Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Advertencia: Masturbación. Juguetes sexuales (?).


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Capítulo 1

El accidente

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No quería ir a esa reunión que sus padres siempre hacían anualmente con el pretexto de pasar tiempo en familia. Desearía tanto tener trabajo extra o un viaje de negocios al extranjero para faltar. Menma estacionó su auto de lujo en el estacionamiento exclusivo del restaurante, bajó de éste y acomodó su traje formal para la ocasión, dando las llaves al empleado que le deseó buenas noches al momento de entrar al fino lugar.

Cómo era de esperarse de uno de los restaurantes con cinco estrellas y reconocimiento mundial, el papel tapiz en las paredes detonaba clase alta, las decoraciones podía apostar que costaban una fortuna y el sonido del piano ser tocado desde los interiores, acompañado de los cuchicheos de los comensales y el de los utensilios. Ni qué decir de la fuente con un par de querubines danzarines en el medio, con asientos a su alrededor para esperar en caso de no alcanzar reservación. Caminó hasta la anfitriona que le dio una sonrisa perfecta, digna de un empleado dedicado al servicio al cliente.

—Menma Uzumaki —se presentó sin rodeos, quería terminar aquella reunión lo más pronto posible—. Me esperan adentro.

La mujer asintió, no tenía necesidad de revisar la lista de reservaciones, reconocía el rostro de los hijos de sus mayores e importantes clientes.

—Por supuesto, Uzumaki-sama. Sígame por favor, lo guiaré a su mesa.

Siguió a la mujer entre las mesas, pasando por el umbral y puertas cristalinas del lugar donde una melodía de Chopin era interpretada por el pianista. Gente charlando, comiendo, bebiendo champán y haciendo negocios, lo típico. Logró distinguir a sus familiares en una mesa más apartada, un espacio exclusivo que sus padres siempre reservaban para esas ocasiones.

No le extrañó ver a sus padres tan contentos, coqueteando entre ellos como si aún fueran unos recién casados, algo que le hizo sentir náuseas. Sin embargo, esa no era la gran extrañeza en la mesa, sino la presencia de su hermano gemelo con una mujer de cabello color chicle.

Bufó en silencio, genial, ahora no solo tendría que lidiar con su padre, sino también con su hermano y novia, cosa que le sorprendía sabiendo la actitud repelente que el rubio poseía en cuanto se trataba de mujeres a pesar de su popularidad siendo el mejor bateador de la liga nacional del equipo de baseball de todo Japón.

—Gracias —la anfitriona hizo una reverencia, dejándolos solos.

Ni pudo sentarse en la silla cuando las molestias iniciaron.

—¡Menma! —su madre lo llamó eufóricamente, los ojos violetas brillantes de alegría de ver al menor de sus hijos presente—. Oh, mi hijo adorado, que bueno que pudiste reunirte con nosotros hoy. No sabes cuánto queríamos tu padre y yo volver a ver tu rostro. La editorial te consume.

—Madre —musitó en tono serio, mirando las figuras de sus progenitores. Quizá no se estuvieran quejando tanto de no verle si no se hubieran tomado esas vacaciones tan largas en un crucero—. Papá —saludó el rubio mayor que le contestó con otra sonrisa más ligera—. Es bueno verlos. ¿Disfrutaron de sus vacaciones?

La reacción de la pelirroja fue instantánea ante la pregunta de Menma.

—Claro que lo hicimos, de lo contrario hubiéramos regresado de inmediato. Ah, nunca imaginé que viajar por el Cáribe fuera tan hermoso, ¿verdad, querido?

Minato asintió a lo que su esposa decía.

—Así es, es un hermoso lugar —vio a su hijo con interés—, quizá sea un buen destino para ti, Menma, en caso de que quieras unas vacaciones.

—Lo pensaré —respondió, sin mucho ánimo.

Observó a su costado, sus padres continuaron con la charla e ignoraron su falta de interés en dicha conversación, fijando sus ojos en la figura de Naruto que no dejaba de juguetear como idiota con su novia.

—¿No vas a presentarme a tu acompañante, Naruto? —cuestionó, sacando de su mundo al rubio y a la joven pelirosa que se sonrojaron al ser señalados.

—Hey, Menma, cuánto sin verte. ¿A qué horas llegaste? —preguntó el rubio, avergonzado.

—Hace rato —contestó, mirando con curiosidad a la chica de piel clara y ojos llamativos verde jade. Hacían un interesante contraste con su cabello—. ¿Y bien? —urgió con sus ojos zafiro, a veces Naruto solía ser demasiado lento para entender los ambientes.

