Resumen: Severus sobrevivió a la guerra y durante una noche confronta a antiguos amores y amistades que intentan cambiarle la vida.

Parejas: Severus/Harry, Hermione/George, Draco/Astoria, Arthur/Molly. Ex Severus/Regulus.

Otros personajes: Lily, Dumbledore, Lucius, Sinistra, Duddly, Narcissa, Teddy y algunos OCs.

Contenido: cinco capítulos largos, what if apegado al canon, boys love, misterio, sobrenatural, angustia, político, psicológico, romántico.

Clasificación: M.

Longitud: de 9 a 10 mil palabras por capítulo.

Aclaraciones: Además de Harry Potter, retomo varias obras literarias del romanticismo británico, en especial Cuento de Navidad; así como corrientes filosóficas, políticas, culturales y teorías del fandom. En corto, si les suena o lo reconocen, es muy probable que no sea mío y no lucro con ello. Mi cosecha seguramente se notará cuando encuentren algo raro, supongo, pero procuré informarme para todo.

Nota: Fue un ejercicio literario que me gustó mucho y más porque por fin le pude hacer un tributo a mi personaje favorito de HP. Descubrí más que escribí el fic y muchas veces me perdí. Ja.

Bienvenidos.

Título:

IN NOCTEM.

Un canto de amor.


"Canta una canción,

una canción de vida, vivida sin remordimientos".

Nicholas Hooper, Harry Potter y el Príncipe Mestizo,

escena eliminada.


Capítulo uno:

Vantablack.

Severus Snape, el actual maestro de Pociones en Hogwarts, se hallaba despierto por el insomnio cuando las campanas de su alarma sonaron de repente ese sábado, a la hora B o tres de la madrugada, y un viento frío rozó su mejilla; pero no le dio importancia.

A esas mismas primeras horas del 31 de Octubre, en la oficina principal de Hogwarts, el anciano director Albus Dumbledore se apresuró a contactar a Hagrid; a quien había dejado la misión de no alejarse de Sirius Black en ningún momento. Tras la alerta, Sirius le dejó a Hagrid su moto para que lo alcanzara y un anillo de sangre capaz de mostrarle el camino necesario, y se apareció inmediatamente después a donde se escondían sus amigos. Cuando Hagrid llegó a la casa marcada por el anillo de sangre, en Godric's Hollow, la escena estaba destrozada y Sirius no se veía por ningún lado. Antes de que se marchara para informar a Dumbledore de la tragedia, el llanto de un bebé llegó a los oídos del medio gigante desde las ruinas. Sirius llevaba en brazos al pequeño sobreviviente y planeaba quedarse con él, al ser su padrino; pero Hagrid, a petición del director, se quedaría a cargo temporalmente del pequeño de un año y tres meses todo ese día, mientras Dumbledore se encargaba de poner en aviso al mundo mágico y a la familia de Lily, con quien Harry se quedaría. Black aceptó el plan y fue arrestado más tarde; y, al anochecer, el medio gigante fue a dejar al niño en una comunidad muggle con su tía Petunia. El director tomó el anillo de sangre entonces y lo destruyó en su oficina. Nadie más debía saber el paradero de Harry Potter, más que él, Hagrid y Minerva McGonagall, sus personas de más confianza.

Severus se enteró por la prensa antes que por el director, a quien le había prometido la vida y más con tal de salvarla a ella.


Londres, 1 de noviembre, de 1981.

Al siempre joven R.A.B.

Paradero desconocido.

Perdona que no empiece con los saludos habituales y educados, pero lo comprenderás cuando te diga que Lily está muerta, yerta, y no cabe la menor duda. Eso es lo importante. No como lo ha enfocado la propaganda del papel de excusado de El Profeta. Una línea. Eso fue todo lo que dedicaron a su vida y su sacrificio.

Como era nacida de muggles, el maldito anciano que se dice director me hizo firmar como su testigo mágico más antiguo. En el pergamino de defunción logré ver las rúbricas de Bagnold, Fudge, Dumbledore, algún capa azul y el medimago de turno, y yo firmé en el espacio reservado a esa desagradable mujer que tenía por hermana. Cuando vi su cuerpo, comprobé que ni siquiera la muerte le arrebató su belleza. Tantos años alejados. Tantos esfuerzos para nada.

La sección de Recaudación de Actas y Actos Mágicos del Ministerio fue repugnante, los malditos no lograban contener su alivio y su alegría debajo de esas nobles y empáticas máscaras. Lily está muerta, y los desgraciados ya estaban pensando en la fiesta que harían después de salir de la oficina. Si no fuera por la noticia de que hasta ese perro sarnoso de tu hermano está preso, los habría matado a todos en ese momento. Por lo menos algo bueno salió de todo, no como me gustaría, pero no me pondré exquisito.

Lily está muerta, tan muerta como las piedras. Tan fría y muerta como esa incipiente lápida conmemorativa que pusieron sobre su fosa. Como las cabezas de todos los que creen que un mocoso fue capaz de vencer al Señor Tenebroso. Y todavía lo celebran. Irreverentes e insensatos estúpidos de mierda.

Al final fui su único amigo de años, el único albacea de sus secretos, el único administrador de sus recuerdos, el único cesionario y legatario de su legado en pociones, el único que la recordará como una gran investigadora de la sabiduría de magos antiguos. Y el único que le seguirá guardando luto después de haberla perdido.

No pude ir a su enterramiento en Godric's Hollow y ser testigo de más rostros hipócritas, porque ese anciano ya no los contaría como casualidades de guerra. Habría sido una excelente forma de solemnizar esa ceremonia, estarás de acuerdo, ya que no puedo trascender el pasado y sus consecuencias.

Quisiera irme. Ocluir todos los recuerdos que tengo de ella y olvidar, pero no hay nada que cubra mi penitencia. Ni los recuerdos, la promesa que le hice al director, o seguir en el colegio bajo la misma cansina fachada. Como un inferi que se alimenta de las sombras. Como un elfo doméstico con una única y última misión en la vida.

No me despido, porque espero pronto volver a encontrarnos.

Siempre tuyo:

S.T.S.


Severus no podía creer haber vuelto a encontrar la carta de ese día y algunos de sus objetos más sagrados, justo en ese momento.

Había tenido una mala noche, una pelea nada admirable con Harry y esa carta había regresado a sus manos tras un ataque de insomnio dedicado a depurar sus baúles, sólo para que su yo del pasado se riera en su cara. Porque resultó que el tiempo no había sido capaz de curar esas heridas y la vida se había convertido en una representación teatral de pésima categoría.

