Mientras los demás salían, noté que Candy no lo hacía. Pensé inmediatamente que querría hablar conmigo, aunque esperaba que no fuera de lo que Patty había notado en mí, si se lo había comentado. Me senté frente a ella, mientras Dorothy le acomodada los cojines. En su estado, la comodidad era sólo una idea a veces lejana, que no vería realidad hasta que naciera la niña. Cuando estuvimos solos, ella, para variar, tomó la batuta de la conversación. Lo que me dijo, me sorprendió, pero fue el comienzo de que se revelaran todas las verdades que me habían ocultado hasta el momento.
"Stear, sé que te has sentido raro con los asuntos familiares, pero entiende que lo hemos hecho porque la verdad más grande te la tiene que revelar el tío William. Nosotros no podemos hacerlo por él, y por eso te hemos esquivado seguido el tema".
"Eso lo entiendo, Candy, pero no dejo de sentirme como excluido de un club al que no pertenezco cada vez que pregunto o que me cierran la puerta en la cara. A los demás como que no les parece normal que yo pregunte y quiera averiguar, pero colóquense en mi lugar un momento, con tanto secreto y en mi propia cara. A veces siento que no soy bienvenido, y que mejor hubiera sido quedarme en esa isla".
"Qué dices, Stear, si ahora que estás aquí nuestra felicidad es completa. No sabes cuánto lloramos tu partida, y saber que estás vivo, eso ha sido lo más hermoso que nos ha regalado la vida. Nadie te cierra la puerta como piensas".
"Sí, pero hoy, por ejemplo, todos me dejaron solo, y no me quisieron decir nada de lo que estaban haciendo. La verdad, me sentí como un invasor en mi propia casa".
"Ese no era el propósito, Stear. La verdad, todos tenemos algo que hacer que sí tiene que ver contigo, no te lo niego, pero son sorpresas que te harán muy feliz. Lamento que te sientas así, pero la verdad te sorprenderá y te alegrará".
"Gracias, Candy. Necesitaba eso, pero no dejo de sentirme excluido, si te digo la verdad. Tus palabras, tus palabras corroboran lo que siento. Eso no se puede evitar por más que lo intenten. No me siento, la verdad, en casa cuando toman esa actitud conmigo. Es como si no tuviera memoria, como lo le pasó a Albert hace unos años, que no conozco a nadie realmente, ni siquiera a mi propio hermano".
Candy de pronto vio que yo salía de la biblioteca, derrotado ante un silencio momentáneo, y se levantó de pronto.
"No te vayas aún, Stear".
Yo me giré momentáneamente y la miré con un poco de tristeza, a lo que ella se dio cuenta, y me mostró su mejor sonrisa.
"Ven, que quiero revelarte un secreto, esta vez mío".
¿Un secreto? ¿Qué sería? Volví y me senté a su lado. De pronto, ella sacó de debajo de su ropa una cadenita con una cruz y un broche que yo bien conocía, pues era la insignia de los Ardlay. Lo miré bien. Era un águila que sostenía una campanita y la A de los Ardlay de forma prominente en el broche.
"¿De quién es esa insignia de los Ardlay?"
"Es de Albert".
"¿Él te la dio?"
"Sí y no".
"¿Sí y no? Cómo puede ser".
Candy a eso sonrió y me contó parte de la historia, sobre como un chico vestido con el atuendo escocés llegó un día a la colina, y la vio llorar, de niña, de 6 años, y cómo él entonces calmó su corazón con una melodía de su gaita, y que, al partir, antes de que ella se diera cuenta, había dejado caer accidentalmente ese broche. La parte que dejó fuera la averiguaría dos días después, pero, de todos modos, el asunto fue de lo más interesante. No sé cómo no até cabos en ese momento, pero es de las cosas que pasan cuando llevas tanto tiempo lejos de los protocolos y costumbres familiares.
También me contó que cuando ellos vivían en el Magnolia, ella se la pasaba enseñándole la insignia, y que él se quedaba en silencio, sin contestar, y eso se le hacía raro a ella de un Albert que siempre tenía las respuestas para todo. Nunca le reveló que era suya la insignia. Eso lo hizo un año después de que se supiera que él era un Ardlay también. Me estuvo raro, por supuesto, como todo lo que no me habían contado, pero al menos era una parte de esa verdad para la que, como saben, yo comencé a sospechar.
