Desperté en una habitación silenciosa, en penumbras. Antes de ver algo tomé conciencia del desesperante dolor que sentía en ambas manos. Era como si sostuviera una hogaza de pan palpitante y demasiado caliente que no podía soltar. Hice el intento de mirarme las palmas para evaluar el daño y noté unas rodillas ajenas pegadas al costado de mi cama; había una persona sentada en una silla a mi lado.
– Hola –dijo Nailah.
Aguanté la respiración y el silencio se volvió absoluto por algunos segundos. Era el cuarto pequeño de la enfermería, por lo que estábamos muy cerca una de la otra. Su rostro estaba iluminado por una única vela a mis espaldas. Tenía un lado del cabello recogido detrás de la oreja.
– ¿Cómo te sientes?
Tuve que tomar una bocanada de aire para responder. Me miré las manos: una estaba vendada y la otra enyesada.
– Me duele un montón.
– Será... así por algunos días. Dana tiene analgésicos, lo hará más fácil. Mejorarás. ¿Quieres agua? ¿Estás... estás llorando?
Me mordí el labio. Quería detener el llanto, pero no estaba acostumbrada a padecer tanto dolor físico. Nailah se acercó y me limpió las lágrimas con un dedo. Eso era extraño. Toda la situación era surreal.
– ¿Qué estás haciendo aquí? –Pregunté.
Ella vaciló un momento. Esta vez su rostro no estaba rebosante de furia contenida; había algo de compasión en ellos.
– Quería... agradecerte por salvar a Marina. Fuiste valiente, más rápida e ingeniosa que cualquiera de nosotras. Cuando la vi caer pensé... estaba segura de que la habíamos perdido. Todas nos habríamos convertido en alimento de peces. Y por eso... te estaré eternamente agradecida.
Me embargó una sensación cálida mientras la escuchaba. Antes no había tenido la oportunidad de oírla hablar por tanto tiempo y su voz era extrañamente reconfortante. Sorbí mis mocos y le respondí.
– Haría lo que fuera por Marina, tiene esa cara súper rescatable.
La guerrera asintió en silencio y percibí el atisbo de una sonrisa.
– Sé a lo que te refieres.
– ¿Podrías entrenarme? Cuando me sienta mejor.
Nailah endureció la expresión y se alejó, acostándose contra el respaldo de la silla.
– No haré eso, Christine.
–¿Por qué no? –No respondió. Me miré el regazo, incrédula. Si su agradecimiento eterno no era suficiente para ganarme una pizca de su simpatía, no había nada que pudiera hacer para obtenerla. – ¿Podrías explicarme por qué me odias tanto?
Tuvo el atrevimiento de mostrarse sorprendida. Miró la pared por unos momentos antes de volver a abrir la boca.
– No te quiero en el barco, eso es todo.
– Ah, eso es todo. Gracias por aclararlo...
– Tus motivos no son los correctos.
– ¿Mis motivos?
– Tu búsqueda me parece...
– ¿Te refieres a lo de Ace? ¿Qué tiene?
– ¿Que qué tiene? Christine, es una estupidez. –Cerró los ojos y contrajo los labios con desprecio– no puedo creer que estés haciendo todo esto por un hombre.
– Tú no lo conoces.
– Conozco a los hombres. Créeme. Al igual que todas en el barco. ¿Nunca te preguntas por qué navegamos solo con mujeres? Porque descubrimos lo terribles que podían ser los hombres y construimos un refugio sin ellos. Évora y Dana, ambas eran prostitutas. No les importa, pero están felices de dejar esa vida atrás. ¿Por qué crees que Marina es tan retraída? Tiene sus motivos; solo pensarlo me hace querer arrancar un par de cabezas...
– Estás generalizando, es imposible que todos los hombres sean tan terribles como dices. Admito que el tiempo que conocí a Ace fue reducido, pero no se veía como una mala persona. Puede que no fuera una mala persona.
– Es lo mismo que piensa la capitana. Bien, vayan, confíen. Pero no sufran después.
Quise gritarle. Qué injusto era todo lo que decía. Ella nunca lo conoció, jamás. Y, de todas formas ¿Por qué se metía en ese asunto?
– Pasé mi infancia en una aldea pequeña –dijo de pronto– Vivía con mis dos padres. Era hija única. Mi padre comenzó mi educación a los 6 años; me enseñó las técnicas de combate de mi pueblo, a bailar con las cuchillas azhiras. Ese es el nombre –hizo un gesto a los mangos que le sobresalían del cinto– de mis armas. La gente decía que yo era talentosa y yo lo creía así. A los trece años mi cuerpo comenzó a desarrollarse. Me crecieron los pechos, las caderas. Eso me desequilibró un poco, pero continué con mi educación. Yo era muy disciplinada. Tenía el sueño de convertirme en una prodigiosa guerrera de azhira y no... no lo logré, por culpa de un hombre.
