CAPÍTULO 8: Un Acto de Amor
¿Amor? Los arcángeles se miraban unos a otros desconcertados e indignados. ¿A qué podía referirse? Ellos eran las máximas autoridades celestiales, ¿cómo no iban a saber ellos de Amor? Y aún así, no encontraban nada en la conducta de aquellos dos seres exasperantes que pudieran calificar como un Acto de Amor.
Azirafel había desertado del Cielo, se había interpuesto a los designios divinos numerosas veces y hacía no mucho que acababa de confesar, sin la más mínima sombra de arrepentimiento, que les odiaba. Y en cuanto a Crowley… ¡Era un demonio!
¡¿Qué clase de Acto de Amor podían haber llevado a cabo aquellos desgraciados para salir tan bien parados de la situación?!
- Como veo que se os ha escapado, os lo explicaré - Dijo la Altísima, con un punto de reproche en su voz - Estoy hablando del mayor Acto de Amor que se puede llevar a cabo: Dar tu vida por aquellos a los que amas - Los arcángeles volvieron a mirarse sin comprender.
- Señora - Se atrevió a decir Uriel - Tanto Azirafel como el demonio siguen vivos. No han dado su vida por nadie. ¿Cómo pueden haber…?
- ¡Oh, por favor! Seguís sin ver lo evidente - Yahvé puso los ojos en blanco y los brazos en jarras - Azirafel ha desertado del Cielo porque no estaba dispuesto a seguir con vuestra política inmisericorde. Ha hecho lo que le dictaba su conciencia, incluso sabiendo las consecuencias que eso tendría para él. Se ha sacrificado por el bien de los humanos, también por el de los ángeles, por todas las criaturas vivas de la Creación. Eso, queridos Míos, aunque se os haya olvidado, es un Acto de Amor. En cuanto a la serpiente… - Dijo, señalando a Crowley - Acaba de decir que no quiere existir en un mundo donde no esté Azirafel. Se ha puesto a merced de vuestra ira y vuestras ansias de venganza por aquel al que ama - Crowley se revolvió un poco, incómodo - Y es un demonio. ¡Ni siquiera debería ser capaz de sentir amor! Pero os ha pasado la mano por la cara a todos. Decidme, ¿quién de vosotros estaría dispuesto a hacer lo mismo?
Los arcángeles, avergonzados pero demasiado testarudos para reconocer su error, volvieron a balbucear excusas vacías.
- Su Gran Omnipotencia tiene razón, como no podía ser de otra manera.
La voz de Sariel se alzó por encima de las de sus compañeros. Miraba a Azirafel con la complicidad y el cariño que siempre había sentido por él, aunque hubiera estado demasiado asustada para reconocerlo hasta entonces. Sonreía con la serenidad de quien se ha quitado un gran peso de encima. Azirafel le devolvió una sonrisa cargada de ternura.
- ¿De qué estás hablando? ¿Te pones de su parte? - Le recriminó Miguel, demasiado cegada por la ira como para mantener las formas en presencia de la Altísima.
- Sí, me pongo de su parte, como debería haber hecho hace tiempo. Y si no estás dispuesta a recibir una lección de humildad, aunque venga de alguien a quien desprecias o incluso de un demonio, la verdad, no sé que estás haciendo en la Corte Celestial, querida.
Miguel estaba a punto de lanzar una retahíla de recriminaciones a su compañera, pero la Todopoderosa se le adelantó.
- Bien, en vista que al menos hay alguien que empieza a entenderlo, ha llegado el momento de dictar vuestra sentencia - Los arcángeles la miraron estupefactos y aterrorizados - Sí, sí, para vosotros también hay - Yahvé continuó hablando posando su mirada alternativamente sobre cada uno de ellos - Esta Corte Celestial está viciada. Se ha vuelto acomodaticia, intransigente y está dominada por el egoísmo. Esto me pasa por dejaros tanto tiempo a vuestras anchas en puestos tan privilegiados, pero se acabó. Voy a formar una nueva.
El terror se apoderó del grupo de ángeles de máximo nivel. ¿Una nueva Corte Celestial? Entonces, ¿qué iba a ser de ellos? No podía degradarlos a puestos de ángeles corrientes. ¡No podía ser!
