CAPITULO 1
Karin miró por la ventana una vez más, el sol apenas se ocultaba y pensaba un poco obstinada lo mucho que le había molestado las dos últimas semanas en su casa. La verdad es que no sabía los detalles, nadie había querido contarle nada específico, pero si algo sabia era que su hermano había perdido sus poderes de shinigami después de una terrible guerra contra un tal Aizen. Había preguntado, había intentado averiguar, quería saber la verdad de lo que había pasado, que confiaran en ella, pero todos se negaban a hacerlo, insistían en tratarla como una niña, como si fuera débil o cobarde, como si fuera a llenarse de miedo ante la mención de hollows o shinigamis.
Le habría gustado que todo fuera distinto, que no la tomaran por tonta, y sobre todo, ver a su hermano feliz, pero uno no siempre podía tener lo que quería, y aunque a veces quería reclamarle sobre su comportamiento y sus mentiras, no sé sentía preparada. Si algo era cierto es que no quería lastimarlo más, ella aún podía ver espíritus y él ya no, pensaba que era como restregarle sal en la herida, una de esas difíciles de cerrar. No, lo único que podía hacer era intentar mantener la calma en medio del caos permanente que era su hogar.
Eso era justo lo que hacía su papá, aunque en su caso era distinto, si, ella trataba de mantener la calma, su papá trataba de mantener el caos. Fastidioso, molesto, impertinente, pero a pesar de sus defectos y estupideces, podía reconocer que había hecho un esfuerzo por mantener las cosas igual, que nunca había dejado de atacar a Ichigo con un golpe apenas verlo y llorar con quejas infantiles frente al afiche de su mama «!Masaki ¿Qué he hecho mal? Ya tus hijos no me quiereeen», era ridículo, pero la mala actitud y depresión de su hermano era como una sombra que cubría y contaminaba todo lo que tocaba, su papa solo intentaba ayudar de la única forma que sabía, «si tan solo Rukia-nee no se hubiera ido» pensó.
Extrañaba a Rukia, se había acostumbrado a vivir con ella, era divertido hablar en las noches y explicarle todas esas cosas del mundo de los vivos que no entendía. A veces era como una niña inocente y perdida, sin embargo no le incomodaba, le gustaba tener esa presencia femenina y madura en la casa, algo que había faltado desde la muerte de su mamá a la que apenas recordaba, casi sin haberse dado cuenta su hermana mayor postiza, la tercera hija de su padre como él proclamaba había terminado ocupando un vacío que no sabía que existía.
—Ya va a empezar, bua ha ha ha —llamó su hermana desde la sala. Ya lo había olvidado, Yuzu había insistido durante horas que la acompañara a ver el último episodio de Don Kanonji, y aunque le daba flojera, y lo consideraba un show de imbéciles crédulos, no que Yuzu lo fuera, entendía que su hermana se sentía como ella, que no importaba la sonrisa o el desayuno siempre listo, mucho de ello era una máscara con la que enfrentaba todos los problemas que vivía su familia, lo había hecho siempre desde la muerte de su mamá. Acompañarla un rato era lo mínimo que podía hacer, por lo menos su hermana no era deprimente como su hermano, ni una idiota como su papá.
—Voyyyy…
Karin bajó por las escaleras preparándose para media hora de tedio, sus pies desnudos marcando sus pasos sobre la alfombra, el leve ruido del televisor filtrándose entre los sonidos de los autos y las personas que caminaban por las calles.
—¿Yuzu? —preguntó al ver a su hermana parada frente al televisor.
Algo estaba mal, pero no sabía qué. Karin sintió un escalofrió recorrer su cuerpo, apuró un poco el ritmo intentando descubrir lo que pasaba, los vellos se erizaron ante lo que pudo ver, Yuzu con la mirada perdida, congelada, sus brazos rígidos como si se hubiera convertido en una estatua, definitivamente algo estaba muy mal.
—¿YUZU? —Insistió saltando sobre ella, tomándola por los hombros y sacudiéndola furiosamente intentando despertarla, la bandeja con bocadillos que sostenía en sus manos cayó, pequeños fragmentos de vidrio se desparramaron al hacer impacto, y Yuzu como si nada, estática. Sus dedos se estremecieron ante lo fría que se sentía su hermana, ante el color pálido y enfermizo de su piel.
—¡YUZUUUUUUUUUUU! —gritó desgarrada entre sollozos y el desespero que repentinamente se había desatado en su corazón. Y sin embargo no era lo peor, una cadena había comenzado a formarse en su pecho.
Karin siguió gritando y agitando a su hermana, no podía ser, no podía estar muerta, las cadenas solo se formaban cuando alguien moría, era imposible, su hermana estaba bien hace segundos, la había escuchado ¿Cómo podía ser posible? Su gemela, su otra mitad.
—¡OTOUUU-SAAAN! —gritó Karin al ver las puertas abrirse de un estallido como si un animal muy grande las hubiera hecho explotar.
