La idea es de sus respectivos autores, el desarrollo de la historia, es mio


Mientras las hojas crujían debajo de los pies de Rhin, ella buscaba a su alrededor a su amigo lobuno.

—¡Rhein! ¡Rhein, soy yo! —lo llamó pero no hubo respuesta.

Siguió gritando su nombre por un largo tiempo y el resultado fue el mismo. Se empezó a preocupar, eso no era normal, a esa hora él ya saldría a su encuentro detrás del árbol que solía ocultarse.

Como no obtuvo respuesta, ella pensó que tal vez él estaría dormido o terminando su alimento. Así que emprendió el camino a la cabaña de su abuela. Ese día, Rhin quería hablarle de un tema importante.

Tan pronto llegó, su abuela la recibió con un rico té preparado. Rhin le trajo más especias y algunas hierbas, también dejó el pastel que preparó sobre la mesa. Su abuela lo degustó y sintió un gran placer en su paladar.

—Rhin, esto está delicioso. Pero recuerda que ya soy muy vieja, no puedo comer esto tan seguido.

—Lo sé, por eso es que planeo dejarte solo unas pocas porciones. Quería compartir también con algunos amigos míos.

Pensó tanto en Rhein como en Aurélie. Cuando su amiga pasó por su mente, ella evocó un tema que quería conversar con su anciana pariente.

—Abuela ¿Cómo es que terminaste viviendo aquí?

La mujer pensó mientras terminaba su taza de té. Sus ojos parecían que miraban un abismo que la conducía al pasado.

—Fue hace mucho tiempo. Aquí solía haber más casas, ¿Te dije que fue tu abuelo quien construyó esta cabaña? Pues lo hizo tan pronto nos comprometimos. Vivimos largo tiempo aquí, hasta que un día uno de nuestros vecinos alertó sobre una tormenta que llevaría a una inundación del río. Muchos le creyeron y terminaron moviendo sus hogares a la comarca que ahora vives con tus padres.

La mujer volvió a quedarse en silencio, las cenizas de la chimenea chasquearon. Rhin notó cuando llegó a la cabaña que su abuela prendió el fuego por si sola, admiraba todo lo que lograba a pesar de su edad.

—Tu abuelo se aseguró de proteger esta cabaña, a mi y a tu madre que era tan pequeña. Cavó una zanja para que no llegara el agua. Todas las casas fueron arrasadas, excepto por esta. Lo vi como una señal de la providencia, así que decidí permanecer viviendo aquí, incluso a la muerte de tu abuelo o cuando tu madre se mudó con tu padre ¿Por qué querías saberlo?

—Es que… tengo una amiga que quiere vivir en la ciudad y me entristece saber que se irá lejos. Además, a ella le gusta un chico que quiere seguir viviendo en la comarca y ella ya renunció a él sin siquiera darle una oportunidad.

La abuela suspiró con un aire de pesadumbre.

—Así es la vida, mi querida. Así es crecer. Pero… ¿Qué hay de ti?

—¿De mi?

—Si ¿A ti que te gustaría hacer? ¿También quieres vivir en la ciudad o quedarte aquí?

La chica lo pensó por un momento, hace tiempo que quería irse y pensó en Rhein.

—Me gustaría visitar Alemania.

La mujer quedó con la boca abierta cuando estaba a punto de comer otra rebanada de su pastel. Bajó su cuchara y chasqueó la lengua.

—Rhin, Alemania es un país de bárbaros y brutos ¿Por qué quieres ir allí?

La caperucita se sintió molesta por la forma tan despectiva de su abuela en referirse al país de su amigo.

—No todos los alemanes son así.

—¿Tú qué sabes? ¿Conoces a alguno?

La chica se quedó en silencio con el ceño fruncido.

—Pues… no —mintió—, pero estoy segura que no todos son así. De seguro hay gente muy interesante y paisajes tan bellos como los de aquí. Estaba hojeando un libro de cuentos alemanes y me pareció maravilloso lo que vi adentro.

—Rhin, tú no sabes leer ¿Qué hacías con un libro alemán?

Ella mordió su lengua ¿Cómo pudo ser tan estúpida para que se le escapara su pequeño secreto?

—Mi amiga, la chica de ciudad, me compró un libro alemán traducido. No lo leí pero las ilustraciones son hermosas.

La mujer chasqueó la lengua.

—Esas ilustraciones no son de Alemania, son de los paisajes del mundo imaginario del cuento.

