Fénix

Una semana después el gobierno se vio obligado a declarar la muralla Rose como zona segura, debido a la escasez de alimento, los hurtos y asesinatos entre los humanos. La paranoia de una revuelta invadió a la capital y todos los refugiados fueron devueltos a sus respectivas ciudades. Aunque la Legión no estaba propiamente activa, esperando por el restablecimiento de su comandante, las fuerzas de la Policía Militar se desplegaron por Trost, con el firme propósito de vigilarnos.

Llegaba al hospital cuanta noticia Levi y Nifa podían recoger en sus andanzas por las calles de la ciudadela. Fue así que, sin cumplir Erwin aun cinco días de permanecer allí, pero bastante recuperado, el capitán entró a la habitación sin contemplaciones.

—Hange, ya es tiempo de que vuelvas a tu cubil; han decidido espiar nuestros movimientos —dijo, quitándome de las manos la navaja con que pretendía rasurar la incipiente barba de mi comandante—. Sal de inmediato, y déjalo a mi cuidado. Actúa como si hubieses venido a hacerle una visita de rutina.

—¡Pero si todavía está convaleciente! ¿Los Altos Mandos le tienen ese miedo, aun herido? —la respuesta se mostró a mis ojos, a través de la ventana. Justo entonces, varios militares de la Policía se colocaban de guardia a la entrada del sitio.

—Oe, te irás a tu sucio laboratorio a seguir las investigaciones —me lanzó una mirada categórica—. El Moblit está junto al cuarto de medicamentos, aguardando para marcharse contigo.

—Haz lo que dice Levi, no es atinado que permanezcas aquí, Hanji —Erwin siempre apoyaría una decisión que me protegiera—. Solo pasa a comunicarnos de tus investigaciones… Y retomemos el trato formal, para evitar mayores problemas.

—No pierdas a los mocosos de vista, incluso en Trost —recalcó el capitán, inalterable—. Pixis me relevará e iré a encargarme personalmente de ellos, pero mientras, procura controlarlos.

—¿Y nuestro amigo, el pastor?

—Bajo la vigilancia de Nifa y tu escuadra —se había cruzado de brazos, instándome con su torvo mirar a salir puerta afuera—. Igual sugiero no descuidarnos, la Policía Militar puede acceder al cuartel si lo aprueban esos de Arriba.

—Hanji, no te preocupes —el tono firme de Erwin despejó cualquier duda—. La Legión es una especie de ave fénix, siempre vamos a renacer de las cenizas. Ocuparé mi lugar en Trost antes de lo que imaginan.

Salí de la habitación, insegura de mis consiguientes pasos y como bien afirmara Levi, hallé a Moblit vestido de civil en el corredor de menos acceso, esperando por mí.

—Le he traído su bata, Hange-san —dijo, tendiéndome la prenda que le colgaba del brazo—. Mejor que la tomen como parte de los técnicos del hospital. Esconda la chaqueta del uniforme debajo. No creo que la revisen al salir… Y tampoco lo permitiré.

Debía reconocer que cuando Moblit exteriorizaba su recia determinación, era capaz de turbarme. Quizás y muy en el fondo, había quedado un remanente de atractivo romántico, producto de aquella entrega ya tan lejana…

Sin complicaciones para dejar el edificio, anduvimos en silencio hasta los dormitorios de los soldados. Convenía ponerlos al tanto de la salud del comandante, y de la nueva disposición sobre Historia y Eren, quienes iban a ser escoltados, incluso para ir al baño.

—Moblit, hazte cargo de los chicos. Explícales que retomaremos los estudios y es imprescindible que mantengan sus talegos a mano; probablemente nos tocará saltar de un campamento a otro.

—¿Va a llevarse a Connie, supongo? —preguntó, a la par que una gota de sudor aparecía en su sien— Tétrico descubrimiento ese de Ragako.

—Muy duro el hecho de llegar a casa y encontrarte a la familia convertida en lo que más temes —de solo imaginar la escena, compadecí al muchacho—. Espero que pueda brindarme algún dato contundente, necesito avanzar con las investigaciones.

Sin embargo, la entrevista no dio todo lo que yo esperaba. Luego de conducirlo a mi laboratorio, brindarle una taza de té y las galletas que me quedaran de la ración diaria; el joven colapsó en un ataque de llanto.

—P-perdón, H-hange-san. Q-quisiera calmarme, pero n-no… Los titanes…

—Entiendo a la perfección tu dolor. Es por ello que la humanidad y tú, merecen saber cuál es el misterio de su existencia —dije, observándolo intensa—, cualquier detalle sobre tu visita al pueblo que recuerdes, lo agradeceré.

