Érase una embrujada vez: un fic de Halloween
Capítulo 2. Nadie duerme
Afuera, la tormenta seguía descargando su furia. Algún reloj de la casa dio las doce.
Era inútil. Stuart no podía dormir. A su mente no dejaban de regresar los intensos de recuerdos de la noche anterior, encendiendo su cuerpo, acelerando su pulso.
La traición de Ian lo había dejado hecho polvo. Se había sentido demasiado vulnerable, demasiado solo y necesitado de cariño cuando ayer Tiff le había ofrecido consuelo como para ser sensato. Se había dejado llevar y había cometido el que probablemente fuera el peor error de su vida. O el segundo peor.
Se levantó de la cama procurando no hacer ruido. OA dormía profundamente, no quería despertarlo. Alumbrándose con su móvil, salió al pasillo. Por un momento, tuvo la fugaz sensación de que lo observaban. Iluminó los rincones del pasillo, pero allí no había nadie.
Bajó al piso inferior; al entrar en la sala de estar, oscura como boca de lobo, un escalofrío lo recorrió de arriba abajo debajo de su distinguido pijama de marca.
A la vez que su trueno resonó con un tremendo chasquido, un relámpago iluminó la penumbra de la habitación. El flash de luz dibujó la negra silueta de alguien de pie ante la ventana. El sobresalto hizo jadear a Stuart. Con el corazón en la boca, apuntó la luz de su móvil hacia la figura.
—¡Aparta eso, Scola!
—Por Dios, Tiff... —suspiró con alivio Stuart—. Vaya susto —dijo entre dientes acercándose a ella.
—¿Te asustan los truenos? —se burló ella, de espaldas a él.
—Me asustan las personas inesperadas acechando en la oscuridad.
—Yo no estoy acechando. Sólo miro la tormenta —gruñó Tiff.
Stuart suspiró. La noche anterior había estado explorando por primera vez lo que había bajo esa vieja camiseta de la academia de Quantico y aquellos pantalones de pijama de calaveras sonrientes.
Dejando el móvil sobre una mesa cercana, se adentró en la sala caminando hasta estar tras ella. Colocó las manos en su cintura y le acercó el rostro al cuello.
—¿No puedes dormir?
—No me toques —dijo Tiffany, retorciéndose fuera de su contacto. Se volvió hacia él. El resplandor del móvil iluminó su expresión enojada—. No te has ganado el privilegio de tocarme sin mi permiso.
—Estás enfadada.
—¿Tú qué crees?
—Está bien, lo siento. He sido un capullo.
—Pues sí. Bastante. —El reproche en sus ojos negros se le clavó a Stuart dolorosamente en el pecho—. No, si es lo que quieres, tú mismo —espetó ella ante su silencio. Lo rodeó para irse—. No puedo creer que me hayas tratado como uno más de tus ligues —masculló con los dientes apretados.
Al despertarse esa mañana en la cama de Tiff, Stuart había admirado la asombrosa mujer dormida a su lado. Simplemente, no pudo manejar lo que estaba sintiendo. Se había vestido y había salido huyendo de allí.
—Tiff, espera —la siguió—. No, no es lo que quiero. Tiff, para. ¡Tiff! ¡Me entró el pánico, ¿vale?!
Ella se dio la vuelta y se le encaró. Stuart tuvo que frenar para no chocar con ella.
—¿¡Y eso qué cojones significa!? —exclamó Tiffany en un susurro ronco a su cara, la furia llameando en sus ojos.
Stuart levantó las cejas y no pudo evitar sonreír, mirándola como si fuera la cosa más sexy que había visto en su vida. Tiff apretó los dientes exasperada. Fue abrir la boca para mandarlo al infierno cuando de repente un grito desgarró el silencio de la noche. Un alarido estridente que resonó dentro de ellos como si viniera de todas partes.
·~·~·
A pesar del frío que hacía en la habitación, de la cama demasiado pequeña para su altura, del colchón lleno de bollos, OA se quedó profundamente dormido prácticamente en cuanto se metió en la cama. No le molestaron los ensordecedores truenos que sonaban como si estuvieran directamente sobre la casa ni sintió a Scola salir de la habitación.
Lo que sí notó fue un extraño cosquilleo en los dedos de un pie. Se rascó sin despertarse del todo con la planta del otro. Sintió el cosquilleo de nuevo, en el empeine, y OA se volvió a rascar, molesto. Y entonces lo sintió. El cosquilleo era ahora como si algo le estuviera subiendo por el tobillo.
Algo con demasiadas patas. Pataleó por puro reflejo, despertándose por completo. El cosquilleo regresó, esta vez en ambos pies y por todas partes.
OA encendió la luz de la mesilla y apartó las mantas de golpe. Trepando por sus pies, por toda la cama, cubriendo sus piernas, encontró decenas de enormes arañas. De todas las clases: negras y brillantes de patas afiladas, peludas y de gruesas patas, abultados abdómenes de colores chillones. El pánico se apoderó de él. Intentó levantarse de la cama de un salto, pero tropezó y cayó al suelo de manos y pies. Para su horror también había arañas en el suelo, se subieron a sus manos de inmediato.
Y entonces lo vio. Las arañas estaban por todas partes, en cada rincón, cubrían todas las superficies de la habitación. Trepando por su cuerpo. OA gritó.
Se despertó de repente con el grito silencioso en su boca abierta.
Estaba en la cama, empapado de sudor y sintiendo aún el desagradable cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo. Miró frenético a su alrededor. Las arañas habían desaparecido. Jadeó intentando recuperar el aliento.
