6
La noche era apacible con aquella ligera brisa que hacía bailar a las blancas cortinas de las grandes ventanas del despacho, y ante ese oscilante movimiento la luz de la luna se colaba. Y el único espectador de dicha escena era Sesshōmaru, el cual estaba sentado en el amplio sillón, mientras bebía un poco de whisky.
Otra vez más el insomnio se había hecho presente en el peli-plata, por todos los pensamientos que había en su cabeza, uno más complicado que el otro. Aunque el haber dormido un poco por la tarde, le había ayudado para soportar especialmente esa noche.
Sesshōmaru no podía evitar sentirse incómodo respecto a la situación de Kirinmaru y Hakudōshi, especialmente por el último. El gran plan aún seguía sin gustarle. Incluso se preguntaba si debió inmiscuirse de manera directa, tal vez él hubiera encontrado una forma más eficiente para hacer hablar a aquel sujeto. Pero arrepentirse en ese momento ya no servía de nada, solo le quedaba esperar el resultado, y, sobre todo, que eso no llegara a perjudicar de alguna manera la psique de Hakudōshi.
Tampoco podía dejar de pensar en los documentos entregados por Kōga. Los cuales eran los contratos de los empleados, y aunque solo fueron tres los sospechosos, para él solo uno había sido el más llamativo, Kohaku Taylor. No sólo era el más joven en las filas, también se trataba del último empleado que entró a trabajar para él. Así que solo seis meses no eran suficientes para serle totalmente fiel. Pero no podía hacer nada al respecto con el chico, al menos hasta que tuviera información por parte de Hakudōshi.
Y sin olvidar que la tensión en su hogar era repelente en todo sentido. Por algún motivo sentía que habían ocurrido cosas de las cuales no se le había informado. Ya fuera por su negativa a que lo molestaran, o porque no se lo querían contar. Especialmente por la actitud que estaba tomando Kagura, y el cual estaba empezando a fastidiarlo. Aparte no había visto a Kanna en todo el día, algo que le extrañó, sobre todo ahora que parecía ser uña y mugre al lado de su esposa.
«Esposa», pensó Sesshōmaru con pesadumbre.
Después del altercado que ocurrió entre su mujer y él en su habitación, la actitud de ella volvió a encogerse como si de una ostra se tratara. Durante la comida Rin no pronunció palabra alguna, mantuvo la mirada baja e incluso solo picoteó la comida un par de veces, dejando prácticamente el plato intacto. Y en la noche ni se vieron las caras, porque Sesshōmaru había decidido el cenar en la oficina para checar los documentos que tenía pendientes. Y quizás para la castaña fue un alivio el no tener que poner cualquier pretexto, para no verle la cara antes de irse a dormir.
Sesshōmaru nunca pensó que la situación con Rin fuera a tornarse de esa manera. Todo su plan de que fueran dos desconocidos que compartían casa y un título civil, se había ido a la borda. Por alguna extraña razón ella estaba empecinada en llamar su atención, sin siquiera ser consciente de ello. Y parecía que una insana curiosidad afloró en él, una curiosidad que podría llevarlos a ambos al límite. Lo cual podría ser fatal para los dos.
El peli-plata cogió el vaso que descansaba en la pequeña mesa de centro y se bebió el último trago que quedaba del potente licor. Pero eso en vez de relajarlo, terminó por ponerlo alerta, ya que escuchó unos sutiles pasos, los cuales parecían acercarse exactamente hacia el despacho.
«¿Quién sigue despierto a estas horas?», se cuestionó a sí mismo.
Pensó en dos mujeres en particular, aunque esperaba que se tratara de la castaña y no de la pelinegra.
Sesshōmaru dejó el vaso sobre la mesa con suavidad, para hacer el menor ruido posible y así ocultar su presencia al intruso. Y así se quedó, en total quietud, con sus ojos clavados en la entrada de doble puerta.
Para suerte del hombre, la puerta que fue abierta con total lentitud y con el menor ruido posible, lo dejaba fuera del rango de visión, por lo tanto, la persona que estaba a punto de entrar no se daría cuenta de que él estaba ahí.
La tenue luz amarillenta de la vela comenzó a iluminar el camino de la persona que estaba ingresando con una molesta parsimonia.
Rin terminó de entrar al despacho, sin siquiera mirar por completo todo el lugar, parecía estar obcecada en su misión. Aunque de repente sintió como si algo frío le recorriera por toda la espalda. Pero prefirió ignorar tal sensación, ya que la atribuía a su propio nerviosismo.
La joven mujer llegó al escritorio en donde dejó la porta velas y el libro, para agarrar el banco de madera.
