Disclaimer: No son míos, ninguno.
«Este fic participa en la actividad multifandom del foro Alas Negras, Palabras Negras».
Prompts: asco [emoción], mentir [escénica], sutileza [verbo]
Créditos de la imagen. Se_Naeke. Podéis encontrar su perfil en Twitter.
Trigger Warning: Escenas sexuales explícitas, que incluyen: Masturbación, sexo oral, sexo anal, fingering, creampie.
AROMA A HUMO
Las últimas semanas, Neil se había dejado arrastrar por el vaivén del final del trimestre, el inicio de las vacaciones y el descanso para todo el equipo. Un caos que le había dejado pocas ocasiones para estar a solas con Andrew. Como el año anterior, Abby había acogido al grupo de Andrew en su casa durante las semanas que no podían alojarse en el edificio residencial de la universidad y, sin que nadie preguntase al respecto, había asumido que Neil iba incluido en él. Su casa era acogedora y Neil ya se sentía cómodo rodeado de Zorros todo el tiempo, pero apelotonarse todos en la casa hacía agotador encontrar momentos de intimidad para cambiarse de ropa o, simplemente, escuchar sus propios pensamientos. Afortunadamente, aunque lo pareciese con tanta gente dentro, la casa no era tan pequeña y como los gemelos, Kevin y Nicky ya tenían las camas de los dos cuartos repartidas desde el año anterior, él podía disponer del sofá cama del salón durante las noches.
Gracias precisamente a ese apelotonamiento, Andrew se las había apañado para no separarse de él más allá de lo imprescindible. No habían tenido ocasiones de estar a solas, porque siempre había alguien alrededor, pero eso impidió que se sentase a su lado en los desayunos y las comidas, a pesar de que el primer día había parecido que, como con las camas, cada uno tenía asignado un sitio. Creaba un espacio entre el reposabrazos del sofá y el sitio donde él se sentaba para Neil si se sentaban a ver una película todos juntos. Si salían a comprar cena a algún restaurante cercano, le indicaba silenciosamente que ocupase el asiento delantero del coche, para pesar de Kevin. En los entrenamientos nocturnos con este, entraba con ellos en la pista, equipado para convertirse en un muro delante de la portería. Hablaba poco, pero su presencia era permanente y comunicativa, al menos para Neil, que sabía entender qué quería decir, para asombro de Nicky, que caminaba en el filo de un cuchillo con sus comentarios y ya se había ganado un par de respuestas violentas.
Volver a la residencia supuso un alivio para Neil. Todavía compartía habitación con Kevin, Nicky y Andrew, manteniendo el cambio que había hecho con Aaron al final del curso anterior, pero estar con ellos en la sala de estar era algo a lo que sí estaba habituado y que había despertado un sentimiento de cómoda familiaridad el primer día, cuando Andrew desencajó el marco de la ventana para encender un cigarrillo y fumar. Al mirar a su lado y ver a Neil, se lo había cedido sin decir una palabra antes de encenderse otro. Neil había acunado el cigarrillo entre sus manos, como acostumbraba, mientras dejaba que sus emociones reposaran, postergándolas para no tener que pensar en ellas en ese momento.
Le invadió de nuevo esa sensación de familiaridad la primera noche, cuando ambos regresaron del entrenamiento nocturno con Kevin. Este se había dirigido directo al dormitorio, pero Andrew enfiló hacia la escalera que llevaba a la azotea, forzando la puerta en silencio, y Neil lo siguió sin pensárselo dos veces. Las noches eran calurosas y el sudor hacía que la camiseta se les pegase al torso, pero ninguno de los dos se había quitado las bandas negras que cubrían sus brazos. Tampoco les impidió sentarse el uno junto al otro, a apenas un par de centímetros de distancia, para encender un par de cigarros que Andrew había fumado mientras Neil rotaba el suyo entre los dedos. Ni les cohibió de besarse cuando Neil giró la cabeza buscando los labios de Andrew y este le sujetó la nuca con una mano firme, deteniéndolo apenas a unos pocos milímetros de que sus pieles se rozasen.
Después de un rato besándose, Andrew se encaramó encima de Neil y se sentó sobre sus muslos. Con mucha lentitud, exhaló un hilo de humo que aterrizó directo entre los labios de Neil antes de dispersarse en una nube difusa alrededor de sus rostros al mismo tiempo que atraía la cabeza de este hacia sí para besarlo. Cuando la lengua de Andrew acarició la de Neil, este levantó las manos de forma instintiva, pero cerró los dedos en el aire, cerca de su camiseta, antes siquiera de rozarla. Sin dejar de besarlo, Andrew usó la mano con la que no le estaba sujetando la nuca para atrapar la de Neil y guiarla hacia su cara.
Las yemas de los dedos de Neil rozaron la mejilla de Andrew con un toque leve y ligero antes de hundirse en el cabello de este y enredarse en él mientras seguían besándose. La lengua de Andrew sabía a tabaco y todavía conservaba un regusto a la pasta de dientes con la que se había cepillado tras ducharse. Su cabello olía a champú y a humo, un aroma que acogía a Neil en un abrazo gratificante. Sus dedos ardían cuando tantearon el cierre de los pantalones y rebuscaron en la abertura de su calzoncillo para liberar su erección. Andrew dejó de besarlo y se detuvo durante un segundo.
—Sí —dijo Neil, antes siquiera de que Andrew preguntase, pero aun así este lo hizo.
—Eres un bocazas, Abram Josten. —Un escalofrío recorrió la espalda de Neil al escuchar el nombre, el que sólo le pertenecía a Andrew desde que se lo entregara como una verdad en su particular juego—. ¿Sí o no?
—Sí —repitió Neil, con la voz ahogada—. Siempre sí.
Cerrando los dedos, que a Neil seguían asemejándosele de fuego, alrededor de su polla, Andrew le acarició el frenillo con el dedo pulgar, extendiendo la gota de humedad que brotó de la punta, y empezó a masturbarlo con suavidad. Liberó la nuca de Neil, que se percató entonces de que seguía conservando entre los dedos de esa mano el cigarrillo, consumido en su práctica totalidad, entre los dedos. Sin dejar de masturbarle, Andrew se colocó el cigarrillo entre los labios, que brilló con anaranjada intensidad en la oscuridad, reflejándose en sus ojos, apurándolo antes de tirarlo a un lado con descuido. Después, volvió a tirarle del cabello de la nuca para obligarlo a levantar la barbilla y entreabrir los labios.