"Era un par de años mayor que yo, pero era mucho más grande. Un día yo estaba sola, sentada en un bosque cercano a casa, y llegó él con algunos amigos. Abusó de mí. Yo me resistí, pero él era más fuerte, tenía dos años de ventaja. Lo peor fue que nadie me creyó, por supuesto. Mi pueblo tomaba las decisiones de esta manera: todos los hombres se reunían y discutían el asunto. Cuando llegaban a una resolución unánime, aplicaban justicia. Me exiliaron por mentirosa. Ninguno de esos hombres me defendió. Mi padre, de hecho, la persona más cercana a mí desde mi niñez, fue el primero en considerarme culpable y en manifestar la vergüenza, la humillación que sentía por tener una hija tan envidiosa, insegura de sus propias habilidades, que ensució el nombre de un buen hombre para ser la mejor."
Se encogió de hombros. Quise tocarla, decirle algo para hacerla sentir mejor, pero las palabras habían abandonado la habitación. Y hacía frío. Mis palmas ya no quemaban, hacía frío.
– No te lo cuento para que sientas lástima por mí. Tienes una inocencia en tus ojos... que es inusual. Todos hemos vivido, hemos visto cosas distintas, pero tú... me da la impresión que ignoras cosas que la mayoría no. Es una sensación extraña. No sabes lo que estás haciendo.
– Nadie tendría que pasar por lo que tú pasaste, –Abrió la boca para interrumpirme y yo la detuve con un gesto– pero yo viví ciertas cosas... que me hicieron desear esto. La gente que me rodeaba siempre quería tomar decisiones sobre mis asuntos y me cansé de eso. Quiero escuchar mis propios anhelos y tener algo de control sobre lo que pase conmigo de ahora en adelante. Sé que soy un desastre... –esperé que me contradijera. No lo hizo y seguí hablando– pero estoy dispuesta a vivir todo esto con tal de obtener algo que quiero. Quiero verlo.
– ¿Por qué? ¿Quieres que te dé un par de hijos, que te prometa fidelidad? ¿Acaso esperas que abandone su vida como pirata para estar contigo? Si es así, te tengo una sorpresa: no va a pasar.
Me quedé callada. No quería decirle que no conocía la respuesta a su pregunta. ¿Qué esperaba de Ace? ¿Acaso tenía alguna idea o solo estaba siguiendo ciegamente un deseo persistente? Pensé en ese callejón del archipiélago Sabaody, donde me había ofrecido acostarme con él. Tragué saliva.
– Y de todas maneras ¿Por qué se separaron en primer lugar? –preguntó ella.
No podía decirle que él me abandonó. Si lo hacía terminaría por convertirme, a sus ojos, en la persona más patética de la tierra. Opté por desviar el tema.
– Tú me odiabas antes de que conocieras mi objetivo. –le recordé– Cuando nos vimos por primera vez en el barco de esclavistas y me cortaste la mano. Lo vi en tus ojos: me odiabas.
– Yo no... no fue por eso... –se atragantó con sus palabras y se levantó algo alterada–. Olvídate del entrenamiento. Sé agradecida por el favor que te hacemos y haz lo que te dicen.
Caminó hasta la puerta.
– No hay problema. No creas que es algo nuevo para mí. –Respondí someramente. Quería que se fuera para que no me volviera a ver llorar.
Nailah me miró con su rostro inexpresivo. Resistí las ganas de pedirle agua, porque sí tenía la garganta seca y con un mal sabor de boca. Abandonó la habitación.
. . .
Apenas me libré de las vendas y el yeso continué con mis labores. Algunas chicas protestaron, pero yo insistí. Así me encontré un día en la cocina, lavando la loza. No muy lejos de mí, Marina preparaba un postre y hablaba para sus adentros. Mi vista comenzó a nublarse y me vinieron unas ganas tremendas de descansar los ojos.
– Marina, no tararees –le dije.
– ¡Perdón!
A mi izquierda apareció Nailah con su plato. Miró a Marina y le guiñó un ojo. Aproveché ese momento para recibirle la vajilla y limpiarla. La había visto lavar algunas veces, así que repetí su rutina: conté las veces que enjuagaba la esponja y seguí el camino preestablecido para deshacerme de los restos de comida en la cerámica. Cuando terminé lo dejé a un lado y me percaté de que Nailah no se había movido de mi lado. Alcé la cabeza. Nunca la había visto tan atónita... u ofendida. Su expresión era dificilísima de leer. Le temblaban las pupilas, tenía los labios entreabiertos y su pecho no se movía. ¿Respiraba?
– ¿Estás bien?
Mi pregunta pareció romper el hechizo, porque volvió a moverse como un ser vivo. Pestañeó y se llevó una mano a la cara, donde se masajeó las sienes con los dedos.
– Mañana termina tus tareas antes de las 3 –se dio vuelta y caminó hacia la salida– Te espero en el patio. Si te quejas una vez durante los ejercicios, se acabó.
Cerró la puerta de un portazo.
Miré a Marina, que me observaba con la boca abierta. La espuma voló por el aire cuando levanté los brazos en señal de victoria.
Nota del autor:
Desde ahora en adelante la historia tendrá la advertencia de +18. Así que... están advertid-s.