Sesshōmaru al ver a su mujer realizar tal acción, puritanamente pensó que sería buena idea el encargar unas escaleras corredizas, para que su esposa no tuviera que batallar en alcanzar los lugares más altos de los libreros.
Sin embargo, su pensamiento cambió al recordar de lo que trataba ese libro, y por lo tanto comenzó a cuestionarse.
«¿Ya terminó de ver todas las ilustraciones? ¿Ha saciado su curiosidad? ¿O quizás algo la hizo cambiar de opinión?», dijo Sesshōmaru internamente, deseando tener una respuesta.
Rin colocó con sumo cuidado el banco en el lugar adecuado y enseguida dio vuelta en busca del libro. Pero su cuerpo se petrificó y su respiración se detuvo en el momento en que sus ojos marrones se toparon con Sesshōmaru.
Sesshōmaru sonrió por sus adentros al ver como parecía que el mundo se le caía encima a su mujercita. Algo exagerado para él, pero Rin era tan expresiva que era evidente conocer el estado de ánimo en el cual se encontraba. Para su mala suerte, lo que el peli-plata siempre llegaba a presenciar eran actitudes neutrales tirando a negativas.
—Mi…mi…se… —Rin no pudo terminar la frase.
—Veo que has terminado con el libro —expresó el hombre con total control de la situación—. Parece ser una devoradora de letras, estoy bastante impresionado.
—Yo… —Rin parecía seguir en trance.
—¿Te ha gustado las fábulas? —preguntó Sesshōmaru, sin apartar su inquisidora mirada de su esposa.
Rin no respondió, sólo bajo la vista y apretó con fuerza la bata que cubría el camisón para dormir. Ella en ese momento entendió que Sesshōmaru ya sabía de antemano que había elegido el libro de arte erótico. Después de todo, él se lo dijo en esa plática en el jardín, que era el único que conocía a la perfección cada uno de los libros que moraban en ese despacho.
«Él estuvo jugando conmigo ese día», pensó Rin mientras unas fuertes ganas de llorar se hicieron presentes.
Al no obtener respuesta de su esposa, Sesshōmaru se levantó de su asiento y caminó hacia donde ella se encontraba. Al llegar al escritorio prendió una de las lámparas y tomó el libro que descansaba sobre robusto mueble. Hojeó el cuaderno y vio como las imágenes se sobreponían una sobre la otra con rapidez. Había pasado mucho tiempo desde que lo vio. No era precisamente uno de sus favoritos, pero lo conservaba por ser un regalo de una persona que conoció un par de ayeres.
—Levanta la cara, que no has cometido ningún crimen —dijo con parquedad, al ver que la mujer no se había movido ni un ápice.
Pero ella siguió en el mismo lugar y sin mover ni un solo de sus músculos, en ese momento se parecía a una estatua. Tan fría y sin vida. Algo que empezaba a enfadar a Sesshōmaru.
Así que empezó a buscar un arte en particular, y al encontrarla se acercó a su esposa, la cual tuvo una pequeña reacción de rechazó, pero eso a Sesshōmaru no le importó.
—No soy propicio a la pintura o el dibujo, pero Octave Tessaert₁ hizo una representación audaz sobre la feminidad. —Colocó el libro ante la mirada de Rin, obligándola a ver la ilustración. Ella reaccionó y giró levemente su cabeza hacia otra dirección. Sesshōmaru continuó—. Y que mejor que utilizar a la diosa de la belleza, el amor y la sexualidad para ello. Una mujer libre de ataduras y prejuicios. Algo que esta sociedad no acepta, por ese falso velo de pureza que la religión les brinda con una moral frágil e hipócrita. Pero al final eso es lo que todos buscan, rendirse en su propio placer, aunque eso signifique subyugar a otros.
El peli-plata dijo todo ese monólogo con la intención de que la mujer se desinhibiera, aunque fuera un poco, pero no había dado resultado.
Rin siguió con su mirada desviada, con el cuerpo tenso y con un nudo en la garganta que le impedía sollozar, aunque sus lagrimales habían sucumbido y el líquido salino empezó a brotar. Pero no era por tristeza o vergüenza. No. Era nada más que enojo hacia al hombre que tenía enfrente y hacía sí misma.
«¡Esposo mío eres un cretino, y yo una estúpida!», se gritó internamente la joven mujer.
Sesshōmaru al observar que su cónyuge era un manojo de nervios, aventó el cuaderno sobre el escritorio, y enseguida agarró de la barbilla a la mujer obligándola a verlo. Ella no pudo evitarlo. Así que lo miró directamente con el ceño fruncido, las lágrimas recorriendo sus mejillas y apretado sus labios con fuerza.
