Notas Iniciales: En lugar de enfrentar a estos santos y decidir quién es el más fuerte, mejor hay que dejarlos matarse a besos, oh si, oh si.


III

Saga y Shaka.

Cuando lo vio por primera vez estaba seguro de que no se convertiría en alguien tan especial en su vida, no debió ser nada más que un desconocido con el cual compartiría unas palabras antes de que se olvidaran mutuamente con el constante fluir de las circunstancias, pues se reconoció ajeno a ese nuevo sistema como también lo fue para la sociedad a la que perteneció antes de que atrajera la atención de quien llamaban en esas tierras con el título de Papa. Shaka se consideraba a sí mismo ignorante y débil, no tenía caso que alguien más perdiera su tiempo tratando de sacarle de su miserable vida. Pero ese hombre era tan bondadoso, de su sola figura se desprendía una calidez que sin darse cuenta lo conmovió, él que era un joven que se sentía avanzar sin rumbo por un sendero oscuro y desesperanzador como lo era la existencia misma, no se dio cuenta en qué momento se encariñó con él.

Al principio Shaka había mantenido su distancia de todos sus compañeros desde el momento en el que llegó al Santuario, afligido por las injusticias y el dolor que sufría el mundo, así que nunca se consideró merecedor del cuidado que le dieron, ni de la comida que le ofrecieron, refugio o compasión que le mostraron; en su tierra natal había muchos hombres que matarían por recibir los beneficios que él estaba obteniendo, por ello trató de jamás aceptar los obsequios de los sirvientes del lugar sin importar cuánto insistieran. No se trataba únicamente de la barrera del idioma, pues podía comunicarse perfectamente con ese chico llamado Mu, ni siquiera se trataba de una cuestión de costumbres.

El pequeño hindú tenía muchas dudas.

¿Por qué él? ¿Por qué de todos los desafortunados fue él quien despertó la atención de estos hombres que profesaban culto a una diosa que ni siquiera conocía? ¿Quién era ella? ¿Qué le daba el derecho de seleccionar entre la humanidad a sus mejores siervos como si de pequeñas semillas se tratara? El hecho de que prefirieran a los más perfectos e influenciables ya daba bastante para cuestionar, sus métodos eran descarados y enfermizos, pues incluso ahí los azotes a los desobedientes eran desgarradores, injustos. Shaka ya había visto suficiente sufrimiento del lugar que provenía, misma angustia que se extendía allá donde caminara. ¿Es que el dolor era la única enseñanza, lo más fundamental que debía padecerse durante la vida? ¿Cuál era el sentido de nacer entonces? ¿Era el precio a pagar porque latiera un corazón? Y aunque se trataba de una conversación que había entablado con Buda desde muy pequeño, le seguía dando vueltas en la cabeza, tornándose más fuerte cada vez que lo lastimaban en alguna de esas batallas de entrenamiento porque se negaba participar después de todo.

—Defiéndete, puedes hacer aunque sea eso —le dijo Mu alguna vez, quizás harto de que recibiera los golpes sin objetivo y es que Shaka le había dicho que no tenía razones para participar como se esperaba, era una práctica estúpida. ¿Por qué alzar el puño contra alguien a quien se le veía horrorizado por ello? Todo se trataba de un absoluto sin sentido al cual no pretendía sumarse.

Y aquel día paseaba en absoluta soledad por el basto terreno buscando evadir encuentros con los muchachos que aborrecían su actitud prepotente, no era que Shaka lo hiciera de forma consciente pero sus palabras (cuando finalmente aprendió el dialecto) muchas veces habían herido a los de su alrededor, lo que le había valido potenciales enemigos que buscaban el menor pretexto para transmitirle su ira. Era probable que estuviera saliendo fuera de los límites previamente señalados, pero la falta de pensamientos lo empujó andar sin detenerse hasta que se encontró con ese río de aguas claras que le recordaron un poco a su tierra natal, motivo por el que se acomodó justo en el borde. Entonces, repentinamente –y sin razón aparente– comenzó a llorar, más no sabía si por nostalgia o mera tristeza, a pesar de que no extrañaba su antigua residencia. Absorto trataba encontrar respuestas, por lo que no advirtió compañía hasta que la misma se detuvo a sus espaldas, delatándose por medio de su varonil voz.

