KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXII
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Kagome había hecho este mismo camino muchas veces. Sabía todas las rutas que la acercaban desde diferentes lugares de la ciudad hasta el Templo que regentaba su familia desde hace generaciones. Si le pedían que hiciese cualquier recorrido de aquellos con los ojos cerrados, estaba segura de conseguir llegar a la misma puerta sintoísta que la esperaba hoy, a los pies de una larga escalera.
—¿Haces este camino siempre? —fue la pregunta que InuYasha le hizo, mientras entraban por una calle estrecha presidida por una puerta Torii. Se trataba de un pequeño santuario ubicado entre dos edificios y que resultaba una curiosidad de las muchas que había por la calles de Tokio.
—Algunas veces.
Su respuesta era correcta. A pesar de ser uno de los caminos más largos que conocía hasta el Templo de su familia, le gustaba andar esta callejuela llena de ofrendas y peticiones respetuosamente puestas sobre las elevaciones de piedra hechas para ello, o simplemente colgando de la pared.
InuYasha se mantuvo en silencio por un momento. Parecía observar todos los rincones de aquel espacio como si buscase descubrir algo. Kagome se quedó pensativa, ralentizando su ritmo, sin dejar de mirarlo mientras él avanzaba un par de pasos por delante. Se sentía bien estar a su lado, resultaba maravillosamente cómodo para ella. Lo había experimentado así durante todas las horas que llevaban juntos desde que se encontraron esta mañana fuera de su apartamento, luego en el camino al sitio que regentaba Myoga y durante el tiempo que estuvieron en aquel lugar. Kagome sentía que ahora conocía un poco más de lo que existía en el mundo de InuYasha y aquello, indiscutiblemente, la acercaba más a él.
Al paso de un momento lo vio detenerse y ella lo hizo también. La luz entraba con dificultad en el espacio de aquella callejuela, no obstante, era la suficiente como para ver los objetos que había a lo largo del recorrido de ésta y el perfil de InuYasha que éste elevaba sutilmente. Kagome reparó muy poco en la tablilla de madera enmohecida que él se había quedado observando, toda su atención estaba puesta en la belleza salvajemente inocente que tenía ante ella. Como ilustradora, podía describir todas las razones por las que la imagen que había capturado su atención era hermosa, sin embargo, sólo conseguía pensar en lo que su corazón le contaba mediante un desborde de latidos que la obligaron a respirar por la boca. Sabía, desde el día en que había visto a InuYasha por primera vez, que alguien que parecía sacado de las entelequias de su mente no podía serle indiferente. No obstante, el tiempo que hasta ahora habían compartido la había llevado irremediablemente un poco más allá; se había enamorado de él.
—Mira, Kagome —se dirigió a ella, enfocando los ojos dorados en su dirección. Kagome se sintió descubierta, a pesar de saber que era imposible que él leyese su mente. Aun así desvió la mirada al suelo por un momento— ¿Estás bien? —quiso saber él en respuesta a su reacción y ella casi gimió de ansiedad. Asintió con rapidez, para luego agregar palabras a su gesto.
—Sí, muy bien —notaba el calor que se le había instalado en las mejillas con una premura inverosímil. Aun así alzó la mirada hacia él— ¿Qué me quieres enseñar?
Lo último que había en la mente de Kagome en ese instante era la inscripción que InuYasha le indicaba. Estaba en una tablilla de madera que se sostenía a la pared, colgada de un clavo pequeño. Kagome la miraba y podía comprender los kanji que había escritos en ella, no obstante, sus pensamientos estaban todos dirigidos a la proximidad de InuYasha. Podía notar la leve diferencia en el calor cercano que le transmitía, y el ligero hormigueo que había en su mano ante la proximidad de la de él. Quería preguntarle sobre el beso que había puesto en sus labios, como si se tratara de una huella invisible e indeleble que no podía olvidar. Sin embargo, también temía a lo que InuYasha le pudiese decir.
—¿Te has dado cuenta? —él interrumpió su soliloquio mental y en el proceso se acercó a ella un poco más. Probablemente no fueron más que un par de centímetros, aunque Kagome sentía que lo tenía pegado al cuerpo.
—No ¿Qué? —se alejó un palmo, porque de no hacerlo se iba a girar e intentar devolverle el beso que él le había dado.