—Pero de algún lugar se tuvieron que basar para dibujar cosas tan bellas ¿Quieres verlo, abuela? Es muy bonito.

—No, gracias. No me serviría tenerlo, no sé leer.

Rhin recordó que su abuela aprendió por la recitación oral y la memorización los cuentos de su tatarabuelo.

Como deseaba decirle que ella estaba aprendiendo a leer y qué podía contarle historias interesantes, pero calló. No será que luego le contara a su madre. Era impredecible cómo reaccionaría su madre, podría estar molesta por estar aprendiendo algo a sus espaldas o podría sentirse contenta porque su hija adquirió más conocimiento. Por si acaso, no quería arriesgarse.

—Sea lo que quieras, no le digas a tu madre y mucho menos a tu padre que quieres ir Alemania. Lo mejor será que cambies de sueño, Rhin.

Solo seguiría uno de los consejos de su abuela, no le diría a sus padres, pero no olvidaría ese sueño.

—Sabes, abuela. Tengo un amigo que me contó un cuento muy gracioso.

—¿En serio?

—Si, se trataba de tres hermanos que iban a explorar al mundo después que su padre los echó de su casa cuando la cabra le mintió diciéndole que sus hijos no le daban de comer.

Rhin cambió de tema con éxito y le narró la historia a su abuela. La mujer se divirtió con el relato y disfrutó del pastel. Con eso, la caperucita esperó que la señora olvidara el asunto. A su camino a casa volvió un poco decaída, el no ver a Rhein la llenó de incertidumbre ¿Dónde estaría? ¿Y si un animal lo atacó y estaba herido de muerte? ¿Cómo podría ayudarlo?

—¿Rhein? ¿Estás por aquí? —ella buscó por lo lares del sendero que conducía a su casa, pero nada había allí—. ¡Rhein, por favor! ¡Al menos dame una señal que estás bien!

En medio del silencio incierto, recordó algo. Fue hacia el árbol que él solía esconderse, de tanto verlo ya aprendió cual era o eso creía.

—Rhein, soy yo —murmuró, pensando que el chico se ocultaba de algo.

Estuvo revisando la maleza pero no lo encontró, ni alguna señal que estuviera cerca. Cuando estaba a punto de rendirse, escuchó a unos pájaros piar, pudo atisbar un nido en lo alto de una rama.

—¿Pájaros? Hacen mucho ruido, más que en los nidos de la comarca.

La chica se acercó curiosa, pero antes de dar otro paso, se detuvo recordando cuando se encontró con ese lobo ¿Y si había cerca un animal salvaje como ese? Ahora no estaba Rhein para salvarla.

—Oh, Rhein ¿Dónde estarás?

Se dio la vuelta para alejarse pero el piar de los pájaros la desconcentró otra vez de su búsqueda y frunció el ceño.

—¿Por qué lloran tanto? —preguntó como si pudieran entenderla.

Con el pecho inflado se acercó al árbol y bajo algunas hojas, matorrales y demás hierbas, pudo distinguir un cuerpo de espalda, gracias a sus rasgos lobunos, lo reconoció.

—¡Rhein! —gritó y se acercó a socorrerlo. Lo volteó y lo vio mejor, el muchacho respiraba y eso la tranquilizó, pero era notable que su estado se debiera a algún golpe muy duro—. Rhein, despierta —lo sacudió sin resultados—. ¡Rhein! ¡Por favor, responde! —le dio un golpe fuerte en el pecho y el muchacho soltó una pequeña tos.

—No grites —susurró él—, si fuera un animal… te hubiera atacado.

La joven se quedó petrificada y alzó su cabeza, sus ojos brillaron cuando vio los parpados de Rhein a medio abrir.

—¡Rhein! —lo abrazó y el lobuno dejó escapar un quejido.

—Ahora no, Rhin, me duele todo —la apartó suavemente.

—¿Qué pasó?

El chico se frotó la cabeza.

—Ahora… no… puedo hablar —su voz sonaba pausada, como si cada palabra que pronunciaba le provocara un gran dolor—. Me duele… la pierna.

Rhin pudo observar una herida abierta debajo de su rodilla izquierda y otros pequeños cortes en su cara y su brazo derecho. En su casa podría hacerle primeros auxilios, pero estaban lejos y él no estaba en condiciones de caminar largas distancias, no con esa pierna.