De no ser así, no habría, en su silencioso recorrido a su botica y su respectivo laboratorio subterráneo, nada más notable que lo que habría en ver a otro cualquier mago de mediana edad, evidentemente cansado después de incontables desvelos que perjudicaban su cuerpo delgado, y con una nariz ganchuda como si alguien se la hubiera intentado arrancar hacia abajo de pequeño, y no se molestó en arreglarla después de fallar una vez tras otra. También tenía hábitos que nunca cambiarían. Como las recetas de sus pociones más pulidas. Como el principio de su condena al haberse ofrecido a ir como espía a Hogwarts; como la cicatriz de Nagini en su yugular, o sus túnicas negras.

Había veces que quienes lo conocían lo llamaban Maestro, Señor, o Snape, sólo Harry se atrevía a llamarlo Severus en la actualidad. Pero en el fondo le daba lo mismo. Mientras nadie lo llamara Sev, cómo Lily llegó a hacerlo. Porque no era capaz de perdonar o perdonarse, así como se aferraba a cada momento de su pasado.

Todos, en especial Harry, sabían que era excesivamente rencoroso, cruel, desconfiado, desalmado, obsesivo, miserable, codicioso, ambicioso, astuto, manipulador, incorregible, meticuloso, duro, escurridizo y esquinado, como todo un Slytherin al que nadie creería capaz ni de la menor chispa de amor, compasión o afecto genuinos. "Secreto, retraído y solitario, como una ostra", esa era la mejor opinión sobre él de esa sabelotodo nacida de muggles amiguita de Harry. "La brisa helada de Londres Mágico nace de su interior", llegó a decir el gemelo Weasley restante; cuyo humor rivalizaba con el de los polos. "No me extrañaría que en cualquier momento sus ojos dejaran de ser negros y se le pusieran rojos, como al otro demonio", pensaba la menor de la familia de pelirrojos en medio de uno de sus ataques infantiles de celos. "Sus palabras astutas y su voz profunda siguen iguales", le comentó Astoria a Draco, su marido, y ahijado de Severus, cuando creyó que el referido ya se había ido por la chimenea de la mansión Malfoy. Seguramente, pensando que sería una observación inofensiva y agradable. Incluso Arthur Weasley, el patriarca pelirrojo por definición, creía que el estado de su negro y graso cabello se debía a que en los sótanos de su laboratorio se decantaban los residuos de las pociones que preparaba, como lluvia permanente; algo que hacía reír a Arthur y tenerle más paciencia a Severus que el resto de los Weasley. No fuera a ser por gratitud a Severus, al haber preparado la poción que le salvó la vida a Arthur. Técnicamente, Dumbledore lo obligó a ponerse en peligro mortal y a regalar el fruto de sus amplios conocimientos al tratarse de alguien querido por Harry. La verdad es que el perro sarnoso pagó por la muestra del antídoto, que en parte ayudó a Severus a sobrevivir. Porque ese merodeador sabía mejor que nadie que ningún cambio temporal, ninguna poción, ninguna magia o acontecimiento podía alterar quién era Severus.

Ningún frío era más áspero que él. Ninguna lluvia más densa e impía que su terquedad. Por ese motivo, nadie se atrevía a saludarlo cuando iba por el callejón Knockturn para surtirse de ingredientes. Nadie le preguntaba "¿cómo ha estado?", al momento de pedir o pagar por sus pociones en su botica. Nadie le pedía opinión o consejo como maestro o ex-profesor. Mucho menos algún niño iba a él en busca de consuelo, porque el colegio había hecho bien poco por mejorar su opinión sobre las crías de la sociedad mágica. Ningún mago le pedía la próxima fecha de un ritual. Ninguna bruja lo detenía para halagar su gallarda postura o el deplorable estado de su dentadura a la cara. Aún las criaturas y familiares de la comunidad mágica parecían conocerle, y alejaban a sus dueños y amos de su trayectoria. Y después se alegraban. Pero eso a Severus no le importaba, hasta lo prefería. Le ahorraban tiempo y energía en falsas simpatías.

·

Esa vez, cerca de inicios del año, mientras Severus caminaba rumbo a su botica, los transeúntes eran arrasados por las primeras lluvias heladas que anunciaban el fin del invierno, ni siquiera había estúpidos estudiantes aglomerados afuera de las tiendas de escobas, los magos y brujas que no podían evitar quedar expuestos al mal clima paseaban abrazados o tomados de la mano. Para entrar en calor. Porque a ninguno les servía la varita para hacer un hechizo calorífico o tenía la suficiente decencia de usar una pulsera de cortejo para no comprometer el honor de ambos.

Con el silencio, el aleteo de los búhos en el correo mágico y de las tiendas de mascotas era más notable; así como el de las snitches en las tiendas de quidditch. Los relojes de los Maestros relojeros y joyeros marcaban la hora de comer, pero estaba tan nublado que parecía casi media noche. La tónica de casi todo el día. Los establecimientos del callejón Diagon parecían fantasmas, iluminados por lo que parecían lumos mal realizados que se filtraban por lo que se adivinaba que eran las ventanas.

Por fuera, parecía que el frío y la humedad de la pequeña fábrica de pociones de Severus se adherían a las paredes, y que el agua se colaba por orificios y hendiduras de puertas y ventanas. Cualquiera pensaría que algún mago o bruja habría lanzado alguna maldición sobre el callejón Knockturn y su periferia. Pero todo cambió en cuanto cruzó las últimas protecciones de su propiedad. El oscuro recinto no estaba iluminado ni caldeado por una fogata porque no lo necesitaba. La chimenea estaba apagada porque no estaba de ánimo para recibir visitas y pocas personas estaban autorizadas para acceder a su negocio estando cerrado. Lo que guiaba el camino al laboratorio a prueba de cualquier cambio de clima y corrientes de aire, eran unas diminutas velas flotantes que apenas alumbraban y sólo guiarían a los que fueran bienvenidos. Mas para Severus de ningún modo sería un inconveniente. Él podría salir y entrar, ir y venir hasta con los ojos cerrados, porque ahora esa era su vida.

Encerrado en su laboratorio, el maestro pocionista se aferraba a lo único que le daba la sensación de control. No que su vida fuera caótica, pero lo único seguro del universo era su tendencia a la autodestrucción y la misteriosa resurrección de la magia y la vida. Tan impredecible como que Harry y Severus hubieran sobrevivido hasta ese día después de la última guerra. Tanto como que lograran limpiar su nombre y hasta conseguirles una Orden de Merlín a cada uno. Obviamente, la de Severus no fue publicada; mientras que a Harry le hicieron una ceremonia que dio de comer a la prensa durante semanas.

De su reserva privada de pociones hechas sacó un vial, lo destapó y lo puso en un soporte especial para que permaneciera en stasis cerca de su zona de trabajo, por si el dolor de cabeza se volvía insoportable. Con la varita retiró los hechizos que protegían sus ingredientes y los instrumentos y empezó a llamar todo lo que iba a necesitar para esa tarde antes de abrir la botica.