—El tipo de escritura es muy antiguo, aunque la tablilla no parece tan desgastada como el tiempo al que pertenece la escritura —lo escuchó explicar y sólo en ese momento el objeto captó su atención.
Era cierto, el tipo de kanji que ella había podido reconocer no era parte del sistema de escritura unificado que se usaba hoy en día, tanto así que parecía hecho hace siglos.
—Puede ser de alguien cuya familia ha conservado el dialecto —indicó Kagome, buscando dar verosimilitud al asunto.
—Sí, claro —aceptó InuYasha, con cierto tono de decepción que Kagome no estuvo segura de que otra persona, a excepción de ella, consiguiese captar. Centró su atención nuevamente en el texto.
"Cuenta la historia que para ellos la muerte no existía."
Las palabras parecían sacadas de algún libro dedicado al amor. Era una declaración hermosa, aunque carente de potestad si no conocías el contexto; una de tantas ideas grandilocuentes que circulaban por el mundo hoy en día, pensó.
—¿Qué es lo que te ha gustado? —preguntó Kagome, sin apartar la mirada de la tablilla esta vez.
InuYasha se mantuvo en silencio por un momento y ella comprendió que estaba buscando las palabras para responder. Decidió disfrutar de ese silencio delicado que parecía hecho para acompañarse mutuamente. No duró demasiado y sin embargo fue suficiente como para sentir que tenía algo más de InuYasha.
—Supongo que la idea de que alguien, hace mucho tiempo, deseó que algo como esa frase fuese posible —aquella respuesta sonó incluso más profunda que la frase escrita en la tablilla.
Kagome se quedó prendada de la expresión que mantenía InuYasha al observar los kanji. Su mente comenzó a divagar sobre la posibilidad de darle la mano y quedarse con él en silencio, recorriendo la vida un rato, o para siempre.
—Creo que deberíamos seguir —él la sacó de su divague, privándola del momento de ensoñación que estaba consiguiendo. Su madre ya le estaría preguntando en qué universo estaba; Kagome podía responder que en uno repleto de deseo y añoranza.
No estaba segura de porqué se instalaron en ella aquellas dos emociones, parecían demasiado oscuras para lo que InuYasha le evocaba.
—Sí, vamos —aceptó.
Retomaron el camino por aquella callejuela, recorriendo los metros que les faltaban en un par de minutos. Kagome pensó en decir que podía hacer el resto del camino sola, sin embargo, aún no quería dejar la compañía de InuYasha. Para su pesar, no tardaron demasiado en estar ante el monte en que se encontraba el Templo que regentaba la familia Higurashi.
—¿Es ahí? —escuchó la pregunta que le hizo InuYasha, a su lado. Se encogió de forma leve ante sus palabras, dado que significaban el final del tiempo junto a él.
—Sí —Kagome esperaba que la leve inflexión que resonó en su voz no delatase su decepción.
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La lluvia había caído toda la tarde de forma suave y sin pausa, haciendo del paraguas un accesorio primordial para Kagome y Ayumi. Se habían reunido en la estación del tren cercana al apartamento en que vivían, para pasar a una cafetería que se había instalado un par de semanas atrás.
—Mientras venía hasta aquí vi unas botas que encajarían muy bien con el vestido azul que me compré la semana pasada. Ya sabes, ese que aún no estreno —Ayumi parecía tan animada como siempre. Llevaba a Kagome por el brazo en un gesto particularmente cercano, mientras hablaba de cuestiones triviales que las ayudaban a sacar la tensión de un largo día de trabajo.
—Y ¿Piensas hacerte de ellas? —la pregunta iba de la mano de la conversación. Ayumi se encogió de hombros y sonrió.
—¿Crees que tenga sitio en mi habitación para más zapatos? —las palabras venían matizadas de la sonrisa traviesa que aún se mantenía en su rostro.
—Quizás debas pensar en seleccionar —le advirtió Kagome.
Según fuese el tema que estaban tratando, una u otra ponía la nota de cordura y ésta tenía un ligero aderezo maternal que las hacía sentir como si fuesen familia. En el caso de Kagome, era Ayumi la que siempre iba tras ella por el tema de las comidas e incluso intentaba enseñarle a cocinar algunas cosas. Para su amiga, Kagome era la que organizaba los espacios del apartamento, incluida las habitaciones.
