Capítulo 42
Había pasado un largo rato, en el cual todo permaneció silencioso en el dormitorio de Sally tras el regreso de la mujer del lavabo.
La pareja seguía desnuda en la cama a pesar del tiempo trascurrido, pero aquella vez ninguno se sintió incómodo o fuera de lugar.
Rust fumaba parsimoniosamente, terminando el cigarro que Sally había declinado, pasando a abrazarse al pecho del rubio mientras recorría con sus dedos el esquemático tatuaje de su pectoral.
-¿Qué se supone que es esto? Parecen runas.
-Lo son; nórdicas.
-No pareces del tipo de persona a la que le gustan los tatuajes. -Susurró, alzando la vista hacia el rostro del hombre, quien aplastó la colilla contra el cenicero de la mesilla, a la par que contestaba.
-Bueno, no tengo problemas con los tatuajes. Pero en realidad me los hice por el trabajo en mi época en narcóticos, porque la gente con la que me infiltraba solía tatuarse, sobre todo con cosas supremacistas blancas y mierdas así; las runas son usadas por ellos con esa simbología.
-¿Ahí fue cuando te hicieron esto? -Preguntó al acariciar la cicatriz de su costado.
-Sí. Un par de tiros con un cartel de Houston. Fue una época muy loca, justo después de que Sofía muriera. De aquí para allá metido en la mierda más grande que hubiera, y, por su puesto, poniéndome de todo… era eso o ir a prisión después de haberme cargado a un drogata que inyectaba éxtasis a su hija pequeña. Me pasé así años hasta llegar a homicidios.
-¿Fue tu peor época?
-Sí, y duró mucho tiempo. Después del shock inicial yo… no podía pensar, no quería, así que me tiré de cabeza a todo aquello, sin importar las consecuencias; de hecho, cuanto más peligroso fuera lo que pudiera ocurrir, mejor. ¿Qué hay de ti? ¿Cuándo fue lo peor?
-Pues unos meses después de que todo ocurriera. Vinieron las peleas con mi madre, su repudio, las drogas a todas horas y esa mierda… Si te soy sincera, apenas recuerdo nada de esa época, y doy gracias por ello.
-¿Ya sabes qué vas a hacer con la casa de Shreveport? -Cambió de tema el hombre tras un breve silencio.
-Voy a venderla finalmente. No quiero nada de ese pasado; pero hasta entonces, tendré que ir por allí para arreglarlo todo hasta deshacerme de ella.
-¿Quieres que vaya contigo? -Preguntó él tras un breve silencio, haciendo que ella pensara un instante antes de responder.
-Gracias, pero creo que esta vez tengo que hacerlo sola, ¿sabes? Siento que tengo que enfrentarme a todo esto de forma consciente para poder pasar página. Iré el lunes, en la próxima libranza.
-Vale.
El ambiente volvió a sumirse en el silencio mientras Sally contemplaba de reojo al hombre. Cuando la morena habló de nuevo tras deshacer la postura, Rust fijó sus ojos en ella.
-Lo que sí te pediría es que te quedases conmigo esta noche, por favor.
Después de mantener aquella profunda mirada de ojos azules, la camarera no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sonrisa cuando el rubio accedió.
Automáticamente después de escuchar su escueta respuesta, Sally se acercó de nuevo para besarle con cariño, profundizando el beso cuando sintió que él la abrazaba, atrayéndola más contra su cuerpo.
Sally suspiró sonoramente, rompiendo el silencio del antiguo dormitorio de su madre, tras acabar de empaquetar otra caja más con la ropa de la mujer.
Aquel era el segundo día que pasaba en su antiguo hogar, teniendo que volver a Baton Rouge en unas horas que le parecían aún estar a años luz. No obstante, la mujer pensó que ya quedaba muy poco para terminar de recogerlo todo, con lo que se animó a ser capaz de aguantar lo que quedaba por delante, a pesar de que aquello era lo más difícil.
Sin darle más vueltas se dirigió a la salida del dormitorio, enfilando el corto pasillo hasta plantarse frente a la puerta de la antigua habitación de Jessica, abriendo con manos temblorosas.
