con cuidado, haciendo que su pelvis se meneara hacia adelante. Sus ojos se cerraron de golpe cuando una nueva ola de sensaciones se extendió por ella, caleidoscopios salpicados de color contra los párpados. La evidencia inconfundible de su excitación le dio un empujón a su centro, y envío un estremecimiento por todo su cuerpo. Sus manos se crisparon en la tela de la camiseta que le había prestado Sam después del partido.

―Oh, Dios.

Su pequeño gemido avivó aun más el fuego de Edward y luchó por algo de control.

―Te deseo, Bella. ―Sus manos le amasan las nalgas, con lo que ella estuvo incluso más en contacto contra su rigidez―. No puedo ocultarlo. ―El cuerpo de Bella se puso rígido y Edward estudió su expresión, una mezcla de asombro y pánico. Las palmas de las manos se aplastaron

contra la parte baja de la espalda y la masajeaban ligeramente―. No quiero ocultarlo. Quiero que lo sepas. ―Sentía los músculos de su espalda comenzar a relajarse y se sorprendió al encontrar que calmarla era tan excitante como besarla―. Te quiero. Quiero estar contigo. ―Su propio corazón se tambaleó cuando ella se hundió en él, la repentina fricción contra su carne era casi insoportable. Él se inclinó para susurrarle al oído―. Quiero estar dentro de ti. Quiero sentir tu placer.

El cuerpo de Bella estaba temblando, envuelto alrededor de él, con los brazos cerrados alrededor de su cuello, la frente apoyada contra la suya.

―Shhh ―susurró―. Déjame mostrarte lo bien que se puede sentir. ―Metió las manos en el borde de su suéter y sus manos se entretuvieron en la curva de su cintura, sintiendo los escalofríos en toda la superficie de su piel. Sus dedos remontaron la cresta de la columna, hacia arriba hasta llegar a la hebilla de su sujetador. Un toque y un tirón y la liberó del confinamiento de algodón. Y un segundo después, la cálida carne fue acunada en sus manos, las duras puntas clavándose en sus palmas.

Su cerebro estaba confuso, separándolo de su repertorio habitual de superlativos.

―Bella ―suspiró. No era poesía florida, pero aun así logró transmitir la maravilla y el deleite en su corazón.

Bella intentó hablar, pero encontró que todo lo que podía extraer de su garganta fue un pequeño gemido. Sus manos eran calientes y duras, tiernas y dulces a la vez. Sus pulgares se burlaban de ella, enviando ráfagas de estática que sentía hasta los dedos del pie. Ella le dio un beso duro, profundo y largo, tomando la iniciativa, deleitándose en su gemido, que fue ahogado en los labios. Cada nervio de su cuerpo estaba sensibilizado, vivo de placer. Ella quería más. Cuando él levantó sus caderas más alto, lo encontró a mitad de camino, presionando con fuerza, sintiendo el latido erótico de su erección contra su propio centro de pulsación.

Irónicamente, fue la sensación en sí misma lo que provocó el retorno de la razón. Ethan estaba en la habitación de al lado, y ella no estaba preparada para explicar una situación comprometida. Pero lo más importante, necesitaba estar segura de que Edward podría aceptar su pasado antes de poder permitir que su relación física avanzara más lejos. Ella se puso rígida, se distanció de él, un poco, pero lo suficiente como para romper el contacto más increíble que había experimentado nunca.

―Detente. Tenemos que detenernos, Edward.

Con un gemido gutural se puso rígido antes de caer de nuevo en el sofá, ampliando la distancia entre sus cuerpos.

―Lo siento. ―El sonido de su dificultosa respiración compitió con el murmullo de la televisión―. No, estoy seguro de que no lo siento. He querido hacer esto desde el primer día que te conocí.

Bella se obligó a rodar fuera de su cálido regazo, sentándose a unos seguros treinta centímetros de él, las rodillas contra el pecho, los brazos sujetando sus rodillas.

―Yo no.

Su cabeza giró, con expresión de dolida incredulidad.

―¿Tú no?

