Hola y buenas noches, espero que todos se encuentren bien. Pido disculpas por la tardanza, he tenido que hacer muchas cosas en el trabajo, no he tenido tanto tiempo e inspiración para escribir pero quería continuar con esta historia.

Este episodio y el anterior han tratado más de la enfermedad de Lincoln y sus dificultades con su familia, así que son como una base para lo que está por venir después, que ya es cuando Sam y Ronnie se vuelven más protagonistas dentro de la historia.

Aparte de todo esto quiero dar gracias a todos los que han dejado reviews o han seguido esta historia, ha sido bastante entretenido leerlos y me han inspirado a veces a continuar, muchas gracias, se los agradesco bastante.

Pérdida y Derrota (Parte I)

Odiaba la iglesia y en especial esa capilla. Aquel lugar silencioso, casi tétrico, estaba convenientemente ubicado junto al hospicio donde pasaba sus días de infancia encerrado. Tenía un ambiente cargado con el olor a las velas amarillentas e incienso, un ambiente solemne que le hacía sentir una gran opresión en el pecho, ese lugar que evocaba en él sus peores recuerdos.

La primera vez que rezó, la primera vez que se dirigió a ese ser extraño y omnipotente que todos llamaban Dios, lo hizo para suplicar por la vida de uno de sus queridos amigos, de aquellos a los que ya consideraba como sus hermanos. Para su pesar, no recibió la respuesta que esperaba, aquel chico murió al día siguiente y por primera vez supo lo que sentía perder a alguien para siempre.

Desde ese día odio a Dios con todo su corazón, pero de todas formas siguió yendo, una y otra vez a pedir por aquellos que estaban a su lado y que luego se desvanecían como las velas amarillas frente al altar. Nunca recibió el milagro que esperaba, no importaba cuanto rezara, no importaba cuanto imploraba de rodillas frente a ese gran crucifijo tallado en madera, nada cambiaba, todos terminaban muriendo al final.

Debió haber aprendido su lección desde hacía tiempo, pero era un chico testarudo y desesperado. El ver a los médicos fallar una y cien veces en su afán de alargar la vida de sus hermanos, le hizo perder la esperanza en ellos, así que, aunque lo odiara, en su corazón deseaba que Dios existiera, ¿pues qué sentido tendría todo si no existía? Tal vez era un tonto al tratar de buscar un sentido donde no lo habia, tal vez él y el mundo entero no eran otra cosa que un accidente cosmico, una extraña coincidencia nacida de las leyes de la termodinamica, tal como se lo decia Sofia cuando él se encaminaba a la iglesia por las noches. Pero no quería creer eso, no podía creer eso.

Juntó sus manos de nuevo en señal de plegaria, cerró los ojos y rezo por aquella chica que en esos momentos luchaba por mantenerse con vida, rezo para vivir un día más junto a aquella chica que en esos momentos consideraba como al amor de su vida. Con todo su corazón rezo por la salud de Sofía.

– Hola hijo. – dijo una voz a sus espaldas.

Abrió los ojos con lentitud cuando sintió la mano de su padre en su hombro izquierdo y el abrazo efusivo de su madre a su derecha.

– Mamá, papá. – les respondió en una vocecilla, mientras seguía sin apartar la mirada del gran crucifijo.

– Uno de tus amiguitos me dijo que estarías aquí. – le dijo su madre – Me alegra que hayas seguido mi consejo y estés pidiendo al Padre por tu recuperación.

– No rezo por mi. – dijo Lincoln, bajando la mirada – Hay alguien… Alguien que necesita toda la ayuda del mundo en estos momentos.

Tomó un trago amargo de saliva al recordar de nuevo a Sofía. Los doctores ya le habían dicho que no había nada que hacer, que debía aceptar lo inevitable, no, él no podía aceptar eso aunque quisiera.

– Lo siento mucho, espero que tu amiga se recupere pronto. – le dijo su padre.

– Eso nunca pasa, por mucho que desee volver a verlos, todos se esfuman al final.

– No pierdas la fé hijo, a veces ella es lo único que nos queda.

Eran palabras vacías que había escuchado una y mil veces, de sus médicos, de sus padres, incluso del párroco a cargo de esa capilla. Las mismas palabras, una y otra vez como si estuviera atrapado en una pesadilla horrible.

