Después de ser mordido por una culebra, aparentemente mientras dormía, Manuel necesitaba una revisión. El dolor había aparecido mientras salía a desayunar con el resto de la tropa.
Él decía que no era nada, pero su mentor insistía en que debía ir a su carpa para verle.
– Si alguien muere aquí, no quiero que sea por la mordida de un gusano.
Alguien en el fondo dijo que no creía que fueran venenosas, pero el de rango más alto no lo escuchó y se llevó al chico.
Ambos entran, el prusiano exhala, pues ya estaba cansado de la mala suerte que tenía Chile desde que lo conoció. Parecía que su gracia se fue junto a la guerra que acababa de ganar.
—Muéstrame dónde te mordió
—No sé, pero me duele al costado. — respondió acariciando la parte derecha de su abdomen.
Prusia, con su misma cara de póquer, le dice que se saque la parte de arriba de su pijama.
Manuel se da vuelta para no sentirse tan al descubierto pese a que ambos eran hombres, y apenas terminó de desnudar su torso, escuchó un silbido en picada desde atrás. Se giró con una cara de hastío lista, no pensó que su travesía contra las burlas de Gilbert iba a comenzar tan temprano, ni siquiera esperando a que desayunasen. El prusiano sabía de sobra que el chileno detestaba su compañía.
Con las manos atrás, posición que acostumbraba a hacer, el militar se paseó lento por alrededor de su persona. Manuel, por su parte, no entendía por qué le miraba de distintos ángulos, si acababa de señalar dónde era. No quería pasarse rollos, aunque ese fuera su deporte favorito.
Como era de costumbre, Gilbert dijo algo que no tenía nada que ver.
– ¿Así que con esos bracitos sujetaste todo este tiempo la infantería más pesada?
"Si hace todo pa' puro molestar..." Pensó el castaño.
— ¿Y se ve algo o no? — dijo, intentando hacer volver al prusiano al tema.
Prusia lo ignora y sigue con su monólogo.
— Solo bromeo, ni siquiera sabes lo que es un verdadero rifle – dice sacando precisamente uno desde atrás del velador.
— Les iba a mostrar esto el viernes, pero tu tendrás el privilegio de verla ahora.
— Y la herida...
— Claro que no me caso con ninguna — decía mirando su Mauser — para qué comprometerse con una sola, teniendo tantas — rió.
Ese tipo de chistes eran pan de cada día, y de hecho ya lo había contado en varias ocasiones. Nadie se reía. Al principio de todo Manuel sí, pero como buen sínico, era para agradarle a su nuevo "jefe".
— ¿Tú tienes alguna chica, muchacho? ¿Alguna con la que te hayas hecho hombre al menos? Para mí, estos meses sin mi Elizabeta han sido difíciles. Pero lo bueno es que ahora tengo el brazo más fuerte — rió solo, de nuevo.
— ¿Me vai' a ver la cuestión o me voy?
— Silencio, estaba hablando — le paró en seco —. Y esas cosas ni siquiera son venenosas, tonto.
Se acercó hacia el joven a paso lento, quien tampoco planeaba quitar sus ojos serios sobre los rojizos, incluso si esto implicaba quedarse mirando hacia muy arriba cuando estuviera frente a frente con el europeo.
Estando ahora a un centímetro de distancia, sin dar pistas de lo que podría pasar, hace algo.
— Toma — le extiende el arma.
Manuel la recibe, pues dudar de sus movimientos fue motivo de reprensión desde el día uno. Se tuvo que contener de preguntar qué quería que hiciese con eso, y solo dejó que los guantes helados se posicionaran desde atrás, para guiar sus bracitos.
– Vienes saliendo de una guerra contra dos países y no estás seguro de cómo agarrar un fusil.
– Tú sabes que sí sé — dijo haciendo énfasis en el "sabes", mientras se ponía en posición, entregándose a la provocación de Prusia.
Los brazos que rodeaban los de Manu, y que doblaban su tamaño, lo hicieron apuntar hacia una pared.
