Érase una embrujada vez: un fic de Halloween

Nota del autor: Historia para celebrar la fecha que se acerca. Intentaré subir un capítulo diariamente (más o menos) hasta el desenlace en el episodio final el propio día 31. ¡Feliz Halloween!

Nina no está en esta línea temporal.

Resumen: El equipo principal junto con Isobel y Jubal se ve atrapado por una tormenta en la noche de Halloween y obligado a guarecerse en una antigua y siniestra mansión.


Capítulo 1. Noche de tormenta

La lluvia caía sobre el parabrisas del SUV aquel último día de octubre como si les estuvieran enchufando con una manguera. Jubal tenía los limpiaparabrisas a tope y aun así no eran capaces de darle mejor visibilidad. Los resplandores de los relámpagos iluminaban repetidamente el cielo negro como la pez. El retumbar de los truenos se sucedía incesante a su alrededor.

—Vamos a tener que parar. Es peligroso conducir en estas condiciones —dijo Jubal, la tensión obvia en su voz.

—Nos hemos perdido. Te dije que era a la izquierda —dijo Isobel a su lado, en el asiento del copiloto, irritada.

—El GPS indicaba a la derecha —respondió Jubal con paciencia.

—¿Parar aquí, junto a una ladera, en medio de ninguna parte con la que está cayendo? —intervino Tiffany desde el asiento de atrás—. Como haya una riada no tendremos dónde meternos.

Llevaba todo el día más arisca de lo normal. En el SUV que iba detrás, los seguía Maggie con OA y Scola. A Jubal le había extrañado que Tiffany no hubiera preferido ir en el mismo coche que su compañero. Algo estaba pasando entre esos dos.

Venían de regreso de un caso de secuestro en un colegio en el norte del estado. Isobel había acompañado a sus agentes de campo para tratar con las familias de las víctimas, Jubal lo había hecho como negociador. La situación se había prolongado toda la mañana y gran parte de la tarde, hasta que habían logrado reducir al secuestrador y lo habían dejado bajo la custodia de la policía estatal. Para cuando pudieron poner rumbo a casa y antes de siquiera poder dejar las carreteras regionales y llegar a la autopista, les había pillado aquella imprevista tormenta infernal.

El halo de un cartel iluminado por focos a lo lejos llamó la atención de Jubal a través de la lluvia. Aminoró. No podía verlo bien, pero distinguió una flecha y la palabra "Hospedaje". Puso el intermitente y tomó el desvío cuando llegó a él. Se aseguró en el retrovisor de que Maggie lo seguía.

Un corto tramo de carretera conducía a una gran mansión rodeada de altos cedros. Las luces estaban apagadas, pero un pequeño farol en el porche de la entrada estaba encendido. Jubal aparcó y fue a ver. Regresó enseguida diciendo que la puerta estaba abierta. Cada uno cogió su mochila o bolsa de viaje de los maleteros y corrieron bajo el frío aguacero para ponerse a cubierto.

Entraron al amplio vestíbulo, que estaba a oscuras, sacudiéndose la lluvia de la ropa. Jubal lo hizo con su pelo, pues le había cedido su abrigo a Isobel, porque el de ella no tenía capucha. Se asomaron a la sala de estar contigua. Olía a cerrado y a muebles polvorientos.

—¿Hola? —llamó Jubal—. ¿Hay alguien?

Uno de los relámpagos subrayó su potente voz una fracción de segundo después. La casa emitió unos resonantes y ominosos crujidos, sin duda sufriendo bajo el viento de la tempestad.

—Una noche perfecta para Halloween, ¿eh? —comentó Maggie intercambiando una sonrisa con Isobel.

Ambas adoraban Halloween. Scola las miró con cara de fastidio. Odiaba Halloween con el mismo fervor. Decía que sólo era una excusa para hacer bromas pesadas.

Se oyeron unos pasos en el piso de arriba. Las bombillas de la lámpara del techo zumbaron, parpadearon, y se encendieron por fin con una luz mortecina, iluminando ambas estancias. La decoración parecía tener más de un siglo.

—Bienvenidos —dijo una voz tan suave, que al principio casi ni la oyeron—. Vaya nochecita para viajar han escogido ustedes.

Una mujer en sus sesenta de aspecto maternal se había materializado a los pies de la amplia escalera que subía al piso superior. Vestía ropas severas y poco llamativas en distintos tonos de gris. Su cabello, de un color difícil de distinguir con aquella luz, estaba recogido en un pulcro moño bajo la nuca. Les sonreía con amabilidad.

—Mi nombre es Perséfone. ¿En qué puedo servirles?

La anfitriona dijo tener tres habitaciones disponibles. Tenía una cuarta, pero no podían utilizarla porque tenía el vidrio de la ventana roto, y no estaba habitable.

