Disclaimer: Historia que sabemos, nada de lo que puedan reconocer es mío.
Advertencia: Esta es un fic que menciona temas delicados, como guerra, abuso, desnudos, alcohol...
Al caer las armas
MissKaro
Parte IV
Hans lanzó una carcajada al atrapar a su hijo antes de que causara un desastre en el cumpleaños de su cuñada. Canturreando "patel, patel, patel", había corrido en dirección al postre del día, ansioso de probar otra creación como la de su reciente aniversario de vida, del que aun hablaba en sueños.
De hecho, en ese momento creía que seguían en su celebración y no en la de su tía, pese a las constantes repeticiones de los demás que era la fiesta de la reina. Con dos años, pedían demasiado al querer que supiese distinguir, pero no perdían nada en intentarlo.
Johannes se cruzó de brazos con un mohín.
—Tienes que esperar a que lo partan y le den a los invitados. Es un pastel grande para todos —amortiguó, juguetonamente pellizcando su nariz para cambiarle el semblante.
—Patel grande —repitió Johannes riendo, señalando la gran obra, significativamente distinta a su íntima torta. El cumpleaños de la reina era un evento a mayor escala, aunque todavía no abierto a dignatarios extranjeros.
Con su hijo en brazos regresó al sitio frente al escenario creado para la fiesta, donde actualmente se presentaba una obra dirigida por Olaf. Solo Elsa se había percatado de la huida y persecución de Johannes, pero ella era la siguiente en pasar, por encargarse del cántico especial de la ocasión, y no podía irse por mucho tiempo si el niño se escondía… como confiaba en él para estar atenta al pequeño en esos momentos de inquietud.
Ella estaba nerviosa, hacía indefinido tiempo sin haber cantado en público y, además de su naturaleza insegura en cuanto a que las cosas salieran mal, temía que se paralizara debido a una indeseable memoria grotesca. Podían espaciarse más con el tiempo, pero seguían siendo una realidad para ambos, sobre todo cuando la estaban pasando bien, como si necesitaran castigarse por estar vivos.
A él le molestaba que continuaran en Elsa, porque en su caso le servían de recordatorio para mantener una buena actitud y no arruinar el mundo que tenía ahora. No había merecido una segunda oportunidad, pero el destino le había ayudado a que cayera en sus manos y la atesoraría como a los diamantes. En cambio, ella siempre había sido una persona recta y de buenos sentimientos y cargar con eso era injusto, no tenía egoísmo en su cuerpo que controlar.
(Comprendía que su gran corazón la hacía más sensible y era lo que hacía tolerable verla vivir con eso.)
Elsa cogió aire con fuerza cuando la obra iba a finalizar, se despidió de ambos y se perdió entre la multitud antes de aparecer cerca de los escalones del escenario.
—Allí está mamá —le indicó a Johannes, que aplaudió a la visión de su madre haciendo brotar brillo de sus manos, instruyendo a su tía para que subiera y se colocara al centro.
La reina siguió el mandato de Elsa, quien empezó a cantar al tiempo que ascendía los escalones y continuaba lanzando luces diminutas a su alrededor, hasta llegar a abrazar a su hermana, donde permaneció hasta el final.
La interpretación fue espléndida, sin incidentes, y nada empañó el orgullo de la rubia en el transcurso de la tarde.
Como resultado, en la noche, Elsa se mantenía activamente feliz después de acostar al rendido Johannes.
Hans sonreía, contento de que la experiencia del día fuese grata para ella.
—¿Podemos hablar en tu dormitorio? —pidió Elsa en voz baja.
Asintió, espiando un segundo más a su hijo antes de encaminarse a la puerta de conexión. Sin voltear, supo cuándo ella se apartó del pequeño.
—Encenderé más luces —anunció, adelantándose al entrar a sus aposentos.
—No.
Se detuvo y giró al oírla, descubriendo con asombro un fulgor especial en su mirada, la cual resaltaba a pesar de las pocas lámparas con flama.
Su esposa le tendió su mano extendida y él tiró de ella, que no se impulsó en su dirección, sino que comenzó un seductor caminar lento, destacando sus caderas al moverse.
Tragó saliva, sintiendo que se encontraba en un momento álgido para los dos. Habían llegado a acariciarse sin perder la ropa, quedándose tentados de más, pero ninguna vez lucía tan prometedora con esa.
