David recordaba que, en algún momento de su despertar como hombre, deseó tener hijos con una mujer noble y buena. Escuchar a Regina pronunciar esas palabras lo llenaron de una emoción tan grande que no le cabía en el pecho porque iba a tener un bebé con una mujer que sobrepasaba todos sus sueños. Era bellísima en todos los aspectos, físicamente era capaz de robarte el aliento, pero sus bellos sentimientos te hacían caer rendido a sus pies y no podía ser más feliz porque ambos se amaban.

—Un hijo tuyo y mío —inhaló por la boca al decirlo y Regina le acarició con ternura la nariz con la suya.

—Me es imposible explicar lo inmensamente feliz que eso me hace —dijo la Reina desde el fondo de su corazón.

El príncipe se apoderó de sus labios de nuevo, besándola con pasión, bajando la cadera para que el pene caliente y palpitante quedara en su vientre, encareciendo con ello a Regina porque la necesidad de tenerlo dentro se avivó a tal grado que su vagina ardía y se apretaba sobre la nada, reclamando por el duro mástil del príncipe. Se estremeció con el solo pensamiento de sentirlo en su interior, sin embargo, David tenía otros planes.

Lo sintió repartir besos por su cuello que estiró para darle mejor acceso, bajar por entremedio de sus pechos, pasar por encima de la tela que aun la cubría, volver a besar con ternura su vientre haciéndola contener el aliento cuando los labios se posaron en el inicio de su intimidad. Sintió que se derretía del puro deseo por sentir la boca de David en su centro. Sus mejillas se encendieron porque como Reina no se suponía que debía ansiar ese tipo de estimulación, pero era tan jodidamente delicioso que no lo podía evitar.

Las manos varoniles la tomaron de las nalgas, ella recogió más sus piernas que se encontraban bien abiertas y gimió con ganas cuando la lengua se paseó con insistencia por el largo de sus pliegues, se agitó al sentirlo rodear la entrada a su cuerpo y después penetrar, entrando y saliendo para luego subir hasta envolver su duro clítoris. El cuerpo entero le vibró por el placer que la embargó al sentir las succiones en ese punto. Era como si fuese una conexión con cada fibra de su ser que vibraba al compás de la placentera estimulación. Sus piernas temblorosas amenazaban con cerrarse, aferró entre sus manos las sábanas bajo ella y su espalda se arqueó mientras su vientre se tensaba. Las manos de David buscaron sus senos, los dedos apresaron sus pezones masajeando un poco y fue incapaz de contenerse.

Ella gritó su placer al llegar y David gimió contra la ardiente intimidad al tiempo que su pene daba tirones por el anhelante deseo que se arremolinaba en su vientre por volverse uno con Regina, con la mujer de su vida. Se abalanzó sobre ella, dándole un beso arrebatado que fue respondido con pasión desbordante y fuego abrasante.

—Dentro —dijo Regina sin aliento, mirando a David con la intensidad de la tormenta de pasión y deseo que habitaba en ella.

El príncipe tuvo que hacer su mejor esfuerzo por no venirse porque la Reina sonó tan ansiosa y necesitada que por poco enloquece. Pasó saliva, se sostuvo con una sola mano mientras la otra la usaba para colocar la punta de su pene contra la entrada al cuerpo de Regina que por un momento sintió se tensó un poco cuando sus intimidades hicieron contacto.

Regina respiró profundo, situándose en el presente, no dejando que los recuerdos arruinaran ese maravilloso momento. No era el desgraciado del Rey, era David, el encantador pastor que le robó el corazón y que resultó ser un príncipe casi como de un cuento de hadas.

—¿Estás bien? —preguntó con voz suave, atento a las reacciones de Regina. Aguardó hasta que la vio asentir, dándole con ello el consentimiento de seguir.

Cerró los ojos cuando el glande entró y gimió necesitada mientras lo sentía adentrarse a un ritmo lento pero firme que sostuvo hasta que llegó a lo más profundo de ella.

—¿Se siente bien? —preguntó, confirmando una vez más que Regina sentía placer, negándose a moverse a pesar de que el estrecho pasaje se apretada a su alrededor provocando que sintiera la necesidad de moverse.

—Sí —relamió sus labios y echó los brazos alrededor del cuello del príncipe—. Muévete —dijo prendiéndose de los labios rosados.

David se emocionó porque Regina se escuchó demandante y ese beso solo demostraba lo deseosa que se encontraba por hacer el amor con él. Salió despacio hasta un poco más allá de la mitad de su longitud volviendo a entrar de inmediato con suavidad, repitiendo la acción hasta conseguir un ritmo placentero para ambos. Lo supo porque la Reina rompió el beso, dejó de abrazarlo por el cuello y colocó las delicadas manos en sus mejillas, sosteniéndole el rostro para que la mirara, dedicándole una bellísima sonrisa que adornaba el hermoso rostro contorsionado por el placer mientras la sentía mojarse cada vez más facilitando la penetración.