Ella sacudió la cabeza lentamente, todavía atrapada en la telaraña de excitación.

―Yo no podía. No sabía que algo como esto existiera.

Sus ojos brillaron, intensos y posesivos, y ella sintió que su cuerpo se calentaba una vez más.

―¿Por qué no? Has tenido un hijo. ¿Por qué no sabes acerca de... esto?

Bella luchó por una respuesta a su tácito reclamo, que, aunque no expresado, era tan fuerte como la pregunta que él había hecho. Y al final hizo una pregunta propia.

―¿A dónde vamos con esto, Edward?

―¿Esta noche en concreto o en nuestra vida en general? Las comisuras de Bella se curvaron.

―Podía adivinar dónde íbamos esta noche. Puedo ser inexperta, pero no soy del todo ignorante. Tengo un hijo, como tan astutamente señalaste. ―Se puso seria―. Nuestra vida en general. ¿Dónde?

Edward se impulsó a sentarse derecho en el sofá, haciendo una mueca por la opresión en contra de su cremallera que no había comenzado a disminuir. Sintió que lo miraba con recelo, su cuerpo enroscado en una bola de protección. Quería preguntar quién había dañado su espíritu y quitarle esas sombras de los ojos. Pero en lugar de eso, simplemente le dijo la verdad.

―Estoy enamorado de ti. ―Entonces el pánico se apoderó de sus entrañas, al ver las lágrimas en sus ojos incomparables―. ¿Por qué eso te pone triste?

―No me pone triste. ―Ella parpadeó, enviando ríos por su rostro―. Nunca había esperado que fuera tan hermoso cuando por fin lo escuchara por primera vez.

El tirón en su voz le rompió el corazón. Que semejante mujer pudiera ir por la vida sin escuchar esas palabras era incomprensible.

―¿Nunca, Bella? Sus ojos bajaron.

―Nunca.

Él abrió los brazos.

―Ven aquí. ―Y se cerró a su alrededor cuando ella se arrastró de vuelta a su regazo y apoyó la mejilla contra su pecho―. No te preocupes. Ya te acostumbrarás a escucharlo.

―¿Edward?

―¿Hmm?

―Yo también te amo.

La acercó y la abrazó con fuerza hasta que ella jadeó para respirar.

―Tienes razón. Es la cosa más hermosa de escuchar.

Bella se dejó llevar y flotar en la dicha, negándose a estropear el momento pensando en el día en que ella le dijera la verdad.

Asheville

Viernes, 16 de marzo 09:00a.m.

Zafrina puso la taza de café sobre su escritorio en un área cada vez más reducida del desordenado espacio. Sus ojos estaban cansados. Emmett se preguntó cuántas horas de sueño había tenido.

―¿Estado? ―preguntó ella.

Emmett miró a Volturi, quien le hizo un gesto de "después de ti". Después de trabajar en estrecha colaboración con Volturi toda la noche, había determinado que el hombre era a la vez fuerte e infatigable. Emmett deseaba poder serlo también y se tragó un bostezo que seguramente le habría roto la mandíbula.

―Hemos encontrado su camioneta aparcada en una plaza de estacionamiento cerca del aeropuerto de Knoxville. Había cambiado las placas, pero tenemos una identificación positiva del número de identificación del vehículo en el bloque del motor.

―Descuidado de su parte ―murmuró Zafrina. Emmett asintió con la cabeza.

―Él piensa que es inteligente, pero ha cometido algunos errores y así es como vamos a atraparlo. Roger Upton reservó un vuelo desde Knoxville a Chicago en la noche del lunes. El disfraz de Roger es muy elaborado. Tuvo que ponerse una perilla y patillas gruesas y una significativa almohadilla alrededor de su abdomen. Una de las vendedoras lo recuerda porque se acercó al mostrador para comprar su billete. Dijo que la mayoría de la gente compra sus boletos con suficiente antelación para obtener descuentos. ―Él y Volturi habían estado toda la noche haciendo llamadas, y aunque habían rastreado los movimientos de Witherdale no estaban más cerca de encontrar al bastardo. Steven se enderezó en su silla, luchando contra una ola de su propio agotamiento―. La vendedora dijo que se agitó cuando le advirtió que la maleta era demasiado grande para llevarla. Se quejó diciendo que contenía material vital para su negocio y que sería incapaz de hacer su trabajo sin ella. Ella le sugirió que tomara un vuelo sin escalas, que reduciría el número de veces que la maleta se manipularía y lo hizo a pesar de que la tarifa era bastante más cara que la tarifa más baja, que tenía dos conexiones. ―La boca de Emmett se arqueó hacia arriba―. Por supuesto que no le importó. Lo cargó a la tarjeta de crédito de Roger Upton.

