Capítulo beteado por Yani, muchísimas gracias por tu ayuda..
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 23
No sabía exactamente cuál era mi semblante, pero por la mueca angustiante de mi mujer, concluí que debía verme alarmado o quizá una mezcla de tristeza.
―¿Tan malo es? ―inquirió suavemente―. Pareces asustado, Edward.
Suspiré. Mi celular empezó a vibrar, le había quitado el sonido, pero esa vibración sintiéndose en la palma de mi mano me hizo bajar la mirada. Era ella, de nuevo. Angela. Me tenía fastidiado porque todo el tiempo molestaba.
―Dijeron que… ―Busqué la palabra adecuada para no mencionar lo que tantas veces me repitieron―. Que debía resignarme a que ya no estabas.
―Entiendo ―asintió―. No sé qué hubiera sido de mí si me decían que te perdí, el sentimiento es tan desesperante, sientes que te asfixias.
―Fue agónico, Bella. ―Sujeté sus manos, entrelazando nuestros dedos―. Los primeros años fui solo un despojo humano.
Ella solo me observó sin decir nada. Quizá meditando que mientras yo me volvía un ente, su mente había abandonado sus recuerdos.
Ambos nos perdimos. Sin embargo, mi corazón nunca dejó de amarla, de añorar su regreso con mi alma.
―¿Y…? ―inquirió a media voz―, ¿qué te tiene tan abatido, amor? ―Una de sus manos se arrastró a mi cara, jugando con la incipiente barba que crecía en mi mentón y mejillas.
―Antes prométeme que vas a escucharme.
―Lo estoy haciendo.
Tomé una honda bocanada.
Sin despegar mis ojos de los suyos, proseguí a ser el hombre más honesto.
―Mi madre pasó por un accidente; necesitó una enfermera que la cuidara las veinticuatro horas. El verla tan mal me hizo recapacitar lo miserable que me había portado con ellos, los alejé de nosotros sin dar explicaciones. ―Exhalé―. Angela era quien la cuidaba. ―Podía apreciar su angustia en los ojos―. Un día empezamos a hablar y nos hicimos amigos. Me desahogaba con ella, contándole mi día a día… un día coincidimos en un restaurante y… me besó.
Bella soltó mis manos, las llevó a su regazo y retorció sus dedos. Su mirada estaba en algún punto de la ventana.
»Eso no fue todo ―dije en voz muy baja.
―Creo que ya entendí ―susurró sin verme―. ¿Te enamoraste?
―¡No! ―exclamé ofendido.
Tiré de mi pelo con ambas manos, estaba intentando que me escuchara y Bella parecía decidida a no seguir, ella se había puesto de pie y veía fuera de la ventana.
―Te acostaste con ella, ¿verdad?
―Sí. Lo hice una vez y me arrepentiré toda la vida.
El silencio de Bella me puso nervioso; caminé hacia ella, toqué su brazo y ella se alejó.
―¡No quiero que me toques!
―Está bien, comprendo que estás dolida porque te juro que también me siento igual que tú. No quise lastimarte, Bella.
―¡No seas hipócrita! ―Me enfrentó, señalándome con su índice, sus lágrimas descendían por sus pómulos―. ¡Estuviste con otra mujer! Me cambiaste por otra…
―Lo siento… no fue mi intención, fue una maldita noche de borrachera, mi amor, y solo una vez, jamás volvió a ocurrir.
―Eres un… ―Se lanzó hacia mí, sus puños golpeando mi pecho una y otra vez.
La abracé con fuerza, quería tranquilizarla.
―Perdóname. ―El nudo que sentía en la garganta me cortó la voz, me dolía el alma verla destrozada―. Por favor, perdóname.
―¿Por qué me dijiste? ―Sus puños habían dejado de golpearme y habían caído a sus costados―. No quería saber.
―Tenía que ser honesto, Bella. Aún hay más por decirte.
Levantó su mirada y me empujó, alejándose de mí. Caminó en círculos mientras se abrazaba a sí misma, se veía inquieta, su rostro desesperado y con ganas de salir corriendo.