—Ella es Sakura Haruno, mi novia de casi un año —por fin habló Naruto, luciendo orgulloso, con una sonrisa de oreja a oreja mientras la susodicha se sonrojó levemente pero sonrió casi al par que su hermano mayor—. Sakura-chan, él es Menma, mi gemelo menor, es decir, mi hermanito.

—Un placer, Menma-san —saludó la joven de cabellera rosada, extendiendo la mano por mera formalidad, gesto que el azabache respondió.

—Un gusto —contestó, después de mirar por un rato la apariencia de la joven y notar sobre todo el atuendo de ella el costoso collar de perlas que estaba en su cuello y los pendientes colgando de su oreja, observó con profundidad a su hermano—. Felicidades, Naruto, no esperaba que consiguieras una señorita tan linda como Haruno-san como novia.

Sakura se sonrojó levemente por el halago del azabache. Se sentía sorprendida del parecido de su pareja con su hermano, por algo eran gemelos, aunque la diferencia entre los dos radicaba que Menma poseía un cabello más largo y de tono azabache, los ojos le brillaban menos y parecían más oscurecidos que el tono celeste de las iris de Naruto. También su comportamiento, mientras Naruto era una nube de espontaneidad e hiperactividad, Menma era seriedad pura, incluso se sintió nerviosa por ser observada detenidamente pese al poco tiempo que aquel par de ojos se posaron en su figura. Incluso se llevó una mano hasta el cuello, precisamente donde residía su collar de perlas que Naruto le obsequió antes de asistir a la reunión con sus padres y presentarla oficialmente como su novia.

—Ni yo tampoco, Menma, aunque eso no hace que no me sienta ofendido —recalcó el rubio, con el ceño algo fruncido por las palabras de su hermano—. Soy un buen partido, ¿verdad, Sakura-chan?

—Claro que sí —respondió risueña la joven, acariciando la mano masculina puesta sobre la mesa de bonito mantel, siendo un gesto cariñoso que Minato y Kushina aprobaron.

Menma no se creía nada de eso. A veces le sorprendía lo manipulable e idiota que Naruto podía llegar a ser.

—Supongo —tomó la carta, fingiendo desinterés—, aunque no dudo que tu fama y fortuna sean tus principales atractivos —musitó lo suficientemente alto para ser escuchado.

De inmediato la mirada alegre de Naruto se tornó en enojo, la figura de Sakura se estremeció ante el comentario sin filtro del joven Uzumaki y Minato sonrió con incomodidad.

—¿Qué tratas de decir…?

—Bueno, bueno —apresurada a corregir y desaparecer la repentina tensión en la mesa, Kushina intervino con su alegre humor, desviando la atención de los jóvenes sobre el comentario de Menma—, todo se ve delicioso, hay que pensar en qué pedir. Sakura, la comida de aquí te encantará. Conozco al chef, es uno de los mejores.

Naruto agradeció el gesto de su madre, relajando su cuerpo y sonriendo, ayudando a su novia a escoger lo que quisiera del menú cuando la vio nerviosa sobre qué pedir. Con una mirada rápida, de esas que procuran no ser descubiertas, observó a su hermano de manera mordaz. Menma le devolvió el gesto pero inexpresivo, restándole interés a la amenaza silenciosa del rubio sobre repetir algo similar delante de su novia.

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—Ha sido un placer, señor Otsutsuki, me alegra haber conversado con alguien que comparte mis puntos de vista sobre el mercado internacional. Estaré gustoso de cerrar nuestra alianza de manera formal en cuánto nuestros abogados aprueben los contratos.

Toneri sonrió educadamente cuando estrechó la mano del hombre de porte y acento extranjero.

—El placer ha sido todo mío, señor Alexander. Agradezco su tiempo para cenar con mi querida esposa y yo antes de que regrese a New York el día de mañana.

El hombre robusto soltó una risa ronca.

—Es usted un hombre muy convincente, señor Otsutsuki, aunque debo admitir que cometer tremenda falta de respeto a su encantadora esposa también influyó en mi decisión.

La atención del hombre se posó en la figurilla que acompañaba al albino. Callada y sonriente, vestida con un precioso vestido tono perla de tirantes delgados, dejando expuesta la piel tersa de una exquisita clavícula y hombros delicados. El cabello tono cielo nocturno lo llevaba atado en un elegante chongo, su maquillaje era discreto pero difícil de ignorar, especialmente con el color carmín en sus apetitosos labios así como el hipnotizante aroma de lavanda y esencia cítrica que destilaba su figura.

