El inicio del cambio

Mientras Levi desarrollaba su plan de poner al descubierto a ese adversario que venía pisándonos los talones; oculto junto con mis hombres y los chicos entre los pobladores de la ciudad, Moblit y yo habíamos conseguido llegar al cuartel de Trost. Éramos un par de clandestinos, puesto que el Cuerpo estaba momentáneamente congelado de sus funciones; y no tuvimos otra opción que la de hacer uso de atajos y pasadizos hasta la casa de los oficiales. La Policía Militar lo rodeaba todo. Sin embargo, toparnos de sorpresa con su comandante, lejos de complicar el asunto, nos abrió las puertas del sitio.

—Vienes corriendo a saber de Erwin, y dispuesta a salvarlo, de ser preciso —Nile me observó de reojo, cruzándose de brazos—. Los de la Interior están custodiándolo, pero fueron llamados… Puedes jugar a las escondidas en la primera habitación hasta que marchen —dijo, luego de analizarme de pies a cabeza e hizo un gesto breve con la mano—. Apresúrate y sígueme, distraeré por un momento a los guardias, llevándolos al interior de la pieza. Más vale que ni les huelan, porque no cambiaré mi cargo por ninguno de los dos.

—Uh, gracias, Nile —parpadeé, insegura de su buena voluntad— Él… ¿Cómo está?

—Igual de loco, arrogante y cabeza dura —me comunicó entre dientes—. Habló conmigo… Que Ymir lo ayude.

Aguardamos en la sombra de la escalera, esperando a que Nile llevara los dos guardias de la policía militar interior adentro del cuarto de Erwin con una excusa. Escuchando que se hallaba solitario el pasillo, subimos rápidamente, ocultándonos en la habitación de Levi.

Fue cuando quiso la casualidad que la nota de Eren se deslizara de mi bolsillo al suelo. Puesto que debíamos esperar, era un buen momento para leerla. Recogiéndola con premura, le eché un vistazo, que luego exigió dos lecturas más.

—¡Por la madre loca de un titán! ¿Qué significa esto? —intenté gritar por lo bajo mi angustia, y tragando en seco, me volví hacia Moblit— Aguarda, sé lo que significa… ¡Pero solo añade más caos a nuestro conflicto!

—Hanji-san, ¿qué dice la nota? —indagó, tratando de leer por encima de mi hombro, cuando los movimientos de soldados a través de la ventana, lo alertaron— ¡Observe, los de la policía militar interior se retiran!

—Ahora te digo, Moblit —dije, llevando mi atención a lo que ocurría fuera de la ventana—. Por fin se marcharon esos fastidiosos ¡Vamos con Erwin!

Ya sin la policía militar estorbando, corrimos al cuarto de Erwin y sin tocar, abrí la puerta violentamente.

—¡Erwin, la situación empeoró! Por dos motivos —le grité, alterada—. El primero es que secuestraron a Historia y Eren. Mataron a tres de mis subordinados, Nifa incluida. Voy a ir con Levi para descubrir el sitio donde llevaron a esos dos; los hallaré a como dé lugar.

—¿Y el otro motivo? —habló quedo, mientras yo abría el papel y me disponía a leer su contenido—… Por Ymir que voy a extrañar a Nifa.

—Eren recordó una conversación entre Ymir y Bertholdt —le solté, jadeante y sentí la sien punzarme de tal forma, que me hizo llevar una mano a la frente—. Si esto fuera cierto, ¡Me va a explotar la cabeza!

—¡Cálmese! —Moblit, alarmado, me palmeó la espalda.

—¿Qué problema tenemos? —Erwin me había tendido una jarra con agua, que él mismo sirviera; de más está decir que se la arrebaté sin miramientos, bebiéndomela hasta el fondo.

—Si no lo rescatamos, devorarán a Eren —dije, y le detallé la posibilidad de transmisión de los poderes titánicos.

—Nile y sus guardias abandonan el cuartel —precisó el comandante—. Pronto recibirás noticias de Levi, estoy seguro.