Casi conteniendo el aliento, y tratando de no recordar las sensaciones sentidas la primera vez que entró antes del funeral, se encaminó al interior decidida a no pensar, enfocándose solo en recoger las cosas.
Como había estado haciendo anteriormente, la camarera comenzó por el armario, sacando las prendas una a una para doblarlas sobre la cama antes de empaquetarlas.
Tras varios y escasos minutos tuvo que parar, sintiendo que aquello era más duro que con las pertenencias de su madre. Aún podía recordar momentos en los cuales su hermana había llevado algunas de esas prendas, y ante la oleada de recuerdos, el dolor empezaba a constreñir su pecho e inundar sus ojos.
Por un momento Sally sintió ganas de alzar la voz y llamar a Rosalie, quien la ayudaba con las cosas del salón y la cocina, pero desechó la idea agitando levemente la cabeza; tenía que hacerlo, era el último esfuerzo y parte de su terapia personal.
Con una nueva respiración profunda volvió a la tarea, terminándola con premura y cerrando las puertas del mueble para dirigirse al escritorio del cuarto, abriendo los cajones con aquella nueva celeridad, empezando a vaciarlos hasta que los nuevos hallazgos la hicieron parar nuevamente.
Entre bisutería y antiguos papeles, encontró varias fotografías que habían pertenecido a Jessica del tiempo en el cual iban al instituto.
Sally las tomó y se sentó en la cama despacio, contemplando con detalle las instantáneas una por una, reconociendo los lugares y a muchas de las personas que salían allí retratadas.
Ante la nueva foto que observó, Sally sintió que quedaba helada en el lugar. Al primer golpe de vista pensó que no se había fijado bien, con lo que se olvidó de los rostros de varios antiguos amigos de Jessica, para calvar los ojos en aquel rostro masculino que se hallaba en una esquina del retrato.
La morena reprimió un grito tapándose la boca con la mano, no pudiendo evitar que su mano soltara la foto al instante y su mirada se tornara vidriosa.
-¡Rosalie! ¡Rosalie! -Gritó cuando su garganta pudo emitir palabras, levantándose de la cama para pegarse contra le pared, contemplando la foto en el suelo, incapaz de moverse un paso más.
-¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué esos gritos? -Preguntó la anciana al llegar al umbral todo lo rápido que pudo, arrugando el ceño al ver la escena.
Sally señaló la fotografía, haciendo que la mujer la tomara del suelo, escuchando las palabras entrecortadas de la camarera cuando pudo volver a hablar.
-El chico de la izquierda del todo, el moreno que está al lado de Jackson, Rosalie; es el asesino, el del retrato robot de la policía. Ahora entiendo que me sonara… era amigo de Jackson… creo que no era de Shreveport
-¿Estás segura, Sally?
-Sí, ahora sí. Oh, Dios, Rosalie…
-Vale, tranquila, cariño… hablaremos con la policía, Sally. Tienes que calmarte, no podías saberlo, mi niña. -Susurró la anciana, dejando la foto sobre la cama para abrazar a la morena, quien no había soportado más la presión, rompiendo a llorar.
Aquellas palabras no parecían reconfortar a la camarera, pero abruptamente dejó de sollozar, separándose de Rosalie para correr fuera del cuarto, escaleras abajo.
-¿Qué pasa, Sally? ¿Dónde vas?
Sin hacer caso a su vecina, la mentada bajó rauda hasta llegar al salón, alcanzando su mochila negra de una silla. Enseguida sacó el teléfono móvil del objeto, buscando un número en internet al que llamó sin pensarlo, ignorando que Rosalie llegaba hasta ella, pidiéndole explicaciones.
Sally pareció tensarse al escuchar la voz al otro lado, y Rosalie la contempló expectante, arrugando el ceño más aún cuando oyó las primeras palabras que intercambiaba con su enigmático interlocutor.
-Hola, buenos días; quería saber qué tengo que hacer para poder ir a visitar a un preso, por favor.