—Así que así te vez enfadada —comentó con parquedad—. Me pregunto si tienes ganas de golpearme.
La esposa siguió en total silencio, pero las palabras de su esposo solo hacían que la sangre le hirviera aun más.
—Demasiado drama por unas estúpidas pinturas —siguió hablando al ver que su esposa no quería ceder—. No entiendo por qué mentiste y mucho menos el regresarlo tan rápido. ¿Qué te hizo cambiar de opinión y querer devolverlo?
—Pare.
—¿Por qué? —cuestionó él.
—Por favor —dijo entre dientes.
Una leve sonrisa se dibujo en los labios del hombre ante la respuesta de su mujer. Eso no es lo que quería escuchar, pero aun así le causo gracia e incluso ternura.
—No, Rin. No me refería a eso.
—¿Entonces qué quiere de mí? —preguntó Rin aguantando las ganas de gritarle.
—Que seas sincera…
Pero en eso se percató en cómo estaban en ese momento, y literalmente la tenía acorralada. Tal vez ser el único con la batuta del dominio no fuera tan grato para su mujer.
«Presionarla no servirá de nada», pensó Sesshōmaru.
Sesshōmaru exhaló y relajó todo su cuerpo en el proceso, para enseguida coger la pequeña mano de su esposa y así obtener una nueva reacción por parte de ella.
Rin no pudo evitar el sorprenderse por el repentino acto de su marido, pero no pudo decir ni hacer nada, porque él ya la había hecho avanzar hacia el extenso sofá en el cual estuvo sentado hace un rato.
—Siéntate —le pidió Sesshōmaru con un tono más suave, pero sin perder la profundidad de su voz.
Rin miró el sillón y después al hombre. No quería hacerlo. Lo único que quería era irse a su habitación y nunca salir de allí. Pero sabía que él no lo iba a permitir, ya fuera para saciar su curiosidad o por el hecho de ser una persona autoritaria por naturaleza. Al menos, eso era lo que ella creía en esos momentos.
—Solo quiero que hablemos —dijo Sesshōmaru—. Vamos, no seas tan prejuiciosa.
Rin accedió al saber que eso se podría prolongar si no aceptaba. Prefería vivir la vergüenza de golpe, que estirar la incomodidad por un tiempo indefinido.
—¿Quieres beber algo? —preguntó el hombre.
—Yo… —Rin limpió sus lágrimas con las mangas de su bata—. Yo nunca he bebido alcohol…
—Hmm… —Sesshōmaru miró al minibar y sólo vio whisky y coñac, bebidas demasiado fuertes para su esposa. O eso creía él—. ¿Quieres probar?
—¿Eh? —La castaña lo miró dudosa. Ella no estaba entendiendo lo que estaba pasando tan repentinamente.
Sesshōmaru decidió cortar y hacerlo de todas formas, ya si lo bebía o no daba igual. Así que cogió su vaso y se dirigió al minibar en donde tomó un vaso limpio y empezó a servir whisky para los dos. Agarró los vasos y se encamino hacia donde su esposa lo miraba con confusión.
—Ten. —Le dio el vaso. Rin lo aceptó sin rechistar.
El peli-plata enseguida se sentó y dio un trago a su bebida, para poder continuar con tan peculiar charla con su esposa.
—Mi señor…
—Rin —la interrumpió—. Es momento de que dejes de llamarme de esa manera. Soy tu esposo, no tu dueño —le aclaró—. Di mi nombre y empieza a tutearme.
Rin sujetó con fuerza el vaso que tenía en sus manos, ya que no se había esperado tal petición u orden.
—No es tan difícil, Rin. —Sesshōmaru llevó su mano al rostro de su mujer y con el toque de sus dedos en la suave barbilla la hizo levantar la mirada.
Rin se encontró con los intensos ojos ámbar, y no encontró ni un rastro de burla o autoridad. Incluso podría jurar que eran cálidos, muy a su manera.
—Sesshōmaru…
Sesshōmaru sonrió sutilmente al escuchar por segunda vez su nombre de la dulce voz de su esposa. Ya que la primera fue cuando se casaron.
—Mejor. —Apartó su mano y la apoyó sobre su propia pierna.
—¿Por qué me engañó…engañaste? —preguntó Rin con dificultad al tratar de tutear a Sesshōmaru.
—¿Engañarte? —Sesshōmaru alzó la ceja por la osadía de su mujer—. ¿De qué manera te engañé, Rin?
—Usted…digo…tú ya sabías lo del…libro —pronunció la última palabra con vergüenza, volviendo su vista hacía el vaso de licor que seguía en sus manos.
—Mentiste primero —le recordó a su mujer—. Yo sólo hice una pregunta, y tú decidiste mentir. Así que simplemente te seguí el juego.
