Capítulo 52
Un nuevo amanecer
Había llegado el día que el pueblo de Francia había esperado desde hacía mucho tiempo. Era 5 de Mayo de 1789, y al fin se llevaría a cabo la ceremonia de apertura de los Estados Generales.
Los Estados Generales se convocaron para discutir cuestiones fiscales y financieras, al menos eso era lo que creían los monarcas, el clero y gran parte de la nobleza. Sin embargo, al permitir la participación de los tres estados, el último de estos no desaprovecharía la oportunidad para llevar a las asambleas cuestiones sociales que - a su entender - debían abordarse para atender a las dos primeras. No obstante, la intención de Luis XVI al convocar a los Estados Generales era únicamente la de abordar la crisis económica que enfrentaba el país; no estaba dispuesto a compartir el poder, y mucho menos con el pueblo.
Apenas eran las seis de la mañana, pero Oscar y André ya estaban listos para regresar al cuartel general. La heredera de los Jarjayes había decidido regresar a su casa junto con el nieto de Marion luego de que acabara la misa organizada por el rey de Francia por el inicio de los Estados Generales que se había llevado a cabo un día antes; sabía que a ambos les esperaba mucho trabajo por delante y que era probable que no regresaran a su casa en mucho tiempo, debido a ello, ella deseaba que al menos esa noche ambos estén cerca de su familia, y descansen cómodamente en sus habitaciones de la Mansión.
Luego de desayunar, y ya vestidos con su uniforme de la Guardia Nacional Francesa, ambos se preparaban para partir. Uno de los sirvientes les había llevado sus caballos hasta la entrada de la casa y André acababa de asegurarse que estaban correctamente ensillados. Regnier estaba con ellos, y ahí, en el portón de la entrada de su casa, los observaba pensativo.
- Oscar, André, deben estar alertas. Algunos de los informes que recibí indican que hay un grupo de terroristas que quieren boicotear la inauguración. - les dijo el General Jarjayes al nieto de Marion y a su hija en la entrada de la mansión, cuando ellos se preparaban para montar sus caballos.
- Lo sé, padre. También recibí esos reportes. - le respondió Oscar, y tras ello, hizo una pausa. - No lo entiendo... El pueblo ha estado esperando este día durante mucho tiempo... ¿Por qué alguien querría arruinarlo? - agregó.
- A los terroristas no les interesa nada que no sea generar divisiones. De todas formas, no creo que tengan el valor de atreverse a realizar algún atentado durante la ceremonia de inauguración. Sería atentar también contra los intereses del pueblo, y dudo que quieran tener como enemigos a los ciudadanos de Francia. - comentó el nieto de Marion.
- Es posible que tengas razón, André. Pero no deben confiarse. - agregó Regnier.
- No te preocupes, padre. No lo haremos. - le dijo Oscar con firmeza.
Entonces montó su caballo, y el nieto de Marion también lo hizo.
- Es hora de partir. - le dijo a André.
- Sí. - respondió él.
Y tras ello, Oscar dirigió su mirada hacia su padre.
- Adiós, padre. ¿Me despides de mi madre? - le preguntó Oscar.
- Claro que sí, hija. - le respondió él.
- Hasta pronto, General Jarjayes. - agregó André.
- Nos vemos, André. - le respondió el patriarca de la familia.
Y tras ello, ambos se marcharon.
Entonces Marion salió de la casa, y junto con el general, se quedó observando cómo las siluetas de su nieto y de su niña se perdían en el horizonte.
- Amo, tengo un mal presentimiento con respecto a todo esto... - le dijo la abuela al patriarca de los Jarjayes.
- La monarquía, la nobleza y el clero tienen una posición muy distinta a la posición que tienen los representantes del Tercer Estado, Marion. - le respondió él pensativo.
Y tras una pausa, susurró.
- Es una bomba de tiempo...
- ¿Qué? - exclamó la abuela, quien no le había entendido a su amo la última frase que dijo, y tras escucharla, el General Jarjayes dirigió su mirada hacia ella.
- ¡No te preocupes! - le dijo riendo, tratando de no angustiar a su leal ama de llaves. - Todavía es pronto para saber qué sucederá.
Y tras una pausa, continuó.
- Georgette ya debe estar por levantarse. ¿Podrías pedirle a los sirvientes que nos sirvan el desayuno? - le preguntó a Marion.
- Enseguida, Amo. - le respondió ella, y tras ello, se dirigió hacia el interior de la casa para hacer lo que el general le había indicado.
