¡Hola! ¡Hola!

Sí, lo sé. He tardado casi un mes en subir un nuevo capítulo. Por eso pido perdón, pero tal y cómo dije: NO pienso abandonarlo.

Es solo que he tenido muchos cambios de horarios en el trabajo y no he podido encontrar buenos momentos para escribir. Además, de que también en esos momentos de descanso o días libres, además de escribir esta historia, he estado escribiendo otra.

Así es. Estoy escribiendo otra historia SenHaku. De la cual, he de decir, que me estoy enamorando.

Pero no os preocupéis, que no dejaré de escribir esta. Y ahora que he cogido más ideas para alargar esta, volveréis a tener capítulo cada semana :3

Intentaré que sea cada Lunes, y si consigo hacer varios capítulos en una semana, quizás suba los Lunes y... Los Miercoles? Jueves? Ya veremos, es un ejemplo hipotetico jajaja.

En fin, espero de verdad que os guste este capítulo.

¡Nos leemos abajo!


Capítulo 5

X

Cuando Senku despertó, lo primero que vio fue el apaciguado rostro de su compañera. Sintió sus entrañas revolotear al notar la cercanía en la que se encontraban, y tras unos segundos analizando la situación, lo comprendió.

Se había quedado dormido pese a haberle insistido a la muchacha el no querer hacerlo, y por ende, había tenido que compartir la cama con ella, una vez más.

En serio, ¿qué demonios le pasaba? Actuar así no era propio de él, y por mucho que quisiera echarle la culpa a la rubia, bien sabía que no lo era. Algo estaba mal con él.

Dio un pequeño suspiro no queriendo despertar a la leona, a la par que intentaba calmar el montón de pensamientos que le habían surgido. No sabía qué hora era, pero empezar la supuesta mañana nervioso no entraba en sus planes.

Por un momento quiso levantarse de inmediato e ir a despejar su mente, pero en cuanto sintió la mano de la chica sobre su pecho, se detuvo de cualquier movimiento futuro. Bajó levemente la vista hacia el lugar y con cierto hastiar, observo como lo tenía de la ropa fuertemente agarrado.

- ¿Tanto miedo tenías de que me marchara…? – le preguntó por lo bajo, aun sabiendo que no respondería.

Tuvo que aguantarse las ganas de sonreír al verla arrugar levemente la nariz al sentir un pequeño mechón de pelo rozar dicho lugar.

- Leona tonta… - murmuró.

Y alzando el brazo que tenía libre, llevó la mano al rostro de la chica apartándole con cuidado el molesto cabello. Pudo notar como nuevamente la cara de la chica se relajaba. Hasta pudo jurar haber visto una pequeña sonrisa.

Sin tan siquiera pensarlo, posó dicha mano en su rostro, y cuando se dio cuenta, por miedo a que la joven se despertara, pensó rápidamente en apártalo. Los segundos pasaron y con los ojos abiertos, notó que Kohaku seguía igual de dormida que antes. Dio un pequeño suspiro comenzando a respirar de nuevo con normalidad, mientras se debatía mentalmente qué hacer. Finalmente, y contra sus propios pensamientos, comenzó a acariciar con suavidad el pálido rostro de la chica con el pulgar.

Tenía que ignorar aquello que sentía, tenía que hacerlo, pero a medida que pasaba el tiempo, más se le dificultaba.

Lo que sentía por Kohaku era…

- ¿Están abrazados? – escuchó de repente.

La voz de la pequeña Suika llegó a sus oídos, y sin saber por qué el miedo lo invadió. Decidido a fingir estar dormido, Senku cerró rápidamente los ojos y se quedó lo más quieto posible en el lugar.

- Eso parece. – respondió otra voz.

Ukyo.

- ¿Por qué están abrazados? – inquirió la menor.

Desde que se había acostado la noche anterior, Senku no había parado de hacerse esa misma pregunta.

- La verdad es que no estoy del todo seguro.

La incomoda voz que el chico usaba, le indicaba al joven líder que no se esperaba encontrárselos en esa posición.

Tenía que haberse separado en cuanto tuvo la oportunidad.