—Quizás —aceptó Ayumi con cierta decepción.
Kagome hizo oídos sordos.
—Podrías llevarlo a uno de esos sitios en que compran cosas de segunda mano —la instó un poco más.
Ayumi pareció pensar en sus palabras, o tal vez ideaba un modo de reorganizar su espacio para no tener que desprenderse de nada. Kagome le permitió ese instante de silencio y cuando comprendió que no volvería sobre el tema, ella instaló otro.
—Ayer estuve en un comedor comunitario, o algo así —comenzó a contar.
—¡Es cierto! Esta mañana no tuvimos tiempo de ponernos al día sobre el fin de semana —su amiga se mostró más animada. Kagome llegó a pensar que se sentía aliviada de hablar de otra cosa, algo que no fuese el modo en que haría sitio para unas botas.
—Sí —no alcanzó a decir más antes que Ayumi la interrumpiera.
—¿Cómo que un comedor comunitario? —la duda era plausible. Kagome había mostrado un interés razonable por ese tipo de lugares, aunque nunca había estado en uno.
—Sí, bueno. Lo regenta un señor que es conocido de InuYasha y ayer lo fuimos a visitar —le explicó.
—InuYasha —el tono precavido, e incluso temeroso, que uso Ayumi para repetir el nombre fue una advertencia para Kagome, una que ella decidió ignorar.
—Sí, nos encontramos fuera de nuestro edificio y desde ahí nos dirigimos al centro —continuó contando—. Ayumi, te sorprendería lo increíble del lugar. No es demasiado grande, sin embargo es colorido y está lleno de vida.
—Lo imagino —el sonido de la voz de su amiga continuaba teniendo la misma cadencia— Y ¿Cómo es que lo conoce InuYasha? ¿Come ahí?
Kagome tuvo que detener su conversación durante un instante, para comprender la implicancia de las palabras de Ayumi. Durante ese corto lapso de tiempo, cuestionó cuánto era lo que conocía a su amiga. Estaban juntas desde la escuela secundaria y eso la había convertido en una persona importante y cercana para ella. Hasta ahora siempre se comprendieron, sus mundos eran similares y eso conseguía que las únicas divisiones de opinión que había entre ambas pasaban por el color que querían para las cortinas o qué comida compartir.
—No del modo que me parece que supones —intentó aclarar, sin llevar la conversación a un enfrentamiento—. De hecho él colabora con la mantención del lugar.
—Y te llevó a ti ¿Para colaborar? —la pregunta estaba cargada de más suspicacia de la que Kagome le habría atribuido posible a su amiga. Comprendió que si le contaba que InuYasha le había donado a Myoga el dinero que ella le había pagado, la brecha de incomprensión que parecía estar creando Ayumi sólo se haría más grande.
—Quería mostrarme el lugar —fue escueta en su respuesta, no le gustaba el cariz que había tomado una conversación que le parecía amistosa.
Ayumi se silenció y dieron unos cuántos pasos más en esa misma actitud. El golpeteo del agua sobre el paraguas se hizo notoriamente más fuerte y las voces de las personas que caminaban por la misma calle, parecieron atronadoras en comparación a un momento antes. Kagome notó que su amiga presionaba un poco más el agarre que llevaba a su brazo, para luego decir algo más.
—No quiero parecer grosera, es sólo que me preocupa ver que InuYasha te gusta y puede no ser el hombre adecuado para ti —la suavidad en la voz de Ayumi consiguió que Kagome recordara que era su amiga quien le hablaba y que siempre había sido un lugar tranquilo para ella.
—Lo sé —aceptó y reposó ligeramente el cuerpo hacia el de su acompañante en un gesto de cómplice comprensión.
Ambas sonrieron, aunque más que una sonrisa alegre era una destinada a apaciguar el ánimo.
Kagome pensó en que sería mejor no contarle a Ayumi que el día anterior había querido que InuYasha entrase con ella al templo de su familia y que éste había declinado la invitación con amabilidad.
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—No sé por qué siempre nos toca hacer este tipo de cosas —se quejó Jakotsu, mientras sostenía a uno de los clientes del Kyomu, con un brazo por encima de los hombros para que el hombre pudiese caminar; estaba demasiado borracho como para mantenerse en pie. No obstante, era un buen cliente del club y eso le conseguía un trato preferencial.