Tal y como si de un profeta se tratara, uno de nuestros centinelas traía dicho mensaje. Levi había capturado a los dos guardias de la policía militar interior, manteniéndolos en las mazmorras, con el fin de torturarlos si era preciso. También regresaban los chicos junto con él. Moblit y el mensajero se retiraron al corredor; yo le agradecí desde lo más profundo de mi alma porque…, necesitaba despedir a Erwin con un beso. Aunque no fuese más que uno con sabor a urgencia e inquietud.

—Sabrás cuidarte, al menos hasta que pueda traerte la información —aseveré, quedándome grabada en sus pupilas a fuerza de mirarlo.

—No corro más peligro que tú, Hanji. Mantente a salvo, no hagas locuras —tuvo a bien sonreírme tristemente—. Confío en que todo saldrá conforme lo hemos planeado.

—Eso creo —alegué, si bien estaba consciente de que todo podía irse al traste si Zackly o Nile nos fallaban.

Marché con un peso en el estómago y, al salir, le hice un ademán de cabeza a Moblit para que me siguiera. Nuestra próxima tarea no iba a resultarnos grata.

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Las mazmorras -al menos la parte de los calabozos que ocupaban los guardias de la policía militar interior-, habían sido higienizadas. Obviamente, la mano de cierto Pelo de Tazón debía estar tras aquella limpieza.

—¡Ya estoy aquí! Espero que no hayan acabado —dije, accediendo con Moblit a la celda donde se hallaban los de la policía interior y Levi.

—No, siquiera estoy acostumbrado a esto —respondió incómodo, vestía delantal y guantes para que su ropa no sufriera en el proceso.

—Tampoco he torturado humanos antes, Sannes —tomé una pinza de la bandeja dispuesta en la mesita contigua y me dirigí a él, resuelta—; pero aprenderé contigo.

—¡Espera! ¡Digan lo que desean saber! —protestó el hombre, presa del terror— ¿Quién atormenta sin pedir antes…?

—Cuánta razón —asentí, dejando al frente a Levi—. Tenemos varias preguntas.

—¿Dónde están Historia y Eren? ¿Cuál es el secreto de la familia Reiss? —lo interrogó él, demasiado comedido para mi gusto.

—¡Muy lento! ¡Hay que apurarse! —chillé, apartándolo y con torpeza, extraje la primera uña. Los gritos se debieron escuchar afuera del recinto. Procedí a tirar de la segunda; el hombre continuó vociferando y me permití una ironía— Oh, parece que no te duelen... Bueno, aquí hay una herramienta que te gustará ¿Prefieres que comience a prensar el testículo derecho o el izquierdo?

—Oe, Cegata. Me buscas afuera, de repente quiero ir al baño —el capitán, hasta entonces un observador callado, amenazaba con marcharse.

—¡Un minuto, Levi! De acuerdo, seguiré arrancando las uñas —olvidé lo relativo a otra parte del cuerpo, tratando de centrarme—.… Lo siento, no sé hacerlo tan bien como tú ¿Cuántas hay que sacar para dominarlo?

—Incontables —musitó Sannes— ¿Por qué creen que no hubo guerras entre muros tan estrechos? ¡El Primer Escuadrón Interno ensució sus manos por todos! —y acto seguido, comenzaba a enumerar— El profesor demasiado inteligente…

—¿Quién? —una chispa encendió en lo recóndito de mi cerebro, haciéndome comprender de quién se trataba y salté adelante, pinza en ristre— ¡Imbécil, ahora sí quiero cortarte las pelotas!

—¡Líder de escuadrón, contrólese! —Moblit brincó tras de mí, procurando aguantarme.

—Dame acá esa mierda, Cuatro Ojos —Levi, atónito por el lenguaje inusual que había empleado, me arrebató la herramienta—. Tsk, ¿qué diablos te pasa? Lo matarás después que hable, si tanto lo deseas… Tú, sigue contando.