―¿Tienes un hijo? ―increpó―, ¿es eso? ―Se acercó de nuevo a empujar y golpear sus puños en mi pecho―. Te odio, Edward, te odio.
Sujeté sus manos con facilidad. Sin ejercer fuerza la llevé a sentarse al borde de la cama.
―No tengo ningún hijo con ninguna otra mujer que no seas tú. ―Me acuclillé frente a ella―. Debo decirte que antes de que tú aparecieras ella me pidió un favor y acepté. Obviamente eso ahora no pasará.
―¿Qué favor?
―Casarnos.
En el segundo que terminé de hablar Bella había empujado mi cuerpo y caí de culo en el piso. Ella corrió hacia la puerta entre sollozos.
Me incorporé, fui más veloz y la sostuve conmigo antes de que saliera. Forcejeó conmigo.
―No quiero que me toques.
―Entonces, cálmate. Hablemos, por favor. No quiero malos entendidos entre nosotros, Bella.
―Qué hipócrita eres.
―Cometí un grave error del que me arrepiento.
―Vas a casarte. No puedes llamarle error.
―Déjame explicarte…
Le empecé a contar el porqué había aceptado tremenda idiotez, le conté paso a paso sin omitir detalles. Bella nunca dejó de llorar.
Estaba demasiado alterada, su cuerpo se estremecía a causa de los sollozos y la rabia que estaba sintiendo. Le había roto el corazón, lo sabía y me dolía profundamente verla deshecha. Pero estaba dispuesto a ganarme su perdón, a tener de nuevo conmigo su corazón.
Bella quedó recostada en la cama con sus lágrimas fluyendo al igual que las mías. Lentamente pasé mi brazo por su cintura y apreté su cuerpo hacia mí. Ambos de costado, su cuerpo encajado con el mío.
―Cuando no tenía recuerdos ―murmuró― viví un infierno que no se compara con lo que siento ahora.
―Perdóname.
―No se trata de perdón. Me duele aquí ―había llevado la mano a su pecho―, siento que no puedo más.
―Lo siento tanto, nena. ―Mis brazos aferrados a su cintura. Enterré mi rostro en su cuello y dejé que mis lágrimas mojaran su piel.
Nos quedamos en silencio lo que pareció una vida entera, tan solo dejando que nuestras lágrimas fluyeran y se llevaran tanto dolor.
Era responsable de lo que estábamos viviendo y si era necesario pagaría las consecuencias de mi error.
De pronto su voz rasposa se escuchó.
―¿Cómo pudiste dejar que otras manos te tocaran? No entiendo, ¿cómo pudiste? Cuando siempre nos prometimos sernos fiel, lo juramos.
Limpié mis lágrimas.
―Lo sé, nena, pero ella no significó nada. No pienses más en ello.
Bella se giró hacia mí, su espalda pegada al colchón. Pude ver su rostro apacible, tal vez resignado. Me incorporé un poco apoyándome en un codo para apreciar su hermosa cara.
Los dos habíamos cambiado en estos años. Era imposible burlar al tiempo, sin embargo, sus rasgos seguían tan delicados como los de una veinteañera.
―Otra mujer conoce tu cuerpo, tus lunares, la forma en que gimes cuando llegas al orgasmo. Me duele saberlo, Edward. No puedo soportar que tus manos acariciaron y tus labios besaron otro cuerpo… otra boca.
―No, Bella ―negué con la cabeza―, yo solo te pertenezco a ti, soy tuyo en todos los sentidos.
―No te creo, déjame.
Intentó incorporarse y no se lo permití. Mi brazo fuertemente rodeó su cintura.
―¿Quieres que te demuestre que solo soy tuyo? ―incliné mi rostro―, ¿eso quieres?
Bella negó, nuestros labios rozándose e intercambiando alientos.
Nos estábamos conteniendo, mi intención era dejarle claro que era lo único importante en mi vida, no había nadie más.
―Yo…
Sus palabras murieron en mi boca cuando besé fuertemente sus labios; se resistió, sus manos empujaron mi pecho en un intento por alejarme. Sin embargo, mi cuerpo cubrió el suyo, nuestras pelvis restregándose en un compás de lo que ambos queríamos.
