RECUERDOS

No estoy orgulloso de absolutamente todo lo que he hecho en mi vida. Es más, la mayoría de las cosas que hice en aras de sobrevivir merecerían el premio al Carroñero del Año. Sin embargo, ahora que estoy aquí, en este punto de mi vida, siento que puedo mirar hacia atrás, a esos recuerdos, y no sentir ni dolor ni vergüenza, y mucho menos odio por mí mismo.

No pienso enorgullecerme tampoco, ni pienso hacerlo.

Pero sí pretendo centrarme más en aquello que me hace feliz que en lo que me hiere.

Por esa razón, cuando acudan a mi memoria los momentos en los que fui despreciado por todos los humanos a mi alrededor, excepto mi madre, recordaré que dos de mis mejores amigos son humanos y que les encanta dejarme a sus mocosos, que también son humanos, para que les haga de niñera. Si eso no es aceptación y confianza, no sé qué lo sea. Y los niños tampoco me rechazan. Casi se diría que soy su tío favorito. Lo cual me da problemas de vez en cuando (sobre todo les da problemas a mis orejas).

Cuando eche de menos a mi madre y sus consejos o palabras de consuelo, puedo buscar a Kaede. Ella siempre tiene una palabra sabia para todo el que la desee escuchar.

Cuando piense en Kikyō, siempre la recordaré con cariño. Ya no me pregunto "¿Qué hubiera pasado si…?". Ahora sé que murió en paz y que fue feliz, al menos en sus últimos momentos. Y que su sacrificio le permitió a Kohaku seguir viviendo y eso no solo nos ayudó en la victoria contra Naraku, sino que ese niño se ha vuelto un muy buen exterminador desde entonces.

Y cuando me abruman los arrepentimientos por haber deseado en algún momento convertirme en un demonio completo, sanguinario y egoísta, todo por no volverme a sentir solo e impotente… pienso en Kagome. Pienso en esa adolescente que se enfrentó a lo desconocido y que me aceptó y se quedó a mi lado, incluso si eso suponía que ella se lastimara. Pienso en la mujer que regresó, dejando atrás todo lo que conocía, por estar conmigo. Pienso que fue su valentía y fuerza de espíritu lo que hizo que me enamorara de ella y que luego cada detalle que fui descubriendo sólo hizo que la amase más.

No pretendo sustituir lo que perdí, sino aceptar la pérdida como una parte de la vida y atesorar de ella lo que me haga feliz. Y, con suerte, algún día le transmitiré a Moroha, quien ahora se retuerce en mis brazos buscando llegar a mi mejilla para abrazarme como solo ella es capaz de hacer, esta misma enseñanza.