Era una hermosa mujer que robaba constantemente las miradas de los hombres en todo el restaurante. Toneri odiaba eso, no gustaba que viesen a su preciosa esposa como un pedazo de carne, pero ese hombre insistió tanto en que trajera a Hinata en la última reunión que no pudo ignorarlo. Era un jugoso contrato que traería grandes beneficios a su empresa, no podía arriesgarse pese a que todo el tiempo quiso eliminar la existencia del tipo por no disimular la desvergonzada manera que había visto toda la cena a Hinata.

Afortunadamente todo terminaría esa noche.

—Espero que haya disfrutado su estadía en el país, especialmente en mi hotele.

—Puedo asegurarle que lo hice. La atención que recibí de su parte ha sido excepcional.

—Me alegra escuchar eso.

—Es una lástima que deba partir mañana, realmente me hubiera gustado aprender más sobre su cultura, supongo que será en otra ocasión.

—Por supuesto, señor Alexander, estaré encantado de planear un tour especial para usted.

Nuevamente el hombre rió de manera sonora, como cualquier yankee.

—Es una promesa entonces —otro estrecho de manos—. Entonces me retiro. Pasen bonita noche y agradezco sus atenciones —esta vez el hombre se dirigió a la figura de la mujer que se había puesto de pie, también para despedirse de los invitados de su marido—. Ha sido un placer conocerla, señora Otsutsuki —mencionó, tomando sus delicadas manos entre las suyas, dando un apretón que la hizo sentir incómoda, ella no reaccionó como tal y simplemente sonrió con cortesía.

—Igualmente, señor Alexander. Salude a su familia de mi parte, espero que los souvenirs sean del agrado de su esposa e hijas.

La mención de la familia hizo al tipo sonreír nerviosamente y soltar de inmediato las femeninas manos. Carraspeó, notablemente incómodo.

—Por supuesto que lo harán, gracias por preocuparse.

Ella le sonrió nuevamente.

—Con su permiso —se despidió con un gesto caballeroso, siendo acompañado de otro par de subordinados, dirigiéndose a la puerta principal.

La mueca amistosa de Toneri desapareció, volviendo a tomar asiento. Soltó un suspiro que denotaba cansancio y fatiga. Tomó la mano de su esposa entre las suyas, con el ceño fruncido ante la idea de que ese cerdo osó tocar a su esposa.

—Disculpame por haberte traído, ese hombre fue demasiado terco y no dejaba de insistir en que nos acompañaras. Sé que pasaste un mal momento.

—No del todo —respondió, tomando su pequeño bolso de donde sacó unas toallitas húmedas para limpiarse de su piel el contacto del hombre—. Si eso ayudó a que consiguieras un nuevo socio, no me importa acompañarte y aguantar las miradas que me lanzan, aunque sea incómodo.

La honesta respuesta de su esposa le hizo mirarla dolido, él no pensaba así de ella ni tampoco la veía como una simple decoración para convencer a sus socios. La adoraba con fervor, la amaba como loco y daría su vida con tal de hacerla feliz.

—Te recompensaré.

Hinata le dedicó una sonrisa dulce al albino de ojos azules como manto que cubre a las estrellas fugaces, especialmente cuando éste beso con cariño sus manos, viéndola con un amor notable en su mirada.

—Necesito ir al tocador —mencionó repentinamente.

Toneri se puso de pie, ayudándola a levantarse de la silla, reflejando la educación caballerosa a la que fue sometido desde pequeño.

—Adelante, yo me encargaré de la cuenta. Tómate tu tiempo.

Ella asintió, llevándose su bolso consigo, caminando por el amplio pasillo, entre los demás comensales hacia los baños. Observó alrededor, sintiendo miradas curiosas viajar sobre su figura. La atención innecesaria le hizo apretar todo el cuerpo, especialmente los muslos debajo de la tela del vestido que usaba.

Entró al baño, igualmente elegante que el resto del restaurante, dejando salir un trémulo suspiro que venía soportando durante la cena. Odiaba ese tipo de eventos, sonreír tanto cómo si lo disfrutara era doloroso y cansado. Cuánto deseaba estar en su casa, especialmente en su biblioteca, leyendo un interesante libro y bebiendo chocolate caliente.