Sopló el humo muy lentamente, apenas un hilo invisible que aterrizó directo en la boca de Neil, inundándola del sabor a la boca de Andrew y llenando sus fosas nasales de familiar y anhelado aroma a humo quemado. Al terminar de exhalar la bocanada, Andrew salvó los escasos milímetros de distancia que separaban sus labios de los de Neil y volvió a besarlo. Cuando la lengua de este le acarició el paladar, los dientes, su propia lengua, este se estremeció. Estaban tan cerca que podía sentir el calor del cuerpo de Andrew junto al suyo, tan caliente como los dedos que se cerraban alrededor de su pene con firmeza, como sus labios en contacto con los suyos, su lengua dentro de su boca. Los movimientos de Andrew eran certeros, conscientes ya de qué le gustaba a Neil y cómo debía hacerlo para que este se dejase arrollar por el orgasmo en pocos minutos.
Vibrando por la intensidad de este al desbocarse, Neil jadeó en la boca de Andrew, anticipándole el placer que le recorrió desde el cuero cabelludo hasta la punta de los dedos de los pies. El otro chico no dejó de masturbarlo ni siquiera cuando la mano de Neil se cerró en un puño sobre su cabello rubio ni cuando empujó con las caderas hacia arriba, peleando contra su peso para salir al encuentro de su mano. Ni cuando el espeso líquido caliente le empapó la mano. Sólo cuando Neil, sobrepasado por la sensación de placer, dejó escapar un gemido ronco que vibró en la base de su garganta, Andrew se separó de él.
Exhausto por unos instantes por el orgasmo, Neil dejó caer los brazos laxos a lo largo del torso. Sentado sobre él, Andrew se limpió la mano en la pechera de la camiseta de Neil, que no se lo impidió. Ya se había acostumbrado a lavar sus camisetas constantemente a causa de esa razón y no era como si sólo dispusiese de la ropa que cabía en el interior de una bolsa deportiva. Andrew tanteó sus propios pantalones para liberar también su erección. Neil miró hacia abajo de forma instintiva, pero antes de que Andrew colocase dos dedos sobre su barbilla para elevarle el rostro lo hizo por su cuenta, clavando la mirada en los ojos de Andrew, que no reflejaban ninguna expresión.
El movimiento rítmico y rápido con el que Andrew se acariciaba a sí mismo se transmitió al cuerpo de Neil. Con la mano que no estaba utilizando, el otro chico se aferró a la camiseta de Neil, sin importarle que estuviese manchada. Él levantó de nuevo las manos, dejándolas a medio camino para que fuese Andrew quien decidiese qué hacer con ellas. Este lo besó una vez más, así que Neil cerró los puños sujetándose a la camiseta de Andrew. Sólo una respiración fuerte, exhalada por la nariz sin dejar de besarlo, y el semen caliente que cayó sobre sus calzoncillos y polla, que todavía estaba expuesta al aire libre, le indicaron que Andrew había alcanzado el orgasmo.
Neil no apartó la mirada del rostro del chico rubio hasta que este se hubo recolocado la ropa y quitado de encima de su regazo, sentándose de nuevo a su lado. Su expresión no había variado, pero de algún modo Neil había comprendido, por la forma en la que sus pupilas se dilataban y contraían, que había sido significativo para él. Mientras él rebuscaba en los bolsillos en busca del paquete de tabaco, Neil se recolocó la ropa, ignorando intencionadamente las múltiples manchas de humedad que hacían que la camiseta y los calzoncillos se le pegaran a la piel.
El chasquido del mechero iluminó brevemente el rostro de Andrew y luego la brasa anaranjada brilló con intensidad cuando este dio una calada. Después, quitándose el cigarrillo de los labios, se lo cedió a Neil, que lo acunó entre sus manos, y dejó escapar una nube de humo sobre ellos que se dispersó lentamente en el cómodo silencio instalado entre ambos. No regresaron al dormitorio hasta que el cigarrillo se consumió entre los dedos de Neil, que hizo un barullo con las ropas manchadas con el semen de ambos para hacerse cargo de ellas al día siguiente y se durmió en cuanto su cabeza tocó la almohada, agotado.
Los días pasaron en una rutina que a Neil ya le resultaba familiar tras el agitado año anterior. A los entrenamientos nocturnos con Kevin y Andrew se le sumaron los diurnos cuando el resto de sus compañeros regresó de las vacaciones y el agotamiento de su nueva responsabilidad como vicecapitán. La planta que compartían en la residencia se llenó de voces, pullas, alcohol y cenas improvisadas y empezaron a prepararse para la acogida de los nuevos fichajes que el entrenador Wymack estaba ultimando a lo largo y ancho del país.
Eso no cambió la costumbre de subir a la azotea tras los entrenamientos nocturnos, que invariablemente terminaban con ambos besándose y Andrew masturbando a Neil antes de hacerse cargo de sí mismo mientras sostenía su mirada. Tuvieron que pasar casi dos semanas más hasta que, una tarde, el silencio se hizo en la habitación. Por primera vez en todo ese tiempo, el parloteo incesante de Nicky y la presencia permanente de Kevin, que no se había deshecho de su costumbre de estar cerca de Andrew, dejaron paso a sus silencios compartidos de la azotea, pero en el interior del dormitorio esta vez.