—Buenas tardes, Snape. Qué sorpresa encontrarte aquí encerrado. De nuevo —dijo una voz arrastrada y engreída, como sólo podía hablar el ahijado de Severus al dar el único aviso de su irrupción.

—Draco, qué gusto. Veo que nadie te maldijo de camino, qué afortunado —contestó Severus casi en un susurro helado.

El joven ahijado de Severus que acababa de llegar bufó por el sarcasmo del mentor. Su rubia cabellera seguía en su sitio a pesar del cambio de ambiente, pero su pálida piel mostraba pequeños moretones rozados a causa del aire frío exterior. Porque hacía años que había logrado, por fin, controlar los indignados sonrojos de su pálida piel. Sus ojos grises chispeaban con alegría bien permeada de arrogancia y suficiencia. Y su respiración seguía agitada, como muestra de la vida y el calor que aún conservaba.

—Suerte para ellos, o no habrían vivido para contarlo —respondió Draco.

—Conozco a más de uno —comentó Severus, alzando una ceja y empezando a colocar caldero e ingredientes en su sitio—. ¿Y a qué debo el honor de tu visita? Estoy seguro que debes tener una muy buena razón para osar interrumpirme. O nadie mejor a quien dedicar tus atenciones.

—Vamos, padrino. Ambos sabemos que eres el responsable de que Potter haya ido a invadir mi casa. Sólo estoy devolviendo el favor como se merece. —Severus bufó y encendió la lumbre debajo del primer caldero a fuego medio—. Así que no vas a negarlo.

—¿Por qué iba a afirmar o a negar algo cuando no sabes ni de lo que estás hablando?

—Hablo de que Potter está en mi casa, con mi esposa, quejándose de ti y hablando de fiestas muggle.

—No tengo la culpa de que te hayan echado.

—Nadie echa a un Malfoy… y no vas a cambiar el tema de conversación —la mirada negra y helada de Severus congeló la lengua de Draco. Por poco tiempo—. Hablo en serio, un día de estos Potter se irá y ni yo, ni Astoria, ni una madriguera llena de Weasleys lograrán arreglarlo.

—No sabía que ibas a mandar una solicitud a Corazón de Bruja. Yo que tú no me molestaba en hacerlo. Ya no eres tan joven para esa sensiblería sin sentido, pero ya que estás aquí podrías tomar un caldero y hacer algo productivo. Tenía entendido que no querías seguir los pasos de tu padre y dedicarte a perder el tiempo; a menos que planees dejar a Scorpius en manos de Narcissa o de Lucius, o sus elfos. Ambos sabemos cómo resultaría eso.

—Padrino —amenazó Draco ligeramente.

—Ahijado —retó a su vez Severus sin parpadear ni desviar la mirada, alzando su varita y llenando el caldero justo a la mitad de agua—. Vive tu vida a tu modo, y déjame a mí seguir con mi trabajo. No todos tenemos el lujo de dedicarnos al amor. Algunos tenemos que trabajar para poner el pan en la mesa.

—Qué expresión tan muggle, como si trabajar fuera la mejor forma de hacer dinero o comieras algo más que aire y esas pociones.

—No te metas con mis pociones, no sea que acepte la petición de Astoria de enviarle un vial con mi versión final de Veritaserum. Con lo caro que están los secretos hoy en día. Aunque unas cuantas pociones no te caerían nada mal, si te dignaras a prepararlas.

—Hay muchas cosas que me han caído bien, no sólo tu tutelaje en pociones, como mi unión con Astoria, y ahora Scorpius. Hasta me atrevería a decir que la amistad de Potter y Granger es bienvenida, no sólo la de Pansy y Blaise. Sin ellos, ni todo el dinero de los Malfoy me habría ayudado a seguir adelante. Incluso, estoy pensando en celebrar una de esas fiestas muggle llamada San Valentin en Grimmauld Place, ya que fue idea de Potter meterle tantas ideas a Astoria en la cabeza. No estoy seguro de la fecha, pero por el parecido a los rituales de fertilidad debe estar relacionado a Ostara, así que lo haré un poco antes; alrededor de Imbolic, pero que no se empalme con esos rituales. Te invitaría, pero no sé si Potter te seguirá queriendo cerca para entonces.

—Los muggles celebran San Valentín el catorce de febrero, no el primero ni el cinco; incluso hay culturas que hacen una concelebración un mes después, el catorce de marzo. Pero déjame decirte que sólo es una fecha hipócrita y sin sentido. Los magos no tenemos por qué emular celebraciones muggle que no favorecen a la magia ni a sus participantes; y tú y yo sabemos que Lucius te desheredaría antes de permitirte profanar su mansión o la casa de cualquier otro mago con una celebración de esas. Si tanto presumes del amor y la amistad que hay en tu vida, deberías empezar por respetar los legados ancestrales y la autonomía de los que te rodean. Pero tal parece que la edad y la guerra no te enseñaron nada, Ahijado. Y si ya terminaste, no me apetece seguir escuchando sin sentidos de gente con demasiado tiempo libre, cuyo único y patético problema es hacer rituales de fertilidad con la mayor gente posible, bajo el mínimo de los pretextos existentes.

—Snape, no te enfades. La verdad es que nos agradaría verte más seguido…

—Has mejorado en el arte de mentir sin revelar la verdad indirectamente ni tus intenciones, pero si existiera el infierno, sólo ahí me gustaría verte, fuera de la botica o de mi laboratorio. Pero recuerda que sobreviví al mismo demonio por mucho más tiempo que tú.

—Pero, q… qué, ¿qué significa eso? ¿por qué eres así? ¿Por qué…

—¿Por qué te connubinaste?

—Porque me enamoré —soltó Draco tan transparente como el agua recién invocada.

—Y aún no tienes ni la menor idea de lo que eso significa. Buenas tardes. —Severus despidió a su ahijado y se concentró en cortar el primero de los ingredientes.

—Bien, de acuerdo. Pero la invitación sigue en pie. Te mandaré una lechuza para confirmar el día y la fecha, pero sabes que puedes ir a visitarnos cuando quieras. Astoria estará encantada.

—Puedes retirarte —repitió Severus, como tantas veces lo hizo siendo profesor de Pociones en Hogwarts.

—Espero que no te arrepientas de tu decisión más adelante, padrino. Iré a seguir rescatando lo que queda de mi matrimonio, que tengas un productivo inicio de semana.

—Seguramente, retírate.

El rubio salió sin pronunciar una palabra de disgusto, aunque seguía siendo más rechazado por la comunidad mágica que el propio Severus. Aunque lo más probable era porque los magos y brujas respetables se olvidaban de él y preferían hacer como que había muerto. Pero si no fuera por él, Draco y Astoria no se hubieran conocido y, en consecuencia, procreado. De hecho, en ese momento seguía con los experimentos para poder curar la maldición de sangre de la más reciente Señora Malfoy. Los resultados logrados hasta ese momento le habían conseguido prolongar una aceptable calidad de vida, pero Severus no se conformaba hasta lograr un Extraordinario. En opinión de Severus, su ahijado debería estar haciendo lo mismo, en lugar de estar planeando absurdas reuniones y mucho menos perdiendo el tiempo al ir a verlo.

