La magia no solo residía en los hechizos y pociones que llenaban las aulas. Entre las paredes del castillo, florecían relaciones de todo tipo. Desde amistades eternas hasta enigmáticos lazos mágicos o rencores imposibles de borrar. En las paredes del castillo, millones de historias vieron la luz, con finales trágicos o sorprendentes desenlaces.

Los intricados senderos del corazón, donde dos tipos de amores se entrelazaban en la vida de los estudiantes. El primer amor, fresco, en ocasiones verdadero, ondeaba como una bandera de emociones desbordantes. Mientras tanto, un amor basado en el conocimiento profundo de la otra persona se tejía con la sutileza de una hechicería compleja. Estos amores se entrelazaban, llevando a diversos desenlaces que, a veces, las paredes del castillo deslumbraban, y en otras ocasiones, otros cuartos fueron testigos de sus finales.

En las escaleras que llevaban al cuarto de las chicas, varios alumnos varones se arremolinaban. En la delantera se encontraban Ronald Weasley, Harry Potter, Neville Longbottom, Seamus Finnigan, Dean Thomas, y algunos más. La curiosidad y la preocupación habían atraído a varios estudiantes, todos mirando hacia arriba con gestos preocupados mientras los gritos resonaban en la sala común.

Ginny Weasley, acompañada por Parvati Patil, bajó las escaleras. Ginny miró a su hermano consternada.

—Es Hermione, Ron. La profesora McGonagall quiere que vayas a buscar a Madame Poppy .

—¿Hermione? —cuestionaron los presentes con expresiones preocupadas. Harry intentó subir las escaleras, que de inmediato se convirtieron en una rampa que hizo caer a las dos chicas que estaban en los primeros escalones. Harry Potter cayó de cara, maldiciendo el conjuro que afectaba a los escalones que llevaban al cuarto de las chicas.

Ron levantó a su hermana, consternado, y Neville ayudó a Parvati, que parecía querer llorar de la impresión.

—¿Qué sucede? —preguntó Neville.

—No lo sabemos, MacGonagall ha pedido a la sanadora —añadió Parvati, consternada y dejando escapar unas lágrimas, abrumada, aferrándose a Neville.

Ron quedó atónito, asombrado, y miró escaleras arriba. Soltó a su hermana, sintiéndose culpable por su comportamiento tan infantil. Los gritos resonaban aterradores, como una súplica.

—Ron, ve, es urgente —dijo Ginny llamando su atención, tratando de devolverlo a la realidad. Se dio cuenta de que su hermano se sentía culpable, pero ese no era ni el lugar ni el momento para esos sentimientos.

—Hermione... —susurró Harry, preocupado.

Harry se levantó del suelo y volvió a intentar subir las escaleras, que nuevamente se convirtieron en una rampa. Desde arriba, los gritos de dos chicas sonaron. A pesar de los obstáculos, Harry trató por todos los medios de subir, pero dos chicas cayeron y lo golpearon, terminando varios de los presentes nuevamente en el suelo.

—Hermione... —musitó otra vez Harry.

Harry se levantó, dispuesto a intentarlo nuevamente. Neville Longbottom lo agarró, junto a Dean Thomas y Seamus Finnigan, para evitar más accidentes. La confusión se apoderó de la estancia, y entonces el cuadro de la pared que daba a la sala común se abrió.

Dumbledore apareció en la sala seguido por tres figuras. Severus Snape, con su acostumbrada cara seria, y a su lado, Draco Malfoy con una cara sudorosa y adolorida, le seguía el paso mientras miraba con desconfianza a su espalda a una figura desconocida que llamó la atención de todos los presentes. Marlon Castel vestía una túnica de tonos crema con detalles azules en forma de plantas. Sus ojos verdes olivo llamaban la atención, al igual que su barba descuidada de dos días que enmarcaba su cuadrada mandíbula de piel clara , su cabello negro azabache y una cicatriz desviaba su respingona nariz casi perfecta.

—Apartaos —ordenó Dumbledore.

Todos los estudiantes se alejaron de las escaleras. Con un hechizo, Dumbledore mantuvo las escaleras en su sitio mientras subían todos. Los estudiantes quedaron petrificados, excepto una persona.

Harry subió como una exhalación, superando a los profesores. Buscó el cuarto de donde venían los alaridos y, a empujones, apartó a las chicas que se sorprendieron de su llegada, al igual que la profesora que quedó muda al ver al joven abalanzarse sobre la cama. Pero Hermione se apartó de su alcance, entre gritos.

—¡No la toques, es peor! —añadió McGonagall, sintiendo pena. —¿Cómo subiste, Potter?

Harry no tuvo tiempo de contestar, porque desde el pasillo, la respuesta se reveló. Todos los alumnos presentes se alarmaron al escuchar los nombres de Dumbledore, Snape y Malfoy.

-El espectáculo se acabó. Todos a sus dormitorios —anunció Snape llegando a la estancia.

