Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.

.


El amor vuelve lentamente

.

Advertencia: Este capítulo contiene lemon.


PUNTO DE VISTA DE ALBERT.

¿Dónde me encuentro? ¿Cómo llegué aquí? Una bruma muy espesa cubre todo mi alrededor, ni siquiera logro distinguir nada mas que neblina blanca por doquier. Me levanto y camino con cuidado volteando de un lado a otro, todo es confuso y extraño ¿Qué fue lo que ocurrió? Lo único que recuerdo era estar en compañía de Candy, y luego... Agito la cabeza varias veces, también recuerdo un sonido estrepitoso que me dejó noqueado completamente ¿Será la razón por la que estoy en este lugar? Puede ser que esté muerto... No, lo descarto de inmediato.

Continúo deambulando cautelosamente, buscando cualquier indicio de vida, alguien que me pueda ayudar a salir de aquí... Nada, no logro divisar absolutamente nada, la paciencia se me acaba y ya me encuentro al borde de la desesperación. Afortunadamente, llego a un punto donde la neblina empezó a dispersarse, unas cuantas sombras aparecen y desaparecen sueltamente hasta que varias luces brillantes destellan para darle forma a aquellas figuras carentes de animación. Una enorme luz me envuelve casi me ciega, mi mente en un parpadeo se aclara y todo comienza a pasar como una película frente a mi.

Mis ojos de repente se llenan de lágrimas al contemplar un recuerdo que creí perdido para siempre; mi padre, un empresario millonario junto con una jovencita de diecisiete años y un niño rubio de cuatro años a quienes reconozco rápidamente, están pescando en las orillas de un enorme lago del cual no logro recordar el nombre. No importa. Aquella escena de un pasado feliz donde él, mi hermana y yo reíamos y nos divertíamos como nunca, traspasó e invadió mis pensamientos magistralmente, jamas imaginé que ese día sería la ultima vez que vería a papá con vida y tan contento disfrutando un momento con sus dos hijos. De ahora en adelante inmortalizaré aquella evocación en mis memorias.

Enseguida me encuentro en una cómoda cama siendo abrazado por mi hermana mayor mientras me lee uno de mis tantos cuentos favoritos, su apacible voz en la mente infantil de un niño de cinco años me lleva a imaginar un sinnúmero de lugares fantásticos y montones de personajes alucinantes. Adoraba cuando ella me dedicaba tiempo a esa edad, era como una mamá ante la ausencia de la mía propia.

Un escenario totalmente diferente a los anteriores se materializa gradualmente, enarco una ceja observando a mi tía regañando a un chiquillo de seis años mientras algunos sirvientes se llevan a una camada de gatitos junto con su mamá felina. Su voz autoritaria asusta un poco al infante, pero no lo detiene en darle un hogar a aquellos indefensos y maravillosos seres, gracias a la ayuda extra de mi hermana, por supuesto.

Sonrío al reconocer en otra escena a Rosemary sentada en un amplio sofá acunando en sus brazos a un bebé de unos días de nacido – "Anthony" – susurro el nombre de mi sobrino. Yo observo desde la puerta, cuento con ocho años, era principios de octubre y una que otra hoja de otoño caía afuera, Vincent acompaña a su esposa admirando orgulloso al pequeño bebé, los tres conforman un lindo cuadro familiar perfecto. Escucho la voz de ellos llamándome para conocer al recién nacido, me vi corriendo a su encuentro para darle la bienvenida al nuevo miembro de la familia.

El panorama cambió en un segundo, tres chiquillos (mis sobrinos) juegan en el enorme jardín mientras mi yo mas joven de unos quince años los mira desde la distancia, encerrado en el estudio un poco aburrido, lleno de libros de finanzas, filosofía y aritmética en el escritorio. A su lado lo acompaña George, y en frente de ellos un hombre anciano dormitaba levemente sosteniendo un grueso libro de leyes. Lo reconozco al instante, fue uno de los varios profesores que tuve.

De nueva cuenta, otra remembranza se manifiesta detalladamente, me veo besar a una chica de la misma edad que yo; mi primer beso. Tendría unos diecisiete años, aquella jovencita llamada Margaret Winstead de cabellera rubia, tímida, sincera y bonita me gustaba mucho, lo admito, los dos estudiamos juntos en el mismo colegio en Londres. Nuestra relación fue corta y en secreto, lamentablemente una horrible enfermedad se la llevó a una temprana edad, a los dieciocho para ser exactos.

Me sorprende un poco lo que veo a continuación, sentado en la orilla de una cama, con el torso desnudo y vistiendo descuidadamente el pantalón, me hallo meditabundo mientras mi acompañante duerme tan tranquila del otro lado del lecho. Esa fue la ultima noche que estuvimos juntos, obviamente tuve uno que otro encuentro con aquella mujer con tal de ignorar y olvidar por un momento el compromiso que mi tía ya tenía impuesto. A mis veinte años la soledad era una compañera constante, la cual me orilló a buscar la compañía femenina de aquella dama irlandesa de buenos sentimientos quien conocí paseando a caballo una mañana veraniega en Escocia, Adara se llamaba. Nunca la volví a ver desde nuestra separación, la llegué a querer, pero ella misma me dio a entender que el verdadero amor aun no había llegado a mi vida.

Otra escena se develó en el camino, justamente un día después de mi cumpleaños numero veintidós, el día que me presentaron a la joven con quien me atarían de por vida. No sentí nada por ella cuando la conocí, si, era muy guapa y a la vez exudaba misterio, pero no me atraía ni había amor de por medio, aun así, duramos años fingiendo algo que ni ella ni yo nos atrevimos a poner un alto, cada quien andaba por su lado. Abro los ojos exageradamente, sorprendido por el cambio drástico de escena a una tarde lluviosa ¿Qué diablos es eso? ¿Acaso ella está besando a otro? Agarro mis sienes fuertemente, lo recuerdo, siempre lo sospeché, pero tuve que verlo por mi mismo para corroborarlo, aquel hombre de espaldas a mi se me hace demasiado familiar ¿Quién será? Tengo una ligera sospecha, solo que no quiero averiguarlo, me dolería mucho si resulta ser él. Aquel suceso fue muy desagradable, no sentí nada mas que asco tan solo verlos ¿Por qué demonios postergué las cosas y no los enfrenté en su debido tiempo?