—Agradable vista, ¿no crees? ¿Ya sabías que aquí había un río? —Shaka se giró sobresaltado para mirarlo por primera vez; un joven cuyo rostro y fisionomía era la viva representación de esas esculturas griegas sobre semidioses de los que había escuchado hablar fantásticas historias, así que inocentemente se preguntó si se traba de alguno, aunque este se mostró más interesado en lo que ocurría con el menor—. Siento que llegué en un mal momento, lo siento. Sólo vine aquí porque me pidieron que verificara que nadie estaba tratando de escaparse.

Avergonzado Shaka trató de secarse las lágrimas para enfocar la vista en la corriente del agua delante suyo, no dijo nada ni hizo ademan de volver a su choza, así que su acompañante debió interpretarlo como una situación preocupante, por el cual había decidido vigilarlo de cerca, así que no había tardado acomodarse a su lado. El silencio entre los dos se prolongó, lo que terminó inquietando un poco a Saga. Suponiendo que aquel chico se trataba del mismo que alimentaban los rumores más recientes, no le convencía que se tratara de la reencarnación de Buda. Sin duda sus ropas eran discordantes pero su aspecto no emanaba un aura divina.

— ¿En tu país hay lugares como este? —decidió preguntar, pues sería demasiado rudo resolver sus dudas sin siquiera haber mostrado un interés más trivial. Sin embargo, no recibió respuesta, el chico de largos cabellos rubios como oro guardó un silencio sepulcral como una manera de darle a conocer que aquello no era su incumbencia—. Está bien si no quieres hablar conmigo, no voy a obligarte. Pensé que necesitabas conversar pero veo que no es así.

—No tiene sentido combatir.

— ¿Eh? —Sus palabras lo descolocaron ya que había esperado se mantuviera callado.

—Pero tal parece que es lo único que les importa aquí. ¿Por qué es eso? Si esa Atenea de la que hablan odia la guerra, ¿por qué entrenar soldados? ¿Por qué obligarlos a pelear entre sí para curtirse? Aunque no lleven armas, siguen siendo portadores de la guerra, ¿o no?

—Esa es una pregunta difícil —admitió Saga con diversión, logrando que el chico se volviera para verlo con sus entristecidos ojos azules como el cielo cubriéndolos—. Supongo que es debido a que, aunque ella no desea el conflicto, tarde o temprano lo habrá. Los demás dioses estarán dispuestos a pelear por el dominio de la tierra sin importarles vida alguna. A ella le gusta la diplomacia pero esta no siempre será la solución. A veces es necesario un poco de fuerza.

—No suena lógico.

—Seguro que no. ¿Tú qué harías en el lugar de Atenea?

—No pelear, tan simple como eso.

— ¿Sólo rendirse ante el poder invasor? ¿Aunque amenazaran a lo que más quieres en la vida?

—No tengo algo así.

—Eso es triste, más que la guerra y las injusticias. —Aquello sorprendió al joven hindú enseguida, pues hasta ahora el sufrimiento universal era lo que más tristeza le ocasionaba a él mismo, y que ese hombre le dijera que el no poseer algo que querer de forma personal fuera su definición de «tristeza» lo dejó conmocionado—. Piénsalo de este modo, si no tienes nada que proteger, no tienes razones para luchar o defenderte. Si no tienes nada que ilumine tus días, tus noches son más oscuras. Sin una compañía, la soledad es mucho más espesa. Es posible que del mismo modo nada te pueda afectar pero sería una existencia vacía, sin emociones, un absoluto sin sentido. —Shaka guardó silencio reflexionando en lo que aquel hombre le había dicho, inseguro de lo que pensar habiendo sido sembrada la duda en su interior—. Yo también suelo cuestionar las leyes que dominan el Santuario pero… con los días he pensado en lo que puedo hacer mientras estoy en este lugar. ¿Por qué no intentas hacer lo mismo? Después de todo ya estás aquí.

La mirada del hindú se mantuvo fija en los ojos del desconocido, confundido, aturdido. Por ello tardó un poco en comprender porqué éste le tendía la mano tras ponerse de pie, invitándolo a levantarse y seguirle de regreso a donde se encontraban los demás aspirantes a guerreros. Shaka tomó su mano tratando de ocultar el titubeo en su cuerpo, motivo por el que tembló sin siquiera dar el primer paso para avanzar en cuanto una brisa los golpeó.

