Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Capítulo 30.

Odio.

"El miedo de algo es la raíz del odio hacia otros, y el odio que yace dentro de ellos, eventualmente destruirá a aquel que odia." (George Washington Carver).

.

.

.

Estaba enojada, enojada conmigo misma. Enojada por ser tan débil, por dejarlo tocarme, por dejarlo vencerme y hacerme sentir que era nada y que él podía tener cada que parpadeaba. Había voces gritando en mis oídos rogando por venganza. Quería matarlo, verlo sangrar y no poder moverse. Quería escuchar su dolor y agonía en sus gritos. Los pensamientos llenos de sangre eran solo el principio. Los demonios estaban hablando fuerte, estaban esperando para robar eso que yo ya daba por perdido.

Yo ya no tenía inocencia. Él me había tocado y no sabía hasta dónde había llegado. Quería arrancarme la piel a pedazos, dejar de sentirme sucia.

Era estúpida, porque había confiado en la vida. En su momento había creído que iba a tenerlo todo y ser feliz pero eso no iba a ser posible. Ahora que estaba despierta, quería hacer mucho daño. Emmett pareció aliviado de verme despierta, Edward quiso acercarse a mí, pero Emmett no lo dejó pues le puso una mano en el pecho y aunque Edward le alejó el brazo de forma brusca, ninguno de los tres se movió, solo esperaban. Quizás pensaban que iba a tener un maldito ataque de pánico o algo peor que el primer y único berrinche que hice. Ellos no sabían que la Isabella que había estado llorando como tonta porque se sentía sucia había muerto, algo murió en mi corazón de una forma desagradable y se llenó de gusanos. Hyõ guardó su arma y los sacó de la habitación antes de buscar un doctor.

Irónicamente solo tenía varias costillas rotas, mi muñeca izquierda estaba mal también, pero no había necesidad de cirugía e iba a llevar un yeso por un largo tiempo. Y también tenía puntos en el rostro, un ojo morado y cerrado del golpe. Había sufrido una sobredosis por lo que me habían tenido que hacer un lavado estomacal y una pequeña conmoción cerebral. Apestaba. Su forma de verme con lástima me tenía harta. En un principio fue amable y sus preguntas fueron suaves.

El médico no me tocó, designó a una enfermera para que lo hiciera y me dió una pastilla que estaba obligada a tomar aunque le repetí una y otra vez que no la necesitaba. Él no sabía que una vez al mes Jane se encargaba de que me pusieran una inyección anticonceptiva, que ella me había pedido ponermela por mi seguridad.

Cuando nos dejó solos, Hyõ no me miró a los ojos, sin embargo reparé por primera vez en la habitación del hospital en el que estábamos. Era lujosa. Demasiado lujosa. Había un sofá cama, un televisor plasma y aire acondicionado, también una hermosa persiana cubriendo un gran ventanal. Los pasillos se escuchaban en silencio. Era un lugar pacífico.

—No tenemos dinero para pagar esto —le llamé la atención y él solo se encogió de hombros restándole importancia antes de sentarse en el sofá cama —. Ese sofá se ve más cómodo que el de nuestro departamento —le susurré y él sonrió antes de mirarme.

—Después de una semana en el deja de serlo Õjo —se quejó y me estremecí sin poder enviarlo.

—Lo sien… —iba a disculparme, realmente quería solo disculparme. Me sentía culpable, torpe, descuidada, él no era joven y yo estaba portándome como una estúpida cuando se la pasaba cuidando de mi. Hyõ me interrumpió bruscamente

—No lo digas.

Dos oficiales entraron después de que él dijo eso y uno de ellos se presentó.

—Soy Burke y él es mi compañero Brandy, estamos aquí para hacerle unas cuantas preguntas a la joven —negué rotundamente demasiado perdida sin dejar de mirar a Hyõ quien le tomó la mano al oficial y se presentó

—Hyõ Alcock, soy el padre de Isabella.

—¿Tiene alguna identificación? —le preguntó Brandy y Hyõ asintió y sacó su billetera. Ni siquiera sabía que tenía una. La verdad es que nunca reparé en el hecho de que no pasamos hambre nunca, si bien no vivimos como ricos, nunca pase hambre, solo frío algunas veces. El oficial tomó notas y luego me miró.

—¿Alguna identificación de la joven?

Hyõ abrió la gaveta de el buró en la habitación y sacó una bolsa tipo mochila de cuero que parecía vieja y desgastada la abrió y sacó una identificación con mi fotografía en ella.