Zafrina sopló una sonrisa cansada.

―Emprendedor.

Emmett asintió con la cabeza.

―Compró un billete de primera clase. Zafrina bebió un sorbo de café.

―Emprendedor y fino.

―Alquiló un coche en Chicago ―continuó Volturi―. Al mismo nombre. La vendedora en el mostrador de Avis dijo que coqueteó con ella. Alquiló un Oldsmobile de gran tamaño, bien equipado. Estaba un poco molesto porque no tenían ningún Cadillac.

―Nuestro chico tiene estilo ―dijo Zafrina a la ligera. A continuación, se inclinó para recoger el teléfono que sonaba―. Ross. ―Emmett vio el surco en su frente y sus ojos cerrarse lentamente―. Gracias... No, me pondré en contacto con la madre del muchacho después de que presente la información. El capitán tiene que estar preparado para la prensa cuando esto se sepa... Sí, esté preparado para hacer un rápido análisis cuando llegue la orden de exhumación. ―Con cuidado ella colgó el auricular y refregó la palma de las manos por su rostro.

¿Exhumación? Pensó Emmett, mirando a Volturi, que parecía igualmente desinformado. Este era un tema que ella había guardado para sí misma. Tal vez este hilo era la cuerda que había estado manejando durante los últimos días.

―¿Quién era, Zafrina? ―preguntó Volturi en voz baja.

―El laboratorio. Tuve un mal presentimiento estando de pie en la casa Witherdale la otra noche cuando hicimos la búsqueda.

Volturi se puso rígido.

―Acerca de… ―preguntó, como si realmente no quisiera saber la respuesta. Zafrina dejó escapar un suspiro.

―Acerca de las botas que se encontraban en su porche trasero. Victoria Sutherland dijo que Witherdale había traído las botas a la casa cuando llegó el lunes por la mañana. Hablé con él la noche del domingo después de que yo le había llamado... ―ella se encogió de hombros―, media docena de veces o más. Dijo que había estado ocupado interrogando a un testigo del asesinato del dueño de la tienda en la calle Quinta. Estábamos buscando a Alonzo Jones, el líder de la banda, y Witherdale dijo que sabía dónde se escondía. Al día siguiente, uno de los niños atrapados en la tienda de videos con Jones fue encontrado muerto a golpes en un callejón. Nadie pensó nada al respecto, los niños de las pandillas son abatidos. Eso sucede.

―Hasta que viste las botas ―comentó Emmett. Zafrina asintió con la cabeza.

―Las envíe al laboratorio y encontraron en ellas pelos que provenía de una persona negra.

―Sus hombros se hundieron―. El chico fue enterrado ayer.

Volturi palideció.

―¿Le dio patadas a un niño hasta matarlo para conseguir la información? ―Él negó con la cabeza―. No sé por qué sigo sorprendido, pero lo estoy.

Zafrina cerró los ojos, la boca apretada. Sus puños apretados sobre un montón de papeleo.

―Y ahora tengo que decirle a la madre del niño que su hijo pudo haber sido asesinado por uno de mis hombres ―terminó en un susurro irregular.

―Esto no es culpa tuya, Zafrina. ―El tono de Volturi era bajo y urgente―. No lo sabías. Zafrina sacudió la cabeza.

―Siempre supe que algo no estaba bien. ―Se encogió de hombros en silencio―. Sólo pensé en un buen hombre con viejos prejuicios. ―Ella apretó los dedos en los labios―. ¿Cómo se me pudo haber pasado por alto?