Ella se pegó a él y enroscó sus brazos detrás de su espalda, colocándose en puntillas para reunir sus bocas ansiosas. La besó con esmero, primero despacio, saboreando el momento, aumentando el ritmo conforme caminaba de espaldas hacia su lecho. Sus lenguas se conocían la una a la otra y paladeaban aquel instante con el mismo gozo de siempre.
Recostó a su mujer en la cama, apenas apartándose de ella, dejando sus manos vagar como lo hacían las suyas, tomándose toda la eternidad para congraciar cada parte en su memoria, hasta reemplazar la absoluta torpedad de su primera ocasión juntos.
—Te amo —musitó ella sobre su boca, repitiéndolo tan melódicamente como el canto de esa mañana.
La desvistió escuchándolo, mientras besaba los maravillosos rincones de su piel, amándola a toda ella del modo que nadie más lo haría. Su esposa era perfecta, la maternidad le había dado mayor singularidad y apetencia a su cuerpo, digno de alabanza en las formas que fueran posibles. Deshacerse de las múltiples capas cubriéndolo era igual que un regalo de cumpleaños y nada le complacía tanto como saberse indiscutible dueño de él.
Le gustaba incluso no haber conocido a otra mujer que enturbiara a su memoria, haciéndole saber más de lo que averiguaba con ella.
Una vez plena sin ropajes, se concentró en la cicatriz del disparo, que besó agradeciendo no se la llevara.
Ante eso, Elsa se conmovió y sujetó su mano.
—Mira hasta dónde hemos llegado —susurró amorosamente y lo atrajo para besar su boca de nuevo.
Ella lo desnudó con movimientos inhábiles y apreciando lentamente la ocasión. Su figura era atlética, con signos de las dificultades pasadas y realmente nuevo para sus ojos casi inocentes, pues solo sabían lo que ocultaban los calzones de un hombre gracias a la exigua educación femenina, el arte y la maternidad de un varón. Eran increíbles las diferencias entre edades y sexos y lo que podía efectuarse al encontrarse entre ambos. Le acarició, como lo hizo él con ella, aprendiendo y comprendiendo las maravillas que podían provocarse con las puntas de sus dedos, sus palmas, sus manos y sus bocas.
Mirándose cómplices, se identificaron medianamente torpes, sin demeritar su entrega, acompañando la falta de experiencia con la intensidad de sus sentimientos, descubriendo las extraordinarias sensaciones que podían resultar de un acto realizado con amor, donde la pasión adquiría un matiz diferente, aunque no menos excitante que su mutuo arrobo.
Elsa lo recibió en su cuerpo con sorpresa y anhelo, palpitando de mil maneras posibles, hasta que los embistes de él produjeron una inexplicable respuesta en su ser y gimió casi al mismo segundo en que su esposo lo hacía, abandonando en su interior su briosa simiente.
El amor no le provocó rechazo en ese acto prístino, sino una sonriente reacción al abrir los ojos y todavía sentirlo en ella, respirando en un ritmo parejo al suyo, en la impresión de que sus corazones eran uno solo.
Era tan grato no recordar cada pequeño detalle de la concepción de Johannes y contar con ese magnífico intercambio para pensar en su primera vez. Años atrás eran otras personas y quienes eran en la actualidad habían compartido ese esplendor; sin rencor, sin dolor, sin culpas y sin obligaciones, solo dos almas mostrando su cariño.
—Te amo, Elsa —le dijo Hans al oído, expresando en voz alta lo que había gritado con sus acciones.
Sonrió y se arrebujó a él cuando los giró sobre sus costados, colocándose de soporte y manteniendo un poco de su intimidad en ella.
—No creo que hubiese sido mejor con cualquiera —advirtió acariciando su hombro.
Él rio, haciéndola brincar suavemente.
—Valió la pena ser poco hombre.
Puso los ojos en blanco, sin replicar. Él y su orgullo.
—Estoy irremediablemente unido a ti y no me arrepiento, ni lo haré los próximos cincuenta años —le encantó oír eso—. ¿Crees que… podamos tener más hijos? Es una consecuencia… ya sabes cómo ocurrió.
Suspirando, lo pensó unos momentos, debatiendo el sueño y la realidad.
—Para ser franca, me gustaría, amo a Johannes y no cambiaría a Anna por ser hija única, pero con mi edad no creo que vengan más. Siento si te decepciona.
