Descargo de responsabilidad: ni los personajes ni el argumento original me pertenecen. Esta historia está ligeramente basada en el webtoon Positively Yours, así que si hay algo que os resulte familiar, ahí tenéis la razón.

Advertencia: no sé cuándo volveré a actualizar, sólo sé que llevaba meses intentando escribir, y es la primera vez que me siento bien y satisfecha con algo que hago.


◉○ Punto y aparte ○◉

«Akane Tendo tiene el corazón roto: el hombre que ama va a casarse con su hermana. No obstante, no es nada que una noche de fiesta y tal vez un apuesto desconocido no puedan solucionar. Pero lo que en un principio iba a ser una aventura de una noche tiene consecuencias, y el destino parece empeñado en unirla a Ranma para siempre»


I


Y ahora ¿quién vuelve a contar estrellas?


... semanas atrás

En una ocasión, cuando era pequeña y una amiga le había preguntado durante el recreo qué superpoder le gustaría tener, Akane Tendo había respondido «volar» después de debatirse un buen rato entre la capacidad de desafiar la gravedad y volverse invisible a su antojo.

En su momento (y en su inocencia), tocar las nubes con sus propias manos le había parecido una alternativa muchísimo más interesante que dejar de recibir atención, pero hoy, en ese momento, descubrió que lo habría dado todo por dejar de ser vista aunque fuera unos instantes…

(...mientras el dolor se extendía por su pecho y se aferraba en lo más profundo de su ser, pensó en sus insignificantes ahorros, en ese puesto de trabajo que pagaba tan bien, pero que la trataba tan mal, en esa vida amorosa que había puesto en pausa solo para recibir a cambio un corazón roto y decidió que tal vez, quizás, el universo no estaba interesado en nada de lo que pudiera ofrecerle y esta era su forma de recordarle lo triste y patética que era su existencia…)

—¡Nos vamos a casar! —repitió Kasumi, con mucha más seguridad y fuerza que su prometido.

… o toda la eternidad.

Akane parpadeó con rapidez para ahuyentar las lágrimas. Sentada a su izquierda, su madre prorrumpió en aplausos entusiasmados y junto a ella, la señora Ono, quien en pocos meses se convertiría en su consuegra, se abalanzó sobre su hijo para envolverlo en un abrazo demasiado intenso para sus arraigadas costumbres japonesas. Incluso el rígido kimono iromuji que se había empeñado en vestir ese día se resistió ante tal despliegue de afecto maternal.

Su hijo.

Akane apretó la mandíbula con tanta fuerza que por un segundo, cuando notó su mirada sobre ella, pensó que Nabiki había escuchado el rechinar de sus dientes desde el otro lado de la habitación.

Y no se trataba de una habitación pequeña, precisamente. A decir verdad, a Akane le había parecido extraña, incluso sospechosa, la elección de un restaurante tan prestigioso como el Mo-Mo-Paradise Kabukicho Honten para una simple comida familiar. Era un martes de marzo como cualquier otro, y la única razón por la que se había determinado como la fecha ideal para una comida familiar eran los complicados horarios del doctor Tofu, su futuro cuñado. En otras ocasiones también se habían adaptado a los despiadados turnos rotativos del novio de su hermana, por lo que Akane no le había dado mayor importancia al asunto hasta que llegó el momento de pedir un taxi desde la oficina y había dado la dirección de uno de los restaurantes mejor valorados (y exclusivos) de la prefectura de Tokio.

Se obligó a tomar una profunda respiración por la nariz. En retrospectiva, tendría que haberse imaginado que esta comida no era como todas las anteriores. Para empezar, había sido Tofu quien los había convocado, citando que quería invitar a toda la familia por los años de apoyo incondicional que le habían brindado durante su residencia. Normalmente era Kasumi, o su madre, quien se esforzaba por celebrar pequeñas reuniones familiares de forma habitual.

Además, y aunque ahora era un médico adjunto en el Hospital General de Nerima, su sueldo no había aumentado al mismo ritmo que sus responsabilidades. Ni con la ayuda del modesto sueldo de Kasumi, quien ejercía de profesora de arte en la escuela de primaria Furinkan, se podía permitir un gesto de tal envergadura.

—Tenemos algo que anunciar—, había dicho Tofu cuando todos estuvieron sentados en una de las salas privadas del restaurante, acomodándose las gafas en un gesto que Akane asociaba con su adolescencia, cuando apenas había sido capaz de pronunciar palabra en presencia de Kasumi.

Jamás lo admitiría en voz alta, pero había fantaseado durante un instante con que eran otras las palabras que salían de sus labios.