- ¡Ah! – Suika pegó un pequeño chillido mientras que sus mejillas se tornaban de rojo. Senku no lo veía, pero conociendo a la menuda y el tono de su voz, sabía lo que se venía. - ¡¿Es posible que se hayan declarado?!

Allí estaba. ¿Cómo era posible que siendo tan joven, tan pequeña, pensara en ese tipo de cosas? Ni siquiera Kohaku lo hacía.

- No lo creo. – contestó el peliblanco con una gota resbalándole por la sien. – Quizás solo tenían frío e inconscientemente han terminado así. No sería raro.

Senku sonrió de medio lado. Chico listo.

- O quizás, al ver a Kohaku dormir tan plácidamente, Senku se ha dado cuenta de que es una mujer muy hermosa, y no ha podido resistirse a sus encantos. – habló la pequeña.

El silencio hizo eco en el lugar, y fue allí donde Senku, con el rostro asqueado, quiso maldecir a la persona que le había hablado de esas chorradas a la niña.

- ¿Qué edad dijiste que tenías? – inquirió el arquero mostrando el pánico en su rostro.

Antes de poder contestar, Senku hizo un pequeño ruido, y con lentitud comenzó a incorporarse al mismo tiempo que abría los ojos.

- Ah, está despierto. – habló Suika con una gran sonrisa.

Ukyo quiso darle los buenos días, pero en cuanto puso los ojos en él, se ganó una mirada llena de rabia.

Lejos de sentir miedo, el chico soltó una incómoda risa.

- ¿Podríais dejar de colaros en mi casa cada vez que os da la gana? – inquirió Senku levantándose de la cama. Alargó los brazos hacia arriba y se estiró aparentando desperezarse. – Es molesto.

- Lo lamentamos, Senku. – contestó el peliblanco. – Pero queríamos ver a Kohaku.

Senku a punto estuvo de quejarse nuevamente cuando el sonido de la cama llamó su atención. Giró la vista hacia atrás encontrándose a la chica sentada sobre la cama y con los ojos abiertos de par en par.

- ¿Suika? – la oyó susurrar.

- Oh, buenos días, leo-

Antes de poder terminar la frase, Kohaku se levantó rápidamente de la cama, y tal y como había pasado la noche anterior, sus piernas fallaron cayendo de bruces al suelo.

- ¡Kohaku!

Suika corrió a su encuentro para auxiliarla, pero en cuanto llegó, la rubia mayor la apresó con fuerza en sus brazos sin darle tiempo a reaccionar.

- Estas bien… - la escucharon susurrar. - Menos mal…

El preocupado tono de voz que usó hizo que los ojos de la pequeña se aguaran.

- Lo siento. – soltó ella aferrándose a la mayor. - Lo siento mucho…

- No tienes que disculparte. Soy yo la que debo hacerlo por haberte preocupado. – le respondió, y separándose un poco, le dedicó una sonrisa antes de observar su pequeño cuerpo. - ¿Estas bien? ¿No estás herida?

Suika negó con rapidez.

- No lo estoy, gracias a ti y a Ukyo. – contestó mirando hacia atrás.

La joven hizo lo mismo. Posó su vista al frente encontrándose así, con el preocupado rostro del chico.

- Ukyo…

- Buenos días, Kohaku. – la saludó con su tan distinguida sonrisa.

La chica le imitó antes de recordar lo que Senku le había contado la noche anterior.

- ¿Tu herida…?

- Esta mejor. – le respondió él levantándose la camiseta para mostrarle el vendaje que portaba. – Ya ni siquiera me duele.

Lejos de calmarla, la chica apretó a la niña contra ella y bajando el rostro, soltó:

- Lo siento…

Ukyo abrió la boca dispuesto a contestar, pero antes de hacerlo, la voz de Senku llamó la atención de todos.

- ¿Queréis dejar de disculparos de una vez? – dijo el chico hastiado. – Ha sido un accidente. No es culpa de nadie, así que haced el favor de no culparos por algo que estaba fuera de vuestro alcance.

- Senku…

El joven líder se rascó la nuca levemente molesto y mirando a la chica aun tendida en el suelo, le gritó:

- ¡Y tú vuelve a la cama!