Cuando fue devuelto a la choza y Saga se marchó, Shaka se dio cuenta que ni siquiera habían compartido nombres.

Días posteriores quiso borrar ese momento de su mente pero fue incapaz de olvidar esos ojos cálidos, ese rostro tan amable y esa mano tan firme, digna de un luchador experimentado. En cada meditación que se permitía realizar a la media noche pensó cada vez más en la charla que tuvieron, preguntándose qué podría hacer con su tiempo como un integrante más del Santuario. ¿Descubriría alguna vez lo que le correspondía hacer sin sentirse que era arrastrado por una corriente absurda? Quería ver a ese hombre de nuevo (se lo dijo a Buda), ahondar en este asfixiante tema. Pero no fue hasta varias semanas más tarde que se lo encontró al borde del mismo río donde se conocieron, echándose agua a la cara sin advertir su presencia hasta que se giró en un movimiento causado por la inercia de sus acciones.

—Oh, hola de nuevo, Shaka.

—No recuerdo haberte dicho mi nombre.

—Pues lo sé gracias a los rumores, no pasas desapercibido, ¿sabes?

—Tampoco tú, vine aquí porque algunos de nuestros instructores dijeron que te vieron. Dudo que hayas venido aquí para cumplir tu deber esta vez.

—Me atrapaste —dijo el griego con una sonrisa que removió una extraña sensación en el vientre del más joven, quien simplemente se impulsó avanzar hasta su posición sin cruzar miradas.

—Si me entreno para convertirme en santo, ¿encontraré un motivo para luchar?

—Eso ya dependerá de ti.

— ¿Por qué luchas tú?

—Por las personas que me importan, por superarme a mí mismo y también para ser merecedor de vestir el Cloth de Géminis.

— ¿Cloth? —La revelación intrigó al hindú enseguida—. ¿Eres aspirante a santo de oro?

—Aún estoy en entrenamiento pero podría estar más cerca de lo que parece. Es más duro de lo que creía cuando comencé, no hay tiempo para dudas, por eso vengo a este río cada que tengo la oportunidad. Supongo que debo agradecerte, si no te hubiera encontrado aquí esa ocasión, jamás hubiera descubierto este maravilloso lugar. Hay tantas zonas ocultas del Santuario que son un verdadero paraíso, un Edén en sí mismo.

Shaka lo miró entonces, perdiéndose un momento en sus rasgos tan remarcables. ¿Cómo era posible que le hablara con tanta naturalidad? ¿No le provocaba aversión estar con él a solas? Sus compañeros le habían demostrado que no era alguien muy ameno, así que preferían aislarlo y Shaka lo consideraba conveniente ya que así podría ocupar su tiempo en hablar con Buda y meditar de acuerdo a las dudas que lo asaltaban, por ello era que le estaba confundiendo tanto que aquel hombre no lo tratara como alguien diferente; le gustaba. El roce del viento con las copas de los arboles generaban una melodía silvestre única por la que el silencio entre los dos no se sintió tenso o incomodo, razón por la que Shaka también se armó de valor para preguntarle su nombre, pues no quería terminar aquel encuentro sin haberlo obtenido.

—Si no te molesta decírmelo, ¿cómo te llamas?

— ¿Hum? ¿Por qué iba a molestarme? Soy Saga.

—Saga… —Shaka se sintió rebosar de júbilo cuando susurró ese nombre—. ¿Podemos volver a encontrarnos aquí de nuevo mañana?

—Pero, ¿qué dices? No es como si debamos despedirnos ahora, Shaka. Ven, siéntate conmigo.

Inquieto de una manera que el hindú no se podía explicar, tembló un momento antes de que obligara a sus paralizadas piernas avanzar hacia el griego, quien había extendido su brazo para señalarle un lugar junto a él, donde el hindú se acomodó sintiendo cómo se le enfriaban los dedos de los pies al contacto con el agua que corría del río. La frescura era más grande entre más cerca estaba del borde y aun así Shaka se sentía tan cálido que podría morir de felicidad.

—Eres un sujeto muy misterioso, Saga.