Sus ojos empezaron a escocer, quería llorar abrazado de sus padres como ya lo había hecho tantas veces en el pasado, pero al voltearse, vio allí a otra persona junto a ellos; una niña pequeña con grandes anteojos y un pelo desordenado. Su pena fue sustituida primero por la curiosidad y luego por la molestia al ver como ella lo miraba en silencio, analizando cada uno de sus movimientos.

– ¿Mamá?

– Si hijo.

– ¿Quién es esa niña y por que esta aqui? – dijo Lincoln, señalando a aquella niña que lo miraba con atención.

– Esh bashtante deshafortunado que no reconozcash a tu hermana menor a shimple vista.

– Hablas bastante raro. – dijo Lincoln, apenas entendiendo a esa niña – Mamá, este no es lugar para niños pequeños, teníamos un acuerdo, no debías traer a mis hermanas.

– Tu hermana menor es una genio y últimamente ella ha estado muy interesada en tu enfermedad.

– ¿Ella es Lisa? – dijo Lincoln, confundido de pronto – Pero si solo tiene cuatro años, no debería poder hablar.

– Dejame deshirte que domine el idioma a losh tres añosh de edad. – dijo aquella niña, con un aire petulante – Pero esho no es importante, quiero que me desh una lista de tus shintomas en detalle, agradesheria que fueras minushioso.

– No se lo que es un shintoma, niña genio. Mamá llévatela de aquí por favor.

Pero esta vez su madre no le hizo caso a su petición, en vez de eso le dio una sonrisa y le acarició el cabello.

– Creemos que ella podría darnos otro diagnóstico, por eso tu padre y yo la trajimos hasta aquí, queremos que hable con tu doctor.

– Él los está esperando en su oficina, dijo que hablaría conmigo después. – dijo Lincoln, quitándose la mano de su madre.

– Oh entonces, no queda otra que partir, vamos Lisa. – dijo su padre.

– Ella se quedará conmigo. – dijo Lincoln con un poco de pena – Quiero conocerla.

– Como digas cielo.

– Deseanos suerte campeón.

Sus padres partieron y cruzaron las grandes puertas de la capilla, dejándolo solo en el silencio con una intrusa bastante extraña que realmente no tenía deseos de conocer. Sin querer la miró de nuevo, esta vez en más detalle, estaba vestida con un suéter verde bastante grande, pantaloncillos rojos y zapatos de cuero, la guinda de la torta era la bata blanca que llevaba puesta. Se veía ridícula.

– Tush shin… – dijo Lisa, haciendo un esfuerzo de hablar más claro – Ssssíntomas por favor.

– Así que te crees doctora solo por tener una bata blanca, ¿eh, niña genio? – dijo Lincoln, con un poco de molestia.

– Lisha, mi nombre es Lisha… – dijo Lisa, la que seguía mirándolo con cierta petulancia – Lisssa Loud y sé perfectamente lo que eshtoy hachiendo, agradeshería que no me shubestimes sholo por mi edad.

– Si no me sintiera tan mal esto sería un encuentro bastante gracioso. – le dijo Lincoln – Conocerte me habría hecho reír bastante y estoy seguro que ella también.

– ¿Ella? – dijo Lisa, curiosa de pronto – Como shea, no eshtoy aquí para ser el ashmererir de nadie.

– Ya lo sé.

Separó sus manos y trató de ponerse más cómodo en la banca, echó un poco su cabeza para atrás y un amargo suspiro escapó de sus labios. Estaba cansado, sus hombros dolían al igual que sus rodillas y sus manos, de seguro llevaba un buen tiempo rezando en ese mismo lugar.

No deseaba ver a nadie y mucho menos hablar con alguien, pero la presencia de aquella chica mirándolo molesta cambiaba un poco las cosas.

– ¿Cómo supiste de mi enfermedad? – le preguntó Lincoln de pronto.

– Analiche los patronesh de viaje de nuestrosh padresh y llegue a este lugar. – dijo la niña acomodando sus anteojos – El resto se explica sholo, tu desaparición, y todo esho. Déjame decirte que tienesh una enfermedad bashtante intereshante.

– No soy tu pequeño proyecto de ciencias, si supieras lo que te conviene te hubieras mantenido ignorante y alejada de todo esto. – dijo Lincoln, molesto con su último comentario – Pero… Supongo que eso ya es tarde.

– Tush shíntomas. – dijo Lisa – Digo, sssintomas.

– Me da igual que hables raro, no trates de corregirlo, te puedo entender igual. – dijo Lincoln levantándose de la banca – Te diré lo que quieres saber, pero antes de eso quiero que me acompañes a un lugar.