- Señora - El Metatrón no pudo contenerse y verbalizó su protesta. Parecía el presidente de una junta directiva a quien le ha llegado la edad de la jubilación pero se resiste a abandonar su cargo - Nosotros somos los Sagrados Arcángeles. Hemos estado a Vuestro lado desde el principio de los tiempos. ¿Quién más podría ocupar nuestros cargos? Yo… Yo… ¡Yo soy la Voz de Dios! He transmitido Vuestra palabra por todo el Universo. He…
- ¡Me sobran ángeles entre los que encontrar miembros dignos de mi nueva Corte! - Tronó la Creadora, que ya empezaba a estar harta de tanta tontería - Y si no me gusta ninguno de los que ya tengo, ¡crearé otros! ¿Acaso os creéis imprescindibles? ¡Vuestra vanidad es insoportable!
Conscientes por fin de que nada podía salvarles, de que esta vez la habían fastidiado del todo, los arcángeles empezaron a emitir quedos gemidos de dolor. Era lo único que podían hacer, dado que no estaban capacitados para llorar. Parecían almas en pena, aunque con mejor color. Todos menos Sariel, la única consciente de que aquello era justo, la única que aceptaba su destino con aplomo. Incluso se podría decir que, hasta cierto punto, estaba contenta.
Crowley notó como Azirafel se abrazaba de nuevo a su brazo. Se volvió y vio que éste miraba a los arcángeles con sincera lástima. Estuvo seguro de que, incluso después de todo lo que le habían hecho pasar, de haber estado en su mano, Azirafel hubiera hecho algo por evitar el terrible destino que les aguardaba. Pero aquello era imposible. Él sabía mejor que ninguno de los presentes que, si Yahvé estaba decidida a castigarles, no había esperanza alguna para ellos.
- Vamos, no dramaticéis. Tampoco es que vaya a haceros desaparecer.
Crowley y Azirafel se miraron, sorprendidos. Los arcángeles dejaron de gimotear y miraron a su Creadora con ojillos suplicantes, sus espíritus aferrándose desesperadamente a aquella última muestra de misericordia.
- Os vais a reencarnar… COMO HUMANOS. Perderéis todo recuerdo de vuestra existencia como ángeles. Asignaré vuestras almas a cuerpos mortales, naceréis de vientres humanos, viviréis en la Tierra como humanos y vosotros mismos decidiréis, con vuestro libre albedrío, la dirección que tomarán vuestras vidas. Tú, Sariel - Dijo, señalándola - Tampoco recordarás que una vez fuiste un ángel, pero guardarás, en lo profundo de tu alma, una intensa conexión con el Mundo Celestial. Eso te ayudará a dispensar bondad a todos aquellos que se acerquen a ti. Podrás hacer sus vidas más felices y guiarlos hacia el buen camino pero, como ya he dicho, la decisión será tuya. Tú decidirás escuchar o no Mi voz cuando te llame y qué hacer con el don que te otorgo.
- Se hará como Vos ordenáis, vuestra Gran Omnipotencia. - Dijo Sariel, con una humilde inclinación de cabeza.
- Bien, en ese caso… Que así sea.
La Todopoderosa abrió los brazos y los arcángeles se disolvieron gradualmente en pequeñas nubes de destellos blancos. Aquellas nubes brillantes se dirigieron, sin mezclarse entre ellas, hacia la puerta de la librería, la atravesaron, y cada una partió flotando en una dirección diferente.
Azirafel y Crowley, que habían observado la escena con la boca abierta, seguían sin poder reaccionar. Acababan de presenciar la disolución de la Corte Celestial Suprema y apenas se lo podían creer.
- Bien, parece que ya he terminado por aquí. - Dijo Yahvé, sacudiéndose las manos como si quedara en ellas algún rastro de polvo - Me marcho ya. Como comprenderéis, tengo mucho que hacer.
Sonriendo despreocupadamente, su Gran Omnipotencia les dijo adiós con la mano y caminó hacia la puerta. Estaba a punto de salir de la tienda cuando…
- ¡Un momento! - Fue la voz de Crowley la que rompió el silencio. El demonio tenía la mano levantada y miraba a la Todopoderosa con urgencia - Tengo una pregunta.