Y al igual que la noche anterior, Senku caminó hacia la muchacha y cargándola con ambos brazos, la llevó hasta la cama.

- No tienes porque llevarme. Puedo moverme por mí misma. – le dijo ella levemente avergonzada.

- Si moverte por ti misma significa dar dos pasos y caer al suelo, sí, ya veo que puedes hacerlo solita. – respondió él con sarcasmo. Y tras tapar a la chica con la manta, la observó a los ojos fijamente. – Al menos por hoy vas a quedarte en la cama bien quieta, ¿de acuerdo? Dependiendo de como estén tus heridas, mañana te ayudaré a dar los primeros pasos.

- Ni que fuera una niña aprendiendo a andar. – contestó ella cruzándose de brazos. – Además, Ruri-nee estará preocupada por mí. Tengo que ir a verla.

- Iré a buscarla en cuanto me asegure de que no te moverás de aquí.

- No puedes obligarme a estarme quieta. Lo sabes, ¿verdad?

El tono de voz que usó hizo que esas palabras sonaran a amenaza, sin embargo no era su intención. Tanto ella como Senku sabían que no podía quedarse quieta sin hacer nada, así que en cualquier momento saltaría de la cama dispuesta a buscar algún quehacer. Esas palabras eran un simple recordatorio. Nada más.

- Lo sé, por eso mismo voy a tener a alguien vigilándote en los momentos en los que yo no esté.

Senku sonrió orgulloso, sin embargo Kohaku frunció el ceño.

- ¿No crees que estás exagerando? – inquirió la rubia con molestia. – Son solo un par de heridas.

- ¿Un par de heridas? – repitió el peliverde casi escupiendo esas palabras. La seria mirada que le dedicó sorprendió a la muchacha. – Ese par de heridas como tú dices, podían haberte costado la vida.

Kohaku se quedó callada unos momentos e inconscientemente posó su vista sobre la pequeña Suika. Estaba cabizbaja, probablemente recordando ese momento. Aquello causó en ella malestar.

- Senku tiene razón, Kohaku. – dijo el peliblanco llamando su atención. En cuanto la mirada de la joven se posó en él, le dedicó una ladina sonrisa. – Debes descansar y recuperarte.

La chica miró a todos los presentes siendo el peliverde el último a quien vio. Finalmente y tras un largo suspiro asintió.

- Está bien. HOY no me moveré de aquí, pero mañana me pondré en pie te guste o no. ¿Estamos? – soltó mirando al chico con el ceño fruncido.

- Una actitud digna de una leona. – dijo el joven líder volviendo a sonreír tal y como siempre hacía. – Pero, como bien he dicho antes, eso dependerá de cómo estén tus heridas.

- ¡No soy una leona! – le gritó, e imitando su sonrisa, añadió: - Y estaré perfectamente. Te lo aseguro.

- Espero de verdad que así sea. – aseguró él dedicándole esta vez, una cálida sonrisa que terminó por sorprender a la chica. – Ya que están ellos dos aquí, saldré un momento a buscar a tu hermana. En cuanto vuelva te haré los chequeos necesarios, ¿de acuerdo?

Todos los allí presentes asintieron incluida Kohaku quien no podía apartar la vista del muchacho peliverde.

- Cuidaré de ella hasta que vuelvas. – le dijo Ukyo acercándose a la muchacha.

Aquello llamó la atención de todos, ya que la intención de Senku fue dejar a la rubia tanto con él como con Suika.

- Yo también cuidaré de ella. – soltó la pequeña sintiéndose levemente ofendida.

Era cierto que era una niña, y que cuidar a los demás no debía estar en su mano. Para eso ya estaban los mayores. Pero también era cierto que el cariño que le tenía a Kohaku era tan grande que no podía simplemente dejarla. Había estado demasiado preocupada como para ahora coger e irse. Así que, con la misma energía de siempre, se prometió no separarse de ella en ningún momento y cuidarla y ayudarla, tal y como la mayor había hecho siempre por ella.

- Me gustaría estar unos momentos a solas con ella. – comentó Ukyo agachándose a la altura de la pequeña.