La niña lo miró confundida mientras él dejaba su lugar de oración y caminaba hacia la salida de la capilla, la verdad el igual se encontraba confundido con la repentina idea que cruzó por su mente; tal vez, solo tal vez su hermanita podria resultar util despues de todo.

Cruzó las grandes puertas de la capilla y los cálidos rayos del sol lo golpearon de lleno en sus ojos, dejándolo ciego por unos momentos. La voz estridente de la niña, diciéndole que esperara, solo lo hicieron apurar su marcha hacia ese lugar, aun en medio de la ceguera.

Cuando ella por fin lo alcanzó en los pasillos del hospicio, se detuvo, ella estaba respirando por la boca con dificultad probablemente por que ella no estaba a caminar tanto y tan rapido.

– No eresh lo que penshaba. – le dijo ella cuando recuperó el aliento.

– ¿A no?

– No, eresh un niño tonto mash inshoportable que eh conoshido.

– Dame un respiro, no es fácil estar en mis zapatos. – dijo Lincoln, de pronto sintiéndose un poco culpable – ¿Quieres un trago de agua? ¿O tal vez una pequeña siesta con un muñeco de felpa?

– Realmente eresh inshoportable.

– Tal vez, tal vez… Últimamente me he sentido bastante mal, como si… De repente nada tuviera sentido.

– Shintomas pshicologicosh bashtante normalesh para alguien con tu padeshimiento.

– Nada de esto es normal. – dijo Lincoln, soltando una risita – Es algo que espero nunca puedas experimentar, Lisa.

Y ella lo miró, no con la comprehensión o pena que esperaba, no, ella lo miró con un rostro atento pero sin ningún atisbo de emoción, de nuevo como si ella lo estuviera estudiando de pies a cabeza. Aquello era algo nuevo para él, que aquella niña no lo mirara con lastima lo hizo sentir por un momento como a alguien normal, lo hizo sentir mejor.

– Ya estamos por llegar. – dijo Lincoln – Solo sigueme.

Esta vez caminó más despacio, dándole tiempo a la pequeña para seguirle el paso. Ambos cruzaron pasillos vacíos y habitaciones que rara vez albergaban el rastro de otro ser humano, hasta que por fin llegaron a su destino final. Frente a ellos se erguía una gran puerta doble, ploma como el frío acero, donde arriba del marco estaba escrito con letras rojas: "Unidad de Cuidados Intensivos", el lugar donde terminaban los sueños y comenzaba lo desconocido.

– Aquí está. – dijo Lincoln, dirigiéndose a su hermana– La unidad de cuidados intensivos.

– No deberiamosh eshtar aquí, el letrero dishe que se nesheshita autorishacion. – dijo Lisa, sonando preocupada.

– Ven, quiero que conozcas a alguien.

Atravesó las puertas como si nada y las dejó abiertas el tiempo suficiente para que la pequeña pasara. Aun cuando ella era reticente a entrar allí, la pequeña tenía una mente curiosa, y esa misma curiosidad la llevó a dejar sus preocupaciones de lado y entrar donde no debía estar.

Un cuarto amplio y esteril les dio la bienvenida, cubierto de blanco de pies a cabeza, el cuarto albergaba una docena de camillas, todas ellas cerradas con cortinas de papel azul oscuro. El olor a antiséptico y esa atmósfera silenciosa, solo interrumpida por los pitidos electrónicos y las máquinas de oxígeno, le pusieron la piel de gallina a la pequeña. Todo aquello era más real, más crudo de lo que había leído en los libros.

Lincoln, después de detenerse un momento, continuó caminando hasta que se detuvo frente a una de esas camillas, abrió las cortinas de par en par y Lisa se quedó sin aliento al ver que allí había una chica acostada. Debía tener la misma altura de Lincoln, tal vez un poco más pequeña, tenía la piel tirante y blanca como el papel, su cabello, extinto, su cuerpo, flaco, por un momento la pequeña pensó que era un cadáver, pero no, su pecho, aunque débilmente, aún se movía de manera rítmica, tratando de respirar.

Apartó la mirada al sentir que comenzaba a ser presa del pánico. Aquel era su primer encuentro con la muerte, tanto así que podía verla, sentirla en todo su esplendor en aquella chica. Y eso la aterraba.

– ¿Quién esh…? – dijo en una vocecilla.