Si en algo Draco valoraba su "familiaridad", tendría que saber atenerse a los tiempos y formas de ser de Severus. Nunca serían amigos, nunca fueron sólo ahijado y padrino, tutelar y tutelado, maestro y aprendiz. Lucius lo veía como un esclavo más de la familia Malfoy, aunque el lugar y la edad, y el mismo Severus, jamás permitieron que Draco copiara ese comportamiento, lo que provocó resentimiento en un todavía demasiado joven heredero. Sus horas de trabajo simultáneo después de la guerra fueron las que más los unieron y les trajeron cierto entendimiento.

Aunque Severus no aprobaba la lasciva vida de su ahijado, una que no abandonó ni aún después de "enamorarse" y haberse unido en connubinato. Todavía estaba por verse si su reciente paternidad lograría diferentes resultados. Pero Lucius jamás lo hizo, y si Draco seguía la costumbre de los Malfoy, ni aún con una esposa y heredero y toda la comunidad mágica en su contra, lo haría. La soberbia, la lujuria, la pereza y la avaricia venían de familia. Había características que se heredaban como la magia. Por eso Narcissa se opuso al matrimonio de Draco con la menor de los Greengrass, sin contar sus desafortunadas tendencias pro sangre-sucia. Ya era suficiente que sus posibles descendientes sufrieran de la locura de los Black, para a eso sumarle una maldición dolorosa y desgastante por parte de Astoria.

—No entiendo la elección de mi hijo —le confesó Narcissa a Severus en su momento, cuando fue a informarla del compromiso y de la fecha para la ceremonia mágica—. Hay varias jóvenes de buena familia de entre las que pudo haber elegido. Más opciones de las que tuvo Lucius.

—Tal vez sea precisamente Lucius —"al forzarlo a tomar la Marca Tenebrosa"— lo que propició la decisión de Draco.

La posguerra, la muerte de Bellatrix y la buena compañía que Severus fue para Draco, en opinión de Narcissa Malfoy, fue lo que acercó a ambos a una mayor confidencialidad, aún cuando Severus jamás se atrevería a verla más allá de ser la esposa de Lucius.

Narcissa suspiró un poco más fuerte como única muestra de descompostura, toda una vida de estricta disciplina todavía la hacían ver más joven que Severus. Aunque él no descartaba que la tendencia a ir envejeciendo más lentamente que los muggles y algunas pociones y glamours la habrían ayudado. El dinero añejado de los Black y los Malfoy se habrían asegurado de ello.

—Tal vez más de lo que imaginas, estoy segura. No tendrían que unirse en connubinato. Podría haber estado con ella y… "luego" contraer un buen connubinato.

El silencio se hizo largo entre ambos. Aquella declaración dejaba entre ver demasiado de aquella mujer que por años lo odió y le temió, tanto como ella amaba a su familia de tres. Y Severus no le iba a decir que Draco tenía mucho más de ella que de Lucius en el fondo, y que justo eso lo había llevado a planear un connubinato con un cortejo tan corto y un tiempo de compromiso igual de apresurado; no sólo porque al hacerlo desafiaba las tradiciones de familias con las costumbres de los sangre-pura tan arraigadas, como los Greengrass y los Malfoy, si no que honraba el amor y el respeto que el hijo sentía hacia su madre. Y no era necesario. La señora Malfoy también lo sabía y era lo que más la afligía. Ella conocía el corazón de su hijo y en su opinión sería trágico que un joven tan sensible se condenara a sí mismo a la inminente pérdida de la pareja amada.

—Voy a pedir la anulación del connubinato con Lucius —soltó Narcissa de repente, como quien comenta la buena calidad del té de medio día.

—¿Draco lo sabe?

—No tiene por qué. Ya es un adulto, está a punto de unirse. Ya es hora de que aprenda a hacerse responsable de sus decisiones.

—No podría estar más de acuerdo. —La admiración que Severus sentía por aquella mujer no podía ser más grande. Ni siquiera él era capaz de renunciar al amor, la obsesión y los sueños de toda una vida. Sus recuerdos eran la prueba de su existencia, su propia y única verdad.

—Sólo espero que Draco tenga mejor suerte que yo y más juicio que Lucius —terminó Narcissa, y dejó su taza en la mesa de centro antes de levantarse—. Ha sido un placer. —No dijo su nombre, ni un título, ni una palabra más. Ni siquiera ofreció su mano para que Severus la besara y se pudiera retirar. Sus encuentros no eran habituales, ni siquiera agradables. Así que Severus sólo dejó su taza llena, se levantó y se fue sin hacer el menor ruido de la mansión Malfoy.

Su visita había terminado, le había informado a la señora Malfoy de las intenciones de su hijo, porque ninguno era capaz todavía de cruzar media palabra. El fin de la guerra aún se sentía muy reciente y se interponía entre ambos. Y Severus estaba cansado. Cansado de tantas responsabilidades y de haber tenido que servir por veinte años a dos amos casi al mismo tiempo.

·

A punto de las siete de la noche, los tres cuervos en la parte superior de la puerta de la botica despertaron. El de un negro profundo destapó a otro rojo brillante y ese a su vez al último gris pardo. Con sus últimos encargos y pociones faltantes terminados, Severus subió a las estanterías para resurtir su tienda de pociones y unciones. El nombre de su botica no era muy importante. El antiguo apotecario se lo cedió como pago a una patente que no le interesaba reclamar como propia a Severus. Sin hijos, sin relaciones familiares alentadoras, ni algún aprendiz con el suficiente talento para pagar la renta, la consecuencia natural había sido que Severus tomara posesión de su propiedad después de sobrevivir a la guerra. En algún momento pensó en cambiar la imagen de un caldero con un frasco en el medio a un sencillo busto de una cierva blanca; pero eso llamaría la atención y propiciaría a la gente a hacerse preguntas cuyas respuestas Severus se negaba a hacer del dominio público. Así que El Caldero de Damocles conservó su nombre y su rumeada reputación.

Severus estaba a punto de levantar los hechizos de protección para abrir la botica, cuando vio una silueta conocida del otro lado de la puerta. Con mayor lentitud siguió con su rutina y, porque no tenía otra opción, al terminar dejó pasar a su antigua colega.

—Buenas noches, maestro. —Severus dio un ligero bufido y una inclinación de cabeza en respuesta a la bruja que todavía enseñaba Astronomía en su antiguo lugar de trabajo—. No tardaré demasiado, sólo vine a entregar la invitación de este ciclo escolar para los profesores de Hogwarts que está organizando la directora McGonagall. A varios miembros del alumnado y del profesorado nos agradaría contar con su asistencia.

