Uh… sí, esto es más crack que los MinaHina que he subido, no sé si alguien lo lea y mi corazón ShikaTema duele, aún así no me arrepiento de nada. Lo comparto por si a alguien también le llama la atención.

En fin, es una pequeña exploración inspirada en parte en una canción llamada "Dogs" de Damien Rice, y en el montón de películas de los 70's, 80's que me he maratoneado últimamente.

Notas: Universo Alterno (década de los 70's). KakaTema. Unilateral KibaTema. Mención de temas sexuales. Diferencia de edad (20/31).

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—No creo que sea nada —expresó Kiba obligándose a mantener sus ojos sobre la panza de Urushi mientras realizaba con sus dedos, palpando con suavidad, una última revisión al animal sobre el sofá. Sus oídos, sin embargo, escucharon la ruidosa y animada carcajada a pocos metros de ellos proveniente desde el otro lado de la pared que dividía la cocina de Kakashi con la sala de estar.

Hubo un corto y deliberado silencio proveniente de Kakashi, quien soportando su espalda justo contra aquella pared mantenía sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Kiba mentalmente se hizo la pregunta si el hombre allí sentía aún más la vibración de esa carcajada.

—¿No crees o estás seguro? —preguntó eventualmente Kakashi con voz relajada, ajeno por supuesto a la turbulencia interna en la que se encontraba Kiba y que nadie debía reconocer aún en su semblante.

El más joven no quería levantar la mirada y encontrarse con los ojos oscuros del hombre por si éste lograba leer más allá de un rictus que procuraba ser serio, aún más cuando en segundos la figura de una mujer —sin detenerse a reconocer la existencia de ambos— salió de la cocina para moverse a otro lugar, el estudio; tanto Kakashi como Kiba conscientes ahora de las pisadas de sus descalzos pies sobre el frío suelo de color amarillo y café, ella dejando fugazmente un placentero aroma que llegó directo a la nariz de Kiba.

—Estoy seguro —respondió el más joven, adolescente todavía, aún tocando suavemente la panza del perro aunque sin real intento de examinar su estado, sólo una acción automática ya sin real propósito—. Puedo apostar que está siendo dramático, lo castraste hace algunas semanas, ¿cierto? Dale un abrazo o cocínale su carne favorita, para mañana debería volver a su apetito normal.

Esto al menos generó en Kakashi una primera reacción que no fuera leve apatía en todo el rato que llevaban ahí.

—Kiba, ¿me está diciendo que uno de mis perros ha dejado de comer por casi dos días sólo porque extraña sus bolas?

Esta vez Kiba subió su mirada y sonrió alegremente, incorporándose del todo y dejando espacio suficiente para que el perro también lo hiciera.

—Heh, viejo, más o menos eso lo resume todo —contestó a la pregunta de Kakashi.

Sin más que hacer habría dicho algunas protocolarias palabras para finalizar la pequeña consulta antes de irse, pero fue imposible decir algo, y aunque hubiese dicho algo habría sido engullido por el regocijo que llegó nuevamente a los oídos de ambos. Kiba se rehusó a sentirse contagiado, muy a pesar de la sensación tan vibrante y ostentosa que parecía querer desbordarse desde sus propias entrañas. No era la risa suave a la que Hinata lo tenía acostumbrado ni la especialmente femenina de Ino; si algo, se parecía más a la tosca risa que soltaba de vez en cuando su madre cuando algo particularmente le parecía divertido. O cuando no podía evitar burlarse de la tragedia de alguien más.

La risa de Temari era enérgica y fuerte, no contemplaba qué tan ruidosa podía ser y aún Kiba no estaba seguro si era una risa que quería ser escuchada o, por otro lado, le importaba poco o nada quien la oía. Como sea, se parecía al viento: no discriminaba, llegaba a todas partes, tocaba a todo el mundo.

Y era la primera vez que la estaba escuchando.

Aún en su sitio, Kiba observó por fin al reducido espacio por el que la figura de la mujer había efímeramente caminando, encontrando en el aire el largo cable en espiral de intenso amarillo que pertenecía al teléfono de la cocina, el cual cada vez se iba estirando más.