– Sofia. – dijo Lincoln, como si aquello se tratara de un evento normal – Si dices ser una genio, entonces quiero que la ayudes, ella es alguien muy importante para mi.


– ¡Oye, Oyeee Lincooooln!

La voz de su hermana lo trajo de vuelta al presente. Por un momento se sintió confundido, como si de pronto no supiera dónde diablos estaba, pero al verlas a todas ellas allí reunidas, sentadas en la mesa comiendo tostadas y bebiendo café, supuso que ese era solo un desayuno normal antes de ir a la escuela.

Lori, Luan, Lynn y Luna estaban sentadas delante de él, mirándolo cada una de ellas con expresión distinta; la primera con cierta preocupación, la segunda como siempre con una pronunciada sonrisa, la tercera de ellas mirándolo algo curiosa, y la última, lo miraba con un ceño fruncido bastante pronunciado. Parecía ser que aquella mañana Luna seguía molesta con él por alguna razón.

Tomó un gran sorbo de café y trató de fingir normalidad, el sabor amargo en su lengua lo calmó un poco, era bastante difícil dejar atrás los recuerdos dolorosos que a veces se le metían en la cabeza, de todas maneras debía intentarlo cuando ellas estaban presentes. Nadie debía compartir sus penurias, esas debían quedar selladas para siempre en su corazón.

– Lo siento, ¿de qué estábamos hablando? – les dijo Lincoln de pronto.

– Nadie estaba hablando contigo. – le respondió Luna.

– ¡Luna! – dijo Luan.

– ¿Qué? Es la verdad, sis.

– Has estado insoportable esta semana, ¿se puede saber qué rayos te pasa? – le dijo Lynn en un tono bastante agrio.

Whatever dude, nada que les interese.

Mientras sus hermanas seguían discutiendo con Luna, él hizo un amago de levantarse de la silla y dejar abandonado su desayuno a medio terminar, pero la mirada fría y atenta que le dirigió Lori lo hizo quedarse allí sentado. De veras no quería tener que soportar el mal humor de Luna esa mañana, pero tampoco quería hacer enojar a la gruñona de Lori, estaba metido en una situación bastante fastidiosa.

Aquel día su padre los dejó temprano para ir a trabajar en su restaurante, por eso Lori quedó a cargo de preparar el desayuno y de asegurarse que todos comieran en paz. Su hermana mayor era (obviamente) mejor cocinera que Lynn, tal vez por eso esperaba que todos terminaran completamente con su desayuno antes de pararse de la mesa.

– …¿Recuerdas cuando fuiste con Chuck al baile de Sadie Hawkins? jajajaja.

Luna, la que estaba sorbiendo su café casi se atragantó al escuchar el comentario de Luan. Su reacción le pareció normal a sus hermanas, pero a él le llamó la atención cómo de pronto se le fue el color a las mejillas, Luna, la que más que sentirse avergonzada, en ese momento se le veía un poco nerviosa con ese comentario.

– ¡Ya callate! – dijo Luna, cruzandose de brazos – Solo fui a ese tonto baile por que ustedes me obligaron.

– Nadie te obligo Luna. – le dijo Lori.

– Ustedes fueron las que me dijieron que ninguna Loud debia faltar a ese tonto baile. – dijo Luna, esta vez con cierta amargura – Ya no quiero seguir hablando de eso, me largo.

Su hermana mayor trató de levantarse de la mesa, pero al igual que él, solo basto la fría mirada de Lori para que volviera a sentarse. Al parecer algunas cosas nunca cambiaban en la casa Loud; Luna y su rebeldía, Lori y su obsesión por el orden, Luan y sus bromas pesadas y por supuesto, Lynn con su hablar rudo y su falta de modales. Todas ellas eran tal y como las recordaba desde pequeño, pero sentía que algo estaba incorrecto en esos recuerdos, había algo que estaba olvidando y que, por alguna razón, le parecía importante en esos momentos.

– Pues recuerdo que bailabas bastante bien, pertenecer al club de baile en primaria les hizo ganar el premio a la mejor pareja. – le dijo Luan, continuando con el tema a pesar de la incomodidad de Luna – Lastima que Chuck te dejó los pies bastante magullados jajaja

– Ese tonto es un buen baterista, pero como bailarin es un asco. – dijo Luna en un tono seco.

Ahora ella se veía más incómoda que antes, tratando de alejar su mirada de todos y enfocándose en la taza de café que tenía enfrente.