Candy me sonrió de nuevo. Y luego continuó hablando.
"Sé que estás curioso con todo lo que ha pasado, pero eres inteligente, Stear. Y para contestar algo que sé que te preguntas, Albert y yo nos estamos quedando en el tercer nivel. ¿Te acuerdas de aquella historia del reloj a las 10 p.m. y de las estatuas que cobraban vida? Pues bien, esa parte de Lakewood fue remodelada y arreglada, y allí es que dormimos ahora Albert y yo".
"Pero por qué lo hicieron. Esa parte de la casa era una azotea. Qué propósito tendría arreglar ese espacio para hacerlo habitable cuando hay tantas habitaciones entre esta propiedad y la antigua Villa Leagan".
Ahí Candy guardó silencio. Ella sabía que yo podía deducir ciertas cosas, pero otras no. Esa correspondía al secreto que también se revelaría dos días después.
"Lo único que te puedo decir, Stear, es que se decidió hacer algo con ese espacio, pero no te diré por qué. Eso no me toca a mí".
"Y a Albert…", Candy levantó una ceja.
"Espera… Ya falta poco".
Y entonces sí me despidió y me pidió que no le contara ese secreto a nadie, sobre lo del broche. Por suerte, el tema que quería tratar con las tres amigas no salió a relucir. La verdad es que quería la opinión de las tres. Eso sería a la mañana siguiente, y solicitado por mí. De nuevo, al mal tiempo, buena cara…
Antes de salir, le pregunté:
"Acaso, alguien más sabe sobre el asunto".
"Sólo tú, Albert, Archi, la tía Elroy y Georges. Nadie más. Quiero decir, los demás me han visto con el broche, hasta Neil y Eliza, cuando me mudé con los Leagan de niña, pero nadie más que los que te dije conocen la historia que te acabo de contar. Los demás creen que Albert me dio esta alhaja cuando nos comprometimos para casarnos".
"Gracias, Candy. Tener de nuevo tu confianza me hace sentir bien. Nunca lo hubiera adivinado por mi cuenta", le dije con una amplia sonrisa, y luego le dejé sola para que descansara, pues se le notaba que estaba cansada.
…..
Muy formal yo, le envié a las tres interesadas una invitación que les coloqué en su espacio en el comedor. No era un secreto y tampoco raro que solicitara una audiencia con ellas. Siempre se hacía cuando la tía abuela vivía, que nos citaba para cualquier detalle o información de asuntos de sociedad, o para instruirnos y hasta para regañarnos ocasionalmente. Cuando las tres llegaron y se sentaron, vieron la invitación que les hice a la biblioteca, y les solicité a los varones que buscaran otro espacio si es que iban a trabajar durante la mañana. Por la tarde tenía una cita con Emma, así que debía aprovechar el día.
Tan pronto terminamos de desayunar, las tres se excusaron momentáneamente me imagino que, para retocarse, y yo me fui a la biblioteca para arreglar la mesa del té a las 10. Le pedí a Dorothy que me ayudara con eso. Y así, me extrañó cuando me trajo cinco tacitas para beber, siendo que seríamos cuatro. Cuando le pregunté, sólo me contestó:
"Nunca se sabe quién puede llegar de forma inesperada".
Eso no lo entendí. Quizás Candy, Patty y Annie habían solicitado ese quinto servicio para alguien más que estaría presente, lo que no era ideal. No quería a nadie más que a ellas en esa charla, ni siquiera a Albert, ya que sólo quería un punto de vista femenino sobre el asunto que iba a tratar. Bueno, pero en punto a las 10 entraron las tres algo serias.
Toqué la campana para que Dorothy entrara con el servicio, y a los pocos minutos llegó, con el té caliente, mientras nos dábamos los cuatro el saludo.
"Deja, Dorothy, yo lo sirvo", se apresuró a decir Candy.
Yo la miré extrañado, mientras servía muy finalmente ese té. Y también observé que le sirvieron a esa quinta persona que no estaba presente al momento.
"Se le va a enfriar al que no está", dije para tantear si alguien me adelantaba el misterio.
"No te preocupes, Stear, que nuestra invitada llega pronto. Se está retocando el cabello antes de entrar".
¿Invitada? ¿Sería Emma la quinta invitada? No podía ser, pues ella estaba con sus tutores en una terapia intensa. La vi antes de entrar a la biblioteca. No pude más que guardar silencio, y sentarme, mientras me bebía el té con mis otras invitadas. Al cabo de unos dos minutos, tocaron muy suave la puerta. Candy me miró y sin decir palabra, me sugirió que abriera.
