Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.
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A pesar de su corta edad, el aprendiz de boticario no era tonto. Era ingenuo, tal vez, y ciertamente tenía su cuota de momentos imprudentes, pero el muchacho sabía cuándo algo era una mala idea, y la mayoría de las veces, había sido capaz de evitar meterse en una situación verdaderamente peligrosa.
Del mismo modo, el huérfano había aprendido desde pequeño a mantenerse a salvo.
No podía permitirse el lujo de ser demasiado imprudente: tenía que cuidar su propio pellejo. Nadie lo haría por él.
Regresar a la cañada aquella noche fue una de esas situaciones en las que tanto el aprendiz como el huérfano sabían que no debían hacerlo. Ambos sabían lo estúpido e imprudente que era, y si hubieran sido ellos los que hubieran tomado las decisiones, no lo habrían intentado.
Pero por encima de todo, los chicos eran leales, y la señora Masen necesitaba ayuda. No la dejarían luchar sola contra esos demonios.
Tras un largo y tenso día de espera en el que la señora Masen no dijo gran cosa y los chicos aún menos, los tres regresaron al bosque en la oscuridad.
Era mucho más siniestro sin la luz del sol filtrándose por encima de ellos, y los oídos de Seth se agudizaron en busca de sonidos de fauna nocturna.
Tendría suerte de cruzarse en el camino de un oso o un lobo arriesgando el pellejo.
La esposa del fabricante de ataúdes y su sabueso guiaron a los dos muchachos hacia el bosque, seguidos por el aprendiz y el huérfano.
A pesar de sus esfuerzos, cada paso a través del follaje seco resultaba ruidoso e intrusivo.
La luna estaba casi llena, pero los rayos de luz eran débiles y luchaban por filtrarse a través de las ramas.
Si los muchachos hubieran podido ver la cara de la esposa del fabricante de ataúdes, habrían sabido que, a pesar de su paso seguro y su espalda erguida, sus ojos delataban su miedo y que llevaba la preocupación en la forma en que sus dientes mordían su labio inferior.
En algún lugar más allá de su pequeño grupo, un búho emitió una suave llamada, como advirtiéndoles de que dieran media vuelta.
Seth fue el primero en percibir el olor a humo, y su cuerpo se puso rígido mientras su mente procesaba el significado del olor.
Dejó escapar un suave suspiro y se precipitó hacia delante, pasando junto a Jasper, para alcanzar a la esposa del fabricante de ataúdes.
—Señora—, susurró, con la voz ronca. —Hay humo.
El grupo se quedó helado, con las caras inclinadas hacia el cielo mientras todos respiraban.
Bella olió el humo y el leve aroma de la carne asándose en el fuego, y la sangre le ardió por dentro. Estaban allí, en la cañada.
Corrió hacia delante, sin prestar atención a los asustados chicos que la seguían.
Se acercaron a la cañada y ella se detuvo al abrigo del bosque para observar.
Había un grupo de hombres, quizá cinco, alrededor de una hoguera. Por sus voces altas y arrastradas, Bella sospechó que estaban bebiendo con la cena. Intentó distinguir a su marido, pero los hombres estaban demasiado lejos de su posición.
Detrás de ella, los chicos se movían, ansiosos y asustados.
Bella tenía un plan cuidadosamente trazado, que había explicado varias veces a los chicos, aunque cada vez sus dos jóvenes compañeros parecían confundidos y asustados por todo aquello.
Aun así, estaban con ella en esto, y no defraudarían a su señora.
A lo lejos se oyó el suave ulular de un búho, y Bella creyó oír el chasquido de una ramita no lejos de allí. Se dijo a sí misma que era una cierva, alguna criatura perdida que había salido demasiado tarde y había encontrado el camino de vuelta a casa.
Bella se volvió hacia el huérfano. —Seth, ya es hora, ve—, le instó. El chico le dirigió una mirada asustada pero decidida antes de asentir y darse la vuelta, escabulléndose entre los árboles y desapareciendo en la noche.
A su lado, Jasper la miraba con recelo.
—¿Recuerdas tu tarea?— le preguntó Bella, volviéndose hacia el joven.
—Sí, señora—, asintió él.
Bella asintió. —Bien—, suspiró. Notó la preocupación que el muchacho llevaba en los ojos y la boca, vio su incertidumbre, y se encontró a sí misma tendiéndole la mano. —Todo saldrá bien, Jasper. Te lo prometo.
Jasper la miró y tragó saliva. —Confío en usted, señora. Estoy con usted hasta el final.
Ella notó cómo se le enderezaban los hombros, la determinación de sus ojos, y sonrió. El joven aprendiz se estaba convirtiendo en un buen muchacho. Su maestro estaría orgulloso.
—Eres un buen hombre, Jasper—, dijo Bella en voz baja. —Algún día, el mundo también sabrá lo bueno que eres.
No podía estar segura, pero le pareció ver que el muchacho se sonrojaba en la oscuridad.
La esposa del fabricante de ataúdes sonrió y se volvió hacia el campamento. Esperó, con el corazón martilleándole en el pecho mientras contemplaba la escena una vez más.
—Es hora—, le susurró.
Jasper se persignó. —Que Dios nos acompañe a todos.
