Descargo de responsabilidad: ni los personajes ni el argumento original me pertenecen. Esta historia está ligeramente basada en el webtoon Positively Yours, así que si hay algo que os resulte familiar, ahí tenéis la razón.

Advertencia: no sé cuándo volveré a actualizar, sólo sé que llevaba meses intentando escribir, y es la primera vez que me siento bien y satisfecha con algo que hago.


◉○ Punto y aparte ○◉

«Akane Tendo tiene el corazón roto: el hombre que ama va a casarse con su hermana. No obstante, no es nada que una noche de fiesta y tal vez un apuesto desconocido no puedan solucionar. Pero lo que en un principio iba a ser una aventura de una noche tiene consecuencias, y el destino parece empeñado en unirla a Ranma para siempre»


II


I've got nothing but dreams inside


—No.

Ranma Saotome definitivamente no se estremeció con un escalofrío cuando su madre entrecerró los ojos en su dirección. No señor.

¿No? —insistió su madre con suavidad.

Su tono dejaba claro que en ningún momento se había planteado que Ranma pudiera negarse a su ofrecimiento de encontrarle novia, al parecer.

No por primera vez, mientras se encogía de hombros, se preguntó cómo conseguía la diminuta mujer que tenía frente a él resultar tan intimidante. Sin duda, no era gracias a los coloridos kimonos que vestía cada día o a su peinado recatado.

—No estoy interesado en salir con nadie por el momento, mamá —resopló, incapaz de sostenerle la mirada.

Nodoka lo observaba con las cejas arqueadas, dejando clara su incredulidad.

—Quiero nietos, Ranma. Antes de hacerme demasiado mayor como para disfrutar de ellos —le recordó.

Ranma tragó saliva y contuvo el impulso de poner los ojos en blanco. Su madre detestaba aquel gesto y la última vez que se había atrevido a hacerlo delante de ella, había recibido a cambio una colleja y su hermana pequeña se había reído a carcajadas de su ignominia. Esta vez, Ukyo no estaba presente, pero no podía pasar por alto las miradas interesadas que recibía de vez en cuando de un par de jóvenes que se habían sentado en una mesa cercana.

Se negaba a sufrir tal humillación.

Una risita mal disimulada interrumpió sus pensamientos.

Corrección: se negaba a sufrir una humillación mayor.

—Ni siquiera has cumplido los cuarenta y tres años —señaló, acomodándose en la maldita silla que, si le echaba mucha imaginación, se parecía a una seta.

Su madre chasqueó la lengua.

—Pero ¿cómo te atreves a mencionar así la edad de una dama? —a pesar de sus palabras disgustadas, a Ranma le pareció distinguir un atisbo de sonrisa—. En fin, hijo, tampoco es que te estés haciendo más joven. A tu edad, tu padre…

—¿Ya le han dado a Ukyo las notas de su exámen de matemáticas? La última vez que hablé con ella, estaba preocupada por su media…

Su madre ahogó un gemido, pero no tardó en resignarse a lo inevitable. Ranma aceptaba quedar todos los miércoles a las nueve de la mañana en una cafetería cuyo público era eminentemente femenino, donde no cabía en una silla convencional y se veía obligado a utilizar un taburete que estaba seguro en realidad era un reposapiés. Pero ¿Genma? Ranma trazaba el límite sobre aquel tema de conversación en particular.

La primera de muchas reuniones con su madre había tenido lugar en su decimonoveno cumpleaños, en una cafetería que nada tenía que ver con la que habían escogido para esta ocasión. Entonces, Ranma no había podido desplazarse muy lejos de la residencia de estudiantes que habitaba durante el curso académico: ni su pierna fracturada en dos puntos distintos ni su cartera, en perpetua crisis, se lo habían permitido. Entonces, una simple cantina a la que acudían la mayoría de estudiantes de la facultad de ingeniería por los bajos precios de los menús de mediodía había sido suficiente.