Eso sólo consiguió que el príncipe aumentara el ritmo de las penetraciones, porque ver lo mucho que Regina gozaba lo encendía aún más y lo hacía ansiar como nada hacerla llegar. La aferró por las perfectas caderas que ondulaban al compás de sus penetraciones y bajó para atrapar en su boca uno de los erguidos pezones. La escuchó gemir gustosa, una delicada mano le acarició la espalda y la otra el brazo. Cambió de pezón al sentir que la estrecha intimidad se apretaba de pronto a su alrededor, sabiendo que el orgasmo de Regina se estaba construyendo.

Regina sentía que se perdía en el placer que David le estaba dando. Sus pechos estaban sensibles, él los estimulaba con ternura mientras la sostenía por las caderas sin dejar de entrar y salir de ella a un ritmo que amenazaba con hacerla delirar por lo delicioso que se sentía. Era mucho más intenso que las demás veces que habían estado juntos y eso le encantaba porque pareciera que cada vez que estaba con él era una experiencia nueva. Su vientre se sentía pesado y las piernas empezaron a temblarle ligeramente. Las subió un poco, pegándolas al varonil cuerpo que no dejaba de moverse. Se abrazó a él por la espalda mientras sentía que en cualquier momento llegaría.

—¿Te vas a venir? —preguntó con esfuerzo, porque se estaba conteniendo para no moverse más aprisa y para no venirse tan pronto. Ella asintió con los ojos apretados, el gesto arrugado y una vena adornando la frente.

—C-creo que sí. Solo… —gimió necesitada al decir eso porque a pesar del intenso placer que sentía no estaba segura de poder venirse así. Soltó un pequeño grito que después se transformó en un gemido poderoso cuando los dedos masajearon su palpitante clítoris. Encajó las uñas en la espalda de David mientras empujaba su propio cuerpo contra el de él, buscando más de eso que aún no sabía bien lo que era, pero que sabía que la llevaría al orgasmo y entonces sucedió.

Empezó a venirse, arañó la espalda de David en un intento por sostenerse de algo a pesar de que se encontraba segura entre los fuertes brazos. La habitación se inundó con sus altos gemidos y pequeños lloriqueos de éxtasis mientras su cuerpo era azotado por las oleadas de placer que parecían no tener fin porque el príncipe se seguía moviendo en su interior.

—Por favor —pidió, aunque no sabía bien a qué se refería. No sabía qué era lo que quería solo sentía que su cuerpo no podía más cuando al mismo tiempo deseaba que no acabara, tanto que movió sus caderas con fuerza otra vez mientras las penetraciones de David se volvían erráticas y él gemía desesperado—. Oh Diooos —gimió bajito cuando otro orgasmo azotó su cuerpo al tiempo que las lágrimas de placer resbalaban por la comisura de sus ojos. Un canto de gemidos guturales llenó ahora la habitación mientras el príncipe se vaciaba con fuerza en su interior, llenándola de él.

David envolvió entre sus brazos a Regina cuando la escuchó sollozar pues ella no pudo evitar sentirse emocional porque, a pesar de que ya habían hecho el amor anteriormente, era la primera vez que lo hacían sin ninguna presión de por medio. Lo habían hecho porque se amaban y ambos lo deseaban, y eso, era lo más bello que la Reina había experimentado en su vida.

—Gracias por amarme, David —dijo recibiendo un dulce beso en los labios que la hizo cerrar los ojos y suspirar.

—Te amo con todo mi ser, Regina. Te lo dije en las cartas y te digo aquí, de frente: soy tuyo. Tuyo en cuerpo y alma —juró el príncipe sobre los rojizos labios, acariciándole una sonrosada mejilla—. Feliz cumpleaños —susurró con dulzura.

Regina sonrió emocionada y se besaron de nuevo, perdiéndose en los labios del otro.


Mientras tanto, en el salón de asuntos reales, los tres Reyes no paraban de recibir a la corte del reino Blanco que por el momento eran prisioneros.

Conforme pasaban las horas pudieron determinar que había opiniones divididas. Estaban aquellos que argumentaban no tener problemas con serle fiel a Regina, que si no lo fueron anteriormente fue solo por mandato del Rey. Luego había quienes se rehusaban a reconocerla como la legítima gobernante porque provenía del reino de la Luz y había sido la segunda esposa de Leopold. Estaban los consejeros quienes parecían contrariados a excepción de Sidney a quien la lealtad hacia Regina parecía desbordarse por sus poros. A George no le agradó, pero Midas y Stefan argumentaron que era una buena señal.

Y, por último, estaban la doncella Johanna y el consejero Rumpelstiltskin a quienes estuvieron ansiosos por recibir. Primero llevaron ante su presencia a la mujer que llegó con una actitud muy digna, hasta se podía jurar que se mostraba con aires de superioridad.

Ya habían hablado entre ellos y, teniendo los testimonios de David, de la princesa Snow, de la demás servidumbre y las palabras de ella misma, sabían que esa mujer jamás le sería fiel a Regina. Sin embargo, debían hacer lo que procedía con cada uno de los prisioneros.

—Johanna, deseamos saber si estás dispuesta a jurarle lealtad a la Reina Regina —expuso George usando una voz neutral para no predisponer a la doncella que los miró estrechando los ojos, como si los estuviera analizando.