—Ustedes no llevan los mismos apellidos.

Le dijo el oficial extendiendo la identificación hacia Hyõ.

—Adopté a Isabella cuando cumplió doce años. Mi esposa murió un año después. La chica es mi hija oficial, si le soy honesto, los apellidos y la sangre que corre por sus venas me importa una mier…

—Lo dejó claro señor.

Mi declaración fue sencilla. Me secuestraron y no ví a mis captores, mi padre me buscó hasta que me encontró y los hombres huyeron al, posiblemente, darse cuenta de que no era para nada la chica a la que estaban buscando. Cuando los oficiales se fueron tomé en mi manos la mochila vieja y la abrí, no sin dificultad, y una carpeta llena de papeles estaba allí.

Levanté con mi mano buena aquellos papeles y el aire dejó mis pulmones golpeándome fuerte. Mis ojos se nublaron sin pedir permiso porque estaba débil, cansada y golpeada aunque te parezca que repito lo mismo, yo era tan torpe y Hyõ me había reclamado legalmente como su hija de una forma no muy sutil y sin cursilerías. Hyõ esperó impaciente dejándome leer el papel pero ni siquiera pude bajarlo de mi rostro, solo me había quedado clavada en la parte que decía:

" Documento público oficial y legal para plena acreditación de la adopción de Isabella Marie Dwyer . Persona registrada en la oficialía de Nueva York. Nacida el Martes once de junio de 1985 a las…"

—Yo no puedo ser tu hija.

Las palabras sonaron entrecortadas porque mi quijada tembló y Hyõ se volvió un reflejo borroso por mis lágrimas. Él era una de las pocas personas que podía tocar mi corazón, él no lo sabía, él no tenía ni la más mínima idea de qué era lo que yo quería, él no tenía idea de la parte que había muerto de mi gracias a Félix.

Pero tampoco sabía que uno de mis grandes anhelos era ser su hija de una forma en la que la sangre que corría por mis venas fuera la suya. Me sentía indigna y ver qué él solo pudo hacerlo realidad dolía aún más. El papel era un tecnicismo puesto que habían papeles firmados por abogados, un juez y un hombre que se hacía llamar mi padre. Él en especial, había voluntariamente renunciado a sus derechos paternales. Lo irónico en ese momento exacto de mi vida era que yo creía que todo era falso.

—El daño que quiero hacer te daría tanto miedo —su mano tembló ¿Sabés? Y sus ojos se llenaron de lágrimas también pero no las derramó —. Quiero matar y borrar del mundo a Félix de una forma cruel y asquerosa. Yo. Quiero hacer mucho daño. Tú no tienes ese corazón Hyõ. Quiero venganza. Quiero ser mala. Quiero la cabeza de ese bastardo. Y no podría mirarte a los ojos así. No puedo ser tu hija.

El alivio que sentí al decir eso en voz alta me robó un sollozó y un hipido que hizo que me doliera el cuerpo. ¿Has escuchado eso de que los padres están destinados a amar a sus hijos sea como sea? Hyõ me quitó de las manos los papeles y luego me abrazó suavemente cuidando de no lastimarme, trayéndome paz. Era tan simple, solo sentir la seguridad de su pecho allí. Solo quería quedarme allí para siempre. Él ya era mi padre, no necesitábamos papeles, pero en ese momento no lo sabía, no imaginaba de qué forma el respaldo de un apellido podría cambiarlo todo.

—Eres mi hija. No bromeaba cuando se lo dije al oficial. Tu sangre, tus apellidos, tus pensamientos, nada de eso me importa —susurró y cada palabra calentó mi maldito y congelado corazón.

—Este ni siquiera es mi nombre —lo contradije y él se encogió de hombros.

—Patrañas. Marie quedaba bien con Isabella y Dwyer es el apellido de tu madre.

Me sacudió un poco y luego el hombre más brusco y taciturno que existió en el mundo dejó un beso en mi frente y limpio mi rostro hasta que este estuvo libre de lágrimas.

—La policía quería una declaración. Pude entrar a esta habitación porque ante esa gente de afuera soy tu maldito tutor legal pero me pidieron pruebas. Las pruebas están en esa carpeta. Esos papeles me dan poder y nadie podrá hablar contigo si no estoy presente. Solo estoy protegiéndote.