Distraído pensando en que Andrew no se había movido de su sitio cuando Nicky había anunciado el plan y que el chico tampoco se había dirigido a él, Neil no se había dado cuenta de ello al principio. No es él fuese a ser bien recibido por Aaron y su novia y dudaba que Andrew desease pasar el rato con ellos, así que tampoco hizo ademán de moverse. Kevin había salido hacia la habitación de Aaron, donde iban a ver una maratón de películas con el resto del equipo y algunas de las animadoras del equipo de los Zorros recién llegadas con el objetivo de acompañar a Katelyn, dejándose conducir por la insistencia de Nicky con cierta reticencia y Neil había cerrado los ojos, respirando con profundidad y acomodándose mejor en el puf, aliviado cuando el ruido de fondo cesó. Le llegaba, muy débil, el aroma del humo del cigarrillo de Andrew, que casi no se percibía debido al hueco abierto en la ventana y al fuerte olor del esmalte de uñas negro que este tenía abierto sobre el escritorio. En los minutos anteriores, había intercalado caladas que exhalaba a través de la ventana abierta con dejar el cigarrillo en el cenicero y cubrir sus uñas de color negro con la pericia de la práctica.
Neil no lo escuchó moverse. Abrió los ojos, sobresaltado y llevado por el instinto de supervivencia, cuando notó el movimiento junto a él. Andrew lo miró, inmóvil, hasta que Neil se relajó de nuevo sobre el puf.
No dijo nada.
No era necesario.
Tras permanecer quieto un poco más, Andrew se acuclilló frente a Neil, que lo miró con curiosidad. Ese fue el instante en el que se percató no sólo del silencio, sino también de que era la primera vez en semanas que estaban solos en un lugar que no fuese la azotea. Lo siguiente en lo que se fijó, antes de pensar que quizá Andrew pretendía aprovechar la circunstancia, fue en que este había dejado el cigarro en el cenicero, pero llevaba en las manos el pequeño bote de esmalte de color negro.
—No te muevas —dijo en voz baja, taladrando a Neil con una mirada inexpresiva y destapando el pequeño bote.
Este entrecerró los ojos y lo miró, curioso, pero no dijo nada. Andrew se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se puso el pie derecho de Neil en el regazo. Este no solía ir descalzo, acostumbrado a cubrir su cuerpo con ropa y, además, estar alerta para salir corriendo, pero esa tarde había salido de la ducha, se había puesto las zapatillas que usaba en el dormitorio y no se había acordado de los calcetines antes de derrumbarse sobre el puf, agotado por el entrenamiento matinal. Andrew se detuvo, con la brocha suspendida en el aire, y miró a Neil con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados, sin moverse hasta que este, tragando saliva y sin saber bien qué esperar y a qué venía aquello, asintió. Bajando la vista, sumamente concentrado en lo que estaba haciendo, Andrew deslizó la diminuta brocha por la uña del dedo gordo del pie de Neil. Este estuvo a punto de retirar el pie, de nuevo por instinto, ante el contacto extraño y la sensación novedosa, pero no lo hizo, recordando la orden de Andrew a tiempo.
El rostro inexpresivo de este contrastaba con la concentración que demostraba en las manos, trabajando con eficacia y rapidez. Fascinado, observó cómo Andrew deslizaba el pincel por cada una de las uñas de sus pies, con movimientos decididos fruto de la experiencia hasta que todas ellas quedaron de un uniforme color negro. No alzó la mirada hasta que terminó con el dedo pequeño del pie izquierdo y Neil sonrió al ver una chispa distante en sus ojos durante una décima de segundo. Sin decir una palabra, Andrew extendió una mano hacia él.
Comprendiendo qué estaba ofreciéndole, Neil alargó la mano derecha hacia él. Andrew la sostuvo en su mano libre y repitió el mismo proceso en cada dedo. Neil tragó saliva una vez más, observando el rostro de Andrew para distraerse de la extraña sensación artificial en sus uñas y de los dedos fuertes y calientes del otro chico sosteniendo su mano para mantenerla firme y cerca de él. Cuando terminó, Andrew se retiró un par de centímetros, soltando la mano izquierda de Neil y observó el trabajo realizado con una mirada ausente. Este se quedó quieto, con las manos extendidas hacia él, sin saber qué hacer con ellas, pues todavía notaba húmedas las uñas, mientras Andrew cerraba el botecito y lo dejaba a un lado, en el suelo.
Con agilidad, Andrew se incorporó, pasando de estar sentado a estar de rodillas entre las piernas de Neil, que no se atrevía a moverse por temor a estropear el esmalte de sus pies o de las manos. Lo atrajo hacia sí tirando de su camiseta y se estampó contra sus labios en un beso feroz. Neil entreabrió la boca, sorprendido, y los dientes de Andrew se clavaron en su labio inferior antes de que su lengua le invadiese y rozase los de suyos. Con las manos todavía extendidas en el aire, Neil no sabía qué hacer con ellas. Al empujarle hacia atrás, ayudándolo a caerse del puf con suavidad y tumbarse en el suelo, Andrew lo solucionó sujetándole las muñecas por encima de la cabeza.
—No toques nada hasta que se hayan secado. —Neil asintió. Abrió la boca, para decir algo, no sabía el qué, pero Andrew, sin cambiar un ápice la expresión de su rostro, negó con la cabeza.
Este volvió a besarlo, tan fuerte que a Neil le dolía la nuca al presionarse contra el suelo. Andrew se había sentado a horcajadas encima de él y Neil pudo sentir su polla, contenida dentro del pantalón vaquero que llevaba tan dura como la suya propia, rozándose sobre la de él cuando se inclinó hacia adelante, todavía sujetándole las muñecas con firmeza, por encima de la cabeza, para besarlo. Con pericia, atrapó ambas manos de Neil con una sola y enseguida este sintió los dedos de Andrew colándose por debajo de su camiseta. Sin dejar de besarlo y presionarlo contra el suelo, repasó con las yemas de los dedos las líneas de algunas de las cicatrices de Neil, así como la forma en la que los músculos del abdomen y el hueso de la cadera resaltaban. Cuando llegó a la presilla del pantalón, lo desabotonó con pericia y luego arañó con suavidad la erección de Neil por encima de la tela del calzoncillo.