—¡Yo no…! —calló abruptamente al darse cuenta de había levantado la voz y había enfrentado de nuevo a su marido.
—Creo que el tema del dicho libro se está saliendo de control —dijo con cierto cansancio—. Le estás dando demasiado importancia a algo que no lo tiene.
Rin siguió viendo el rostro de su esposo, el cual se veía cansado y las ojeras debajo de los intensos ojos dorados lo delataban. Pero en ese instante aquella imagen que soñó se hizo presente repentinamente, orillándola a bajar rápidamente el rostro, tratando de ocultar la vergüenza que se dibujaba con carmín en sus mejillas.
Sesshōmaru vio que su mujer no tenía intenciones de seguir hablando, tornándose a un más desesperante para él. Pero quería ser paciente, al menos quería intentarlo con ella.
—Ambos fuimos curiosos y eso nos llevó a esta situación tan innecesariamente incómoda. O, mejor dicho, incómoda para ti —rectificó a tiempo.
—¿Por qué me hostigaste ese día en el jardín? Qué más te daba lo que yo leyera o viera —habló Rin con un tono apagado—. ¿Qué querías conseguir? ¿Avergonzarme o criticarme por mi escasa virtud como esposa?
«Así que se trataba de eso», pensó Sesshōmaru.
El peli-plata solo veía cómo su esposa tenía una lucha interna entre la mujer libre de ataduras contra las sombras de lo moralmente correcto.
—Soy un bastardo, por lo tanto, no pretendo ser un noble caballero, Rin —dijo con frialdad cada una de esas palabras—. Soy un hombre al que no le interesa la imposición de la virtud y castidad mental.
Rin levantó la mirada, la cual ahora estaba totalmente estupefacta por las palabras de su marido. Tampoco se había esperado que volviese a mencionar su condición como hijo natural.
—¿Qué es lo que quería conseguir ese día? —continuó Sesshōmaru—. Que fueras sincera, curiosa, que no tuvieras miedo de ser tú misma.
»Cuando te conocí vi a una mujer dispuesta a todo con tal de salvar a su padre, aunque él no se lo mereciera —fue sincero—. Esperaba encontrarme ese coraje y fortaleza en cada poro de ti. Pero solo he obtenido a una persona bajando la mirada, esperando a que le digan cómo pensar y actuar. Bastante contradictorio, ¿no lo crees?
—Mi orgullo…mi dignidad… —musitó más para sí misma. Pero Sesshōmaru la escuchó claramente.
—Ya veo que lo recuerdas. —Sesshōmaru no había olvidado aquella platica con su esposa.
—Sí —aceptó ella—. ¿Pero qué hombre querría que su esposa fuera…? —calló abruptamente. Todo le estaba siendo demasiado confuso para ella.
—Porque no me casé con una muñeca sino con una persona —le respondió—. Así que discute, pelea y exige lo que te mereces no como hija o esposa sino como mujer.
—Sesshōmaru… —Un nudo se había vuelto a formar en la garganta de Rin—. ¿Por qué me tomaste como tu esposa?
—Porque vales la pena, Rin —respondió sin ningún tipo de titubeo o falsedad.
En ese momento, Rin sintió unas pesadas cadenas caer ante sus pies, las mismas que había ignorado creyendo que eso era lo que le tocaba vivir como hija y mujer. Y aunque era algo metafórico, su cuerpo realmente se sintió mucho más ligero.
Rin levantó su rostro y devolvió la mirada a los intensos ojos ambarinos, y en ellos no sólo vio la mezcla perfecta entre la frialdad y la calidez, también vio libertad.
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Los lamentos cada vez eran más menguados, era como si el sujeto hubiera desgarrado su garganta y sus fuerzas se hubiera escapado despavoridos.
—Por…por…favor… —masculló el rubio sin fuerzas—. Todo…ya…lo dije…
Hakudōshi miró a Belmont con total frialdad, ya que había esperado que fuera más resistente, pero resultó ser más frágil de lo que aparentaba. No solo de cuerpo sino también de mente.
«Patético», pensó el albino.
—Aún queda un dedo sano —dijo el administrador con voz juguetona. Y así sólo recibió una mirada llena de terror por parte de la víctima.
—Nnnnh…nnnoooh… —Belmont ya no podía más.
Hakudōshi hizo caso omiso a la patética suplica del rubio, lo haría solo para desquitar el odio que le tenía guardado al sujeto.
«¿Cuántos chicos te suplicaron? ¿Cuántos de ellos se humillaron? ¡¿A cuántos no les diste la oportunidad de seguir viviendo?!», cada pregunta rebotaba en la cabeza de Hakudōshi.