Una posible catástrofe, pensó. Y la imaginó a ella en una silla giratoria, el auricular pegado a una de sus orejas, con un muy sano Pakkun sobre su regazo que la había perseguido, mientras ella daba vueltas y vueltas enredando el cable en cada giro, en cada risa que le ofrecía al mundo. Aún era muy de día, con el sol de la mañana atravesando cada ventana y resquicio de la casa y Kiba podía casi recrear en su mente el cabello rubio opaco de ella siendo aún más iluminado.

La primera vez que la vio, Temari llevaba unos escandalosos jeans cortos y un top colorido, sus hombros y ombligo al aire y sus senos apuntando al cielo, protegida de los ojos de señoras conservadoras y viejos depravados al vivir en la casa en lo alto de una colina. Había estado tomando un baño de sol cuando Kiba, con pequeñas gotas de sudor en su frente y cuello, apareció en su campo de visión y todos los ocho perros de Kakashi salieron a recibirlo.

Sólo había sido una visita rutinaria como las que Kakashi siempre le pedía a su familia, simplemente para ver los vendajes de Ūhei y monitorizar la displasia de cadera de Pakkun, nada demasiado complejo como para que viniera su profesional madre o la estudiante de Veterinaria de su hermana, pero contrario a tantas otras veces, Kiba se encontró con una joven ahí en la casa sobre la colina, y ella se acercó a él de forma más lenta a como habían hecho los perros, estirando su mano para saludarlo, curiosa de su presencia y con ojos de sirena juzgando ese primer encuentro.

Temari, había dicho y le sonrió y él aún seguía siendo muy joven e inmaduro para ser el receptor de ese tipo de interacciones provenientes de tan espectacular mujer.

Ahora, en el presente, el ruido de risas se evaporó y Kakashi, contrario a Kiba, no estaba mirando hacia el cable extendido, sus ojos estaban puestos más allá de las paredes, quizá también imaginándose la rubia cabeza de Temari y el lío en el que posiblemente estaba ahora, con el cable amarillo en riesgo de desconectarse o romperse si se estiraba un milímetro más.

Ciertamente Temari no era una criatura aburrida.

—Déjame traer algo de dinero —dijo Kakashi antes de privilegiadamente desaparecer hacia donde más alumbraba el sol de la mañana.

Y hasta ese momento Kiba nunca se había sentido como un perro abandonado.

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Kakashi era un buen hombre, lo sabía ella.

De todas formas esa debía ser la definición para una persona que había adoptado y cuidaba a ocho perros, les daba carne y vegetales, y quizá había comprado una casa encima de la colina para que tuvieran espacio y corrieran y tomaran el sol.

Él se despertaba con ella a las cinco de la mañana y tendía la cama de forma tan pulida y eficiente que él podría trabajar sólo de ello.

Sólo nimiedades, pero eso le gustaba a Temari.

Kakashi era gentil, maldecía muy poco y siempre tenía contabilizadas y aseguradas las cuentas de la casa y su negocio por al menos seis meses adelante. Astutamente trabajaba como contratista montando y desmontando vallas publicitarias que estaban por todos lados, que todo el mundo quería tener con rostros gigantes sonrientes y promesas de una vida mejor, y ganaba bien, más de lo suficiente.

Aunque el hombre no era perfecto, le faltaban muchas cosas.

Un ojo, por ejemplo, a cambio de haber intentado salvar a otros y quitarle la vida a unos cuantos más. O el poco tacto que tenía cuando se quedaba mirando fijo a los senos de ella en vez de decirle que se veía bella en su vestido blanco que transparentaba un poco, o la constante falta de responsabilidad al dejar la llave del lavamanos correr mientras se cepillaba los dientes. Sin embargo, todo eso Temari se lo podía perdonar igual que las demás cosas que pudiesen venir o que dejaría él de hacer. Temari estaba segura de ello cuando —justo como estaba haciendo ahora— pegaba su oído al pecho de él envuelto en una vieja camisa negra que alguien le había regalado con la impresión de una banda de rock que nadie conocía, y escuchaba el latido de su corazón, nada errático ni particularmente extraño, sólo un suave golpeteo que parecía transmitirle seguridad a ella.

Al inicio la sensación la había perturbado y Temari no había querido reconocerla, pero estaba ahí creciendo constantemente: la indudable percepción de calidez y anhelo debajo de su piel, crepitando incluso a lo largo de su piel hasta llegar a los dedos de sus manos y piernas.