Connie intentó retener sus lamentos al explicarme cómo su madre, trocada en monstruo, le había dicho "Bienvenido".

—¡Era mucha la coincidencia! —gritó, alterado— ¡La voz, el cabello, su forma de mirarme! ¡I-incluso esa palabra! ¡La repetía cada vez que cruzábamos la puerta!

—El grupo de Moblit halló en tu aldea las mismas huellas de simio gigante que vimos c-cuando encontramos los restos de Mike —trabajo me costó mencionarlo— ¿Percibiste algo extraño, aparte de tu mamá?

—No lo sé… Reiner, Bertholdt, e incluso Ymir, trataron de hacerme comprender lo imposible de mi creencia —de pronto vi a Connie sumido en una profunda reflexión—. I-incluso ella rió… Quizás la idea era más real de lo que pensaba.

—Hmph, ¿te aventurarías a suponer que fueron transmutados por un sujeto capaz de provocar ese cambio? —decidí presionar un poco en ese rumbo— ¿Acaso el mono inmenso, que parece un ejemplar inteligente?

—Cuando arribamos al pueblo, gran parte de las casas estaban destrozadas —explicó, nervioso de solo recordarlo—. Esa titán, mi madre… No se movía, y los veteranos empezaron a cuestionarse la manera en que anduvo hasta la casa… Sus brazos y piernas lucían demasiado frágiles.

—Moblit dijo que probablemente se trasfiguró adentro —le revelé su punto de vista, que correspondió al mío—. El asunto es la falta de pruebas. Nadie vio el cambio, y solo podemos especular; pero es mejor que nada ¿Testificarías mañana, si te conduzco ante Erwin?

Connie afirmó con un gesto de cabeza, y de un sorbo terminaba el resto de la infusión.

Al día siguiente, lo recogía junto a las barracas de la soldadesca, para conducirlo hasta el modesto dormitorio en el que se recuperaba mi comandante. Deseaba con fervor saberlo ya recuperado…

—Entra —oí a través de la puerta, la voz trasnochada del capitán Levi.

—Permiso, Erwin —al comportarme tan formal y distante, nadie pensaría que yo lo estuve cuidando varios días atrás. Noté la presencia de Pixis, quien se hallaba sentado en la silla de acompañante, a la izquierda del lecho, e hice el saludo—. Ah, comandante Pixis, conque estaba usted aquí. Perfecto. Él es…

—Connie Springer, de la tropa 104, Legión de Reconocimiento —se presentó el chico, haciendo lo propio.

—Este soldado proviene de Ragako —aclaré para el oficial de la Guarnición.

—El pueblo del que se sospecha procedían los titanes —completó la idea Pixis.

—Así es. Tras corroborar los resultados de la inspección de la aldea con él —dije, oprimiendo los labios—, nuestra teoría se volvió más verosímil. Les quiero informar al respecto, ya que las circunstancias han tomado un giro distinto. No podemos contemplar a esos ejemplares igual que antes.

El pobre Connie apretó en su puño el retrato dibujado de sus padres, mientras yo explicaba las razones por las que había llegado a esa conclusión.

—¿Los titanes que aparecieron eran los propios habitantes de Ragako? —quiso puntualizar el comandante Pixis.

—Eso significa que son humanos —Erwin completó la idea.

—Todavía no podemos estar seguros —preferí no certificar la hipótesis.

—¿Qué estás diciendo? —Levi reaccionó ante la horrible verdad— ¿Todo el tiempo me dejé la piel, saltando de un lado a otro, sólo para matar seres humanos?

—Dije que no podemos estar seguros —enfaticé—.

—Tu cara y el reservarte la noticia, señalan lo contrario —el sentido perceptivo del capitán era imposible de engañar—… Ni hablemos de la expresión del recluta.

—La ciencia no da crédito sin pruebas incuestionables —dije, a la par que me encogía de hombros—. Y tengo una lluvia de preguntas, que aún carecen de respuesta.

—Comprendo tu pena, hijo. Ninguno estaba listo para oír semejante cosa —Pixis se había dirigido a Connie, y luego a mí— ¿Se ignora cuál fue la causa o quien propició semejante conversión, supongo?

—Lo descubriremos pronto, como sucedió con los miembros de la 104 capaces de transformarse —o al menos, tal era mi propósito—. Levi, sé que suena terrible, pero no dejes que te afecte.

—¿Afectarme? Si descubro a ese pedazo de mierda que se divierte haciendo titanes, lo voy a rebanar en trozos —el capitán me observó incisivo, añadiendo sin tapujos—… Y te daré las bolas para que las cocines en aceite.