Senku, quien todavía no había cruzado el umbral de la puerta, alzó una ceja extrañado.

- Creo que Suika te vendrá bien de ayuda en caso de que la leona no cumpla con su promesa. – dijo el joven líder. – Deberías dejarla aquí.

La vista del peliblanco subió al rostro de Senku, y fue entonces que pudo notar el leve enfado en él.

- Solo serán unos momentos. – repitió el peliblanco. – De verdad, quisiera hablar con Kohaku si no es mucha molestia.

Senku calló unos momentos al ver la tímida sonrisa del chico y sus tan correctas palabras. Que el chico fuera tan educado y bien hablado, a veces lo confundía.

- ¿Hablar conmigo? – preguntó la chica ladeando la cabeza. - ¿Ha pasado algo?

El muchacho negó rápidamente.

- No es algo de lo que tengas que preocuparte, pero tampoco quiero decirlo delante de ellos. – Y con esas palabras comenzó a rascarse la nuca nervioso. – Es mejor en privado, ¿te molesta?

- No. Hablemos. – dijo ella al momento y le dedicó una sonrisa que lo calmó levemente.

- Bien, pues el hombre sonar cuidará de ti hasta que vuelva. – le dijo Senku a la rubia mayor. Después sus ojos se posaron sobre el peliblanco. – No pienso tardar mucho, así que intenta que sea rápido.

Y con esas palabras salió de la casa con un pequeño malestar dentro de él.

- Suika quiere quedarse.

La voz de la pequeña llamó la atención de los dos chicos, quienes la observaron con cierta pena.

- Te prometo que cuando termine de hablar con ella podrás volver.

- ¿De verdad…?

- Claro que sí.

La pequeña miró a Kohaku con el rostro triste. Esperaba quizás que en algún momento la joven se negara a la petición de Ukyo y le dijera que no importaba si ella estaba allí. Pero no fue así.

- Suika, cuando Ukyo termine de decirme eso tan importante, estaremos juntas todo lo que queda día, ¿te parece bien? – le preguntó con una gran sonrisa.

Aquello cautivó a la pequeña, quien cambiando el rostro a uno más alegre, asintió con euforia.

- ¡Vale! Estaré cerca para que cuando terminéis de hablar me llaméis en seguida. – pronunció, y dándole un último vistazo a la rubia mayor, corrió hacia la salida.

- Es una buena niña. – soltó Ukyo sentándose en la silla que estaba a un lado de la cama de la chica.

Kohaku asintió en silencio observando la puerta por donde acababa de irse la pequeña. Segundos después dirigió la vista al chico y le sonrió.

- ¿Y bien? – inquirió. - ¿Qué necesitas decirme?

El chico, quien era conocido por siempre traer una sonrisa en su rostro, la quitó, y con seriedad miró fijamente a la chica antes de comenzar a hablar.

- Kohaku… Yo…

X

Senku observó con cautela la casa donde el antiguo líder y sus hijas vivían.

Le había dicho a la leona que iría a avisar a Ruri de que estaba despierta, sin embargo y después de buscarla durante un rato, no la encontró.

Decidido a volver a su hogar, caminó por el pueblo deteniéndose casi sin pensar frente a la casa de Kokuyo.

Sabía que la noche anterior los había visto dormir juntos, al igual que sabía, dicho por Ruri, que estaba furioso. Así que, aunque también sabía que no había hecho nada malo, que esa era SU cama y por tanto tenía derecho a dormir en ella independientemente de quien se encontrara usándola, sentía que debía disculparse.

No era propio de él hacerlo, pero de cierto modo se sentía mal. No por dormir con ella, sino por lo ocurrido más tarde.

No iba a decirle que la había besado, ni a él ni a nadie. No entraba en sus planes hacerlo. Pero si podía disculparse por hacerlo mientras el antiguo líder pensaba que se refería a otra cosa, le hacía las cosas más fáciles.

Aunque a decir verdad, enfrentarse a alguien mas grande y fuerte que él y para colmo enfadado, no era que digamos "fácil" de hacer.