Fue hasta el lavamanos, revisando su apariencia. No era que le importara mucho, sabía que su maquillaje seguía intacto al saber que casi no cenó nada de lo servico por su falta de apetito, limitándose a dar unos cuantos sorbos al vino que sirvieron. Se sentía un poco abochornada, por lo que tomó remojó su nuca con el agua del grifo.

De la puerta de los inodoros salió una joven mujer, quizá de la misma edad, era complicado deducirlo, pero era hermosa con ese cabello rosado y esos preciosos ojos jade. Las miradas de ambas se conectaron a través del espejo y se sonrieron, tímidamente, conviviendo en silencio durante el tiempo que la chica del vestido rojizo lavó sus manos.

Hinata también estuvo ocupada en la limpieza de las suyas hasta que fue interrumpida por el inesperado comentario de la joven a su lado.

—Tus aretes son hermosos —halagó con timidez, temerosa de sí había sido buena idea vociferar sus pensamientos a alguien que ni siquiera conocía.

—Gracias —respondió, con un ligero toque de rosa en sus mejillas.

Era muy raro escuchar un comentario así de honesto, generalmente escuchaba frases vacías de las esposas e hijas de importantes ejecutivos u hombres de negocios en todo tipo de reuniones a las que asistía.

—Tu vestido también es hermoso, combina con tus ojos y cabello —devolvió el gesto, sonriendo con dulzura a lo que la rosada elevó las comisuras de sus labios, contenta.

—Muchas gracias, no tuve mucho tiempo de escoger así que lo pedí prestado, ya sabes, para estar al nivel del restaurante… Nunca había estado en un lugar tan caro. Un solo platillo cuesta casi la mitad de mi sueldo mensual.

—Sí, los precios son algo extravagantes —era sincera, ella tampoco hallaba la ventaja de comer en un lugar tan lujoso, quizá para ocasiones especiales era adecuado, no para el día a día.

—Lo son —susurró la joven, parecía repentinamente perdida en sus pensamientos al quedarse viendo un punto inexistente en su reflejo, tocando el collar de perlas que llevaba puesto.

Hinata se preocupó del ensimismamiento de la chica que se atrevió a tocarle el hombro, despertando a la mujer que se sobresaltó. Le sonrió avergonzada.

—Perdón.

—No, me disculpo, no debí ser tan imprudente. ¿Te sientes bien?

—Eh, sí, sí. Lo estoy, es solo que me siento algo nerviosa —confesó, con sus ojos verdes lucieron temerosos—, mi novio me ha presentado oficialmente a sus padres y hermano y, digamos que no está saliendo cómo imaginé —prosiguió aunque luego sonrió, nerviosa—. Ay, disculpame, seguramente no te interesa, probablemente te estoy retrasando. Aún así gracias por escuchar y preocuparte —dijo apresuradamente, haciendo una reverencia—. Hasta luego.

—A-Adiós —logró susurrar cuando la joven salió rápidamente del baño para damas.

Nuevamente se quedó sola. Se dijo que ya era hora de regresar con Toneri y ambos partir a su hogar pero sus pies no se movieron. Cogió su bolso de mano, abriéndolo y sacando de su interior una especie de control remoto que cabía en la palma de su mano, siendo discreto y de tonalidad negra. Lo apretó contra su pecho, sintiéndose avergonzada y observando hacia todos lados, buscando algún posible testigo pero no había nadie, solo ella.

Tomó el bolso, caminando hacia el final de los inodoros, checando que nadie estuviera ahí, lugar por lugar, hasta verificar que efectivamente solo era ella en el baño. Aspiró hondamente, tomando valor. Se encerró en uno de los cubículos, asegurándose de que el seguro estuviera bien puesto.

Los muslos femeninos temblaron con la anticipación palpable de sus siguientes acciones. Aún con el control en sus manos, oprimió el botón y un escalofrío viajó por toda su columna cuando el vibrar en su intimidad aumentó notoriamente, obligándola a ahogar un gemido.

Palpó superficialmente la tela de su ropa interior, estaba húmeda y eso le excitó. Impulsada volvió a oprimir el botón pero con más fuerza. El sonido de la vibración en su intimidad logró escucharse por sus oídos, tuvo que sentarse en la taza del baño, apretando sus muslos y respirando agitadamente.