Ahora, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, las cosas eran un poco diferentes y Ranma disfrutaba de las expresiones deleitadas de su madre cada vez que descubrían un nuevo local ambientado en mundos de fantasía, en esos en los que ninguno de los dos creía, pero que, inexplicablemente, ambos encontraban reconfortantes y encantadores al mismo tiempo.

Lo que en un principio se había disfrazado de la preocupación propia de una madre por la precaria salud de su hijo, Ranma luego lo había convertido en una tradición madre-hijo semanal. Desde que se marchara de casa, hacía ya casi cinco años, esos desayunos cada miércoles eran el único momento en el que podía ver a su madre y pasar un buen rato sin sentirse aturdido por la agobiante presencia de Genma…

—Ukyo ha sacado un sobresaliente —dijo su madre, sacándolo de sus pensamientos.

Y aunque Ranma no tenía ningún interés real en el desempeño académico de su hermana pequeña, asintió con entusiasmo y emitió los sonidos fascinados en los momentos apropiados mientras su madre le relataba las últimas aventuras de Ukyo en los diferentes clubs en los que participaba en el instituto.

—No entiendo cómo tiene tiempo de sacar tan buenas notas —comentó, dándole un sorbito al té Oolong que su madre le había pedido nada más llegar.

No pudo reprimir un estremecimiento que lo recorrió de arriba abajo al notar que estaba frío.

Por instinto, su mirada se dirigió a su teléfono móvil. Lo había dejado sobre la mesa porque necesitaba recibir una llamada de un cliente potencial, pero en silencio, porque si había algo que su madre aborrecía más que los ojos en blanco (y, tal vez, un encogimiento de hombros), eran los teléfonos ajenos que la interrumpían cuando estaba hablando.

Suspiró. Eran las 9:36. Llevaban tan solo media hora en el ridículo y diminuto café del centro comercial, pero sentía que había transcurrido una eternidad.

—¿Tienes que regresar a la oficina pronto? —se interesó su madre al darse cuenta de que ya no le prestaba atención.

A Ranma se le encogió el corazón cuando, al alzar la vista, se encontró con una sonrisa que trataba de disimular su decepción. Nodoka no era ni había sido nunca una gran actriz. No era difícil notar la tensión que la había invadido, ni la mirada cautelosa que le devolvía.

—Qué va —replicó con sinceridad y cierta amargura.

En otra vida, a Ranma le habría gustado parecerse menos a su madre y ser capaz de distorsionar la realidad con la misma habilidad de Genma. Pero, en esta, se alegraba de ser como era, pese a que en ocasiones jugaba en su propia contra.

Como pudo, se inclinó sobre la mesa y apoyó los antebrazos sobre la madera envejecida. Le pareció que detrás de él, una de las muchachas jóvenes que lo había estado observando se reía.

—Ahora estamos en temporada baja —confesó. El Día Blanco acababa de pasar y habían cerrado prácticamente todos los proyectos en curso hasta próximo aviso—. Me había reservado la mañana para ti.

Su madre lo recompensó con un adorable sonrojo que le iluminó el rostro entero y una sonrisa cargada de tanto orgullo que lo conmovió.

—Últimamente estabas tan ocupado... En mi opinión, necesitabas un descanso.

Ranma ocultó una mueca de desagrado dándole otro sorbo a su café enfriado. Estaba asqueroso, pero al menos sabía mejor que la mezcla de decepción, envidia y ojeriza que lo invadía cada vez que recordaba que, a pesar del constante flujo de trabajo, nada era suficiente para mantener a su plantilla.

(Ranma nunca era suficiente para nada ni nadie, al parecer).

Como si hubiera adivinado el rumbo de sus pensamientos, su móvil vibró sobre la mesa. Era un correo de Ryoga, recordándole que no hiciera planes para ese viernes por la noche…

—Disculpa —le dijo a su madre mientras tecleaba una respuesta rápida, que incluía sus intenciones de comprar un regalo de despedida en nombre de todo el equipo para Kenji 'Pantimedias' Taro. Cuando su madre se aclaró la garganta con delicadeza, se obligó a sonreír y añadió—: ¿Te apetece dar una vuelta por las tiendas? Necesito que me ayudes con cierto asunto...