—Tienen que saber algo —dijo con toda la intención de sembrar la intriga en los tres Reyes, en especial en George—. Desde el momento en que el Rey decidió casarse con esa muchacha firmó su sentencia de muerte —empezó a decir, viendo que los rostros de los hombres se llenaron de duda y confusión—. Ella lo hechizó. Es una bruja, estoy segura. Él jamás se había fijado en otra mujer, ni pensado en desposar a alguien más a pesar de la insistencia de los consejeros hasta que la conoció. Ella fue su más grande tormento, nunca se comportó como una consorte. Si no me creen, revisen el cuerpo del Rey. Ella lo apuñaló en el hombro mientras compartían el lecho. Cometió intento de asesinato, traición a la Corona y es indigno que ahora pretendan que le seamos fiel.

Los Reyes se sorprendieron por la confesión y eso pareció darle valor a Johanna para continuar, pero esta vez, decidió dirigirse a George.

—Hará lo mismo con el príncipe David. Ya lo tiene y también un heredero en camino. Consiguió que todo un reino viniera en su auxilio y que asesinaran al Rey para quedarse con el trono. Recuerde mis palabras, Majestad: ella será la perdición de su hijo y de todo su reino también.

—¡Silencio! —demandó enojado el Rey del reino del Sol—. ¡Llévensela! —ordenó a los caballeros que de inmediato entraron para sacar a Johanna de ahí. Habían escuchado suficiente de la doncella y no necesitaban ningún argumento más de su parte para determinar cuál debería ser su futuro.

—Revisen el cuerpo del Rey —insistió la doncella mientras la arrastraban fuera del salón.

—¿Estás bien, George? —preguntó Stefan a su amigo que asintió.

—Traigan al consejero —indicó Midas a los caballeros que se retiraron tan pronto como recibieron la orden y después se dirigió a sus aliados—. Esa mujer no puede salir de aquí —dijo y los otros dos asintieron.

Al poco rato Rumpelstiltskin fue llevado ante su presencia. Los hombres hablaron entre ellos primero mientras que el consejero los veía con atención, observando el comportamiento de los tres gobernantes de reinos poderosos, sabiendo que ellos decidirían si viviría o moriría. Los Reyes se volvieron hacia él y supo que era el momento de ser cuestionado sobre su lealtad. Sin embargo, lo que le fue expuesto fue una grave acusación.

—Johanna asegura que la Reina Regina es una bruja, que puso a Leopold bajo un hechizo y que buscó su perdición hasta que lo consiguió. ¿Tienes algo qué decir al respecto? —preguntó Stefan.

El consejero cerró los ojos, esbozó una sonrisa y negó con la cabeza por la incredulidad que le causaba ver que Johanna no se rendía a pesar de que su vida estaba en juego.

—La Reina es una joven inofensiva y, tanto Johanna como otros miembros de la corte, siempre la vieron como una impostora —les contó.

—¿Y tú? —preguntó George—. ¿Piensas que es una impostora?

—No voy a negar que la Reina me fue indiferente hasta que se demandó un heredero de ella.

—Hicieron lo mismo con la Reina Eva, ¿por qué con Regina fue diferente? —indagó Midas.

—La Reina Eva amaba al Rey y era tanto el deseo por darle un heredero que junto con él planeó usar a otro hombre para ello. Con la Reina Regina fue diferente. Ella jamás amó al Rey y no deseaba dar un heredero a la Corona. Confieso que cuando elegí al príncipe David en ningún momento pensé en la Reina y hoy puedo decir que me alegra saber que no me equivoqué al decidirme por él.

—¿Estuviste al tanto de que la Reina atacó al Rey mientras compartían el lecho? —preguntó George con interés.

—Sí —respondió Rumpelstiltskin.

—¿Y no se les ocurrió acusarla? —cuestionó Stefan.

—El heredero de la Nueva Alianza era lo primordial. Yo sabía que algo así sucedería tarde o temprano. La Reina siempre demostró tener carácter, ser fuerte y resiliente. Lo único que hacía día tras día era tratar de sobrevivir a la infelicidad. Desde que se decidió que compartiera el lecho con otro hombre para concebir hice lo que estuvo en mis manos por evitar que el Rey la llamara a su lecho. El problema vino cuando se descubrió que la Reina se había enamorado del príncipe. Fue algo que el Rey no pudo tolerar. —Terminó su relato y los Reyes hablaron de nueva cuenta entre ellos.

—Rumpelstiltskin, deseamos saber si estás dispuesto a jurarle lealtad a la Reina Regina —cuestionó George mirando fijamente al consejero que asintió.

—Mi lealtad está con ella desde antes de este suceso. Se lo pueden preguntar —respondió sincero y sin titubear, dejando ver que sus palabras eran verdaderas.

Cuando el interrogatorio acabó, Rumpelstiltskin fue trasladado a la celda real. Los Reyes se retiraron a los dormitorios que les fueron asignados para esos días. George amó con el alma entrar en la cama y que Ruth estuviera ahí, aguardando por él. Lo recibió con un cálido abrazo y un cariñoso beso.

—¿Cómo les fue? —preguntó mientras se volvía a recostar ahora junto con George.