"¿Qué harás con ella?"

Escucho la voz demasiado familiar de un hombre, ahora me encuentro en mi estudio en Chicago admirando el atardecer.

"Terminar el compromiso, debí hacerlo desde un principio ¿No crees?", el suspiro desganado no me pasa desapercibido. "Pero mejor hablemos de ti ¿Cuándo me presentarás a tu esposa? Debe ser una dama muy especial para que haya conquistado tu corazón de piedra"

La mirada de la persona que me acompaña es la de un hombre feliz y enamorado.

"Mucho, ella es única... Que te parece si al finalizar el contrato nos vamos juntos a Milwaukee y te la presento. Quiero que Candy conozca al hombre que trabajará conmigo, así de paso te olvidas un rato de tus problemas"

"Michael" – musito su nombre contemplando con añoranza la camaradería con mi buen amigo, entre ambos existió una sincera y gran amistad. Ahora él ya no se encuentra en este mundo, nos dejó tan pronto... Nunca lo supe por obvias razones hasta que Candy me contó su pasado. Aquella noche me sorprendió su confesión, pero no lo asimilé ni lo resentí tanto como ahora que he recobrado la memoria, y aunque no lo parezca me siento un poco culpable.

El pitido de un tren me lleva al día que cambió mi vida, me acerco a donde los dos hombres conversan joviales sin imaginar el destino que les espera. Ese tren... Ambos íbamos en el mismo tren con rumbo a Milwaukee, de no haber sido por ese aparatoso accidente, Michael seguiría vivo y yo hubiera conocido a Candy en diferentes circunstancias. Lo que hace el destino, es realmente sorprendente.

De un momento a otro el vagón me asfixia, lo percibo mas angosto de lo normal, escucho un ruido de terror, las ruedas rechinando, gritos de desesperación, una fuerte explosión, fierros retorcidos por doquier, olor a sangre y combustible entremezclados, dolor, mucho dolor acompañado de una densa oscuridad que me cubre lentamente en la mas terrible de las agonías. Todo quedó en un silencio sepulcral, ya no sentí nada hasta que desperté en una cama de hospital sin memoria e inválido.

Deprimido, quise tomar el camino fácil, mi vida ya no tenía sentido, solo seguir existiendo dependiendo de los demás ¿Acaso era eso vivir?... Fue el bondadoso corazón de Candy que cambió mi forma de pensar y llenó de luz ese enorme manto oscuro que me cubría; sus atenciones, su perseverancia, su sonrisa, incluso sus tristezas y sus enojos se desplegaron como pergamino ante mi. Ella, solo ella es mi mas reciente y preciado recuerdo, mi Candy, la mujer que conocí por azares del destino, la mujer que amo profundamente, la mujer que dentro de poco se convertiría en mi esposa.

De la nada, una oscura nube se cierne sobre ella, revelando en su lugar a mi tía observándome furiosa, a su lado Amelia con una mirada llena de resentimiento.

– ¡No!... ¡Candy! – grité su nombre al no verla mas – ¡No! – todo se volvió nuevamente oscuro, dejé de tocar el suelo debajo de mis pies y sentí como caía en picada a un abismo profundo y sin fondo.


– ¡Albert!

Como pudo, Candy salió de su estupor repitiendo el nombre de su amado varias veces, llamándolo desesperada para que reaccionara.

– Albert, por favor despierta... – su voz se quebraba poco a poco al no recibir respuesta – No me hagas esto, mi amor, no puedo perderte a ti también.

Las lágrimas empapan las mejillas de la joven rubia temiendo lo peor... "¡No!" resonó en su mente empezando a buscar cualquier herida mientras le repite una y otra vez que abra los ojos. Encuentra un roce en su sien, de seguro fue la causante de su desmayo, prontamente actúa rasgando un pedazo de su vestido para detener el pequeño hilo de sangre que sobresale de la herida. Pero eso no era suficiente.

– ¡Ayúdenme! – gritó solamente al viento, necesitaba insumos médicos y un doctor obviamente. Por un segundo se le vino el recuerdo cuando recibió la fatídica noticia de la muerte de Michael."No, por favor dios mio, no te lo lleves", piensa horrorizada. El miedo era latente, cualquier cosa podría salir mal.

No se da cuenta de lo cerca que se oyen los ladridos de un perro ni de las pasos acelerados causados por un hombre corpulento corriendo en dirección a ella. Una escopeta se agita detrás de su espalda por los bruscos movimientos.

– ¿Cómo está? – escuchó de repente.

Candy alza la mirada hacia la figura borrosa debido a sus tantas lágrimas, se limpia presurosa notando a un hombre fatigado, asustado y agarrando aire, un can no deja de olisquear a Albert. Al principio tartamudea, pero inmediatamente recobra el juicio.

– No reacciona, ayúdeme, por favor. Respira y tiene pulso – el hombre no dijo nada, solamente asintió y le ayudó a cargar al joven herido – Con cuidado, puede tener una contusión o una fractura.

– Tengo una carreta, lo llevaremos con el doctor Martín.

– ¿El doctor Martín?

– Si, es nuevo por estos rumbos y es muy bueno aunque no lo parezca.

– Cualquier cosa es mejor que nada.

Los caballos corrían veloces jalando la carreta que el desconocido hombre dirigía afanoso, el perro los seguía. Candy mantiene en su regazo la cabeza de su novio protegiéndolo de los saltos continuos por el exceso de velocidad. Se le notaba un poco pálido y sudoroso, con diligencia limpia su rostro y le susurra varias palabras de aliento.

– ¡Doctor Martín! ¡Doctor Martín! – gritó el hombre saltando de la carreta, sabiendo de ante mano donde se encontraba el galeno.

El susodicho salió corriendo del orfanato junto con la señorita Pony, la hermana María y algunos niños que oyeron el alboroto, unos mas se asomaron curiosos por las ventanas.

– Que sucede, Randall ¿Por qué gritas así?

– ¡Traigo un hombre herido! – respondió ayudando a la chica a cargar al rubio.