Tiffany reclamó de inmediato compartir habitación con Maggie. OA y Scola miraron a brevemente a Isobel y, antes de que Jubal pudiera decir nada, cogieron la segunda habitación para ellos. Su ASAC carraspeó y miró a Isobel incómodo, quien permaneció perfectamente impasible, lo que pareció ponerlo aún más nervioso.

Perséfone les ofreció algo de comer antes de irse a dormir, pero ellos ya habían cenado hacía horas y ya era casi medianoche, así que declinaron dándole las gracias.

Arriba en el segundo piso, cuando todos se metieron en sus habitaciones, Maggie le dirigió una discreta sonrisa de buenas noches a OA que nadie más llegó a ver, mientras que Tiffany le lanzaba una mirada de ceñudo reproche a Scola, que Jubal captó por el rabillo del ojo mientras dejaba pasar a Isobel a la habitación que iban a compartir.

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—OA, ¿tú qué opinas de tener relaciones en el entorno de trabajo? —preguntó Scola mientras ambos se preparaban para irse a la cama.

OA hizo una breve pausa al quitarse el segundo zapato. Él y Maggie llevaban saliendo juntos desde algo más seis meses. Por un momento, pensó que la pregunta de Scola era una indirecta, pero enseguida se recuperó. No habría pasado los meses más felices de su vida con su propia compañera de trabajo si no hubiera sido capaz de no irse de la lengua a la primera de cambio.

Y lo habían sido. Desde el primer momento. Desde aquella primera vez que se habían besado en el sofá de Maggie tras una noche más de pizza y películas, hasta aquella misma mañana en que se habían separado para llegar al trabajo. OA sonrió para sí.

—¿Quieres decir relaciones románticas? No deberían ser un problema si eres capaz de compartimentar —respondió ambiguo y con tono casual.

OA y Maggie mantenían la suya en secreto y de momento les había ido muy bien, aunque el último paso que había dado él hubiese resultado de algún modo un resbalón. Después de varios meses prácticamente viviendo juntos en casa de uno o del otro, OA le había propuesto a Maggie alquilar juntos un apartamento. Ella no dijo que no. Tampoco que sí. Había procedido a aplicar un leve y unilateral distanciamiento. OA estaba un poco preocupado. De momento, no había vuelto a insistir.

—Ah... Más fácil decirlo que hacerlo, amigo —dijo Scola.

OA no estaba de acuerdo. No completamente. Al principio les había costado un poco, pero le habían pillado el tranquillo enseguida.

Entonces OA captó el sentido real de lo que había dicho Scola. Levantó la cara y miró a su amigo a los ojos.

—¿Hablas por experiencia?

Scola puso la misma cara que un ciervo ante los faros de un coche.

—Eeeeh... No. No, qué va. Supongo, solamente.

Y guardó silencio hasta que se metió en la cama.

Estaban apagando las luces cuando se oyeron unos crujidos en el piso de arriba.

·~·~·

A Maggie no se le había pasado por alto que Tiffany estaba malhumorada. Le preocupaba. Sobre todo, porque bajo aquella aparente irritación, podía intuir algo más.

—¿Está todo bien? —intentó Maggie mientras se cambiaban para acostarse.

—Claro. Ningún problema —respondió Tiff sin mirarla.

—Estupendo, bien. Aaam... Pero si necesitaras hablar de lo que fuera, aquí me tienes, ¿vale?

—Sí, lo sé... —dijo Tiffany, asintiendo.

Se volvió para mirar a Maggie; pareció como si estuviera debatiendo consigo misma si contárselo o no. Pero al final decidió callar y sólo le dirigió una sonrisa triste que muy pocos le habían visto. A pesar de su silencio, se trataba de una rara muestra de confianza por parte de Tiff, y Maggie supo que debía apreciarla.

Se preguntó si tendría que ver con Stuart. Intuía que sí.

Hacía pocos días, lo había pillado mirando a Tiff de un modo... no del todo profesional. Y ayer mismo, un caso los había puesto a prueba a los dos. Scola había confiado demasiado en un informante. Ian era alguien al que de hecho consideraba como un amigo, pero que se la había jugado de mala manera durante la operación encubierta. Había estado a punto de costarle la vida a Stuart y su amigo ahora terminaría en la cárcel.

Por su parte, Tiffany por poco no había llegado a tiempo de salvarlo. Maggie la había visto bastante afectada después, cuando su compañera pensaba que no la miraban.

Sí, Maggie sabía bien lo que se sentía.

Las dos se acostaron, aunque Maggie sabía que ninguna de las dos estaba dormida. En su caso, porque a pesar del cansancio del día, su mente seguía demasiado alerta.

Seguía dándole vueltas a la propuesta de irse a vivir juntos de OA. Después de su mala experiencia con Nestor, no se sentía cómoda hablando del tema, y lo había estado eludiendo. A la vez, se sentía mal. OA no era Nestor, y sabía que estaba siendo injusta con él.