Mientras tanto, André y Oscar cabalgaban hacia el cuartel. Aún no eran las 7 de la mañana, pero ya estaba claro. De pronto, ambos vieron a un grupo muy grande de gente caminando en dirección al hotel Des Menus Plaisirs, y se detuvieron.
- Mira, Oscar. Se dirigen al lugar donde se llevará a cabo la inauguración - le dijo André a la mujer que amaba.
- Así parece... Debemos estar alertas. - le respondió ella, y ambos se quedaron detenidos mientras la muchedumbre pasaba.
Entonces, tras algunos instantes en silencio, André se dirigió nuevamente a ella.
- Oscar, he escuchado que mi abuela está preocupada porque no te estás alimentando bien. - le dijo, y tras escucharlo, ella sonrió bajando la mirada.
- No te preocupes por eso, André. Sabes que muchas veces mi nana se angustia sin motivo. - le respondió. - Es cierto que en algunas ocasiones me he dormido sin cenar, pero no es algo que suceda frecuentemente. - agregó.
- Por favor, prométeme que no lo volverás a hacer. - le pidió André muy seriamente. - Últimamente has trabajado demasiado, y si a eso le sumas una mala alimentación podrías enfermarte. - agregó.
- André, estás exagerando... - le respondió ella sonriendo, sin embargo, él seguía mirándola preocupado. - Ya basta. Deja de mirarme así. - le dijo.
Y tras una pausa, continuó.
- Te prometo que a partir de ahora no volveré a dormirme sin cenar. - agregó.
- Gracias. - le dijo él.
- ¿Continuamos? - preguntó ella dulcemente.
- Sí. - respondió André, ahora esbozando una sonrisa. - ¿Puedes creerlo, Oscar? Después de 200 años, hoy se inauguran los Estados Generales.
- Es verdad, André. Hoy es un día que se escribirá en la historia de Francia. Sin embargo, no puedo evitar pensar que si nuestros reyes hubieran tomado las decisiones correctas, no hubiera sido necesario que llegáramos a este punto. - mencionó Oscar con tristeza.
André la miró sorprendido. Él sabía que ella era una persona justa que actuaba en base a sus principios y que se daba cuenta de los errores de sus monarcas, sin embargo, nunca la había escuchado verbalizar lo que en realidad pensaba. El cariño que sentía Oscar por la reina María Antonieta era tan grande que le dolía exponer sus pensamientos sobre ella hasta con el mismo André. No obstante, ahora era inevitable; los problemas que habían provocado las malas decisiones de los reyes eran evidentes.
Unos instantes después, la heredera de los Jarjayes tiró de las riendas de su caballo y continuó su camino, seguida por André, el cual, a medida que se acercaba al cuartel militar para encontrarse con sus compañeros, iba sintiéndose cada vez más emocionado. En los últimos meses se había sentido pesimista y con un mal presentimiento sobre el rumbo que tomarían los acontecimientos, pero en ese momento decidió dejarse llevar por el optimismo.
"Igualdad ante la ley. Se exige la abolición de los privilegios y la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos, independientemente de su origen social."
Sí. Aquella era una de las demandas del pueblo, y definitivamente estaría en el pliego de solicitudes que se discutirían en las asambleas. "Igualdad ante la ley", una demanda que podría cambiar para siempre el rumbo de la historia de Francia.
- "Bernard tiene razón cuando dice que todos los seres humanos nacemos iguales, y que por tanto, todos deberíamos ser iguales ante la ley." - pensaba André, mientras recordaba una de sus tantas conversaciones con quien había sido el Caballero Negro. - "Si tan solo esa demanda fuese escuchada, Francia sufriría una gran transformación. Los aristócratas se verían afectados, pero con el tiempo se darían cuenta de que era lo mejor... Y yo... Yo podría pedir la mano de Oscar sin temor y con la frente en alto, me casaría con ella y viviríamos pacíficamente en mi Villa de Provenza... Ella sería mi familia y yo la suya, y al fin podríamos ser felices..." - se decía.