Su madre tardó aproximadamente cero segundos en erguirse y pedir la cuenta. Cuando sonrió esta vez, Ranma rezumaba satisfacción: por lo general, apreciaba los intentos de su madre de interesarse por su trabajo, pese a que hacía ya un tiempo que ambos habían tirado la toalla en cuanto a su comprensión sobre el mismo se refería.

Al menos, pensó Ranma, mostraba interés. Genma prefería fingir que su hijo obtenía sus ingresos por arte de magia a admitir que tenía un trabajo de oficina de éxito moderado.

(...Genma le había dicho una vez, mientras esperaba a que los analgésicos hicieran efecto tumbado en la camilla del hospital, que su vida estaba acabada, que con un cuerpo roto y maltratado no llegaría muy lejos. Ranma se había jurado allí y entonces que le demostraría lo contrario, aunque ahora empezaba a pensar que se había precipitado…)

No obstante, Ranma estaba cansado, y lo último que necesitaba era pensar en su trabajo. Además, nunca se le había dado particularmente bien escoger regalos, por lo que la ayuda de su madre le vendría bien. Y, suponía, Ukyo se merecía un detalle por todos sus esfuerzos… Aunque vivía con los Saotome desde los siete años, Ranma no la veía con la misma frecuencia desde antes de que cumpliera los trece, cuando él se había mudado para ir a la universidad. Dudaba seriamente de que sus gustos fueran los mismos ahora que tenía diecisiete…

—¿Vamos? —pronunció con firmeza cuando la camarera les dio las gracias y los despidió.

Sin reparo alguno, ignoró su mirada interesada en favor de ofrecerle un brazo a su madre, quien no pudo evitar esponjarse y levantar en el aire su pequeña nariz. Como una dama de antaño, entrelazó su brazo con el suyo y se dejó llevar a la primera tienda de regalos que Ranma pudo ubicar.

Acabaron comprando una taza personalizada con un texto que solo un puñado de frikis encontraría gracioso para Pantimedias y unos pendientes de plata para su hermana, quien, al parecer, se había perforado las orejas hacía tan solo unas semanas sin decírselo a nadie.

—No deberías malacostumbrarla, Ranma —le había dicho su madre cuando se dirigieron a la encargada para pedir que se los envolvieran para regalo. Había sonreído todo el rato, por lo que Ranma decidió no tomarse en serio sus palabras.

Lo que sí se había tomado muy en serio había sido la advertencia que le había hecho justo antes de subirse al taxi. El cumpleaños de Genma era en dos semanas y como se le pasase por la cabeza el más mínimo pensamiento de no acudir a la elaborada comida familiar que estaba planeando, la katana de la familia volvería a probar la sangre fresca.

Le había dado un beso en la mejilla que no hizo nada en absoluto por tranquilizarlo, a decir verdad.

Todavía no había recuperado el color en el rostro cuando regresó a la oficina. Ni siquiera el corto viaje en moto desde el centro comercial había logrado mitigar la inquietud que su madre le había provocado, y eso que, como norma general, después de haber pagado lo que había pagado por su MT-10 Pure, Ranma se obligaba a disfrutar de cada segundo que pasaba sobre ella.

Puede que su madre fuera una simple ama de casa, reflexionó, pero precisamente en ese detalle radicaba el peligro que representaba. Nadie lo veía venir.

—¿Tu madre te ha vuelto a amenazar? —le preguntó Ryoga, quien además de su amigo también había sido su vecino desde que tenía memoria y, por tanto, conocía a Nodoka, cuando lo vio llegar.

Ranma tragó saliva y se dejó caer sobre su silla con dramatismo.

—Quiere que vaya a comer con mi viejo el sábado de la semana que viene —reconoció. Acto seguido, arrugó el rostro en una mueca—. De hecho, me ha obligado a prometerle que lo haría.

Tumbado en el sillón de cuero que habían adquirido con las oficinas, Ryoga asintió con el rostro impasible. Aunque su mejor amigo conocía mejor que nadie las minucias y detalles de su relación con Genma, jamás lo insultaría expresando su compasión de una manera muy evidente.

