Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!


No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.


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Bella dejó atrás todo rastro de decoro al salir corriendo de Whitehall.

Jasper, que era más joven y más fuerte, se esforzó por seguirla mientras ella salía a toda prisa.

—¡Un caballo!— le gritó Bella al ayuda de cámara. —¡Necesito un caballo!

Tan autoritario fue su grito que, sin dudarlo, el mozo de cuadra de lady Catherine le entregó un caballo, a pesar de las protestas del otro criado.

De la forma menos propia de una dama, Bella se ciñó las faldas alrededor de las piernas y montó en el caballo con movimientos practicados. Sabía que cualquiera que la viera se horrorizaría, pero no le importó.

Bella clavó los talones en los costados de la bestia, impulsándola al galope mientras corría hacia el pueblo. Frenético por su energía, el caballo despegó y sus cascos golpearon con fuerza sobre la tierra y la piedra.

El pueblo no estaba lejos de Whitehall, y en cuanto estuvo a su alcance, Bella fijó los ojos en el tenue horizonte, buscando cualquier cosa.

Nada parecía fuera de lo normal, aparte de las luces de los faroles que se acumulaban al sur del pueblo.

Bella dirigió el caballo en dirección al cementerio. Había un tumulto de lugareños que se empujaban unos a otros para ver las tumbas.

Condujo al equino entre la multitud, dispersando a los granjeros y comerciantes que la maldecían. Sus ojos recorrieron los rostros, desesperados, pero ninguno le resultaba familiar.

Desmontó y soltó las riendas mientras se abría paso entre la multitud.

El olor a tierra húmeda y descomposición la asaltó, y se llevó una mano a la nariz, tratando de bloquear el hedor.

Dos tumbas habían sido completamente removidas, la tercera estaba a medio cavar y abandonada, como si alguien hubiera sorprendido a los perpetradores en plena acción.

—Es la vieja señora Daniels—, dijo alguien a su lado, y Bella se volvió para mirar el cadáver de la mujer más cercana. —¿Recuerdas que le dijo a todo el mundo que volvería?

Bella puso los ojos en blanco. No tenía tiempo para sus supersticiones, sobre todo cuando era evidente que la señora Daniels había sido desenterrada y robada, y no reanimada. En lugar de eso, se volvió hacia el resto de la multitud, buscando a algún funcionario.

—¿Quién ha visto a los ladrones?—, preguntó a la multitud al no encontrar a nadie útil. Las caras se volvieron hacia ella.

—Yo—, dijo un hombre levantando una mano. Las cabezas giraron hacia él.

—¿Cuántos hombres había? — Bella exigió. —¿Alguno de ellos tenía el pelo cobrizo?

El hombre se encrespó al oírla, tomó aire y se le hinchó el pecho. —Un momento—, dijo. —¿Quién es usted para hacer esas preguntas?

Bella apretó los dientes. —Por favor, necesito saberlo —dijo acercándose a él. Él la miró con el ceño fruncido. Era un hombre corpulento, de ojos oscuros y barba espesa. Le recordaba a su padre, al menos, a quien sería su padre si aún viviera.

—No creo que deba decírtelo—, dijo lentamente, con ojos cautelosos. —No es bueno asustar a una constitución delicada como la tuya.

Bella sintió el impulso de estirar la mano y abofetearlo. En lugar de eso, se metió las manos en los bolsillos de la falda y tomó aire.

—Por favor—, dijo suavizando su tono a pesar de que estaba llena de ira y frustración. —Busco a mi esposo. Temo que se lo hayan llevado—. En sus ojos brillaron lágrimas de sinceridad y vio que el hombre se ablandaba un poco.

—Estaba demasiado oscuro para verlos—, dijo, su voz tranquila, pero la nota de vergüenza discernible. —Lo siento.

Bella sintió que se le retorcía el estómago de rabia, miedo, frustración y decepción. No sabía cuánto más podría aguantar.

Se apartó del hombre y se alejó con la cabeza gacha. De nada serviría registrar los ataúdes. Reconocía el trabajo de su marido, y sabía que allí faltarían objetos de valor como con los anteriores.

Bella buscó el caballo, deseando devolver la bestia rápidamente para que Jasper y ella pudieran reagruparse e idear otro plan.

—¿Señora?

Bella se detuvo cuando una mano mugrienta conectó con su hombro. Levantó la vista, sorprendida al ver la cara del joven que la miraba. Debía de tener la misma edad de Jasper, quizá un poco menos, y parecía un vagabundo, a juzgar por su ropa hecha jirones y su rostro sucio.

Bella sintió compasión por él e inmediatamente echó mano a su monedero. No tenía mucho, pero le sobraban algunas monedas para alimentar al muchacho.

—Oh, no, señora—, dijo el chico, sacudiendo la cabeza cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. —No he venido a mendigar. Sólo quería preguntar si es usted la señora Masen.

A Bella le dio un vuelco el corazón. —Lo soy—, dijo con la voz entrecortada, casi esperanzada.

—Su marido me pidió que le diera un mensaje.

Bella dejó de respirar por un momento, antes de jadear y asentir para que el muchacho continuara. —Por favor, dímelo—, le suplicó, tendiéndole la mano.

El chico tragó saliva y pareció arrepentido. —Quería que supiera que lo siente.

Bella frunció el ceño. —¿Que lo siente?

El chico asintió.

—¿Algo más?—, preguntó ella, con lágrimas quemándole los ojos.

El chico negó con la cabeza. —No, señora. Eso fue todo, sólo dijo que lo sentía.

Le dirigió una mirada triste antes de alejarse, dejándola en su devastada confusión.

Lo siento.