Volturi lanzó una mirada impotente a Emmett, sacudiendo la cabeza. Emmett tomó la mano de Zafrina de su boca y la apretó con fuerza.

―Porque no eres Dios. Ni yo tampoco, ni Volturi, a pesar de que podría pasar por el Arcángel Gabriel en un apuro.

―Oye ―protestó Volturi, sonriendo débilmente.

Emmett le devolvió la sonrisa, y luego se puso serio y apretó la mano de Zafrina.

―Hacemos lo mejor que podemos cada día, Zafrina. Tú lo sabes. ―Él le soltó la mano y se irguió en toda su estatura, su sensación de fatiga se disipaba, la resolución tomaba su lugar―. Lo vamos a atrapar ―prometió―. Él va a cometer un error. Y lo vamos a derrotar.

Chicago

Viernes, 16 de marzo 12:00 horas

Tanya cruzó los brazos sobre el pecho.

―Hay que contarle la verdad, Bella, antes de que todo esto con Edward vaya más allá.

Bella pateó un puñado de hierba húmeda en el borde del estanque de los patos. La felicidad que había sentido en sus brazos la noche anterior se había debilitado en algún momento entre su beso de buenas noches en la puerta delantera y la noche de insomnio que había pasado sola, imaginando lo peor. Dando vueltas en la cama, ensayaba el discurso que iba a recitar cuando le dijera la verdad, y cada vez podía ver su rostro contraído por la ira, pálido de repulsión. La fatiga y la preocupación hicieron su voz áspera.

―Dime algo que ya no sepa.

―Lo siento. ―Tanya apretó el brazo de Bella a través de su abrigo―. ¿Cómo puedo ayudarte?

―¿Actuando de Cyrano?

―Bella. ―Tanya movió la cabeza―. Si él te ama y tú lo amas, decirle la verdad, no cambiará nada. Bueno, no lo hará ―añadió cuando Bella volteó su mirada sarcástica.

―Ya lo sé. ―Bella se inclinó para acariciar los pétalos de un valiente narciso, deseando que fuera ella misma―. Simplemente no tengo palabras. No tengo idea de por dónde empezar.

―Bella, dejar de sentir lástima por ti misma, siéntate uno de estos días y habla con él.

La ironía en la voz de Tanya se hundió en ella y Bella enderezó su columna vertebral.

―Está bien. Lo haré.

―¿Cuándo?

―Mañana.

―Bells. ―El tono de Tanya fue no-me-vengas-con-esa-mierda.

―Está bien, está bien. Lo programaré hoy.

―Buena chica. Ahora que eso está arreglado, cuenta la parte del sueño de tu pelo sobre la almohada para mí otra vez. Me perdí las partes calientes la primera vez.

Bella lanzó un puñetazo al hombro de Tanya.

―Cuidado, Denali.

Tanya se puso sus gafas de sol.

―Yo cumplo con mi papel de madre confesora y Abby Querida y sin embargo me niegas el placer de mi curiosidad lasciva. Eso es gratitud para ti. ―Suspiró, su voz repentinamente cansada―. Tengo que volver a la Casa. Hazlo hoy mismo, Bells.

―Tan pronto como entre de nuevo en la oficina. Hey, ¿Tanya?

―¿Qué pasa ahora?

―¿Estás bien? No me gustó el sonido de ese suspiro. Tanya se encogió de hombros.

―Estaré bien. Acabo de tener otra mujer que huyó ayer. Ella llegó al refugio el miércoles y se ha ido ya.

Bella negó con la cabeza.

―Odio cuando corren a sus maridos. ―Abandonó su diatriba habitual al ver el hundimiento de los hombros de Tanya―. ¿Cuál es su nombre, cariño?

Tanya se frotó la parte posterior de su cuello, como si así pudiera mantener el cansancio a distancia.

―Cherry.

―La recordaré en mis oraciones.

La boca de Tanya sonrió, pero la sonrisa nunca llegó a sus ojos.