—Creo que las cosas están claras con todos menos con Rumpelstiltskin.

—¿El consejero? —preguntó la ex doncella. George asintió despacio.

—Al parecer el hombre estuvo jugando a favor de Regina en el tiempo reciente. David comentó algo, ¿recuerdas?

—Sí, pero también dijo que él lo amenazó —le recordó.

George exhaló largamente por la boca y asintió. Se acomodaron para dormir sabiendo bien que el día siguiente sería uno muy largo.


La mañana encontró a Regina viendo a David dormir. Lo veía y no podía creer que de verdad estaba ahí, que Leopold ya no existía y que eran libres para vivir ese profundo amor que sentían. Se acomodó en el cálido pecho del príncipe, se abrazó a él, cerró los ojos y soltó un largo suspiro, permitiéndose a sí misma disfrutar de ese bello momento. En algún punto volvió a quedarse dormida y despertó cuando sintió una tierna caricia en el brazo que se pasaba por momentos a su espalda.

Inhaló profundamente, luego exhaló esbozando una bella sonrisa mientras se estiraba un poco y se perdía en el azul profundo de los ojos del hombre que amaba.

—Buenos días —murmuró con cariño el príncipe, sonriendo en medio del hermoso beso que Regina le dio.

—Buenos días —suspiró de nuevo, totalmente enamorada, con la felicidad revoloteando por su cuerpo.

—¿Dormiste bien? —preguntó acunando el bello rostro con una de sus manos.

—Mucho. ¿Y tú?

—Tenía mucho tiempo que no dormía tan bien —respondió sincero. Y es que desde que su madre enfermó la vida no había vuelto a ser la misma. Regina le dio un besito en el pecho y él siguió acariciando la suave piel con la punta de sus dedos.

—¿Qué sientes ahora que sabes que eres un príncipe? —preguntó la joven Reina mientras trazaba, con uno de sus dedos, figuras indescifrables en el pecho varonil.

—No me he detenido a pensar en ello. Mis pensamientos siempre estuvieron concentrados en volver por ti como lo prometí, en liberarte de ese desgraciado que tenías por esposo para que fueras libre de decidir tu propia felicidad.

El bello rostro de Regina se llenó de sorpresa. Miraba fijamente a David sin poder creer lo que acababa de escuchar. Sonrió conmovida porque él no dejaba de sorprenderla.

—Para que puedas decidir casarte por amor —siguió diciendo mientras la veía sentarse en la cama—, como tu padre prometió que podrías hacer… —Los labios de Regina lo silenciaron con un beso demandante e intenso que lo dejó viendo estrellas y sin aliento.

—David, es lo más bello que pudiste haber hecho por mí. Es… —hizo una pausa. Cerró los ojos que sintió inundarse de lágrimas, inhaló profundo y los abrió—, algo invaluable.

El príncipe sonrió al ver a Regina tan conmovida. Había agachado la cabeza y se acomodaba un mechón de cabello tras la oreja. Él también se sentó con la emoción arremolinándose en su pecho, sintiéndose de pronto muy nervioso.

—Nada me haría más feliz que ser esa decisión —pasó saliva con dificultad por el nerviosismo que se le instaló en el estómago—. Te amo, Regina.

—También te amo, David —susurró con amor, tomando el apuesto rostro entre sus manos para juntar los labios en un beso lleno de amor—. Eres esa decisión —confesó contra los rosados labios que se curvaron en una sonrisa que se desvaneció cuando la vio ponerse seria.

—¿Pasa algo? —preguntó, acariciándole un brazo.

—Soy la Reina —comentó con voz baja y el ceño fruncido, asimilando lo que eso significaba para su futuro.

—Sí —pasó saliva con dificultad mientras la veía batallar con la idea—. El Rey. Mi padre —se corrigió a sí mismo—, me explicó lo que implicaba poderte liberar del matrimonio. No había más que matar a Leopold y, como estábamos enterados de lo de la princesa Snow, sabíamos que serías la legítima reina. Lo lamento, pero era la única forma. Escapar podía ser muy peligroso para ti y el bebé.

Regina asintió despacio, aún con la mirada un tanto perdida en sus pensamientos y es que nunca le cruzó por la mente esa posibilidad. De matar a Leopold sí, pero no de heredar el reino por derecho del legítimo matrimonio porque se suponía que Snow sería la sucesora. Su escenario siempre fue que, al descubrirse la verdad del bebé, Leopold se vería obligado a renunciar al trono por traición y entonces la repudiaría públicamente para liberarla de ese horrible matrimonio.

—También fue la forma que encontramos para evitar que Hans quiera volverte a usar —dijo. Los bellos ojos se posaron sobre él, grandes, llenos de realización—. Siendo la Reina legítima del reino Blanco él no puede tener ningún poder sobre ti —explicó justo como su padre se lo había explicado a él que no tenía ni el más mínimo conocimiento sobre esos asuntos de la realeza a la que ahora pertenecía.

Regina asintió en silencio, cayendo en cuenta que no supo más de Hans después de la muerte de Leopold y que no tenía idea de qué era lo que su primo pensaba ahora que la Nueva Alianza había acabado.

