— Se nos ha vuelto a escapar.
Dawn Star bajó la cabeza, avergonzada, y musitó con pesadumbre:
— Es culpa mía. Fallé el tiro. —Inspiró y añadió—: Lo siento.
Time Keeper cerró los ojos, solo para abrirlos un segundo después.
— Al menos han conseguido que Twilight Sparkle pudiera aprobar su examen.
No hubo respuesta por parte de los tres agentes. Solo un ligero asentimiento de cabeza. El ministro se inclinó hacia delante con interés antes de preguntar:
— ¿Le ha servido para saber algo más de ella? Cualquier cosa.
Dawn Star vaciló un instante antes de hablar:
— Es buena en magia. Ha tenido una educación mágica. Pero no en la Academia.
Time Keeper lo apuntó en un papel, y le hizo un gesto a Dawn Star para que continuara.
— Usó muchos hechizos de fuego. Estoy segura de que es una de sus afinidades.
— Por favor, continúe —murmuró Time Keeper sin dejar de escribir.
Dawn Star tragó saliva, e inspiró profundamente. Tan solo el recuerdo era suficiente para perturbarla.
— Su aura mágica es… Es de color azul zafiro. Como… Como la…
Un chirrido castigó los oídos de los presentes. Nąȋenähz aulló de dolor, y se cubrió los oídos con los cascos. Dawn Star giró la cabeza hacia la izquierda, y dio un salto hacia atrás al ver la punta de una espada a pocos centímetros de su hocico. Perdió el equilibrio, y cayó al suelo sobre sus cuartos traseros.
— ¿Qué significa aqueso? —preguntó Swébende Gagel en un murmullo, casi un siseo, que no ocultaba el veneno que encerraban sus palabras—. ¡¿Cómo es posible que aquesa enemiga nuestra haya la misma magia que tú?!
Time Keeper se puso en pie de improviso.
— Señor Gagel, envaine su arma ahora mismo —ordenó en un tono que no admitía discusión. El pegaso cerró largamente los ojos, rumiando internamente su ira, pero obedeció a su superior—. El aura mágica de un unicornio no es un identificador inequívoco. No es como la marca de belleza. ¿Conoce la paradoja de los cuernos?
¿Paradoja de los cuernos? Bonito nombre para la estoria que queréis contarme, pensó Swébende Gagel. Pero calló y negó con la cabeza.
— En cualquier grupo de veintinueve unicornios, la probabilidad de que dos de ellos tengan un aura mágica de colores indistinguibles a simple vista es del cincuenta y cuatro por ciento. Es decir, de cien grupos iguales de veintinueve unicornios, en cincuenta y cuatro de ellos habrá dos unicornios con auras del mismo color.
Swébende Gagel espiró con fuerza por la nariz. Matemáticas. La manera de los charlatanes de convencer a un poni de cualquier estupidez.
Time Keeper frunció el ceño.
— ¿Conoce la historia del Buscaauras?
El pegaso respondió negativamente. Time Keeper posó mágicamente sus gafas sobre el escritorio de ébano, y apuntó con su hocico a Dawn Star.
— ¿Tendría la amabilidad de contárselo, señorita Star?
Dawn Star, a la que aún abrazaba por la espalda Nąȋenähz para ayudarla a recuperarse del susto, asintió temblorosamente. Todavía tambaleante, logró ponerse en pie tras unos segundos; y, sin atreverse a mirar a la cara a Swébende Gagel, comenzó:
— Sucedió muchos años antes de la Unificación de las Razas. En un pueblo unicornio en las montañas, empezaron a desaparecer los potrillos. Uno tras uno, noche tras noche, sin que nadie supiera por qué. No fue hasta que un minero de gemas encontró un cadáver en el bosque que descubrieron la horrible verdad: alguien estaba asesinando a los potrillos del poblado.