– ¡Candy! – exclamaron anonadadas las dos mujeres de ver a la rubia llegar junto con el señor Wilson levantando un hombre desconocido e inconsciente.

– Les explicaré mas tarde... Por favor doctor, ayúdelo, soy enfermera.

– Muy bien señorita, hay que llevarlo dentro, deprisa.

– Niños regresen a sus actividades y no interrumpamos al doctor.

La señorita Pony y otra joven que enseñaba en el hogar llevaron a los niños a los salones.

Una vez adentro, el doctor auscultaba al atractivo y alto hombre rubio tendido en la cama, revisó sus ojos por si se encontraban dilatados, con su estetoscopio atendió los latidos de su corazón.

– Buen pulso, un poco agitado, signos vitales normales ¿Qué sucedió? – preguntó palpando cuidadosamente sus extremidades mientras que Candy desinfectaba la herida.

– Estábamos paseando a caballo...

– ¿Es su novio, señorita? – interrumpió el galeno.

– ¿Qué...? Si, si.

– Oh, Candy – susurró un poco sorprendida la hermana María trayendo en sus manos unas cuantas vendas.

– Escuchamos un disparo muy fuerte, Albert se desvaneció de repente y cayó del caballo... Él... es amnésico desde hace mas de un año – el doctor ladeó con cuidado la cabeza del joven rubio examinando la herida y escuchando a la muchacha con atención.

– Debo suponer que debido a su perdida de memoria el ruido lo noqueó de alguna manera, puede que sus recuerdos vuelvan paulatinamente o de golpe, todo depende de la gravedad del impacto. La herida no es considerable, pero si requiere unos cuantos puntos, por fortuna la bala no llegó a alojarse en su cuerpo ni sufrir fractura alguna al caer del caballo. No se preocupe, él es joven y fuerte, saldrá de esta, suerte que traigo lo indispensable en mi maletín, démonos prisa para lavarnos y empezar nuestro trabajo, entre mas rápido mejor.

– ¿Eh? – Candy se quedó sin habla, estaba tan asustada que no podía asimilar el hecho que en cualquier instante Albert pudiera recuperar la memoria – S...si, doctor.

El médico notó desde un principio las manos de la joven temblar repetidas veces y lo fácil que perdía por unos segundos el sentido.

– Candy, se llama Candy ¿Verdad? – ella asintió colocando un poco torpe los instrumentos – También debo checarla a usted, tal parece que el percance la dejó en estado de shock.

– Yo estoy bien, doctor. Albert es lo primordial ahora.

– Por supuesto, después de tratar al joven la revisaré a usted. Ande, váyase y siéntese afuera un rato, no está en condiciones para trabajar. Vuelvo a reiterarle que no se preocupe, su novio se encuentra en buenas manos, la hermana María me ayudará.

– Pero...

– Vamos, Candy – la fiel monja encaminó gentilmente a Candy fuera de la habitación.

– Hermana María...

– Ya escuchaste al doctor, él estará bien. Descansa un momento, lo necesitas.

La hermana María rozó la mejilla de la joven de forma maternal y luego cerró la puerta lentamente. Candy se abrazó a si misma sintiendo poco a poco la adrenalina desaparecer para dar paso a uno que otro sollozo. Sus hombros temblaron y se tapó la boca derramando lágrimas silenciosas.

– Candy... – la señorita Pony apareció en el pasillo y dejó la bandeja que traía en manos en una pequeña mesita – Siéntate, hija, mira como estás – la mujer mayor la guió a una banca de madera y le alcanzó una taza de vidrio – Toma, bebe un poco de té, te hará bien.

La rubia a duras penas le dio unos sorbos al líquido caliente, un poco mas calmada, le dio las gracias quedamente.

– ¿Cómo se encuentra el joven?

– El doctor Martín dijo que está fuera de peligro, la bala no alcanzó a herirlo de gravedad.

– Oh, gracias a dios.

– Puede que esté por recuperar la memoria – susurró distraídamente.

– Eso es una buena noticia, hija, aunque no te noto muy entusiasmada.

– Ay, señorita Pony... – Candy dejó la taza a un lado – No es eso, al contrario, me alegra que pronto pueda recuperar la memoria. Es que yo... Temí lo peor, pensé por un segundo que lo perdía, no supe que hacer, me bloqueé, pudo haber muerto por mi culpa.

Nuevamente un cúmulo de lagrimas brotaron de sus ojos verdes y su respiración se volvió un poco inestable.

– Tranquila, Candy, respira y trata de acomodar tus pensamientos... – la señorita Pony sobó su espalda con una mano indicándole con la otra inhalar profundo y luego exhalar, a lo que la rubia obedeció, solo así fue calmándose poco a poco – Dime ¿Acaso ese joven es Albert? ¿El hombre del que mencionabas en tus cartas y de quien estás enamorada?

Candy se sonrojó, estaba tan preocupada por Albert que ni siquiera le dio tiempo de explicarles de quien se trataba.

– Si señorita Pony, él y yo iniciamos una relación hace unos días... Lo amo, no me lo perdonaría si le llega a ocurrir algo. Me moriría.

– Te entiendo, hija. Lo importante es que no pasó a mayores, además lo atiende un buen doctor, y ten en cuenta que la hermana María lo asiste.

Candy le dedicó una sonrisa de agradecimiento apoyando su cabeza en el hombro de la mujer cuando ella la abrazó. Era tan reconfortante contar con el apoyo de sus madres.

– Por cierto ¿Dónde está el hombre que vino conmigo?

– Si te refieres al señor Wilson, él...

Un carraspeo impidió que la señorita Pony continuara, ambas mujeres voltearon a donde el hombre mencionado apareció cabizbajo, nervioso y sujetando su sombrero de paja con las manos. Candy se puso de pie y le sonrió sincera.

– Me alegra verlo, tengo tanto que agradecerle.

– No tiene porque, de todas formas es mi culpa, señorita.

– ¿Qué quiere decir?