—Y supongo que la escasez de lechuzas por fin ha azotado Londres —acotó Severus.

—Hubiéramos mandado por lechuza la invitación, como de costumbre, pero hasta ahora no ha podido ser entregada. Y la directora quiso asegurarse de que este año la invitación no se perdiera en el camino.

—¿Están cubiertos los puestos de Pociones y Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó Severus, descolocando a su ex-colega.

—Cubiertos y en activo. Incluso el puesto de Defensa ha sido ocupado por más de un año consecutivo. La nueva profesora…

—¿Los profesores actuales no cuentan con la suficiente magia para renovar las protecciones de Hogwarts?

—Eh... Me parece que la plantilla está bien capacitada y cuenta con el suficiente poder mágico para realizar exitosamente los hechizos de protección del colegio.

—Entiendo. Lo que quiere decir que son los alumnos que todavía me recuerdan los que están ansiosos por que mi sola presencia ilumine sus frívolas vidas.

—En realidad, maestro, ya no quedan alumnos a los que les haya enseñado. El año pasado se graduó la última generación que tuvo la fortuna de tenerlo como director. Ahora mismo sólo existe su leyenda y su retrato junto al de Albus Dumbledore. ¿A qué hora le digo a la directora que podemos contar con su presencia?

—A ninguna.

—Oh —la profesora sonrió con complicidad—, entonces quiere llegar de sorpresa para hacer una de sus famosas entradas. Entiendo.

—No, no me ha entendido, profesora Sinistra. No asistiré, ninguna lechuza se perdió y le aseguro que mi reputación no es algo que ni el alumnado ni el profesorado tienen motivos para celebrar.

—Pero entonces, ¿cómo quiere que…

—Quiero que me dejen tranquilo, ya colaboré demasiados años por un bien mayor que iba directamente en contra de mis intereses. Además, estoy trabajando y lo que me pide es irrazonable —miró de reojo a su alrededor—. Como puede ver, procuro mantenerme ocupado. Gratamente.

—Pero…

—Los asuntos del colegio ya no son asunto mío. El Consejo Escolástico de Señores de Familia lo dejó muy claro —espetó Severus—. Y no está por demás decir que no guardo el deseo de ver a la directora; es evidente que aprendió bien del antiguo director a abusar de su moderado poder que le otorga su puesto.

—Maestro Snape, yo me ofrecí para entregar la invitación. Ya fueron siete años de exilio y nadie guarda rencores, de verdad. Al menos, me gustaría saber que va a considerarlo.

—Veo que soy al único al que le desagrada que le hagan perder su tiempo. Con su permiso —entró el primer cliente—, tengo trabajo que hacer. Buenas noches, profesora.

La profesora Sinistra vio que sería inútil seguir insistiendo. Contempló unos momentos más como Severus atendía al cliente de un mejor humor de lo que lo había encontrado y, por un momento, se permitió creer que le había mejorado el día con su visita; porque pensar en que el maestro se regodeaba al poder rechazar con crueldad a todos los que con anterioridad lo habían juzgado mal, sería volver a caer en la actitud que alimentaba sus remordimientos. Aunque nadie podría culparla. Dejó la invitación en una esquina del mostrador principal y se retiró después de comprender que no dejaría de ser ignorada, y esa noche tenía clases a la medianoche. Como decía Severus, ella tampoco contaba con mucho tiempo para disponer.

·

Mientras el tiempo sin sol avanzaba y la oscuridad se seguía haciendo densa, los poco ortodoxos clientes de Severus siguieron llegando. Sin revelar su identidad, sin hacer preguntas o dar más respuestas de las necesarias. Varios, como la profesora Aurora Sinistra, eran magos o brujas vinculados a vampiros y necesitaban pociones re-abastecedoras de sangre. Porque sólo las verdaderas parejas de los vampiros eran capaces de generar nuevas cantidades de sangre de manera natural. Pero que un vampiro encontrase a alguien totalmente compatible con su naturaleza era una rareza; además, el Ministerio condenaba las cacerías, las transformaciones y las donaciones de sangre involuntarias. Y se decía que los vampiros pagaban muy bien a cualquier persona que fuera capaz de ser parte de sus rebaños. Por supuesto, estos no eran admitidos en las tierras de los clanes a menos que fueran verdaderas parejas vinculadas.

Los menos de sus clientes eran hombres lobo, en busca de vender ingredientes, como partes de Mooncalfe, y tratar de regatear pociones curativas y, en menor medida, preguntaban por la poción mata-lobos. Porque no todos eran tan renuentes a aceptar su condición y aprender a vivir con ella, en lugar de envenenarse lentamente con tal de conservar un poco de humanidad durante las noches de luna llena. Las manadas conocidas vivían tan apartadas de las comunidades mágicas, tanto o más que los clanes vampíricos y los infectados sabían que, para domar al lobo, bastaba con estar cerca del alfa o convertirse en uno (aunque el Ministerio desconfiaba de esa "teoría" por más que estuviera probado). Ni siquiera el mismo Remus llegó a tomar esa poción, a menos de que Dumbledore estuviera presente para asegurar la integridad de los estudiantes de Hogwarts. Severus podría odiar la cobardía y la condición de ese merodeador, pero lo que más despreció de él era su acertada comprensión sobre la teoría mágica y las Artes Oscuras.

Y así sucesivamente, criaturas, magos y brujas afectos a la magia oscura y más, visitaban su establecimiento todas las noches, por el raro sello de calidad de uno de los pocos maestros en pociones que quedaban en todo Londres Mágico. Los únicos a quienes se les permitía preparar sin revelar sus recetas hasta el momento de su muerte y pasar sus patentes a quien ellos decidieran. Además de eso, algunos menos llegaban para negociar sus servicios como rompe maldiciones, creador de hechizos, maldiciones, maleficios, barreras y protecciones, y expertise en legeremancia. Pocos conocían la totalidad de sus conocimientos y habilidades, o no les interesaban. Ni siquiera eran áreas que desearan aprender o aplicar. En especial la legeremancia y la oclumancia, porque pocos eran capaces de dominar o encontrar una aplicación a las artes de la mente y no querían arriesgarse a quedar dementes por involucrarse con un tipo de magia con la que no eran compatibles; en especial cuando existían otros métodos menos arriesgados, aunque inaccesibles por las leyes o por el coste económico.

·

Cuando se empezaron a dormir los tres cuervos que Severus tenía en la entrada de la botica, que sólo estaban despiertos por las horas en que el establecimiento abría al público, el maestro comenzó a guardar y a despedir a los pocos clientes que todavía no se decidían a comprar o largarse de una vez. Como si no usara lo último en hechizos antirrobo.