– Entonces, dispara.
Manuel resopló también y solo lo hizo. Pero lo hizo mal.
En menos de un segundo, sintió un fuerte golpe duro y frío en su mejilla. Manuel deja caer el arma emitiendo un quejido ahogado y las típicas palabras obscenas cuando hace algo que no resulta como lo esperaba. Se toca el rostro mientras se tambalea hacia atrás. Acababa de ver estrellas.
– ¿Ves? No tienes idea.
– No me dejaste alejar mi cara de la culata del fusil.
– Solo fuiste orgulloso y no pensaste bien antes de hacerlo.
– ¡Sabías que el retroceso de esa wea iba a ser mayor y más fuerte! ¡Gracias por avisar, weón! –más quejidos se asomaban sin piedad, el impacto fue tal que los dolores comenzaron a salir de a poco, pero intensos.
Gilbert se acerca nuevamente para agarrarle de la muñeca y sacudirla en el aire. Manuel la aparta, pues también se la había lastimado por el movimiento brusco del fusil, y se la llevó de vuelta a la cara. El dolor de su mandíbula llegaba hasta el ojo, que se iba tornando de un color que terminaría de asentarse probablemente mañana.
Manuel dejó que sus sentimientos, quizá los últimos cimientos de su adolescencia, se evidenciaran ante el prusiano. Le cuestiona con mucha pena en su voz.
– ¿Por qué eres tan cruel? No eres así con nadie más...
– Malagradecido, podría estar haciendo nada y aun así me pagarían. Pero te doy lo mejor que tengo y así estas ahora, llorando y preguntándome porqués. Ve a llorarle a los congresistas, seguro están interesados en saber qué piensas de todo esto.
– De haber sabido que eras así, nunca habría aceptado tu ayuda – su voz intentaba mantenerse en alto, pero el temblor de ésta y los intentos fallidos de reprimir sus sollozos no ayudaban en nada.
– No debiste meterte en esto si no tenías idea de lo que venía. Acabo de salir de conflictos con el mismo Napoleón para así enseñarte todo lo que me ha tocado aprender por mí mismo. Mientras que tú ahora gozas de acceso a clases personalizadas, por el mentor más asombroso de todos —agregó, enalteciéndose solo para hacerlo aún más desagradable para el recién golpeado.
– No eres na' de esas cosas. Eres un matón, Gilbert. Te desquitai' solo porque te ven la cara en Europa. En el ejército se habla hace rato de que te están cagando. Tu señora la debe estar pasando bien con el australiano, parece.
– ¡ES AUSTRIACOOO!
Manuel se sintió un poco avergonzado, pero de igual forma continuó:
— ¡Es la misma wea, un país que queda a la chucha igual! Da lo mismo, te estan cagando con él.
Le dieron ganas de golpear su rostro numerosas veces, tanto por su falta de respeto como su ignorancia, justo en el mismo lugar donde había recibido el fierrazo de la Mauser. Cómo iba a confundir a Roderich, una nación con verdadera historia, tanto como él, con un país que apenas se había consolidado. Pero sobre todo eso, lo que dijo de su novia húngara; eso sí lo hirió, a su hombría y a su corazón. Lo cierto es que era un rumor que cada vez parecía ser aún más cierto y a Gilbert le daba miedo.
Bajó el volumen de su voz para poder herir no solo a golpes, sino con palabras como lo estaba haciendo Manuel. Era un chico respondón, no tan violento físicamente, quizás porque sabía que no tendría oportunidad contra él, pero sabía compensarlo con esa lengua filosa.
– Y aun así, estás destinando toda la plata del fisco para poder ser como yo.
– No te creáis la gran cosa tampoco... Solo estás reemplazando el modelo franc-
— Ya me hartaste — sin dejarlo terminar, Gilbert lo toma por el pelo y lo obliga a seguirlo hacia su habitación — es muy aburrido hablar contigo — dijo lamentándose con un tono de ironía en su voz.