La chica recordó una parábola que escuchó en misa sobre un hombre que no podía caminar y sus amigos lo llevaron en camilla para ver a Jesús. Tal vez ella podría improvisar una camilla.

—Espérame aquí, ya vengo.

Él solo asintió y la chica fue por unas ramas, pero no tenía con que unirlas, ni con su caperuza podría. Siguió pensando y caminó en círculos sin otra idea en mente. Podría cargarlo, tal vez él no es tan pesado, pensó. Corrió hacia donde dejó a su amigo y lo halló descansando contra el mismo árbol. Notó que estaba de nuevo inconsciente.

—Rhein, despierta —el chico hizo unas señas que estaba despierto—. Agárrate a mi — intentó llevarlo, pero no podía, sin mencionar que él no paraba de quejarse por el dolor que le provocaba la forma que ella lo intentaba levantar. Entonces recordó otra historia que su abuela le contó hace tiempo.

En el año 1140, cuando el rey Conrad III de Alemania derrotó al duque de Welf y sitió Weinsberg, las esposas del castillo sitiado negociaron una rendición que les concedía el derecho de salir con todo lo que pudieran llevar sobre sus hombros. El rey les permitió eso. Cada mujer llevó sobre sus hombros a sus respectivos maridos. Ellas los cargaban como si fueran corderitos.

Rhin ató su cesto a su caperuza e hizo el mismo gesto que le enseñó su padre para cargar cosas pesadas en los hombros y que su abuela imitó cuando le contó la historia.

—Esto tal vez pueda lastimarte, así que me disculpo de antemano —dijo la muchacha.

Puso a Rhein en sus hombros con el mismo cuidado que se lleva a un becerro, sosteniendo de una mano sus brazos y de la otra sus piernas. El chico abrió sus ojos más grandes de lo normal, no esperaba eso y reprimió un quejido.

—No creí que funcionaría, pero funcionó ¿Cómo te sientes, Rhein?

Gut, como un… lamm que se perdió… y lo hallaron… en un berg —comentó en tono burlón. Su amiga frunció el ceño sin entender la mitad de lo que dijo.

—¿Un qué? ¿En un qué?

—Un cordero… en un cerro.

Rhin se rio en voz baja, le costaba hablar con el chico lobuno en sus hombros.

—¿Dónde vamos? —preguntó.

—A mi casa, te cuidaré.

—Auch —se quejó en cuanto ella empezó a caminar.

—Lo siento.

Ambos sabían que se tomarían más tiempo del que esperaban por llegar a la casa de la rubia, sin mencionar que podrían estar sus padres esperándola y al paso en que iban, se enojarían porque de seguro llegaría tarde. Sin embargo, Rhin puso su mayor esfuerzo y siguió con el muchacho en sus hombros, por su parte, Rhein no dejó que algún alarido de dolor saliera de su boca, por más que le doliera su pierna, no quería que la caperucita se sintiera presionada a cambiar la posición o a apurarse, pero él quería recostarse en un lugar cómodo pronto.

Pasó más de media hora hasta que se distinguió la cabaña de los Perrault a la distancia. Era tan tarde que las nubes del cielo presentaban un hermoso arrebol. La chica sintió el frío de la tarde que la helaba por culpa de su sudor.

—Quédate aquí, iré a ver si hay alguien en casa —le comunicó después de dejarlo de espaldas a un árbol.

Corrió hacia la ventana de la cocina, nadie a la vista, se fijó que en el huerto su padre trabajaba, pero estaría muy ocupado para oírla. Supuso que su madre estaría lavando la ropa o con una amiga. Esta era su oportunidad. Regresó a donde estaba Rhein y volvió a cargarlo de la misma manera.

—¿Rhin? ¿No estás… cansada? —preguntó al escuchar como ella jadeaba por cada paso.

—No aún.

En realidad, moría por recostarse en su cama y estirar los músculos de sus hombros, omoplatos y brazos. Como su padre estaba trabajando afuera, supuso que la casa no tendría pestillo, así que la abrió con una patada. Entró y fue a su habitación.

Rhein no podía distinguir bien las imágenes, pero por su olfato pudo percibir una olla caliente, leche, avena, manzanas, telas, madera vieja, zanahorias, calabaza, carne, hierro y metal.

Rhin entró a su cuarto y cerró la puerta con una patada por detrás. Desplomó a Rhein sobre su cama como si fuera un saco de patatas.

—¡Ay!

—Perdón… es que... es que… ya no puedo… más.