―Gracias, cariño. Y Bella, lo de Edward. Hazlo hoy. Bella puso los ojos en blanco.

―Ya dije que sí.

―Sí, sí, sí. Eso y sesenta centavos me consigue una barra de Hershey de la máquina de dulces.

Hasta luego, Bella. Llámame cuando lo hayas hecho.

Bella encontró a Edward en su escritorio, en el teléfono. Él la vio y sonrió.

―Tengo que irme, Sam. ―Él escuchó y sonrió―. Sí, prometo que estaré allí mañana, a las diez en punto. No voy a olvidarlo. Tengo que irme ahora. ―Colgó el teléfono y le hizo señas para que se acercara más.

―Entonces, ¿qué fue todo eso?

Tomó su mano y tiró de ella sobre sus rodillas.

―¡Edward!

Puso una mirada inocente.

―¿Qué?

Ella luchó, pero él la sujetaba firmemente en su regazo.

―Alguien, cualquiera, puede vernos.

―¿Y?

―S-solo que aún trabajo para ti ―farfulló Bella, luchando contra el pánico que comenzó a elevarse en su garganta, cerrándosela. Él abrió los brazos, liberándola.

―Entonces, ve y cierre la puerta.

El corazón deBella se calmó. La dejaría ir. Este era Edward, se recordó Bella. Era un buen hombre. Su buen hombre. El pensamiento envió escalofríos por la espalda. En lugar de levantarse se acurrucó más cerca.

―En un minuto.

Los brazos de Edward se cerraron alrededor de ella.

―Me he estado preguntando dónde estabas.

Frotó la mejilla en su hombro, disfrutando de la simple sensación de estar con él.

―Hablando con Tanya en el estanque de los patos. Mmm ―suspiró―. Hueles tan bien.

―Esa se supone que es mi línea.

Ella sonrió y hurgó un poco más, conteniendo el aliento cuando una de sus manos se deslizó bajo su trasero elevándola más cerca. Su otra mano se instaló cómodamente en su cadera, enjaulándola para él. Pero no se sentía como una jaula en absoluto. ¡Oh, no, para nada!

―Entonces, ¿qué era lo de después con Sam?

Algo era diferente, pensó Edward. Bien diferente. Esta había sido la primera vez que ella lo había abrazado por su propia voluntad. Las barreras que había construido parecían estar cayendo.

―Me pidió que hiciera un taller de habilidades en un barrio de bajos ingresos. Mañana por la mañana.

―Eso es bueno... mmm… ―Terminó su frase en un ronroneo cuando Edward la tomó por la barbilla y capturó sus labios en un beso con que había estado soñando desde que había terminado su beso de buenas noches, la noche anterior. Había permanecido despierto buena parte de la noche, deseándola a ella. La quería en su cama, su cuerpo enredado con el suyo. Claro que él la quiso en su cama desde el primer momento en que había puesto sus ojos en ella. Pero ahora, mucho más. Él la quería en su casa con él. Quería que su sonrisa sea lo primero que viera cuando abría los ojos cada mañana. Quería su fuerza y su ternura. Para siempre. Levantó la cabeza y miró su bello rostro y su corazón se inflamó.

Quería que Bella fuera su esposa.

Bueno, eso fue repentino. O tal vez era sólo que él había encontrado finalmente a la correcta.

―Bella―susurró, y ella abrió los ojos. Ella lo amaba. Ella lo había dicho la noche anterior y ahora lo veía en sus ojos―. Yo…

Nunca terminó la frase, cortada por un grito estridente.

―¡Bella!

Bella saltó, girando de su regazo para ver la puerta. Bree se quedó allí, pálida y temblorosa.

―Tú…

Bella dio tres pasos hacia la muchacha antes de que Bree levantara una mano temblorosa.

―Tú sabías ―susurró con fiereza―. Tú sabías cómo me sentía e hiciste tu movida de todos modos. Te odio.

―Bree, por favor. ―Bella dio otro paso adelante y Bree dio un paso atrás.