Unos suaves golpes a la puerta los puso en alerta y Regina recordó que era hora de salir de la cama. Agarró la sábana con una mano, echándose sobre David cubriendo el cuerpo de ambos.

—Adelante, Ruby —le sonrió al príncipe que tenía los ojos grandes, llenos de espanto porque él estaba desnudo.

—Buenos días —dijo la doncella al par que se encontraba bajo las sábanas y una sonrisa pícara se formó en sus labios—. Prepararé el baño y me iré —comentó mientras dejaba ropa para David en un pequeño sillón. Después pasó de largo hasta el cuarto de baño.

—Siento que debo ponerme algo —susurró David con algo de desesperación en su forma de hablar y es que él se encontraba desnudo mientras que Regina seguía con el camisón de dormir.

—¿Para qué? si vamos a tomar un baño —obvió la Reina con coquetería, capturando los rosados labios del príncipe con los suyos en un beso apasionado.

David se perdió en los labios de Regina, correspondiendo al beso como el fiel enamorado que era de ella. No supo cuánto tiempo pasó, pero rompió el beso cuando éste subió de intensidad despertando su intimidad.

—Si me sigues besando así no podré comportarme —susurró para evitar que Ruby, que en ese momento escuchó que pasaba por la habitación, los oyera.

Regina aguardó hasta que la puerta se cerró para decir:

—No quiero que te comportes conmigo, encantador.

David cerró los ojos al escucharla y su pene respondió a la excitante propuesta.


El pueblo del reino Blanco se encontraba consternado. Durante la noche se dio aviso sobre la inesperada muerte del Rey por traición a la Corona. Muchos de los fieles hicieron vigilia en honor a su Rey a pesar de que la noticia de todo lo sucedido dentro del castillo se corrió casi de inmediato gracias a los miembros de la nobleza que estuvieron presentes.

Había mucha confusión por el nuevo reinado ya que la princesa Snow no era heredera legítima del reino y tampoco lo era el bebé que la Reina Regina esperaba.

La guardia del Sol salió muy temprano por la mañana para anunciar que muy pronto habría una deliberación para nombrar a la Reina Regina como la legítima gobernante del reino.

La mayoría pareció conforme, pero a muchos la idea les desagradó al grado de amenazar con una rebelión. La idea fue truncada por la misma guardia que advirtió que el nuevo reinado sería defendido por tres poderosos reinos.


David admiraba las ropas con las que se encontraba vestido. Se veía al espejo y no reconocía su propia imagen ataviada en esas prendas tan finas y elegantes que hacían alusión al reino del que era heredero. Soltó un largo suspiro porque a pesar de que era consciente de su verdadera identidad él se seguía sintiendo como un simple pastor que, en un intento por salvar a su madre, se había enamorado de la Reina del reino Blanco.

Por su parte Regina era asistida por Ruby en el vestidor. La doncella arreglaba cada detalle del elegante vestido rosado con destellos brillosos. Tenía un lindo escote, le enmarcaba el busto y el torso a la perfección. Era de mangas largas y una falda lo suficientemente ancha sin exagerar con una pequeña cola. El cabello lo llevaba en un medio recogido con largas ondas cayendo por su espalda y, adornando su cabeza, una delicada tiara.

Salió del vestidor encontrándose con el apuesto rubio portando ropas que no dejaban duda que era un verdadero príncipe.

—Estás bellísima —suspiró, totalmente perdido de amor por ella. La bella Reina se acercó, alargando las manos hacia él, las cuales tomó en cuanto tuvo alcance y se dieron un tierno beso.

—Tú también estás muy guapo —correspondió al halago mientras se sonreían mutuamente.

—Los Reyes te esperan, Regina —le recordó Ruby al unírseles.

La Reina asintió, alzándose luego de puntillas para alcanzar los labios del príncipe y después salió de la habitación a encontrarse con los hombres que de momento hacían de sus consejeros.

David la vio marcharse, recargándose en el marco de las elegantes puertas donde había un par de guardias custodiando.


Durante el trayecto hacia el salón de la mesa redonda Ruby pidió a Regina tener piedad con Peter de ser posible. La joven Reina prometió a su amiga que haría lo posible por no perjudicar al caballero.

Le abrieron las puertas del salón y los tres hombres se pusieron de pie, inclinando la cabeza con respeto hacia ella, aguardando hasta que tomó asiento para ellos hacer lo mismo.

Se dieron los buenos días y de inmediato pusieron a Regina al tanto de lo que sucedía con el pueblo y de la conclusión a la que habían llegado con cada uno de los prisioneros.

La Reina escuchó atenta cada palabra de los hombres mayores que tenían experiencia en el tema. Sin embargo, el nudo en su estómago se hacía cada vez más intenso con cada persona que se agregaba a la recomendación de ejecutar. Por fortuna Peter accedió a jurarle lealtad y se encontraba en la lista de los caballeros que se recomendaba que fuera reinstalado en su puesto.

Alzó una ceja con altivez cuando llegó el turno de escuchar el informe de Johanna. Se contuvo de torcer los ojos cuando le dijeron que la doncella seguía con la estupidez de que era una bruja que hechizó a Leopold para llevarlo a la perdición.