—L-la pareja de idiotas que intentó volar en un globo ¡La prostituta de una granja de pueblo! —Sannes lucía espantado, aunque no por eso se cortó de revelarnos su aterradora labor— ¡La humanidad sobrevivió porque los eliminamos! ¡Deberían agradecernos! Nunca vi a nadie disfrutar torturando como ustedes —había pasado del susto al lloriqueo— ¡Monstruos! Pero no me dan miedo, yo tengo al rey. Confío en él y la paz entre las murallas. Todo lo que hicimos no es un error… Pero, ahora sé lo mucho que les dolía… Pueden matarme, será un final perfecto a una vida tan sangrienta como la mía.

El capitán lo miró y después a mí, acordando una pausa.

—Tomemos un descanso.

Dándonos la vuelta, salimos de allí con el alma en el piso.

—Cielos, ahora me siento mal por él —musité, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Bueno, la verdad es que ni sé realmente lo que siento.

—¿Quieres decirme qué rayos te ocurrió ahí dentro? —Levi me observó, frunciendo el entrecejo— Parecías un demonio con gafas.

—Ese profesor del que habló…, era el padre del comandante —dije, no sin esfuerzo. Moblit y el capitán abrieron los ojos, impresionados al oír tal revelación—. Ya se los expliqué, y con la misma lo borran de sus memorias. Ojalá y Erwin jamás conozca los detalles.

—Muy bien, Cegata, lo entendemos —asintió Levi, contemplándome torvo—. Entonces, pon tu cabezota a pensar cómo le sacamos la información al tipo. Habrá que buscar otro modo.

—Uhm, quizás consigamos engañarlo si le hacemos creer que su amigo soltó la lengua —medité por un instante, volviéndome hacia el capitán—. Escribiré un texto que lo pondrá a sus ojos en la piel de un traidor. Si el compañero habló, ya él no se callará si puede librarse.

Justo como le dije a Levi, me puse a garabatear el texto en un pergamino y cuando estuvo listo, sacamos al policía militar de una celda próxima a la de Sannes. Llevándolo escaleras arriba, lo expusimos a la vista del compañero, mientras le obligábamos a leer cada línea a punta de cuchillo.

—No empujen. Duele.

—Es patético que nos contaras todo luego de una sola uña —Levi lo empujó sin miramientos por la espalda—. A Sannes ya no le queda ni una. No se parecen ustedes en nada.

—¿Y qué? Decisión suya. Habla constantemente del rey y la paz. Estábamos hartos de él. Nos harán un favor si lo matan.

—Cuando podamos confirmar lo que nos dijiste —había precisado el capitán, muy en su papel.

—Les conté la verdad. Ya basta por favor —el guardia continuaba leyendo el pergamino que le mostrábamos— ¿Habrá cama en mi celda?

Tal y como lo preví, aquello hizo reflexionar a Sannes. De manera que, al volver junto a él, ya estaba dispuesto a colaborar.

—Volvamos al trabajo, Sannes. Me duele hacerlo, pero hay que continuar.

—Los Reiss son la familia real auténtica —soltó, y casi ni habíamos puesto un pie adentro.

—Me gustan las personas razonables —le sonreí mordaz—. Te llevaremos con tu amigo. Ahí tendrás una buena cama, hay agua y un plato de comida.

El reencuentro con su compañero no fue para nada grato. Una vez lo hicimos pasar al calabozo, el llamado Sannes lo ojeó de mal talante. Mi plan había salido a las mil maravillas.

—¿Estás bien? No me digas que les contaste algo. Mira que nuestra lealtad hacia el re —no pudo culminar la frase, porque el aludido le saltó al cuello, intentando asfixiarlo—… ¡Sannes!

—¡No quiero volver a oír tu voz! ¿Cómo pudiste mentirme? —incluso un tipo así, poseía sentimientos y lloró ante la inferida traición— ¡Confiaba en ti!

—Él no nos contó nada —me vi en la obligación de aclararle—. Siquiera le preguntamos. Lo amenazamos con un cuchillo para que leyera un papel escrito por mí. Eso es todo.

—¿F-fui yo el que traicionó al rey?

—¡Demonio! —me lanzó su compañero.