Debería asustarla, hacerla correr y buscar por cualquier empleo que aceptara a una chica como ella. Debería hacer que sus decisiones se decantaran por opciones más lógicas, sobre todo cuando su relación había empezado por accidente, totalmente al azar cuando ella se presentó frente a él simplemente porque era su turno de hacer su show, y porque él simplemente había pagado por ver a una chica.

No era el destino, Temari no creía en ello, sin embargo sí había existido una serie de pasos entre ellos: primero interés superficial, luego curiosidad y buena química, y al final se había formado una rutina en la cual pedazos de su solitaria vida empezaron a ser compartidos con un hombre que también era igual de solitario que ella.

Ahora, donde fuera, Temari podría reconocerlo fácilmente, un realmente distinguible personaje de entre todos los demás: cabello color plata, un largo tatuaje de lobo en su brazo, y la cicatriz delgada recorriendo su perdido ojo izquierdo. Él le había dicho la historia de su herida cuando Temari le susurró un día si creía que su hermano recibiría bastante desprecio y rechazo por parte de otros, si Kakashi había sentido aquello; claro, si era que su hermano menor acaso regresara de la guerra a la que había sido obligado a ir, regresando seguramente con un brazo perdido o las desfiguración en alguna parte de su piel debido a las esquirlas de una metralla.

"Puede vivir con nosotros", le había respondido Kakashi esa vez. "Al menos hasta que se sienta mejor con su aspecto, o su vida."

Oh, y cuánto lo había besado ella por esa respuesta.

Y ahora, escuchando sus latidos, Temari no se atrevía a cerrar aún los ojos.

Le gustaba la noche con él, era segura, incluso aquellas noches cuando no estaba encima de él desnuda, moviendo sus caderas justo como ambos habían encontrado que les gustaba, fuerte, rápido, visceral. Profundo e intenso que quizá hasta doliera.

Con el hombre durmiendo silenciosamente, Temari gruñó suavemente mientras pegaba aún más su rostro al cuerpo de él. Cuando su característico olor llegó con mayor intensidad a su nariz, le hizo dar mariposas en el estómago.

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—Uno de mis hermanos está en la guerra. —Kakashi escuchó que ella le decía a Kiba—. El otro está en la cárcel —complementó ella después.

Seguidamente hubo una frugal queja de que escribir y recibir cartas no era suficiente y, a continuación, una no muy corta explicación de lo costoso que era llamar a larga distancia para comunicarse con el dueño de un prostíbulo al otro lado del mundo —luego de infinitos intentos previos con números al azar mientras aprendía frases básicas del otro idioma—, y el extranjero proxeneta, que por lo general mantenía un buen humor, no tenía problemas de comentarle si habían regresado pelotones a la ciudad militarizada, darle un escueto panorama general de cómo él veía la confrontación bélica, lo que escuchaba medianamente importante de soldados que regularmente asistían a su local, o asegurarle a la joven que lo llamaba que si veía a un pelirrojo con un tatuaje en la frente le diría todo lo que ella le había dicho.

—Probablemente mis llamadas están siendo escuchadas por el gobierno —dijo ella y Kakashi podía escuchar el tono cómico que quería transmitir en ello.

Pero no lo estaban, Kakashi ya se había asegurado. A veces había abierto el teléfono, otras veces había observado cuidadosamente con binoculares en busca de cables que sobraran afuera de la casa, y otras veces simplemente le había preguntado a personas que le debían la vida.

—He visto cómo de agresiva puedes ser —enunció Kiba y Kakashi, incluso con sus ojos puesto en el televisor frente a él, pudo imaginar que había una sonrisa en el rostro del joven—. Nada de raro que seas considerada un riesgo a la seguridad nacional —bromeó y consiguió de Temari un bufido.

—Sí que sabes cómo hablarle a una mujer, ¿uh?

Temari prosiguió asegurándole también lo costosas que podían salir las llamadas desde muy temprano en el día para que un asistente la comunicara con una secretaria que a su vez la comunicara con alguien que pusiera al otro lado del teléfono a su otro hermano, mintiendo que era una situación exageradamente urgente. Casi nunca lograba su mayor cometido —poner a su hermano Kankuro al teléfono—, pero más de una vez había obtenido un aceptable informe verbal de la salud del prisionero.

