Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!


No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.


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La botica estaba benditamente vacía cuando empujó la puerta. La campanilla sonó, indicando su llegada, y ella sonrió cuando el rostro de monsieur Laurent apareció tras la cortina del fondo. —Otra visita tan pronto, chérie, es un honor.

Se acercaron a ambos lados del mostrador, y las manos de Bella se retorcieron en su ansiedad. —Ojalá fuera una visita social—, murmuró. —Mi esposo ha desaparecido.

El rostro de monsieur Laurent se puso inmediatamente serio. —¿Desaparecido?

Ella suspiró. —Salió anteayer para hacer una entrega. No se le ha visto ni se ha sabido nada de él desde entonces.

Golpeó el mostrador pensativo. —¿Y es normal que se ponga en contacto contigo si va a tardar más?

Bella soltó un suspiro. —Siempre avisa si no puede llegar a casa. Este es el mayor tiempo que llevo sin saber de él en toda nuestra vida—. Se sintió mal de pensarlo, y sus manos se posaron sobre su estómago, deseando que se calmara la ansiedad que la invadía.

Mon Dieu—, murmuró. —¿En qué puedo ayudarte, chérie?

Abrió la boca, pero cuando empezaba a hablar, la campanilla de la puerta volvió a sonar. Se giró para ver a un hombre joven y de pelo claro que entraba en la tienda. —¿Te enteraste?—, gritó, con la atención puesta en cerrar la puerta tras de sí. —Dicen que los muertos caminan.

Se volvió hacia delante y sus ojos azules se abrieron de par en par al ver a Bella. —Mis disculpas, señora Masen. No pretendía...—. Hizo una pausa y se frotó el cuello. Bella conocía al aprendiz de monsieur Laurent, Jasper. Era joven, un poco impulsivo, pero en general había estado de buen humor cada vez que ella se cruzaba en su camino. El joven le caía bien.

—¿Los muertos caminan?— preguntó secamente monsieur Laurent, observando a Jasper.

El cuello de Jasper se sonrojó bajo el escrutinio de su maestro y de la señora Masen.

—Eso es lo que dicen—, insinuó, entrando en la tienda. —Dicen que una bruja se levantó ayer y que lleva resucitando a los muertos desde entonces.

Bella puso los ojos en blanco. —Ninguna bruja se ha levantado—. Gruñó. Los dos hombres se volvieron para mirarla. —No sé quién estaba en el ataúd vacío, pero puedo asegurarles que esto no tiene nada que ver con magia—. Se volvió hacia monsieur Laurent. —Mi marido sabe algo. Lo siento en lo más profundo de mis huesos—. Ella vaciló. —Me necesita.

El boticario la miró. —¿Tienes una idea de por dónde empezar a buscar?

Ella suspiró. —El pueblo más cercano—, dijo lentamente. —Aquí nadie lo ha visto. Necesito encontrar dónde tuvo lugar su última entrega.

Monsieur Laurent asintió. —Es una época peligrosa para viajar sola—, dijo lentamente. Los ojos de Bella se endurecieron. —No te estoy acusando de ineptitud—, dijo levantando las manos con tono apaciguador. —Sé que eres una mujer muy capaz, chérie. Pero en otoño oscurece rápidamente, y...— Hizo una pausa y sus ojos se encontraron con los de ella.

Ella tragó saliva. —Lo sé—, susurró.

Jasper observaba a los dos mientras hablaban, preguntándose qué se estaba perdiendo. Parecían hablar en una especie de código que él desconocía.

—Te acompañaré—, dijo monsieur Laurent.

—No—, dijo rápidamente la señora Masen. —Tienes que cuidar de la tienda, y sé que ya no te sientes cómodo montando a caballo.

Un accidente de equitación años atrás había demostrado ser una cosa demasiado para monsieur Laurent. Su espalda no le permitía montar a caballo desde entonces.

—No puedo dejar que vayas sola—, dijo con un firme movimiento de cabeza.

Jasper tomó aliento. —Yo iré—, se ofreció. Ambos se volvieron hacia él, y Jasper se sorprendió de lo parecidos que eran. A pesar de las evidentes diferencias -uno oscuro como la noche, la otra pálida como la luna; uno alto y ancho, la otra baja y delicada-, eran capaces de convocar las mismas miradas de sorpresa y escepticismo.

Jasper se habría sentido herido si hubiera sido mayor y hubiera sabido lo que esas miradas querían transmitir. —Soy fuerte a caballo y no me importa viajar —, continuó mirando primero a la señora Masen para conocer su opinión antes de volverse hacia su maestro.

Bella lo consideró. Viajar sería más fácil con un acompañante, y aunque no le agradaba especialmente la idea de necesitar a un hombre para que la ayudara, era lo bastante inteligente como para comprender cómo funcionaba realmente el mundo que la rodeaba.

Se volvió hacia monsieur Laurent. —¿Podría prestarme a su aprendiz?—, preguntó.

Los ojos del boticario se centraron en el joven que tenía delante. Jasper había sido su aprendiz desde que el chico tenía siete años. Había tenido más mano en la crianza del chico que la madre de este. Jasper aún era joven, impulsivo, pero confiaba en él.

—Tienes que hacer exactamente lo que te diga la señora Masen — dijo con voz dura para transmitir la gravedad de la situación. Jasper se puso inmediatamente en guardia. —Tu máxima prioridad es su seguridad, ¿está claro?

Jasper asintió. —Sí, señor.

Monsieur Laurent se volvió hacia Bella. —Permíteme preparar algunas cosas para tu viaje—, le ofreció. Bella asintió, agradecida. Se apartó del mostrador mientras ella se volvía hacia Jasper.

—¿Estás seguro de esto?—, preguntó ella.

Asintió con la cabeza. —Sí, señora. No la defraudaré—. Sus ojos eran brillantes, cálidos y esperanzados. Quería ser útil, quería ayudarla tanto como pudiera. Podía ver su deseo de aventura y de probarse a sí mismo, no sólo a su maestro, sino quizá a sí mismo.

Sonrió entonces, sólo un poco, ante el valiente muchacho que le ofrecía su ayuda. —Te creo.

...

Bella esperaba que sólo se marcharía de casa un par de días, pero la realidad le decía que si algo iba realmente mal, podría estar fuera durante meses en busca de su esposo. Intentó no pensar en esa posibilidad.

Hizo lo que pudo para preparar su casa para su ausencia y, cuando estuvo satisfecha, fue a buscar a la yegua que le prestó su buen amigo. Bear la siguió, ansioso como siempre por participar en lo que fuera que estuviera haciendo.

Jasper la esperaba en el camino, encaramado a lomos de su propia montura.

Bella se le unió en el camino una vez sentada en la silla. Hacía tiempo que no montaba a caballo y, aunque sus músculos lo recordaban con bastante precisión, estaban agarrotados y faltos de práctica.

Se encontró con la mirada de Jasper. —Vamos a viajar al pueblo más cercano, al sur. Tenemos que averiguar dónde lo vieron por última vez.

Jasper asintió. —Después de usted, señora.


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