El hombre titubeó, miró de reojo a la señorita Pony algo avergonzado, no sabía como explicarle a la joven rubia. Tuvo que armarse de valor y confesar su descuido

– Mi nombre es Randall Wilson, trabajo para el señor Cartwgrith desde hace unos meses... – el hombre calló tragando duro, en un tic nervioso comenzó a pellizcar las puntas chuecas y entre salidas de su sombrero – Perdóneme por favor, cometí un error estúpido. Yo... Nadie lo sabe, yo suelo cazar en el bosque lejos de la finca y del hogar, solo que esta vez no medí bien la ubicación.

– Señor Wilson, entonces usted...

– No fue mi intención, señorita Pony, tenía en la mira a los venados, luego ellos aparecieron de repente y... Le ruego me perdone, señorita, deje que yo le diga al señor Cartwgrith lo ocurrido – Candy no sabía que decir al respecto – No importa si pierdo el trabajo, pero no podría vivir con la culpa si algo le llega a pasar al joven...

– Está bien – lo interrumpió la rubia de golpe – Todos cometemos errores señor Wilson, gracias a dios nada fue de gravedad y lo importante es que no dudó en hablarme con la verdad. Francamente ahora no tengo cabeza mas que el bienestar de Albert.

– Pero señorita, yo...

– No se preocupe, no tengo nada en contra de usted. Solo le pido una cosa.

– Lo que sea.

– No vuelva a levantar un arma para lastimar seres indefensos.

El hombre con la mirada nublada solo asintió, agradecido por la bondad de la joven.


– William... William... Albert...

Albert abrió los ojos de golpe, se echó para atrás al ver a un hombre delante suyo pronunciando su nombre. Lo reconoció al instante.

– ¿Michael?

Se restregó los ojos para contemplarlo mejor, un halo de luz lo rodeaba.

– Tiempo sin verte, querido amigo.

– ¿En serio eres tu?

– No tengo mucho tiempo, solo vengo a agradecerte.

– ¿Por qué? Soy yo el que debería estar en tu lugar.

– No, amigo mio, mi ciclo en la tierra terminó como estaba previsto, tu todavía tienes que hacer, mucho que dar y recibir. Dejo en buenas manos a Candy, cuídala, Albert.

– Espera... Michael...

– Cuídala mucho, cuídala y ámala como se merece...

– Michael...

Su voz fue alejándose de a poco, así como su silueta iba desapareciendo.

Albert despertó desconcertado y algo mareado, su respiración levemente agitada, su cuerpo tembló y le punzaba un poco la cabeza. Palpó donde le dolía ¿Qué era eso? ¿Unas vendas? Observó su entorno; una habitación de tablas de madera muy bien ordenada y sobre todo limpia, la ventana abierta dejaba pasar libremente la brisa moviendo a su vez la cortina, las sábanas blancas cubrían la parte inferior de su cuerpo. Inspiró hondo tocándose la sien, recordando el sonido fuerte y estremecedor de un disparo, un punzante dolor y luego su mente se puso en blanco. Todos sus recuerdos volvieron de golpe, y aquel ¿Sueño? Parecía tan real, pudo ver a Michael aunque sea unos cuantos segundos, una sonrisa triste adornó sus facciones recordando sus palabras.

– Lo haré, te lo prometo – susurró.

Trató de incorporarse, pero un leve peso en su otra mano le obligó a voltear hacia su lado izquierdo, sonrió a mas no poder. Ahí, al lado de la cama y ligeramente recostada, Candy dormía con la mano entrelazada en la suya, un intenso y reconfortante calor se instaló en su pecho, nunca se había sentido realmente enamorado de una mujer, las palabras que le dijo Adara cobraron sentido, su verdadero amor se hallaba a su lado, velando por él. Acarició sus rizos rubios y desordenados observándola dormir muy cerca suyo.

– Te amo, princesa – susurró encantado por su presencia.

Ahora que había recuperado la memoria, Albert podía poner orden total en su vida y anular el maldito compromiso, algo que debió haber hecho desde hace un buen tiempo. El conocer a Candy, convivir con ella y saber ahora quien era, fue intensificando ese amor a tal grado de protegerla, amarla y desear compartir una vida a su lado.

– Albert... – musitó entre sueños percibiendo el delicado y familiar toque – ¿Albert? – abrió los ojos reconociendo el tacto, encontrándose con un Albert despierto y sonriendo – ¡Albert! – por poco se abalanza a sus brazos, pero recordó su herida, limitándose a acariciarle el rostro – Me alegra tanto que hayas despertado ¿Cómo te sientes, mi amor?

– Algo confundido, pero me siento bien.

– ¿Seguro?

– Tengo a mi enfermera personal cuidando de mi ¿Por qué no habría de estarlo?

Albert besó sus manos, la rubia se sonrojó e inmediatamente agachó el rostro negando varias veces.

– ¿Qué sucede, cariño?

– Es que, nunca en mi vida tuve tanto miedo, verte inconsciente y yo sin saber que hacer. Si no fuera por la ayuda del señor Wilson y del doctor Martín, yo...

El rubio acunó sus mejillas amorosamente.

– Mírame, por favor – la joven rubia así lo hizo – Ya todo pasó, amor, perdóname por haberte asustado así... Toca mi rostro, escucha mi voz, estoy aquí hablando contigo, mas vivo que nunca.

Los dos compartieron un casto beso y se abrazaron fuertemente sin atreverse a romper por nada del mundo el contacto, muy conscientes de donde se encontraban ya que en cualquier momento alguien podría entrar por la puerta.

– Candy... – le habló quedamente al oído, apretando un poco mas el agarre.

– Dime.

Albert desbordaba de emoción, ansiaba contarle que por fin había recuperado la memoria. Justo iba a abrir la boca cuando la puerta se abrió de repente.

– Vaya, parece que nuestro paciente ya ha despertado – la voz del doctor Martín asustó a los jóvenes rubios y a regañadientes tuvieron que separarse – Espero no haber interrumpido algo... ¿Cómo te sientes, muchacho?

– Albert, él es el doctor Martín – le presentó la joven.

– Encantado doctor, me siento bien, muchas gracias por sus atenciones.