—¡Levi! —preferí contenerlo a tiempo, antes de que soltara otra lindeza— ¡Aunque merezca esos insultos, modera tu lenguaje en presencia de oficiales y menores!

—Bueno, bueno… La verdad es que nos urge conocer un poco más del tema —el comandante Pixis ni se inmutó por lo grosero del comentario, dirigiendo el punto a lo que le interesaba— ¿Tal vez logre descubrir algo si continúa trabajando con su ejemplar de muestra?

—No lo doy por sentado. El monstruo que devoró a Mike también resulta una incógnita. Debió poseer una facultad asombrosa, que lo tomara por sorpresa y le diera la ventaja —le aseguré—. Mike no hubiese bajado la guardia, ni aunque se le hubiese aparecido una titán con genitales y bien dotada.

—Oh… ¿sería el caso? —Pixis de repente se mostró fascinado.

—Tsk, ¿ahora quién está siendo grosera? —brincó Levi— ¡Oe, Erwin! ¿Vas a seguir ahí sin decir nada?

—"Genitales" es una palabra normal, repetida hasta el cansancio en manuales anatómicos — declaré naturalmente, acomodándome las gafas. Erwin continuaba silencioso—. Vámonos, Connie, ya notificamos a los superiores. Prolongaremos los experimentos con Eren, a ver si nos dan algo más sustancioso.

—Hange, recuerda el asunto del endurecimiento —insistió el enano—. Presiónalo, de ser necesario.

—Levi, que los jóvenes de la 104 pasen a formar parte de tu escuadra —dijo por fin Erwin, saliendo de su meditación—. Es vital que protejamos a Historia y a Eren. Llévalos contigo al sitio del que hablamos.

—Tsk, de nuevo a torear mocosos —rezongó el enano, mirándolo de reojo—.

Los dejé, hundidos en profundo silencio, analizando lo antes dicho.

Fui con el chico de retorno a las barracas y le informé a los otros que partiríamos a una cabaña fuera de las murallas. Nos urgía un lugar pleno de árboles que facilitara el uso del equipo y, además, estuviera lejos de posibles fisgones. Las investigaciones tenían que apresurarse.

/

El titán en que se había transformado Eren, podía calificarse de lamentable. Más delgado que yo, sin fuerzas y al propinar un bramido, acabó por desmadejarse.

—¿Qué ocurre? ¡Levántate! —grité, molesta con todo. No gozábamos de largo tiempo como para invertirlo sin éxito alguno— ¡El futuro de la humanidad cuelga de un hilo! ¡Depende de ti! ¡Álzate!

—Cegata, luce diferente. No mide ni diez metros, le falta carne y Eren dejó el trasero al aire —había comentado Levi, observándolo despectivo.

—¡Lo sé! —insistí en llamarlo— ¿Aun consigues mover el cuerpo? ¡Danos alguna señal!

—¡Eren! —y ahí iba Mikasa tras Eren y…, Jean tras ella. Resoplé, irritada. Ni siendo yo adolescente perseguí a Erwin de esa forma.

—La macabra de nuevo actuando por su cuenta —masculló el capitán— ¿Pienso un castigo?

—No, de todas formas, el titán siquiera muestra ganas de levantarse —dije, sintiéndome derrotada—. Se terminó ¡Eeeereeen!

Y de repente, ahí estaba yo vociferando su nombre, igual que Mikasa. Claro, que mi razón para llamarlo no era una tontería. Cada hora transcurrida valía oro, tratándose de la humanidad en peligro. Salté hacia la gigantesca figura, e hice un vano intento de separar a Eren del cuerpo del titán. Moblit vino tras de mí, libreta de apuntes en mano.

—¡Quema! —ese detalle se me había olvidado con el ímpetu— ¡Estás ardiendo!

—¡Espera, Hange! —Mikasa, de pie junto a mí, descubría las espadas. Quizás permitiera después a Levi aplicarle un correctivo, por la informalidad al tratar a su líder… Y el gesto amenazador— ¡Eren sangra!

—¡Observa, Moblit! —chillé, prefiriendo ignorarla— ¡Dibuja su rostro!

—¡Líder de escuadra! ¿Es que no tiene corazón? —mi ayudante hacía uso magistral del carboncillo sobre la hoja en blanco…; y a la par me regañaba, por no expresar un ápice de consideración a la faz esquelética del chico.

Mikasa, desesperada, cortó los tejidos musculares que ataban el cráneo y semblante de Eren a la nuca del gran espécimen.

—Lo siento, debí calmarme —susurré a modo de perdón.