– Que mal te perdiste el baile este año Lincoln. – le dijo Lynn de pronto y eso lo alejó de sus anteriores aprehensiones – Yo quería verte hacer el ridículo.

– Solo dices eso porque esperabas que él te invitara. – dijo Luan, soltando una risotada.

– ¿Y-yo? Claro que no, tonta.

– Llevas literalmente años esperando que alguien te invite a Sadie Hawkins. – le dijo Lori.

– ¡Mentira!

– Me gusta bailar pero hacerlo frente a toda la escuela se me hace algo vergonzoso. – dijo Lincoln.

Sus palabras hicieron que de pronto, todas ellas se quedaran mirándolo silenciosas y algo confundidas, no entendía cuál era el alboroto asi que solo las ignoro.

– ¿Tú bailas? – le dijo Lynn.

– ¿Desde cuándo? Cielos, cielos, esto es una gran revelación jajaja

– Pues… Aprendí de una chica en el hospicio. – dijo Lincoln tratando de hacer memoria – Fue hace, ¿cinco años tal vez?, o tal vez cuatro, bueno, ella era una chica que estuvo de voluntaria por unos meses, bastante agradable.

– Wow, debió ser una chica fenomenal Lincoln.

– Claro que lo era, Selene nos enseñó muchas cosas, a mí trato de enseñarme a tocar el violín pero nunca tuve el talento, en el baile me iba mejor.

– Con que Selene. – dijo Luan con una sonrisa traviesa – ¿Tu primer amor?

– Claro que no, no pensaba esas cosas a esa edad.

– Pues esa chica me suena como una tonta.

– ¡Luna! – dijo Luan.

– Ya me estás hartando con tu negatividad, si no quieres un castigo te sugiero que te guardes tus tontos comentarios en la mesa. – dijo Lori, esta vez viéndose de veras enojada.

– ¡Pues bien! Si no quieren aguantar entonces me voy.

Luna se levantó de la mesa furiosa y pateó su silla antes de caminar dando pisotones hacia las escaleras. Lori no dejó pasar eso, su hermana mayor se levantó de un salto y siguió a su rebelde hermana hasta arriba de las escaleras, donde ellas comenzaron una gran discusión que los presentes en la mesa apenas podían oír.

– ¿Qué mosca le pico a esa? – le preguntó Lynn a Luan.

– Ya sabes como puede ser el corazón de una damisela enamorada. – dijo Luan, soltando un suspiro cansado.

– Ohhhh. – dijo Lynn – Pues no tengo la menor idea.

Continuaron comiendo su desayuno, esta vez en un silencio algo incómodo, roto de vez en cuando por la risa de Luan, la que sacaba una libreta de notas y anotaba algo, seguro anotando las locuras que se le venían a la cabeza. Pasaron unos minutos para que Lori volviera de arriba y se fuera directo hacia la cocina, donde llegó con una charola con el desayuno de alguien.

– ¿Lynn puedes llevarle el desayuno a Lucy? – dijo Lori.

– Ah no. – dijo Lynn, haciéndole frente a su hermana mayor – La princesita de la oscuridad ya me tiene harta con sus tontos suspiros y sus llantos en la noche, no quiero tener que aguantarla también en las mañanas.

Sus palabras fueron como si le dieran un puñetazo directo en el estómago, ya que él mismo era el culpable de la tristeza que estaba haciendo presa de su pequeña hermana en esos momentos.

Lucy no era la misma después de haber encontrado la verdad acerca de su padecimiento. La mañana siguiente a ese día ella se veía de lo más normal, su hermana menor supo esconder bastante bien el remolino incesante de emociones que en esos momentos ocupaba su mente, ya que aquella misma tarde llegó una llamada de la escuela que lo estremeció a él y a su padre; Lucy no había asistido a clases, estaba desaparecida. El miedo en los ojos de su padre al oír la noticia fue algo que lo dejó bastante perturbado por unos momentos, pero a diferencia de él, su padre se repuso de inmediato y llamó a la mayor de las Loud para comenzar a buscar a su hermana menor.

No pudo hacer nada para ayudar a nadie aquella fatídica tarde hace tres días, solo se quedó sentado en el sofá, mirando al vacío, culpandose de todo lo que estaba pasando, pues, a fin de cuentas, fue él quien dejó a Lucy en un estado emocionalmente inestable.

Fueron dos horas bastante largas, hasta que Lori volvió con su padre, el que llevaba en brazos a su hermanita, la habían encontrado sola, meciendose en unos columpios en un parque a solo dos calles de la escuela.