Nąȋenähz ahogó un chillido de horror. Dawn Star tragó saliva, y continuó:
— La paranoia se adueñó de la aldea. Los padres no permitían a sus potrillos salir de sus casas por miedo al misterioso asesino, se prohibió terminantemente salir de noche, e incluso se formó una improvisada guardia nocturna para vigilar que las nuevas leyes se cumplieran. Y sucedió que una noche vieron al criminal intentando forzar mágicamente su entrada en una casa. Al verse descubierto, huyó. Lo único que los guardias pudieron descubrir fue el color de su magia: verde esmeralda.
Verde esmeralda era el aura mágica del herrero del pueblo. Inmediatamente, todas las sospechas recayeron sobre él.
— Mas non era él el miserable criminal a quien fallar querían —murmuró Swébende Gagel. Dawn Star asintió.
— A los pocos minutos, la aldea en pleno asaltó la casa del herrero. Dio igual lo mucho que proclamara su inocencia, llorara de pánico o suplicara por su vida. La turba enfurecida lo arrastró hasta la plaza del pueblo, y allí lo lincharon. No hubo entierro; cuando al fin se dieron por satisfechos no había un cuerpo al que enterrar.
-La aldea respiró tranquila al fin. La pesadilla había terminado. Sus potrillos al fin estaban a salvo. Hasta que, apenas una semana después, una potrilla de apenas cuatro años fue hallada muerta en su cama de una cuchillada en el cuello. Dos horrores recorrieron el pueblo a la mañana siguiente del asesinato.
-El asesino seguía libre. Habían linchado a un inocente.
-El verdadero asesino fue descubierto y linchado al poco tiempo, tal y como lo había sido el inocente herrero; pero el mal estaba ya hecho. El herrero ya estaba muerto. Pero no descansaba en paz. El pánico y el odio hacia el auténtico criminal que dominaban su mente mientras sus vecinos descargaban su furia contra él se condensaron en una entidad de magia oscura autónoma.
-Y desde entonces, esa magia oscura recorre los caminos del antiguo reino unicornio durante las noches sin Luna, deteniendo en su camino a los viajeros que encuentra y exigiéndoles que les muestre su aura mágica para poder continuar su camino. El desdichado que le enseña una magia verde esmeralda es asesinado sin piedad. Así, el inocente herrero busca vengar al fin su injusta muerte en aquel que le hizo padecerla.
Nąȋenähz abrió y cerró la boca varias veces, visiblemente incomodada por el relato que acababa de oír. Swébende Gagel asintió lentamente con expresión más calmada, como si hubiera comprendido.
— Bien. Toda esta historia que le ha contado la señorita Star es rigurosamente cierta. —Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Nąȋenähz, y batió las alas un par de veces—. Ocurrió en el año 132 antes de la Unificación. Unos potros fueron asesinados. Un herrero inocente fue linchado solo por la desgracia de compartir color de aura con el asesino. La única diferencia con la leyenda es que su odio no se convirtió en un hechizo oscuro fuera de control. —Se puso de nuevo las gafas, y miró con severidad al guerrero pegaso—. Señor Gagel, ¿entiende ahora por qué no puede usarse el color del aura mágica para identificar a un unicornio?
El pegaso asintió con un gruñido. Volvió la cabeza hacia Dawn Star, que retrocedió instintivamente, y la inclinó hacia abajo hasta que casi estuvo perpendicular a su cuello.
— Profundo pesar e la mayor vergüenza prodúceme el mi precipitado yerro. Dél non soy merecedor, mas ruégovos hayáis la bondad y magnanimidad de otorgarme el vuestro perdón.
Si bien su lenguaje corporal parecía revelar sincero arrepentimiento, su tono de voz resignado y venenoso delataba que solo había pronunciado aquellas palabras porque su sentido del honor le obligaba a ello. Sin embargo, Dawn Star se dio por satisfecha. No se iba a pelear con un poni armado.
Time Keeper asintió, y escribió algunas palabras en un papel.