—No lo niego —de pronto, recordé al pastor muerto y la sangre me borbotó en las venas. Girándome, los encaré. Quería mirarlos a los ojos, por lo que llevé a la cabeza mis gafas—. Pero Nick debió pensar lo mismo de ustedes. Ya les había expresado que me compadecería —lentamente, caminé hacia la reja de la celda—. Cuan patético ver a unos viejos llorando ¡Se lo merecen, idiotas!¡A ver si les gusta pasar el resto de su vida teniendo que defecar en una celda! ¡Y adiós!

—Este papel va sucediéndose de persona a persona. Continúa un orden —me aseguró Sannes—. Al retirarte, alguien asume tu lugar. Nunca desaparece… Ánimo, Hange.

—Líder de escuadrón —Moblit había intentado en vano retenerme.

Subí la escalera bastante furiosa, pero también decepcionada. Cerré tras de mi la puerta del comedor vacío y reclinándome a ella, me di a suspirar. Nunca pensé que llegaría el momento en que tuviese que comportarme al nivel de los sicarios. La ira me hizo patear una mesa y varias sillas, lo que atrajo de inmediato a Levi.

—Siento haberlo desordenado todo —respondí algo más calma, devolviendo mis lentes a su sitio habitual y elaboré una excusa bien tonta—. Había una cucaracha.

—Ya veo —el capitán evitó mirarme, sabía que yo no me hallaba en lo absoluto tan relajada como pretendía lucir—. Tu golpe la habrá vuelto pedazos… Y recuerda contarle todo a ellos también.

—Es verdad, casi me olvido —lo seguí hasta la pieza contigua, donde los chicos aguardaban expectantes.

Los antiguos reclutas de la 104 hicieron un repentino silencio al percatarse de que Levi, Moblit y yo accedíamos al comedor de las mazmorras. Brevemente, les hice conocer todo respecto a la situación de sus amigos.

—¿Historia es la digna heredera al trono? —Armin se mostró sorprendido.

—Es muy posible que Historia y Eren se hallen con Rod Reiss —expliqué, volviéndome hacia Moblit, quien asintió y puso contra la pared un trozo de papel, que desplegó. En el centro del texto, había un gran dibujo de noble antes mencionado.

—Rod Reiss —confirmó Levi—. Sin dudas, es él.

—Y se prepara con el fin de hacer que Historia se lo coma, una vez convertida en titán —les hice ver sin tapujos.

—¿Eh, devorará a Eren? —Armin había brincado al oírme.

—Sí, la conversación recordada por él nos lleva a concluirlo. Ymir le preguntó a Bertholdt si la odiaba y él respondió que no lo sabía, pues imaginaba que no deseaba comerse a una persona —revelé para todos ellos—. Deduzco que Ymir era una titán y en su merodeo fuera de la muralla, devoró a un compañero de Bertholdt, Reiner y Annie. Comiendo personas, a un titán le resulta imposible volver a ser humano; pero al tratarse de un amigo de esos tres… Sería un humano capaz de transformarse en titán —dije con un suspiro—. Resumiendo; si un titán engulle a una persona con esa capacidad, vuelve a ser humano. Y además, obtiene el poder de quién devoró. En la última batalla, Reiner lanzó titanes a Eren cuando éste huyó. Controlar a los titanes usando sus gritos es el poder que tiene Eren. Pienso que deseaba transferir esa capacidad a otro… Si es así, Eren es un recipiente que puede reemplazarse —concluí, sintiéndome agotada—. Si el Gobierno posee un titán, el mismo lo devorará.

Mikasa hizo el intento de abandonar la habitación, al oír todo lo expuesto. Agradecí no verme precisada a intervenir, pues Levi se adelantó, deteniéndola.

—Cálmate —le dijo, sujetando su hombro—. No van a devolvernos a Eren solo porque andes irritada. Lo próximo es dirigirnos a las tierras de Rod Reiss. Enlístense para marchar.

—¡Sí! —fue la respuesta de los chicos, tan firme como su postura.

—Iré a informar a Erwin sobre los Reiss, de seguro lo está esperando —hice saber a Levi.