Asentí mientras miraba los papeles que legalmente de alguna forma extraña en ese momento me volvieron la hija de Akihiro Hyõ Alcock. Y nada jamás en mi corta vida me había hecho sentir tan orgullosa. Él me había reclamado como su hija y no sabía cuán importante era para mí ese hecho.

.

.

.

—¿Por qué no acusar a Félix? —preguntó Rosalie e Isabella se levantó de la silla para abrir la ventana que había tras ella, recostandose en su escritorio. Dándole la espalda continuó.

—Hyõ me pidió decir eso. Me dijo " Hay cuentas que no pueden ser saldadas por la mano de un juez. Y una cárcel no es quitarle todo a Félix. Si lo que quieres es matarlo entonces derrumba su mundo hasta que como una rata quedé atrapada en un lugar de donde no podrá volver ni escarbando con una cuchara". Eso me dió convicción y un nuevo propósito, aún así había algo de lo que tenía que encargarme y horas después, cuando Hyõ fue por un café ,eso entró por la puerta con la mirada aprensiva llena de sentimientos que no supe reconocer. Hoy en día creo que uno de esos sentimientos que brillaban en sus ojos era amor, o quizás pena.

—Mirarme con lástima no me hará salir de esta camilla más rápido —le dije y Edward se recostó en la puerta cruzándose de brazos sin parecer afectado por mi comentario brusco —. Deja de mirarme como si estuviera en un ataúd y tú… —repliqué molesta y Edward me interrumpió.

—Espero que hablar de ataúdes te haga levantarte de esa camilla más rápido.

— Vete a casa Edward. Deja de ver hacia el pasado. Este es mi futuro ahora y no estás en él —me recosté sobre la maldita almohada sintiéndome regañada y eso lo hizo suspirar con cansancio.

—No te tengo lastima. No es eso lo que siento. No es gratitud, aunque estoy agradecido, es solo…

—No lo digas.

Cerré los ojos intentando ignorarlo pero el latido de mi corazón me traicionó cuando lo sentí acercarse. Me maldije, maldije a mi corazón por latir tan rápido, lo maldije por golpearme el pecho de esa forma. El medidor cardíaco se alteró y cuando levanté mi mano para buscar los malditos cables para arrancarlos de mi pecho, una nariz chocó con la mía.

Fue un toqué, apenas un roce, pero me robó el aliento y me hizo abrir los ojos. Edward tenía su rostro frente al mío, sus ojos hermosos estaban brillando. Tenía el cuerpo inclinado de una forma que parecía dolorosa pues no me estaba tocando pero sentía su calidez y el medidor cardíaco que ya estaba alterado me delató mucho más.

—Aún tienes los ojos más grandes y hermosos que he visto jamás —susurró y su aliento golpeó mis labios haciéndome sentir. Quería besarlo, quería robarle su maldita sonrisa fanfarrona a besos. Quería robarle el aire lanzándome a sus brazos y no salir de allí. Quería sentirme mejor y lo quería tanto que tenerlo allí cerca era tanto como una debilidad. Tener a Edward allí, viéndome como si fuera una estrella,su estrella, me hacía sentir débil.

—Eres un mentiroso.

Edward sonrió en un gesto suave que lo hizo verse atractivo y me hizo querer acortar esa pequeña distancia que nos separaba, pero no lo hice, solo apreté con mi mano buena la sábana reprimiendo el anhelo de besarlo, Nunca había besado a un hombre y cuando parpadee un recuerdo de Félix borroso sobre mí riéndose mientras tocaba mi rostro me revolvió el estómago así que giré mi rostro alejando a Edward quien se irguió y me frunció el ceño.

—Tus ojos son bonitos. No es broma. ¿Sabes cuántas personas tienen los ojos verdes, azules, color miel? Pero ojos tan grises como el cielo cuando está a punto de dejarse caer sobre el mundo, ojos que podrían ser un lago de hielo en invierno.

—Quiero que te vayas —susurré de vuelta sintiéndome una tonta presa del pánico y los recuerdos.

"Eres mía Õjo"

Levanté mi mano buena poniéndola sobre mi frente hasta tallarme el oído derecho y negué moviendo mi rostro

—¿Bella que…?

El medidor se alteró esta vez así que busqué el botón que la enfermera me había mostrado y está entró rápidamente

—Quiero estar sola. Quiero, solo quiero…

La enfermera miró a Edward quien, asustado, asintió antes de salir de la habitación y luego ella salió siguiéndolo pero el miedo, el terror es una maldito bastardo sin rostro. Quería gritar, me mordí la lengua hasta sacarme sangré, las voces en mi cabeza se escuchaban como llantas chirriantes de vidas haciéndose añicos al mismo tiempo.

