ZELDA

Link estaba enfadado. Otra vez. Pero yo estaba furiosa, más que él, y ambos lo sabíamos. La ira era tal que permití que el poder me envolviera por primera vez en mucho tiempo. De lo contrario, sería como una tormenta que pasaría el día entero luchando por salir, y eso nunca traía buenos resultados.

Mi único consuelo era que los niños se encontraban jugando en el jardín, y podía verlos por la ventana. Solo esperaba ser capaz de controlar el poder en caso de que ellos entraran por sorpresa.

Caminaba de un lado a otro de la habitación mientras intentaba pensar. Link, en cambio, estaba sentado junto a la mesa, con los hombros hundidos. Tenía la vista clavada en la madera. No me había mirado ni una sola vez desde que llegamos a casa. Un gesto cobarde por su parte, a mi parecer.

No había esperado verlo tan enfadado con el alcalde. Lo había creído cuando dijo que no haría nada grave al encontrarse con él. Sin embargo, todo había sido tan repentino que había actuado demasiado tarde. Tendría que haberlo retenido antes de que llegara hasta Rendell. Así no habría dejado sus intenciones claras ante todo el mundo.

Se correría la voz, de eso estaba segura. El alcalde retorcería todo lo ocurrido hasta que quedara completamente a su favor. Diría que Link, el portavoz hyliano, lo había atacado de forma inmerecida. Probablemente lo calificaría de salvaje peligroso y repetiría el mensaje hasta que la aldea entera estuviera en nuestra contra. Con un poco de suerte, la mayoría pondría en duda las palabras del alcalde hasta conocer nuestra versión de la historia.

Pero aquello no podía convertirse en una batalla de credibilidad. Me negaba a perder el tiempo de aquella forma. No cuando había asuntos más importantes que resolver en Hyrule, asuntos de los que el propio alcalde se había desentendido.

Aquella era una baza a nuestro favor. Diosas, tenía que traer mis notas. Había más formas de defender nuestra posición, y quería asegurarme de no dar un solo paso en falso.

Sin embargo, primero estaba Link. Lo miré y supe al instante que se arrepentía de lo ocurrido. No quería ser dura con él; ya no era un niño, y sabía lo que estaba haciendo mal. No necesitaba que lo reprendieran. Así que decidí no prolongar su sufrimiento. Me acerqué a la mesa y me detuve frente a él, de pie.

—¿Por qué lo hiciste? —quise saber.

Él dio un respingo, como si mi voz lo hubiera sobresaltado. Vi que fruncía el ceño, aunque todavía se negaba a mirarme.

—Compré esta casa justo cuando iban a derruirla para construir —dijo—. Decían que las tierras eran más fértiles en esta zona. Siempre me ha tenido rencor por haberme entrometido en sus planes.

Sacudí la cabeza, aunque lo creía. El alcalde no nos odiaba solo por haber arruinado sus planes de construcción hacía unos años. También nos odiaba por haber puesto Hyrule patas arriba. Porque nos apreciaban más que a él.

—Quería provocarte, Link. Y lo consiguió. Le has dado lo que quería, ¿no te das cuenta?

Alzó la vista por fin y me miró con el ceño fruncido.

—Dime que tú no habrías hecho lo mismo, Zelda.

Abrí la boca para responder, aunque justo entonces me di cuenta de que no sería capaz de mentirle. No mientras estuviera mirándolo a los ojos.

—Aun así, tendrías que haber mantenido la cabeza fría. Maldita sea, Link; podríamos perder nuestra posición por esto.

Él pareció hundirse en su asiento otra vez. Se pasó una mano por el rostro y, cuando volvió a mirarme, tuve la sensación de que estaba cargando con un peso sobre sus hombros, igual que antes.

—Lo siento, Zelda.

El corazón se me encogió. Tomé asiento sobre una silla, junto a él, y cogí su mano. No conseguiría nada reprendiéndolo como una madre con su hijo.

—Eso ya no importa —dije—. Lo que sí importa son nuestros próximos pasos.

Él palideció y abrió mucho los ojos.

—Se correrá la voz —susurró con voz temblorosa—. Oh, Diosas... ¿Qué pensarán ahora de ti? ¿De nosotros?

—Link. —Cogí su mano con más fuerza para llamar su atención de nuevo—. No pienses en eso.

—¿En qué demonios quieres que piense?

—Escúchame —dije, y él cerró la boca al instante—. Esto es lo que haremos. Mañana mismo partiremos hacia Kakariko. Tenemos asuntos que resolver allí, y Pay será nombrada líder de los sheikah pronto. Hay motivo más que suficiente para salir de viaje.

—¿No levantaremos sospechas?

—No. Saldremos de aquí como si nada hubiera ocurrido. Y, para cuando volvamos, todos se habrán olvidado del incidente. Ni siquiera se habrá corrido la voz del todo hasta dentro de unos días.

—Ese bastardo es rápido —masculló él.

—Ese bastardo tiene que buscar la forma de que la historia le cuadre. La gente de Hatelia te conoce, Link. No creerán que lo atacaste así como así.

Él guardó silencio, pensativo.

—¿Y qué pasará después?

—Pasaremos una semana en Kakariko. Si cuando volvamos a Hatelia alguien pregunta, le contaremos lo que ocurrió. Tal y como sucedió. Si no, no le daremos más importancia. —Inspiré hondo, considerando nuestras opciones—. Aunque, conociéndolos, lo más probable es que pregunten.