—¡Karin! ¡Yuzu! —exclamó su papá al ver lo que pasaba, y no como el bufón de siempre, su mirada llena de angustia y dolor al ver a su hija mayor en el piso mientras su hija menor lloraba.
—¡AYUDAA! —Karin no sabía en qué momento había caído al piso, pero ahí estaba, de rodillas, sujetando a su hermana entre sus brazos. Los pedazos de cristal mordiéndola y llenando de sangre la sala.
Su papá metió las manos en el bolsillo buscando algo apurado hasta que lo encontró, un dispensador como de caramelos adornado con una figura que no había visto jamás.
—T-t-tú… shini-shinigami —tartamudeó del impacto al ver el espíritu de su papa dejar su cuerpo, que había caído con un golpe seco como si de un títere se tratara. Era un shock, casi tanto como verlo uniformado de negro con una especie de capa blanca y algún tipo de pieza de armadura sobre su hombro.
—¡No funciona, no está funcionando! —gruñó su Otou-san con los puños apretados desde el piso mientras una luz amarillenta cubría sus manos—. Karin ¿Qué le pasó a tu hermana? ¿Dónde está su cuerpo?
—No… no sé, no-no sé —respondió ella sintiéndose completamente inútil—. La encontré a-a-a-sí —comentó intentando contener el dolor.
—¡Llama a Ichigo! —replicó él con una orden y una actitud muy alejada de sus payaserias típicas antes de ponerse de pie con Yuzu acunada sobre sus brazos como si fuera un bebé.
—¿A dónde la-la llevas-s? —reclamó ella corriendo detrás de su papá que parecía iba a irse con su hermana.
—Urahara.
—Yo-yo voy conti-ti-go. —Afirmó, no aceptaba quedarse sola en casa. No le importaba estar descalza, no pensaba dejarla sola.
—No puedo llevarte en esta forma. Llama a Ichigo y corre —fue toda su respuesta antes de dar un salto por la ventana y desvanecerse en el aire como si nunca hubiera estado.
Estaba atrapada, por mucho que lo intentaba no encontraba la manera de escapar, era una jaula, una prisión, un lugar oscuro y frio, sin luz, no había ventanas, no había nada, solo paredes negras y espeluznantes que golpeaba hasta más no poder, lo único que podía sentir era el olor de la sangre en sus nudillos, el miedo, el palpitar agitado de su corazón que hacia retumbar su pecho. ¿Qué había hecho ella para merecer eso? ¿Quién la había secuestrado y atrapado en ese lugar? ¿Por qué nadie la había protegido?
Se tiró al suelo desesperanzada, ríos de lágrimas corriendo por sus mejillas, apretó sus puños con fuerzas con ganas de gritar y sin poder hacerlo, queriendo pedir ayuda, que alguien la escuchara, pero ni eso podía, era como si su voz la hubiera abandonado, intentó abrir los labios una vez más deseando romper el hechizo bajo el que estaba, pero nada, algo los detenía, dolían, estaban pegados, cosidos, como los de una muñeca mal remendada, y si los tocaba con sus dedos juraba que podía sentir los hilos que los cerraban.
«Preferiría estar muerta» pensó cerrando los ojos, ya lista para entregarse a la oscuridad.
—Y lo estarás. —Abrió sus ojos al escuchar la voz, pero no había nadie. Trató de hablar nuevamente pero lo mismo, más silencio. El único ruido era esa voz vieja y cansada que no dejaba de resonar como burlándose.
—¡NO! —escuchó en respuesta, pero ahora la voz era distinta, femenina, enojada. Giro su cabeza buscando a quien había hablado, pero nada, todo seguía tan oscuro y negro, era como estar ciega.
Se puso en pie apurada, había alguien, dos voces, dos personas. Estiro sus manos y comenzó a caminar intentando sentir algo, intentando encontrar a alguien que pudiera ayudarla, explicarle, pero lo único que tocaba eran las paredes que ya se había cansado de golpear.
—Debe morir —respondió esa voz que en pocos segundos había comenzado a odiar.
—¡NO! —repitió la voz femenina.
—Soy más fuerte —escuchó al tiempo que un par de ojos se abrían en una de las paredes, oscuros, ancianos, cargados con el peso de los años, desagradables, arrogantes. Era espantoso, como una película de terror, y esa manera en que la miraban, juzgándola, considerándola inferior, insuficiente.
—Lo sé, pero ella es más fuerte que tú. —Un nuevo par de ojos se abrieron. Uno verde, uno rojo. Había leído algo sobre las personas con ojos de distintos colores ¿pero rojos? No era un color normal. Sin embargo eso no era lo único que los hacía distintos, eran unos ojos con vida, con determinación.
«Por favor, por favor» suplicó por dentro, «solo soy una niña, por favor», y aunque sus labios siguieran cosidos era como si la escucharan. Una risa malévola retumbo por los aires de su prisión, no necesitaba ser adivina para saber cuál de las dos presencias era.
—¡MUERE!