— Es todo. Señorita Star, señorita Nąȋenähz, pueden irse. —Ambas yeguas asintieron, y se dieron la vuelta para salir del despacho del ministro—. Ah, y señorita Star.
Dawn Star se frenó de golpe, y se giró en redondo para averiguar qué quería Time Keeper. Él la miraba con una sonrisa amable y cálida.
— Disfrute de las vacaciones con su hermanita.
Nąȋenähz se tumbó en la cama de Dawn Star, se tapó con la fina sábana de algodón que la cubría, cerró los ojos y suspiró de placer. Cama, dulce cama.
Había tenido suerte de que la misión hubiera sido corta. Apenas eran las doce del mediodía. Todavía tenía varias horas por delante para recuperar el sueño.
Dawn Star se sentó en el suelo al lado de la cama, sin apartar la mirada de su compañero de piso, pero también sin decir nada. Transcurrieron treinta segundos de silencio hasta que finalmente Nąȋenähz dijo:
— ¿Quieres algo, Dawn? ¿Por qué no mueves de sitio?
Dawn Star bajó la mirada al suelo de terrazo antes de responder en un murmullo:
— No puedo dejar de darle vueltas al duelo en mi cabeza.
La thestral emitió un quedo suspiro, aunque no se giró hacia la unicornio ni abrió los ojos. Durante unos segundos, el sueño y su sentimiento de deber ayudar a su amiga batallaron en su cerebro.
— ¿Por qué?
El deber había ganado. Pero por un margen muy estrecho.
— Por las auras.
Nąȋenähz no pudo reprimir un bufido.
— Ministro di…
— Ya lo sé —se apresuró a interrumpirla Dawn Star, e inspiró rasgadamente—. Ya sé lo que ha dicho. Pero no es lo único. No es lo único.
La thestral emitió un sonido inarticulado, que la unicornio entendió como que siguiera.
— Las dos usábamos hechizos de fuego. Casi toda la magia que usó lo era.
— Non entiendo. ¿Por qué es aqueso importante?
— Porque el fuego es mi afinidad. —Nąȋenähz abrió la boca, pero Dawn Star se le adelantó—. Los hechizos se dividen en categorías. Fuego, agua, tierra, aire, hielo, luz, sonido —no pudo evitar un escalofrío al recordar fugazmente aquella noche fatal en el Cañaveral—, oscuridad. La categoría que se le da mejor a un unicornio se conoce como su afinidad mágica. Las mías son fuego y tierra.
Nąȋenähz exhaló largamente.
— Dawn, hay muchos unicornios con mismo color de magia que tú. Seguro que muchos han también afinidad tuya por fuego.
— Ya, pero cuando la rodeé con fuego levantó el suelo para apagarlo tirándole escombros. Justo encima del gimnasio están las duchas. ¿Por qué no usó el agua de las tuberías para apagar el fuego? ¿O cuando la encerré entre llamas?
La thestral negó con la cabeza mientras bufaba.
— ¿Y Viajera sabe eso?
Dawn Star solo pudo parpadear, estupefacta y con los ojos como platos. Nąȋenähz asintió, y se giró hacia Dawn Star.
— ¿Ves? Non preocupes ti, Dawn. Ministro ha razón.
Transcurrieron unos larguísimos segundos hasta que al fin la unicornio parda murmuró:
— Sí… Sí, supongo que tienes razón. Perdona por molestarte cuando querías dormir, Nayenaets.
— No ha importancia, Dawn –respondió la thestral, y se dio la vuelta de nuevo. Inclinó la cabeza hacia el cuello, y añadió como despedida—: Buen día, Dawn.
Tras devolverle el saludo y cerrar la puerta del dormitorio al salir, Dawn Star se sentó a la mesa del salón. Apoyó la cabeza en un casco, y suspiró con fuerza. A pesar de las palabras y los excelentes argumentos de Nąȋenähz, seguía preocupada por la experiencia del duelo. Su cerebro le repetía una y otra vez que el ministro y su amiga tenían razón, pero su corazón no lograba apartarse de las sensaciones que lo habían asaltado durante la lucha.