―Confiaba en ti. Creía que eras diferente. ―Negó con la cabeza, la boca muy torcida en una mueca de odio―. ¿Pensaste que era gracioso, Bella ? ¿Lindo? ¿Pensaste que estaba un poco

enamorada de mi maestro de escuela? No eres mejor que cualquiera de las otras. Una puta barata que vende su alma al primero que llega.

Bella sólo la miró, sacudiendo la cabeza, sin decir nada en su propia defensa. Edward se levantó y Bree volvió su mirada furiosa hacia él.

―Tú. Estabas interesado en mí. ¡Me mirabas como si me quisieras!

―No, Bree.

―No me digas "No, Bree". Porque es cierto. ―Bree se dio la vuelta hacia Bella y le dio una bofetada tan fuerte que Bella tropezó y cayó al suelo.

Edward estuvo al lado de Bella en dos zancadas, lo que le produjo una mueca de dolor. Cayó sobre una rodilla y tiró de Bella desde el suelo hasta una posición de rodillas. Levantó los ojos para ver Bree mirando a Bella con horror, con la mano todavía levantada como si estuviera congelada en esa posición.

―Es suficiente, Bree ―dijo Edward en voz baja―. El lunes me voy a presentar ante el Decano. El uso de la violencia en este campus no se permite, en ninguna situación. Por cualquier motivo. ―Su mano bajó lentamente y Bree salió de la habitación sin decir palabra.

Edward levantó la barbilla deBella , sorprendido al ver sus ojos cargados de lágrimas.

―Lo siento ―murmuró.

―No hiciste nada.

―Yo siento que te hiciera daño. ¿Dónde fue?

Bella miró hacia arriba y las lágrimas rodaron por sus mejillas.

―No lo sé. Ella no tiene a donde ir, excepto al apartamento de Tanya. Ese es el único hogar que realmente ha tenido.

―¿Quieres ir tras ella? ―preguntó, secándole la cara con sus pulgares. La mano de Bree había dejado una marca roja en la mejilla de Bella. Reprimió la ira que sintió al verla. Bree significaba mucho para Bella, así que él iba a tratar de entender la reacción de la chica por el bien deBella , pero no podía permitir que ella o cualquier otro miembro del personal salieran impunes.

―No, ella no quiere hablar conmigo ahora. Irá con Tanya. Tengo que llamar a Tanya y advertirle.

―Entonces, ve. En un minuto. En primer lugar... ―Él la cogió y la empujó a sus brazos. Ella fue de buen grado, pensó con alivio. Había tenido miedo de que ella sintiera algún tipo de culpa por las airadas recriminaciones de Bree. La contuvo, frotando suavemente su espalda hasta que ella se estremeció con un suspiro.

―Me tengo que ir ahora. ―Levantó el rostro y capturó a Max alrededor del cuello en el mismo movimiento. Tiró la cabeza hacia abajo y le tocó los labios. Fue el primer beso que ella había iniciado. Él era muy consciente de eso, aun cuando Caroline no lo era.

―¿Qué haces esta noche?

Frotó los labios a través de ella, amaba la manera en que sentía. Tan perfecto.

―Tenía la esperanza de que fueras a cenar conmigo. Podríamos salir justo después de mi última clase.

Ella negó con la cabeza, sin romper el contacto.

―Lo siento, tengo que ir a casa y asegurarme de que Ethan está listo para su viaje de campamento. Ven a mi casa y haré la cena ―susurró contra sus labios.

―Ven a mi casa. Mi cocina es más grande. ―Mi cama es más grande, pensó, aun sabiendo que la intimidad no estaba en las cartas para esa noche. No con su guardaespaldas en ciernes. Ethan todavía no confiaba en él, pero ya llegaríamos allí. Ethan tendría que hacerlo, pensó Edward. De lo contrario los próximos cincuenta años de su vida serían insoportables, porque Edward tenía toda la intención de casarse con la madre del chico, a cualquier costo.

―Está bien. Estaré allí a las ocho. Le besó la comisura de la boca.

―Iré a recogerte a las seis y media.