—Tenemos demasiado camino por delante para sellar la muralla con el endurecimiento de los titanes —a pesar de la distancia, oí la queja de Levi. A unos pasos de él, Armin le ofrecía una respuesta que no llegué a escuchar.

—¡El experimento llegó a su fin! ¡Retírense! —impuse a Jean y Keiji, quienes se hallaban cerca del cuerpo abandonado del titán.

—Comprendido ¡Revisen si nos vigiló alguien! —Keiji pronto acataba mi orden, mandando al otro a dar un rodeo.

—¡Sí, señor! —obediente, Jean espoleó su caballo.

—Tú, sube al carro donde irá Eren —dijo Levi a Historia—. Yo regresaré a Trost con Hange.

—Bien —accedió ella, ocultándose aún más bajo su capucha.

Esa misma noche, un Erwin ya recuperado arribaba al cuartel, para la tranquilidad y júbilo de sus tropas. No compartí su habitación, y de mutuo acuerdo, resolvimos que me trasladaría a la pieza que fuera de Mike –próxima a la suya- y que Nifa tomara la mía. Garantizábamos así el mantener una buena custodia del piso; aunque Moblit era el candidato a ocupar el sitio, preferí no altercar con Erwin al respecto.

Siquiera logré dormir, presa de un insomnio paranoide que me hizo levantarme y recorrer todo el edificio de los superiores, confirmando la posición de los soldados guardianes. Quién diría que por segunda ocasión en mi vida, entrando al refectorio, sorprendería la conversación de un hombre y una mujer; no adentro sino junto a la ventana del mismo, pero del lado exterior. Intenté oír sin que me viesen y la oscuridad me amparó cuando avancé para ocultarme a la sombra del marco.

—No irás a consolarlo, ahora que lo tienes cerca —había dicho Moblit, con un dejo indiferente —… ¿O piensas que te dará una oportunidad?

—Por mal que me sienta respecto a su situación y la mía, jamás —Nifa endureció el tono—. De hecho, creo que me costaría mucho entregarme a ese hombre de nuevo.

—Comprendo —suspiró Moblit, piadoso—. Lamento que…, una experiencia tan hermosa únicamente haya generado tristeza en ti.

—Envidio tanto a Hange-san, ¡pero no de un modo insano —se apresuraba a esclarecer la chica—! Hubiera querido sentir lo mismo que vivió ella, siendo virgen, cuando se dio por completo a su comandante.

—…Hanji-san no perdió su —escuché como tragaba en seco y decía incómodo—… Es hora de que regreses al edificio, Nifa.

—Pero si aún… ¡Oh, no! ¡Lo siento mucho! —ella debió caer en la cuenta— ¡He sido muy torpe, Moblit!

—Está de más que te disculpes, no hay lazo que nos una; excepto mi deseo de protegerla —su voz era suave, pero firme—. Hanji-san lo decidió así, y resulta innegable; su alma es una con la del comandante.

—Sigues amándola, ¿verdad? —fue Nifa entonces quien suspiraba— ¿Es que para eso no hay remedio?

—Me temo que, de existir uno, lo desconozco —alegó con franqueza mi ayudante—. Si llegaras a descubrirlo, compárteme el secreto.

—Dudo que alguien pudiera estar al nivel de Hange-san. Has puesto la vara muy alto —repuso ella y me sonrojé al escucharla. Nifa tenía un criterio de mí, que yo consideraba excesivo.

—¿Y tú? ¿Podrás olvidarte realmente del capitán Levi? —cuestionó Moblit— Bueno, en mi total ignorancia, creí que, al tomar por vez primera a una mujer, se creaba un vínculo prodigioso capaz de unirte a ella de por vida… Nada más lejos de la realidad.

—Es un alivio para mí, entonces. Me niego a continuar siendo presa de un sentimiento que no me ofrece ninguna esperanza y daña mi espíritu. Basta —dijo, categórica—. Deberías hacer lo mismo.

—Es más fácil decirlo que actuar.

—¡¿Qué pasa contigo?! ¡Eres un oficial! —protestó ella, inconforme con su pasividad— ¡Y, además, la clase de hombre que no tiene razones para ir de cabizbajo! ¡Posees un millón de cualidades, mereces a una persona que las valore y te corresponda!

—Nifa, ¿me acompañarías a tomar algo? —increíble que al final quizás lo considerara— Te pagaré una bebida sin alcohol.

—¿Por qué? Soy bastante mayorcita —la oí reír, ya serena—; podemos brindar por el nuevo comienzo. Al menos yo sí me dispongo a intentarlo.