Sin embargo, allí estaba, de pie y mirando la puerta mentalizándose de que había una pequeña gran posibilidad de que una vez dentro no saliera de allí, mucho menos con vida.

Alejando esos malos pensamientos tras un largo suspiro, Senku caminó hacia la puerta y tocó con los nudillos.

- Adelante.

La gruesa y firme voz de Kokuyo hizo eco en el lugar. El peliverde tragó con fuerza y abriendo la puerta entró.

No era la primera vez que pisaba aquella casa. Kohaku y Ruri lo habían invitado mas de una vez, y aunque sonara ilógico, ese fornido hombre también. Pese a eso, siempre se sentía fuera de lugar.

- Hola. – saludó el muchacho una vez dentro.

El mayor lo recibió con una feroz mirada.

- ¿Te dignas a aparecer ante mi después de lo que has hecho? – inquirió el hombre, quien previamente sentado en una butaca de madera, comenzó a caminar hacia el chico.

- ¿Y qué se supone que he hecho? – preguntó Senku aun sabiendo la respuesta.

Había aprendido, por gente ajena, que antes de disculparse por algo que hubiera hecho, era mejor confirmarlo.

- Te aprovechaste de mi hija. – gruñó. – Sabías que estaba indefensa y te atreviste a tocarla. Te creía un buen hombre.

- Alto ahí. – le dijo deteniéndolo de dar un paso más. Sorprendentemente el mayor hizo caso. – No me aproveché de ella. Estaba cansado, somnoliento, así que no me quedó más remedio que usar MI cama aunque ella estuviera allí.

- Excusas. Sé perfectamente que tu cama es una de las pocas cosas que usas para dormir. Antes prefieres hacerlo en una silla incomoda. – replicó el rubio apretando sus puños con fuerza. – Y tienes más de una en tu casa.

- Tienes la misma mala costumbre que tu hija de soltar cosas, sin pensar en cómo pueden llegar a sonar. – se quejó Senku rascándose el oído. Llevaba unos pocos minutos allí y ya se estaba cansando de esa situación. – Mira, no me importa si no me crees. – comenzó. Aquello, por obvias razones, aumentó la ira de Kokuyo. – Pero lo único que he hecho ha sido cuidar de la leona, y para poder hacerlo en buenas condiciones, necesitaba descansar cómodamente.

Era sabido por todos que Senku no hablaba con respeto a nadie que no se lo hubiera ganado, y aun así tampoco era su costumbre hacerlo.

- Sigues siendo un insolente, chico. Entiendo que no te interesen nuestras costumbres, pero no voy a permitir que mancilles a mi hija solo porque tus pensamientos y creencias sean distintas a las nuestras. – le soltó. – En cuanto Kohaku despierte volverá a casa con nosotros. Y en cuanto a ti… - El hombre dio unos cuantos pasos mas hacia él y mirándolo aun peor que antes soltó: - Te quiero lejos de ella, ¿estamos?

Senku parpadeó confuso intentando comprender esas palabras, y cuando lo hizo, como el buen "insolente" que era, se carcajeó.

- No voy a alejarme de ella. – contestó, y con una ladina sonrisa se apoyó contra la pared tras él y lo observó. – Y dudo que ella quiera.

- No me importa lo que quiera o no quiera. Sigue siendo mi hija, y no dejaré que esté con alguien como tú. – bramó.

Aquello hizo que Senku quitara esa sonrisa y alzara las cejas con cierta sorpresa.

- Creo que estás siendo muy egoísta, ¿no crees? – le preguntó. – Además de ilógico.

- ¿Cómo dices?

- Puedo ver que estas cabreado porque he dormido con ella, y en cierto aspecto puedo llegar a entenderlo. – explicó, y tras fruncir el ceño soltó: - Pero no puedes decidir por ella.

- ¡Soy su padre! – soltó casi gritando. – ¡Y tú no eres más que un vulgar intruso!

Ambos sabían que esa conversación estaba yendo por un camino peligroso, y que iban a decir cosas que quizás no pensaban. Sin embargo, y como los dos hombres arrogantes que eran, ninguno cedió ante las palabras del otro.

- Un vulgar intruso que ahora es líder. Título que tú me otorgaste, ¿recuerdas?