No podía evitarlo; imaginar su futuro al lado de Oscar le hacía sentir una profunda emoción. Si todo salía bien, no habrían más obstáculos para que ambos puedan vivir plenamente su amor. Durante años se había mantenido en silencio, encerrando en su corazón todo su amor, imposibilitado siquiera a pensar en la posibilidad de que ambos puedan ser felices juntos. ¡Cuántas veces se había sentido frustrado por no poder expresar con palabras sus sentimientos!¡Cuántas veces se había sentido desesperado pensando que la perdía, sobre todo cuando pensó que Oscar había aceptado contraer matrimonio con alguien de su misma clase social! Pero ahora todo era distinto: ella lo amaba y una nueva luz de esperanza se encendía para Francia, esa luz de esperanza que le prometía a los ciudadanos franceses que pronto todos serían iguales, y que se abolirían aquellas absurdas diferencias entre clases sociales que los separaban.
Por su parte, mientras cabalgaba al lado del hombre que amaba, Oscar tampoco podía dejar de pensar en el futuro.
- "Llegó el día. Al fin la voz del pueblo de Francia será escuchada." - pensaba.
Entonces dirigió su mirada hacia André, a quien le había dejado adelantarse un par de metros sólo para poder observarlo.
- "Mi querido André... Todo saldrá bien..." - pensaba.
Su mente se negaba a considerar otra posibilidad. No podía permitirse algo como eso.
Si las cosas no cambiaban, su único camino era fugarse al lado del hombre que amaba, lo cual traería graves consecuencias para ella y para su familia, y pondría en riesgo la vida del hombre que amaba. No quería llegar a ese punto, no quería ni siquiera imaginar algo como eso, por eso ni siquiera se atrevía a pensar en esa posibilidad, al menos no en ese momento.
...
Habían pasado algunos minutos desde que André y Oscar se despidieron de Regnier en la mansión Jarjayes, y ya estaban por llegar al cuartel militar. Alain y el resto de la tropa ya se encontraban listos, y esperaban ansiosos a su comandante para empezar con sus labores.
Después de decidir dejarse liderar por Oscar, habían encontrado una nueva motivación para su vida, mucho más al enterarse que tendrían la misión de velar por la seguridad de las Asambleas de los Estados Generales. Era un honor para ellos tener esa responsabilidad, y es que era la primera vez que los representantes del pueblo tendrían voz y voto para marcar el destino de su país.
Todos ellos formaban parte del Tercer Estado, y habían estado esperando ese día durante mucho tiempo. Cada uno de ellos tenía una historia de lucha diferente por sobrevivir, algunas más duras que otras, pero todas difíciles. Como bien lo había dicho Alain, ellos habían entrado a la Guardia Nacional por la paga, pero ahora sentían que formaban parte de algo mucho más grande, y cómo no creerlo; un momento muy importante de la historia de Francia se estaba gestando justo frente a sus ojos, y ellos ya eran parte de ello.
- ¡Vamos al patio, camaradas! ¡La comandante debe estar por llegar! - exclamó Alain.
- ¡Sí! - contestaron todos al unísono, y tras ello, se dirigieron al patio muy entusiasmados.
...
Mientras tanto, en el Palais Royale, Marie Christine se dirigía hacia el comedor. Solía empezar el día muy temprano, sin embargo, aquella mañana se levantó de la cama mucho antes de lo acostumbrado; la emoción por el inicio de los Estados Generales no la había dejado dormir.
- "Llegó el día que tanto esperábamos..." - se dijo a sí misma.
Por aquellos días se sentía muy feliz; le enorgullecía el hecho de haber contribuido, al menos un poco, a que los representantes del tercer estado consigan llegar hasta donde habían llegado. Claro está que había sido el Duque de Orleans el que había puesto a su disposición su casa y sus recursos para que muchos de los que ahora eran delegados del Tercer Estado pudieran sentirse libres para intercambiar ideas y se unan en un solo objetivo, sin embargo, ella fue quien organizó cada una de las reuniones que ahí se llevaban a cabo, poniendo todo su corazón para preparar cada evento. A pesar de que el único objetivo del duque era tener de su lado a los líderes del pueblo para que llegado el momento lo acepten como el nuevo rey de Francia, a Marie Christine lo único que le interesaba era contribuir con la lucha de los oprimidos.
"Libertad, Igualdad, Fraternidad..."
Aquella frase resonaba en la mente de Marie Christine como nunca antes. Al fin los representantes del pueblo tendrían la oportunidad de ser escuchados - pensaba.
- Señora, se levantó temprano hoy. - le dijo con una amable sonrisa el ama de llaves del Palacio del Palais Royale.
- Mi querida Louise, ¡cómo no hacerlo! ¡Si casi no dormí de la emoción por esperar este día! - le dijo a su leal sirvienta. - ¿Y el duque? ¿Sigue durmiendo? - preguntó.