—No es así, soy… soy feliz con nuestra familia, Elsa. —Su voz lo denotó. —Vaya que lo soy, nunca creí serlo, y si tenemos más hijos, lo seguiré siendo, como si no. Tengo más de lo que mereceré nunca. Solo quería saber que no estás en contra.
Ella se irguió para mirarlo a la cara.
—Oh, no, me encantaría ver si el cabello rojo sigue ganando, lo adoro.
Hans, con los ojos brillantes de amor, se acercó para besarla.
No tanto como yo a ti, le transmitió.
Dos cosas graves pusieron en alerta a Hans en un parpadeo, mientras apagaba los recuerdos que querían surgir del fondo de su mente, animados por el sentimiento alarmante.
A metros de distancia, Johannes caía al suelo. Y, no tan lejos de ella, Elsa salía del castillo más blanca de lo que era.
Se apresuró al encuentro de su hijo, cuidando de no resbalar como él por la aguanieve, buscando a su vez a su esposa, quien ya se aproximaba preocupada hacia su retoño, el cual lloraba.
—Ven, Johannes. —Él llegó primero a su niño, que se dejó hacer, quejándose de dolor. En su antebrazo vio un hilillo de sangre y apretó los dientes, sacando un pañuelo. —Papá está aquí, Jojo.
Su hijo se escondió en su pecho hasta oír la voz de su madre, a la que rápidamente buscó y pidió como consuelo. Era su costumbre y Hans ya había aprendido a no ser celoso de su preferencia, resultaba natural que buscara mayor cobijo de la fuente que lo tuviera en su seno.
Además, se mantenía sujetando su mano, requiriéndolo también.
—Mamá, me luele. —Johannes gimió al sentir que Hans presionaba el pañuelo contra el corte de su brazo, que debía haberse hecho con una piedra puntiaguda.
—Lo sé, mi amor, mamá y papá te ayudarán.
Él le puso una mano a ella en la espalda para entrar a casa y se quedaron en la cocina vacía. Buscó jabón para limpiar la herida, haciéndolo con la mayor delicadeza del mundo, frente a las protestas de su hijo, hasta descubrir que ya no sangraba. No era lo suficientemente profunda para requerir costura, pero sí necesitaría cuidados por las infecciones, sobre todo a principios de diciembre.
Se maldijo por no ser más atento. Era imposible evitar un accidente; no obstante, debía haber estado en un lugar menos peligroso.
Elsa negó, como si leyera sus pensamientos.
Johannes dejó de sollozar. Se concentró en la leche que Hans sirvió, sentado al regazo de su madre.
—No es la mejor temporada para una herida… a veces me duele mi cicatriz por estas épocas.
Sin apartar la mano de la cabeza de Johannes, se inclinó para besar la sien de ella.
—¿Qué sucedió? —preguntó en voz baja, cambiando al inglés para que su hijo no comprendiera toda la conversación —apenas comenzaban a enseñarle lo básico—; el rostro de ella le hacía sospechar que no era un tema agradable para el niño.
—Estaba con Anna… Le llegó noticia de un conflicto en el sur —él se tensó—, se resolvió rápido.
Aun así, su mente absorbió las implicaciones que su semblante sugería. Todos los días existía la posibilidad de que las cosas escalaran y se desatara una nueva guerra de gran magnitud.
Era una incertidumbre difícil de digerir.
—El conflicto desarrollado no alcanzó a más, porque los reinos todavía se recuperan de lo anterior y no iban a entrar en otro conflicto bélico en malas condiciones… Aunque fuese pronto, habrá quien sufrió por ello.
Asintió.
—Anna está próxima a dar a luz… no estoy segura, creo que trató de disimular, pero debió adelantarse su parto al recibir la información.
La voz de Elsa se quebró hacia el final. Apretó los labios por la preocupación a la que sumía a su esposa, agravada con la caída de su hijo.
—Estará bien, son hermanas muy fuertes.
Elsa negó. La inseguridad de los acontecimientos de un parto no le suscitaban tanta consternación como la posibilidad de que el destino fuera cruel y trazara un camino que convirtiera todo en un ciclo. Era lo primero que había pensado cuando su hermana leyera la misiva en voz alta, blanca como la cera.
Cogió la mano de su bebé y la besó, controlando su miedo por él. Era su fortaleza, no sería débil porque tenía a quien dependía de ella y saldría adelante como lo habían hecho, con la ventaja de haber aprendido del pasado. Y debía mantener la esperanza de que la vida para Johannes sería pacífica.