El alivio le duró bien poco, pues la recriminación hacia sí mismo pesaba mucho más. Su padre les dijo a él y a Lori que mantuvieran todo el evento en secreto de sus demás hermanas, era obvio, no querían que el pánico se extendiera a las demás. Por eso era que Lynn y las demás no entendían el cambio ocurrido en su hermana, por eso quedaba en sus manos el animarla y aliviar un poco su sufrimiento. Pero no sabía ni cómo empezar.

– Yo se lo llevó Lori. – dijo Lincoln, levantándose de la mesa.

– No sería una buena idea. – dijo Lori, inmediatamente echando abajo su propuesta.

– ¡Si! – dijo Lynn, como si de pronto se le ocurriera una idea brillante – Que Lincoln se lo lleve, tal vez eso pueda animarla un poco.

Lori le dio una mirada rápida y le entregó la charola para volver a la cocina, no le dijo una palabra, estaba enojado con él.

Subió las escaleras y cuando llegó al pasillo se encontró con la pequeña Lana, la que llevaba expresión pensativa, parecía estar esperando junto a la puerta de la habitación de Lynn y Lucy.

– Hola Lana, ¿te pasa algo? – le dijo Lincoln con una sonrisa.

– ¡Este! – dijo Lana, asustandose de pronto– Yo…

– Puedes decirmelo, prometo no contárselo a nadie.

– Pues es… – dijo la pequeña, soltando un suspiro – Es Lucy.

Guardar un secreto de las personas que quieres es algo bastante doloroso. Quería ser honesto con ella, explicarle lo que su hermana estaba pasando para que no se preocupara, pero eso solo terminaría en un desastre aún mayor para todas ellas. Se mordió el labio con fuerza y con el dolor trató de aclarar sus pensamientos.

– ¿Qué pasa con Lucy? – dijo Lincoln, fingiendo inocencia.

– Ha estado toda rara estos días. – le dijo Lana, la que tenía su vista fija en sus pies – En la escuela ya no come con sus amigos del club de entierros… La estuve siguiendo y vi que se la pasa escondida en el armario de escobas y solo sale de ahí para ir a clases… También en la casa, ella no quiere hablar con nadie, ayer le pedí ayuda con un trabajo de lectura y ella… Ella solo me ignoro.

Al notar como los ojos de la pequeña Lana se nublaban de pronto fue que dejó la charola en el piso y le dio un abrazo. No sabía lo que estaba haciendo, pero eso fue lo único que se le ocurrió, no quería verla llorar, por nada del mundo quería que ella sufriera por su culpa.

– O-oye. – le dijo Lana – ¿Por qué… ?

– Todo está bien Lana. – dijo Lincoln con una voz calmada – Lucy solo está pasando por un momento un poco complicado… Pero te prometo que haré algo para que vuelva a ser la misma de antes.

– ¡Yo también quiero ayudar! – dijo Lana, recuperando su ánimo de siempre – Si alguien la está molestando en la escuela lo golpearé con mi llave inglesa hasta que pida perdón.

– No creo que ese sea el problema. – dijo Lincoln, tomando la charola y levantándose del piso – Dejalo en mis manos, yo me encargo.

– ¡Gracias Lincoln!

Esta vez fue su hermana la que lo abrazó con fuerza, tanto así como para casi dejar caer la charola. El ver cómo su rostro estaba libre de tristeza le hizo sentir que había hecho lo correcto, aun cuando sólo estuviera evitando decir la verdad. Todo tendría que ser a su tiempo, no cometería el mismo error que cometió con Lucy, no permitiría que ellas se dieran cuenta por sí mismas de su padecimiento, no, él tendría que ser honesto pero a la vez estratégico con cada una de ellas.

Con esa nueva resolución en su corazón fue que vio a Lana partir hacia su habitación, donde, curiosamente, una chica rubia con una tiara dorada estaba observando todo desde la puerta entreabierta. Deseaba que Lana le transmitiera su alivio a su preocupada gemela.

Sin perder más tiempo abrió la puerta de Lucy y entró en la oscuridad absoluta. Las cortinas negras no dejaban pasar los rayos del sol, así que a duras penas pudo distinguir un bulto oscuro acurrucado en sus sábanas, en medio de un gran ataúd. Supuso que esa debía ser Lucy después de todo.

– Lucy te traigo tu desayuno.