No era de contrariar yo a una dama que me pedía algo con la carita que me lo pidió, como de invitación coqueta. Cuando abro lentamente la puerta, de pronto la vi a ella de espaldas. Una figura rubia se giró hacia mí, y con sus hermosos ojos claros, me saludó.
"Bonjour, Aristear".
Todo mi mundo se derrumbó en ese momento. Jamás pensé que ella precisamente estuviera en esta propiedad. Yo me quedé mudo. Y Candy, que me vio paralizado, se levantó a recibirla, pues yo estaba mudo en ese momento.
"Entra, por favor".
Ella no me había quitado los ojos de encima, y mientras trataba de entrar, me dio un leve empujón, ya que yo estaba en el medio, completamente anonadado. Su larga cabellera rubia llegaba suelta a media espalda. Sus hermosos ojos brillaban con un fulgor hasta nuevo. Marie Helène había llegado a Lakewood, y yo lo desconocía, pero cuándo, bueno, eso tenía que averiguarlo.
"Patty, Annie, les presento a Marie Helène Pietri. ¿Se acuerdan de que Stear nos habló alguna vez de su amigo Domi? Bueno, Marie Helène era la novia de Domi. Domi lamentablemente no sobrevivió, pero Marie Helène gustosamente nos ayudó a encontrar a Stear cuando lo del rescate que ya les conté".
"Mucho gusto", dijo la hermosa rubia, pero sin dejar de mirar a Stear, que parecía perdido en ese momento ante la inesperada visita.
"Hola, yo soy Patty…"
"Mucho gusto. Stear me ha hablado mucho de ti. Tú eras su novia…"
"Sí, pero eso fue hace mucho. Espero que puedas quedarte con nosotros un tiempo, y podemos hablar de eso, si te place".
"Vine apenas dos semanas. Tengo que regresar a mi Regimiento. Hay mucha gente que aún sufre los estragos de la guerra y el trabajo no termina", contestó Marie Helène , y yo seguía pasmado, y sin poder decir palabra. "Candy me invitó para venir a verlos aquí, y ayer fue a buscarme. Me estoy quedando en un hotel muy cerca de aquí".
"Eso es porque no quiso venir para acá, conmigo. Pero hoy no hay excusa. Te quedarás aquí, con nosotros".
"No quiero molestar".
"No, no te preocupes", adelantó Candy. "Esta propiedad es muy grande y todos estamos muy cómodos. También puedes quedarte con Patty y con Eddie en la ex Villa Leagan".
Mientras Candy decía esto, ella y Marie Helène me observaban intensamente. Ella, la razón por la que las había citado, estaba allí, y yo seguía mudo. Patty y Annie se miraban ante el incómodo episodio. Ninguna de las dos captaba el motivo de mi aprehensión. Al rato, sin embargo, entró Albert, muy contento de ver a Marie Helène, y se confundió en un abrazo con ella. Candy aprovechó para desviar la atención de todos al asunto del hotel.
"Albert, Marie Helène dice que no quiere molestar, y que por eso preferiría quedarse en el hotel del pueblo. Qué piensas".
"¿Es eso cierto? No, no puede ser. En este momento hablaré con Georges sobre el asunto. Estoy seguro de que hará todo lo posible porque una dama tan digna, hermosa y servicial comparta con su segunda familia".
Marie Helène se sonrojó en ese momento.
"Ay, señor William, como dice algo así".
"Albert para los amigos, recuerda Marie Helène. No hay nada más cierto que lo que dice mi esposa. Y por si las dudas, harás que ella y yo decidamos quedarnos en el hotel contigo. Es que estoy más que seguro que ella quiere estar cerca de ti para conversar de todos esos temas que quedaron pendientes desde Francia".
Y Albert sonrió. Todavía Annie y Patty no entendían demasiado lo que estaba ocurriendo, y se miraban como si les hablaran en otra lengua. Bueno en parte, pues la conversación comenzó en inglés, y terminó en francés.
"Espero sinceramente que reconsideres, y te quedes con nosotros", terminó Albert, y salió inmediatamente, haciéndome señales para que lo siguiera, lo que no me agradó, pues quería estar cerca de ella, aunque estuviera mudo y nervioso.
Continuará...