Escudriñó mi rostro, como si allí pudiera encontrar las respuestas a todas sus preguntas. Yo intenté que así fuera. Intenté mostrar toda la seguridad que fui capaz de reunir.

Después de una eternidad, asintió con lentitud.

—No suena mal —murmuró.

El alivio fue tal y me dejé caer sobre él y lo abracé con fuerza. Link me devolvió el gesto al instante, como si lo hubiera estado esperando.

—Todo irá bien —le susurré—. No te tortures con lo que ha pasado.

Link no respondió de inmediato, y sabía lo que eso significaba. Nada bueno. Sin embargo, no lo presioné. Presionarlo nunca funcionaba, lo había aprendido con los años; solo conseguía que se ocultara un poco más tras sus muros invisibles.

Él me acarició el dorso de la mano de pronto. Cuando miré nuestros dedos unidos, vi que había dejado de brillar. El fuego se redujo a meras ascuas, y lo agradecí en silencio.

—Lo intentaré —respondió por fin.

*

Partimos temprano al día siguiente. No nos fuimos a primera hora para que no pareciera que estábamos huyendo, aunque tampoco nos quedamos más tiempo del necesario. Así que forcé una sonrisa al pasar frente a los guardias apostados frente a la entrada y salida de la aldea. No nos miraron con sospecha ni con extrañeza, así que supuse que el alcalde no había corrido la voz todavía. Nos habíamos ido a tiempo.

Había pasado gran parte de la noche despierta, haciendo los preparativos y dejándolo todo listo para cuando regresáramos. No había mucho trabajo por el momento, aunque siempre que hojeaba documentos encontraba un problema nuevo.

Sabía que Link tampoco había dormido. Lo último que había visto de él antes de dejarme llevar por el sueño durante un corto rato fue su ceño fruncido mientras observaba el techo. Y, cuando me desperté, él seguía en la mismo posición, solo que con el cansancio escrito en el rostro. Sin embargo, ahora apenas quedaba rastro de eso. Montaba con Arwyn sobre Viento, y su expresión vigilante a cualquier movimiento en el camino me recordó a cuando viajábamos solos.

Arwyn hacía algún comentario de vez en cuando. Link siempre respondía, aunque ahora lo hacía sin entusiasmo, de forma mecánica. Suspiré y clavé la vista en el sendero que se extendía frente a nosotros.

Artyb cabalgaba conmigo. Él no le había cogido cariño a ningún caballo en particular, así que habíamos decidido llevar a Calabaza. Era el animal más viejo de nuestro establo, aunque seguía estando fuerte. Le quedaban muchos años por delante. Arwyn había insistido en llevar a Mermelada, pero ninguno de los dos tenía mucha experiencia con aquella yegua. Así que, para evitar contratiempos, habíamos optado por el camino seguro.

Artyb estaba de mal humor. Ver a su padre de mal humor lo ponía insoportable a él también. Además, había tenido que despertarse más pronto que de costumbre solo para pasar largas horas a caballo. Había decidido que montara conmigo porque, si se quedaba con Link, uno de los dos no llegaría a Kakariko.

El día era más fresco que de costumbre. Esperaba que aquel año hubiera nevadas en Hatelia. La última había sido cuando Artyb era solo un bebé, y Arwyn se había divertido tanto que rompió a llorar cuando la nieve empezó a derretirse una vez el sol volvió a brillar con fuerza.

Yo odiaba el frío, pero a los niños les gustaba la nieve. Solo por eso merecía la pena congelarme y tiritar durante días.

—¿Has visto esa mariposa? —le dije a Artyb. Señalé una mariposa posada en una flor cercana al camino. Tenía las alas rojizas—. Tienen excelentes propiedades defensivas contra el frío.

Él examinó la mariposa con atención.

—¿Te comes una mariposa? —preguntó con una mueca.

Vigilé que Arwyn no lo escuchara. Ella no solo se alteraba con la muerte de sus grillos.

—Solo si busco una defensa contra el clima frío —susurré.

A él no le hizo gracia. Me tragué un suspiro y dejé que el silencio sobreviniera de nuevo.

El día transcurrió sin ningún incidente. Los caminos de Necluda estaban perfectamente empedrados y señalizados, y las postas eran mucho más grandes. Los viajeros iban y venían sin cesar, arrastrando carros, andando o a caballo. Muchos nos reconocieron y alzaron la mano para saludarnos.

Le hablé a Link por primera vez desde hacía unas horas cuando empezó a atardecer. Si viajáramos solos, habríamos seguido avanzando hasta que el cielo se volviera negro del todo; sin embargo, habíamos aprendido a ser prudentes con los niños. Además, Artyb empezaba a quejarse del dolor de piernas y del hambre, y Arwyn se mecía peligrosamente sobre la silla, aunque Link la sujetaba con firmeza.

—¿Paramos en la posta?

Él me miró con una diminuta sonrisa.

—Estoy harto de postas. Hay un bosque cerca de aquí.

—Link...

—Es seguro. Y será divertido.

Artyb le dirigió una mala mirada a Link, aunque no protestó en voz alta. En el fondo sentía curiosidad por dormir al raso. Podía entenderlo; era el tipo de curiosidad que solo aparecía cuando hacías algo nuevo, por raro que fuera. Sobre todo si tenía que ver con la aventura.

Existían miles de argumentos que podría haber hecho en contra de pasar la noche al raso, pero los olvidé todos solo por saciar su curiosidad.