— ¿Lo crees? Pues yo siempre he pensado eso sobre ti, Shaka.

—Nunca te has portado cauteloso conmigo.

—Tampoco tú.

—No trates de adelantarte en este argumento, no estoy tratando de competir —espetó de una forma que hizo reír al griego, lo cual hizo que la calidez en el interior de Shaka incrementara mucho más. Ese sonido era agradable. ¿Podría llegar a provocarlo de nuevo? La duda lo torturaba.

— ¿Sabes cómo te llaman? «El hombre más cercano a los dioses» y también «la reencarnación de Buda». Alguien que ha alcanzado la iluminación desde el día en que nació. Cuando escuché eso estaba sorprendido. "Seguro es alguien increíble" pensé.

—Lamento decepcionarte.

— ¿Cuándo dije que me había decepcionado? —Shaka percibió una vez más ese calor abrazante que se extendió por su cuerpo hasta alcanzar su palpitante pecho—. Existe divinidad en la cotidianidad, tal vez es por ello que Atenea decidió encarnar en un mortal cada 243 años. Hay cosas que posee la humanidad que los dioses no, como voluntad, fe, esfuerzo, amor y esperanza.

— ¿La esperanza no es algo que en la era del mito una mujer llamada Pandora liberó, según el folclor de Grecia?

—Supongo que podemos poner en discusión eso. ¿Tú qué crees, Shaka?

Sumergidos en una charla trivial pero interesante, no se dieron cuenta que el tiempo se escurría en el horizonte. El joven hindú no creía que podría ignorar tanto el mundo hasta que las luciérnagas en su entorno empezaron a alumbrar, fue sólo entonces que se percató de la oscuridad de la noche. Habían compartido tantas perspectivas sobre tan diversos temas que por primera vez en su vida Shaka no sentía el tiempo desperdiciado, porque estuvo junto a Saga, un hombre al que estaba seguro obtendría el derecho de convertirse en Santo de Oro. El simple pensamiento lo había inspirado en su propia travesía por el Santuario para seguir el sagrado camino de los caballeros de Atenea.

—Quiero ganarme el derecho de convertirme en Saint —declaró con arrasante determinación, un aspecto que no hubiese esperado de sí mismo. Por eso cuando miró de nuevo hacia Saga y descubrió su sonrisa, reafirmó su nueva meta—. Por el momento es algo que puedo hacer.

—Sé que lo lograrás —le alentó Saga orgulloso de la convicción en su brillante mirada.

A partir de ese momento Shaka dejó de mostrarse disperso en cuerpo y espíritu, convencido de escalar la montaña que pudiera mostrarle su misión en esta vida. Por sorprendente que resultara para el grupo de aspirantes a los que pertenecía, no tardó en ser aceptado como aprendiz de Santo de Oro cuando, en medio de una de sus tantas meditaciones, su cosmos había ardido de una forma que los niños que quisieron agredirlo quedaron paralizados, los sentidos sensibles de todos ellos al poder que percibieron mientras se acercaban a su escondite, haciendo que la concentración de energía en el cuerpo de Shaka terminara elevándose hasta el infinito y más allá de lo admisible. La noticia llevó que el sumo Pontífice acudiera personalmente ante él para llevarlo al Sexto Templo donde continuo su entrenamiento físico tanto como espiritual a manos de instructores más capacitados, pues fue ahí donde se sintió despejar un poco más de las dudas que le abordaban sobre todo lo que le precedía en sus cambiantes días. Por fin estaba seguro de haber descubierto las respuestas que necesitaba para dedicar su vida al Santuario sin percibirse como un ajeno pese a todavía costarle forjar vínculos con el resto de sus compañeros.

De eso ya habían sido algunos años, por lo que estaba más cerca de ser aceptado por la Cloth de Virgo.

Y esa tarde esperaba por Saga en las puertas de su templo, pues se había convertido en una costumbre entablar conversaciones que llevaran a Shaka expresar aquello que no conseguía dar respuesta durante sus meditaciones. Y aguardaba con ojos cerrados en busca del cosmos que le habían otorgado la fama de semidiós al hombre que lo inspiró integrarse al culto, reconociéndolo cuando se detuvo delante suyo después de unos minutos, lo cual hizo al hindú sonreír con una incontrolable felicidad pero borrando su gesto cuando quien lo saludó parecía diferente pese la inconfundible similitud de su férrea presencia.

