Entre las sombras tenebrosas que habitan el bosque que colinda con el famoso campamento de la Capital del Norte, Crystal Lake, la soledad se cierne sobre las hojas cubiertas de rocío de dicho lugar frondoso, ya olvidado... por todos.

Fueron tantos los asesinatos; tanto el horror; el escándalo circundando que nadie volvió; ni un alma. El hedor... que ya no desprendía más olor, se quedó para siempre en las almas rotas; en el miedo y los corazones permanentemente heridos.

El bosque estaba limpio; ya no olía a muerto, pero el asesino continuaba ahí. Era su hogar; el único, porque los lugares oscuros son construidos para las almas en pena; errantes; para aquellos que no se encuentran en este mundo.

Y en medio de la soledad marchita, y la tranquilidad que provee el bosque, la leyenda se hallaba contemplando una florecilla blanca en la palma de su mano; la acariciaba como si fuera lo más puro, lo más preciado y precioso de este mundo, y tal vez tenía razón, porque las florecillas no gritaban; no fornicaban a la mitad del bosque; no arrojaban basura y no se burlaban de él; no lo apuntaban con el dedo; sencillamente se dejaban querer, y morían en sus manos tras ser arrancadas de la tierra. Esa pasividad, ese control... y la belleza que despedía toda esa imagen, ciertamente sucia y a la vez alba, lo excitaba. Y muy en el fondo deseaba conocer a alguien igual; a la florecilla encarnada... vestida de blanco; sumisa y lista para morir en sus garras.

...

—¿Has visto ese vídeo? —le preguntó Marron después de las risillas locas, molestas de la juventud a la amiga también rubia, Fayra.

—¿Cuál vídeo? —cuestionó la muchacha hermosa, igual que la amiga preguntona, mientras comía palomitas de maíz caramelizadas.

—¡¿En serio no lo sabes?! —la adolescente, casi ofendida por el desconocimiento de la otra rubia, golpeó su pierna con el cojín que hacía un momento mantenía recostado junto a su vientre—. ¡Es el vídeo del que todos están hablando en la escuela! El de la chica que sale de un pozo. Si lo ves, al instante recibes una llamada, y te dice que morirás en siete días.

Fayra rio; en serio que le parecía una tontería... Disfrutando de sus palomitas, y ya echada boca-abajo en la cama, con una sonrisa burlona, le preguntó a la amiga: —¿Y tú te crees eso?

Marron, algo cabreada por el escepticismo cínico de su mejor amiga, dejó caer las manos sobre el cojín. —¿Y qué hay de los desaparecidos? ¿No te parece curioso que quienes lo vieron ya no asistan a la escuela?

—Y no me digas... —dijo Fayra aún sonriente y balanceando las piernas juntas— desaparecieron una vez que lo vieron; qué conveniente —añadió todavía con mofa.

—Desaparecieron siete días después... —le confesó Marron seria y con apuro para acallar sus burlas.

Fayra tomó asiento en la cama, ya más seria. —Sinceramente no me creo nada de eso... pero me parece muy interesante; sí lo vería para entretenerme.

Marron sonrió de oreja a oreja y aplaudió chocando las palmas contra las piernas descubiertas. —¡Yo lo tengo!

—¡¿Qué?! —preguntó Fayra emocionada y pegó un saltito en la cama—. ¡¿Cómo es que lo tienes?!

—Tengo mis formas de conseguir las cosas —presumió Marron con la mano en el pecho.

La rubia presumida se alzó en un dos por tres, eufórica. —¡Vamos a verlo!

Fayra se levantó de un salto. —Deja llevo las palomitas.

La otra rubia tomó el recipiente de plástico, y sin esperar, fue tras la amiga.

Marron ya había colocado el VHS en el antiguo reproductor. Estaba sentada en la alfombra frente al televisor, de espaldas a la otra rubia. —Qué formato tan viejo —dijo Fayra llevándose otra palomita a la boca.

—Sí, es muy antiguo —mencionó Marron a la vez que terminaba de poner el vídeo. Ya listo, se puso de pie, y sin ver a la amiga, comenzó a alejarse, dirigiéndose a la cocina.

Fayra frunció el entrecejo al notarla tan extraña. —¿Por qué te vas?

Marron se regresó, y como rendida, levantó los brazos. —Así tiene que ser... tienes que mirarlo sola, si no... no funciona —dicho esto, se retiró por fin a la cocina.