«Lo vamos a dejar»

«Hemos decidido que ha llegado el momento de separarnos»

«Akane, te amo»

—Nos vamos a casar —había balbuceado Tofu en su lugar al mismo tiempo que se inclinaba ante sus padres. Y Akane…

Akane tenía ganas de llorar.

Mientras sus dedos maltrataban el dobladillo de su falda, una pieza de pana que había escogido cuidadosamente para ese día y por la que se había saltado ciertas normas de la agencia, Akane se sorbió la nariz con discreción. Aunque quizás no debería haberse tomado la molestia, pues su padre, a su derecha, se estremecía entre sollozos que ni siquiera trataba de disimular.

—¿Te encuentras bien? Estás pálida —le preguntó su madre en voz baja mientras esperaba pacientemente su turno para regalar abrazos.

Un alarido de su padre la salvó de verse obligada a contestar. Kyomi Tendo chasqueó la lengua, frustrada, y Akane aprovechó ese segundo de distracción para levantarse y correr hacia su hermana.

—¡Enhorabuena! —exclamó con una felicidad que no sentía mientras su padre estallaba en una serie de lamentos que apenas pudo entender.

Kasumi la recibió con los brazos abiertos, y Akane se sintió la persona más terrible del universo. Esta vez, cuando se le nubló la vista, Akane no contuvo las lágrimas y dejó que corrieran libres por sus mejillas, a pesar de que sabía que se le estaba estropeando el maquillaje.

Todavía sentada a una distancia prudencial de cualquier demostración emocional, Nabiki se aclaró la garganta y dijo, mirando a Akane con los ojos muy abiertos:

—¿Felicidades?

A pesar de la falta de inflexión en su voz, Akane notó en su mirada castaña ese brillo familiar que delataba su confusión. Una sonrisa indulgente se formó en sus labios. Asintió.

Nabiki, con los brazos cruzados, suspiró de alivio y su atención se dirigió primero a su padre, a quien decidió ignorar por el momento, y más tarde a su madre, quien por fin abrazaba a su futuro yerno. Con una ceja arqueada, volvió a mirar a Akane.

—Si no quieres, no tienes por qué abrazar a nadie —respondió ella a su pregunta silenciosa de inmediato.

A su lado, Kasumi ahogó una risa tan dulce que Akane casi olvidó propio dolor. Casi, porque al mismo tiempo su corazón se estremeció con un retortijón que sabía a melancolía.

—Con tus buenos deseos es suficiente —añadió, luchando contra el nudo que notaba en la garganta.

Nabiki asintió con solemnidad y Akane regresó a su asiento en silencio. Afortunadamente, su padre se había calmado lo suficiente como para comprender sus balbuceos.

—... mi niña… se casa…

—Papá —lo interrumpió—, ¿tienes un pañuelo? Yo me he debido dejar el mío en la oficina…

Naturalmente, su padre no la escuchó.

—¡Oh, mi niña! ¡Primero será ella, y luego las demás! ¡Y nos quedaremos solos! ¡Oh, cómo pasa el tiempo!

Akane se resignó a limpiarse el rostro con la servilleta de algodón que habían colocado sobre la vajilla ornamental.

—Soun, eres un exagerado —se quejó su madre, mirándolo completamente exasperada.

—¡Dos hijas prometidas! —continuó su padre. Nabiki se carcajeó—. ¡De tres, Kyomi! Pronto seremos viejos, y estaremos solos, y…

En otras circunstancias, tal vez habría insistido en corregir a su padre, en recordarle que ese compromiso que daba por sentado sólo existía en su imaginación y, en su opinión, jamás llegaría a hacerse realidad. Pero Akane sabía que era inútil discutir con él ciertos asuntos, y en esos momentos estaba demasiado cansada, demasiado rota, demasiado harta… y dejó de prestar atención.

No fue hasta que escuchó el familiar timbre de su alarma que volvió en sí. Frente a ella tenía un plato de fideos a medio acabar que ni siquiera recordaba haber pedido, una copa de vino tinto que no había tocado y su madre, a su lado, la miraba con una mezcla de enfado y decepción. En realidad, todas las miradas se habían concentrado en ella, y notaba diferentes grados de irritación en la mayoría.

Incluso Tofu, para su consternación, había fruncido el ceño.

—Me tengo que ir —murmuró. Sin darse cuenta, se había hundido en un espeso letargo del que le costaba salir.

Frunció el ceño. Era como si su cuerpo no fuera suyo: sus piernas no funcionaban y sus brazos se negaban a colaborar. El labio inferior empezó a temblarle y Akane hundió los dientes en la tierna carne para evitar echarse a llorar.

Antes, sus lágrimas habían podido disfrazarse de felicidad. ¿Ahora? Ahora solo delataban años y años de frustración.