— ¿Qué tal, Shaka? —Le dijo el habitante de Géminis—. Temía no encontrarte.

—Nunca podría negarme a este momento.

—Muy considerado en verdad. —El griego tomó asiento al costado del rubio sin esperar por una invitación, enfocando la mirada al frente donde podía apreciarse sin dificultad el lejano Templo de Leo—. Te extrañé mucho, Shaka —El hindú se tensó dentro de su posición de loto con tan repentina declaración, así que no pudo evitar removerse incómodo pero también avergonzado. ¿Por qué Saga estaba diciendo algo como eso tan repentinamente? No estaba preparado para ello a pesar de todo—. ¿Tú me extrañaste?

—Yo… —Experimentando una inmensa torpeza, Shaka apretó los puños que en un principio habían permanecido relajados sobre sus talones. Pero entonces escuchó al otro reír con cierta malicia, un aspecto que lo desconcertó de sobremanera, nunca lo había oído reír así.

—Lo siento, no debí decir eso, no pensé que te afectaría tanto.

— ¿Estabas… bromeando? —Shaka no entendía porqué de pronto se sentía tan herido—. Está bien, también puedo bromear… e-espera por ello la próxima vez.

— ¿No puedes intentarlo ahora? No sería divertido si me adviertes sobre eso.

—Bueno… si, eso lo dijo Mu antes. Pero… necesito pensar, espera un momento.

—El hombre más cercano a los dioses titubeando, que lindo.

Reconociéndose de algún modo humillado por ese comentario tan fuera de lugar, el hindú no pudo controlar la forma en que su garganta se cerró, dejando emerger su voz con un tono un par de niveles más rudo de lo que Shaka hubiese preferido utilizar para dirigirse a Saga, acostumbrado como estaba a conservar la calma ante las situaciones que se le iban presentando.

— ¿Por qué me dices estas cosas? No es común en ti.

—Oh, ¿no lo es?

—No —confirmó frunciendo el entrecejo con suspicacia, pero entonces supuso esto podría deberse a un suceso que estuviera aconteciendo en la vida de su acompañante, después de todo estaba enterado que el guardián de Géminis había comenzado a estudiar tras volverse candidato para el futuro puesto de Papa—. ¿Sucedió algo?

Unos momentos el silencio fue todo lo que se compartió entre ellos por lo que Shaka estaba cada vez más inseguro, la incomodidad que jamás había llegado a sentir con la presencia de Saga hacía que las dudas regresaran a su mente, pensamientos que se iban acumulando como una montaña de rocas afiladas que el hindú sería incapaz de escalar aún con ayuda de su cosmos. Esa alteración en el aura de su acompañante le hacía sufrir una sequedad en la boca que poco podría saciar sin importar cuánta agua bebiese. Al menos hasta que escuchó a Saga hablar nuevamente.

—Quiero cambiar este lugar… quiero convertirlo en algo diferente a lo que es. Quiero representar la justicia, no la falsa en la que todos han creído hasta ahora, si no la verdadera, esa que se entrega a todos de la forma en que se merecen, no más patrañas que sólo se traspasa de boca en boca con frases bonitas.

—…Sé que lo conseguirás, Saga —dijo con suavidad.

El ocupante del Tercer Templo le dedicó entonces una sonrisa rasgada por el anhelo inalcanzable, optando por no responder a los ánimos que el rubio le estaba ofreciendo, ahogándose en pensamientos lejanos al entendimiento del futuro Santo de Virgo, quien le permitió marcharse sin más de su realidad, extrañándolo al instante. Y aunque una parte de él estaba decepcionado de que así acabara su tan esperada reunión, Shaka la adoró con la misma intensidad a pesar de todo. Aquel hombre era su ejemplo a seguir, quien más cercano sentía a su alma, a quien en algún punto que no conseguía discernir lo había enamorado profundamente.