—¿Andrew? —susurró Neil, que llevaba días pensando en ello y, debido a que no creía que la azotea fuera el sitio más adecuado para proponerlo, al menos la primera vez, aprovechando un hueco entre beso y beso. El otro chico se detuvo al instante y lo miró a los ojos. No entrecerró los párpados, pero para Neil no había duda de que lo estaba examinando con suspicacia—. Eso está bien, no pretendía…
—No interrumpas, entonces. —Andrew volvió a besarlo, pero no lo tocó de nuevo hasta que, separando apenas los labios de los de Neil, que se los lamió y boqueó en busca de aliento, volvió a preguntar—. ¿Sí o no? —Neil asintió con la cabeza. Andrew lo miró, con los ojos convertidos en dos inexpresivos pozos oscuros que delataban su excitación ante Neil y no continuó hasta que este susurró un ahogado sí, rindiéndose ante la realidad de que debería haber sacado el tema de conversación antes.
Los dedos de Andrew tantearon en la abertura del bóxer de Neil para liberar su erección, que rodeó para tirar de la fina y aterciopelada piel hacia abajo. Estaba tan excitado que podía notar la humedad que recubría su glande cuando Andrew empezó a masturbarlo suavemente sin dejar de besarlo, todavía atrapándole las muñecas de forma férrea. Neil dejó escapar un gemido en la boca de Andrew y este reptó hacia abajo. Sus uñas negras trazaron un camino al deslizarse sobre las bandas negras que recubrían los brazos de Neil y se detuvieron en los labios de este, con el pulgar posado sobre el inferior, presionándolo levemente para incitarlo a abrirlo. Neil lo hizo, y la yema del dedo se coló en el interior de su boca. La lamió con la lengua: sabía a tabaco, no a esmalte, pero no le dio tiempo a pensar en ello porque la lengua de Andrew replicó el gesto en el punto donde la piel de su polla se tensaba, impidiéndola bajar más. Neil era especialmente sensible a las caricias en ese punto, que Andrew solía prodigarle en sus escarceos en la azotea, frotándolo con la yema del mismo dedo pulgar que ahora estaba succionando en su boca.
Si los dedos de Andrew le habían parecido de fuego, su boca era todavía más caliente. Húmeda y estimulándolo por doquier, la lengua áspera de este contrastaba con sus mejillas suaves y el paladar liso cada vez que este movía la cabeza de un lado a otro. Con las manos todavía por encima de la cabeza, donde Andrew las había dejado, Neil no pudo resistir la necesidad de levantar las caderas, saliendo al encuentro de la boca del otro chico. Este adivinó que iba a hacerlo, pues se movió con él al mismo tiempo que succionaba con más intensidad y su dedo pulgar se introducía más en la boca de Neil. Cerró los ojos, sobrepasado no sólo por el placer que sentía gracias a la boca de Andrew, también por la intimidad de lamer su dedo, de chupárselo, de devolverle una mínima parte de lo que estaba recibiendo, de compartir eso con él por primera vez.
Con un estremecimiento, Neil levantó de nuevo las caderas. Gimió alrededor del dedo de Andrew, tratando de avisarlo, pero este siguió chupando, incluso cuando Neil empezó a correrse y todos los músculos de su cuerpo vibraron al unísono por el placer. Tampoco dejó de hacerlo después, cuando toda la tensión del orgasmo se convirtió en una relajación que dejó a Neil desmadejado sobre el suelo.
Un par de minutos después, la boca cálida de Andrew dejo escapar la polla de Neil, todavía dura, que se estremeció una vez más, esta vez por el contraste de temperatura al enfriarse la saliva que la recubría. Andrew rehízo el camino de vuelta, desabotonándose el pantalón con la mano con la que había seguido masturbando a Neil mientras se la chupaba. Cuando volvió a sentarse sobre el regazo de este, sacó el dedo de su boca y lo usó para limpiarse la comisura, donde un resto del semen de Neil había escapado antes de que se lo tragase. Con una chispa en los ojos, Andrew volvió a llevar el dedo pulgar a la boca de Neil y pintó sus labios utilizando el líquido caliente y espeso que lo manchaba. Neil no sintió asco cuando sacó la punta de la lengua, pero antes de poder lamerse los labios, Andrew se inclinó hacia adelante para besarlo.
Ahora, los labios no le sabían sólo a tabaco y pasta de dientes. Había algo más, algo que Neil sabía que era su propio sabor y que buscó con la lengua, sin aversión y satisfecho de compartirlo, feliz de que a Andrew le gustase hacerlo. Cuando se separó, con un hilo delgado y espeso uniendo las bocas de ambos durante unos pocos segundos, Neil no sabía si de saliva o de su propio semen, volvió a sujetarle las muñecas con fuerza y empezó a masturbarse a sí mismo con un ritmo ansioso por alcanzar el clímax.
—…Drew. —A Neil le costó que su voz saliese con claridad, así que volvió a llamarlo—. Andrew. —Este detuvo lo que estaba haciendo y la vibración de su mano dejó de extenderse por el cuerpo de Neil. Lo miró, con los ojos vacíos de emoción—. Podemos hacerlo de otras maneras para que tú…
—No hables.
—Sin que yo te toque, quiero decir —insistió Neil, decidido a tener esta conversación antes de que Andrew eligiese cómo terminar—. Lo estoy diciendo completamente en serio.
Andrew no contestó. Neil empezó a pensar que había sido mala idea sacar el tema justo ahora. O sacarlo, a secas. Tenía la tendencia a hablarle a Andrew de cosas que este prefería evitar. Con la boca seca, tragó saliva y lo intentó una vez más.
—No es necesario que yo mire, si no quieres. Ni que te toque. Puedes vendarme los ojos si te apetece, para estar seguro.
La mirada de Andrew siguió clavada en sus ojos. Su expresión estaba vacía, como de costumbre, pero Neil sabía que estaba escuchando. Es más, que estaba considerando sus palabras. No podría definir qué era lo que se lo indicaba, y seguramente Nicky se desesperaría por no ser capaz de leer señales que para él eran tan obvias, pero estaba seguro.
—Me tumbaré bocabajo, con la cara en el puf—dijo, al cabo de unos segundos. En realidad, no había pensado en los detalles, creyendo que quizá Andrew tuviera alguna preferencia, pero en ese momento creyó que era mejor ofrecerle algo tangible. Negociar con él—. Dejaré las manos por encima de la cabeza, para que puedas verlas en todo momento. Sólo necesitas… llegar por tu cuenta.