—No sé por qué siempre termino ayudándote con este tipo de cosas —se quejó InuYasha, que sostenía al hombre por el otro brazo, del mismo modo que Jakotsu.
—Quizás, porque no puedes vivir sin mí —sonrió la respuesta, para luego agregar— o quizás porque te ayudé a rescatar a esa amiga tuya de las manos de Renkotsu.
InuYasha sólo esbozó un mínimo gesto con los labios que bien podría interpretarse como el inicio de una sonrisa, sin embargo no agregó nada.
—¿Me contarás quien es ella? —Jakotsu insistió un poco más.
—No. Al menos no todavía —fue la respuesta que InuYasha dio.
—Eso quiere decir que sí hay algo para contar —apuntó su amigo y él mantuvo su hermetismo sobre el asunto. Confiaba en Jakotsu y probablemente en algún momento le hablaría de Kagome, sin embargo no quería hacerlo en medio de un trabajo como este.
Dieron unos cuántos pasos más, hasta que InuYasha dijo algo, obviando totalmente el tema anterior.
—¿Qué tan lejos ha dejado el coche este tipo? —se preguntó en voz alta. Aún les quedaba subirlo al vehículo y llevarlo a su casa.
—Debe estar en la siguiente calle —resopló Jakotsu.
El hombre mantenía la cabeza agachada, casi colgando, y balbuceó algo que ninguno de los dos alcanzó a entender.
—¿Qué se ha metido? ¿Lo sabes? —InuYasha dejó caer la duda, ya que esto parecía más que sólo una borrachera. No era la primera vez que lo acompañaban de regreso a su residencia y en ninguna de las veces anteriores pareció tan abatido como ahora.
—Nada que le hayamos puesto nosotros, eso seguro —afirmó Jakotsu—. Aunque ahora que lo dices, sí que parece que esto no es sólo alcohol.
El hombre balbuceó otra vez.
InuYasha arrugó el ceño. No tenía a Naraku por un santo y sabía que algunos clientes usaban drogas, no obstante, lo que se daba en el Kyomu se controlaba, este club era un tugurio para otro tipo de vicios. Se detuvo, obligando a Jakotsu a contener el paso y a sostener mejor al hombre. Comenzó a rebuscar en los bolsillos de la chaqueta que vestía éste, sin encontrar gran cosa. Luego metió la mano en uno de los bolsillos delanteros del pantalón.
—Siempre pensé que si algún día te veía haciendo eso, sería a mí —Jakotsu bromeó, como tantas veces hacía con InuYasha. Éste le sonrió del modo divertido que solía usar ante las puyas que recibía por parte de su amigo—. Ahora dime, a la chica esa ¿La revisas con la misma diligencia?
InuYasha le dio una mirada fugaz de aquellas que Jakotsu conocía como una advertencia. No tenía miedo de su amigo, sin embargo, valoraba su amistad y no quería tensar la cuerda más allá del límite que éste había impuesto.
—Bien, me rindo, ya me lo contarás —Jakotsu aceptó finalmente.
A InuYasha sólo le quedaba un bolsillo para revisar y cuando comenzó a aceptar que no iba a encontrar nada, dio con un pequeño sobre de papel que escudriñó con los dedos, comprobando que contenía dos pastillas. Lo giró para buscar algún indicio más y descubrió un sello. Se trataba de un espejo cuyo marco estaba finamente labrado, mientras un delicado pañuelo lo circundaba; ninguno de los dos reconoció el símbolo.
—A Naraku no le va a gustar esto —advirtió, enseñando el sello a Jakotsu.
—No seré yo quien se lo cuente —InuYasha no tuvo duda de las palabras de su amigo. Él mismo cuestionó su lealtad al respecto.
El hombre balbuceó nuevamente y a continuación se agitó en un par de espasmos que terminaron en vomito. Jakotsu alcanzó a apartarse antes de que la viscosidad maloliente le cayera en los zapatos.
—Perfecto, ahora habrá que llevarlo a un médico —sentenció.
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Continuará
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N/A
Estoy contenta con los detalles que deja este capítulo y como la historia de fondo me está permitiendo, en el espacio que necesita para desarrollarse, contar cosas que me divierten. Espero que ustedes también estén disfrutando. Muchas gracias por leer y comentar.
Besos
Anyara