La chica se tiró al suelo y estiró sus brazos. Eran muy audibles lo sonidos crujientes que hacían sus huesos.

—Necesito descansar —murmuró con intenciones de dormir en el suelo, sin importarle que estuviera frío o necesitara una buena barrida.

Pronto su paz se interrumpió por un sonido de alguien tocando la puerta. Ella se levantó en un respingo.

—¡Rhin! ¿Eres tú? —escuchó a su padre preguntar.

—¡S-si, papá! ¡No entres, estoy cambiándome!

—Qué alivio, escuché un golpe fuerte de nuestra puerta y la encontré abierta. Temía que fueran ladrones pero supuse que eras tú al ver tu puerta cerrada. Quería avisarte que tu madre salió a ver a madame Belmont y me pidió que te dijera que empezaras a cocinar si cuando regresaras ella aún no hubiera vuelto.

—Está bien, papá. Lo tendré en cuenta.

Rhin se quedó inmóvil hasta que escuchó los pasos de su progenitor alejándose. La chica suspiró y volteó a ver a su amigo lobuno que yacía quieto sobre la cama.

—¿Ya se fue? —preguntó el chico.

—Si, pero debo ocuparme de la cena —ella se acercó a verlo en su cama—. ¿Cómo te sientes?

—Más o menos. Me duele mucho la pierna.

—Tienes una herida abierta, traeré algunos vendajes.

—Rhin, no es solo esa herida, me cuesta caminar. Creo que me fracturé.

La chica sintió un balde de agua fría caer sobre ella ¿Cómo se supone que sanara eso?

—¿En serio? ¿Es muy grave? Tal vez puedes ignorarlo.

—No, no creo que pueda —al ver la cara de desesperación que se formaba en su amiga, trató de tranquilizarla—. Rhin, no entres en pánico. Después que vendas mi herida, trae una rama de la misma altura que mi pierna, desde la rodilla hasta el tobillo, y átala a mi pierna herida con una venda. Eso ayudará a que mejore.

—¿Y tu brazo? No se ve muy bien.

El joven echó un vistazo y lo movió.

—Está bien, no se fracturó, pero debes limpiar y vendar mis heridas tan pronto como sea posible.

Ella asintió y fue a la cocina por una caldera con agua que dejó calentarse al fuego. Luego se dirigió hacia el placard que su padre guardaba herramientas y vendajes. Dejó los materiales en su habitación y luego puso el agua caliente de la tetera en una palangana. Con el recipiente y un trapo, volvió a su habitación.

—A ver, quédate quieto.

Rhin limpió las heridas del chico, él solo dejó escapar unos gemidos en voz baja, pero no se quejó más que eso. Las heridas de su brazo y piernas fueron más difíciles de limpiar que las de su cara y demás extremidades.

Mientras lo limpiaba se dio cuenta que era la primera vez que tomaba nota acerca de sus ropajes desde que se conocieron. Rhein llevaba una camisa bonita y gris que al parecer una vez fue blanca. No tenía mangas pero era evidente que fueron arrancadas en algún momento. No llevaba las típicas polainas, sino unos pantalones más gruesos, oscuros y rasgados que caían hasta sus rodillas y de allí cubría lo que quedaba de sus piernas con medias azul oscuras. Sus zapatos marrones se veían viejos y con un agujero en la punta del izquierdo. Se preguntó cuánto tiempo llevaba usando esas ropas y cuántas veces las lavó.

Después de terminar, procedió a vendar su pierna, brazo y los rasguños pequeños de su cara y demás partes del cuerpo. En cuanto podía, Rhein le daba una mano o trataba de no estorbarla en su trabajo.

—¿Rhein podrías quitarte… ? —pidió señalando sus zapatos.

Él se sacó sus zapatos y medias para que ella no lo hiciera, notó el pudor de la chica ante su petición. También alzó sus pantalones, mostrando más piel que antes. Ella se sorprendió que no tuviera tanta cantidad de vello en las piernas como se imaginaba, pero los dedos de sus pies si tenían gran cantidad de vello, las uñas lucían filosas, como las garras de sus manos. En efecto, las medias tenían algunos agujeros en las puntas.

Luego de terminar con el trabajo, Rhin pasó su mano por la pierna de Rhein, él se estremeció.

—¿Qué haces?

—Trato de medir tu pierna desde la rodilla hasta tu tobillo, lo hago con las puntas de mi dedo medio y pulgar. Mi mamá me enseñó.