—Como comprenderás, Regina, es peligroso que la doncella Johanna esparza este rumor. Sería contraproducente no solo para el reinado, sino para ti y también para el heredero que esperas —explicó Stefan con firmeza y calma.

—No nos podemos arriesgar —agregó George porque podía ver claramente al pueblo exigiendo enviarla a la hoguera acusada de ser una bruja.

—Johanna tiene que morir. Al igual que ellos —fue el turno de Midas quien le dedicó una sonrisa empática a la joven Reina pues parecía tener dificultad con ser quien diera la orden de ejecutar a todas esas personas.

Regina pasó saliva mientras retorcía los dedos entre sus manos. Sabía que era lo mejor, entendía el riesgo que se corría de no ordenar la ejecución de quienes estaban en su contra, pero eso era un peso muy grande y no estaba segura de poder con ello.

—Me gustaría hablarlo con David —dijo después de unos momentos de indecisión. No estaba segura de seguir adelante.

—Regina, David es mi hijo y lo amo, pero él no está preparado para ayudarte con una decisión así —explicó el Rey del reino del Sol.

—Por tu bien, el de tu bebé, de tu reinado y del mismo reino, debes dar la orden —insistió Midas.

—Son algunas personas —habló con un ligero temblor en la voz a pesar de la entereza que aparentaba.

—Que deben morir —reafirmó el Rey del reino de Oro.

—No soy una tirana —se defendió Regina, hablando con frialdad esta vez porque parecía que los hombres no entendían. ¿Cómo iba a empezar un reinado con sangre en las manos?

George esbozó una amable sonrisa y asintió. Regina sin duda era una joven de buenos y nobles sentimientos por lo que no podía estar más feliz y tranquilo porque esa era la mujer de la que su hijo estaba enamorado y que también pronto daría a luz a su primer nieto.

—Imaginamos que algo así podría suceder —dijo George—. El consejero Rumpelstiltskin se encuentra en la celda real —informó sin decir más, sabiendo que Regina entendería el mensaje—. Estaremos esperando por ti.

Regina no dudó. Se puso de pie de golpe, obligando a los Reyes a hacer lo mismo y salió del salón con dirección a la torre donde la celda real se encontraba. Subió los escalones sin prisa mientras pensaba en lo que debía discutir con él. Parecía absurdo, pero confiaba en que ese hombre sería el que le daría el mejor consejo.

Los caballeros hicieron una reverencia en cuanto la vieron y se hicieron a un lado para permitirle el paso.

—Quiero estar a solas con el consejero —dijo con la mirada fija en el hombre que la veía desde el interior de la celda.

Los caballeros volvieron a hacer una respetuosa reverencia y se retiraron dejándolos solos.

—Majestad. —Rumpelstiltskin hizo la debida reverencia y después caminó hasta la puerta mientras sacaba de su bolsillo aquello que le pertenecía a la joven. Se lo extendió a través de los barrotes y ella lo tomó como si de un tesoro se tratase—. Sabía que vendría por el collar.

—Gracias. Pero no he venido por esto —dijo, sorprendiendo al consejero que la miró confundido y expectante a la vez. Se puso el collar ella misma, sin quitarle la mirada de encima al hombre. Y no fue hasta que consiguió ponérselo que continuó—: Rumpelstiltskin, he venido porque necesito tu consejo.


—¿Por qué piensa que ese hombre la va a ayudar? —preguntó David preocupado—. Él también ayudó a usar a Regina para lo del heredero.

—Las cosas cambiaron entre ellos durante ese tiempo y el que no estuviste —explicó George a su hijo que se notaba bastante tenso con el tema.

El príncipe se encontraba en un área común del mismo pasillo que llevaba hasta el salón de la mesa redonda porque Ruby aseguró que ahí podía aguardar por Regina, pero quien apareció en lugar de ella fue su propio padre.

—No lo creo —dijo el rubio.

—David, a Regina no le será fácil tomar las riendas del reino y lamentablemente hay un precio qué pagar, pero te aseguro que será una excelente Reina y la gente la amará mucho más de lo que ya la aman por el embarazo.

—Pero ustedes quieren que ordene la ejecución de personas. Así nada más, como si fuera algo muy sencillo —reclamó por la presión a la que estaban sometiendo a Regina estando embarazada.

—Cuando seas Rey lo entenderás —dijo George mirando con orgullo a su hijo que negó con la cabeza.

Estaba claro que había trabajo qué hacer con la joven pareja, pero no tenía duda que ambos lo tenían todo para reinar con honor y justicia.


Regina escuchó a Rumpelstiltskin detenidamente, dándose cuenta de la experiencia del hombre. Si bien los Reyes contaban con mucha sabiduría no se comparaba al expertise que demostraba el consejero.

—Entonces consideras que lo mejor es ordenar la ejecución —soltó un largo suspiro, aunque su semblante era tenso.

—Así es, Majestad. Parte de ser un buen gobernante es buscar el bien general del reino y la Corona, aunque eso a veces implique pagar un alto precio.

La vio asentir con el semblante muy serio pues no debía ser sencillo tener tal responsabilidad sobre los hombros de la noche a la mañana.