El administrador había destrozado cada uno de esos dedos de diferentes maneras, mallugó el asqueroso pene del tipo consiguiendo que se desmayara en el proceso e incluso le hizo perder una buena cantidad de dientes y molares. Todo eso era tan poco a comparación de las aberraciones que cometió contra aquellos inocentes niños, los cuales solo recurrían a vender sus cuerpos con tal de obtener un cuenco de sopa de fría para comer.
«Esa asquerosa sensación».
Hakudōshi conocía muy bien de lo que hablaba, él conocía lo que era aceptar cualquier tipo de humillación y ultraje para poder sobrevivir en un mundo podrido. Él sabía lo que era perder el orgullo y la dignidad para proteger lo que más se amaba.
«No era suficiente. Belmont aun no había pagado por sus crímenes», aseguró internamente Hakudōshi.
El albino sacó la navaja de su pantalón y con una mirada totalmente ensombrecida empezó a acortar la distancia entre Belmont y él. Pero un disparo retumbó por la pequeña habitación subterránea. Hakudōshi paró en seco y salió de su trance, para encontrarse con Kirinmaru. Aun sostenía con su mano el revolver que seguía apuntando a la cabeza del ahora muerto Belmont.
—Es suficiente —dijo autoritario el pelirrojo—, hemos conseguido lo que queríamos. El tipo no vale más la pena.
Hakudōshi se quedó estático en aquel lugar, sin saber cómo reaccionar a lo que acababa de pasar.
Kirinmaru observó la actitud del chico y solo pudo suspirar. Así que se guardó el arma y dio paso hacia el joven hombre mientras se quietaba los oscuros guantes. Al quedar enfrente del albino levantó sus manos ya desnudas y agarró el hermoso rostro andrógino y así lo orilló a que levantara la mirada para que lo viera solo a él. Aunque le preocupaba que las viejas quemaduras de sus manos le provocaran asco o rechazo a Hakudōshi. Pero el administrador no parecía importarle tal detalle.
—Es suficiente, Hakudōshi —dijo con voz suave—. Ya todo ha terminado, ¿lo entiendes?
—Sí… —asintió el administrador si apartar su vista de las joyas verdes que tenía el duque como ojos—. Todo terminó.
—Necesitas descansar —le sonrió amablemente—. Adelántate, ve a mi casa a tomar un baño y duerme. Hablaremos más tarde de esto, ¿está bien?
—¿Qué harás? —preguntó al momento en que Kirinmaru apartó sus manos de su rostro.
—Limpiaré todo esto, y me encargaré del cuerpo.
—Deja que te… —Hakudōshi no pudo terminar, porque su mayor lo interrumpió.
—No —rechazó contundentemente—. Te necesito en tus cinco sentidos, Hakudōshi. Así que ve a descansar, por favor.
Hakudōshi entendía que había perdido la compostura y no tenía la mente fría. Así que sin objetar más decidió obedecer los mandatos del Kirinmaru.
—No te demores, no tardará en amanecer —fue lo único que dijo el albino.
—No te preocupes —asintió Kirinmaru—. Anda, vete.
El administrador guardó su navaja, se quitó los guantes y los tiró al piso, estaba listo para marcharse.
—Tan rápido llegues a la mansión, te quitas esa ropa y se la das a Leonardo, él la quemará por ti.
—Bien.
• ────── ✾ ────── •
El día había trascurrido con una desagradable normalidad, lo cual estaba poniendo de los nervios a Sesshōmaru. Hakudōshi aun no regresaba y temía que las cosas no hubieran resultado como se esperaba.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos, volviéndolo a la realidad que estaba viviendo en esos momentos. La cantidad de trabajo representado en hojas de papel.
—Pasa.
La puerta no tardó en ser abierta y la presencia enfadosa de Kagura se hizo presente ante la mirada ambarina.
—Necesitamos hablar —exigió la ama de llaves.
—Estoy ocupado.
—Sesshōmaru es necesario que hablemos.
—Y ya te dije que estoy ocupado —dijo entre dientes, no estaba de humor para aguantar a Kagura.
—Pero…
Un nuevo toque a la puerta se hizo presente y eso fue lo que interrumpió a Kagura. Sesshōmaru frunció el ceño ante el nuevo intruso.
—Entra —ordenó.
La puerta fue abierta de nuevo y se hizo presente la figura de Rin, la cual no pudo esconder su asombro de ver a la pelinegra en la oficina.
—Lo lamento, no sabía que estabas ocupado —se disculpó y con toda la intención de retirarse—, vuelvo después.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Sesshōmaru a su esposa, ignorando a Kagura abiertamente.