Azirafel le miró con preocupación. Conocía demasiado bien las preguntas de Crowley como para no sentirse inquieto, sobre todo sabiendo cómo terminaron para él las cosas la última vez que cuestionó las órdenes divinas. Estuvo a punto de decir algo para convencerle de que lo dejara estar pero… Se detuvo.
No, Crowley tenía derecho a saber. Todos tenían derecho a saber. El oscurantismo que el Cielo había mantenido hasta entonces no tenía ningún sentido. Era cierto que ambos habían salido muy bien parados de todo aquel lío y que era peligroso arriesgarlo todo ahora haciendo preguntas incómodas pero, precisamente lo que más admiraba de Crowley era que no se echaba atrás a la hora de poner en tela de juicio cualquier cosa que no le convenciera. No sería él quien se lo impidiera. Pasara lo que pasara, permanecería a su lado.
Su Gran Omnipotencia, que ya estaba en el quicio de la puerta, se giró para mirarle por encima del hombro con una ceja levantada. Tras pensárselo un momento, se dio la vuelta, cruzó los brazos sobre el pecho y miró al demonio de arriba a abajo.
- ¿Y bien? - Estaba seria, pero no parecía exactamente enfadada.
- Entonces… ¿Habrá Apocalipsis?
- Sí, cuando llegue el momento. - Respondió tranquilamente.
- ¡Pero, ¿por qué?! - Crowley gritó su segunda pregunta abriendo los brazos en un gesto de desconcierto y disconformidad.
- ¡Oh! Por qué, por qué, por qué… ¿Qué te importa a ti el por qué? Ya lo descubrirás cuando mueras y vayas al Más Allá.
- Pero, la gente… ¿Por qué tienen ellos que sufrir…?
La expresión del rostro de Yahvé se volvió grave. Azirafel se pasó el índice por el cuello de la camisa.
- ¿Crees que a Mí no me importa el sufrimiento de Mis hijos e hijas? - Dijo, taladrándole con la mirada.
Deliberadamente, Crowley apretó los labios, no fuera que se le escapara lo que realmente pensaba: Que en vista de lo del Jardín del Edén, lo del Diluvio, lo de Job, y otros tantos ejemplos… "Pues no, no me parece que te preocupe demasiado." Era obvio que tenía que encontrar una respuesta más diplomática pero, antes de que se le ocurriera nada, Yahvé continuó hablando.
- Pareces haber olvidado, demonio, que estás hablando con Alguien para quien el tiempo no existe. Y si existe, es porque Yo lo creé para vosotros. El Apocalipsis siempre ha existido. Ya ha ocurrido, ocurre y siempre ocurrirá.
Crowley suspiró y dejó caer los hombros, abatido. No podía luchar contra una Verdad Absoluta.
- Es que… No me parece justo.
- Yo no he dicho que sea justo, sino necesario.
Incluso sabiéndose derrotado, el espíritu de Crowley se revolvía contra lo inevitable. Sabía que no le quedaba más remedio, pero se negaba a aceptar que el Fin del Mundo fuera irrevocable. La frustración pesaba en su pecho como una roca. Estaba tan perdido en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que su Gran Omnipotencia había vuelto a entrar en la librería y caminaba hacia él. Se sobresaltó cuando una enorme mano rodeó suavemente su barbilla y le alzó la cara para que mirara hacia arriba.
Crowley abrió la boca, anonadado, y se quedó sin aliento. Tenía frente a él a la mismísima Creadora de Todo, mirándole dulcemente con una sonrisa maternal. Era bellísima, majestuosa, divina.
- Serpiente, yo siempre supe que el Pecado Original sucedería. - Crowley se encogió un poco sobre sí mismo, acusando el golpe - Ese fue Mi plan desde el Principio porque, sin el Mal, el Bien no existe como tal. El Infierno también lo creé Yo, por si no lo recuerdas, porque hasta Mis criaturas díscolas tienen su lugar y misiones que cumplir.
Azirafel también observaba la escena embelesado. La presencia de la Altísima ya era deslumbrante de por sí pero, verla de ese modo, mostrándole directamente Su inmenso amor a una de Sus criaturas, era indescriptible. Y estaba… Orgullosísimo de Crowley por haber sido el causante de aquella escena.