Sus reuniones cesaron de forma abrupta luego del nacimiento de Atenea y eso hizo que Shaka percibiera una masa de emociones acumularse en su cuerpo, incapaz de asimilarlas o desecharlas cada que sus pensamientos estaban dirigidos a Saga. A veces era difícil concentrar su cosmos, pues cuando creía alcanzar su capacidad máxima durante meditaciones, la memoria de una fantasía que jamás llegó a cumplirse cortaba como un cuchillo su avance. Deshizo su postura una noche y decidió salir de su templo en busca de serenamiento, por lo que decidió consultarlo con el Gran Pontífice, a quien esperaba no interrumpir en su descanso. Vestido con su radiante Cloth ascendió cada escalón delante suyo rumbo al Templo Mayor, dando a conocer su llegada a la cámara donde solía recibirlos para asignarles misiones. Le tranquilizó mucho percibirlo en funciones después de llamar a la puerta y obtener el pase, a pesar de la quietud que se respiraba en el edificio, carente de las recurrentes actividades de la servidumbre; el Papa debió despedirlos temprano, eso le permitiría al hindú hablar libremente.

—Gran Papa —le nombró con ensayada solemnidad mientras se arrodillaba para reafirmar sus respetos al hombre que en ningún momento pareció inmutarse por su visita, acostumbrado a recibirlo cuando algo perturbaba profundamente su psiquis y no encontraba paz con las respuestas que le ofrecía Buda—. Hay una duda hundiendo mi corazón y me gustaría me ayudara a comprender… si no se encuentra muy ocupado.

—…Puedes hablar, Shaka de Virgo —concedió este luego de un prolongado silencio.

El acento especialmente tierno en esa voz mansa sembró una alerta en la mente del Santo de Oro, la cual prefirió ignorar, pues lo relacionó al desespero que atravesaba su propia alma. Eran momentos difíciles, Aioros había tratado de asesinar a Atenea la pasada noche y toda la Orden –en especial los Gold Saints– buscaba convivir con esta tortuosa tensión que de momentos era tan grande o tan puntiaguda que la desconfianza se había llevado lo mejor de lo que alguna vez fue el Santuario. Sabía que quien peor la estaba pasando en esos momentos era el hermano menor del santo traidor, pero sin duda había afectado al Papa en especial manera, pues había comenzado actuar con más precaución cuando recibía a los caballeros de la diosa.

—Es sobre el Santo de Géminis. ¿Es posible que se me permita obtener noticias sobre él?

—Es normal que te preocupe su ausencia, después de todo era un prominente candidato al puesto junto a Aioros, y luego de lo que sucedió se descontroló todo para él también. No puede con la culpa que le ha provocado no darse cuenta de las intenciones de quien consideró un hermano, así que lo he enviado a una larga misión de reconocimiento con la que sea capaz de purgar sus remordimientos.

— ¿Es así?

— ¿Acaso hay una razón más profunda por la que desees verle?

—…Me gustaría responder a su pregunta con una negativa —admitió Shaka con cierta vergüenza, una que se coló casi sin intención en su semblante siempre flemático—. Pero… tengo un interés más personal y me gustaría verlo cuanto antes. Si fuera posible que me brindase su ubicación…

—Te necesito aquí, Shaka de Virgo —le interrumpió el Papa casi tajante, así que el hindú no tardó sentirse inoportuno por su propio actuar, sus párpados cerrados temblaron y aun así no guardó silencio ni tuvo la clemencia de mostrar obediencia.

—Soy consciente de la situación que atraviesa el Santuario y que sería contraproducente que dos Santos de Oro estuvieran lejos de sus puestos, mi intención no es causar un desequilibrio más grave, sólo comparto mi frustración con usted. ¿Sería tan bondadoso de comunicarle mi inquietud a Saga en cuanto retorne de su travesía?

—Si eso te ayudará mejorar tu estado emocional, se lo diré.

—Se lo agradezco mucho, su santidad —dijo inclinando un poco más la cabeza—. Agradezco su tiempo y me disculpo si he llegado a incomodarlo con mi expresa petición. Con su permiso.

—Shaka. —Antes de que siquiera rompiese su postura, el Papa se apresuró con pasos finos acortar la distancia entre él y el Santo de Virgo, quien sin tener idea de qué pensar sobre la abrupta retención, tan sólo acertó levantar la cabeza para vigilar esa figura que en poco tiempo lo cubrió con su sombra—. Es posible que Saga de Géminis se encuentre en un estado mental inaccesible, diferente de lo que pudieses recordar sobre él. No dudo de tu capacidad de comprensión pero, ¿aun sabiendo eso estarías dispuesto a verlo?

