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Disfraz


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¿Puede un recuerdo de angustia volverse la práctica secreta del deleite? A veces los si hubiera conceden el prodigio de vivirse con algo mejor de lo que la imaginación intentaba durante las noches tristes. Cuando Joom-pyo lo meditaba, la espera se volvía tan apacible que un par de ocasiones cabeceó en serio, pero tan pronto como Jan-di llegaba a cosquillearle la nariz con el plumero, sí que podía revivir la urgencia de ese recuerdo.

—Despierte, joven —tartamudeaba ella, siempre, pero siempre muy avergonzada—… joven amo, ya es tarde…

—No es así como lo decías —corrigió, haciéndose el dormido—. Otra vez.

No es que fuera del todo exigente, sino que la imprecisión de la interpretación tentaba hacer de esa dinámica un simple juego morboso en lugar de una complicidad apasionante. Que fueran fieles a la memoria determinaría el tipo de excitación. Valía la pena el ridículo.

—Es que no entiendo cómo quieres que lo diga… —ella no quería volverse a ruborizar— Oye, ¿Joom-pyo? —parecía haberse dormido—. ¡No me dejes vestida así, tonto! ¡Te estoy hablando!

Ahí estaba, ese era el tono. Ahora iba él: con una mano jaló el mandil bordado hacia sí y con la otra arrebató la mano de ella que sostenía el plumero para atraerla.

—Así, justo así —le susurró, teniéndola encima—. Y así me miraste también.

Se estaba logrando. Era impresionante que la reiteración no hubiera perdido ese efecto aun. A Jan-di se le iba el aire cada vez. Estando así ella también lo podía recordar, e incluso con tantos besos recorridos la remembranza de haber existido una primera ocasión de estar ceñida a Joom-pyo sobre su cama, en ese atuendo de mucama además, era apabullante. El ingrediente estaba en devolverse el sonrojo, pero sin el nudo en la garganta. Se miraron con mucho cuidado para capturar que esta continuidad era bendecida: ahora podía tocarle la cara de vuelta, podía besarlo, podía no irse, como se lo suplicó él en el pasado. En Jan-di surtió efecto; no pudo más que esconder el rostro en el cuello de su esposo cuando sintió las manos acariciando las medias.

—Se tiene que levantar, joven —apenas y pudo articular ella.

—Cinco minutos más así, por favor.

—¿Sólo cinco? —Jan-di tomó confianza, dejando caer el peso de su pecho.

A Joom-pyo se le fue el alma, pero sólo un poco debajo de la cintura.

—Te podrías quedar también.

—¿Cuánto?

—Toda la vida.

Ahora él se puso encima de ella. En un movimiento veloz la cubrió con los edredones y lo que no se distinguía con la dorada luz de la lámpara fue perfectamente palpable en la oscuridad. Nadie los interrumpiría esta vez.


Gente linda, ¡no sabía que todavía por aquí estarían! Me da mucho gusto. Vamos a ver qué tanto más surge. Un abrazo a todos.