- Así es, Madame. - le respondió ella.
- Bueno, aún es temprano... La ceremonia de inauguración es a las diez. - comentó Marie Christine mientras se sentaba en el comedor.
Y tras un breve silencio, su ama de llaves se dirigió nuevamente a ella.
- Si a las mujeres se les permitiera entrar en la vida política, estoy segura de que usted hubiese sido una gran delegada. - le dijo, y la favorita del duque la miró sorprendida.
- ¡Pero qué dices, Louise! - exclamó.
- Lo digo muy en serio, Señora. - insistió Louise.
Y Marie Christine se echó a reír.
- No tengo ese tipo de ambiciones. Me conformo con ser útil para mi país de la manera que sea. - le respondió ella con una sincera sonrisa, y Louise también sonrió.
- Le traeré el desayuno. - le dijo a su ama.
- Muchas gracias, Louise. - le respondió Marie Christine.
Y tras ello, la sirvienta se retiró.
Entonces Marie Christine dirigió su mirada hacia la ventana que daba hacia el jardín, y escuchó con alegría el canto de los pájaros. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz.
...
Mientras tanto, en el Palacio de Meudon, la reina María Antonieta yacía al pie de la cama de su pequeño Luis Joseph, el cual había tenido un desvanecimiento mientras se llevaba a cabo la misa del día anterior, pero ahora descansaba.
- Majestad, el carruaje ya está listo para trasladarla hasta Versalles. - le dijo una de sus damas de honor, tras recibir el mensaje de uno de los sirvientes que se había presentado en la habitación.
- ¡Me niego! ¡Me niego a separarme de mi hijo en este momento! - exclamó la reina con firmeza.
- Pero, Majestad... - le dijo la dama, sin embargo, no se atrevió a decir nada más. ¿Cómo podía pedirle a una madre que deje a su hijo en una situación semejante?
Entonces, Luis XVI ingresó a la habitación.
- Majestad... - le dijo la reina al verlo, y tras ello, la dama de honor de María Antonieta retrocedió unos pasos y se inclinó respetuosamente ante él.
- Querida, debemos partir... - le dijo su esposo.
- Pero Majestad, no puedo dejar sólo a Luis Joseph. - le respondió ella, mientras lo miraba angustiada.
- Nuestro hijo estará bien. Todos aquí han estado y estarán pendientes de su estado de salud. Además, he solicitado que un mensajero nos lleve noticias constantemente en lo que dura la ceremonia. - le dijo.
Entonces María Antonieta dirigió la mirada hacia su pequeño, el cual descansaba pacíficamente, aunque lucía bastante pálido.
- Yo también quisiera quedarme al lado de Joseph, pero tenemos la obligación de presentarnos en la inauguración de los Estados Generales.- le dijo Luis XVI a su esposa, y ella dirigió nuevamente su mirada hacia él.
- Quiero conocer el estado de mi hijo en todo momento mientras nos encontremos allá. ¡Majestad, debe prometerme que así será! - le dijo María Antonieta al rey de Francia.
- Te lo prometo. - le respondió él.
Y tras ello, avanzó unos pasos hacia su hijo y besó tiernamente su frente.
- Hijo, ya nos vamos. Pronto estaremos contigo nuevamente. - le susurró a su pequeño, y tras hacerlo, la reina de Francia también besó la frente de su hijo.
- Mi querido Joseph, por favor, sé paciente. Estaré contigo apenas termine la ceremonia. - le dijo ella.
Entonces ambos salieron del salón, y se dirigieron a sus respectivos carruajes.
Iban pensativos y apesadumbrados mientras caminaban por los amplios pasillos del Castillo de Meudon; para ellos era imposible no sentirse devastados.
- "¿Por qué una madre no puede velar por la salud de su hijo enfermo? ¿Por qué un padre no puede infundirle el valor que necesita su pequeño en un momento como el que mi Joseph atraviesa?... No es justo..." - se decía María Antonieta.
Sin embargo, ella aún no se daba cuenta de que ellos no eran los únicos padres que sufrían. Su país tenía cientos, o quizás miles de historias tan desoladoras como la suya. No obstante, a diferencia de Joseph que tenía una excelente atención médica y varios cuidadores, otros niños franceses morían en la miseria ante la impotente mirada de sus padres, los cuales habían llenado su corazón de odio contra la única persona a la que consideraban la principal responsable de todas sus desgracias: la reina María Antonieta.
...
Fin del capítulo