– Es mi trabajo, lo hago con todo gusto... Bueno, que la gente se enferme o se lastime no es una grata experiencia para ambos lados, pero ¿Cómo nos ganamos la vida si no es ayudando lo mas que podamos? Lo gratificante de mi vocación es ver a mis pacientes recuperarse y seguir con su vida. Por cierto, Candy me dijo que tienes amnesia ¿Cómo va esa memoria? ¿Alguna mejoría?

– Lamentablemente no he recordado nada, lo siento.

Candy agachó el rostro un poco decepcionada, Albert se sintió culpable, el peor hombre por no hablar con la verdad, pero quería que solo ella fuera la primera en enterarse. Ya le pediría disculpas y también al doctor Martín por mentirles de esa forma.

– No tienes que disculparte, a veces estos casos suelen tardar años y aun así el paciente puede llevar una vida normal. Tu tranquilo, tienes a una buena y joven enfermera que cuida de ti.

El hombre les guiñó un ojo, por lo que no pudieron evitar sonreír.

En la tarde del día siguiente, el doctor Martín le dio el alta al atractivo hombre no sin antes darle un par de indicaciones a los dos, Candy comprometida con su profesión lo haría cumplir todo al pie de la letra.

– Nos alegra tanto ver de nuevo ese hermoso brillo en tu mirada, hija, es como si el sol se te hubiera metido al cuerpo.

– Soy feliz, muy feliz señorita Pony, hermana María.

– Eso es lo importante, encontrar tu propia felicidad – dijo la hermana María.

– Exactamente, ese es el propósito de esta vida – le secundó la señorita Pony – Joven Albert, no sabe cuan agradecidas estamos de saber que nuestra querida Candy es tan amada por usted.

– Me siento inmensamente afortunado de conocerla, es una mujer muy especial para mi – los rubios se miraron con adoración y las dos mujeres asintieron con aprobación muy felices de palpar el amor en el aire – Muchas gracias por su hospitalidad, estoy en deuda con ustedes.

– Oh, no tiene que, cuando gusten visitarnos aquí está su casa.

Candy abrazó a sus madres prometiendo volver pronto, se despidieron de ellas y se encaminaron a la cabaña del bosque en el caballo que el señor Wilson se ofreció a buscar y cuidar en lo que Albert se recuperaba. Al final de cuentas ningún resentimiento tomó el rubio para con el hombre haciéndole prometer que no volvería a alzar un arma hacia ningún ser vivo.

De vuelta a su refugio, entre risas y bromas, los dos se dedicaron a preparar la cena, Candy no dejaba de verlo encantada y muy enamorada, moviéndose libremente de un lado a otro, picando, sazonando y hablando al mismo tiempo, aunque ella tomaba mayormente la palabra con su cantarina voz pasándole los utensilios necesarios o dejando que él mismo le enseñara varios secretos culinarios. Sentir el tacto de su cuerpo detrás suyo o percibir su respiración en su oído le provocaron escalofríos placenteros que por poco y se corta un dedo. Estar con Albert nuevamente y saber que él se encontraba fuera de peligro le devolvió su característica espontaneidad y alegría.

Se dejaron caer en el sofá una vez que terminaron de comer, Candy se quitó las pantuflas y se recargó en el respaldo soltando un suspiro satisfecho.

– En verdad guisas muy sabroso, mi amor. Espero ser una buena esposa para ti cuando nos casemos.

– Por supuesto que serás una gran esposa, mi vida, no lo dudes nunca – le dijo sincero pero un tanto ensimismado.

– ¿Qué sucede, Albert? Te noto distraído.

Albert respiró hondamente, el remordimiento le asaltaba al no decirle la verdad desde un principio.

– Lo siento, mi amor, es solo que... He de confesarte que me pesa un poco la muerte de Michael ¿Sabes? Cuando tenía días libres en el colegio San Pablo y nuestros horarios coincidían, él y yo aprendimos a cocinar – Candy abrió de mas los ojos ante la revelación – Con el tiempo se convirtió en un gustoso pasatiempo para despejarme un rato de la presión de ser el patriarca a una temprana edad y también de los constantes reproches de mi tía.

Silencio, ni un pestañeo en la expresión muda de la rubia, él volteó a verla.

– Candy... Michael fue un buen hombre y un gran amigo, se mostraba tan emocionado por regresar a casa, por volver a verte, no paraba de hablar de ti en casi todo el trayecto y...

Una lágrima rodó por la mejilla de la joven, igual los ojos de Albert fueron humedeciéndose un poco.

– Albert, tu... Eso quiere decir que tu...

– No quise decírtelo frente a otras personas, quería que tu fueras la primera en saberlo. Perdóname, princesa... Yo... Créeme que te lo iba a decir, pero el doctor Martín me interrumpió, y bueno... Recuerdo todo, absolutamente todo.

– ¡Oh Albert! – esta vez Candy no se contuvo, se arrojó a sus brazos llorando de felicidad – ¡Tus recuerdos han vuelto! ¿No te da gusto?

– Créeme que si, pero...

Candy adivinó enseguida su sentir, lo comprendía, y no es que no quiera hablar de su difunto esposo, la verdad le afectó el hecho de saber que Michael siempre pensó en ella hasta el último día de su vida. Siempre supo en su corazón que él la había amado inmensamente.

– No te sientas culpable, mi amor, si te soy sincera a veces pienso en Michael, ya no de forma triste, tu bien me lo dijiste, mejor recordarlos con sonrisas y alegrías. Su hermoso recuerdo lo atesoraré por siempre, lo amé con toda mi alma el tiempo que compartí a su lado, pero ahora... Ahora te amo a ti, Albert, tu eres mi presente y mi futuro, juntos iniciaremos un nuevo por venir – tomó su mano entrelazando sus dedos con los de él – Juntos crearemos nuevos recuerdos, nuevas promesas, nuevas aventuras.

La mirada del rubio brilló enamorada, no se había equivocado en elegirla como su compañera de vida.

– Eres increíble – le habló con voz apasionada – Tus palabras son un consuelo a mi alma... Se con certeza que Michael está bien, él aprueba lo nuestro.

– Mi amor... Soy tan feliz contigo – la sonrisa grande de Candy resplandeció e iluminó la estancia.

– ¿Nunca te dije que eres mucho mas linda cuando ríes que cuando lloras?