No se reprendió por flaquear, era natural y la indiferencia significaría haber perdido su lado humano.
—Irá bien. Me estremeció porque, la última vez… Agnarr estaba recién nacido. Esa felicidad quedó empañada rápidamente, no quiero que la historia se repita.
—Y no lo hará, ahora yo estoy aquí para evitarte cualquier imposición que te hagan, hermosa. Pasaría por ese y todos los infiernos para no condenarte a ti y a nuestro hijo.
—Solo estoy exagerando, después de la tormenta, viene la calma. Pero, pase lo que pase, Hans, promete que te cuidarás… me importaba tu destino cuando no éramos nada, ahora eres parte de mí, tampoco podría vivir a gusto si te pasa algo, no solo por Johannes.
Él volvió a besarle la sien, demostrando lo que había aprendido sobre el afecto en los años viviendo ahí y que se adaptaba bien a lo amorosa que era ella.
—Quisiera prometértelo, pero no planeo mentirte. No haré nada que los ponga en peligro, ni que las consecuencias de mis acciones puedan tocarles. Me cuidaría; sin embargo, ustedes, mi familia, siempre serán mi prioridad y no pensaré en mí primero.
Si Elsa requería alguna muestra más de que ya no predominaba el egoísmo de antes, esa era suficiente.
(Y era otra razón por la que no la dominaba la debilidad.)
El parloteo dormido de Olaf y un ronquido de Agnarr provocaron risitas en Johannes, que se cubrió la boca y negó hacia sus padres recordándoles que no debían hacer ruido, aunque era él quien estaba ocasionándolo.
Hans compartió una mirada divertida con su esposa, quien igual trataba de contener la risa por la actitud de su pequeño, justo la debida para sus inocentes tres años, y que mostraba las mejores cualidades de los dos (más de su lado materno). Detrás también estaba el alivio de que sus únicos ingresos a hurtadillas fueran para temas familiares como ese o las excitantes escapadas de ellos para compartir intimidades, tan distintos a unos sucesos que afortunadamente se hacían historia y más lejanos en el calendario.
Llegaron a la cama de su hijo y este se subió con agilidad, creyéndose tan independiente como muchas veces en el día y que había sido reforzado al tener una cama alejada de los aposentos de sus padres… en una habitación con su primo.
La decisión había sido tomada por los cuatro, a partir de las experiencias agradables que el compartir había dejado en los tres arendellianos. Querían, asimismo, que crecieran como familiares que confiaban el uno al otro, sintiendo hermandad, en la que más adelante también pudiera unirse Elisja, el otro hijo de Anna. Sus edades no estaban muy separadas y Olaf se adaptaba en las ocasiones que se unía a los niños.
El cambio había sido menos difícil para Elsa, en contraste a las dubitativas noches de dejar a Johannes en una habitación solo, por este no recibidas con la misma emoción loca que al saber que tendría un dormitorio con Agnarr.
Su esposa y él se sentaron en la cama a esperar que su hijo se durmiera, agotado de una tarde con sus padres en la montaña.
—Te amo, mami. Te amo, papi —dijo Johannes antes de acomodarse abrazando las sábanas, animado por las respuestas cariñosas de los dos y que en su vida no le faltarían.
Hans siempre contestaba dichoso, igual que la primera vez de haberlo oído. El "te amo, papi" de Johannes no se comparaba con la vez que Elsa le declarase su amor. Si pensaba que había sido indescriptible cuando le había llamado papá, escuchar esa frase por primera ocasión lo había derrumbado, siendo como era el producto de su relación con su hijo, la cual nunca había alcanzado con sus padres.
Cierto que Elsa había sido la primera en decirle de su amor, pero estaba a un nivel muy diferente. Se sentía como el rey del mundo al saber que su hijo lo apreciaba y no solo le toleraba porque la providencia había querido que tuvieran la misma sangre.
¿Cómo sus padres habían podido vivir con la indiferencia? No lo sabía ni querría averiguarlo.
Elsa le apretó la mano señalando que su pequeño se había dormido y se levantaron en silencio, despidiéndose con besos suaves en su frente, no lo suficientemente fuertes para despertarlo. Luego abandonaron el territorio infantil para ir a su dormitorio, que ahora ocupaban ambos, al menos desde hacía unos días.