—Bien —contestó simplemente.

—Nos veremos en el sitio acordado en las tierras de Rod —le dije como despedida; Moblit me siguió.

—Procura no demorarte con él —me soltó Levi, autoritario—. Deja las babosadas para otro momento.

—¿Uh, qué dices? Yo jamás…

Preferí ni continuar ante su mirada terminante. Di media vuelta y caminé hacia los caballos junto a Moblit. Apenas me acomodé sobre la montura, tomé las riendas y picando espuelas, nos dimos a cabalgar a desboque por toda la ciudad, rumbo al cuartel.

Había una muchedumbre inusual en la calle que iba hacia el reducto de la Legión de Reconocimiento. A juzgar por algunos comentarios hechos a toda voz, además de los sollozos y gritos de un par de mujeres, se trataba de algún comerciante asesinado.

—¿Qué pasará? —intenté mirar por encima de la multitud, sin disminuir el ritmo del galope, no obstante, fue imposible dada la cantidad de personas.

—¡Líder de escuadrón, no hay tiempo! —me previno Moblit de cualquier distracción.

—Sí, lo sé.

Arribamos prontamente al cuartel, y soltando los caballos en el establo, mi subalterno y yo corrimos hacia la enorme construcción que se alzaba en el centro de la plaza interior. Conocía ya que Erwin se había trasladado a otro recinto, próximo a su recámara de comandante. Solicité tras los toques a la puerta, el permiso formal para entrar a la estancia.

—Con permiso, Erwin —dije y pasé adelante. Inclinándome, pude revelarle cuanto sabía de Reiss al oído; que el comandante de las tropas estacionarias estuviera haciéndole compañía no me pareció extraño dadas las circunstancias. La mirada socarrona de Pixis me reveló que ya era parte de los nuestros.

—Tal como pensaba —Erwin se había vuelto hacia él, muy serio—. Bien, parece que gané mi apuesta, comandante. Un soldado de la Policía Interior habló y la familia real no es la auténtica; es la de Rod Reiss.

—¿Cómo? —a juzgar por su reacción, Dot Pixis ignoraba ese dato.

—Levi trabaja en rescatar a Historia y a Eren —le hizo saber nuestro compañero de armas—. Los recuperaremos e Historia será la reina. Es la heredera al trono.

Aquello me tomó por sorpresa e igual a Moblit; su plan de golpe político ya estaba más que dispuesto.

—Le daremos la corona del rey falso a la verdadera reina —intervino Pixis, acentuando lo dicho por el comandante de la Legión de Reconocimiento.

—Derrocaremos al gobierno sin derramar sangre —aseguró Erwin—. Le revelaremos al pueblo que el sistema era una farsa.

—Me uno al plan. Estoy de acuerdo. Sin embargo, no somos nosotros los que decidimos si efectuarlo. Eres consciente, ¿verdad, Erwin?

—Por supuesto, comandante —asintió él, seguro de sí mismo.

Dot Pixis se despidió, partiendo con una sonrisa de complicidad en el rostro.

—¿Investigaste a los Reiss? —le pregunté, instándolo a compartir la información.

—En la medida de lo posible —me tendió un libro que parecía un tratado enciclopédico por lo grueso—. Hallé un incidente muy sugestivo.

—¿Un incidente? —me dispuse a leer, curiosa por lo que había dicho.

—¡Comandante Erwin, la Policía Interior demanda que se entregue! —uno de los miembros de la Legión abrió la puerta, sin tocar debido al apremio— Dicen que se acusa a la Legión de un asesinato en plena calle.

—El enemigo no esperará de brazos cruzados —aseguró Erwin, observándome intenso—. Hange, aléjate de aquí.

"Hange", lo había dicho y en un tono que me comunicó una total imposición, sin la necesidad de ser brusco. Esa "Hange" solo acudía a sus labios cuando algo iba mal, y no admitía réplicas.

—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —fue lo único que atiné a preguntarle.