– No... – sus brazos envolvieron el cuello del rubio – ¿Lo dices en serio? – su boca estaba a centímetros de la suya.

En respuesta, Albert se apoderó de sus tentadores labios en un abrasador beso.

Sentada en el regazo de su novio, Candy saboreaba y se entregaba en ardorosos besos que con cada segundo se hacían más intensos, mas profundos, mas húmedos... No podía describir con palabras todo lo que sentía, por el contrario, su cuerpo reaccionaba con cada caricia otorgada, con cada respiración compartida. De un momento a otro, no resistió el impulso de ponerse a horcadas sobre él inmovilizándolo con su cuerpo, Albert igual se sentía extasiado, tenerla en sus brazos, estar a su merced besándola fervientemente con toda la pasión de un hombre enamorado. No tardó en abandonar esa dulce boca para dirigir sus labios a su níveo cuello, sus manos sostenían su cintura y poco a poco la lucidez lo abandonaba dando paso a la pasión y a la lujuria.

Un gemido brotó de la boca de Candy, seguido de otros mas que fueron convirtiéndose en música para los oídos de Albert, inmediatamente sus dedos fueron deslizándose por toda su espalda, y cegado por el deseo de sentirla encima de su cuerpo, fue desabrochando uno a uno los botones de su blusa, acarició su cintura, todo el largo de sus muslos. Sus grandes manos obraban magia pues Candy se retorcía por tan candentes atenciones, fue inevitable para ella suspirar al sentir una de ellas deslizarse por toda la curva de su derrier por sobre encima de su falda.

Candy volvió a capturar esos apetecibles labios degustando de nueva cuenta su boca, sus dedos traviesos desabrocharon torpemente los pocos botones que mantenían sujeta su camisa, revelando un pecho bien trabajado que no dudó en palpar. Era duro e irresistible. En un segundo su pequeña mano rozó sin querer el leve bulto escondido debajo de su pantalón.

Albert recobró el juicio por un instante.

– Espera... espera Candy.

Ambos respiraban aceleradamente.

– ¿Qué sucede, mi amor? – preguntó acomodando el flequillo de su frente.

– No se si deba...

Candy besó la punta de su nariz.

– Te deseo, Albert ¿Tu no me deseas?

– Por supuesto que lo hago, no sabes cuanto.

– ¿Entonces qué nos detiene?

– ¿Estás segura, princesa?

– Muy segura.

Eso era todo lo que necesitaba escuchar, deseaba sentirla, amarla sin reservas, descubrir juntos el placer de ser uno solo en cuerpo y alma. Se incorporó del sofá cargándola en sus fuertes brazos como novia recién casada, tan ligera, tan hermosa y llena de vida a sus ojos, adoraba su sonrisa y esas resplandecientes esmeraldas transmitían tanto amor hacia él. Uno que otro beso compartieron en su camino hasta llegar a su destino; la habitación de ella.

Las estrellas titilan con fuerza allá en el cielo, como prediciendo lo que ocurriría en el interior de aquella alcoba donde la atracción y el deseo es innegable, Albert entrecerró la puerta sin dejar de contemplar la beldad del hermoso ángel que lo acompaña, Candy desató la cinta que sujetaba su cabello cayendo en cascada de oro sobre sus hombros y espalda. Envueltos por la oscuridad de la noche salvo la resplandeciente luz de la luna que se asomaba a través de la ventana y el tenue brillo de una lampara, ambos volvieron a unir sus labios, con el anhelo inundando sus corazones.

Candy guió la mano de Albert hacia su baja espalda indicándole que podía terminar por quitarle la blusa, él así lo hizo, lento, sin prisas, saboreando el momento y expectante a la reacción de su Candy, ella solo cerró los ojos suspirando y dejándose llevar. Albert arrojó distraídamente la prenda a un lado, acarició el largo de uno de sus brazos respirando a su vez el suave aroma de su piel, escondiendo su cara entre el hueco de su blanco cuello, bien podía sentir su pulso latir frenéticamente. Ágilmente le quitó la falda, la cual cayó sobre sus pequeños pies descalzos, hizo a un lado la casi transparente manga de su camisón, colocando un beso en su hombro, luego otro, seguido de otro y otro mas hasta llegar a la comisura de su boca, sus manos rozaron y apretaron la cintura llenándose de ella en un abrazo.

Se alejó un instante para contemplarla; el rostro sonrojado resaltando sus bonitas pecas, se le notaba ligeramente tímida, aquella reacción le enterneció tomando en cuenta la irresistible confianza que le mostró hace unos minutos en la sala. Frotó sus brazos, lentamente, sus ojos vagaron mas abajo, la piel expuesta de sus pechos apretados por el corsé elevaron la temperatura como lava hirviendo causando los estragos de la excitación en todo su cuerpo.

Una a una las pocas prendas fueron desapareciendo en un suspiro hasta quedar completamente desnudos.

– Eres tan hermosa – le susurró con voz ronca.

Candy le sonrió y lo arrastró hacia ella, sus bocas se unieron fundiéndose en un profundo beso, la sensación de sus pechos desnudos los estremecieron mandando escalofríos por cada poro de su piel. Con ayuda del rubio, Candy se abrazó rodeando sus piernas en su fuerte cadera, guiándola hacia la cama sin dejar de besarla, para terminar de colocar su preciada carga suave y lentamente sobre el mullido colchón.

Las palabras sobraron en aquella habitación, Albert observaba maravillado su gloriosa figura, compartía la cama con una sensual diosa dispuesta a entregarle todo su ser, el encantado la llevaría a la luna las veces que quisiera. Acomodó un rizo detrás de su oreja, la calidez de su cuerpo, de sus muslos rozando los suyos... Toda esa sensación terminó por encenderlo, se apoderó de sus labios acariciando ardorosamente todo su costado, su nariz husmeó su cuello, luego veneró sus senos, bajó por su plano vientre... Candy no dejaba de suspirar ni de acariciar sus rubios cabellos. Un gemido largo resonó en cada rincón de esas cuatro paredes al sentirlo vibrar en su intimidad, su cuerpo retorciéndose con sensualidad respondiendo al atrevido toque.