La hora B, u hora de las brujas, se cernía sobre todos los que aún rondaban por los callejones. Unos transeúntes momentáneos usaban sus varitas como si fueran antorchas. Otros, de estancia un poco más permanente, hacían pequeños grupos y se resguardaban en rincones estratégicos contra el frío, al mismo tiempo que rodeaban fogatas iniciadas con hechizos, y se frotaban las manos sobre el pecho. Porque mantener hechizos caloríficos por largo tiempo saldría contraproducente si su núcleo mágico se agotaba. Sentido común. Nada más. Al contrario de las ridículas parejas acarameladas.

Las luces internas de las tiendas nocturnas brillaban todavía, tiñendo de dorado las capas de los transeúntes que protegían su anonimato; alargando sus ominosas sombras por las calles empedradas. Diminutas chispas verdes y azules se dejaban ver de vez en vez sobre las tiendas cerradas; anunciando las poderosas protecciones que tenían y alejando a los contados embriagados de whisky de fuego que rondaban tras cada esquina. Y el canto de algunos búhos llegaba a escucharse como un eco lejano, así como los coros de ranas trompetilla y sapos verrugosos que se acumulaban en las tiendas de animales; sumándose a las célebres voces de los sexys negocios parecidos a El Íncubo Saltarín y La Cueva del Conejo.

Severus tenía bien ubicados ésos últimos en particular, pero esa noche se limitó a tomar su habitual cena de salchichas de cordero, puré de papa y salsa de cebolla en el mismo lúgubre Alas de Murciélago (porque no volvería a comer anguila así lo mataran), y se terminó de leer todos los periódicos de ese día; después se marchó a su casa sin usar el punto de aparición para intentar dormir unas cuantas horas.

·

Todavía vivía en la casa de su infancia, que a esas horas de la madrugada estaba rodeada de linternas de gas rotas, soledad y silencio. Por fuera, la fachada era idéntica a las que componían el decadente pueblo pesquero de Spinner's End; donde el clima más favorable era helado y con niebla. Lo heredó después de la muerte de sus padres (por no decir de sus asesinatos) y que transformó en una nada modesta biblioteca sin jardín, con un pequeño laboratorio bien equipado en un sótano expandido y un camastro incluido junto al cuarto de baño. Severus conocía cada tablón de caoba, cada frío clavo y oxidada bisagra; hasta la niebla que ocultaba el camino al viejo umbral donde el demonio de los recuerdos se sentaba a meditar.

El deteriorado picaporte de la gruesa puerta no tenía nada especial para ojos muggle, pero cualquiera con un poco de magia podría vislumbrar la aldaba de la cabeza de un dragón, cuya cola funcionaba de manija para poder acceder a la vivienda. Era la misma pieza de aburrido metal que Severus había visto noche tras noche y día tras día. Nada que despertara su imaginación ni su ingenio, ya que lo encontraba tan aburrido como las notas periodísticas correspondientes a los gremios del ministerio y sus sesiones que sólo publicaban para darse auto importancia y justificar los absurdos sueldos que se cobraban de los tributos de la comunidad mágica. Tanta cotidianidad había apartado de la mente de Severus el encuentro con la carta donde mencionaba la muerte de Lily, y el maestro tenía tan compartimentalizada su memoria a esas alturas, que nada que no fuera el instante presente saltaba a su consciente inmediato. Así que no tenía nada que le explicara a Severus que, al momento de acercar su varita a la cerradura, viera el rostro de Lily como si se hubiera transfigurado en lugar del aldabón.

El rostro de Lily de muñeca de porcelana. Con la luz mortecina de los fantasmas del castillo de Hogwarts, pero sin mostrar expresión alguna. Miraba a Severus como sólo Lily solía hacerlo tras esas largas y curvas pestañas; pero sus ojos verdes, al igual que su piel rozada, su nariz pequeña y respingada, sus carnosos y rojizos labios, y su cabello de fénix en llamas, carecían de todo color y, en su lugar, un tenue gris hecho como de humo se movía con una brisa inexistente. Y al mismo tiempo mantenía una inmovilidad perfecta junto al picaporte.

Severus miró con atención el fenómeno y la vio desaparecer sin hacer el menor ruido. Como si nada hubiera pasado, la aldaba era de nuevo una aldaba al lado del picaporte.

La única prueba de su alteración fueron los siguientes segundos en que Severus dudó en entrar a la casa, con la misma meticulosa precisión con la que vivía. Bufó, y ni siquiera miró hacia atrás cuando cerró la puerta. "Homenum revelio" pensó, junto con un movimiento de varita; pero si en algún momento hubiera pensado que cualquier hechizo era infalible, no seguiría vivo. La quietud de la madrugada no registró los movimientos del mago acostumbrado a caminar entre las sombras, ni siquiera cuando dejó su capa colgando cerca del recibidor o al momento de bajar las escaleras que daban al laboratorio. Ahí preparaba las pociones menos legales de su negocio, hechas a pedido y enviadas por criaturas irrastreables. Por lo mismo, eran las que le daban las mejores ganancias anuales.

Con acostumbrada lentitud y un lumus en la punta de su varita, Severus registró cada rincón del laboratorio y del almacén de sus ingredientes; lanzando hechizos de protección y poniendo especial atención a una nueva aparición de esa cara. La chimenea bien apagada, el baño, los calderos, los instrumentos, los viales, sus baúles extendidos, su camastro; todo estaba normal y con las protecciones originales sin modificar. No había nadie debajo de la mesa de trabajo, nadie debajo de las hornillas, nadie dentro de su pequeña cómoda o de la jofaina, nadie debajo del camastro o de los asientos, nadie dentro de su bata o tras los doseles. Sus ropas y sus zapatillas para dormir seguían en su sitio, al igual que la única escoba deportiva que conservaba, porque Harry se la había regalado.

Satisfecho con su inspección, Severus colocó otro juego de protecciones alrededor del laboratorio, mandó volando su túnica a uno de los bancos más cercanos y llenó la jofaina para lavarse la cara y las manos. Después de vestirse con el pantalón de tela ligera y colocarse la bata, fue a las hornillas para preparar un poco de té, poder encender la chimenea y descansar unos instantes frente al fuego, en su sillón favorito.

El canto de las chispas le recordaba al de sus habitaciones en Hogwarts, donde podía contemplar la danza de las llamas con una copa de whisky de fuego o un buen vino negro. Pero hacía años que sus nervios no requerían tal tratamiento. Por esos días le bastaba con una mezcla de flores y gotas de limón, sin endulzante, leche o repostería para acompañar. El té negro o verde también lo acostumbraba, más que nada por sus reuniones con Dumbledore o la actual directora del colegio, quien gustaba de más de una pequeña nube de leche en cada taza que se servía. Pero ese no era Severus, era aquél mago que tenía que mantener una fachada y la cripsis con su entorno.