- Yo soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Final, y el Principio no tiene ningún sentido si no va a haber un Final. - Yahvé miró a Azirafel para hacerle partícipe de su discurso - Los libros que se empiezan pero no se terminan, carecen de sentido para el lector. Su historia y sus personajes quedan suspendidos en su memoria durante un breve espacio de tiempo y, luego, desaparecen. En cambio, un relato conmovedor queda prendido para siempre en el alma de quien lo lee y se funde con ella, haciendo que ya no vuelva a ser la misma persona. Después, el lector guarda amorosamente ese libro y su espíritu se estremece cada vez que ve su cubierta, recordando fugazmente la aventura que le hizo vivir. ¿No es cierto, Azirafel?
El ángel estaba a punto de explotar de emoción. Estaba tan conmovido que no acertó a contestar con palabras, así que tuvo que hacerlo asintiendo enérgicamente con la cabeza. No podía estar más de acuerdo con lo que acababa de decir su Gran Omnipotencia.
- El Libro de la Vida también debe terminar para que tenga sentido. Yo lo cerraré, y su historia quedará completa. Entonces, todas Mis criaturas ocuparéis vuestro lugar… y todo estará bien.
Tras estas palabras, la Altísima acarició suavemente la mejilla de Crowley y retiró Su mano. El demonio seguía mirándola, fascinado. Ante su falta de reacción, Yahvé alzó las cejas y bajó un poco la barbilla en un gesto interrogante. Crowley entendió que estaba esperando a que dijera si aquella respuesta le parecía bien o si tenía algo más que preguntar. El demonio sintió que el peso que cargaba en el pecho se iba transformando en una especie de bola refulgente en su interior, formada por una mezcla efervescente de gratitud, alegría y, sobre todo, paz.
- Entiendo - Murmuró.
De un plumazo, Yahvé se desprendió de la gravedad de su expresión y sonrió alegremente, satisfecha con el resultado.
- Bien, me alegro de haber satisfecho tu curiosidad. Ah, por cierto, Azirafel… - Dijo volviéndose hacia el ángel, como si acabara de recordar algo - Aysel está bien. Y también Ephraim. Serán muy felices juntos gracias a ti.
La cara del ángel se transformó en la expresión misma de la felicidad. Sí, ahora podía recordarlo todo: el pequeño serafín, el humano al que amaba… ¡El castigo había sido revocado! ¡Todo se había resuelto! Azirafel no cabía en sí de gozo y Crowley estaba… Hinchado de orgullo como un pavo por su angelito.
Sin añadir nada más, su Gran Omnipotencia taconeó resuelta hacia la salida y abandonó la tienda. Azirafel y Crowley corrieron hacia la puerta para verla marchar. Ella caminaba calle abajo con sus andares de modelo de pasarela, magnífica, excelsa. Los humanos con los que se cruzaba parecían no darse cuenta de su presencia. Vieron como se alejaba y como, poco a poco, su figura se iba desvaneciendo.
Cuando por fin se quedaron solos, Crowley volvió a sentir aquella inquietud que le provocaban los nuevos retos que tendrían que afrontar. Se volvió hacia Azirafel en busca de un punto de apoyo en medio de la vorágine de sus pensamientos y encontró exactamente lo que necesitaba.
El ángel le sonreía con toda la felicidad y el amor del mundo. No era probable que, en ese momento, hubiera un ser más dichoso en toda la faz de la Tierra, y saber que él era en gran parte la causa de esa dicha hizo que todos los temores de Crowley se disolvieran como un terrón de azúcar en una taza de té.
Azirafel le tendió ambas manos. Crowley le tendió las suyas y sintió como Azirafel las envolvía con sus dedos regordetes.
Así, juntos, ambos notaron como sus cuerpos empezaban a cambiar.
Bueno, esto sigue sin funcionar y no tengo forma de saber si el fic se está publicando bien. Por eso os agradecería que me dejarais algún r4eview para confirmarlo, sobre todo porque la historia se está acercando a su fin.
Muchas gracias de antemano,
VASLAV