—Podría hacerle sexo oral al que fuera si con eso pudiera asegurar que mi hermano hablara por más de diez minutos.

Kiba, sonrojado, no dijo mucho más después de eso, la noche aproximándose diciéndole que era mejor bajar la colina e ir a casa. Su madre y hermana esperándolo.

Así, desde su lugar echado en su largo sofá, Kakashi sólo sonrió para sí mismo. Temari era como un desventurado ángel que quemaba los ojos de otros, y Kiba realmente aún no sabía cómo tratar a una mujer.

Además, ella se había conseguido un lobo para mantenerla a salvo del frío. No había necesidad de un pequeño perro aún en secundaria.

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Ya se había cumplido todo un año desde la primera vez que Kakashi había llegado a casa con Temari caminado detrás de él, sólo un amplio bolso colgando del delgado hombro de ella.

Se había cumplido, por tanto, más de un año desde que la había visto por primera vez en un peep show, la cabina de la joven esa vez rodeada de un escenario aparentemente tan inocente como una falsa enfermería, y su rostro y ojos verdes formando un gesto de desconfianza cuando Kakashi sólo había dicho que quería hablar, el espectáculo en vivo innecesario para él en ese entonces, nada de poses sexualmente explícitas para satisfacerlo.

Para su segunda, tercer y cuarta visita, Temari dejó de verlo con desconfianza y le había permitido llamarla "Mari".

"Ey, volviste", había saludado ella en la quinta ocasión tan pronto escuchó la voz del hombre, distorsionada en cierto grado tanto por tener que hablar a través del teléfono instalado al otro lado del falso espejo, como por la pequeña bocina desde la cual ella podía escuchar su varonil voz.

A pesar de eso, de la distorsión, para ese entonces el grave timbre y baja intensidad del hombre ya habían sido indiscutiblemente únicos a los oídos de ella.

"Mm, me gustas con gafas, Mari. Te quedan bien", había elogiado él esa vez, casi murmurando.

"Gracias. Soy una bibliotecaria hoy", recordaba haberle ella dicho lo obvio, una leve sonrisa en sus rojos labios.

A veces había sido una enfermera, y para hacerlo más obvio había llevado una cofia sobre su rubia cabeza, y para ese número su cabina debía entonces estar equipada con una pequeña camilla, casi todo en blanco con algún falso estetoscopio y otras falsas cosas médicas decorando el pequeño espacio en donde ella había trabajado. Otras veces Temari había sido una ama de casa, y cuando lo había sido, nunca hubo mayor necesidad de agregar a su vestuario algo en especial, quizá un delantal sólo si un cliente lo hubiese pedido.

De resto la fantasía, durante esa quinta visita de él, había sido muy bien complementada con el bonito escenario de estanterías con libros de mentiras que habían montado para ella en menos de media hora, y Temari como una bibliotecaria —aunque también hubiese podido pasar como maestra— con simplemente las gafas de utilería puestas.

No había sido la primera vez que un hombre le decía que le gustaba cómo se veía con gafas. O que le había dicho que era la enfermera más atractiva, pero luego de una cuantas semanas, el hombre al otro lado —Kakashi— había entendido por fin que ella, al igual que cada una de sus demás compañeras, odiaba disfrazarse.

"¿Qué puedo hacer por ti?"

En cada interacción, Temari sólo había podido ver a su propio reflejo. Nunca había podido ver al hombre: hacia el lado de ella la ventana que los separaba había sido un espejo. Al otro lado donde Kakashi siempre se sentó, había sido un simple vidrio desde el cual el hombre —y cualquier otro— pudo apreciarla con plenitud.

"¿Puedo verte con sólo eso puesto?" había preguntado Kakashi como respuesta a lo dicho entonces por ella, y eso, recordaba Temari bien ahora, grabado en su mente por siempre, elevó su curiosidad hasta el techo.

Hasta ese entonces él sólo había coqueteado con ella, hablando, preguntando, y respondiendo cosas. Las primeras veces Temari había inventado todo tipo de historias, le había dicho que a los diecisiete estuvo infelizmente casada con un narco y había huido dejando atrás un incendio, sólo para más adelante en otra visita contradecirse con que a esa misma edad había vivido al otro lado del océano como mesera soñando con convertirse en actriz. Días después, cuando había captado que el hombre no cambiaba sus propios relatos y honestamente le estaba contando su vida, Temari empezó a ser un poco más sincera.