Dumbledore permanecía más serio de lo que ningún estudiante lo había visto jamás. Draco intentaba mantenerse de pie al lado de su padrino. A su espalda, con una mirada curiosa, se veía a Castel observar con atención la cama donde se encontraba Hermione.

McGonagall se alejó del dosel de la cama. Sus ojos se cruzaron con Dumbledore, quien asintió con una mirada frustrada. Sin más, sacó su varita y corrió las cortinas de la cama de Hermione.

—Ya escucharon, todos a sus cuartos...

Los alumnos se dispersaron entre quejas y molestias, quedando en el cuarto los profesores, las compañeras de Hermione, Draco Malfoy y Harry Potter.

—Las chicas también tienen que irse, como usted, Potter —una mirada frustrada de Snape se centró en el chico, que correspondió arrugando las cejas con una muestra de enfado—. Sabrá que entrar en el ala de las mujeres conlleva a una violación del código de Hogwarts, que es castigado con la expulsión —añadió con soberbia el actual profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

—Dígaselo a Malfoy, yo no me moveré de aquí.

Draco soltó una jocosa risotada, que ocultaba su doloroso estado empapado en sudor.

—Yo soy su prometido, Potter, a diferencia de ti, que no eres nada.

Harry quiso acercarse a Draco para arreglar las cosas al estilo muggle, pero Dumbledore se interpuso.

—Esto es un asunto que no te concierne, Harry —añadió el director con un tono frío y contundente.

—Señor... —Potter quedó sorprendido. Jamás había sido tratado de esa forma por Dumbledore y mucho menos en presencia de Draco Malfoy.

McGonagall, consciente de la frustración que sentía Harry e impaciente por comprender la situación que ya intuía al ver el anillo parpadeante en la mano de Draco de un rojo escarlata, se posicionó a la espalda del joven.

—Vamos, Potter. Chicas, síganme. Esperaremos en la sala común, espero que nos lo permita, director.

—Por supuesto...

Harry avanzó por la estancia dejando caer una filosa mirada a Draco, que sostuvo con calculada picardía y dejó escapar una curvatura de labios. Después de su partida, la puerta se cerró por el desconocido profesor, quien insonorizó el cuarto, aumentando la preocupación de los que ocupaban la sala de Gryffindor.

Mucha de la magia antigua había caído en el olvido; los cambios de jerarquía en la sociedad mágica avanzaban a pasos pequeños. Por ello, prácticas como "La Promesa" en los tiempos que corrían eran tratadas como barbaries. Enlazar las magias con sangre, adjuntando un hechizo tan antiguo, no solo conllevaba a que no pudieran herirse uno al otro, sino que también vinculaba las mentes con el paso del tiempo, cuerpo y espíritu. Esta magia olvidada servía para un único propósito: obligar a dos magos a permanecer juntos por toda su vida, una práctica que se llevaba a cabo para llevar a término los matrimonios no deseados en la antigüedad.

Existían pocos eruditos mágicos que deseaban desentrañar este tipo de artilugios mágicos, ya que eran considerados oscuros. Entre estos, Castel era uno de esos locos, pues todo lo que pudiera unir mentes llamaba su atención.

Marlon se adelantó al dosel de la cama, corrió la cortina impaciente, miró a Draco que, por la cercanía con Hermione, dejaba ver con más frecuencia muestras de su sufrimiento.

—Bueno, Malfoy, ¿verdad? —susurró ansioso.

Draco lo miró con escepticismo y rabia, asintió con la cabeza sintiéndose un conejillo de indias. Una sensación de incomodidad lo invadió al verse observado por los verdes orbes del señor Castel.

—Como te dije, tienes que sujetar su mano donde cada uno tiene los anillos. Lo que sea que esté causando este episodio es como ella se sintió en ese entonces, y será lo que te hará sentir una vez pase la escena. Podremos sacaros del trance, pero hasta entonces no puedes hacer nada, ¿entendiste?

Draco asintió, dejando escapar un suspiro pesado, impaciente pero temeroso. El recuerdo del vagón aún lo atormentaba. Aunque no podía evitarlo, Castel le advirtió que no había marcha atrás una vez enlazados los anillos de esa manera. Los dos sufrirían episodios toda su vida hasta que los secretos desaparecieran entre ellos. Ese era el precio a pagar por llevar una "Promesa".

El joven rubio se acercó a la cama, sintiendo una opresión en el pecho adolorido. Casi se tropezó con el pie de la cama, pero su padrino lo sujetó. Draco, con un movimiento brusco, le dedicó una filosa mirada, apartándose y dando un par de pasos al lado de la cama que le correspondía. Tragó grueso, sintiendo su respiración agitarse, y sin mediar palabra, agarró la mano de Hermione, siguiendo las indicaciones de Castel.

El silencio se hizo en la estancia, y una inquietante sensación de vacío los trasladó a un tiempo pasado. Su cuerpo cedió, y en un movimiento ágil, Snape sacó su varita con un hechizo mudo, dejando el cuerpo flotando en el aire a la misma altura del de Morgana Nott.