– Alb... bertt... – apenas musitó su nombre.

Arqueó su espalda al percibir el orgasmo llegar.

Albert no se perdió esa excitante expresión mientras probaba sus mieles, subió despacio acechándola cual felino, rozó su mejilla acomodándose entre sus piernas y con la mirada le pidió el permiso que necesitaba para finalmente poseerla, ella le respondió besándolo una vez mas aun con la respiración agitada.

Poco a poco fue penetrándola prestando atención a sus gestos.

– ¿Te lastimé? – preguntó preocupado al verla fruncir el ceño.

– No, mi amor... – le respondió con un jadeo.

Obnubilada por la sensación de sentirlo tan duro dentro de su cuerpo, Candy besó su quijada y movió sus caderas indicándole que prosiguiera, el rubio obedeció su mandato comenzando a moverse, embistiéndola suave pero firme. El paraíso los envolvió inmediatamente olvidándose de cualquier molestia, de los sonidos de la noche, de los problemas en Chicago, solo ellos dos entregándose apasionadamente. Juntaron sus frentes sin dejar de mirarse, manteniendo el ritmo, conectando sus corazones, su almas, sus cuerpos en aquel baile de placer y deleite... los suspiros y gemidos inundaron la alcoba, los te amos suaves y entrecortados, el sonido erótico del choque de sus caderas.

El rubio volvió a prestar atención a su cuello, ese lugar que descubrió le enloquecía, olía deliciosamente, las manos de Candy vagaban por toda esa ancha y fuerte espalda, sus embistes fuertes y duros la tenían al borde del colapso. Sonrió entre jadeos al levantarle la cabeza y ver encantada la felicidad pura plasmada en su rostro, ella estaba en las mismas, no tardó en unir sus labios abrazándolo fuertemente, sintiendo como cada uno de sus impulsos se volvían mas poderosos. Albert se incorporó sin dejar de lado sus candentes movimientos, sus grandes manos sostuvieron las caderas de la joven al sentir en camino el orgasmo que lo llevaría a liberar todo su ser, unas cuantas estocadas mas y ambos gimieron el nombre de cada uno llegando al punto máximo del placer.

Temblorosos por el goce, el rubio cayó sin aliento sobre el cuerpo de su mujer... Su mujer en toda la extensión de la palabra. Los brazos de Candy lo recibieron con ternura, totalmente extasiada, sudorosa y satisfecha al igual que él. Albert volvió en si, le sonrió, nuevamente la besó aun unido a ella, respirando el olor de la pasión impregnado en su piel.

La mañana los sorprendió abrazados en la amplia cama, él la rodeaba por detrás abrazando su cintura desnuda, sus cabellos rubios brillaban sobre la almohada con la luz del día asomándose esplendorosa en la ventana. Candy y Albert abrieron los ojos al mismo tiempo, saludando al nuevo día, gozando del agradable silencio en la habitación y a la vez del alegre canto de los pájaros en el exterior. Fue Candy quien terminó por voltearse, encontrándose con el rostro sonriente de su amado.

– Buenos días, princesa.

– Buenos días, mi amor.

– ¿Te encuentras bien?

– Mejor que nunca.

Los besos no faltaron, una que otra cosquilla y traviesas caricias... Sus actividades nocturnas siguieron hasta muy entrada la madrugada, y despertar por primera vez juntos envueltos entre las sábanas blancas después de tan apasionada noche, era la sensación mas placentera y maravillosa de sus vidas.

– ¿Cómo está tu herida? – preguntó Candy recostándose sobre su amplio pecho, recorriendo con su dedo el musculo de su fuerte bíceps. Él la mantenía abrazada acariciando su desnuda espalda.

– Tus besos y tus caricias obran magia, preciosa. No me duele ni un poco.

– Adulador, de todas formas tengo que revisarte.

– Lo que tu digas mi hermosa hechicera – dijo con voz seductora – ¿Sabes? Me quedaría en la cama todo el día contigo, pero los víveres se nos acaban ¿Te parece si salimos a pescar?

– ¿Eres adivino? ¿Cómo sabes que tengo antojo de un buen filete?

– Te conozco, preciosa.

– Entonces será mejor apurarnos, debemos ducharnos, tengo que cambiar tus vendas, luego hay que preparar el desayuno... Tenemos mucho que hacer.

Antes de que Candy pudiera incorporarse, Albert la atrapó entre su cuerpo y el colchón, su risita traviesa lo encendió en un segundo.

– ¿Qué tiene planeado hacer, señor Andrew? – preguntó coqueta.

– ¿No crees que primero hay que darnos los buenos días como se debe?

Candy no objetó, no lo negaba, deseaba volver a hacer el amor y alcanzar la estrellas junto con él como la noche anterior.


El silencio en el carruaje era sepulcral, Theodore y Archie se dirigían rumbo a la mansión Evans para cancelar el compromiso con William de una vez por todas, Theodore no iba a permitir que Amelia se saliera con la suya. Al principio no quiso creer ni una palabra ¿Cómo es que su adorada y muy querida hija actuaba de esa manera?

Miró fijamente al hombre joven delante de él, aparentaba estar tranquilo, pero bien sabía que por dentro la culpa lo atormentaba. Él mismo se sintió un poco culpable al notar el moretón en su mentón, no pudo contenerse golpearlo por la impactante noticia, se lo tenía bien merecido.

– Archibald, tu sabes que no te estoy obligando a nada, Amelia puede desaparecer de tu vida si así yo lo quiero. Vuelvo a preguntarte ¿Estás dispuesto a casarte con mi hija tomando en cuenta la manera en que te utilizó?

– Tengo que asumir las consecuencias de mis actos, Theodore, aunque no te lo voy a negar, todavía siento algo por ella. No lo se, tal vez estoy loco por hacer esto, por creer que todo va a cambiar si Amelia y yo nos casamos – entre sus dedos sostenía el anillo que secretamente había escogido y comprado en una joyería discreta pero elegante allá en Inglaterra – Se que debimos hablar con ustedes en primer lugar en vez de escondernos y fingir que no le estábamos causando daño a nadie.