—Al igual que el resto de Santos de Oro en funciones, Saga es un compañero importante para la Orden —replicó, consciente de una verdad oculta bajo la oración estándar que había elegido articular, una de la que el enmascarado pareció percatarse—. Su honor no debería ser reducido pese a los cambios que pudiese sufrir, después de todo he escuchado sobre aquel estigma que recae sobre todos los guardianes de Géminis; un destino fatal pero igualmente majestuoso.

—Es la primera vez que escucho a un santo como tú hablar así de otro.

—Después de meditar en ello he entendido que no existe avaricia oculta ni adoración equivoca en admirar al hombre. Los dioses han debido amar a su creación para volverlas el centro de sus acciones. Que un humano sienta devoción por otro ser humano es una reacción natural. He compartido con Saga de Géminis lo que no hubiese podido con alguien ajeno, nuestras fuerzas y los misterios que los rumores han repartido respecto a nosotros nos han unido. Y yo, Shaka de Virgo, no me siento preparado para perderlo de una forma tan absurda.

—En ese caso no necesitas esperar mucho —le dijo el sumo Pontífice posando su mano derecha en las hombreras del Cloth dorado, atrayendo así la atención de Shaka de vuelta a la figura del otro ocupante del Templo Mayor—. Podrás comunicarte con él a través de tu cosmos, si el vínculo que han formado es tan fuerte como estimas, entonces tu poder alcanzará su consciencia.

Y sin agregar más, el Papa se retiró de la cámara rumbo a sus aposentos, dejando al santo un tanto confundido por la extraña afirmación. Sin embargo, fue en cuanto Shaka se puso de pie que decidió enviar su cosmos a donde sea que pudiese encontrarse el hombre a quien deseaba ver, calcando el mismo camino que el Papa había trazado en su marcha hace unos instantes, una revelación que dejó al hindú en algo por el cual meditar. Ciertamente el cosmos del Papa había sido algo distinguible desde que aprendió usar el propio, pero desde la traición de Aioros resultaba difícil percibirlo aun cuando este ocupaba el mismo espacio que ellos; Shaka sólo podía pensar que lo ocultaba en momentos específicos por temor a que encontrasen la anomalía evidente que lo rodeaba. Por eso hasta que estuvo listo para afrontarlo, volvió a ocupar la cámara tras asegurarse de que se encontraban solos nuevamente como aquella primera vez. Sólo que en esta ocasión no se arrodilló ante él.

— ¿Has conseguido comunicarte con Géminis?

—No ha habido éxito, al menos no de la forma que hubiese querido.

—Me apena escuchar eso —dijo el Pontífice en un tono casi condescendiente.

—Usted impide que pueda crear un contacto más directo con él —declaró de pronto, generando un silencio tan denso en la zona que Shaka sintió a sus extremidades enfriarse—. ¿Podría preguntarle por qué?

—…Así que te diste cuenta —comentó el enmascarado no tan impresionado por la situación que se le presentaba—. No podía esperar menos del hombre más cercano a los dioses.

—Jamás me ha gustado ese título, Saga lo comprendía bien.

—Entonces, ahora que lo sabes, ¿te enfrentarás a mí? —El impostor se levantó del trono del sumo Pontífice de forma amenazadora, elevando su cosmos de manera que hizo al Santo de Virgo advertir el riesgo—. Sería un desperdicio que así fuera, realmente me gusta tu poder.

— ¿Es así como esta parte de ti clasifica a compañeros leales al culto, Saga?

—Es inútil —se dejó reír el portador de la armadura de Géminis con crueldad—, él es la esencia de un hombre débil, no esas estupideces de Semidiós que se inventó la gente sobre su presencia. Si no has podido comunicarte con él, es porque su poder tiende a decaer junto al mío.

—Estoy seguro que la razón por la que ha dejado de luchar es porque las consecuencias de sus propios actos han hecho que se rinda a tu intervención. Sin embargo, me niego a creer que entre los dos es el más débil cuando tú, quien habita su cuerpo, nació del cosmos gracias a él.