– …

No esperaba respuesta, a esas horas su hermana debía estar durmiendo. Dejó la charola encima de su mesita de noche y se quedó allí, parado observándola.

– … Lucy… Lo siento si te hice sentir mal, yo… Yo…

En ese momento su voz se quebró, cuando más debía ser fuerte fue que los sentimientos que llevaba suprimidos comenzaban a abrumarlo. Rápidamente salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí, afirmó su espalda contra la pared y se dejó caer, se quedó un buen rato sentado allí, con la mente en blanco. Los pasos que llegaron de las escaleras fueron los que lo despertaron de su letargo. Era Lori, la que al verlo allí sentado se acercó hacia él con la misma mirada cansada de siempre.

– Lori.

– Ven y sígueme.

Sin protesta alguna siguió a su hermana mayor hasta una habitación a la cual nunca habia entrado. Al menos, a diferencia de la habitación de Lucy, esta estaba bien iluminada. La cantidad de libros, esquemas y fórmulas escritas en las paredes lo dejaron sin habla. Solo la cuna en la esquina izquierda le daba la sensación de que allí vivía alguien.

– Lisa instaló paneles anti ruidos en su habitación, así que nadie puede oírnos.

– Eso suena conveniente. – dijo Lincoln, recuperando el habla – Lisa si que es una caja de sorpresas.

– ¿Tienes la más remota idea de lo que has hecho? – le dijo su hermana, mirándolo directo a los ojos con una expresion fria.

– Si, le dije a una niña de ocho años que su hermano mayor tiene una enfermedad terminal.

La gran cantidad de estrés que su hermana mayor estaba sintiendo en esos momentos estalló de pronto frente a él, cuando ella le dio una patada a una columna de libros, dejando la habitación aún más caótica de lo que ya estaba.

– ¡Debiste haber consultado conmigo primero!

– Lori, reconozco que no se lo dije de la mejor forma, pero tampoco existe una manera correcta para explicar estas cosas…

– ¡Literalmente pudiste haberla traumado de por vida! – dijo Lori en un alarido.

Ella se acercó de una manera amenazante hacia él, enojada al ver que no le estaba haciendo caso. Debía mantenerse firme, aun cuando eso significase ir en contra de su hermana mayor, tomó el poco valor que le quedaba y se dispuso a responderle.

– Tengo más experiencia en esto que tu, y dejame decirte que todos, absolutamente todos terminan heridos en estas situaciones.

– No sabes de lo que hablas.

– He perdido docenas de hermanos y hermanas, Lori… Claro que sé de lo que hablo.

El ímpetu de su hermana se quebró al escuchar sus palabras, ella literalmente se quedó de piedra al entender el sentido detrás de lo que había dicho.

– Lori, esto nunca es fácil… Solo, solo el tiempo puede curar ese tipo de heridas.

– Lucy no es como ellos. – dijo Lori, alejando su mirada de la suya.

– Te equivocas, Lucy es más fuerte de lo que piensas. – dijo Lincoln con convicción – Ella se sobrepondrá a esto y luchará por encontrarle un sentido, solo debes confiar en ella.

– Claro, ¿tal como Leni, cierto?

Esta vez fue su propia determinación la que flaqueó por completo. Su hermana tenía un punto, lo que ocurrió con Leni fue un error que pudo haber sido evitado si tan solo sus padres hubieran creído en su palabra, pero tampoco era algo que pudiera haber ocultado para siempre.

Iba a morir, esa era la verdad, ¿acaso existía una forma correcta de decirles a todas ellas manteniendo el daño al mínimo? Eso era lo que quería creer, pero era difícil de lograr, y tal vez era un imposible.

– Ella es diferente. – dijo Lincoln – Nunca estuve de acuerdo con contarle la verdad… Al menos no de esa forma.

– No solo tenemos que lidiar con la locura Leni, ahora Lucy está deprimida y las demás están comenzando a hacerse preguntas. – dijo Lori – Se acabó, cuando mamá vuelva tendremos una reunión y se los informaré a todas las mayores.

– ¿Puedo pedirte algo egoísta?

– No.

– Quiero que ellas sepan la verdad bajo mis propios términos.

– ¡Absolutamente no!

– Lori ¿Quieres esperar a que ellas me vean en una cama de hospital para decirles?

– ¡Nunca dije eso!