Vaya... —dijo Fayra con las cejas alzadas, decepcionada.

La rubia de aspecto dulce imitó la acción reciente de su amiga, y se sentó en la alfombra. Comiendo palomitas, fijó la mirada en la pantalla, y ni siquiera parpadeó.

Un sonido como de unas ondas convulsas envolvió a sus oídos junto con la llegada de las imágenes chocantes; primero un lugar abandonado, como un recinto grisáceo y una puerta de madera, cerrada; la atención del foco estaba en ella, como si de pronto fuese a salir algo. De inmediato se pasó a la otra toma: un bosque con un pozo resaltando en su centro un tanto vacío de árboles. Una mano asomó, y a continuación el cuerpo entero emergió. La chica, de largo cabello negro ocultando su rostro y vestido blanco se aproximaba a ella a través de la lejanía que suponía la pantalla. Fayra se atragantó con las palomitas, entonces el teléfono sonó y la televisión se apagó. La muchacha rubia tosió para regresar el contenido que se encontraba obstruyendo su garganta; ya liberada, respondió el teléfono. —B-bueno... —dijo temblando en el cuerpo y en la voz a causa del ahogamiento.

—Siete días —le dijo la voz mujeril que sonaba melódica pero atrapada en el más allá.

Del terror, el teléfono cayó de sus manos.

Marron reapareció riendo histérica, y entre la risa lúgubre, liberadora, confesó: —¡Me he salvado! T-tenías que verlo, Fayra... solo me quedaba este día —decía respirando a medias—. Ahora la maldición ha pasado a ti. Pero no te preocupes... y-ya tengo el reemplazo perfecto —y los ojos locos espantaban tanto a la jovencita escucha como la confesión—: haremos que ese tonto de Goten lo vea... y entonces la maldición morirá con él; te salvarás.

Fayra, llorosa y asqueada, retrocedió. —¡¿Qué demonios has hecho?! ¡Me hiciste verlo...!

Y el reclamo fue detenido por la televisión encendiéndose de nuevo y las ondas torturando al cerebro y al pecho. Los ojos de espanto de la señorita traicionera se agrandaron, y la respiración se volvió agitada. Del pozo salió la chica de blanco otra vez, y ahora traspasó la ventana entre nuestro mundo y la oscuridad perenne.

Con sus pasos firmes pero ondulantes fue hasta la rubia que no paraba de gritar, y de frente, observándola con el único ojo expuesto, de repente el cabello negro se vio alzado y el rostro se destruyó para mostrar el del horror. El corazón de Marron se detuvo y los gritos de Fayra no cesaron.

...

El fantasma arrastraba los cuerpos por el verde obscuro del bosque hasta su guarida: el pozo... al que estaba condenado. Su hogar podrido entre aguas tristes, incomprensibles. Pese a la muerte, la figura era hermosa; absolutamente sensual. El vestido blanco ceñía la figura perfecta, curvilínea del espíritu femenino, que alguna vez fue una muchacha. El cabello demasiado largo, negro, brillante ahora que la ira ya había pasado, tocaba el pasto y caía con una gracia mujeril por la espalda. Los pechos, muy grandes, rebotaban mientras llevaba a cabo su labor, que era meter los cuerpos al pozo, para que la acompañaran en su soledad.

La chaqueta rosa cortando el pasto a su paso llamó al asesino, y aunque la mujer cargaba a los muertos, eso no lo amedrentó, y aprisa caminó hacia la figura blanca con el machete alzado.

Lo blanco le recordó a la florecilla; entonces la idea de acabar con ella a la clásica se volvió muy aburrido. Las ganas de estrangularla se apoderaron de él; se vislumbró en los dedos cerrándose.

De espaldas la tomó del cuello y comenzó a apretar. El fantasma, sorprendido, abrió los ojos. La furia no tardó en consumirle, y con un simple movimiento de su brazo apartó los dos de aquel que se había atrevido a molestarla. —¡Yo ya estoy muerta, idiota!

—¿Ah? —preguntó el asesino desconcertado detrás de la máscara de hockey.

En la revuelta no se habían dado cuenta de que las manos pringadas de negro estaban sobre los pechos grandes y esponjosos. El fantasma bajó la mirada y de inmediato se sonrojó, y ofendida echó un grito ahogado. —¡¿Q-qué estás haciendo?!