—Quiero hablar contigo sobre algunas cosas… —Rin no pudo evitar el mirara a Kagura, la cual se le veía enfadada.
—Siéntate —le ofreció Sesshōmaru a la castaña—. Ya te puedes retirar, Kagura.
—Si, señor —obedeció apretando los dientes en el proceso—. Con su permiso, señora —pronunció con ira contenida, para al final salir del despacho.
Rin solo suspiró ante la actitud de la mujer de ojos rojizos, por algún motivo creía que eso le traería problemas a futuro.
—Rin —la llamó su esposo.
—Lo siento. —Rin reaccionó ante la voz del hombre y fue a sentar a una de las sillas frente al escritorio—. Realmente espero no haber interrumpido nada importante.
—¿Qué necesitas? —cuestionó el peli-plata, obviando la innecesaria preocupación de su esposa—. ¿Quieres continuar con la charla que tuvimos en la madrugada? —picó adrede.
—¡Eh! —Rin no pudo evitar sorprenderse y sonrojarse—. No, no he venido por eso…
—Te escucho.
—Ayer pasaron unos pequeños percances, que me gustaría que supieras —habló con cierto nerviosismo. La confianza no era algo que se ganaba en una charla por la madrugada—. Lo que ocurre es que ayer Kanna amaneció bastante enferma…
—¿Ya la han atendido? —preguntó. Y ahora el peli-plata entendía porque no había visto a la menor de los Colin en dos días seguidos.
—Sí, ya esta mejor —aseguró Rin—. Lo que realmente me preocupa es esa regla suya…digo, tuya.
—¿Regla? —Sesshōmaru alzó la ceja y se echó hacia atrás, recargando por completo su espalda en el respaldo de su asiento.
—Ayer le pedí a la señorita Kagura que me entregara el botiquín, para poder darle el medicamento adecuado a Kanna. —Mordió su labio inferior con nerviosismo—. Pero ella me lo negó, al alegar que el medicamento no era para el uso de los empleados. Así que quiero que sepa que si faltan medicinas ha sido por…
—Yo nunca he dado una orden al respecto, Rin —la interrumpió secamente.
—¡¿Qué?! —Rin no quiso ocultar asombro.
—Esa regla no existe, y realmente no se de dónde la han sacado.
—Pero… —Ella guardó silenció abruptamente.
—Por lo visto, Kagura se atrevió a llevarte la contraria —expresó con notoria molestia.
Rin no sabía que decir en esos momentos, no esperaba que las cosas se torcieran de esa manera. Ella había ido con la intensión de proteger a Kagura de cualquier castigo por parte de su esposo, pero al final resultó todo lo contrario.
«¿Por qué ella mentiría con algo así? Aunque, Kanna también lo mencionó», pensó Rin.
—¿Es la primera vez que tienes un altercado con Kagura? —preguntó.
—Sí. —Rin prefirió responder con sinceridad.
—¿Segura? —insistió su marido.
La castaña sabía que Kagura no era precisamente amable con ella, pero eran altercados tan minúsculos que no valía la pena mencionarlos. No quería tener más problemas con la joven ama de llaves.
—Solo ha sido ese —dijo la verdad a medias.
—Hmm… —Sesshōmaru no le había creído, pero eso ya sería algo que trataría directamente con Kagura—. ¿Algo más que deba saber?
—Realmente no sé si esto me corresponda a mi decirlo, pero parece ser que hubo un extravió de azúcar en el almacén —informó no muy segura de mencionarlo.
—¿Cómo te enteraste? —siguió cuestionándola.
—Ayer por la mañana hubo una discusión entre la señora Kaede y la señorita Kagura por ese motivo —le hizo saber—. Me hubiera gustado el poder ayudar, pero como aun me estoy…
—Está bien, Rin. —Sesshōmaru suspiró con cansancio.
—Sesshōmaru…
—¿Qué?
—Permíteme arreglar este mal entendido con la señorita Kagura, por favor —pidió Rin—. Sí realmente quiero ser la señora de esta casa, debo ser yo quien resuelva. ¿No lo crees?
Sesshōmaru sabía que su esposa estaba tratando de salvar a Kagura de su ira. Pero también sabía que su mujer no podía depender de él para arreglar esos problemas.
—Bien —aceptó—. Pero si esto sigue así, no habrá una segunda oportunidad para Kagura.
—¡Gracias! —Rin solo pudo sonreír ante la respuesta de Sesshōmaru.
• ────── ✾ ────── •
Hakudōshi había llegado más tarde de lo planeado, pero se había quedado dormido y Kirinmaru no quiso perturbar su descanso. Pero ahora se encontraba ahí, frente a Sesshōmaru después de casi dos días sin verlo.