Así transcurrieron unos minutos, con la unicornio sentada y con la mirada perdida en ninguna parte, hasta que al fin unos golpes secos en la puerta la sacaron de su ensimismamiento. Se levantó de la silla, y caminó con pasos largos hacia la puerta.
— ¡Hola, hermani…! —exclamó Spring Breeze, pero se calló inmediatamente al ver que Dawn Star le ordenaba por gestos que guardara silencio—. Hola, hermanita —repitió en un susurro—. ¿Qué pasa?
— Nayenaets está durmiendo. Acaba de acostarse. —Salió de la casa, cerró la puerta tras de sí, y miró a Comet Nova, que aguardaba un par de pasos por detrás de la potrilla—. Hay un parque a cinco minutos de aquí. Allí podremos hablar sin molestarla.
El brillante destello azul zafiro de un hechizo iluminó por un fugaz instante la oscuridad perpetua de la caverna. La Viajera se echó al suelo, y comenzó a palparse frenéticamente la pata derecha. A cada instante, el horror reflejado en su rostro crecía.
No estaba herida. Apenas la había rozado. El hechizo de Dawn Star…
Una luz rojo sangre entró de repente en su campo visual. Con el horror congelándole las entrañas, giró rápidamente la cabeza en su dirección.
—¡¿Cómo puedes seguir viva?! —preguntó la voz grave e incrédula de un unicornio que se erguía unos metros por delante de ella.
Sus córneas estaban teñidas de un asqueroso color verde ácido, y una horrible nube púrpura ascendía desde el extremo de cada ojo. La Viajera bajó la mirada, apretó los dientes y masculló una maldición.
Dos nubes de tinieblas cubrieron dos cuernos. Tan solo un rayo negro brotó de uno de ellos.
Cuando al fin la magia oscura se disipó, la Viajera yacía en el suelo de piedra de la caverna, rodeada de la más absoluta oscuridad. Su pecho subía y bajaba erráticamente, al ritmo de su respiración irregular.
Temblorosamente, como un potrillo que aprende a caminar, se puso en pie y envió un pulso mágico por los túneles. Suspiró aliviada al recibir su respuesta: estaba sola.
Trémula, como la llama de una vela a punto de apagarse, la luz de su magia iluminó su oscuridad. Tragó saliva, y se forzó a mirar hacia delante.
Sus ojos cayeron sobre el cuerpo que yacía inmóvil sobre la roca, y vomitó.
A pasos lentos y con cuidado de no hacer ruido, Swébende Gagel entró en su dormitorio. Su esposa se había acostado ya, y trataba de dormir, sin duda agotada por las tareas domésticas y cuidar de su pequeña Pansy.
Pequeña que también estaba acostada en su cunita de nubes, al lado de la cama conyugal, y dormía plácidamente. Casi siempre lo hacía; apenas se despertaba una vez por noche pidiendo comida, y rara era la noche en que no dejaba dormir a sus padres.
Inclinado sobre la cuna, con su espalda iluminada por la trémula luz de una vela, estaba Huracán, velando el sueño de su hermanita. Su adoración y dedicación a ella habían sido casi totales desde su nacimiento: la vigilaba cuando sus padres no podían, jugaba con ella, e incluso ayudaba a su madre a cambiarle los pañales. Había aceptado plenamente su nuevo papel de hermano mayor protector, y lo cumplía con sumo gusto.
— Huracán —susurró Swébende Gagel para no despertar a su pequeña. El potro volvió su cansado rostro hacia su padre, pero no dijo nada—. Es ya hora de que yazgáis en la vuestra cama. No os cuidéis de Pansy, vuestra madre y yo somos con ella.