El calor quemaba mi cuerpo, mi necesidad por ella convulsionaba mi sistema entero.
Llené de besos su rostro y cuello. Con rapidez me saqué la camisa que vestía por la cabeza y la lancé en algún lugar del piso.
Bella no estaba oponiéndose. Tenía sus ojos fuertemente cerrados y solo estaba dejándose llevar, su pecho subía y bajaba con rapidez cuando la despojé del estorboso camisón que usaba.
Sus pechos estaban libres de ropa y no dudé en devorarlos con mi boca, usé mis manos para amasarlos y mi lengua para degustar lo que tanto había extrañado.
Bella empezó a jadear.
Me centré en hacerla disfrutar mientras mi mano izquierda bajó por su cuerpo, recorriendo con delicadeza su piel hasta llegar a su centro resbaladizo y caliente.
―Edward… ―gimió, sus dedos clavándose en mis hombros, entretanto uno de los míos la atormentaba.
Su rostro lleno de placer, sus mejillas sonrojadas y las perlitas de sudor formándose en su frente.
No aguantaba más. Tenía tanta necesidad que dolía.
Añadí un dedo más y ella se retorció, se movía al mismo ritmo que mis dedos. Fue cuando sus jugos inundaron mi mano, lo supe por la forma en que su cuerpo se relajó por completo.
Sonreí al ver la mueca de placer. Lentamente me deshice de sus bragas, deslizándolas por sus suaves piernas. También las lancé junto con el resto de mi ropa.
Miré sus ojos fijamente a la vez que me posicionaba entre sus piernas. Ella podía detenerme y yo iba a respetar si eso decidía, sin embargo, sus piernas se abrieron para recibirme.
Entré de un solo empujón. Supe que estaba en mi hogar, con la persona correcta, era donde quería quedarme por siempre hasta volvernos dos viejos sin energía.
Sus labios buscaron los míos con desesperación mientras sus dedos se hundieron en mi pelo para inmovilizarme.
Mis caderas no dejaban de arremeter contra las suyas. Nuestros cuerpos chocando y produciendo los sonidos más eróticos en la habitación.
―Te amo, Bella ―pronuncié sobre sus labios.
―Ahhh ―jadeó―, te amo tanto.
Arremetí con más fuerza; mis caderas golpeando duramente contra ella hasta que ambos caímos bajo nuestro orgasmo.
Agotados, sudorosos y con la respiración elevada.
Besé nuevamente sus labios antes de salir satisfecho de su cuerpo.
Rodé por la cama y no supe si fue parte de lo que acabábamos de hacer, pero el cansancio en mi cuerpo me hizo cerrar los ojos un momento.
.
Por la mañana me despertaron los rayos del sol que daban directamente a mi cara.
Perezosamente froté las manos en mi cara. Luego la comprensión llegó a mí.
Bella.
Asustado, pateé las sábanas al salir de la cama, me puse un pantalón de pijama y salí en busca de mi mujer.
Mis tres Ardillas estaban en la cocina, desayunando.
Mi corazón empezó a latir dentro de mi pecho.
―¿Dónde está mamá?
Los tres se vieron entre sí, quise pensar que lo hacían porque rara vez andaba sin camisa. Mi pecho mostraba los signos de lo que había ocurrido con Bella, ella me había hecho chupetones.
―Estoy lavando. ―Bella traía un canasto de ropa con ella. Tenía el cabello húmedo y usaba ropa deportiva.
Le sonreí y sus mejillas se pintaron de rosa intenso. Pude apreciar la marca en su cuello que ella trataba de cubrir con su cabello.
Me acerqué.
―Estás aquí, por un momento pensé que te habías… ―dudé en decir la palabra.
―Tenemos que hablar ―pronunció, mirándome―, anoche no terminamos una conversación y hoy he decidido lo que quiero.
Bueno, tal vez no se esperaban que tuvieran su primera noche de esta manera. Ambos han sufrido demasiado y aunque aún no llegan a un acuerdo, el dolor de los dos y el temor a perderse los hizo sucumbir.
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