Así que no perdió tiempo y le dio toda la información que le habían sacado a Belmont, antes de que el duque Foster le quitara la vida.
—Parece que escuchar el nombre de Kohaku no te sorprendió —habló el administrador.
—No —respondió—. Kōga me entregó los contratos de los empleados más jóvenes, y fue exactamente ese chico el que más llamó mi atención.
—Belmont lo tenía amenazado con hacerle daño a su hermana. Aparte de que el difunto señor Tylor dejó unas cuantas deudas pendientes con Magatsuhi. —El albino suspiró—. ¿Qué harás respecto a Kohaku?
—Lo estoy pensando —dijo parcamente—. ¿No pudieron sacarle algo respecto al veneno?
—Dijo que solo se los entregaron, que no tenía idea de donde lo sacaron —respondió Hakudōshi—. ¿Sigues creyendo que Naraku tiene que ver?
—Indirectamente. —Sesshōmaru no podía dar otra respuesta que esa.
—¿Crees que Jaken pueda sacarle algo a esa rata?
—Más le vale que así sea.
—No quiero estar en sus zapatos. —Trató de sonar gracioso, pero no pudo.
—¿Qué te dijo Kirinmaru referente a Issac? —Mostró un poco de intriga.
—No me dijo nada, parece que aun se lo esta pensando. —Torció la boca—. Aparte aún no sabemos cuáles de sus trabajadores tienen contacto con Issac.
—Debió matarlo cuando tuvo la oportunidad —dijo tajantemente Sesshōmaru.
Hakudōshi prefirió no decir nada al respecto, ya que opinaba lo mismo que Sesshōmaru. Kirinmaru fue demasiado benevolente con ese tipo.
—Creo que, por el momento, lo mejor es que ambos enfríen la cabeza y piensen muy bien qué movimientos van a tomar —sugirió Hakudōshi—. Tienen que coordinarse lo mejor que puedan.
Sesshōmaru posó su mirada en el joven administrador, y no era difícil notar que se le veía incómodo. Por lo tanto, tendría que hablar directamente con Kirinmaru, para saber si hubo algún percance con Hakudōshi. Ya que sabía de antemano que hombre frente a él no le diría nada de su situación emocional.
—Deberías ir a ver a Kanna —sugirió Sesshōmaru.
—¿Por qué? ¿Le ocurrió algo a mi hermana? —Hakudōshi reaccionó instintivamente.
—Nada grave —respondió—, es sólo catarro.
—¿Kagura la ha estado cuidando?
—No lo sé —fue sincero—. Pero Rin ha estado al pendiente de tu hermana.
—Le daré mi gratitud a la señora cuando la vea.
—Anda y ve. —Sesshōmaru volvió a posar su mirada en los documentos—. Y mañana tómate el día para cuides a tu hermana.
—Bien.
Hakudōshi se levantó y partió del despacho, dando camino hacia la habitación de su hermana menor. Sin embargo, aún se sentía ansioso y no sabía si era el momento adecuado para ir a ver a Kanna.
Pero al final terminó enfrente del cuarto de su hermana tocando levemente la puerta y esperando que ella estuviera dormida. Pero para su buena o mala suerte la chica respondió.
—Adelante —respondió con un poco de tos.
Hakudōshi ingresó a la recámara y solo pudo ver como una sutil sonrisa se dibujo en el rostro de su pequeña hermana.
—Hakudōshi —lo nombró con infinita ternura.
—Hermanita…
Hakudōshi no tardó ni un segundo en ir hacia Kanna y abrazarla con delicadeza, para enseguida depositar un tierno beso en la frente de la albina.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Hakudōshi mientras se echaban ambos a la cama.
—Mejor —respondió con sinceridad—. Kagura y la señora han estado cuidando de mí.
—Me alegra escuchar eso —sonrió nítidamente—. Lamento el no haber podido estar al pendiente.
—No pasa nada —aseguró Kanna, tratando de calmar la preocupación de su hermano—. Tenías trabajo que hacer.
Al escuchar esas palabras, Hakudōshi abrazó un poco más fuerte a Kanna. Aun se sentía extraño después de lo vivido con Kirinmaru y ese sujeto.
—¿Ocurre algo? —preguntó la albina preocupada.
—No, nada —le sonrió—. Sabes, tal vez la semana que entra viene Kirinmaru.
—¿En serio? —cuestionó con esa parca emoción muy propia de ella.
—Al menos eso me dijo.
—Espero y así sea, tengo tanto tiempo sin verlo.
—Entonces hay que recuperarse por completo, para que puedas recibirlo adecuadamente —trató de animarla.