—Gracias —murmuró la palabra ya que se encontraba algo ausente pues su mente era un caos.

—Sé que es difícil y le advierto que muy seguramente estará en esta posición muchas veces, pero no dude que es usted la mejor opción para el reino Blanco.

Regina cerró los ojos y exhaló largamente por la boca, intentando ordenar sus pensamientos, tratando de apartar la culpa, poniendo por delante la seguridad de su bebé y de ella misma, así como el futuro del reino Blanco y el del Sol.

—No olvide que debe encontrar a los miembros de su consejo lo más pronto posible. Ellos no estarán aquí con usted por mucho tiempo —sonrió ligeramente, confiado en que formaría parte de ese selecto grupo, aunque con seguridad llevaría un poco de tiempo para llegar a tomar ese lugar oficialmente.

Regina adoptó su característico porte elegante y altivo. Rumpelstiltskin, entendiendo, se inclinó ante ella.

—Le ofrezco mi entera lealtad, Majestad.

La joven Reina no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa de satisfacción pues nunca pensó que eso llegaría a suceder algún día que Rumpelstiltskin, el consejero más fiel de Leopold, el que acordó con él que debía desposarla, el que sin importarle lo que ella pudiera sentir buscó a un hombre que debía follarla para que concibiera un heredero y que, por otro lado, era el mismo que encontró a David y lo llevó hasta ella, el que apartó a Johanna repetidas veces, el que se dio cuenta de lo mucho que amaba a David y guardó el secreto, quien intentó alentarla cuando más devastada se encontraba, que, según lo que acababa de confesarle, consiguió muchas veces que Leopold no la llevara a su lecho y que aun en contra del Rey la impulsó para que saliera al balcón a fin que el pueblo empezara a verla como una figura de autoridad.

Se dio la vuelta para retirarse, dio un par de pasos con dirección a la escalera y fue cuando el hombre habló de nuevo:

—Estaré aquí siempre que lo necesite.

Escucharlo decir eso le dio gusto y, de alguna forma, también la hizo sentir más confiada.


—Regina no se va a volver malvada por eso —comentó Ruth, negando con la cabeza, reprobando la actitud de su hijo.

—En ningún momento he dicho que pienso eso, madre —la corrigió David, dedicándole una mirada aguda por la insinuación—. Solo me preocupa que eso la afecte. Regina es sensible, de muy buenos y hermosos sentimientos —habló con ilusión y los ojos llenos de ese amor que sentía por ella—. Además, está embarazada.

—Y es por ello que va a necesitar de ti —dijo la ex doncella, entrelazando su brazo con el de su hijo para empezar a caminar—. Tú debes ser su más grande y valioso apoyo —aconsejó—. De eso también se trata el amor —explicó llevando con ella al príncipe a dar un pequeño recorrido por el castillo.


Esta vez George, Midas y Stefan aguardaban en el pasillo por el regreso de Regina.

—No puedo creer que lo haya apuñalado —dijo incrédulo el Rey del reino Hechizado. No hacía mucho un caballero les había informado que lo que Johanna contó era cierto.

—Tiene carácter —razonó Midas, sorprendido porque nadie pensó que Regina, esa delicada y tranquila joven, llegaría a tener tal alcance.

—Es joven e inexperta, pero es fuerte, inteligente, tiene coraje y es fiel a sus convicciones —externó George a sus aliados que asintieron. No necesitaba preguntarle a Regina, estaba seguro, por lo que David le había contado, que lo hizo en un intento de defenderse para que Leopold no la lastimara.

—Demasiado bella también —agregó Midas. Los dos hombres le clavaron la mirada pues las cualidades de Regina para gobernar no tenían nada qué ver con su excesiva belleza—. ¿Qué? —preguntó al sentirse juzgado—. Ustedes saben muy bien que esa es el arma más poderosa de todas.

—Y afortunadamente ahora es libre de usarla como mejor le parezca —puntualizó George en defensa de la joven Reina que era además la mujer que su hijo amaba.

—Callen. Ahí viene —advirtió Stefan esbozando una afable sonrisa para ella.

Inclinaron sus cabezas con respeto para la joven Reina y entraron al salón después de que ella lo hiciera, tomando asiento una vez que la vieron sentarse.

—Ordenaré la ejecución —informó. Los tres hombres asintieron satisfechos—. Y escucho atenta sus propuestas para agilizar mi coronación para lo más pronto posible. Antes de que Hans intente algo —enunció con firmeza y altivez el consejo que Rumpelstiltskin le dio. Era algo que David también le comentó por lo que sabía que era algo que George tenía en mente.

Los Reyes voltearon a verse entre ellos, sorprendidos por la decisión con la que Regina hablaba.

—También necesito de su valioso apoyo para hacerme de mi propio consejo antes de que ustedes vuelvan a sus reinos, que se es algo que no demorará mucho.

—¿Tienes a alguien en mente? —preguntó George y Regina sonrió de medio lado mientras asentía.


Lo siguiente que se hizo fue llevar al salón del trono a todo aquel prisionero que aseguró ofrecer su lealtad a Regina quien se encontraba frente al trono del reino Blanco, con David a su lado derecho y los tres Reyes a su izquierdo.