Encontramos un árbol de tronco grueso que nos protegería lo suficiente con su copa y montamos algo parecido a un campamento allí, aunque no habíamos traído ninguna tienda. Me maldije en silencio y luego maldije a Link por destrozar mis planes. No había tenido pensado que fuéramos a pasar una noche a la intemperie.

Link encendió una hoguera. Arwyn estaba del todo despierta ahora, y le pidió a Link que le enseñara a prender la leña. Él la miró, sorprendentemente serio.

—Es peligroso —dijo—. Podrías quemarte.

—¿Cuánto duele eso?

Link le mostró las horribles quemaduras que se había hecho con la malicia mientras luchaba contra el Cataclismo. A ella se le escapó una exclamación ahogada, y eso hizo que Artyb se acercara para verlas también.

—¿Son...?

—Quemaduras —asintió él—. Duelen, Wynnie.

—¿Son de encender guerras? —preguntó ella.

—Hogueras —le recordamos él y yo al mismo tiempo.

—No son de encender hogueras —murmuró Link, aunque no ofreció más detalles. Sentí una punzada de tristeza al ver su expresión sombría—. No es una historia bonita.

Hubo silencio entonces. Arwyn cogió su mano y examinó las quemaduras de cerca. Luego rozó las viejas cicatrices una a una, con la misma delicadeza que utilizaba cuando cuidaba de uno de sus grillos.

—Mamá hace esto cuando me duele algo —dijo en voz baja, como si fuera un gran secreto, aunque alcancé a oírlo, de todas formas—. Ya no duele.

Él sonrió. Había afecto profundo cuando les sonreía a ellos, uno muy diferente al que me mostraba a mí. Pero había tanta calidez en su expresión que pude sentirla en mi propio pecho, pese al frío nocturno.

—Gracias, Wynnie —le susurró—. Ya estaban curadas. No me duelen desde hace mucho tiempo.

—¿Se van? —quiso saber Artyb.

Link lo miró y sonrió con tristeza.

—No se van nunca —respondió—. Pero no tiene nada de malo. Todo el mundo tiene alguna cicatriz.

—¿Yo también?

—Las tendrás —intervine yo— si no dejas de trepar árboles y ponerte en peligro de caer y hacerte daño.

Él hizo una mueca, aunque ni siquiera eso consiguió convencerlo de que debía dejar de escalar. Le dirigió una mirada suplicante a Link, en busca de apoyo, y él rio. Fue la primera carcajada sincera que oí de él en todo el día, y sentí como un peso desaparecía de mis hombros.

—Yo no pienso meterme. Esto es entre tu madre y tú.

—Pero tú dices que puedo subir árboles.

Lo miré con una ceja alzada. Él ni siquiera tuvo la decencia de mostrarse culpable.

—Tu madre sabe más que yo. Si dice que no puedes trepar, tendrás que buscar otra forma de incordiar.

Arwyn rio a carcajadas. Artyb se abalanzó sobre ella, aunque sabía que no pretendía hacerle daño. Ellos nunca habían llegado a nada más allá de tirones en el pelo. Y seguiría siendo así; en el fondo cuidaban el uno del otro.

Link se los sacudió de encima y los dejó sobre la hierba. No era capaz de distinguir quién iba ganando porque eran una maraña incomprensible.

—Me voy dos semanas —sonrió él— y cuando vuelvo me encuentro con que mis hijos se han convertido en criaturas salvajes.

Lo miré, divertida. Él seguía sonriendo, y no quedaba nada del gesto taciturno que había tenido durante todo el día. Sabía que volvería tarde o temprano, pero me dije que no tenía que preocuparme por el futuro. No todavía.

Link se acercó más a mí y luego separó a Arwyn y a Artyb, que aun así siguieron retorciéndose entre carcajadas sobre mi regazo y el suyo.

—¿Listo para comer calabazas sin parar durante días? —le preguntó a Artyb.

—¿Calabazas? —repitió él, jadeante.

—En Kakariko comen muchas calabazas. Vienen de ahí y, si no recuerdo mal, a ti te encantan las calabazas.

Él hizo una mueca. Fingía tan bien que incluso consiguió ponerse un poco verde.

—Saldrás de Kakariko siendo todo un hombre —le dijo Link—. ¿Sabes cuál es la historia de un hombre que comió solo calabazas durante cuarenta años y acabó convirtiéndose en un gigante?

Artyb frunció el ceño.

—No.

Link fingió sorpresa.

—Diosas, y eso que acabo de contártela.

Se me escapó una risita, y Arwyn estalló en carcajadas. Él saltó hasta el regazo de Link y se abalanzó sobre su hermana otra vez.

Link y yo conseguimos separarlos al cabo de un rato. Los dos sonreían y tenían las ropas manchadas de tierra, pero no le di importancia. Tenían lo que yo nunca pude tener a su edad, y eso ya era una victoria para mí. La única condición que nos había impuesto a Link y a mí al enterarme de que estaba encinta por primera vez había sido que nuestros hijos nunca conocieran el miedo mientras pudiéramos evitarlo.

Era ya noche cerrada y más tarde de lo normal para ellos cuando conseguimos que se tranquilizaran lo suficiente para dormir. Arwyn no tardó mucho; ella era igual que Link. Podía dormir del tirón estando en medio de la nada. A Artyb, en cambio, le llevó más tiempo conciliar el sueño. Link tuvo que contarle una de sus historias aburridas para conseguirlo.