/

De los años vividos con Erwin, desde el reclutamiento hasta su vuelta a la Legión -después de amputado el brazo-, contadas eran las ocasiones en las que mi comandante dejaba notar su ira. Y créanme, hasta yo temía el halo sombrío que comenzaba a envolverlo, por no hablar de un ceño fruncido capaz de silenciar a su oponente. Así me lo topé, al entrar en el estudio. Retornaba yo de la tercera sesión de intentos para obtener una simple roca hecha por Eren.

—¿Huh, pasó algo? —me detuve al percibir su cólera y alcé mis gafas. Podía observarlo perfectamente sin ellas. Revisé todas mis acciones, pero no había ninguna que amenazara con despertar esa furia; y supuse lo más lógico—… ¿Ya esos de Arriba se opusieron a la honra de nuestros caídos? ¡Es inconcebible que no respeten su memoria ni tu sosiego!

—Hanji, agradezco que seas quien tocó a mi puerta —Erwin moderó el gesto, acercándose para juntar su frente con la mía, su mano izquierda presionaba mi hombro—. Un segundo más y no hubiera podido contenerme de abrir la botella que me regalara Dot Pixis. Te juro que requiero un trago doble.

—¡Prohibido tomar alcohol mientras te recuperas! ¡Válgame las tres murallas! —exclamé, haciéndome atrás; fui a retirar de inmediato la bebida de su escritorio y la oculté de su vista, a mi espalda— ¿Qué ocurrió, como para llevar tu paciencia al límite?

—Doy gracias a Ymir porque te hallabas a buena distancia…, o estuvieras en prisión, de haberlo presenciado —volvió a fruncir el ceño, la mandíbula tensa me indicaba que su furor perduraría hasta revelar lo sucedido—… Hanji, el padre de Nanaba vino a mi estudio buscando confrontarme.

—¡Que me coma un titán! ¡¿El viejo abusivo?!

Mi comandante asintió con un simple gesto de cabeza; acto seguido, comenzó a narrarme la funesta pugna que tuviera lugar en su recámara y que reproduzco tal como Erwin me la confiara.

No quiero a mi hija enterrada junto a ese hombre —lanzó sin preámbulos el padre, apenas ocupó el asiento—. Bien caro me ha costado su empeño de volverse militar, para que ahora pase a la historia como si fuera una ramera de la Legión.

Sólo me contengo de darle un puñetazo en pleno rostro porque supondría descender a su nivel. Ese donde gana el animal por encima de la razón y no se hallan las palabras que consigan el placer o el efecto que genera la violencia —yo continuaba de pie, haciendo un colosal esfuerzo por no golpearlo hasta darle muerte—. La Legión no es un medio para la práctica de liviandades, sino la futura salvación de nuestra raza ¡Usted no conoció a su hija, cuando se atreve a darle un epíteto que yo jamás usaría, ni con las mujeres del bajo mundo! Nanaba derramó su sangre por ese ideal, que usted respetará en tanto se halle frente a mí. Es una heroína, y de tales mujeres, solo puede hablarse luego de contener el aliento, prueba de fervorosa admiración —quiso interrumpirme, pero lo callé imponiendo mi tono sobre el suyo— ¡No he concluido! "Ese hombre" que usted no tiene siquiera el derecho de nombrar, fue un soldado élite y por mucho, el mejor del Cuerpo. Sus aptitudes, lealtad y sentido de la honra a toda prueba no cabrían en las páginas de un mísero expediente; la grandeza es imposible contenerla en unos papeles, brilla y se desborda iluminando a quienes siguen esa luz —creo, Hanji, que sentí al espíritu de Mike impulsando mis palabras—. Zacharius luchó por Nanaba, imponiéndose a los reglamentos y consideraciones de la vida militar, conquistando lo que algunos jamás lograron; que los Altos Mandos oficializaran su relación. Jamás se hubiese perdonado que, por falta de moral, alguien hiciera padecer a su compañera.

Me humilla en mi dolor, sabiendo que no ganaré nada con amenazarlo, pedirle o suplicarle…

No hay humillación cuando se trata de un gesto noble —traté de hacerlo razonar—. Comprenda, fue dichosa mientras vivió junto a ese hombre. Puede que a sus ojos tal cosa parezca digna de repudio, yo le digo que es una ventura que muy pocos alcanzan —y entonces pensé en nosotros, ¿moriremos juntos o partirás cuando no te vea?—… Los sepultaré bajo una misma lápida, donde se leerán sus nombres y rangos. No tengo más que decirle, ya está decidido. Solo cumplo mi obligación de comandante, haciéndole saber los detalles; no compete a los civiles rebatir las disposiciones del Cuerpo.