Una pesadilla. Sólo ha sido una pesadilla. OA se estremeció de repulsión, pero también de frío.
Había descendido aún más la temperatura en la habitación. Scola no estaba en su cama, pero un relámpago le mostró que Maggie estaba allí, sentada a los pies de la cama de su compañero, mirando por la ventana.
—¿Maggie?
Ella no contestó, la mirada perdida.
—¿Maggie, estás bien? —preguntó OA, levantándose de la cama y acercándose.
Los ojos de Maggie estaban abiertos, pero en realidad no miraban a ninguna parte. OA lo comprobó al pasarle la mano ante la cara y no obtener reacción alguna.
OA parpadeó, comprendiendo. Maggie le había avisado que a veces se levantaba en sueños y que no la despertara bruscamente, pero nunca había llegado a verlo en esos más de seis meses que llevaban juntos.
Se sentó a su lado, acariciándole la mano. Era muy desasosegante ver aquel vacío en sus ojos, en su rostro.
—Maggie —susurró.
Le cogió la mejilla con mucho cuidado y la besó muy levemente en los labios, intentando despertarla con suavidad. Pero ella no reaccionó.
Entonces se puso en pie. A OA le extrañó que llevara un camisón blanco que no le había visto nunca. Maggie era más de pijamas esponjosos y/o de franela a cuadros... La contempló caminar hacia la puerta.
Ella salió al pasillo con paso seguro de sus pies descalzos sobre la vieja alfombra, como si viera perfectamente por donde estaba yendo. De todos modos, preocupado por que pudiera hacerse daño recorriendo aquel sitio que en realidad no conocía, la siguió. Maggie pasó de largo la puerta de la habitación de Jubal e Isobel y fue hasta el final del pasillo. Allí había una puerta abierta, que daba a unas escaleras que ascendían. OA vio que Maggie empezó a subir los escalones sin necesidad de luz. Sintió como si un aliento helado le respirara en la nuca.
·~·~·
—Mamá... tengo miedo.
El susurro le sonó a Isobel dentro de la cabeza y la despertó. Se encontró abrazada al cálido cuerpo de Jubal, la cabeza apoyada en su pecho desnudo, rodeada por sus brazos. Los dos habían buscado el calor del otro mientras dormían. Sabía que debería apartarse, pero la sensación era demasiado agradable. Se acurrucó contra él. Dejando que la constante respiración de Jubal la tranquilizara, se permitió disfrutarlo un poco más.
Aparentemente sin llegar a despertarse, él emitió un gruñidito complacido y la atrajo más hacia sí. Su mano se deslizó más abajo de la cintura de Isobel, por la cadera. Ella no pudo resistirse. Dobló la rodilla y subió un poco la pierna, por encima de la suya, dejando que la caricia continuara hasta el muslo. El contacto directo de la calidez de su mano contra la piel, provocó un breve pero intenso, no del todo inesperado, chispazo dentro de Isobel.
Ahora iba ser imposible quedarse dormida de nuevo.
Le vino a la memoria la noche de la ceremonia de entrega de premios. Él la había acompañado a casa. Aún la atormentaba la intensidad que había visto entonces en sus ojos.
Una parte de ella se decía con severidad que debería separarse inmediatamente. Otra dejó caer que bien podría devolver las caricias, y descubrir qué pasaría entonces...
Sus dedos se estaban empezando a deslizar por el vello del pecho de Jubal, cuando Isobel oyó un suave sollozo. Parpadeó, extrañada, y miró hacia el origen del sonido.
Había alguien a los pies de la cama.
Isobel alzó la cabeza con un respingo.
—¿Eh? —preguntó Jubal con somnolienta confusión.
Efectivamente, allí de pie mirándolos, había una niña pequeña en camisón; no podía tener mucho más cuatro años. Isobel encendió la luz de la mesilla. Los ojos de la niña estaban llorosos.
Jubal había estado tan tenso acostado junto a Isobel que pensó que sería incapaz pegar ojo en toda la noche. Sin embargo, el cansancio había terminado venciéndolo. Ahora se había despertado por completo, pero seguía estrechando a Isobel cálidamente contra él.
Tardó unos segundos en percatarse de lo que estaba haciendo. Acalorado de repente, la soltó con una azarada disculpa, permitiéndole por fin sentarse incorporada en la cama.
—Hola, cariño. ¿Estás bien? —preguntó Isobel a la pequeña.
La niña corrió y se abrazó a ella; gimoteó débilmente contra su pecho.
—Tengo miedo. ¿Dónde está mi mamá?
—¿Quién es tu mamá? ¿Es Perséfone? —dijo Isobel, aunque la anfitriona de la casa parecía demasiado mayor para ser la madre de una niña tan pequeña.
La niña la miró como si no entendiera.
—No te preocupes, preciosa —intentó tranquilizarla Jubal con voz queda mientras se levantaba de la cama—. ¿Cómo te llamas?
—Ariadne —murmuró la pequeña.
—Muy bien, Ariadne. Yo soy Jubal y esta es Isobel. Entre los tres encontraremos a tu mamá en un periquete.
La niña pareció tranquilizarse sensiblemente.
Mientras él se ponía rápidamente la camisa azul que había llevado el día anterior, Isobel no pudo evitar mirar a Jubal afectuosamente. Era llamativo lo bien que se le daban los niños.
Él iluminó el camino de todos con la luz de su móvil. Cogiendo ambos a Ariadne de la mano, los tres salieron al pasillo.
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