Con su taza en la mano, el fuego calentando sus ropas y una quietud digna de un muerto, Severus repasaba los detalles de los pétalos en la porcelana. Él mismo había mandado a pintar los patrones de Casa Blanca sobre un fondo verde botella. Las flores, que parecían pequeñas estrellas, trajeron a su memoria el rostro que lo recibió al llegar a su casa. Como una profecía que hizo desaparecer cualquier otro recuerdo. Incluso, si en ese momento los tablones hubieran explotado, algún elfo hubiera aparecido, o alguien hubiera atravesado por la hoguera, Severus no se hubiera enterado; porque el juvenil rostro de Lily se sobrepondría sobre todo ello.

Tras un nuevo bufido adolorido, Severus se levantó y dejó la taza intacta sobre la mesa de trabajo e hizo desaparecer su contenido. Volvió a sentarse frente al fuego, pero el dulce aroma floral no lo dejó en ningún momento. El rechinar de los cojines fue acompañado por el sonido de un débil aleteo, como el que hacía una snitch al pasar muy cerca del oído. Un aleteo se sumó a otro, hasta que un pequeño enjambre invisible comenzó a crear corrientes de aire que movió el cabello de Severus, como si alguien intentara acariciarlo, y el gentil roce generó un escalofrío que explotó en su cerebro como si hubiera comido un enorme bocado de hielo.

El sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose, fue idéntico al que hacía Tobias Snape cuando llegaba del trabajo, después de haber atrasado ese momento en la cantina del puerto. Los diminutos ruidos que hacía su mamá al caminar empezaron a sonar por el techo del laboratorio, nerviosos; como cuando quería distraer a Tobias para que se olvidara de la existencia de Severus. Haciendo que el corazón de éste se encogiera y la rabia se acumulara en su estómago y sus entrañas. Pero el sótano no existió en ese tiempo y las escaleras eran a prueba de muggles. Tobias no podría encontrarlo.

Y aún así, el ruido del roce de una tela acariciando los escalones que descendían hacia su estancia personal se hizo cada vez más fuerte.

Severus no temía a los fantasmas. Los conocía. Había vivido junto a varios de ellos en Hogwarts e incluso uno había sido su colega como maestro de Historia. Pero aún así se le detuvo el corazón cuando uno de esos espectros atravesó la puerta del laboratorio y lo miró con esos enormes ojos. El roce de su larga túnica se detuvo junto con ella y la flama de la chimenea dio unos pequeños chisporroteos a forma de bienvenida.

La misma cara de muñeca que lo acechaba si se atrevía a soñar, gris y cristalina. La misma mirada penetrante e inmortal. El mismo aroma de las flores de las que su nombre provenía. Pero sobre todo la fuerza vital que aún lo ataba a esa promesa.

El fantasma de Lily estaba frente a su puerta como si nunca se hubiera ido, acompañado por un séquito de mariposas blancas que dejaban estelas verdes por donde volaban; su cabellera estaba sujeta en una coleta alta, vestía su bufanda habitual y en su mano llevaba un símil de su antigua varita. Por unos segundos, su transparencia brilló y Severus pudo ver el color fulgurante de su cabello rojizo, el destello inteligente de sus ojos verdes, la textura de la túnica negra del colegio y los colores de Gryffindor en la bufanda que cubría su cuello durante el invierno; para luego lucir de nuevo esa gélida presencia carente de lo que sea que daba vida a los cuerpos. Las mariposas volaban alrededor de Lily, propagando el aroma y moviendo el humo que componía su estática y etérea presencia.

Severus sabía desde hacía años que Lily no había decidido regresar como fantasma. Había saltado al otro lado después de su mágico sacrificio.

Pero ahí estaba.

Contradiciendo todos sus sentidos, todos sus conocimientos; todas las veces que se repitió que se había ido. Como una colegiala a punto de graduarse, pero con los ojos fríos.

—Pero… ¿Cómo… —gruñó Severus después de encontrar su voz, en algún lugar dentro de su garganta—. ¿Qué ha sucedido, necesitas algo, qué es todo esto?

—Perdón por despertar los ecos de los que vivieron aquí antes con mi presencia —incluso la voz gentil era idéntica a la de Lily, la misma voz que muchas veces amenazó con romper el último hilo de sanidad mental que le quedaba.

Severus se ajustó la bata para ocultar la mayor cantidad de piel desnuda y un cúmulo de palabras no dichas se atoraron en su garganta; permitiendo así que su atención se concentrara en la atmósfera inusual que rodeaba al espectro. No recordaba que los fantasmas del castillo emanaran esa sensación, ni que fueran capaces de despertar los ecos de otros difuntos. De cualquier forma, no le agradaba que nada ni nadie lo encontrara medio desnudo sin su consentimiento.

—¿Cómo sé que no eres un demonio que de alguna forma se ha aprovechado de mis recuerdos? ¿Quién eres, a qué has venido?

—Preferiría que te sentaras, Sev. Sé que esta es una situación inusual, aún para nosotros.

Severus no recordaba haberse parado, pero no pasaría por alto el apelativo que aquella entidad había utilizado.

—No te permitiré que uses ese nombre, te lo prohíbo.

—Perdón, Severus, es cierto. Renuncié a ese privilegio, pero de verdad creo que deberías sentarte un rato.

La presencia de Lily no le dio tiempo a contestar cuando, en menos de un parpadeo, Severus fue atravesado por la fría imagen de ese gris y espectral humo que era Lily. Al siguiente instante consciente, Severus se vio sentado de nuevo en su sofá frente al fuego y ella estaba del otro lado frente a él, sentada en el aire, como si estuviera en la sala común de su casa, recargada en un cómodo sillón y con las piernas recogidas de lado. Una posición que solía tomar cuando estaba cansada pero su cerebro seguía trabajando a mil por hora. Algo que no haría ninguna bruja sangre-pura.

—¿Cómo puedo demostrarte que soy yo en realidad?

—Me temo que es imposible, porque es obvio que en estos momentos todos mis sentidos y hasta mis pensamientos están sometidos bajo un embrujo; pero te prometo que no durará mucho, quien quiera que seas. —Severus hizo sonar cada palabra como una amenaza abierta, porque no permitiría que los pinchazos que sentía en la nuca se apoderaran de él, y el miedo y la incertidumbre se reflejaran en su cara.

—Me parece que te convendría creer, Severus. La única solución a este predicamento es dejar que las cosas sigan su curso, ¿no te parece?

En algún lugar del cerebro de Severus resonaron esas mismas palabras y el mismo razonamiento. Y sobre todo el resultado. De un momento decisivo en su vida, del que no estaba precisamente orgulloso. Pero como esos tenía muchos, demasiados. Su mandíbula se contrajo y tragó con dificultad sus siguientes palabras, porque nada lo haría ponerse de rodillas y disculparse con la usurpación de uno de sus más grandes arrepentimientos.