Ciertamente esas palabras, y el odio con el que las había escupido, hirieron levemente al chico peliverde. Y esa actitud tan primitiva tampoco le gustaba.

- ¿Te crees muy listo, chico? ¿Te crees que por ser el líder puedes mancillar a quien quieras? – bramó con furia.

Sus puños, fuertemente cerrados, empezaban a dolerle.

- ¿Y tú te crees que por ser su padre puedes decirle lo que debe o no hacer?

Era extraño en él que perdiera la compostura. Era listo, un chico inteligente, y enfadarse por cualquier pequeñez no iba con él. No era alguien que perdiera los estribos con cualquiera. Pero allí estaba el problema, aquello no era una pequeñez, y por supuesto que no se trataba de cualquiera.

- Kohaku hará lo que yo diga, porque esas son nuestras costumbres. – declaró el mayor dándole la espalda queriendo alejarse de él.

- Pues vuestras costumbres son una mierda. – soltó el peliverde, y justo entonces vio a Koyuko detenerse de dar el primer paso a la par que su cuerpo se tensaba. – Kohaku hará lo que ella quiera y cuando quiera, porque es una mujer decidida a ello. Y ni tu ni nadie se lo impedirá.

El antiguo líder siempre había pensado que el muchacho era, como bien decía, un insolente. Un niñato malcriado que creía tener siempre la razón y las respuestas a todo.

Desde el primer momento en el que lo conoció supo que le iba a traer muchos problemas. Y aunque no quisiera admitirlo, sabía que había mejorado mucho la vida de todos los aldeanos. Con esa extraña magia, con esa ciencia a la que tanto quería, había podido ayudar a muchas personas, y eso lo admiraba. Pero ciertamente carecía de muchas cosas.

Y ese libre albedrío que tenía y que a toda costa quería implementar, no lo soportaba.

Sin embargo, el haber escuchado de su boca el nombre de su hija, después de saber que muy pocas veces lo hacía, lo había enfurecido a la par que sorprendido. Demostraba lo decidido que estaba a llevarle la contraria.

- ¿Tanto te importa ella? – preguntó Koyuko girándose nuevamente hacia él. Senku lo miró con sorpresa. - ¿Tanto miedo tienes de que la aparte de tu lado?

Senku no entendía esas palabras ni el porque de soltarlas en un momento como ese, pero aun así se decidió a contestar.

- Es una gran trabajadora, se podría decir que la mejor. Es una gran aliada, una gran compañera, y una gran amiga. – respondió con su típica sonrisa. – Pero no, no tengo miedo de que la apartes de mi lado, porque no sucederá, no lo lograrás.

Conocía demasiado bien a la leona como para saber que aquello la molestaría más a ella que a él.

Desde que la conocía había permanecido a su lado en todo momento por propia voluntad, porque creía en él. Incluso se había enfrentado a su padre durante el torneo solo porque ella creía en sus ideales. Por eso mismo estaba seguro de que no pasaría, de que nadie la alejaría de él.

- ¿Entonces es eso? ¿Solo la ves como un objeto, como un arma? – inquirió el hombre cruzándose de brazos.

Nuevamente esa pregunta lo sorprendió.

- No. – respondió de inmediato.

Quizás podía parecer que sí, que el único propósito por el cual quería tenerla a su lado era por ser la más fuerte, por ser la única que podría protegerlo si algo ocurría. Quizás parecía que era porque al ser fuerte podía ayudarle aún más rápido con sus inventos y experimentos. Lo parecía porque eso era lo que había demostrado, tanto a ella como al resto. Pero él sabía que no era así.

Demostrar sentimientos, fueran cuales fueran, no iba con él, y sus amigos lo sabían. Por eso mismo, pese a explotarlos laboralmente, seguían permaneciendo a su lado.

- ¿Entonces no te gusta mi hija? – preguntó Kokuyo con una ceja alzada.

Si antes estaba sorprendido, ahora cruzaba los límites. Senku irguió su espalda y lo observó con cautela.