Aunque mantenían relaciones maritales y llegaran a dormir en la misma cama hasta antes del amanecer, cuando ella volvía a su lecho a descansar unas horas más, apenas habían hecho oficial el arreglo, mezclando sus pertenencias. Lo habían aplazado porque temían de las pesadillas que sufrían ocasionalmente y el respingo de encontrar otro cuerpo a su lado; si a veces a ella o a él les asustaba que Johannes se metiera bajo sus sábanas, estuvieran los dos juntos o separados… no habían reaccionado mal todavía, pero recelaban de hacerlo de manera inconsciente.
No habían tenido apuro, el amor existía y había diferentes formas de manifestarlo; así también, las relaciones y la vida se llevaban al propio ritmo, siempre y cuando no dañaran irreparablemente al otro, con la intención de hacerlo.
Del mismo modo que sucedía con el sexo, que ambos habían coincidido estaba sobrevalorado en su necesidad dentro de una relación de pareja. Lo disfrutaban y estaban a la par en sentir que "no podían apartar las manos del otro", pero no lo hacían todos los días, satisfechos solo de tener el calor de su amante cerca. Entregar sus cuerpos a ese nivel de pasión era un agregado y su amor no se marchitaba si no sucedía, haciéndolo más valioso y una prueba de que, al envejecer, el no poder tenerlo más no mermaría su vínculo.
Y no diría que era falta de gusto. Ella adoraba todas las caricias que él le daba, el regalo de placer de sus manos, boca y miembro, y alcanzaba insospechables alturas de éxtasis en sus brazos. Más aquellos momentos que eran antecedidos por un desacuerdo, resultando en sus ánimos movidos.
Sonrió para sí, viéndolo subirse a la cama mientras ella se dirigía al baño para asearse. Cuando salió, lo encontró concentrado en la lectura de Moby-Dick, cuyo interés había nacido de ella y él había comenzado a hojear también, a pesar de haberlo leído.
Se encaminó hacia la cama después de apagar la lámpara en su tocador. Hans abrió su brazo izquierdo y ella se acomodó a su costado para aprovechar los minutos de lectura que podía tener en el día, libre de sus ocupaciones como madre, esposa, hermana, tía, amiga y Embajadora de los Northuldra.
Ella movió las hojas por él, hasta alcanzar el capítulo donde se había quedado. A continuación, su esposo comenzó a leer en voz alta, con el tono adecuado para encantarla; ella cambiaba las páginas, sin indicación intuyendo el momento en que correspondía.
Le detuvo al llegar al final del capítulo, pensando que el día había sido bastante agotador y merecían ese descanso.
Sumieron la habitación a la oscuridad y se metieron debajo de las sábanas sujetados de las manos, con la calma que habían luchado por conseguir.
Lamentablemente los fantasmas estaban por ahí, ocultos atrás de las paredes; pero si no les asustaban demasiado, podían convivir juntos. Estaban en los sueños, en días bajos o en noticias de enfrentamientos en otros lugares que causaban miedo por el futuro o lo indefensos que podrían estar si algún día su hijo tuviera que participar, mas habían comprendido que sus vidas no debían detenerse y confiar en que algo bueno saldría más adelante, como lo había hecho ya. Gracias a la familia y el amor, podían salir triunfantes.
La guerra los podría haber convertido en huraños o locos, y su hogar lo había impedido.
(La maldad, la bondad, el miedo, la valentía, el odio, el arrepentimiento, la guerra y la paz, y miles de cosas más, existirían toda la vida. Quizá llegaría el día en que lo peor no sería una opción, pero con seguridad no estarían ahí para verlo.)
Cuando Hans acarició la frente de Elsa con su dedo, los pozos azules de su esposa se tornaron como la miel, feliz ante el gesto. Él sonrió guardándose para sí que su brazo se cansaría de tenerlo en alto, abrazados como estaban, pues era menospreciable hacerlo al comparar sus estados; ella estaba encinta, entre cinco y seis meses, y tenía mayor carga que la suya.
Afortunadamente, ella decía que ese embarazo era más disfrutable, porque en el anterior había tratado de sobrevivir sin apenas estar consciente de cómo estaba en el mundo. Incluso con casi seis años de diferencia en edad, el transcurso era bueno, hasta sentía más al bebé que con Johannes… algo que a él le encantaba experimentar, acariciando su vientre las veces que daba patadas.