Todo quedó en silencio tras eso. Solo se oía el susurro del viento y el lejano canto de los grillos. Link avivó el fuego tirándole un palo, y la leña chisporroteó alegremente.

—No siento los brazos —murmuré.

Link me miró y sonrió. Artyb se removió sobre mí, como si me hubiera oído.

—Yo no siento nada.

Arwyn se había hecho un ovillo sobre él, aferrándose a su mano. Me compadecí de Link en silencio. Él hizo una mueca mientras intentaba encontrar una posición más cómoda. Al parecer no hubo suerte, porque se dejó caer contra el tronco del árbol de nuevo con un gruñido.

—Mañana voy a tener un día espléndido —masculló.

—Te dije que paráramos en la posta —dije—. Pero a ti te apetecía irte de aventuras. Este es el precio.

Miró a sus hijos y su expresión se suavizó.

—Vale la pena.

Suspiré y le aparté el pelo del rostro a Artyb.

—Cada vez se parece más a ti —murmuré—. Sobre todo con ese pelo.

—Tiene tu nariz —repuso él.

—Yo no veo mi nariz por ninguna parte.

—Entonces estás haciéndote mayor, Zelly.

Le dirigí una mala mirada. Hubo silencio durante un rato después de eso.

—¿Sigues enfadada conmigo? —preguntó Link en voz baja.

Clavé la vista en las llamas, que bailaban con la fuerza del viento. Estaba segura de que el rumor de lo ocurrido ya se había extendido por la aldea. Pensé en Link y en la expresión sombría que había tenido en el rostro durante todo el día y sentí como el poder se removía de forma casi letárgica, acompañado por la ira. Pero nada de eso iba dirigido hacia Link.

—Lo que hiciste fue estúpido, no voy a negarlo —empecé—. Pero no te culpo. Yo habría hecho lo mismo si fuera tú. Probablemente lo hubiera golpeado de verdad.

O tal vez el poder hubiera salido a la luz de forma incontrolable si hubiera intercambiado posiciones con Link. Contuve un escalofrío. No habría habido forma de escapar de las consecuencias entonces.

Él colocó el extremo de su capa sobre mi hombro. Luego dejó el otro extremo sobre el suyo y se pegó más a mí.

—Así que no estoy enfadada contigo —añadí—. Pero creo que deberías haber tenido en cuenta que solo buscaba provocarte.

Él suspiró, aunque parecía aliviado. Jugueteó con los rizos desordenados de Arwyn durante un rato.

—A veces creo que tendrías que buscarte un compañero mejor —dijo a media voz—. Alguien que sepa más de decoro y de todas esas cosas. Alguien que no pierda los estribos por un insulto estúpido. Y ya sé lo que vas a decir. Estoy siendo idiota. Pero quería que lo supieras de todas formas.

Lo miré con los puños apretados, aunque no sabía si estaba enfadada o triste por que él dudara de sí mismo incluso después de tantos años. Cuando hablaba así de su propia habilidad para cumplir con su deber, me daban ganas de sujetarlo por los hombros y zarandearlo hasta que abriera los ojos de una vez por todas.

Al final, decidí soltar una carcajada. Aquello lo desconcertó porque parpadeó y se me quedó mirando con el ceño fruncido.

—Oh, Link. Si te reemplazara por cualquier otro líder estirado, tendríamos una guerra civil en Hyrule en menos de medio año, y todo lo que hemos conseguido se haría pedazos. —Le di un golpecito en el hombro—. No me hagas tener que empezar una guerra para que comprendas lo bien que lo haces.

Él abrió la boca, aunque acabó cerrándola de nuevo. Mientras reflexionaba en silencio, Arwyn murmuró algo en sueños y se acurrucó más contra Link. Él no parecía haberse inmutado.

—¿De verdad crees eso?

—No tengo ningún motivo para mentirte, Link —respondí.

Se acomodó contra el tronco del árbol con una diminuta sonrisa de satisfacción.

—Si tú lo crees, yo también lo creo.

Puse los ojos en blanco.

—Eres incorregible.

Él rio, aunque no dijo nada durante un largo rato. Me dediqué a contemplar el cielo surcado de estrellas. No estábamos muy lejos de Kakariko. Probablemente llegaríamos al día siguiente, si éramos rápidos.

—Ponte cómoda —bostezó él de pronto—. O lo más cómoda que puedas estar.

Me pegué un poco más a él y apoyé la cabeza en su hombro. Link era cálido, y estaba tan cerca de Arwyn que podía rozar sus rizos. Él apoyó su mejilla contra mi cabeza y suspiró.

—¿Te parece bien así? —le pregunté en un susurro. Me ajusté a Artyb con delicadeza—. ¿O quieres hacerlo al revés?

Él me aseguró que todo estaba bien, y luego se quedó muy quieto. No tardé en cerrar los ojos para seguirlo.

Alguien me despertó de una sacudida violenta. Abrí los ojos, alarmada. No había estado teniendo una pesadilla, aunque tampoco había sido un sueño bueno, precisamente. Empezaba a desaparecer, por suerte.

Descubrí los ojos de Arwyn frente a mí. Parecía brillar, e incluso estaba más cálida de lo normal. Por un instante temí que tuviera fiebre, pero entonces vi su sonrisa radiante.

—Hay un conejo —susurró, emocionada.

Ojalá las mañanas me sentaran tan bien como a ella. Me incorporé sobre el tronco del árbol y dejé a Artyb junto a Link.