Después de calcular la medida de su pierna, la chica salió por la rama y dejó otra vez al chico solo.

Rhein ya se sentía mejor y pudo observar la habitación de la chica, era la primera vez que la miraba desde adentro. Era pequeña y las paredes de un color crema, solo tenía su cama, una pequeña mesa de luz con algunos artefactos y un armario, algo que le sorprendió, no conocía a muchas personas rústicas con armarios, la mayoría tenían arcones para guardar sus ropas. Se percató del cesto y la caperuza en el suelo, sonrió pesando lo apurada que estaba la chica que los dejó allí tirados.

Miró las garras de los dedos de sus pies. Cuando se quitó los zapatos temió que ella jadeara de espanto y se alejara, pero en vez de eso, actuó como si en vez de garras hubiese visto uñas normales. No pasó tanto tiempo cuando llegó Rhin a la habitación con una rama larga y gruesa en su mano.

—Perdón por la tardanza, esconderme de mi padre es más difícil de lo que imaginaba. No sé cómo hiciste durante el tiempo que dormías en el granero.

—Cuando tienes los sentidos muy agudizados, se hace más fácil presentir los movimientos exteriores.

Rhin ató la rama junto a la pierna de Rhein. Mientras la envolvía con una venda, el muchacho lobo le hizo un poco de conversación.

—¿De dónde conseguiste ese armario?

—Nos lo regaló un carpintero, viejo amigo de mi madre. Lo hizo en agradecimiento por una sopa especial que le hizo mi madre cuando estuvo enfermo —la chica soltó una bajita risa—. Creo que estaba enamorado de mamá, pero ella eligió a papá. En fin, ella me lo regaló porque pensó que me dedicaría a coser vestidos ¿Cómo fue que te lastimaste así? —cambió de tema la chica mientras terminaba el nudo de la venda.

—Estaba tratando de ayudar a un pájaro volver a su nido. Mientras bajaba, mi pantalón se atoró con una rama. Por culpa de un descuido mio, producido por un ave, terminé cayéndome.

—Eso debió doler.

—Hasta ahora duele y temo que mañana duela más —dijo sobándose un raspón de su cara—. Hace años que no tenía moretones y heridas tan graves. No desde que vivo en el bosque.

—¿Y la vez que me salvaste de aquel lobo?

Rhein sonrió recordando aquel suceso. Fue allí cuando se ganó la confianza de Rhin y luego ella le dejó la canasta con alimento, en la cual él respondió con su mensaje de agradecimiento. La historia de su amistad.

—Aquella vez escapé tan pronto dejé de sentir tu olor a la distancia. El lobo me dejó algunos rasguños, pero no fue algo grave.

—Listo, ya terminé —la joven se paró, dispuesta a irse—. Iré a hacer la cena, quédate aquí y no hagas ningún ruido.

—¿Quedarme? Pero…

El muchacho echó un vistazo a la ventana de la habitación, Rhin se dio cuenta de sus intenciones.

—No, Rhein. No puedo dejar que te marches así herido.

—Pero Rhin ¿Qué pasa si tu padre o tu madre me encuentran?

—Son raras las ocasiones en las que alguno de los dos entra a mi habitación. Suelo dejar mi ropa sucia afuera y nunca les escondo nada… que ellos sepan. Así que no tienen razón para entrar a mi cuarto. Tú te quedarás aquí y descansaras ¿Escuchaste? —le demandó como si fuera una madre. Él asintió como un niño.

La muchacha tomó su caperuza del suelo y la dobló, luego la guardo en su armario. Después agarró su cesto con lo que sobraba del pastel y se retiró de la habitación, no sin antes cerrar la puerta. Sin saber qué hacer, Rhein volvió a estirarse y se recostó en la cama. Aprovechó que no tenía sus zapatos puestos para cubrirse con las sabanas. Inhaló el olor. Olía a Rhin.

—Se siente como estar en casa —susurró sonriendo.

Rodó dando la cara a la pared y se cubrió con las sabanas hasta su cabeza, como solía hacerlo de niño. Mantuvo una oreja levantada por si alguien se acercaba. Hace años que no dormía en una cama tan acolchonada.

Durmió hasta que los sonidos de unos pasos lo alarmaron. Se sentó en lecho y notó lo oscuro que estaba el cuarto. Sin detenerse a pensar, se arrastró por debajo de la cama y reprimió cualquier quejido de dolor que su pierna le produjera. Observó desde la oscuridad de la habitación como la puerta se abría y desde la penumbra distinguió unos zapatitos familiares asomarse. El conocido olor de Rhin inundó sus fosas nasales.