En su interior, aguardaba por una pequeña niña que se anexara a su familia, no pelirroja, sino rubia, como no deseaba su esposa, pero en realidad su plenitud se mejoraría cuando naciera un bebé sano y la madre estuviera bien. Tenía el presentimiento que así sería, ya no tan negativo hacia la felicidad como antes; había madurado y se enorgullecía de la persona que había sido el último lustro, capaz de ser digna de su familia, como de las amistades que había forjado con habitantes de Arendelle y apoyando en el departamento de Información y Documentación del reino.
Se sentía pleno. Sabía que si no hubiera tocado fondo en la guerra, no estaría allí, y se limitaba a no pedir más, a no ostentar poder, porque su vida había sido mejor al olvidarse de buscarlo. Probablemente habría vivido bien si desde antes hubiese entendido que no era eso lo que necesitaba, sino la compañía y formar parte de algo y de alguien. Ser padre y esposo le daba muchas cosas, más fuerza y más valor, lo hacía sentir bien, y reconocido por él mismo.
Por no olvidar que tenía tantas cosas en su mente y en su día a día, de los suyos, que no le daba tiempo de pensar en sus aspiraciones pasadas y en tratos egoístas. Nunca se comportaría con la abnegación de un santo o la de su esposa, pero sí mostraba la educación que había recibido y no se sentía hipócrita o amargado, sabiendo que su comportamiento era por y gracias a su familia.
Y procuraba mantener ese entorno de amor, que le preparara para el momento de contar a sus hijos lo que había hecho hacia su madre.
—¿En qué piensas? —preguntó Elsa sin apartar la mirada de Johannes, el cual jugaba con el perrito que le había regalado Ryder en su última visita al norte.
—En ti.
Vio sus mejillas ruborizarse.
Cómo la amaba.
Y agradecía que ella lo amara.
Al descubrir que estaba embarazada, habían hablado del enamorarse. Nunca sabrían si habrían sentido amor por otras personas, o una relación apasionada y loca como la que hablaban algunos, pero habían ido encariñándose con el otro por el tiempo; podían no haberse enamorado, claro, mas lo habían hecho, y ninguno lamentaba estar juntos. Había sucedido después de convertirse en amigos, tras conocer a las personas en que se habían convertido y el placer había sido una extensión del amor cultivado. No era resignación a sus circunstancias, sino el amor de forma adulta.
Él, acostumbrado a lo superficial, necesitaba de conocer más allá de alguien para que le significara algo. Ella, creciendo temerosa del exterior, se sentía más cómoda con el interior de otra persona, también valorado en su familia. Solo habrían podido atraerse y enamorarse de alguien por lo que había detrás de este, y por eso nunca lo habían hecho hasta entonces, ya que no se habían permitido ver lo profundo de otra persona. En sus casos, la esencia encontrada era un complemento a lo que les hacía falta y con tanto por dar, que sin quererlo habían terminado atrapados irrevocablemente por el otro. Y eso era un vínculo duradero, la atracción se escapaba de la vista, era pura alma.
Solo los acontecimientos derivados de la guerra les habían permitido hallar ese punto. Lidiarían con sus consecuencias toda la vida; sin embargo, no todas eran malas.
—Como te aseguré una vez, luces espléndida con tu cabello así.
Ella lo tenía a la moda, corto, y había dicho que serviría para un bebé, acostumbrado a jalarlo.
(Esas palabras se repetirían en su vejez, tras asegurarle lo espléndida que estaba y no solo su cabello.)
—Lo recuerdo, cuando volviste —Elsa sonrió—. Ese día parece muy lejano.
Sin duda, lo era.
(Lo sería.)
NA: ¡Hola!
Alcanzada esta última parte, comprenderán por qué es un short-fic, que casi pudo terminar en formato de long-shot. Hay mucho que pudo escribirse para un fic largo, pero creo que habría sido demasiado para poder completarlo como conseguí con este (la persona que lo desee puede sentirse libre de utilizar la idea, no es que sea muy original).
Y pude concluirlo antes del 26 de octubre, cumpleaños de Jin. .
Dato curioso, el hijo de Anna tiene el nombre el nombre de Elías, lo más varonil que se acerca al nombre de Elsa.
Espero que les gustara y puedan estar ahí para mi próxima historia.
Besos, Karo.
Guest: Talking always helps, though in different measure for each person (but the term should be expressing, because some prefer to write down). Hans tried to be honest with her and it helped them both, to the point of last scene ha,ha. Thanks for r&r. Take care.