Ella se echó hacia atrás y le dirigió una sonrisa incierta.

―Está bien. Ven hambriento.

―Lo estaré. ―Él esperó hasta que oyó cerrarse la puerta de la oficina exterior―. Lo estoy.

Asheville

Viernes, 16 de marzo02:30p.m.

Emmett atrapó el teléfono entre la oreja y el hombro para escribir una línea al final de su resumen diario por e-mail a Stefan Farrell, mientras escuchaba a su hijo menor hacer referencia a una angustiosa historia típica de primer grado. Pulsó enviar, y a continuación, se recostó en la silla plegable en su sauna para disfrutar más plenamente de la historia.

―Entonces, ¿qué pasó? ―preguntó Emmett. Él había extrañado a sus muchachos, pensó, feliz de salir para su casa por el fin de semana en tan sólo unas horas. Su segundo hijo, Matt, tenía un recital de piano el día siguiente, Emmett había prometido no faltar.

―Entonces Jimmy Heacon vomitó todo sobre Ashley Beardsley.

Emmett tuvo que sonreír ante la alegría evidente en la voz de su bebé.

―Bueno, no es que a menudo suceda algo emocionante en el patio. Creo que Jimmy Heacon no se atreverá a comer gusanos vivos nuevamente en un futuro próximo.

Nicky se rió entre dientes.

―Supongo que no. ―Una pausa, y luego con mayor sobriedad―. Papi, ¿cuánto tiempo el oficial Jacobs tiene que llevarme a la escuela?

El miedo apuñaló su corazón nuevamente, al igual que cada vez que Emmett pensaba en Witherdale poniendo sus manos sobre su bebé. Que era unas diez veces por hora. Pero Gary Jacobs era un buen hombre, un oficial al que confiaría su propia vida. Y lo más importante, la de su hijo. Era la única cosa que le impedía correr de nuevo a Raleigh para ocultar a sus hijos en un bunker improvisado.

―Hasta que se capture el hombre que te habló ese día, querido. ¿Por qué? ¿No te gusta el Oficial Jacobs?

―Sí, supongo que sí. ―La voz de Alec tenía una nota melancólica―. Sólo deseo que estés en casa, papi.

Emmett se frotó las sienes, sintiendo que su permanente dolor de cabeza se hacía más profundo. Su mano plana cubría los ojos de la luz brillante en la sala de conferencias.

―Me gustaría estar en casa, también, cariño. Nos vemos esta noche. ―Vio a Zafrina través de sus dedos, de pie en la puerta haciendo un gesto para que cuelgue―. Hey, Alec, te llamo después,

¿de acuerdo?

―Está bien, papi. Te quiero.

―Yo también te quiero, Alec. ―Colgó y Zafrina entró, con un pedazo de papel en la mano.

―Mi bebé ―explicó Emmett, señalando el teléfono―. ¿Qué pasa?

Se acercó, con una nueva luz en sus ojos, y puso una hoja de papel sobre la mesa delante de él.

―Nuevos registros acaban de llegar por fax para ti. Witherdale llamo a un número de Charlotte, después de colgar con Biers ayer.

Emmett se enderezó en su silla y acercó la lista de llamadas del teléfono de Witherdale.

―¿El hacker que Volturi pensó que estaba tratando de contactar? ―preguntó, la emoción calentando su voz.

―Esperemos que sí. ―Ella sacó una silla y se sentó lo suficientemente cerca como para señalar el número de teléfono en cuestión―. El teléfono móvil pertenece aSeth Clearwater. Es un estudiante de primer año en la Universidad de Charlotte. Vive con sus padres.

Emmett sintió un temblor de emoción en el estómago mientras examinaba el resto de las llamadas, sus ojos quedaron pegados a la página.

―Llamaré al Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg y conseguiré una orden de allanamiento. ―Miró hacia arriba y acompañó la sonrisa de Zafrina con una de las suyas, sintiéndose triunfante por primera vez en días―. Y luego iré a Charlotte. Esto es, Zafrina. Puedo sentirlo. Vamos a atraparlo.


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