—¿Rhein? —los zapatos de ella se acercaron a la cama. Oyó como dejaba algo en la mesa de luz y luego destapaba su lecho—. Ese tonto, le dije que se quedara —permaneció en silencio un rato—. Bueno, si él quiere arriesgar su salud, no soy quien para detenerlo.

—Estoy aquí.

Los zapatos de la chica saltaron a la vez que se oyó un grito agudo. De pronto, sus zapatos se convirtieron en rodillas y estas en la cara de la chica. Ella observó debajo de su cama.

—¿Rhein? ¿Qué haces ahí? Cuando te dije que descansaras me refería a que lo hicieras sobre mi cama, no debajo de ella.

—Lo hice, pero cuando escuché pasos mi instinto se activó y me escondí.

La chica se rio y le extendió la mano.

—Vamos, te ayudaré a salir.

Con su ayuda, el muchacho lobo salió debajo de la cama sin dañar más su pierna. Sacudió su cuerpo como si fuera un perrito, el polvo debajo del mueble se esparció por la pieza. Ambos estornudaron al mismo.

—Salud/Gesundheit.

Hablaron los dos al unísono y empezaron a reírse.

—¿Qué dijiste? —le preguntó ella—. ¿Jasu-jasu?

—Ge-sund-heit, lo decimos cuando alguien estornuda.

—El idioma alemán sigue siendo la cosa más rara que escuché ¿Cómo te sientes? ¿Tu pierna te duele mucho?

Rhein se sentó sobre el lecho y levantó su extremidad más herida.

—Me duele, pero estoy seguro que sanaré pronto ¿Cuánto tiempo pasó desde que dormí?

—Pues, como vez, pasaron muchas horas, ya está incluso oscuro —le contó corriendo la cortina de su ventana.

—Ya veo. No quiero molestarte más y como te dije, mi pierna sanará pronto, así que si me permites irme.

Mientras hablaba, Rhein trataba de abrir la ventana para escabullirse, pero Rhin la cerró.

—No, Rhein. Aún estás malherido, te quedarás aquí.

—¿Dónde piensas que duerma? ¿En el granero? No tengo tanta agilidad para esconderme de tu padre como antes.

—Aquí, en mi cama —aseguró ella con normalidad. Casi se le cae la quijada al muchacho lobo.

—¿Q-qué?

—No te preocupes por mi, yo dormiré en el suelo. Tengo otro juego de sabanas que puedo usar.

Rhin abrió su armario, pero el muchacho tomó su brazo.

—No, Rhin. No puedo permitir que duermas en el suelo. Esta es tu cama y tienes derecho a descansar aquí.

—Pero estás herido y tienes más urgencia por descansar en un lugar blando.

—¡Rhin! —masculló y sin darse cuenta apretó su brazo hasta clavarle sus garras.

—¡Au! —gritó la chica alejándose. Sobó la zona lastimada, las marcas no eran profundas gracias a la mangas de su vestido que cubrían sus brazos.

Las orejas del chico bajaron, su rabo se ocultó entre sus piernas y retrocedió.

—Yo… Rhin… lo siento, no quise…

—Rhein —lo cortó—, si en verdad estás arrepentido quiero que me hagas el favor de dormir en mi cama.

Él negó con su cabeza.

—Me rehúso.

—Así débil estás a merced de cualquier fiera. Solo piensa, si algo te pasara, yo… —su labio inferior tembló a la vez que sus ojos se humedecían—. Me enojaré mucho contigo porque no quiero perder a mi amigo ¿No sabes lo importante que eres para mi?

Su silencio provocó que Rhein dudara. Irse era un gran riesgo para alguien como él, en eso ella tenía razón. Que Rhin reconociera cuanto le importaba hizo que su corazón se sintiera jubiloso. Pero quedarse y hacer que ella durmiera en el suelo era inaceptable. Ella también era muy importante para él.

—Rhin, tengo una propuesta para ti. No saldré y me quedaré en tu habitación —ella sonrió pero él no pudo ver su expresión por la oscuridad—. Sin embargo, no dormiré, tengo hábitos nocturnos, además, dormí suficiente por la tarde. En cambio, tú necesitas descansar, me cargaste en todo el camino y preparaste la cena de tu hogar. Mereces dormir en tu cama.