Sepa que marcho sumamente disgustado. Ustedes me arrebataron a Nanaba, ofreciéndole vivir como una disoluta, bajo la excusa de hallar la libertad que no poseía. Nunca fui un adepto a la Legión, que más parece una horda de locos suicidas e incluso corren los rumores de las secretas orgías, celebradas por sus miembros. Le aseguro que ahora mi criterio es absoluto —perdóname, Hanji, te juro que oí a Mike decirme "¡enséñale tu miembro, para que aprenda a respetar a los hombres!" Lógicamente, no hice tal cosa, pero supongo que él sí le hubiese montado un espectáculo—.

Ni usted ni los cientos de pobladores que nos ven llegar derrotados podrán empequeñecer la obra de nuestro ejército, ni su sacrificio —a ellos les permito atacarme, las burlas y difamaciones las tolero sin que me perturben el ánimo ¡En cambio, nadie puede lanzar calificativos deshonrosos a los caídos en batalla, sin llevarse una merecida respuesta! —. Escuchándolo hablar, me alegro de que Nanaba entendiera a tiempo lo que significan estas alas…, ¡qué doblemente grande fue mi amiga! …Retírese, usted no merece siquiera un puñetazo; ya el destino se encargará de golpearlo.

—Qué bien que no estuviera participando en el encuentro —convine, frotando un puño contra la palma—. Yo le hubiese pegado hasta volverlo una pulpa.

—Lo sé, te conozco…, y créeme, poco me faltó para darle su merecido —que mi comandante se planteara el uso de la violencia, indicaba hasta qué punto lo había enojado la visita—. Sin embargo, propinarle una tunda a ese hombre dañaría más la imagen del Cuerpo de Exploración. Confío que mis palabras fueran suficientes…, y esa lápida mortifique su egoísmo de por vida.

—Viejo moralista e infame —rezongué, agraviada—, espero que el espíritu de Mike le depare toda clase de pesadillas… ¿Te sientes ya recuperado, mi titán? Una extremidad no detendrá el ímpetu de mi fénix, capaz de renacer del polvo —le sonreí, buscando confortarlo—. Aunque pienses que tu rendimiento como soldado va a ser mínimo, ese liderazgo natural es más que suficiente para impulsar a las tropas.

—Confiemos en que los muchachos no me crean disminuido. Los jóvenes son impresionables, Hanji —me garantizó—, si creen que su líder perdió el vigor y la fuerza, tendremos un motín. Por eso insisto; la cadena de mando juega un rol primordial. Debes prepararte…

—Nunca seré como tú. Quizás gane cierta fidelidad entre los nuestros, pero me falta el sentido de imposición y la mente fría que te caracteriza, incluso cuando parece todo perdido —cruzándome de brazos, observé las losas del suelo.

—Harás que respeten tu modo, estoy seguro. Yo mismo me pondré a tus órdenes, de ser necesario y el momento lo requiera —él había previsto ese instante desde meses atrás—. No dudaría un segundo en legarte mi cargo, has probado siempre que puedes asumirlo.

—Mi titán debe conformarse por ahora con una científica desencantada…, y a punto de lanzar a Eren hacia un barranco —descontenta, le tendí el informe— ¡Atcha! ¡No he conseguido que domine su capacidad de endurecimiento! ¡Si fuera tan sencillo y presto como tú a la hora de ponerse rígido…!

—¡Hanji! Esa comparación es…

—… Totalmente desagradable —gruñó Levi, quien tocara una vez a la puerta y sin esperar contesta, entraba a la estancia—. Cuatro Ojos, suponía que ya Erwin hubiese leído tu reporte, y así no repetirle cosas por gusto.

—Enano, teníamos otros asuntos que discutir. Acabo de entregárselo —di un giro hacia él, con los brazos en jarras— ¿Descuidaste a los críos, para venir acá?

—Tus subordinados Keiji y Abel se ocupan de vigilarlos. Hay un par de cosas que pretendo contarle a Erwin y me regreso —el capitán fue a sentarse, mirándome de soslayo—. Le adelantaste lo jodido que resulta confiarle a Eren la solución de tapar el agujero, por lo que oí.

—Pues, claro. Igual persistiré, no me rindo tan fácil.

Les hice un gesto de despedida y fui rumbo al salón de experimentaciones, donde Moblit esperaba pacientemente. Le debíamos al pastor Nick una visita y de paso, conocer un poco más acerca de los misterios concernientes a la muralla. Cuál no sería nuestra sorpresa, toparnos con un par de miembros de la Policía Militar, custodiando la puerta de su habitación. La hoja de madera se hallaba entornada, pero apenas logré dar un vistazo al interior.