—Seré el rostro de la Legión de Reconocimiento —se colocó su chaqueta de gala, no sin un pequeño esfuerzo—. Actúa como veas mejor. Tú serás la próxima comandante de la Legión, Hange Zoe. La dejo en tus manos.

Lo que me había dejado era la boca abierta, literalmente… Marchó dispuesto a enfrentar lo que Ymir le pusiera como destino y sabía que la muerte le pisaba los talones.

Moblit giró el rostro hacia mí, esperando que dijera una palabra o diera la orden para irnos. No me detuve a pensarlo mucho y determiné salir del edificio. Ocultándonos, fuimos hasta la plaza, donde habíamos vislumbrado el cuerpo del negociador, muerto sobre un charco de sangre. Su familia lo lloraba y como era lógico, la policía les hizo creer que su muerte se la debían a las órdenes de Erwin. Usando la excusa infame de que el asesino de aquel pobre hombre, tenía que pertenecer a la Legión porque le arrebató a Eren, el Cuerpo de exploradores iba a ser disuelto y sus miembros, encarcelados.

Oprimí los labios y le tiré de la manga a Moblit, haciéndole una seña para que me siguiese. Caminamos hasta una calleja un poco aislada y nos dimos a correr, buscando alejarnos del lugar.

—¿Qué hacemos ahora? —inquirió mi subordinado. Él sabía que, a pesar de lo dicho por Erwin, no iba a marcharme sin limpiar la imagen de mi comandante, al menos a ojos del pueblo.

—Buscar al culpable y exponerlo. Esta ciudad arderá, Moblit —luego de observar a escondidas el juego sucio de la Policía Interior, determiné que iba a mostrarle a los citadinos quiénes eran los verdaderos criminales en la historia.

—Pero…, ¿cómo sabremos…?

—Shhhh, ¿no escuchas? —hice que prestara su atención al ruido de hombres corriendo y le ordené— ¡Hora de irnos a los techos!

Pudimos escondernos a la sombra de una buhardilla y contemplar el espectáculo. Un puñado de policías militares perseguía a la carrera a un muchacho. Agradecí a Ymir por aquel regalo de la providencia; reconocí en el chico al hijo del comerciante asesinado ¿Qué tanto interés podía mover a la Policía Interior, como para corretear así a un simple civil?

—Hey, Moblit… Permíteme una conversación privada con ese muchacho. Su atolondramiento hará que se meta directo al callejón sin salida y aprovecharé para librarlo de los guardias.

—¡Líder de Escuadrón, eso requerirá mucha fuerza! ¡Déjeme ayudarla!

—Tranquilo, por suerte las cuerdas del equipo son reforzadas —lo detuve interponiendo mi brazo derecho entre los dos—. Sé lo que te digo, espérame unos techos más allá… Entenderás que a veces para un hombre puede resultar vergonzoso exponer sus miedos ante otro.

—Qué remedio —mi subalterno acabó por encogerse de hombros, comprendiendo—. La esperaré junto a esa pequeña torre.

Justo como había imaginado, el chico fue a parar al callejón. Me bastó un segundo para hacer el cálculo del punto donde yo debía caer y alzarlo conmigo, amordazándolo con la mano. Que gritara por el susto de verse remontado por los aires, en brazos de una extraña, era un riesgo que no podía correr. La maniobra fue todo un éxito, si bien caímos de nalgas contra el tejado.

Escuché los gritos de frustración de sus persecutores, a la par que los contemplaba dividirse, con el fin de buscarlo por otras calles de la ciudad.

—Eres el hijo de Reeves, ¿no? —inquirí afable— ¿Cómo te llamas?

—Flegel —contestó mustio.

—Encantada, Flegel. Yo soy Hange Zoe —me presenté para brindarle confianza, y fui al grano—. Deduzco que, si te persigue la Policía Militar, es porque sabes lo que le ocurrió a tu papá. Cuéntame lo sucedido.

Dudó un poco antes de soltar prenda, finalmente me dijo:

—La Policía Militar lo mató, cuando yo fui a hacer mis necesidades. Un hombre alto, con abrigo negro lo asesinó.