—Me tengo que ir —repitió, más alto, y su hermana Kasumi, a quien había interrumpido sin darse cuenta, se levantó de inmediato.

—¡Tan rápido! —se lamentó. No obstante, y a diferencia de su madre, sonreía de oreja a oreja—. Toma —le entregó un sobre—, esta es tu invitación. La ceremonia será en dos meses y si quieres puedes venir con un acompañante…

Akane no tenía el tiempo, ni las ganas, de quedarse a escuchar los detalles.

—Tengo que volver al trabajo —dijo con más fuerza de la que pretendía y Kasumi arrugó las cejas con delicadeza—. Lo siento… —se obligó a tomar una profunda respiración al mismo tiempo que aceptaba la invitación—... me tengo que ir.

—Otra vez la misma historia —le pareció oír que decía su madre.

—Me tengo que ir —se limitó a contestar.


Tardó aproximadamente medio segundo en llegar a la oficina. Al menos, eso le pareció. Lo cierto era que a pesar del tráfico abundante propio de aquellas horas, Akane apenas recordaba nada del viaje en taxi desde el restaurante. Todavía envuelta en una bruma de confusión, saludó de pasada a Hinata, la recepcionista de las tardes, y se dirigió a los ascensores.

—... ¿te puedes creer que mi hermano ha vuelto a contratar a una de sus novias?

Las suelas de goma de sus botines negros rechinaron contra el suelo pulido del pasillo cuando se detuvo de forma abrupta. Desde su escritorio, Hinata le lanzó una mirada cargada de compasión que a Akane le provocó ganas de gritar.

—No… —tragó saliva.

No. Se negaba a creer que tenía tan mala fortuna, que el universo de verdad, de verdad la detestaba tanto. Necesitaba estar sola. Necesitaba un descanso. Necesitaba aunque fuera unos instantes para lamerse las heridas y…

En efecto, y por más que se frotara los ojos con la esperanza de que se tratara de una alucinación, Kodachi Kuno se encontraba frente a ella, encaramada en unos zapatos rojos de tacón tan fino que estaba segura de que podían considerarse un arma blanca ante un tribunal, si se lo proponía.

Por instinto, retrocedió.

—Sí, encima su rendimiento deja más que desear de lo normal, ¿sabes? Ni siquiera está intentando disimularlo —continuó Kodachi.

Por supuesto, ni siquiera había notado que Akane estaba a su lado. Kodachi solo prestaba atención a quien ella consideraba «importante» y «digno», y le había dejado muy claro a Akane desde el momento en que se conocieron que ella no era ninguna de las dos cosas. En todo caso, cuando Kodachi se molestaba en dirigirle la palabra, solía ser para insultarla.

—No —susurró.

—Y tampoco es que se pueda decir que sea especialmente guapa. Es mona, supongo, si te van las mujeres que se visten y se comportan como niñas…

Akane ni siquiera tenía que preguntar para asegurarse de que ella era la protagonista de la conversación. Desde su incorporación a Kuno Media con un contrato laboral, y no de formación, como su compañera de departamento, Kodachi había decidido que Akane no era lo suficientemente buena en su trabajo. Sin duda, había compartido con Kuno, su hermano mayor y dueño y fundador de la empresa, algo más que algunos años de instituto y universidad.

(...cierto era que el comportamiento de Kuno, que en ocasiones rayaba lo inapropiado, no hacía más que alimentar los rumores que se habían propagado por la oficina. No importaba que Akane se hubiera graduado de la carrera de Periodismo y Medios de Comunicación con las mejores calificaciones de la Universidad de Tokio, ni que el éxito de las últimas campañas que había liderado fuera incuestionable…)

Sin pensárselo dos veces, giró sobre sus talones, hacia las escaleras. Por lo general, solo se utilizaban en los simulacros de incendio y otras emergencias, pero Akane no temía enfrentarse a los once pisos que la separaban de su oficina si con ello conseguía librarse de Kodachi y sus palabras ponzoñosas.

Además, esa mañana no había tenido tiempo de salir a correr como en otras ocasiones, así que necesitaba el ejercicio que suponía recorrer esa distancia. Todo eran ventajas, a su parecer… Excepto porque esa mañana se había vestido para impresionar, y no para hacer ejercicio. La falda de pana era preciosa y abrigada, pero el conjunto de las medias tupidas y el suave jersey de lana que se había puesto se había convertido en una pequeña calefacción.

Cuando al fin llegó a su oficina, Akane no necesitaba un espejo para saber que tenía las mejillas sonrojadas y el pelo hecho un asco. Algunos mechones se le habían pegado a la frente, cubierta por una fina película de transpiración que se extendía también por su pecho y espalda.