—¿Por qué no has despertado a tu padre? —murmuré mientras me frotaba los ojos.

Ella frunció el ceño.

—A ti te gustan los conejos.

Examiné nuestros alrededores, aunque no vi ningún conejo. Luego la miré a ella de nuevo. Tenía las mejillas arreboladas. Puse una mano sobre su frente para sentir su temperatura.

Estaba ligeramente más caliente de lo normal, aunque no parecía tener fiebre. Le sacudí la tierra de las ropas e intenté calmar mi preocupación.

—¿Te duele algo, Wynnie? —le pregunté en voz baja—. ¿Te sientes rara?

—No —dijo como si fuera obvio—. ¿Y tú?

Sabía que no sería capaz de ocultarme la fiebre. La examiné en silencio por unos instantes. El corazón me martilleaba en el pecho, como si fuera a salírseme en cualquier momento. Sin embargo, ella sonreía y sus ojos brillaban casi con luz propia. No tenía pinta de estar fingiendo.

Así que la solté por fin, diciéndome a mí misma que todo iría bien. Que no había nada de lo que preocuparse. Arwyn era una niña normal y corriente, sin ningún tipo de habilidad especial. Los niños tenían algo de fiebre a todas horas. Tal vez hubiera estado demasiado expuesta al frío el día anterior, tanto por la noche como mientras cabalgábamos. Me aseguraría de que estuviera protegida durante aquella jornada de viaje.

Arwyn se puso de puntillas.

—Hay un conejo ahí.

Seguí su mirada hasta unos matorrales que se mecían perezosamente con la brisa.

—Creo que lo has soñado, Arwyn.

Ella enrojeció y me miró con indignación.

—No sueño con conejos.

—¿Con qué sueñas?

Ella tomó asiento a mi lado y entrelazó las manos sobre su vestido. Jugueteó con las faldas durante un largo rato. Yo me limité a esperar; tal vez fuera mejor no presionar, como sucedía con Link. Y mis sospechas fueron ciertas; Arwyn acabó hablando por sí sola, sin que yo tuviera que insistir.

—Ella me habla —dijo por fin.

—¿Quién es ella?

—Una miga —respondió, encogiéndose de hombros.

—Y... ¿y qué te dice?

—Es una miga, mamá. Es secreto.

Entorné los ojos, pero no insistí. Estaba siendo paranoica. Arwyn solo tenía simples sueños sin significado, como todos los demás. Si Artyb me lo hubiera contado, probablemente no le habría dado la misma importancia.

Su rostro se iluminó de pronto.

—Tengo otro sueño —dijo con los ojos muy abiertos.

—¿Cuál? —quise saber, para animarla a continuar.

—Estábamos yo y Artty jugando fuera —empezó. Hacía pausas cada cierto número de palabras, como si dudara de cómo seguir. Solía ocurrirle; buscaba la palabra adecuada y la forma correcta de pronunciarla—. Y luego vi estrellas, mamá. Hacía calor, como en la casa de los goron.

Inspiré hondo, satisfecha. Era la primera vez que la escuchaba decir tantas palabras seguidas sin equivocarse una sola vez. Le besé la coronilla.

—¿Y qué más?

A Arwyn le gustaban los goron. Los había conocido en las últimas reuniones del concilio a las que había asistido con nosotros. Y, por supuesto, los goron la consideraban una hermana más, pese a que ni siquiera tuviera siete años todavía. Incluso había probado un poco de rocodillo con su padre.

—Viene mi miga, mamá.

—¿Cómo sabes que es tu amiga?

—Porque lo dice.

Parpadeé, incrédula, aunque no sabía qué respuesta había estado esperando. Arwyn se dejó caer contra el árbol, y yo revisé su temperatura una vez más. No estaba tan caliente como antes. Eso me proporcionó algo de alivio, aunque lo de los sueños no acababa de sonarme bien. Me dije que era imposible que ella tuviera sueños proféticos cada noche, con solo seis años. También era imposible que se despertara brillando con la luz dorada de la Diosa; yo la habría sentido antes incluso de abrir los ojos, y Arwyn también se habría dado cuenta. Así que intenté tranquilizarme, al menos por una temporada más.

Retomamos el viaje a Kakariko aquella mañana. Nos habíamos desviado un poco de la ruta principal por culpa de Link, pero no nos costó mucho encontrarlo gracias a la señalización del sendero. Convencí a Arwyn de que montara conmigo, y ella aceptó tras mucho insistir.

Aceleramos la marcha para alcanzar la aldea antes de que cayera el sol. Arwyn era incapaz de permanecer quieta sobre la silla y parecía contar con infinitos temas de conversación listos bajo la manga. A mí no me importaba en absoluto; por el contrario, su silencio habría sido un signo de que algo iba mal de verdad. Trataba de responder con el mismo entusiasmo que ella.

Acabábamos de cruzar el puente de Kakariko cuando Link tiró de las riendas de Viento para situarse a mi altura.

—¿Qué haremos en Kakariko, Zelda? —me preguntó en voz baja.

Mantuve la vista clavada en el camino. Había pensado aquel plan sobre la marcha y, mientras lo hacía, me había parecido una idea brillante. Sin embargo, empezaba a tener dudas.

—Pay va a ser nombrada líder pronto —respondí—. Podemos decir que nos envió una carta para que estuviéramos a su lado. O no dar ninguna explicación, Link.

—Entonces pensarán que hemos huido.