Que un padre normal dijera eso era extraño, pero que lo hiciera uno que había sido líder de una primitiva aldea, lo era aún más. Aquella pregunta tenía trampa, y como el chico listo que era, Senku lo había detectado.

- ¿Por qué lo preguntas? – inquirió el peliverde cruzando también sus brazos.

No iba a ceder. Fuera cual fuera su respuesta, él siempre podría rebatirla. Y lo haría.

Lo oyó suspirar y caminar en dirección a la butaca donde, tras haberse nuevamente sentado, suspiró una vez más.

- Llevo tiempo pensándolo, y aunque no pretendía hacerlo tan pronto, no me dejas más opción. – comenzó. Senku temió por lo que fuera a decir, sin embargo se mantuvo lo más sereno posible a la espera de que continuara. En cuanto lo hizo y escuchó aquellas palabras, sin saber por qué, el miedo lo invadió. – Voy a buscar un marido para Kohaku.

El peliverde abrió los ojos de par en par y pudo notar como el aire comenzaba a faltarle. ¿Qué demonios estaba diciendo?

- No puedes hacerlo… - pronunció segundos después.

- Es mi decisión, y ya está tomada.

- Ya no eres el líder, viejo. No puedes hacerlo. – repitió con una ladina sonrisa.

- Claro que puedo. Soy su padre, y son nuestras viejas costumbres. – le respondió él. Y sin Senku esperárselo, sonrió victorioso. – Líder o no, cada padre de la aldea, si lo desea, puede buscarle una pareja a su hija. Y yo pienso hacerlo, y no puedes hacer nada para impedirlo, chico.

- ¿Vas a joderle la vida a la leona, simplemente porque he dormido junto a ella? – inquirió el peliverde furioso. - ¿No te das cuenta de que es ilógico?

- No es porque hayas… dormido con ella… - repitió con asco. Aun no podía creerse el haber visto eso. – Y no quiero arruinarle la vida como tu te crees. Quiero mejorársela, encontrarle el hombre adecuado.

- ¿Y por qué cojones no esperas a que sea ella quien lo encuentre? ¿Por qué cojones no la dejas en paz?

- ¡Por muy líder que seas, no permitiré que me hables de esa manera, mocoso! – bramó el hombre dándole un golpe al reposabrazos. - ¡Kohaku se casará con quien yo elija y punto!

Aquel grito junto con el golpe hizo eco en el lugar manteniéndolo, segundos después, en total silencio. Tan solo las agitadas respiraciones de los dos hombres era lo que se podía escuchar.

- Ella no lo permitirá. – aseguró Senku minutos después. - Luchó por Ruri y luchará por ella misma.

- No estará de acuerdo con mi decisión, pero tendrá que aceptarlo. – contestó él tras otro suspiro. - Al igual que tú, no podrá hacer nada para evitarlo. Es así. Es la palabra del padre contra la de la hija. Es la tradición.

- Vuestras tradiciones y vuestras costumbres son una absoluta mierda. – repitió el chico acercándose a él, y con la mirada mas feroz que pudo, lo observó. – Y tú, como padre, también lo eres.

Kokuyo lo fulminó con la mirada, y aun queriendo alzarse del asiento y golpearle con fuerza, no lo hizo.

- ¿Por qué te importa tanto, chico? – inquirió. - ¿Por qué te molesta tanto que mi hija se vaya a casar? No elegiré a cualquiera si eso te preocupa.

- Es mi amiga, y por tanto no puedo dejar que su padre guie su vida al fracaso. – escupió. – Y seguramente elegirás a alguien perfecto para ella. Alguien fuerte, valiente, capaz de protegerla e incluso contenerla. Eso lo sé bien. No es algo que me preocupe.

- ¿Entonces por qué?

- ¿Por qué? – repitió, y una vez más, sonrió ladinamente. – Porque Kohaku merece ser feliz.

El mayor sonrío con sorna tras escuchar esas palabras.

- Lo será. No es algo por lo que tú debas preocuparte. – respondió con indiferencia. - Por algo tendrá marido. Él se ocupará de eso.

- No puedes hacerlo. – insistió el chico hastiado. – La estas condenando.