Evidentemente no tardó ni una oración haciendo uso del don de las palabras, para volver a sus soluciones prácticas; de guerras; de hombre.
– Te ves tan estúpido queriendo llevarme la contraria. Creyendo mentiras que dicen esos soldados amateurs – espetaba mientras empujaba el cuerpo débil de Manuel hacia la cama. – Pero si tanto te preocupa que Elizabeta rompa su lealtad hacia mí, ayúdame a vengarme.
Gilbert decía aquello mientras, llevado por la ira, se deshacía rápido del saco con medallas que adornaban su uniforme, seguido de la camisa negra que siempre iba acompañada de una corbata, pero quedándose con el pantalón.
Manuel, atónito y con la sangre helada, se removía sin mucho éxito. Los bloqueos de cualquier patada que pudiese dar no lo dejaban adelantarse ante los encierros del más grande.
– Tal vez sea cierto lo que se dice, pero después de esto no creo que quieras seguir comentándolo.
El instinto de supervivencia de Manuel, una vez agotada la opción de enfrentamiento físico, lo llevó a caer en desesperación y pedir perdón numerosas veces.
– Oiga, me equivoqué. Me dejé llevar y tiene razón, nunca más volveré a acercarme tanto a la culata mientras disparo, y sobre lo que dije antes, perdón. Lo siento, perdone – la voz de Manuel se había convertido en un tren, pero todo esto era en vano porque los dientes que se iban clavando en el cuello, hombro y pecho del joven soldado indicaban que no tenía intenciones de parar. Era tan doloroso que ni siquiera tenía una pizca de placentero. Incluso si Manuel había soñado numerosas veces que llegase ese día.
– El dejarte libre solo depende de qué tanto me hagas sentir como lo hacía ella.
– Por favor, esto me da asco.
– A mí también me das asco. Por eso no planeo meterme en ti.
Comprendió que para él solo era un objeto con el que desquitaba su ira día a día, y ahora su frustración por el sexo.
Prusia siguió desenmarañando cosas.
– Crees que no me di cuenta de que eres un degenerado, González. Eres un enfermo. Conozco a los de tu tipo... Sé cómo me miras y como te sientes en un grupo de hombres.
– De qué... – emitió un quejido debido a, lo que ahora, eran pellizcos –De qué hablai', qué sabí' tú, no sabí nada de mí. Nunca me pescai' pa' otras cosas que no sean humillarme y cansarme –. La presión de las grandes manos, que aún tenían puestas esos sucios guantes, sobre sus moretones recién hechos dolían, y mucho.
– Sabes de qué hablo. Yo solamente estoy con chicas. Pero como no eres varonil en lo absoluto puedo darme la libertad contigo — acerca su rostro hacia los oídos del prisionero — ¿Me dejas?
Manuel abrió los ojos de golpe, como si todo aquello hubiese pasado realmente. Ahora resulta que se encontraba en su saco, dentro de la misma carpa donde ocurrieron esos aberrantes hechos, pero que ahora solo albergaba tranquilidad nocturna y oscuridad; la frescura de las cuatro de la mañana, con el sonido fuerte de los grillos. Manuel sentía que aquel sonido lo acompañaba con su agitación producto de la pesadilla, y que a la vez le ayudaba a salir de esa niebla mental transitoria hacia el aquí y ahora.
Su respiración sonaba fuerte y rápido, como si le hubiera tocado escapar de lobos feroces en medio del bosque. Su cuerpo, sudando frío, y al lado un teniente albino distinto al que hace un minuto, en la cabeza de un chileno, había sobrepasado todos los límites de la inmundicia humana. Esta vez, realmente estaba ahí, en su momento más inofensivo, indefenso. Quizá para Manuel, una incitación a que se le quedara viendo un ratito, a sus pestañas claras que él comparaba con la nieve, que pocas veces ha podido verla en estos últimos años, ya que había estado muy, muy ocupado. Su cabello, en cambio, era como una avalancha: violenta y alborotada. Y así podría seguir divagando en metáforas hacia su aspecto tan llamativo.