Sujeté las riendas con más fuerza, y Arwyn dejó de canturrear para mirarme con el ceño ligeramente fruncido.

—No hemos huido —repuse con toda la calma que fui capaz de reunir—. Diremos que ha sido por Pay. Porque ella nos necesitaba a su lado.

—Ni siquiera sabes cuándo van a nombrarla líder.

—Pronto.

—Pronto no es...

—Diosas, estoy intentando mantener la cabeza fría, Link —le espeté—. Tú podrías hacer lo mismo y ayudarme a pensar.

Él cerró la boca de golpe y clavó la vista en las riendas del caballo. Me sentí algo culpable, pero la irritación ganó en aquella ocasión. Normalmente era él quien conservaba la calma e ideaba los planes. Él me calmaba a mí cuando el hábito de imaginar solo la peor posibilidad regresaba con fuerza. Sin embargo, el problema con el alcalde debía de haberlo preocupado de verdad. No me fue muy difícil descubrir por qué.

Su vida no era lo único que estaba en juego, ni su posición tampoco. Ahora tenía una familia. Ambos la teníamos. Un solo error y vidas inocentes saldrían más perjudicadas que nosotros. No podíamos permitirnos perder nuestra posición.

—¿Crees que con esa excusa servirá?

—Claro que sí —contesté, intentando sonar más amable. Los niños nos miraban fijamente ahora—. Y, si no, se lo contaremos todo a Pay y a Prunia. Estoy segura de que ellas podrán ayudarnos.

Link suspiró.

—Hemos pedido demasiadas cosas de Kakariko.

—Y Kakariko ha pedido demasiadas cosas de nosotros, Link.

Él lanzó una mirada furtiva a los niños, aunque estaba segura de que ellos no iban a inmutarse siquiera.

—¿La tía Punia está en Kakariko? —preguntó Arwyn.

—Recibí una carta suya hace poco —asentí yo. Los ojos de ella se iluminaron.

—Le gustan mis grillos.

—A mí también me gustan tus grillos —intervino Link. Artyb reía en silencio.

Arwyn lo miró, escéptica. Tuve que contener la risa también.

—A ti no te gustan.

—Me haces daño, Wynnie —dijo él, fingiendo ofensa.

Su expresión se volvió preocupada. Tanto que, cuando me incliné ligeramente para verla mejor, descubrí que sus ojos se habían humedecido.

—Es una broma —dijo Artyb—. Eres tonta, Wynnie.

Escuché a Link gruñir. Yo no tenía la energía suficiente para detenerlos, así que los dejé continuar.

—Artty tonto.

Él estuvo a punto de saltar del caballo para llegar hasta Arwyn, pero Link lo sujetó con firmeza a la silla. Artyb se debatió, y Viento bufó con nerviosismo.

—¡Suéltame!

—Solo si me prometes que no tirarás a tu hermana del caballo.

—No voy a hacer eso.

—Por tu bien, espero que no.

Link le revolvió el pelo hasta que se le metió en los ojos y luego lo soltó lentamente. Artyb tenía un peligroso ceño fruncido, aunque no hizo ningún ademán de volver a saltar sobre Arwyn.

—Mientes muy bien, Artty —dije yo—. ¿Por qué no finges que te llevas bien con tu hermana por un rato?

A Link se le escapó un sonido que estaba entre una carcajada y un bufido. Vi como intentaba contener la risa a duras penas. Artyb le lanzó una mirada furibunda.

—No es divertido.

Él acabó disculpándose entre carcajadas.

Llegamos a Kakariko al atardecer. Mientras recorríamos el camino serpenteante hasta la aldea y los arcos con símbolos sheikah aparecían frente a nosotros, Link empezó a mostrar signos de nerviosismo otra vez. Estaba rígido en el caballo, se aferraba a las riendas con tanta fuerza que parecían estar a punto de romperse y Artyb se había quejado varias veces de que lo sujetaba con demasiada fuerza y no podía respirar.

En el fondo entendía su inquietud. Íbamos a presentarnos en Kakariko sin previo aviso. Pay tenía sus propias preocupaciones, y estaba segura de que Prunia se encontraba ocupada ayudando a Pay con sus nuevas responsabilidades. Y nosotros pensábamos pedir ayuda y que nos cubrieran las espaldas por unos días.

No nos merecíamos la hospitalidad de Kakariko, eso estaba claro. Y no quería aprovecharme del respeto que nos profesaban los sheikah, especialmente cuando habíamos dejado atrás aquella posición. Pero Pay nos recibiría como simples amigos. Estaba segura de ello.

Kakariko seguía sin haber cambiado. Ya no era una aldea escondida ente las montañas; ahora recibían a más viajeros y comerciantes de todas las razas. Aquel era el único cambio, sin embargo. Había pocos niños y vivían de sus cultivos. Sobre todo de las calabazas.

Los cascos de los caballos levantaron nubes de polvo mientras recorríamos el sendero hasta la casa del líder. Algunos sheikah nos saludaron y unos pocos se nos quedaron mirando con curiosidad. No era nada a lo que no nos hubiéramos acostumbrado ya.

Pay tenía varios guardias nuevos. Nos dejaron el paso libre y se quedaron con Viento y Calabaza. Al llegar al final de las escaleras, Link llamó a la puerta unas cuantas veces, pero no hubo respuesta. Al final decidió abrirla y asomarse al interior.

—¿Hola? —lo escuché decir—. ¿Prunia?