Era una mujer desvergonzada, atreverse a asistir a las reuniones de negocios de su esposo con un vibrador en su vagina, corriendo el riesgo de ser descubierta. Debería sentirse abochornada por su actitud pero la idea de ser atrapada in fraganti le hacía sonrojar y mover sus caderas, buscando el vaivén adecuado para lograr que ese cosquilleo en su interior se intensificara y así alcanzar el clímax. Se aventuró a soltar un pequeño gemido, tembloroso y quieto. Sintió la humedad de su propio deseo deslizarse por sus muslos con cada vibración. Deseó tanto meter sus dedos y estimular su perla del placer pero recordó que Toneri la esperaba, no podía darse ese lujo.

Aunque muy adentro de sí quería que él lo descubriera, que se diera cuenta que su tímida esposa realmente era una desvergonzada de lo peor, que la castigara y le dijera lo sucia que era, con sus ojos azules mirándola con desprecio mientras la tomaba con brutalidad en la cama o en ese baño, ahogando sus gemidos con sus largos dedos masculinos en el interior de su boca, ordenándole chuparlos, simulando ser este su miembro mientras entraba y salía de su interior una y otra vez…

La imagen logró humedecerla más y esa neblina blanca en su mente extenderse cada vez más, sintiendo esa necesidad de aumentar el ritmo de las vibraciones del juguete sexual para alcanzar el paraíso. Así lo hizo, olvidando por un momento del mundo y de la posibilidad de ser descubierta, generar un escándalo entre los trabajadores y comensales del lugar, manchar el impecable apellido de su familia y del de su esposo, el honor y todas esas estupideces.

Arqueó la espalda, abriendo la boca para dejar salir una exclamación muda mientras sus muslos se apretaban con fuerza sobre el inodoro, con sus orbes perlados clavados en el techo impecable, perdidos en un punto inexistente, con la mente en blanco y la respiración descontrolada.

Toda rigidez en su cuerpo se desvaneció, haciendo sentir todas sus extremidades completamente relajadas, tan relajadas que deseó quedarse ahí a dormitar pero no podía. Debía salir del baño y regresar a ser la esposa de Toneri Otsutsuki, la dama perfecta que su familia crió para sus propósitos.

De su bolso sacó otro par de pantys limpiando cualquier rastro de sus fluidos de los muslos. Envolvió su ropa interior húmeda en un pañuelo de seda, metiéndolo al bolso, no debería preocuparse, ya iban de salida, podría dejar la evidencia en la lavandería cuando llegara a casa. Nadie sospecharía.

Se levantó del inodoro de elegante aspecto, bajando la cadena. Salió de la cabina y ajustó su apariencia. Se veía agitada, el enorme sonrojo aún estaba presente en sus mejillas, buscó disminuirlo al abanicarse. Cuando vio que su aspecto normal e inocente regresaba, decidió salir para regresar con Toneri.

En el camino no se topó con nada sospechoso pese a su mente gritarle que probablemente alguien le había escuchado, el mero pensamiento la asustó pero también amenazó con hacer resurgir nuevamente el calor en su intimidad. Carraspeó para borrarse aquellos pensamientos, enfocada en caminar hasta la mesa donde Toneri la esperaba.

Estaba tan abstracta en sus pensamientos que no divisó la figura del azabache caminar hacia ella, ni mucho menos esquivar a tiempo cuando sus figuras chocaron, haciendo que su bolso de mano cayera al suelo. Vio el pañuelo que envolvía sus ropa interior, afortunadamente no se había desdoblado, aún así se agachó, preocupada por recogerlo rápidamente cuando una mano masculina intervino en su acción, siendo más rápido y ofreciéndole el pañuelo.

Elevó sus orbes perlados para toparse con un par de ojos azules. No podía ni compararlos con los de Toneri porque estos eran sombríos, serios y hasta cierto punto, crueles. La hicieron temblar, especialmente cuando extendió su brazo con su pañuelo —con sus pantyes envueltas, húmedas de su deseo— hacia ella con tanta normalidad que no pudo evitar sonrojarse.

—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó con voz ronca, varonil.

Hinata tuvo que tragar disimuladamente para no hacer notorio su nerviosismo.

—S-Sí. D-Disculpe —hace años que no tartamudeaba, ¿qué pasaba con ella?—. Fue mi culpa, n-no me fijé por dónde iba…

—Yo tampoco vi por dónde caminaba —le ofreció la otra mano para ayudarla a incorporarse ya que la joven mujer se encontraba agachada, recogiendo el resto de sus cosas.

Hinata le dio la mano, sorprendiéndose por la manera en que éste la jaló, sin delicadeza, brusca y firme. Sintió otro escalofrío hacer temblar todo su cuerpo. Nuevamente el azabache de ojos zafiro y extrañas marcas en las mejillas que le daban un aspecto más atractivo, le volvió a ofrecer el pañuelo.