No recordaba que había pasado después de caer al suelo y todo dolía. ¿Me había violado? ¿Lo había logrado? Emmett había dicho que había llegado a tiempo, pero, ¿Y si no lo hizo?

Tapé mis oídos con ambas manos y el dolor que sentí me hizo sentir vieja. Estaba ahogándome en un vaso de agua medio lleno, pero era una maldita adolescente dramática que había sufrido un trauma.

Cuando desperté a la mañana siguiente una señora bien vestida estaba parada viendo la ventana dándome la espalda. Llevaba un hermoso traje a la medida color verde musgo, unas botas negras hasta los tobillos y un peinado recogido fino ocultando su cabello negro. Ella no parecía dispuesta a mirarme porque no se movió cuando habló.

—Dicen que eres hija de René Dwyer —no sé cómo supo que estaba despierta, pero eso no importó, no me mostró su rostro. Siguió mirando al frente y yo solo admiré su porte, era sofisticada —. Te ves como ella cuando escapó del orfanato. Tienes los mismos golpes en tu rostro —murmuró antes de cerrar las persianas y girarse. Era mayor, parecía tener unos sesenta años cuando realmente tenía cuarenta y cinco, eso lo supe bastante después. Sus ojos eran café oscuro y tenía una nariz pronunciada. No era hermosa, era solo una señora, alguien común y corriente.

—No me conoces —afirmó sin acercárseme.

—Es obvio que estoy en desventaja. Ni siquiera sé quién es René Dwyer —mentí siendo brusca y ella sonrió abiertamente viéndose fría.

—Las desventajas son para los débiles. Las mujeres usamos lo que tenemos para llamar la atención, y conseguir lo que queremos. Incluso información.

—Espero no creas que soy como mi madre. No soy una puta. Aunque te aclaro que lo único que sé de ella es su primer nombre.

—Entonces si sabes quién era René pero respondiendo a tu pregunta, no. No lo creo, no eres una puta. ¿Quieres que te diga lo que veo en tí?

Sus ojos brillaron con malicia cuando hizo esa pregunta entonces respondí

—Quiero que me digas quién eres. O lárgate y no me quites el tiempo.

—tsk, tsk, tsk —chasqueó la lengua y dió dos pasos hacia mi antes de detenerse aún lejos de mi camilla —. Conocí a tu madre. Y soy mayor que tú. ¿Acaso Hyõ no te enseñó a respetarlo?

—¿Quién te dijo que el respeto se lo merece cualquiera? —me levantó una ceja y luego movió su mano quitándole importancia

—Si quieres dejar los tecnicismos de lado, hace muchos años, cuando no eras ni siquiera un maldito espermatozoide en los testículos de tu padre bastardo, me llamaban Luciana. Mi nombre ahora es Amaya. Amaya D'angelo.

.

.

.

El teléfono sonó haciéndolas saltar a ambas, sacándolas de su trance. Isabella se movió hacia el celular y lo levantó sin hablar al responder ella solo escucho

—Parece que necesitaré más tiempo.

—¿Te has quemado en el infierno?

La voz al otro lado se rió ante la pregunta de Isabella, quien solo espero por una respuesta.

—Abre bien los ojos. La modelo, esa sanguijuela se llevará una sorpresa.

—Odio que me hables como si supiera lo que piensas —declaró Isabella, la persona al otro lado se rió de nuevo antes de responder

—Dicen que en el desierto los hombres ven mujeres hermosas en fuentes de agua. Y esa es…

—...La debilidad de un pendejo que no cuido de su agua para atravesarlo —terminó Isabella y se imaginó a la persona sonriendo.

— Entregaré la información personalmente. Mañana.

La línea se cortó y eso la hizo maldecir antes de darse la vuelta para ver a Rosalie fijamente

—¿Vas a decirme qué le pasa a Emmett?


Hyõ es el primer hombre que amo a Isabella con todo su corazón, yo amé escribirlo, aquí vemos a Edward intentando cuidar de esta mujer dura y maltratada pero el dolor en ella es complicado y oscuro, Isabella está a punto de descubrir que es lo que Charlotte está escondiendo y porque Emmett está actuando tan raro. No se olviden de Amaya, es parte importante de la historia. Espero que este capítulo les haya gustado. Jo, gracias por tomarte el tiempo de subir la historia, eres grande.

¿Reviews?