Además, se sentía frustrada. OA le había prometido una noche de dulces y peli de miedo ese Halloween que no había podido ser. Y echaba terriblemente de menos tenerlo cerca en su cama.

A pesar de todo, se obligó a intentar dormir. Necesitaba el descanso.

El ruido de los truenos se acompañó de unos sonidos de algo arrastrándose. Maggie se tapó la cabeza con la almohada. No le gustaba aquel lugar. Aunque fueran muy Halloween, odiaba las casas antiguas. Le daban repelús desde que un verano, de pequeña, dos de sus hermanos la habían llevado a una casa abandonada, y la dejaron perderse allí durante horas, muerta de miedo.

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Tiene que ser una broma, pensó Jubal cuando cerró la puerta de la habitación, se giró y en lugar de dos camas se encontró que había una sola que apenas alcanzaba el tamaño de una cama doble. Eso sí, tenía un dosel muy bonito...

Isobel se mordió los labios y lo miró de reojo en medio de un silencio incómodo.

Con los brazos en jarras, Jubal dio golpecitos repetidamente en su cinturón con el dedo medio.

—Les pediré a Maggie y Tiff que nos cambien la habitación —propuso.

—No, déjalo. Estoy cansada. Sólo quiero acostarme.

Jubal suspiró.

—Dormiré en el suelo.

—Ni hablar. Hay espacio... —decir "de sobra" habría sido una tontería— suficiente. No le des más vueltas.

—OK —murmuró Jubal sin mirarla.

Decidió que si tenía que pasar por esto era mejor mirarla lo menos posible.

Hacía unas semanas, en la noche la ceremonia de entrega de premios para conmemorar los logros del año del FBI, Jubal había quedado gravemente impactado por Isobel en aquel vestido de satén verde oscuro, por el discurso que había dado para entregarle el Premio al Servicio Distinguido Sostenido. Habían bailado juntos, la había acompañado hasta su casa... En la puerta, había estado muy tentado de besarla. No lo había hecho.

Las cosas llevaban siendo un poco extrañas entre ellos desde entonces.

Isobel cogió una toalla del baño y se la tendió. Él le dio las gracias con una sonrisa algo tímida y se secó la cabeza mojada por la lluvia. Se obligó a ignorar que, mientras lo hacía, ella lo observó como pensativa.

Jubal se descalzó. Estaba sacando su ropa de dormir de su bolsa, cuando se percató que, tras quitarse el abrigo, Isobel se había sentado en la cama y miraba a su alrededor como intentando encontrar la solución a algo.

—¿Todo bien?

—No... no he traído pijama. No pensaba que pasaría la noche fuera, la verdad.

A Jubal casi le dio un vahído de pensar que Isobel se iba a meter en la cama con él en ropa interior. Metió la mano en su bolsa y sacó una camiseta; se la tendió sin decir nada.

Isobel alargó dubitativa la mano y la aceptó murmurando un "gracias". Y se metió en el baño. Jubal no pudo agradecer más que le hubieran dado la única habitación con baño.

Cuando Isobel salió, halló a Jubal sentado en el lado más alejado de la cama, dándole la espalda y quitándose el reloj. Llevaba un sencillo pantalón de pijama de color oscuro, pero estaba desnudo de cintura para arriba. Por supuesto. ¿Por qué iba Jubal a traer más de una camiseta para dormir?

Intentando sin mucho éxito no mirar fijamente, Isobel se dirigió a la cama huyendo del frío aire de la habitación y con la intención de meterse bajo las mantas antes de que Jubal pudiera mirar en su dirección siquiera por accidente.

De repente, unos ruidos de rascado se oyeron por toda la habitación.

El sobresalto hizo a Jubal mirar a su alrededor. Y se la encontró allí. La camiseta le quedaba grande, claro, pero sólo le llegaba por medio muslo. La visión de las piernas de Isobel le dejó la mandíbula colgando. Los rascados volvieron a repetirse. Se oían dentro de la pared. Jubal apartó los ojos, perdiéndose el rubor en las mejillas de Isobel.

—Parece que tenemos ratas —dijo ella metiéndose en la cama, que despidió un ligero olor a naftalina.

—Si eso son ratas, deben ser las más grandes que se hayan visto.

Eso hizo reír a Isobel, que lo bendijo por su sentido del humor. Jubal se acostó de lado, de espaldas a ella. Ella hizo lo mismo teniendo cuidado de que no llegaran a tocarse, aunque pudo sentir su calor.

—Buenas noches, Jubal.

El floral aroma del perfume de Isobel llegó hasta él. Jubal dejó escapar un largo suspiro silencioso. Iba a ser una noche muy larga.

—Buenas noches, Isobel.

Afuera la tormenta seguía descargando su furia. Algún reloj de la casa dio las doce.

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