Arwyn estaba de puntillas para ver mejor, y Artyb se había escondido detrás de Link. Escuché voces de pronto, seguidas de pasos apresurados.

—¿Linky? —dijo Prunia. Se detuvo al otro lado del umbral y se abalanzó sobre nosotros—. ¿Cómo demonios se os ocurre presentaros aquí sin avisar? Pay va a entrar en pánico.

Me separé con cuidado para poder mirarla a los ojos.

—Venimos a ayudar —dije—. Y también a pedir ayuda.

Prunia se apoyó en el umbral.

—Depende del tipo de ayuda. Nada me gustaría más que ayudaros, Zelda, pero la situación en Kakariko se nos escapa de las manos.

Recibía cartas de Kakariko con regularidad desde la muerte de Impa. Pay había tenido que asumir nuevas responsabilidades de golpe, y sobraba decir que no había estado preparada para lo que una posición como líder de los sheikah conllevaba. Lo bueno era que Prunia vivía ahora en Kakariko. Symon se había quedado con el laboratorio de Hatelia, experimentando con las piezas de artefactos que aún funcionaban pese a la desaparición de la tecnología ancestral.

—Entiendo —dije simplemente—. Solo queremos pasar una temporada aquí.

Prunia alzó una ceja y miró a Link.

—¿Qué ha hecho ahora?

Link frunció el ceño y abrió la boca para responder, aunque justo entonces Arwyn soltó mi mano y corrió en dirección a Prunia.

—Tengo un grillo nuevo, tía Punia.

Me sorprendió ver como Prunia cogía a Arwyn en brazos. No era la primera vez que lo hacía durante nuestras últimas visitas a Kakariko, pero su fuerza siempre me dejaba boquiabierta. Prunia tenía el mismo aspecto que había tenido hacía cien años y, hasta donde yo sabía, no había tenido el entrenamiento en combate que muchos sheikah recibían en su juventud.

Sin embargo, era más fuerte que yo, que apenas podía coger en brazos a Artyb durante un rato largo.

—Si lo que dicen tus padres es cierto, vamos a tener tiempo de sobra para investigarlos —dijo Prunia, y luego le lanzó una mirada furtiva a Link.

Arwyn tenía una sonrisa radiante.

—A mamá no le gustan los grillos. A papá no le gustan. Ni a Artty. —Suspiró con tristeza—. Solo a ti te gustan, tía Punia.

—Somos las mejores, ¿a que sí?

Le di unos golpecitos en el hombro a Artyb para que dejara de esconderse. Link le dio un ligero tirón en el pelo, y eso pareció terminar de animarlo.

—¡Por Hylia! —exclamó Prunia al ver a Artyb—. Cada vez que te veo te pareces más a tu padre.

—Tiene la nariz de Zelda —masculló Link, como siempre hacía.

—No digas bobadas. Es una réplica tuya, Linky. —Le revolvió el pelo a Artyb, y él frunció el ceño.

—Ven a mirar grillos, Artty —lo animó Arwyn.

Él retrocedió hasta casi esconderse tras las piernas de Link de nuevo.

—No —respondió con una mueca de desagrado.

Prunia le tendió una mano.

—¿Te quedarás con la tía Prunia mientras tus padres van a hacer cosas aburridas?

Artyb miró a Prunia y luego nos miró a nosotros, indeciso. Sonreí para animarlo, y Link le asestó un empujoncito para que avanzara hacia Prunia.

—Grillos no.

—Nada de grillos —asintió Prunia. Artyb aceptó su mano. Prunia nos mostró una sonrisa llena de triunfo mientras se adentraba en el interior de la casa, aunque pude oír las protestas de Arwyn antes de que la puerta terminara de cerrarse.

—Se los gana tan fácilmente que da miedo —murmuró Link.

—Es una niña todavía —repuse—. O al menos finge serlo.

Dimos media vuelta y recorrimos el camino hasta la posada. No estaba muy concurrida, por suerte, así que no tuvimos mucha dificultad para encontrar una habitación grande. La más grande que había disponible contaba con solo dos camas, pero bastaría.

—Si tenemos otro hijo, dejará de haber espacio en la posada para nosotros —me susurró él al oído mientras esperábamos a que el posadero terminara de acomodar la habitación.

Un cosquilleo de anticipación me sacudió, pero intenté mostrarme firme. No me había permitido pensar en la posibilidad de que lo hubiéramos logrado por fin. No quería hacernos daño a ambos por tercera vez.

Rocé su zurrón de rupias con disimulo.

—Si tenemos otro hijo —repuse—, más te vale tener las rupias preparadas. Este es todo tuyo.

Link sonrió.

—No me creo que mi esposa vaya a cargarme con el duro peso de los gastos de nuestros hijos por tercera vez consecutiva.

Sonreí también.

—Solo te lo recordaba. Tienes mala memoria.

A él no le dio tiempo de replicar porque el posadero apareció junto al mostrador de nuevo.

Link le entregó el dinero y, mientras íbamos a la habitación, hizo sonar el zurrón de rupias.

—Voy a necesitar rupias para recuperarme de la maldita huida a Kakariko.

—No es ninguna huida.

Él gruñó con el ceño fruncido.

—Diosas, no recordaba las habitaciones tan caras en Kakariko.

No dejó de quejarse mientras deshacíamos las bolsas de viaje. Cuando acabamos, casi dos horas después, estaba agotada, más que de costumbre. Culpé a Link de ello; él había tenido la gran idea de pasar la noche en un bosque. Aunque él también estaba sufriendo las consecuencias. Hacía muecas de dolor cada pocos instantes, como un maldito anciano.