Andrew lo miró unos segundos más. Luego se inclinó hacia adelante y le mordió el labio inferior, tirando de él con fuerza, tanta que a Neil le dolió un poco, pero no le importó, porque sabía que estaba intentando hacerlo callar y que eso significaba que necesitaba pensar. Neil sonrió a la vez que le devolvía el beso y, cuando Andrew se separó de él, todavía con sus alientos mezclándose entre los labios del otro, ladeó la cabeza en un movimiento imprevisto para morderle el cuello, que luego besó con los labios y acarició con la lengua. A pesar de su expresión vacía, Andrew se estremeció y Neil se apuntó mentalmente aquel tanto.
—Quieto —le ordenó Andrew. En respuesta, Neil siguió mordiéndole y besándole el cuello—. Eres muy cabezota, Abram.
—Mira quién fue a hablar —dijo Neil, hablando contra la piel del cuello de Andrew antes de volver a mordisquearlo y besarlo con lentitud. Después, añadió algo más, en un susurro que no estaba seguro de que quisiese que fuese oído—. Me gustaría formar parte activa de ello yo también.
—Estás tentando tu suerte, Abram Josten. —«Sigo siendo Abram», pensó Neil, satisfecho. Andrew notó su alegría, incluso aunque no estuviese viéndole el rostro, a juzgar por lo que dijo a continuación—. Ciento tres por ciento.
—¿Eso es un sí?
—Eso es que eres un bocazas.
—Pero sólo un sí es un sí —dijo Neil, contratacando sin piedad con otro beso en el cuello.
—Cállate. —Tras unos segundos de silencio, en los que ninguno dijo nada, un destello oscuro y peligroso brilló en los ojos de Andrew—. Se supone que te consideras inteligente.
Neil se quedó en silencio, pensativo, con los labios pegados al cuello de Andrew, notando vibrar en ellos el fuerte latido de su corazón.
—Tú quieres ir abajo —comprendió, finalmente. Andrew no dignificó su conclusión con ningún comentario. Se quedó inmóvil, en silencio, permitiendo que Neil rozase levemente la piel de su cuello con los labios. Muchas ideas cruzaron por la cabeza de este, no muy seguro de que quisiese expresarlas en voz alta al pensar en todas las cosas que Andrew había tenido que soportar y que seguían afectando a la forma en la que ambos se relacionaban. En cambio, prefirió darle más opciones—: Podemos hacerlo, entonces. Bueno, ahora no, porque yo acabo de… Pero la próxima vez podemos hacerlo así, si quieres. Puedo tumbarme en el suelo justo como ahora y tú…
Andrew lo interrumpió apoyando una mano en el pecho de Neil y utilizándola para incorporarse con brusquedad. No le soltó las muñecas, que seguían atrapadas bajo su firme sujeción, y cerró la mano que tenía libre alrededor de su cuello, presionando lo suficiente para que Neil sintiese su fuerza, pero no tanto como para interrumpir la entrada de aire o la corriente sanguínea.
—En realidad, no me importa cómo lo hagamos. Sólo quería que tú…
La mano de Andrew se apretó un poco más para hacerlo callar, pero Neil se dio cuenta de que las yemas de sus dedos estaban buscando, como él había hecho antes con los labios, su pulso. Tragó saliva, mirándolo a los ojos sin decir nada, esperando su conclusión. Él también percibía su corazón latiéndole en las sienes con fuerza, acelerado por la excitación de la idea, por la perspectiva de que Andrew aceptase permitirle ser una parte más central de su placer compartido. Dispuesto a encontrar las maneras necesarias para que este pudiera conservar el control y mantener su celosa intimidad a la vez que usar el cuerpo de Neil sin traspasar ninguno de sus límites.
—Un día voy a tener que usar tu boca para algo más que para que me cause problemas al abrirla —masculló Andrew al cabo de un minuto, con voz átona.
—Por supuesto —se apresuró a contestar Neil.
—Bocazas. —Tras decir esto, Andrew ladeó la cabeza, examinando su rostro con aparente desinterés. Neil esbozó una media sonrisa, consciente de que había llegado a él. Esta vez sí, Andrew entrecerró los ojos de forma amenazadora—. Ciento cinco por ciento.
—¿Es eso un sí?
—¿Aprenderás algún día a tener respeto por tu vida? —Andrew hizo otra pausa—. No voy a ir abajo. —Neil asintió. A pesar de la negativa, había en su voz que le indicaba que esta era tan tajante como cuando decía que quería matarlo o que lo odiaba. Que, en algún momento, Andrew estaría dispuesto a mostrar un poco más de su vulnerabilidad a cambio de esos instantes de placer. Y que, probablemente, ese día no estaba lejos—. Te odio. Demasiado satisfecho de ti mismo.
—¿Me odias? —preguntó Neil, que no podía disimular la alegría de su rostro al ver que la inexpresividad de los ojos de Andrew se disipaba por unos segundos, titilando al fondo de su mirada con cierta ansia y deseo.
—Las manos arriba —ordenó Andrew, soltándole estas y el cuello y levantándose sobre sus rodillas para permitir que Neil pudiese moverse. Neil se retorció debajo él para darse media vuelta. Andrew pateó el puf lejos de ellos, pero le lanzó un cojín que aterrizó junto a su cabeza. Neil lo aferró con ambas manos y escondió el rostro en él, tal y como había prometido. Olía a Andrew, al humo de su tabaco, al gel corporal con el que se duchaba y al desodorante en espray que usaba cuando estaba limpio. Era reconfortante, un lugar seguro para Neil—. Si las mueves, te las ato.
—No me importa que las ates.
—No te muevas —dijo Andrew, no obstante. Se había situado tras Neil, sentándose sobre sus pantorrillas, y estaba tirando hacia abajo y con brusquedad de sus pantalones—. Va a dolerte.
—No lo hará —respondió Neil, que estaba seguro de que Andrew no permitiría que le doliese. No, al menos, más de lo que podía suceder la primera vez, había buscado en internet al respecto y sabía que podía ser entre incómodo y doloroso—. No más de lo que dolieron estas.