—Me alegro de que tú estés vivo —respondí con toda franqueza—. Revelemos la verdad.

—¿Cómo? ¿Es que no viste las noticias? —lloriqueó Flegel— Cuanto dice la Policía Militar se vuelve cierto a ojos de todos. Lo que declare no importa. Saben que yo estaba allí presente. Ni tengo donde ir ¡Maldita sea! Deberé pasar mi vida escabulléndome por el interior de las murallas.

—Supongo que sí —admití, consciente de su destino y quise sacudirle la fibra—. Pero a mí no me gustaría vivir así ¿Qué opinas, Flegel? Si en vez de pasar tu existencia escondiéndote y huyendo como una rata, ¿no prefieres enfrentarte al enemigo, aunque arriesgues la vida?

—¡No! Todos no queremos desperdiciarla igual que lo hacen ustedes. Además, ni tienes derecho a criticarme.

—¿No quieres que la compañía y tu familia sepan la verdad? —exclamé con asombro.

—¡Eso les interesa a ustedes! —replicó el chico, indignado.

—¡Claro que sí! ¡Y tú deberías hacer también lo que te interesa! —incapaz de contenerme, lo tomé de las solapas. A ese chico había que sacudirlo también físicamente, por lo visto—.

Una voz airada nos llegó desde la casa que se hallaba a nuestros pies.

—¿Quién está gritando en el tejado?

Decidí soltarlo, pero lo sostuve firme por la muñeca, dándole un pequeño tirón.

—¡Ven conmigo, Flegel!

—¡No! ¡Ustedes perdieron! —gimoteó, intentando rehusarse a ir tras de mí. No obstante, me negué a soltarle la muñeca— ¡Los derrotaron!

—¿Qué dices? Hasta el día de hoy, siempre fue la Legión de Reconocimiento quien perdía —sonreí, mientras le obligaba a ir corriendo por los tejados, hacia donde Moblit permanecía escondido—. Te voy a sugerir un plan tan genial, que no podrás negarte a colaborar y así le haremos ver a todos quiénes son los malos en este asunto.

—Líder de escuadrón, ¿pudiera bajar un poco la voz? —dijo mi subalterno, reprobatorio, al verme llegar. Aunque por cuestión de rango no debía consentirlo, aceptaba sus oportunos regaños— La ha oído media ciudad.

—Oh, tienes razón. Se me ha ocurrido algo que, de salir bien, nos devolverá el crédito perdido. Es importante que los ciudadanos depositen su fe en la Brigada —musité para mí y luego, volviéndome hacia el hijo del comerciante, le dije convencida—. Flegel, segura estoy de que bajo tu imagen llorosa escondes las agallas. Pues bien, es hora de que las muestres.

Expuse tan detalladamente como podía la trampa en la que haríamos caer a los de la Policía Militar. Flegel pareció más convencido de que llevábamos las de ganar, y accedió a formar parte de él.

—Necesitamos que reúnas a los ciudadanos más importantes, diles que les mostrarás lo que hay de cierto en esta historia, pero que deberán permanecer quietos dentro de las ruinas hasta que los militares confiesen su delito —hice una pausa, y alcé mis gafas buscando mirarle directamente a los ojos—. Tendrás que apurarte, para continuar con el resto del plan. Cuando estés seguro de que hacen lo que les pediste, vas a correr por la calleja próxima a la que se hallan los guardias y llamarás su atención.

—¿Listo? —le preguntó Moblit. Flegel asintió y mi subordinado lo condujo a un extremo de la plaza, para bajarlo al suelo después. El chico fue hacia los residentes de la ciudad, que aún se hallaban reunidos, comentando el asesinato de su padre.

—Ojalá y salga bien —suspiré a la par que lo contemplaba, mientras él hacía lo imposible por convencer a sus parientes y amigos de ir donde le habíamos dicho. Moblit, a su vez, me observó atento, como siempre que aguardaba una orden.

Pedí entonces a Ymir el milagro de la unión entre los habitantes de la ciudad y aquellos que deseábamos una verdadera justicia.