Tampoco requería que nadie le confirmara que no tenía el mejor aspecto, pero, como no podía ser de otra forma, la primera persona con la que se encontró al girar por el pasillo no compartía su opinión.

—Por dios, Tendo —se burló Kodachi, apoyada en la barra americana que hacía sus veces de mesa de comedor. Akane tuvo dificultades para evitar que su mirada se desviara al vertiginoso escote en uve de su blusa de seda—, ¿eres consciente de que tenemos un código de vestimenta formal que nuestros empleados deben seguir a rajatabla?

Se obligó a no tensar más la mandíbula. Durante su adolescencia había llevado aparato, a día de hoy necesitaba una férula para dormir y si quería pagar el alquiler, repitió en su fuero interno, no podía permitirse asistir a un dentista de urgencias por un diente picado.

—Debería poner una queja a recursos humanos —añadió Kodachi, quien consideraba los buenos modales un animal mitológico y, en general, una pérdida de tiempo—. Llegas tarde, tu ropa es horrible y encima no eres capaz ni de mantener la más mínima higiene personal —enumeró.

Akane puso los ojos en blanco y pensó en la adorable señora Kimura, quien conformaba los departamentos de Recursos Humanos y Jurídico al mismo tiempo junto a su ordenador portátil que databa del pleistoceno y su termito de café inagotable. Sin duda, los modelitos de Kodachi tampoco pasarían su filtro.

Trató de pasar hacia su escritorio, pero Kodachi no había terminado. La mujer arrugó la nariz recta en una mueca casi obscena y siseó—: Apestas.

Alguien ahogó un grito escandalizado. Se trataba de Yuka, quien parecía que intentaba mimetizarse con la pared al otro lado del pasillo. A juzgar por la expresión de su rostro, llevaba allí un buen tiempo. Lo suficiente como para haber escuchado los insultos de Kodachi y haberse indignado en su nombre.

Sintió que las mejillas le ardían.

Akane no estaba segura de si se debía a la furia, o a la humillación.

No obstante, recordaba que Yuka no estaba en condiciones de indignarse en nombre de nadie. Con una sacudida de cabeza, Akane le pidió que se quedara callada. Que no hiciera nada.

—Tienes razón —dijo, en su lugar. Un hormigueo se extendió por todo su pecho y la furia que burbujeaba bajo su piel se convirtió en una misteriosa calma. Las palabras de Kodachi habían sido crueles y lacerantes, pero no se podía decir que no le faltaba algo de razón—. Necesito refrescarme, si me lo permites…

Con más ímpetu del que era realmente necesario, se dirigió a su mesa y abrió uno de los cajones, del que extrajo un neceser que allí guardaba precisamente para ocasiones como aquella. Poco faltó para que la bolsa se escapara de sus manos, en dirección al rostro de Kodachi, y una parte de ella se regodeó como una niña cuando la mujer se apartó por instinto y cerró los ojos anticipando un golpe que nunca llegó.

Le pareció oír que Yuka sofocaba una risa de camino al cuarto de baño.

Minutos después, Akane acababa de lavarse el rostro cuando Yuka cerró la puerta del lavabo tras de sí y se apoyó sobre ella con las manos asidas al pomo. Sonreía, hasta que sus ojos encontraron los suyos a través del espejo.

—Oh, cielo —dijo—. ¿Qué ha pasado?

Akane presionó una mano húmeda contra su pecho. Bajo la piel, su corazón se encogía con punzadas de tristeza que se extendían por su cuerpo con cada latido. Si se detenía a pensarlo, le sorprendía que todavía no hubieran llegado las lágrimas. Las esperaba. Apenas había sido capaz de contenerlas delante de su hermana, pero ahora… Ahora le pitaban los oídos. Le dolían la cabeza y el corazón. Ni siquiera era capaz de hilar ni un solo pensamiento y las piernas empezaban a temblarle como a un potrillo recién nacido.

Sucumbió ante la necesidad de desplomarse hacia adelante, apoyándose sobre sus antebrazos en la superficie fría del lavamanos. La primera lágrima cayó justo sobre el desagüe al mismo tiempo que su cuerpo se sacudió con un sollozo desgarrador.

Yuka, en silencio, no dudó en acercarse para acariciarle la espalda.

Y Akane…

Akane, al fin, lloró.


A/N: mi ig es _mago97

Hello! Muchas gracias por la acogida de esta nueva historia. He sacado el capítulo antes de lo esperado, porque he avanzado bastante más de lo que me imaginaba en estas (casi) dos semanas. No voy a negar que vuestros comentarios han sido el principal aliciente para ponerme las pilas. Iba a actualizar el sábado, pero estaré sin pc hasta el lunes así que nada, aquí tenéis. Decidme, ¿qué os ha parecido el primer capítulo?