—En verdad eres impertinente. —De un veloz movimiento, el enmascarado rompió la posición pacificadora que formaban las manos de Shaka, apretando su muñeca sin decoro mientras la expresión del hindú se conservaba calmada—. Eso me hace desear verte perder la cordura de la forma en que desearías hacerlo con él.

Shaka frunció el entrecejo sin comprender muy bien a qué se refería pero un sorpresivo dolor de cabeza en el enmascarado hizo que la fuerza con la que era sujetado redujera, antes de que el usurpador comenzara a retroceder para enseguida arrodillarse. Preocupado, el Santo de Virgo caminó hasta él, retirando la máscara del rostro que necesitaba ver para tomar una decisión. Los ojos afligidos del guardián del Tercer Templo contemplaron a Shaka con aspereza, temiendo a los impuros pensamientos que habían atravesado su cerebro en cuanto su otro yo lo había sugerido, pues aquello había sido el principal motivo por el que retornara a su yo original, agradeciendo la presencia de Virgo del mismo modo en que le preocupaba ser capaz de hacerle daño.

— ¿Qué te sucedió, Saga? ¿Cómo puede ser el destino de un santo tan cruel con un solo hombre?

—Aléjate, no quiero… —luchó por apartarlo pero por el contrario Shaka juntó sus frentes.

—No puedo irme después de que te encontré. Has estado tanto tiempo ausente, Saga. No es justo permitirle a tu alma ajenidad cuando es a ella que le corresponde habitar este mundo.

—Volverá… —jadeó con dificultad, temblando como un niño en sus brazos—. Te lastimará, yo…

—No si le juro mi lealtad.

—Shaka, no lo hagas. Me encargaré de esto, por eso… por favor no te expongas así… odiaría que te hiciera daño. Shaka, por favor… —Se declaración le dolió, por primera vez en tanto tiempo Shaka volvía a sentir impotencia por un suceso lamentable. Deseó tener el poder de cambiar las leyes divinas, sobreponerse a los sucesos pero se dio cuenta que lo único que le quedaba era respetar la decisión del hombre que amaba.

—Puedo entender que esta es tu lucha y no querrías involucrar a ninguno de los demás santos de la Orden aun cuando hacerlo significaría traición al credo que todos nosotros seguimos, pero permíteme asegurarme de ser tu ancla en esto.

—No… no puedo poner sobre ti esa carga… no merezco…

—Todos los hombres merecen el perdón, ¿no es eso uno de los lemas de Atenea?

—Pero ella… ya no está aquí…

—Pero estás tú… —afirmó Shaka para absoluta conmoción de Saga—. Has demostrado ser un hombre capaz de manejar el Santuario pese a tu situación, impartes justicia de la forma correcta, lo he observado este periodo de tiempo, por ello no te he delatado. Tengo plena confianza de que nos guiarás al mejor camino posible, incluso sin la diosa detrás de esa cortina. Haz permitido que tu ego te domine, deberás afrontar las consecuencias. Y confío en que harás todo lo esté en tus manos, aunque tu maldad logre manchar tus esfuerzos.

Una sonrisa a desbordar de arrepentimiento y resignación adornó los labios del actual Pontífice, encontrando consuelo en quien incitado por la caricia que le dedicó en su mejilla, se dejó guiar al encuentro de sus bocas. Shaka sintió un fuego naciente en su interior quemarlo de extremo a extremo, estremeciéndose con la cercanía de Saga, que no dudó sostenerlo firmemente. El hindú no había besado a nadie a pesar de haberse convertido en joven adulto, demasiado enfocado en su entrenamiento para ceder a sus instintos primitivos. Y por primera vez estaba dejando que alguien expresivamente más experto en el ámbito lo acorralara, embriagado por el latir de su propio corazón al contacto con el único que había conseguido interesarlo en ello. Y mientras se perdían en el otro por completo, Shaka se dio cuenta que de haber sido más fiel al culto habría considerado seriamente oponerse a la seducción de un nuevo gobierno, pero hasta que encontrara un significado diferente del que Saga le ofrecía, estaría dispuesto aceptar la ideología del más fuerte.

Pero tal no quería decir que dejaría de amar a Saga de la forma en que el otro le estaba demostrando a él sobre su lecho robado. Tenía la certeza de que serían devotos al otro pasara lo que pasara en el futuro.

Fin.