Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!


No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.


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El fabricante de ataúdes llevaba demasiado tiempo lejos de su mujer. Le dolía el pecho al pensar en ella, por la preocupación que imaginaba que debía de tener sobre sus hombros. Nunca había deseado tanto hablar con ella.

Sabía que había muy pocas probabilidades de que aún estuviera en casa, esperando a que él regresara, y temía qué clase de peligro podría haberla encontrado en su búsqueda.

Sus ojos recorrieron al grupo de bandidos que lo habían tenido como rehén.

Había sido un tonto, arrogante e imprudente. Sabía que no debería haber alardeado de los magistrales diseños de su esposa, de los ingeniosos bolsillos que sólo él podía encontrar ocultos en los ataúdes, pero se había dejado cegar por su admiración hacia su genio y, en un estado de estupor enamorado, había hablado de ello a la persona equivocada.

Su entrega pretendía ser sencilla: ida y vuelta, aunque tenía otro asunto que atender antes de volver con su amada esposa.

En lugar de eso, había sido secuestrado y obligado por la violenta banda a ayudarles a profanar a los muertos. Se aborrecía a sí mismo por haber participado en ello.

Se preguntaba cuántas tumbas saquearían estos villanos, cuánto tiempo lo tendrían como rehén. Se preguntó si volvería a ver a su amada.

Los hombres estaban borrachos, felicitándose por otra tumba profanada. Edward se mantuvo lo más alejado posible del grupo, pues temía que, si hablaba demasiado, los canallas lo matarían por todo lo malo que tenía que decir de ellos.

El sonido de sus carcajadas era fuerte, subido de tono, pero por encima de ellas, Edward podía oír el suave ulular de un búho, muy lejos entre los árboles. Ansiaba escabullirse en el bosque, escapar de aquellos villanos, pero temía que simplemente le dieran caza, y el cielo no permitiera que le siguieran a casa con su esposa.

La esposa del fabricante de ataúdes era una mujer fuerte, pero él nunca se perdonaría haber traído tanta violencia a su hogar.

—¡Eh!—, gritó un hombre cerca al fuego. —¡Fabricante de ataúdes!

Edward cerró los ojos, deseando que los hombres lo ignoraran y volvieran a beber.

—¿Alguna vez han metido a alguien—aquí tuvo un hipo tan fuerte que le hizo tambalearse en el asiento —en ese bosque cerca de Kirkland?

Edward no quería contestar, pero podía sentir los ojos de todos los hombres clavados en él, y su cerebro se apresuraba a idear una respuesta inteligente. Kirkland estaba al menos a tres días de camino, era un pueblo mucho más grande que los que habían estado robando y mucho más rico. Edward había hecho algunos negocios en Kirkland, pero no era para tanto ir hasta allí.

Sin embargo, si podía conducir a los hombres en un largo viaje hacia una ciudad más grande con alguaciles...

—¡Eh! ¿Eres tonto?—, gritó otro hombre.

El fabricante de ataúdes parpadeó. —Sí, he hecho negocios en Kirkland—, dijo lentamente, con pesar.

Los hombres se volvieron el uno hacia el otro, empujándose con los codos. Edward pudo oír cómo urdían un plan y volvió a su escasa comida, abatido.

¡Oh!, cuánto anhelaba volver a ver el rostro de su amada, aunque solo fuera para decirle...

Los pensamientos de Edward se desviaron, porque allí, en el bosque, habría jurado que la vio. A Bella.

El corazón le dio un salto en la garganta, y su comida cayó al suelo mientras se ponía en pie. Antes de que los bandidos pudieran gritarle, se oyó un ruido tremendo, y entonces aparecieron hombres procedentes del bosque, con horcas y espadas brillando a la luz de la luna mientras descendían sobre los ladrones.

Los ladrones se levantaron de un salto, pero eran lentos y estaban atontados por la cerveza y la comida, y sus hábiles manos eran torpes al coger sus armas.

Edward encontró su oportunidad, escabulléndose de la refriega y bordeando el bosque, esquivando a medida que más y más hombres entraban en el pequeño claro. Si los hombres de las aldeas estaban aquí, eso debía significar...

Se oyó un fuerte ladrido, justo antes de que un cuerpo chocara contra el suyo y unos pequeños y fuertes brazos le rodearan el pecho con tanta fuerza que no pudo respirar.

Olió su aroma a lavanda y casi cayó de rodillas.

—Bella—, sollozó, su cuerpo temblando mientras sus brazos la rodeaban. Ella temblaba abrazada a él, con la cara tan hundida en su pecho que parecía que intentaba mirar dentro de su corazón.

—¡Edward!—, gritó. —¡Mi Edward!

El fabricante de ataúdes nunca había oído palabras tan dulces...