Había cometido ese error una vez, cuando Ranma yacía inmóvil en una cama del Hospital General de Nerima, pero había aprendido la lección desde entonces.

En su lugar, Ryoga le preguntó por el regalo de Pantimedias y estalló en carcajadas cuando se lo enseñó, tal y como Ranma esperaba.

—Seguro que hasta se arrepiente de dejarnos tirados cuando se lo demos el viernes —mencionó, y Ranma le siguió la corriente pese a que sabía que nada distaba más de la realidad.

—¿Sabemos ya a dónde vamos a ir? —preguntó Daisuke Yamada, uniéndose a la conversación desde la kitchenette que hacía sus veces de sala de reuniones.

Ranma tuvo dificultades para apartar la mirada de su jersey rosa chillón. Parpadeando rápidamente para recuperar la vista, encendió el portátil y revisó su correo, en caso de que se le hubiera pasado alguno durante el día. Solo encontró spam, dos facturas y un intento de suplantación de identidad que trasladó a su equipo de informática (él mismo) para que lo analizaran a lo largo de esa semana.

De fondo, Daisuke y Ryoga discutían sobre los pros (su cercanía) y los contras (la calidad) del nuevo puesto de ramen que habían abierto al principio de la calle. Ranma pensó en Pantimedias, en la expresión a caballo entre el miedo, la culpa y el orgullo que había visto en su rostro cuando le entregó la carta de renuncia y suspiró.

(…una parte de él también pensó en lo fácil que habría sido seguir sus pasos y encontrar trabajo en otra parte, en cualquier parte, donde solo tuviera que preocuparse de hacer su trabajo y al finalizar el día no tuviera qué pensar en dónde buscaría el dinero para pagar las nóminas del siguiente mes, en que lo más sencillo para todos era aceptar que su padre, de entre todas las personas, tenía razón, siempre la había tenido, y que desde que dejara su carrera como artista marcial, su vida se había acabado…)

Conocía a Kenji de la carrera. Era un chico bastante insoportable y victimista, por no hablar de un ser humano de moral cuestionable (por alguna razón que nadie se había aventurado a averiguar, se lo conocía mejor por su mote 'Pantimedias', al fin y al cabo), pero también había sido un buen empleado.

Tan bueno, que una empresa extranjera se lo había robado en las narices…

O Pantimedias se dejó robar, insistió una vocecita en su cabeza.

Lo cierto era que daba igual. Al final de la semana, Ranma tendría un programador menos y eso era todo lo que importaba. Con el volumen de trabajo que tenían últimamente, Ranma guardaba serias dudas de que a ninguno le quedasen ganas de celebrar a partir de ahora.

—Deberíamos ir a un sitio un poco más fino —los interrumpió—. Alguno del centro, tal vez. Hablad con Hiroshi —el único que tenía pareja y algo parecido a una vida social activa— que seguro que conoce algo que nos guste a todos. Y no me seáis ratas, por favor —añadió—. Invito yo.

Daisuke emitió un grito de júbilo y alzó la mano en el aire para chocar los cinco que Ranma no respondió. Ryoga, en cambio, se apiadó de su compañero más efusivo, aunque murmuró algo sobre cachorros hiperactivos al mismo tiempo que le devolvía el gesto.

Cuando lo miró con una expresión demasiado seria, Ranma se encogió de hombros. Tras asegurarse de que Daisuke estaba de espaldas y no podía verlo, gesticuló sin decir nada en voz alta un «no te preocupes» que solo le hizo fruncir el ceño.

Ranma sacudió la cabeza. No, el momento de preocuparse ya llegaría luego. Pero ¿antes? Antes celebrarían lo que podría ser la última cena de empresa en mucho tiempo.


A/N: mi ig es _mago97

Hello! Espero poder seguir actualizando cada dos semanas, porque he adelantado bastante los últimos días. Aquí tenéis el primer capítulo (de muchos) desde la perspectiva de Ranma, ¿qué os parece?