—Sí.
Hakudōshi acurrucó a su hermana aun más en su pecho y cerró los ojos, parecía ser que estar así con Kanna aliviaba su mente y corazón.
• ────── ✾ ────── •
Rin se encontraba acostada en su cama, moviéndose de un lado al otro al no poder concebir el sueño. Aun se sentía bastante abrumada por esa charla que tuvo con Sesshōmaru.
Fue un cambio repentino, demasiado para poder asimilarlo de la manera correcta. Nunca pensó que un simple libro desataría una charla más íntima entre los dos. Y, sobre todo, al descubrir que era demasiado grato el hablar de esa manera con él.
Ella estaba consciente de que había juzgado demasiado rápido al hombre que la tomó como su mujer. Sesshōmaru no era un hombre fácil de tratar, y estaba segura que no era la única que lo creía en esa casa. Pero hasta el momento, lo único que su cónyuge había hecho fue darle un valor inquebrantable como su esposa.
«Porque valgo la pena», se dijo internamente y sonrió tontamente.
Tal vez era momento de empezar a vivir para sí misma, algo que jamás se le había cruzado por la cabeza. Durante todo este tiempo solo había vivido para mantener a flote a su padre. Pero ahora, ella podía vivir para sí misma y Sesshōmaru le había abierto esa posibilidad.
Parecía ser que su esposo había encontrado algo en ella, algo que Rin aun desconocía. Pero estaba decidida a descubrirlo, sin importar qué, ella también quería ver lo que esos hermosos ojos dorados si pudieron.
Rin cogió la almohada que tenía al lado y se tapó la cara con ella, sentía tanta vergüenza que hasta su cuerpo empezó a sentirse caliente.
—Esto no está bien —dijo sobre la almohada—. Él sólo está siendo amable, dudo mucho…
Se levantó de golpe y se quedó sentada mirando a la nada, aun con esa pregunta revoloteando por su cabeza.
—¿Realmente me ves como una mujer, Sesshōmaru? ¿Con todo lo que eso conlleva? —preguntó en un murmullo—. ¿Quiero que él me vea de esa manera?
• ────── ✾ ────── •
Una semana después.
Londres, Inglaterra.
Naraku se encontraba en su habitación sellando unas cuantas cartas antes de mandarlas. Pero su labor fue interrumpida cuando alguien entró a su recámara sin autorización.
—Naraku.
—¿Qué quieres Byakuya? —preguntó sin apartar la mirada de su tarea.
—Te buscan.
—No estoy de humor de recibir a nadie, así que mándalos por donde vinieron.
—Eso sería muy fácil, pero no puedes correr, así como así a una condesa —dijo Byakuya burlonamente—. Eso sería muy grosero de tu parte.
Naraku por fin miró a su leal sirviente y lo vio la pequeña carta de presentación. El pelinegro se acercó a su señor y le entregó el pedazo de papel.
—Sí, sería demasiado descotes —sonrió cínicamente—. Ve y ofrécele algo para beber, ya mismo bajo.
—A tu orden. —Byakuya dio paso hacia la salida de la recámara.
—Byakuya —detuvo al joven hombre.
—¿Sí?
—¿Aun no ha regresado mi esposa?
—No —respondió—. Cuando la señora Kikyō va al dispensario suele tomarse su tiempo.
—Bien —asintió—. Vete.
Byakuya se retiró del cuarto y lo dejó nuevamente solo, torciendo la boca con disgusto.
—¿Por qué los Devington han estado hostigándome durante toda esta semana? —chasqueó molesto la lengua.
Se levantó y agarró su saco del perchero, para enseguida colocárselo mientras se dirigía hacia donde lo esperaba su visita.
Al bajar las escaleras pudo ver allí a la inconfundible mujer de melena plateada y ojos ambarinos. Aquella condesa que muchos temían y otros tenían la osadía de llamarla ramera sin ningún tipo de miedo a obtener una represalia.
—Condesa Devington, ¿a qué se debe su presencia en mi humilde morada?
La mujer volteó hacia la dirección donde provenía la voz y una sonrisa bañada en carmín se hizo presente.
—Tanto tiempo sin verte querido Naraku.
Continuara…
...
Nota: Obra a la que hace referencia es la de La Femme Damnée de Octave Tassaert (1800 - 1874).
...
¡Hola a todos!
Espero que todos estén muy bien y que esta historia siga siendo de su total agrado. Espero que el sexto capítulo les haya gustado tanto como los anteriores.
Como siempre un agradecimiento por leernos, seguirnos y comentarnos. Su apoyo es muy importante para que esta historia siga adelante.
Nos leemos el próximo viernes.
Atte: La autora y la beta.