—¡Eh, contaminarás la escena! —uno de los guardias me detuvo, y sin rodeos, cerró la puerta del cuarto ante mis narices— ¡No se acerquen! Este es nuestra labor, se trata de otra víctima de los últimos robos.

—¡Ni hablar! ¡Le arrancaron las uñas!

—¿A qué unidad perteneces? —el mismo policía me agarró bruscamente de las solapas, y entendí… Tenía que pensarme idiota o nuestras vidas iban a peligrar.

Moblit, en cambio, no iba a quedarse allí estático, mirando cómo un hombre ponía sus manos sobre mí. Saltó de inmediato adelante, agarrándolo del brazo y le devolvió una ojeada retadora.

—Es la líder del Cuarto Escuadrón, Hange Zoë —había presionado su muñeca a tal punto, que lo forzó a soltarme—. Yo soy el sublíder, Moblit Berner.

—Su rango importa poco, si pertenecen a una rama bastante mediocre. Ningún titán mató a este hombre, sino un humano —el tipo cedió, a lo mejor consideraba desacertado ir contra un oponente bien dispuesto a sacudirlo—. Nada pueden hacer aquí.

—¿Primer escuadrón interno? —inquirí, curiosa— ¿Qué busca la policía de la capital en Trost?

—¿Les extraña? ¿Que los buenos militares nos hallemos ocupados, a diferencia de payasos como ustedes?

—¡Claro, eso es! Vaya que soy torpe, me asusté al ver a una persona tan importante ¡Deje que le tome la mano! —exclamé, precipitándome a sostenerla entre las mías— Conque un ladrón mató a Nick. Pobre… ¿Acaso poseía objetos que mereciera la pena robar?

—Todo el mundo sabe que las baratijas del Culto son de hierro.

—¿Nick era pastor del Culto de las Murallas? —continué mi papel de inocente.

—¿A qué te refieres?

—Éramos amigos. Pero me dijo que se dedicaba a hacer sillas. Es lo que había escrito en esta solicitud.

—Serás…

—Parece que no lo sabía todo sobre Nick —murmuré, concentrada en sus nudillos maltrechos. Aún podían advertirse restos de sangre.

—¡Suéltame! —gruñó el guardia; su compañero ni se movió. Desde el inicio había permanecido allí cual estatua.

—¡Lo siento, fue sin pensar! —chillé, brincando atrás; e hice impetuosa el saludo formal— Encárguense de la investigación. Y cuando encuentre al asesino, díganle que quizás perpetrase tal crimen porque lo consideraba justo; pero eso a mí no me importa —sentí la sangre bullirme caliente dentro de las venas y ascender hasta los pómulos, enrojeciéndolos. Contemplé al hombre con una fiereza que hizo brillar tanto mis pupilas como el cristal de los lentes—. Cualquier villano sufrirá en vida mucho más de lo que mi amigo ¡Me compadezco de él! —dije, sentenciosa y prometí cumplirlo— Transmítaselo, por favor. Con su permiso…

Di media vuelta y mi sublíder me siguió por el corredor.

—Líder, ¿cree que de verdad…?

—Sí. Djel Sannes, primer escuadrón interno. Tenía rasgada la piel del puño —prueba fehaciente de que se trataba del asesino—. La Policía Militar Interior torturó a Nick y lo asesinó.

—¿Cuáles van a ser nuestras próximas órdenes? —había preguntado Moblit, grave.

—Levi de seguro ya tomó camino a la cabaña donde se queda con los críos. Hay que informarle urgente de lo sucedido —lo insté a que acelerara el paso, andando más rápido—. Tú vendrás conmigo, y Nifa se quedará como emisaria, por si Erwin requiere notificar alguna cosa a nuestro escuadrón.

/

La parada en la vieja choza se nos volvió imperativa, debido a los acontecimientos. Desmontamos con premura y Levi ya estaba recibiéndonos; no sin chasquear la lengua. Su percepción le hacía conjeturar las malas nuevas a distancia.

El mirar profundo y sombrío del capitán iba de Moblit, a mí. Los chicos de la 104 se desplegaron alrededor, encerrándonos en un círculo.

—Nick m-murió.

—¿Cómo dices? —Levi frunció el ceño.

—El pastor Nick está muerto. Lo asesinaron esta mañana, en el cuartel de Trost —le dije con voz quebrada, culpándome interiormente por no haberlo protegido mejor—.