Fue un momento importante cuando esas personas se arrodillaron ante ella, jurando entera lealtad hasta el día sus muertes.

Para Regina la experiencia fue extraña, casi irreal pues aun no creía que se encontraba en esa posición. Fue demasiado pronto y abrupto. Pensó que se iría a vivir con David al reino del Sol, no que reinaría el reino Blanco. Mucho menos que, a dos días de la muerte de Leopold, estaría esperando salir al patio de armas a presenciar la ejecución que ella misma ordenó.

Dio un saltito involuntario cuando David llegó por su espalda, rodeándola con los brazos por la cintura.

—Soy yo —aclaró, plantándole un pronunciado beso en la mejilla izquierda.

—Me asustaste —dijo con los ojos cerrados, recargando su peso por completo en él que la tenía bien segura entre los fuertes brazos.

—¿Estás lista? —le preguntó al oído causando un estremecimiento en ella.

—No —respondió, soltando un pequeño jadeo por la deliciosa sensación que David causó en su cuerpo con esa simple acción.

El príncipe la soltó, haciéndola girar para que quedara de frente a él. Tomó el bello rostro entre sus manos y le dio un amoroso beso que Regina saboreó con ganas.

—Yo estaré ahí contigo —aseguró, dándole un beso largo en la frente, sonriendo cuando ella se abrazó con fuerza a él—. Y estaré también para ti cuando el acto termine —prometió.

Regina alzó el rostro para besarlo, envolviendo con sus brazos el cuello del rubio que la envolvió por la cintura con los suyos.

—Te amo mucho, ¿sabes? —preguntó cuando el aliento le hizo falta y tuvo que dejar los labios del príncipe.

—No más que yo.

—¿Es una competencia? —rio, porque esa pequeña discusión ya la habían tenido alguna vez.

Él le sonrió con coquetería y volvió a besarla, esta vez con pasión. Regina respondió con intensidad por la mezcla de emociones que experimentaba. Y no sabía por qué, jamás le había sucedido, pero en ese momento prefería mandar todo al demonio para irse a la cama con David porque sentía que lo necesitaba acariciando su piel, besando cada palmo de su cuerpo, hundiendo la lengua en su caliente intimidad, adentrándose en ella, follándosela hasta hacerla olvidar todo excepto a él.

—Majestad —la llamó George que tardó mucho en decidirse a hacerlo pues se estuvo debatiendo sí debía o no interrumpir el amoroso momento. Ambos voltearon a verlo, asustados.

Las mejillas de Regina se encendieron, lo sabía bien porque sentía su rostro arder de la misma manera en que su intimidad estuvo ardiendo de deseo antes de que él llegara.

—El momento ha llegado —informó el Rey.

Regina asintió buscando una mano de David que no dudó en entrelazar sus dedos. Caminaron juntos hasta la puerta de salida donde tuvo que aguardar a que todos estuvieran en su lugar para hacerse presente.

Avanzó acompañada de una escolta de la guardia del Sol. Había bastantes personas que se aglomeraron para presenciar la ejecución.

Regina tomó asiento y los presentes lo hicieron después de ella. Se dio inicio a la sombría ceremonia ingresando el cuerpo de Leopold. Acto seguido se leyó en voz alta los crímenes de los que se le acusaba haber cometido en contra de la Corona, del reino Blanco, del pueblo, del reino del Sol, intento de asesinato al príncipe heredero del reino del Sol y todo crimen cometido hacia la ahora legítima reina reinante del reino Blanco.

Al final, Leopold fue declarado un traidor a la Corona por lo que se procedió a envolver el cuerpo y llevarlo a una tumba común del castillo la cual sería su última morada. Se hizo el anuncio oficial de que, a falta de un heredero del reino Blanco, el trono pasaba por derecho de legítimo matrimonio a la reina consorte. Fue entonces cuando se procedió a las ejecuciones. Regina contuvo el aliento cuando pasaron uno a uno a quienes se consideraban traidores por proclamarse en contra del nuevo reinado y amenazar de muerte a la Reina.

Cada uno de ellos le lanzaba dichas amenazas de muerte antes de dejar ese mundo. Con cada decapitación aumentaban las náuseas. La experiencia era terrible y no entendía a quienes disfrutaban de esos actos. Recordaba bien que Leopold amaba los días de ejecución.

—¡Arderás en el infierno, maldita prostituta! —gritó Johanna al punto en que su rostro se puso increíblemente rojo por el esfuerzo. La sujetaban dos guardias que la obligaron a arrodillarse y meter la cabeza en la guillotina—. ¡Es una jodida bruj…

La palabra quedó en el aire porque la guillotina cayó en su cuello, arrancándole la vida al instante. El silencio reinó en el patio de armas por las acusaciones de Johanna, pero Regina se mantuvo firme a pesar del malestar que sentía. No se inmutó ni perdió su porte altivo y elegante, reafirmando a los presentes que era la Reina.

—¡Larga vida a la Reina! —proclamó alguien de la multitud a quien se le unieron más y más hasta que todo el patio de armas aclamaba por su nueva reina.