Recordar que ahí tenía su ropa interior la hizo tomarlo rápidamente, metiéndolo a su bolso, avergonzada. Esperaba que no sospechara de nada, sería demasiado vergonzoso ser atrapada por un completo desconocido.

—Lamento h-haberle causado este inconveniente —hizo una educada reverencia, ocultando su rostro tras su acostumbrado flequillo—. C-Con su permiso —sin esperar a la respuesta del recién extraño, Hinata decidió caminar apresuradamente, dejando atrás la figura del azabache que observó con curiosidad la espalda de aquella mujer nerviosa.

Sin embargo, dispuesto a continuar con su camino al baño para hombres, un objeto al lado de su zapato le hizo detenerse, tomando el dicho aparato. Era una especie de control remoto, demasiado pequeño para tratarse de una televisión o de cualquier otro aparato doméstico, casi podía compararlo con las llaves de su auto pero no eran lo mismo.

Pero Menma Uzumaki era listo, no tardó en conectar los cabos sueltos. Esa mujer salió del baño, estaba nerviosa, lucía avergonzada y sonrojada, en cuanto sus cosas se cayeron al suelo cuando chocó con ella tartamudeó. ¿Qué ocultaba?

Una sonrisa traviesa adornó los labios en el rostro atractivo del azabache, que volteó para ver como la misma mujer que se disculpó varias veces con él salía acompañada de un hombre de cabellera albina, siendo llevada del brazo como una pareja victoriana.

Apretó el control en su puño, ya sabía que era.

—Vaya, vaya —musitó con malicia, sin apartar la mirada de las dos figuras, curioso.

Rió discretamente pero sin dejar de sonreír con ese toque de malicia. Le resultaba interesante la situación. Justo había escapado de la mesa de sus padres por un rato y tenía ese encuentro con una mujer pervertida. Había sido una lástima, definitivamente hubiera disfrutado de la reacción de esa mujer si él adivinara el motivo de sus verdaderos nervios.

Guardó el control del vibrador en el bolsillo de sus pantalones. No supo por qué, podría simplemente deshacerse de él, las probabilidades de encontrarse con esa mujer eran nulas pero observó el restaurante, tenía que tener dinero para cenar ahí, ella o su pareja. Pertenecían al mismo círculo social, no era tan descabellada la idea de un próximo encuentro.

Con esa idea en la cabeza, siguió su camino al baño, pensando en lo divertido que sería devolverle el control a la mujer.

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El fresco de la noche tocar con su rostro le hizo suspirar aliviada. Hinata intentaba calmar su corazón agitado así como la mirada de preocupación de Toneri, repitiéndose que estaba bien.

—Solo tengo calor, no es nada —aseguró a su marido cuando el valet llegó hacia ellos con el auto de Toneri, saliendo de éste y entregando las llaves al albino.

—¿Estás segura? No quiero que te enfermes.

—Estoy bien, de verdad —le dio un apretón a su brazo, lo que quería era irse.

Toneri entendió su silencio y abrió la puerta del copiloto para ella, gesto que agradeció, ingresando al auto y esperando a su marido en el otro lado para marcharse a su hogar.

Apretó el bolso contra ella, aún abochornada, incluso después de que Toneri arrancara, viajando por el boulevard principal de la zona rica de Tokio. Su esposo puso su música favorita para tranquilizarla, mientras en los semáforos rojos le daba besos furtivos a su mano. Ella sonrió, agradecida por sus intentos de tranquilizarla que tuvieron efecto.

No pasaba nada, no fue descubierta ni ese extraño podía saber lo que hizo, aunque estuvo demasiado cerca de hacerlo. La imagen de su rostro, tan imparcial, con esa mirada de dominante, extendiendo su mano con sus pantys envueltas le hizo sentir nuevamente el cosquilleo que creyó muerto. Apretó los muslos por inercia, enfocándose en el paisaje a través de la ventana del auto así como el sonido de la música relajante.

Debía tranquilizarse. Ese hombre había sido un extraño, seguramente no lo volvería a ver, incluso él la olvidaría fácilmente y solo la recordaría como una persona rara.

Los pensamientos lograron tranquilizar a Hinata, que le sonreía más relajada a su marido, aceptando sus muestras de cariño en el transcurso del camino, asegurándose que no debía preocuparse por nada, nadie intervendría con su estilo de vida.