– Tienes honor muchacho, pero he de confesarte que me va a ser muy difícil volver a confiar en ti sin importar si te casas con mi hija.

Nuevamente silencio, Archie lo entendía, así duraron hasta llegar a su destino que se les hizo eterno. Ambos hombres descendieron del carruaje, Theodore le indicó a Archie que lo acompañara a su estudio. Mando llamar a su hija y a su esposa también quien ya estaba enterada del plan de su marido. La señora Evans dio la bienvenida a su esposo un tanto seria un tanto aliviada, cuando divisó al joven Cornwell simplemente saludó recelosa pero con educación.

– ¿Se puede saber que haces aquí? – preguntó Amelia, sorprendida, sin siquiera saludar a su padre, él dejó pasar por alto esa falta de cortesía.

Archie se aclaró la garganta, emocionado por volver a verla sin un atisbo de duda.

– He venido a pedir tu mano en matrimonio.

– Ya hemos hablado al respecto Archie.

No Amelia, tu hablaste por ti misma.

Ella se burló un tanto.

De todas formas, mi padre no lo consentiría.

– ¡Archibal Cornwell tiene todo mi consentimiento para desposarte!

El vozarrón del patriarca sobresaltó a ambos jóvenes.

– Padre...

– Mira Amelia – Theodore colocó una mano en el hombro del muchacho en una clara muestra de autoridad – Sinceramente estoy cansado, no solo del largo viaje, sino de tu inaceptable comportamiento. Archibald y tu madre me han puesto al tanto de todo... De verdad estoy muy decepcionado de ti, hija, no quise creerlo ¿En que clase de mujer te convertiste? Te desconozco, se que eres vanidosa, pero no pensé hasta que grado llegarías con tu conducta caprichosa. En fin, no le veo mal en que te cases con un Cornwell.

– ¿Se te olvida que tengo un compromiso que cumplir?

– ¡Olvídate de ese compromiso! ¡Ya no te casarás con William! ¿Qué creías? ¿Qué iba a ceder a tus caprichos solo por ser mi única hija? Ya no eres una niña, Amelia, me cuesta creer que ya eres una mujer que no sabe valorarse ni quererse.

Amelia no pudo evitar temblar del dolor ante las palabras de su propio padre. Todavía se atrevió a contraatacar.

– Trata de convencer a la señora Elroy, dudo que te haga caso.

– Tengo mis propios métodos, por algo estoy donde estoy ¿No crees?... Ah, se me olvidaba, otra cosa que deberías hacer es darle las gracias a Archibald, de no haber sido por él, yo ya te hubiera mandado a un convento de por vida.

– Señor – interrumpió el mayordomo tocando desde el otro lado de la puerta, ignorando la tensión y el grito ahogado de la joven.

– Entra... Que sucede, Ron.

– La señora Elroy y la señora Rosemary esperan en el recibidor. Les es urgente hablar con usted.

– Hazlas pasar a la sala de estar, en un momento salimos.

El mayordomo hizo una ligera reverencia y se retiró.

– Vamos – indicó Theodore a todos los ahí presentes – Seguramente es algo importante que incumbe el compromiso fallido de William y Amelia.

La señora Elroy y Rosemary se acomodaron en los elegantes sillones de estilo victoriano, iban acompañadas de un hombre anciano. Fue George quien se puso en contacto con él y le hizo saber todo lo acontecido con el patriarca.

– Señoras – saludó Theodore.

Elroy Andrew a duras penas mencionó palabra, limitándose a asentir y luego desviar la mirada de los progenitores de Amelia, a quien decidió ignorar por completo. Mejor se centró en su querido sobrino ¿Qué hacía él ahí?... Ni para que molestarse en saberlo, aunque lo que vio no le gustó, horrorizada se dio cuenta del tremendo moretón en su mentón que ensombrecía su linda cara. Archie negó con la cabeza, no queriendo que su tía abuela hiciera una escena.

– Señor Evans – habló Rosemary sacando de sus cavilaciones a su tía – Discúlpenos el atrevimiento de venir sin una invitación, supongo que ya sabrá de sobra del porque estamos aquí – el hombre solamente le indicó proseguir – Permitanme presentarles a Thomas Ferguson, secretario y mano derecha de mi difunto padre, por favor, señor Ferguson – le cedió la palabra, el mencionado saludó cortésmente.

– Buenas noches sean todos ustedes, si son tan amables de tomar asiento, por favor. El motivo de mi presencia es debido a que el señor George Jhonson se comunicó conmigo de forma urgente alegando que se trataba del compromiso de William Andrew hijo – el hombre se colocó sus anteojos y extrajo de su traje un sobre blanco sin abrir con el sello del patriarca impreso – El señor William Andrew padre me pidió explícitamente mantener este sobre intacto y bien guardado hasta que la ocasión lo meritara. Por causas de fuerza mayor a lo cual entiendo perfectamente, William hijo no pudo presentarse, por favor – Ferguson le dio el sobre a Theodore resaltando que podía abrirlo siendo el padre de la prometida del patriarca de la familia Andrew – Él escribió una clausula personal con aprobación de uno de los ancianos del consejo; Charles W. Spencer, quien lamentablemente falleció hace cinco años. Este documento es totalmente válido donde se explica que si en dado caso William llega a conocer a otra mujer que no sea su prometida oficial y se enamora de ella antes de realizarse una boda, el matrimonio concertado entre William Albert Andrew y Amelia Marie Evans se anulará definitivamente – Elroy apretó el pañuelo impotente sin nada mas que hacer, Amelia no podía creerlo – Esto lo escribió de su puño y letra a escondidas de Madame Elroy para salvaguardar el bienestar de su único hijo varón y heredero del emporio Andrew.

Todos los presentes quedaron en silencio.

Continuará...


¡Uf! Lo que me costó escribir este capítulo, espero les haya gustado. Un agradecimiento a todas las que me leen, en especial a Carol Aragon, MariaGpe22, janina, Kecs, Elizabeth, Ana C Bustincio Grefa, Lorena Pizziment y EveR Blue 1.

En serio, muchas gracias por tomar interés en esta historia, no falta mucho para terminarla, nos estamos acercando al final.

Saludos.