—¡¿Ah?! —volvió a preguntar el asesino, con un rubor que incluso traspasaba la máscara—. L-lo siento —le dijo, mas las manos no se movían del lugar.

El fantasma miraba las manos con odio; esto hizo reaccionar al asesino y finalmente las apartó.

La naturaleza estaba boquiabierta por lo que miraba; nunca antes la amenaza del bosque se había disculpado, pero esta vez salió solo; natural. El Lo siento salió suave, como humano.

—Yo... nunca te había visto —le dijo el asesino de la máscara al bello fantasma.

Ella, enojada, se agachó para agarrar el cuerpo de una jovencita rubia y echarlo al pozo como si no tuviera ningún valor. —Claro que no —dijo de mala gana—. No había salido en años, pero últimamente esos niños no paran de ver el vídeo —el precioso espectro se levantó el vestido para abrir las piernas y sentarse un instante en la orilla del pozo, para así entrar a él. Ya dentro, se sujetaba de la orilla y solo asomaba la cabeza; los ojos eran tristes—. ¡Creen que esto es una burla! —contaba llorando, y eso removió el interior del asesino, quien rápidamente cambió su pose, como si se acercara uno de esos muchachos a los que tanto aborrecía.

—¡¿Qué niños?! ¡Dime quiénes son y los partiré! —dijo sosteniendo su machete y apuntando con él a la nada del bosque.

—Así que eres tú el que hacía tanto ruido... —le dijo el fantasma con desprecio.

El asesino volteó a verla.

—Con razón no podía dormir; los escuchaba en sueños —prosiguió el fantasma como haciendo puchero.

—¿Ah? —el asesino, avergonzado, se rascó la nuca—. Lo siento... es que gritan mucho.

—¿Y por qué matas gente?

—Porque soy horrible. Cuando era niño... me señalaban con el dedo y se burlaban de mí; me humillaban, así que mi madre me dijo Trunks, toma el machete y haz pagar a los niños sucios del campamento.

El fantasma alzó una ceja, escéptico. —¿De verdad eres tan feo? Muéstrame tu rostro.

—N-no... —pronunció Trunks apenado— podría... asustarte.

—¿Te lo parece? —le preguntó la chica irónica.

El asesino no dijo más y se quitó la máscara. Los ojos de la joven fantasma por poco la abandonaban, y pronto echó la carcajada. Se reía sin parar, flotando sobre el agua y tocándose el vientre. —¡¿A eso le dices feo?! —y continuaba riendo—. Debiste haberte confundido... probablemente esos niños te apuntaban porque eres hermoso o porque te tenían envidia.

Reflexionando lo dicho, el fantasma se tapó cuanto antes la boca; un rubor precioso dibujó sus pálidas mejillas y la hizo ver más hermosa de lo que ya era.

—L-l-lo siento... quiero decir...

Trunks, sonrojado y en un estado de extrema dicha, arrojó el machete y se quedó con los brazos arriba, como un mono. —¡¿De verdad crees que soy hermoso?!

El fantasma ladeó el rostro y se ocultó tras sus cabellos negros. —S-sí —señaló apenada.

Trunks corrió a verse en el lago. Sin duda el fantasma de la señorita tenía razón: era bastante normal... y quizá hasta lindo.

Con esta revelación, regresó al pozo, donde lo esperaba la chica bonita sujeta de los bordes.

—Ya descubriste que no tienes motivos para matar; en cambio yo... —dijo mirando a otro lado.

—¿Tú por qué lo haces?

—Mi madre me asesinó. Es algo que no quiero recordar...

Trunks suspiró con aflicción; recordaba a su madre y lo buena que había sido con él. Simplemente le costaba asumir que existieran madres así... que mataran a sus hijas hermosas; hermosas como el fantasma del pozo, enigmático...

—Perdón —dijo él cabizbajo—. ¿Y vives allí abajo... sola?

La chica solo asintió.

—Yo también estoy solo... —le dijo como una invitación—. ¿No te gustaría quedarte... a hacerme compañía?

—No, tengo que irme —dijo ella con tristeza.

—No te vayas, por favor —le rogó Trunks con ganas.

—¿Y por qué no vienes tú aquí adentro?

—M-me da miedo el agua.

—¡¿Qué?! ¡¿Me dices que nunca te has bañado?!

Trunks volvió a rascarse la nuca y rio. —Algo así...

—¡Qué asco! —le dijo el fantasma con el ceño fruncido.