—Te dije que lo de anoche no era buena idea —murmuré.

—Pero a ellos les gustó —respondió Link con una sonrisa que me hizo sentir algo cálido en el pecho—. ¿Les viste la cara?

—Claro que sí. En eso han salido a su padre también.

Le di un corto beso en los labios, aunque él me persiguió y me besó con más ahínco. Sentí sus manos alrededor de mi cintura, acercándome más a él. Sabía que teníamos que regresar con Prunia, que teníamos que reunirnos con Pay a la hora de la cena, pero sus labios me mantenían congelada en el sitio. Enterré una mano en su pelo y exploré más allá de sus labios.

Él se estremeció y, tras darme un último beso que me gritaba cuáles eran sus intenciones, se separó un poco y deslizó su mano bajo mis faldas. Había llevado pantalones de montar durante el viaje, pero había decidido ponerme un vestido antes de ser recibida por Pay.

—Podríamos intentarlo otra vez —me susurró él, aunque en realidad jadeaba, y su respiración me hacía cosquillas en la piel—. Solo para estar seguros.

Lo miré a los ojos mientras le acariciaba la mejilla. Su mano siguió moviéndose bajo las faldas.

—Espera un poco más —murmuré—. Puede que haya suerte.

Él sonrió, y una parte de mí se reprendió a sí misma por habernos dado esperanza a ambos.

Link y yo estuvimos un rato más en la habitación. Cuando recobramos algo de compostura, emprendimos el camino de vuelta a la casa de Pay. La noche ya caía. Esperaba que los niños no se hubieran asustado por lo mucho que habíamos tardado. No estaban acostumbrados a estar solos en lugares desconocidos, y no quería que sufrieran las consecuencias de que sus padres hubieran estado más animados que de costumbre.

—Si hay lloriqueos, son todo tuyos —le advertí a Link.

Él hizo una mueca de fastidio.

—Ha valido la pena —susurró de todas formas, y tuve que contener un estremecimiento.

—Compórtate —mascullé.

Él soltó una risotada y abrió la puerta. Pay corrió a recibirnos. Tenía las tradicionales pinturas sheikah en el rostro, aunque no llevaba el sombrero del líder, el que Impa solía llevar en las reuniones formales. También llevaba ropas con aspecto mucho más pesado, especialmente por los adornos. Tenía círculos oscuros bajo los ojos.

—Menos mal que estáis aquí —dijo mientras nos abrazaba a ambos—. Sé que han pasado solo unas semanas, pero..., bueno, os echaba en falta.

Me fijé en que su pelo también estaba más adornado. Le habían hecho una intrincada trenza que me recordó a las nobles de la corte, hacía cien años.

—Es un honor poder ayudar —respondí.

Pay se separó para mirarnos. Llevaba años sin enrojecer cuando veía a Link. Se le había pasado muy deprisa, a decir verdad. Di gracias por que fuera así.

—Os ofrecería quedaros aquí. —Señaló el interior de la casa—. Pero esto está muy ajetreado. Me temo que... que no descansaríais como es debido.

Vi que se retorcía las manos con nerviosismo entre las mangas de la túnica. Cambiaba el peso de una pierna a otra y tenía que carraspear varias veces antes de hablar. Su postura no era la de un líder todavía, aunque había mejorado desde la última vez que la había visto.

—No supone ningún problema. Estamos quedándonos en la posta.

Otro carraspeo.

—Se portarán bien con vosotros —nos aseguró. Luego carraspeó por enésima vez—. Prunia dice que tenéis unos asuntos que tratar con nosotros.

—No necesitamos nada del otro mundo. Solo... apoyo. Nada más.

Pay sonrió, aunque fue una sonrisa triste, a decir verdad. No la había visto sonreír con sinceridad desde antes de que Impa muriera.

—Pasad, antes de que haga frío. He pedido que se haga una cena caliente. Viene bien después del viaje, ¿no?

Miré a Link, y él se encogió de hombros.

En el interior, el fuego chisporroteaba con alegría. Los niños comían en un rincón, con Prunia. Aquel lugar no había dejado de ser familiar. Allí seguían estando mis primeros recuerdos tras la derrota del Cataclismo, aunque aquella época estuviera borrosa y fuera lejana. De no ser por Impa y por Kakariko, no estaría cenando con Link y con mis propios hijos aquella noche.

Tomé asiento en un cojín, y Link hizo lo mismo. Estaba inquieto; apenas se había fijado en la comida que humeaba sobre la madera. Eso significaba que estaba pensando. Pensando en algo que era mejor no contarme, al parecer.

Pay rezó una corta oración a la Diosa Hylia, como acostumbraban a hacer los sheikah. Luego forzó una sonrisa.

—No te preocupes por nuestros recursos —dijo—. Los sheikah siempre hemos estado a tu servicio y al de tu familia, Zelda.

Estaba segura —tanto que podría haber apostado— de que Pay había leído lo que acababa de decir en algún antiguo documento de cuando Hyrule aún era un reino.

Me descubrí compartiendo una rápida mirada con Link antes de dar comienzo.


Nota: ¡gracias a todas las personas que están dejando reviews por aquí! Me alegra ver que están disfrutando de la historia. No se preocupen, que la cosa se va a poner más fea de lo que creen pronto ;)

Gracias por leer y, de nuevo, también por las reviews.