—Eres un bocazas y también un idiota. —Neil ahogó una carcajada nerviosa contra el cojín. Andrew había entendido, aunque él no las había señalado, que se refería a la miríada de cicatrices que se extendían como una macabra constelación expuesta ante todo el mundo en su rostro, el torso, cubierto por la camiseta, y los brazos, tapados por las bandas que Andrew le regaló—. Deberías empezar a utilizar esa inteligencia tuya algún día. Y yo debería dejar de ser tan idiota como para mezclarme contigo.
Cuando los dedos de Andrew, que volvían a antojarse antorchas ardiendo sobre su piel, deslizaron sus calzoncillos por sus piernas hasta sacarlos de los tobillos junto a los pantalones y le abrieron las piernas para arrodillarse entre ellas, Neil no se sintió con ánimos de seguir contestando con nuevas ocurrencias. No lo dijo, porque no quería que Andrew se echase atrás, pero estaba nervioso. Incluso aunque Andrew le hubiese confirmado, a su sutil manera, que no iba a ocasionarle ningún dolor que pudiera evitarle.
Durante unos segundos, no sintió nada. Con la cara hundida en el cojín, separada sólo lo necesario para poder respirar, no sabía qué estaba pasando detrás de él ni qué estaba haciendo Andrew hasta que una mano se posó en su nalga izquierda, apretando los dedos sobre ella para separarla de la derecha y la yema de un dedo frío y húmedo por un lubricante que Neil no tenía ni idea de dónde había salido se posó sobre el minúsculo orificio. Lo acarició superficialmente y se apretó sobre él, pero aunque Neil levantó levemente las caderas para salir a su encuentro y alentarlo a seguir, no lo presionó para introducirlo.
—¿Sí o no?
La voz de Andrew, átona como de costumbre, delató su excitación porque sonaba más ronca de lo acostumbrado. Neil apretó más la frente sobre el cojín y entrelazó los dedos de las manos, que mantenía por delante del cojín, imaginando cómo debía verse Andrew en ese momento y si sus ojos estarían reflejando algo más que vacío.
—Sí —contestó, sin necesitar pensarlo siquiera un segundo.
—Eres un imprudente.
—Aprendí de ti a no huir. —La voz de Neil, que sonó ahogada contra el cojín, enmudeció en cuanto Andrew deslizó el dedo en su interior hasta el segundo nudillo.
—Deberías haber aprendido también a preservar tu integridad física.
A pesar de sus palabras y de que la sensación del dedo era desconcertante en un primer momento, más que incómoda, Andrew lo preparó durante mucho rato, tomándoselo con calma. No se oía un solo sonido en la habitación, que estaba tan silenciosa que Neil podía escuchar la respiración profunda y pausada de Andrew y la suya propia, nerviosa y excitada, sincronizarse poco a poco hasta encontrarse en un punto intermedio. La sensación extraña de tener un dedo de Andrew en su interior dio paso rápidamente al disfrute y, cuando movió de forma inconsciente las caderas al ritmo al que el dedo entraba y salía de su interior, este añadió otro y los abrió para forzarlo a relajarse. Y, en cuanto se acostumbró a la intrusión, sumó un tercero. Para ese momento, la sensación era incómoda, pero seguía sin ser dolorosa y la excitación de Neil, aunque ya había terminado, había regresado, disfrutando de la intimidad, la anticipación y la novedad en su especie de «no relación».
Andrew pareció adivinar en qué momento la incomodidad empezó a desvanecerse y convertirse en algo diferente, porque sacó los dedos y separó las nalgas de Neil, esta vez con ambas manos. Este, que seguía sin saber qué ocurría detrás de él más allá de sus suposiciones, se concentró en su propia percepción: notaba el culo húmedo y distendido, pero también extrañamente vacío ahora que los dedos de Andrew no estaban en su interior. Lo apretó, satisfecho de comprobar que la distensión no afectaba a la fortaleza de sus músculos y volvió a hacerlo cuando Andrew, acto seguido, le introdujo de nuevo un dedo hasta la primera falange y lo rotó en su interior, palpando la forma en la que Neil estaba aplicando fuerza. Sin embargo, apenas duró un instante, probablemente porque le había gustado que Neil controlase el esfínter mientras estaba mirando. O porque quería comprobar alguna cosa. O…
A Neil no le dio tiempo a pensar en más opciones. Andrew se movió tras él y notó su pecho caliente cerca de su espalda. Su aliento le cosquilleó en el cabello de la nuca, más agitado de lo que lo había escuchado minutos antes en el silencio de la habitación. Una de las manos de Andrew se hundió en el cojín en el que Neil ocultaba el rostro para no ver nada, entre su mejilla y el brazo con el que lo sostenía en su sitio, para sostener su peso sin aplastarlo. El olor a humo del chico, su aroma particular, lo inundó pese al cojín. Neil no necesitó preguntarse dónde estaba la otra mano, porque sintió de nuevo otra presión en el culo, esta vez diferente a la de los dedos, sumamente caliente.
—Sí o no —dijo Andrew una vez más.
—Sí. —Habló contra el cojín, así que se separó un poco para repetirlo—. Sí. Siempre será un sí.
—No me vale siempre. Quiero un sí ahora.
—Sí.
Fue rotundo, no quería que Andrew se arrepintiese a esas alturas. Había empezado a pensar en proponerle hacer algo así varios días antes, pero lo había enfocado como una forma de que Andrew alcanzase su orgasmo con él, en lugar de aliviarse por su cuenta. Sin embargo, ahora estaba ansioso por experimentar qué se sentía, cómo era tener a Andrew en su interior, si su polla iba a arder dentro de su culo como los dedos de sus manos sobre su piel.
Andrew no se arrepintió. Su consentimiento fue lo suficientemente contundente para él, porque la presión en su culo, cálida, dura y blanda al mismo tiempo, aumentó cuando empezó a pugnar por introducirse en su interior. Esta vez era más grande y más invasivo que lo que habían sido los dedos. Más incómodo. Neil tensó todo el cuerpo en un acto reflejo y se abrazó con fuerza al cojín, olvidando mantener las manos a la vista de Andrew. Pensó que este había tenido razón: incluso a pesar de la preparación y de que lo había hecho concienzudamente, iba a dolerle.