—Aguarda, Cuatro Ojos —el capitán me interrumpió—. Esto requiere un té. Sentémonos con los mocosos.

Ocupé un sillón aparte de la mesa donde se acomodaron Levi y los chicos. Estaba muy deprimida, sin ganas de tomar siquiera la infusión.

—Sabía que por favorecer al Cuerpo, los del Culto no iban a ignorar a Nick. Escondí su identidad en el cuartel, pero no esperaba que mandaran a los soldados a matarlo —poco me faltó para llorar—. Fui descuidada. Es responsabilidad mía.

—¿La Policía Militar torturó al pastor para conocer lo que nos dijo? —Armin rompió el silencio que se alzara luego de mis palabras.

—Imagino que sí. Y al movilizar a la Policía Militar Interior, quién está detrás es muy poderoso —el capitán me observaba, pensativo— ¿Cuántas uñas le arrancaron? ¿Lo viste, no? ¿Cuántas?

—Solo fue un segundo, pero todas, por lo que llegué a observar.

—Los que hablan, lo hacen a la primera. Esos que no, pierden más. El pastor era un idiota, sin embargo, no doblegó sus creencias hasta el final —dijo, girándose hacia Eren. Aun dolida y con vergüenza, oprimí el brazo del mueble sin levantar la mirada—. Significa que desconocen cuánto averiguamos de la familia Reiss. Aunque no hay duda de que alguien del Gobierno está vigilándonos.

Entonces apareció mi subordinada en el umbral de la puerta, confirmando el parecer del capitán, a través de la misiva que nos remitía Erwin.

—Capitán Levi, un mensaje del comandante —prontamente le mostraba Nifa el pergamino, y me hacía conocer la réplica de Erwin—. Dada su orden, líder de escuadrón, fui a describirle lo ocurrido al pastor Nick; pero él ya lo sabía.

—Nos retiramos, abandonaremos de inmediato este lugar —decidió el capitán, en cuanto leyó la misiva—. Eliminen el rastro.

Desde una colina cercana, observamos a la Policía rodear el sitio. Los de Arriba nos temían a morir y, además, procuraban tener de su lado a Eren y a Historia. Nos perseguirían sin piedad.

—Estuvo cerca ¿Qué nos habría sucedido, si hubiésemos tardado más? —todos sabíamos la respuesta a la pregunta de Connie.

—¿Cómo lo supo antes el comandante Erwin? —se maravilló Armin.

—El Gobierno dio nuevas órdenes. Detener cualquier actividad de la Legión fuera de la muralla —les informaba el capitán, adusto—. Pretenden que les entreguemos a Historia y a Eren.

—Justo después de que me diera la carta, la Policía fue a ver al comandante —dijo Nifa, cautelosa; tal vez porque temía mi reacción—. El oficial Nile Dok lo visitó en persona.

—¡Lo tratan como si fuera un criminal! —protesté, molesta.

—Ya no actúan a escondidas, no les interesa nada —me hizo entender Levi.

—¿Qué secreto de la muralla es tan importante? ¿Y para qué necesitan a Historia y a Eren? —quise hallarle una lógica a sus razones— Los quieren vivos, no muertos.

—Ni idea, está claro que nuestro enemigo los busca. Marchémonos, ahora no podemos quedarnos aquí —dijo enfático el capitán—. Los trasladaremos de nuevo a Trost.

—¿Por qué llevarlos donde mataron a Nick? —Moblit cuestionó su orden.

—Es más peligroso viajar al interior. Será fácil ocultarse con el desorden que hay en Trost. Y allí podemos usar esto —Levi mostró levemente su equipo de maniobras, que llevaba oculto bajo la capa.

—Es cierto —dijo Armin, respaldándolo.

—Además, ni tenemos noción de quién atacará, lo cual es negativo —dado el tono del capitán, y a pesar de sus palabras, advertí una sospecha oculta—. Tenemos que comprobar quiénes son… Hange, préstame algunos de tus hombres.

—Claro. Bien, yo iré con Erwin —concluí que ponerme bajo sus órdenes era lo más conveniente—. Ven conmigo, Moblit. El resto va a obedecer a Levi.

—¡Recibido! —contestó a una el cuarto escuadrón.

—¡Hange-san! —la voz de Eren me detuvo segundos antes de subir al caballo.

—Tome. Recordé algo que mencionaron Ymir y Bertholdt —dijo, tendiéndome un papel bien doblado—. Lo escribí porque no conseguimos hablarlo.

—Entendido. Lo voy a revisar más tarde —agarré la nota y montando en mi cabalgadura de un salto, marchaba precipitadamente hacia Trost; seguida de cerca por Moblit.