- No te lo repetiré más, chico. – pronunció alzándose de nuevo. – Kohaku se casará con quien yo elija, y será feliz con quien yo elija. ¿Entendido?

Senku chasqueó la lengua. Sabía bien que Kokuyo era un hombre imparable incluso con las palabras. Nadie podía negarse a algo que decidiera ya que nunca lo conseguían. Pero allí estaba él, luchando contra ese hombre, por algo con lo que, a decir verdad, no podía opinar.

- Estás cometiendo un error. – soltó una vez más.

- Viviré con eso. – le respondió y alzando el brazo dirigió su dedo a la puerta. - Y ahora largo. Tengo que planificar un matrimonio.

Y con esas palabras y un mal sabor de boca, Senku chasqueó de nuevo la lengua y caminó hacia la salida no sin antes dirigirle una mirada llena de rencor al antiguo líder.

Una vez fuera quiso ir de inmediato a su casa para ver a la muchacha y explicarle lo sucedido, sin embargo se lo pensó dos veces.

No le diría nada, al menos por el momento. De hacerlo quizás la salud de la leona podría empeorar, y era algo que quería evitar a toda costa.

X

Una vez llegado entró con toda la normalidad que pudo, encontrándose con sorpresa a la rubia durmiendo. A un lado estaba Suika siendo abrazada por ella.

Observó su entorno buscando al muchacho y frunció el ceño al no verlo por ningún lado. ¿Cómo podía haberse ido y dejarla a solas?

A punto estuvo de insultarlo mentalmente, pero antes de hacerlo dio un largo suspiro. Estaba cabreado, y aunque el peliblanco hubiera hecho mal dejando a la leona sola, no podía maldecirlo. Él no tenía la culpa de su mal humor, y pese a no querer admitirlo, Kokuyo tampoco lo tenía.

- Maldita sea… - susurró llevándose una mano a la cara.

Lo que estaba sintiendo, lo que estaba sufriendo, era absolutamente ilógico a la par que vergonzoso.

Él tenía la razón. La leona no podía casarse con alguien solo porque su padre lo dijera. Era absurdo. Ella podía elegir con quien hacerlo, era su decisión, no la de alguien más. Y aun así, había hecho el ridículo al haberse comportado de la forma en la que lo hizo.

No necesitaba que nadie la defendiera ni que le dijera al viejo lo que ella solita podía hacer y decir. Sin embargo antes de darse cuenta, antes de pararse y pensar un momento, el miedo que sintió lo hizo hablar.

Con cautela caminó hacia la cama parándose a un lado de la chica para así observarla.

- ¿Tanto miedo tienes de que la aparte de tu lado? – recordó.

No debía hacerlo, no debía temer, y aun así…

Llevaba tanto tiempo con la chica que el mero hecho de no tenerla cada día con él, le asustaba. Y por muy listo que fuera, no podía darle nombre a eso que sentía, no porque no lo supiera, sino porque seguía negándolo.

- ¿Qué demonios me estás haciendo, leona…? – le susurró de nuevo alargando el brazo hacia ella para, casi sin pensarlo, acariciarle el rostro.

Pese a ser un tacto delicado, suave, la muchacha despertó, y posando su mano sobre la de él abrió los ojos con lentitud.

- Senku… - susurró su nombre.

Y aun adormilada, le dedicó una tierna sonrisa.

Solo entonces, y dándose cuenta por fin de la situación, el chico sintió su pecho bombardear con fuerza al mismo tiempo que su mente se repetía una y otra vez estas palabras:

- Estoy jodido.

X


¡Fin del capítulo 5!

¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado?

He ido escribiendo sobre la marcha, así que cada cosa, cada situación es diferente a la que esperaba, y aun así considero que no me ha quedado tan mal jajaja

Y he de decir, que gracias a que Kokuyo quiera casar a Kohaku, he podido pensar en como alargar mas la historia. Iba a hacerlo igualmente, pero no sabía exactamente como hacerlo, así que esto ha sido de gran ayuda.

En fin, nuevamente espero que os haya gustado, y si es así espero algún que otro comentario para animarme aun mas a continuarla ^^

Sin mas que decir:

¡Nos leemos próximamente!