Al terminar su pasatiempo favorito, Manuel recuerda lo enojado y culpable que se sentía ahora mismo. Su estómago se encoge entre más lo piensa. ¿Por qué su cerebro salía con cosas cada vez más oscuras a la hora de dormir?
La explicación que se dio a si mismo fue que, sin duda, era culpa de todas las situaciones extremas que le había tocado vivir con el mentor.
No lo malentiendan, Gilbert sí era una persona detestable muchas veces, no se abstenía de evidenciar todas sus experiencias bélicas a través de su personalidad ácida. Pero no era un mal tipo. La experiencia onírica de recién solo fue una mezcla de cosas en las que había estado pensando, y que de alguna forma se acomodaron como una historia destinada a atormentarlo.
No era la primera vez que esa extrema violencia aparecía en sus sueños con el prusiano, y si bien Gilbert era malo con él, no se acercaba tanto a lo que vio cuando lo llevó a su habitación, él jamás haría eso. "Ni siquiera se le ocurriría, le gustan las damas".
Siguiendo con aquella historia desquiciada, lo cierto es que hoy sí le había tocado hablar con Gilbert por un mal manejo de las Mannlicher de parte del ejército en entrenamiento. Y el prusiano le habló y le habló del calibre de las balas que ahora usarían, su alcance efectivo, y todo sobre la nueva arma que iba a reemplazar a las Mannlincher, y bla, bla, bla. Hablaba como si de un juguete nuevo se tratase.
Y sí, también estos últimos días, el chisme entre soldados en entrenamiento estaba en boga. Manuel se enteró de que aparentemente la nación que se había comprometido con Prusia se enviaba cartas con el austriaco; y sí, pensaba que era lo mismo que un australiano, y eso también le quedó dando vueltas.
Por último, y no menos importante, Manuel se siente culpable por sus pensamientos diarios. Desde siempre que los ha tenido, con distintos sujetos, pero siempre terminaba en lo mismo: nada. Y ahora, para su mala suerte, se había fijado en quien vino a revolucionar su ejército. Y bueno, esta vez tocó engancharse de alguien muy difícil de querer, pero extremadamente fácil de desear. Era lindo, y Manuel se dejaba impresionar fácil por las facciones del antiguo mundo. ¿Y quién no? –pensaba – ¿Por qué yo no puedo?
Aun así, pese a que su corazón sí lo sentía injusto, y adolorido, no quitaba el hecho de que quizás él quería que alguien le recriminara, y no solo eso, le hiciera sufrir las consecuencias severamente. Que hiciera sentir a Manuel asqueroso, mientras lo avergonzaba por sus deseos impuros que solo estarán bien si fuera hacia una mujer. No merecía convivir entre la gente que él consideraba normal, merecía miradas de desaprobación y aversión. Es lo que pedía en su interior, cualquier cosa que lo presionara a que algun día pudiera cambiar. Pero para nada pediría algo que se asemejara a la parte final de su sueño.
Era primera vez que Gilbert aparecía de esa forma, muy al contrario de como había sido en las veces anteriores que se apoderó de las horas de sueño del chileno; donde andaba haciendo cosas, quizás más atrevidas, pero con una personalidad totalmente distinta y más agradable para Manuel. La verdad es que ninguna de esas dos caras podría asegurar él que son la imagen del Prusia que ve todos los días. Quizás no había punto medio entre idealizarlo y demonizarlo.
Mira hacia el bulto grande que tiene al lado, subiendo y bajando junto a una respiración ruidosa pero tranquila, debido al sueño profundo de Bielschmidt. Ojalá que esté soñando cosas lindas, dice para sí. Se termina de tranquilizar y vuelve a dormir.
A lo lejos se empezaba a escuchar el sonido de la tierra siendo aplastada y removida por un cuerpo extraño, rastrero. Y acompañado de un muy cercano "tssss" serpenteante.