—¿Y cómo te llamas?

—Mai —confesó ella.

—Tienes un hermoso nombre —le dijo el joven asesino mirándola a los ojos.

Mai, sintiendo su soledad, y abochornada, metió nuevamente el cuerpo al agua. —Solo deja que ponga estos cuerpos donde van. Vuelvo enseguida —avisó mirando a su costado por la timidez.

—Te espero —le dijo Trunks contento.

...

Las llamas y sus truenos al suspenderse o al descender fascinaron a Mai. No recordaba el haber estado sentada frente a una fogata... de una forma tan familiar; tan caliente.

Los jóvenes estaban sentados en troncos. Como el campamento estaba abandonada, Trunks disponía todo de él, y había llevado a Mai a la parte más linda y cómoda del mismo.

Los muchachos comían bombones asados y hamburguesas. Mai casi lloraba con cada mordida; ¡sabía tan bien!, suspiraba la joven en sus adentros. Trunks había conseguido la comida asesinando a los comensales de un restaurante cercano.

—Trajiste muchas hamburguesas... eso me da alegría —le dijo la joven sonriente, y su sonrisa alimentó al asesino, quien también la acompañó con una.

—Sí. Había muchas cosas deliciosas en ese lugar... y las traje todas. Es que estás tú aquí y quería que te sintieras cómoda —dijo al tiempo que metía un bombón al fuego.

Mai se sonrojó. —Gracias. Nunca me habían tratado tan bien...

—Si te quedas conmigo... siempre te daré comida y siempre te trataré bien —le dijo el joven mirándola a los ojos; le era muy difícil no mantener el contacto; estaba sumido en ella. Ahora solo faltaba que se convirtiera en su florecilla.

—Tal vez me quede —dijo con la mirada puesta en el fuego.

—¿Tal vez? ¿Y si te hago quedarte?

Mai volteó.

Trunks abrió la mano y en el centro se encontraba una florecilla blanca, a punto de marchitarse por completo. —Esta eres tú... solo que ya estás sin vida —Trunks acariciaba la florecilla—. Así cuidaré de ti. Siempre estarás en mi mano... y jamás te dejaré caer.

El cuerpo de Mai se agitó con la revelación de amor. Para ella... era demasiado... aunque para el mundo entero esa hubiese sido una confesión aterradora. El fantasma se sintió amado en la oscuridad.

—¿Me dejas cuidarte, Mai?

Los cuerpos estaban muy cerca; hombro con hombro. En el calor del fuego la mirada asomó a los pechos gigantescos, que se moría por tocar otra vez; por ver, toquetear y chupar. De golpe le bajó el vestido de esta área y los pechos rebotaron. Mai solo abrió la boca de la impresión. Trunks la acostó junto al fuego y se echó sobre ella. —Déjame quererte... mi florecilla —le dijo acariciando con el dorso de los dedos la mejilla, que a pesar de la muerte, se sentía más que suave.

Bruscamente le dio la vuelta a su bello cuerpo y le alzó el vestido para verle las nalgas, que eran tal como se las imaginó: perfectas, voluptuosas y pálidas como el resto de la piel, aunque estas desprendían un brillo especial y más erótico. Trunks las apretó, las abrió y las golpeó con la mano abierta, siempre con moderación.

Ya satisfecho, la colocó de nuevo hacia arriba y le hizo el amor, justo como se esperaba, entrando en ella con dulzura; poseyéndola, impregnándose de ella.

El pene, quizá sumamente ancho, entraba y salía en medio de una locura que lo envolvía más a él como la bestia bruta que era, y Mai, que mataba por medio de la oscuridad que manchaba a su alma pura, absorbía hasta casi devorarlo y dejarlo sin espíritu.

Las ánimas lóbregas del bosque se consumaron al lado del fuego, y por siempre estarían juntas... destruyendo y amando.

...

—¡¿Estás loca?! No vayas ahí; es muy peligroso —le advertía Rulah a Pan.

—¿Qué con ese lugar?

—¡¿No lo sabes?! Ahí dentro viven el fantasma del pozo y el asesino de la máscara de hockey. Si no te mata uno, te asesina el otro.

Pan rio. —No creo en esas cosas.

—Deberías —dijo el asesino tras ellas. Las colegialas gritaron y rápido se echaron a correr, pero su carrera se vio frenada por el espíritu siempre hambriento del pozo, que sus almas consumió.

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