Fue su propio cuerpo el que encontró la manera de forma inconsciente. Aunque había sufrido dolor en todas y cada una de sus cicatrices, Neil no estaba acostumbrado a él, así que reaccionó empujando hacia afuera y tratando de expulsar la intrusión. Aquello funcionó muy bien, relajándolo tanto que Andrew consiguió introducirse varios centímetros de golpe.
«Colaborar, no oponer resistencia», se recordó Neil a sí mismo, maravillado por la sensación, por incómoda que le estuviese resultando, de notar su culo ajustándose a la polla de Andrew, gruesa y dura, abriéndose paso en su interior.
Volvió a empujar, facilitando que Andrew pudiese seguir entrando, y recordó que debía respirar a tiempo de boquear sobre la tela del cojín, jadeando en busca de extraer el aire que transportaba el potente aroma a Andrew impregnado en ella a través de él sin levantar el rostro. Eso le hizo percatarse de que había estado abrazando el cojín por los últimos minutos y, recordando las dos condiciones que le había ofrecido a Andrew, extendió de nuevo las manos por delante de su cabeza y el cojín para exponerlas a su vista.
Andrew se detuvo. Neil, que sentía su culo todavía más abierto, lo apretó, como había hecho sobre el dedo de Andrew, aprisionándolo con fuerza. No tenía ni idea de cuánto le faltaba por entrar. Estaba seguro de que ya le había metido algo más que la punta, que había entrado completa cuando había conseguido relajarse, pero no era capaz de calcular a partir de la sensación de estar lleno de Andrew. Sólo había atisbado el pene de este en un par de ocasiones, de reojo en su visión periférica y de forma no intencional, pero había sido suficiente para suponer ahora que todavía debía faltarle la mitad y que, si se había detenido, era porque había llegado a la parte más gruesa del tronco.
—Estoy bien —murmuró contra el cojín en cuanto consiguió regular su respiración, aunque no las palpitaciones de su cuello, que se habían redoblado por la excitación, y se sintió preparado para lo que restaba.
—Mientes, como siempre. —La acusación de mentir se clavó en algún lugar de Neil, quizá porque se sentía más vulnerable ahora.
—No es… cómodo. Duele. Un poco. Puedo soportarlo.
—Eso se acerca más a la verdad. —Andrew presionó un poco más, sin piedad. Al fin y al cabo, ya le había advertido de que dolería. Neil jadeó, un poco sobrepasado. Separó la boca del cojín, apretando más la frente y cerrando los ojos con fuerza, lo suficiente como para poder inhalar una bocanada de aire que le supo al aroma a humo de Andrew. Con los pulmones llenos, la punzada de dolor que había sentido remitió un poco y una chispa de placer brotó de alguna parte durante unos efímeros segundos.
—Estaré bien en unos segundos —se corrigió Neil, que había dicho su sempiterna frase sin pensar siquiera, olvidando lo mucho que molestaba a sus compañeros, en general, y a Andrew, en particular—. Sólo necesito acostumbrarme y después estaré bien.
Andrew no respondió. Se limitó a esperar, paciente y completamente inmóvil, con las manos apoyadas sobre el cojín, a ambos lados del rostro oculto de Neil, y su cuerpo suspendido sobre el de él, caliente y cercano. No se movió ni un centímetro, firme, sin pugnar por seguir penetrándolo y sin retirarse también, hasta la respiración de Neil volvió a relajarse, hasta que distendió las piernas y los glúteos. Hasta que dejó de apretarse sobre su polla como el infierno. Neil estuvo a punto de avisarlo de que ya podía continuar, pero Andrew supo leer de forma adecuada las señales y siguió avanzando e introduciéndose más y más profundamente en su interior.
—Se siente bien —dijo Neil cuando dejó de percibir el dolor pulsante e incómodo de los primeros minutos. Ahora sí estaba seguro de que Andrew había conseguido entrar del todo. Se sentía lleno y, dejando de lado la incomodidad sobre todo le embargaba una sensación de intimidad y placer apabullantes. No era un placer eléctrico, ni se parecía al que anunciaba su orgasmo cuando Andrew lo masturbaba o se la chupaba. Era uno diferente, más reposado, fruto no sólo de lo físico.
—No hables —dijo Andrew, que movió una de sus manos para sujetarlo por la nuca y presionarle la cara contra el cojín al mismo tiempo que empezaba moverse rítmicamente y salir y entrar de su interior con bruscas embestidas.
Neil gimió, en parte por los restos de la incomodidad y dolor iniciales, que se disipaban hasta desaparecer con cada penetración de Andrew y sobre todo por el placer de tener a este en su interior, por haber conseguido solventar un paso más de la «no relación» que había entre ellos y la excitante fricción de su miembro. Arqueó las caderas hacia atrás, saliendo al encuentro del rítmico movimiento de Andrew para permitir que su erección se recolocase en una posición menos molesta, pero el roce de esta contra el suelo no era suficiente para alcanzar un orgasmo que podía rozar con la punta de los dedos y que estaba seguro de que, si no fuese su primera vez, Andrew podría desencadenar sin necesitar siquiera tocarse a sí mismo.
Tras él, las embestidas de Andrew se hicieron más y más caóticas, anticipando su propia explosión de placer sin que Neil pudiese hacer nada más que estremecerse al unísono con él, apretando el culo para aumentar la fricción y multiplicar las sensaciones de ambos de forma infinita. Andrew tardó unos segundos más en alcanzar el orgasmo, hundiéndose lo más profundo que podía en el interior de Neil. Lo hizo en silencio, interrumpiendo el sonido de sus pieles golpeando la una contra la otra y conteniendo la respiración mientras se corría dentro de Neil. El brazo con el que todavía se apoyaba en el cojín para sostenerse y no aplastar a Neil tremoló y este sintió en su espalda el peso del pecho del otro chico, que se movía con rapidez por la respiración agitada que le acariciaba la piel del cuello. Su otra mano aplastando de manera férrea la cara de Neil contra el cojín, pero la fuerza con la que lo hacía, incrementada durante el orgasmo, ahora era mucho menor. Se quedaron quietos por más de un minuto. Después, el pecho de Andrew volvió a separarse de la espalda de Neil y la mano que le sujetaba la nuca lo soltó.