—Me temo que no, pero tampoco estoy en condición todavía de hacer algo al respecto —gruñó con todo su odio y su frustración que era capaz ante la imagen de su mejor amiga.

Lily soltó un pequeño suspiro que mandó a volar a una de las mariposas, que al momento de estabilizarse se posó sobre el dorso de la mano izquierda de Severus. Viéndola más de cerca, el insecto estaba creado de humo muy compacto y su degradación, al contacto con el aire de los mortales, era lo que hacía reacción y se tornaba en un verde suave. El imperceptible toque lanzó una oleada de calor hasta los tuétanos de su maltratado esqueleto y, por otro pequeño segundo, la riza infantil de Lily hizo eco en sus oídos.

Una lágrima involuntaria se asomó por los ojos de Severus y él estuvo tentado a seguir aquel juego cruel, de quien sea que lo haya orquestado.

—No caeré en tu juego, demonio, ser, fantasma, o lo que seas que esté ahí sentado. Vete por donde has venido.

—No te preocupes, Severus, lo haré; pero antes tengo que advertirte.

—Ya he tenido suficiente de profecías y advertencias para toda una vida, así que guárdate lo que sea que vayas a decir para alguien más estúpido o valiente, como tu hijo. —Severus se sorprendió de haber soltado todo eso a la cara de Lily, pero no eran mentiras y, si de verdad era ella, sabría la forma en que Severus ocupaba su más grande arma. Y si no lo era, en algún momento caería en sus trampas.

—Harry… —Severus escuchó la ternura y el dolor en la voz de Lily, para de nuevo caer en el hipnótico foso que eran esos ojos muertos que tenía delante.

Eso era, sus ojos, de alguna manera al mirarlos había caído en la hipnosis de aquella criatura. Como un estúpido novato que no supiera nada de las artes mentales. Pero no volvería a caer en la tentación, por más que añoraba volver a reflejarse en las pupilas de la mujer que tanto amaba.

Lily miró a la distancia, como escuchando una voz que sólo estaba permitida a ella, para luego estudiar a las mariposas que la acompañaban. Ya eran pocas las que volaban, más de la mitad formaban una alfombra como de pequeñas flamas de humo helado. El fantasma las miró con tristeza.

—No he venido para darte el consuelo que te gustaría, porque no estoy contenta con tu autodespresio. Nunca quise que te pasaras la vida solo, nadie se merece tanto sufrimiento. Pero poco puedo hacer y me queda menos tiempo.

Severus volvió a mirar a las más de cincuenta mariposas que adornaban el piso de su laboratorio.

—Tengo cuarenta y cuatro años, y ni siquiera he llegado a la mitad del mago promedio. Tendrás que buscar otra estrategia porque esto ya se está haciendo cansado. Por lo visto no puedes infringir daño físico; si no te miro a los ojos, no puedes generar alucinaciones ni acceder a mis memorias ni a mis pensamientos. —Severus respiró profundamente y al abrir los ojos concentró su mirada en él fuego que iba muriendo. Sabía que ningún fantasma real conocía lo que había del otro lado. Lo sabía, no había forma en que lo que fuera que usurpara el recuerdo de su amada amiga se lo dijera. No si quería mantener un mínimo de consistencia en su fachada, y, si de algún modo había regresado (algo que era casi imposible hasta para los mejores magos) no podría saber todo lo que Severus había vivido y todo lo que había significado.

De ninguna manera podía ser Lily. Era imposible. Y Severus se odiaba porque una pequeña parte de él ansiaba que fuera cierto. Tanto como deseaba que al voltear, aquella presencia se hubiera ido. Pero el aroma lo contradecía y la delataba. El sonido de las alas de las mariposas también se mantenía y aquel abominable calor seguía intentando llegar a su mente y a su corazón. Algo que de ninguna manera iba a permitir. Todavía tenía demasiado qué proteger. Se lo había jurado a sí mismo esa primera clase de pociones de Slytherin y Gryffindor de recién ingreso, en 1991. A pesar de sus peores instintos.

—He venido para darte una esperanza. Una oportunidad inaccesible para cualquiera.

—Por muy falsa amiga que seas, soy sólo un cualquiera. Ve a darle esa oportunidad a alguien especial. No me interesa pagar el precio de cualquier trato que me ofrezcas. —Severus ahora estaba convencido de que estaba en presencia de un demonio, disfrazado de lo único bueno que la vida le había regalado (porque por todo lo demás se había esforzado, y muchas veces fallado, pero esforzado).

—Pronto verás tres espíritus…

—Te dije que no me interesa —gruñó Severus, sin apartar la vista de la estructura de la chimenea.

—...no podrás saber el día ni la hora, pero los reconocerás cuando aparezcan.

—No he aceptado nada. No puedes comprometerme a nada. No tengo tiempo para tonterías como esta.

—Será inevitable. Como caer bajo el velo de la noche, imperceptible como la voz de los astros, y más poderoso que todo el conocimiento perdido de las runas. Como no volver a verme nunca más o perderme entre las arenas del tiempo.

—Yo jamás podría olvidarte —soltó la boca de Severus sin su permiso y un nudo amarró todavía más fuerte cada una de sus arterias.

Quería volver a verla, falsa o no, su imagen era la misma y quería tener un poquito más de ella para recordarla. Así que sólo se atrevió a ver el filo de su túnica transparente para inmediatamente después regresar la mirada a las flamas.

—Tal vez podamos encontrarnos en un reino intermedio, como el de los sueños; pero tampoco te atreves a soñar. No sabía que me odiaras tanto.

"No te odio", Severus quiso gritar. Pero preferiría que el fuego quemara su lengua como estaba empezando a derretir sus pupilas antes de admitirlo.

—Ya es el momento —susurró la voz de Lily como un débil aleteo junto a su oído y una última mariposa aterrizó enfrente de la chimenea.

Severus la vio desaparecer como humo que disipaba el viento. Y lo siguiente de que se percató fue que los leños estaban al rojo vivo, a las brazas, casi consumidos y apagados. El aroma se había ido, el silencio lo devoraba todo y la oscuridad de la noche lo envolvió por completo.

Sin quitarse la bata, se acostó sobre las cobijas y se dispuso a descansar en una meditación alerta por las horas que le quedaban de sueño. Al día siguiente necesitaría una pensadora para rescatar los minutos que estaba seguro que alguien (no Lily) le había robado. Intentar auto-recuperar sus memorias sería un asunto complicado, pero tenía que hacerlo para saber a qué se estaba enfrentando. Tenía que recordar y rápido. Tenía que saber y ganar, o morir en el intento.

*·.·*·.·*·.·*·.·*

.