—¿Pero qué harás tú? ¿Te quedarás en el suelo e inmóvil?

—Puedo sentarme en un taburete. No tengo problemas. Mi vida como animal me obligó a permanecer mucho tiempo quieto. También puedo leer algo con la luz de una simple vela. No te preocupes por mi.

La caperucita hizo una expresión de duda.

—No estoy segura ¿Y si me despierto y no estás ahí? Me enojaré contigo si te escapas en la noche.

—No lo haré, lo prometo.

Rhin pudo sentir la seguridad en sus palabras y pensó que debía confiar más en él, si eran amigos. Después de meditarlo un rato, volvió a hablar.

—¿Palabra de hombre? —preguntó con su mano en alto.

—Palabra de hombre —afirmó con sus garras en alto.

—Muy bien, iré a buscar un taburete para ti y la lámpara. Ni te atrevas a irte mientras no estoy.

La chica desapareció y así de rápido como se fue, volvió en poco tiempo. Respiraba agitada con un pequeño taburete en sus manos. Ella temía encontrar su habitación vacía, pero él todavía seguía allí.

—Que rápida —bromeó el muchacho.

—Para que no tengas tiempo de escaparte. También para que mis padres no me pesquen con artefactos que llevo a mi habitación y me hagan preguntas cuales respuestas no sepa decir. Ahora vuelvo con la lámpara.

Esta vez, la ausencia de Rhin fue más larga ya que se tomó su tiempo de preparar el aceite y encender su lámpara de Argand. Durante su tardanza, Rhein se puso a observar su habitación usando su olfato puesto que con sus ojos no podía ver mucho. Caminó como pudo y se acercó a la mesa de luz donde olió que Rhin había dejado algo rico cuando vino. Él notó un cuenco junto a una jarra llena de agua. Al lado, olió un pedazo de pastel en un plato con una cuchara y debajo del plato, una mezcla de hojas, hilos y materiales de encuadernación. Él tocó el artefacto y supo que era un libro.

Rhin apareció agitada pero no tanto como la última vez. Una lámpara en su mano alumbró la habitación y cegó al chico lobo que parpadeó varias veces.

—Listo. Por poco me descubren, pero tuve suerte. Ahora, quería mostrarte algo.

—Espera que apenas puedo ver —él se frotó los ojos y se dio la vuelta.

—Escucha, Rhein ¿Recuerdas que peleábamos sobre el final de caperucita roja? —Rhin se sentó sobre su cama y tomó el libro de la mesita.

Ante su pregunta, Rhein murmuró algunas cosas mientras se frotaba los ojos.

—Si, creo que me acuerdo —afirmó ahora viendo a su amiga sentada—. Tu tatarabuelo escribió su versión que leímos y yo te dije de la versión de mis padres.

—Es cierto, creí que era un invento de tus padres porque todos en la comarca y demás pueblos de alrededor conocen esa versión. Pero a qué no adivinas.

—¿Qué cosa? —el chico inclinó su cabeza como si fuera un perrito.

—Mi amiga me trajo esto de la ciudad, es un libro de cuentos y lo mejor es que es de Alemania.

—¿En serio? —su cola se meneó a gran rapidez.

—Si, quería mostrártelo, ven —ella palmeó un lugar al lado de su cama y él se sentó—. Míralo, es muy lindo, Aurélie compró una versión muy cara y refinada.

Rhin le pasó el libro y puso la mano de Rhein sobre la portada. Este lo observaba y tocaba en silencio a la vez que su cara palidecía.

—Al parecer es la tercera edición y el primer volumen. Es una traducción francesa y… ¿Rhein? ¿Pasa algo?

Ella se percató como la sonrisa de su amigo se desvaneció para dejar a su boca abrirse como los orbes de sus parpados.

—Rhein —llamó su nombre más alto y él reaccionó pestañando, como si se hubiese levantado de su sueño. Rhein la miró a los ojos y se podía vislumbrar como algunas lágrimas se desbordaron de sus cuencas.

Rhin agarró un pañuelo suyo que reposaba en su mesa de luz y se lo acercó.

—¿Rhein pasa algo? ¿Te duele la pierna?

—Rhi-Rhin —tartamudeó su nombre e hipó. El lobo abrió el libro y mostró su frontispicio—. Él… —señaló a uno de los autores y dejó escapar un sollozo—. Él es mi… vater.