—No te muevas —advirtió Andrew.
Movió las caderas hacia atrás para salir de su interior. Cuando lo hizo, Neil levantó las caderas de forma instintiva, deseando prolongar la sensación un poco más. Se sintió vacío de nuevo, como cuando Andrew había sacado los dedos y mucho más flojo que en ese momento. Apretó el músculo otra vez, pero en lugar de satisfacción al comprobar que la distensión no era tanta, echó de menos lo lleno que se había sentido.
Una gota de líquido tibio se deslizó por la piel sensible de su perineo y a esta luego le siguió otra y otra más. «Una parte de Andrew», pensó Neil, sintiendo cómo esta se escurría de su interior. No le dio tiempo a considerar nada más al respecto, ni a plantearse si ya podía moverse para limpiarse, porque la mano de Andrew se introdujo en el escaso hueco entre el suelo y su abdomen que Neil había creado al arquearse hacia atrás y atrapó su glande entre los dedos, ligeramente ásperos y todavía húmedos de lubricante. Este no necesitó más que acariciarle el frenillo con la yema del dedo pulgar durante unos pocos segundos, de la misma forma que hacía cuando al empezar a masturbarlo en la azotea, para que el semen tibio y espeso de Neil le salpicase los dedos y se acumulase en la palma de su mano.
Cuando Andrew se apartó definitivamente, Neil siguió quieto, esperando que este estuviese listo. Lo escuchó incorporarse y caminar por la habitación. El frufrú de la ropa, único sonido que llenaba la habitación además de sus respiraciones, señalaron a Neil que el otro chico se estaba ajustando la ropa interior y los pantalones. El sonido de la puerta del cuarto de baño al abrirse fue la indicación de que había salido de la habitación.
Siguió quieto, inspirando profundamente el aroma a humo y a Andrew del cojín, relajándose en la postrimería del segundo orgasmo, que había sido el más íntimo que había experimentado con Andrew hasta ahora, mientras escuchaba el agua del lavabo correr y se imaginaba que este estaba poniendo los dedos bajo el chorro para dejar que arrastrase los restos de su semen por el desagüe. Los pasos de Andrew regresaron, caminando al lado de Neil y arrodillándose tras él. Una toalla empapada con agua tibia limpió entre sus nalgas de Neil, llevándose cualquier resto de lo que acababan de hacer con un movimiento suave.
—Deberías vestirte antes de que regresen.
Neil se incorporó y parpadeó para enfocar la visión tras tanto rato con los ojos aplastados contra la almohada. Andrew estaba vestido y sentado en el escritorio, junto a la ventana desencajada y lo miraba con desinterés. En una mano tenía un cigarrillo apagado, que hacía bailar entre sus dedos. En la otra el botecito de esmalte de uñas negro, que golpeteaba débilmente contra la mesa. Eran las dos únicas pistas, pues su rostro estaba vacío y su mirada era inexpresiva y sin emociones, que revelaban lo que Neil podía saber con sólo mirarlo.
—Ha estado bien —murmuró Neil, un tanto avergonzado, mientras se vestía bajo la atenta mirada de Andrew, que ladeó la cabeza para observarlo mejor. «Te odio, pero eso no me impediría chupártela», había dicho una vez. O algo parecido. En cualquier caso, a estas alturas Neil ya sabía leer entre líneas en la sutileza de Andrew y el odio que aseguraba sentir e insistía en englobar en porcentajes.
—Ciento diez por ciento —dijo este, como si hubiera adivinado sus pensamientos. Neil se encogió de hombros. Durante unos segundos, sólo se escuchó el repiqueteo del pequeño bote de vidrio del esmalte de uñas contra el conglomerado de madera del escritorio. Después, Andrew se colocó el cigarrillo entre los labios, lo encendió con pericia e inhaló una larga calada, conteniendo el aliento para no dejar escapar el humo.
Extendió el cigarrillo hacia Neil, que se adelantó un par de pasos para aceptarlo. Lo acunó entre sus dedos, percibiendo el humo que subía en un delgado y casi invisible hilo, y luego se acerco todavía más a Andrew, que entreabrió los labios para corresponder a su breve beso. Cuando Neil se apartó un poco, separando su boca unos pocos milímetros de la de Andrew, este exhaló el humo en una oleada suave que se introdujo entre los labios de Neil e inundó su nariz del olor que identificaba con el otro chico.
—Deja de sonreír como un idiota, o te odiaré aún más —dijo Andrew, en tono cáustico, y se encendió un cigarro para él en cuanto Neil retrocedió y le dio suficiente espacio.
Sin embargo, este no dejó de sonreír, convencido de que eso significaba que Andrew estaba dispuesto a repetir otro día. Que el acuerdo había sido satisfactorio para cumplir las condiciones de sus límites. Que algún día podrían dar otro paso, si Andrew lo deseaba. Juntos, apoyándose y protegiéndose, en lugar de huyendo. Era una sensación novedosa para él, incluso a esas alturas, y todavía estaba acostumbrándose. Pero lo haría, como se había acostumbrado al olor a humo de Andrew y que ahora lo relajaba y excitaba a partes iguales.
Para cuando Nicky y Kevin regresaron al dormitorio, Andrew seguía fumando junto a la ventana, exhalando el humo hacia el exterior. Neil se había adormilado en el puf, resbalándose hacia el suelo. A pesar de la elocuente mirada que Nicky le dirigió cuando Neil se sobresaltó ante el ruido de su llegada por la fuerza de los años en alerta, no quedaba rastro de lo que habían hecho, ni siquiera sus cabellos despeinados o el ambiente cargado de la habitación. La que sí notaba el propio Neil, al moverse en el suelo para reacomodarse en el puf, podía disimularla sin mayores problemas sin siquiera tener que decir «estoy bien». Era incómodo, casi doloroso, pero también un recordatorio de lo que habían hecho, de lo que podría venir más adelante.
Pues nada, llevo unas pocas semanas obsesionado con All for the Game. He aquí una prueba de ello, jajaja. Espero haberles hecho justicia.