El hombre hablaba, ella hablaba. Eso había sido todo, hasta ese entonces Temari no había tenido que hacerle un baile, ni desnudar su cuerpo u otro tipo de comportamiento que lo llevara a la gratificación sexual, no había hecho ninguna de las cosas que usualmente se hacían para excitar a la persona al otro lado al punto de tener que usara uno de los dispensadores de toallas desechables al lado de la silla luego de masturbarse.

Pero esa vez, en la quinta visita de Kakashi, el silencio debió extenderse ante la inusual petición del hombre por un considerable tiempo porque él carraspeó sonando un poco inseguro.

"No, no tienes que hacerlo", había pronunciado él a través del teléfono y la bocina.

"Bueno, es mi trabajo".

Así, ella lo permitió esa vez, que la viera con sólo unas gafas puestas. Para ese entonces Temari a veces se había imaginado cómo era su físico, y lo que siempre había llegado a su mente había sido atractivo, deseable. Él le había dicho que había sido un soldado y que no había podido dejar de hacer el mismo número de flexiones y abdominales a los que su trabajo en la milicia lo había acostumbrado cada día hacer.

Y, por supuesto, el hombre había parecido ser inteligente. Lo sabía ella muy bien ahora. En el presente, algunos días, Temari se quejaba de la corrupción y Kakashi le regresaba un ingenioso chiste sobre la deuda externa.

Ahora, él siendo once años mayor que ella y con cada cosa que salía de su boca, sólo le hacía a Temari sentir mariposas en el estómago; sin embargo, antes, durante esas visitas a su cabina, pensar en esa edad había sido suficiente para hacerla sentir algo que se acercaba al peligro, aquel tipo de insensato peligro que dejaba a mujeres como ella abandonadas en un oscuro callejón. No obstante, al mismo tiempo, la idea se había sentido cautivadora, como un mosquito yendo a una bombilla.

Pero, quizá, esa quinta vez quien revoloteó como buscando por miel había sido él, sus ojos entonces fijos en cada una de las curvas del femenino cuerpo desnudándose en frente suyo, un vidrio separándolos, escuchando cómo hacia el final del show Temari había soltado una corta carcajada, sus perfectos dientes viéndose como los de un comercial de crema dental.

"¿Sabes? A este punto me había imaginado que me dirías el número de la habitación de un motel y que preferías tenerme desnuda encima tuyo, no a través de un frío vidrio".

El silencio fue muy corto en ese momento.

"Mari, sí te quiero encima mío desnuda", había concordado el hombre, mirando directo a sus ojos verdes aunque ella no pudiese estar segura de ese gesto. "En mi propia cama".

Aquello en realidad no había sido algo extraordinario de decir. Cada hombre que había ido y que seguiría asistiendo y se sentaba frente alguna de las cabinas ocultadas en el segundo piso tras una pesada y larga cortina, quería tener a su lado a cualquiera de las jóvenes que les tocara de turno, hacérselo despacio si quizá era un muy introvertido hombre, o intentar ahogarla y dejarle moretones si era la fantasía que su esposa no le dejaba hacer.

Sin embargo Kakashi al parecer había tenido un particular deseo por hacer:

"Y luego de eso sé que dormiré por primera vez después de mucho tiempo como un bebé."

Justo como ahora hacía cada noche junto a ella. Dormir agotado y sin pesadillas.

"Hagamos esto…" había dicho Temari con una ladeada sonrisa, la misma que ella le regalaba cada día ahora. "Mañana traeré algunas cartas, y jugaremos un pequeño truco de magia. Si ganas, te dejaré llevarme a casa".

"Bien".

En la sexta visita a ella y con las cartas extendiéndose frente a él, Kakashi no perdió.

Era un hombre demasiado sagaz como para haber perdido esa vez.

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Peep shows: Para espectáculos en vivo, las cabinas suelen rodear un escenario en el que generalmente una intérprete realiza un estriptis y poses sexualmente explícitas (Wikipedia).

Fue algo muy popular en la década de 1970 como parte de la industria del entretenimiento adulto.