– No sé cuánto tiempo me queda – dijo Lincoln, sonando de pronto bastante cansado – Solo quiero que ellas me recuerden como soy ahora, sano y normal… No como un niño enfermo en una cama de hospital, enchufado a una docena de máquinas para mantenerme con vida, eso, eso sí que las marcaría de por vida.

Esa era una escena que vio una docena de veces, cada uno de ellos, de esos chicos que consideraba sus hermanos se quedó grabado en su mente. No quería que ellas pasaran por lo mismo.

– … Lo pensaré, te lo prometo. – dijo Lori, ya derrotada – Por ahora no hagas nada que pueda traer malas consecuencias.

– Está bien, solo piensalo. – le dijo Lincoln – Y no te estreses tanto, todo esto te está pasando la cuenta y si tu caes enferma no podré perdonarmelo.

– Más fácil decirlo que hacerlo. – le dijo Lori, la que por primera vez en ese día sonrió – Aun cuando eres tú el que está enfermo, eres el que más se preocupa por mi. Soy un asco como hermana mayor.

– Solo lo digo porque te quiero.

No supo porqué dijo eso último, una línea tan cursi que lo hizo sonrojarse allí parado en medio de ese desastre que era la habitación de Lisa. Esperaba que ella se riera de él y lo llamara un tonto, pero en vez de eso ella lo abrazo, y ambos se quedaron alli, uno junto al otro por unos minutos antes de que todas partieran a la escuela.


La partida de sus hermanas lo dejó de nuevo solo a cargo de la casa, aunque técnicamente no totalmente solo, en realidad daba igual por qué hablar con alguna de ellas solo empeora las cosas. Lucy y Leni estaban en sus habitaciones, una digiriendo con dificultad su destino final y la otra con la mente perdida en alguna parte de la luna.

Resignado, trato de pasar el tiempo lo mejor que pudo, leyendo los libros de la repisa sentado en el sofá familiar. Fue cuando ya se estaba aburriendo de "Los hermanos Grimm", cuando la puerta de la calle comenzó a abrirse lentamente. Se levantó del sillón un poco asustado, un ladrón era lo último que le faltaba, pero respiró aliviado cuando reconoció la silueta de su madre, cargando en sus brazos a la pequeña Lily Loud.

– ¿Hay alguien en casa? – dijo su madre.

– Bienvenida a casa mamá. – dijo Lincoln con un poco de timidez.

La sonrisa que le dio su madre al verlo le hizo sonreír también, aquel era como su superpoder, hacerlo sonreír aun cuando por dentro se sentía triste, aburrido o deprimido. Ella dejó a la pequeña Lily sentada en el sofá y no perdió el tiempo, le dio un gran abrazo que se extendió por unos largos minutos. Era reconfortante sentir su calor después de tantas semanas.

– Mamá no puedo respirar. – dijo Lincoln con dificultad.

– ¡Oh lo siento hijo! – dijo su madre, dejándolo ir en el acto – Me alegró tanto ver a mi pequeño valiente que perdí la noción del tiempo.

– Jaja si… – dijo Lincoln mientras se rascaba la nuca – No sabia que hoy llegarias de Florida, te hubiera ido a buscar al aeropuerto con papá.

– No quería que las chicas se preocuparan, además, ellas solo hubieran tomado la oportunidad para faltar a clases.

– En eso tienes razón.

Fijo su vista en la bebita que estaba mirándolo atenta desde el sofá, su hermana más pequeña, la que siempre que la miraba le respondía con una sonrisa.

– Hola pequeña Lily, ¿cómo estás?

– Bubu.

– Si, bubu para ti también.

– La llevaré a su cuna, debe estar cansada por el viaje en avión. – dijo su madre, levantándose del sofá y cargando a la pequeña sobre sus brazos – ¿Comiste algo Lincoln? Si quieres puedo prepararte unos panqueques.

– Estoy bien mamá, hoy Lori me hizo comer bastante.

– Me alegra oírlo, debes alimentarte bien si queremos vencer a tu enfermedad.

"Vencer", esa palabra quedó resonando en su mente mientras su madre subía las escaleras con Lily. No había nada que vencer, ni siquiera había algo que combatir, pues ya estaba derrotado. Solo quedaba hacer la derrota lo menos dolorosa posible.

Una pequeña silueta frente a él llamó su atención, era aquella pequeña. La misma que lo miraba en silencio, analizando cada uno de sus movimientos, tal como el primer día en que la conoció.

– Veo que sigues tan observadora como siempre, niña genio. – le dijo Lincoln.