A esa hora de la noche, la luna alcanzaba su punto máximo de esplendor, prohibiendo que cualquier criatura se ocultara entre los silenciosos y bastos campos de cultivo.

Al menos, eso era lo que pensaba, aquel inocente anciano que revisaba sus cosechas; llevando consigo una antorcha, antes de dar con el cuerpo inmóvil de una mujer.

Saltando y cayendo por el susto, se apresuró en subir por el terreno empinado tras él y correr hacia el largo camino de tierra, con la intención de dar aviso a las autoridades del pueblo.

Había aparecido otra víctima de los rituales de ese abominable clan.