Su hijo asintió, se separó de la cunita de su hermana, y, caminando de puntillas para evitar hacer ruido, salió de la habitación conyugal. Cuando llegó a la altura de su padre, Swébende Gagel apoyó con cariño un casco en su hombro derecho.
— Dormid bien, fijo mío —le dijo en un susurro—. Habéis de ser bien descansado, que mañana habrás de comenzar el tu entrenamiento.
Huracán tuvo que morderse la lengua para no soltar un grito de júbilo que despertara a todo el vecindario.
— ¿Entonces era la Viajera?
Dawn Star asintió sin mirar a Comet Nova. Su mirada estaba centrada en Spring Breeze, que se columpiaba llena de felicidad a unos cinco metros de distancia del banco en que las dos yeguas estaban sentadas. A su izquierda se columpiaba una unicornio de pelaje crema de aproximadamente su edad; alta, regordeta y de crin celeste como el cielo despejado. Se habían conocido hacía apenas cinco minutos, pero ya jugaban como si fueran amigas de toda la vida.
— Pero no la tenemos.
Dawn Star sacudió la cabeza. Comet Nova suspiró antes de dirigirse a Dawn Star:
— No te preocupes. Habéis conseguido que el nacimiento de Spike siga sucediendo y que Twilight Sparkle entre en la Academia. Por lo que a Equestria respecta, vuestra misión ha sido todo un éxito.
Sin embargo, no solo no se disipó la preocupación del semblante de Dawn Star, sino que bufó, llena de rabia e impotencia.
— Ya. Pero sigue suelta. Y puede volver a atacar en cualquier momento.
— Estaremos atentos. Y opondremos resistencia si alguna vez lo vuelve a intentar.
Una vez más, sus palabras no sirvieron para animar a la unicornio parda, que agachó la cabeza y bajó las orejas. Comet Nova suspiró.
— Dawn, ¿estás bien? ¿Necesitas…?
— Es culpa mía —murmuró de repente Dawn Star, sin levantar la Mirada del suelo, y sorbió con fuerza—. Fallé el tiro. Si hubiera acertado…
— Dawn… —musitó a su vez Comet Nova, y posó su casco sobre la espalda de la unicornio—. Todos hemos cometido errores en alguna misión. Yo la primera. —Estrechó a la unicornio parda contra su cuerpo, y enroscó su cuello alrededor del de Dawn Star—. No te mortifiques, por favor. Al final no sirve de nada.
— Eso ya lo sé, pero… —Levantó la cabeza del suelo para mirar a Comet Nova. Sus ojos estaban enrojecidos y humedecidos, y su labio inferior temblaba vigorosamente—. Pero… ¿Por qué no dejo de equivocarme?
Comet Nova miró a Dawn Star con los ojos muy abiertos. Sus rasgos formaron una expresión compasiva mientras estrechaba a la unicornio parda contra su pecho.
— Dawn… Por favor, no digas eso. Tú no…
— ¡No! —sollozó Dawn Star—. ¡No hago más que equivocarme! ¡La Viajera está libre por mi culpa! ¡Por mi culpa ejecutaron a Imperial Topaz! ¡Casi hago fracasar la misión de Stoney! —Su cuerpo se sacudió de improviso—. Y… y por mi culpa… Antracite Coal y Stoney…
— Dawn… —musitó Comet Nova, y la abrazó con más fuerza—. Esas misiones fueron un rotundo éxito gracias a ti. Fuiste tú la que convenció a Moon Stone para que colaborara con nosotros. Y evitaste la guerra con Zebrabue.
— Pero…
— Dawn. Todos hemos cometido errores en nuestras misiones. Yo… —inspiró rasgadamente, y volvió la mirada al límpido cielo azul sobre Canterlot antes de continuar—: Yo misma estuve a punto de destruir la rebelión de las princesas contra Discord antes siquiera de que hubiera comenzado.
La unicornio parda no pudo más que guardar silencio mientras Comet Nova continuaba con la mirada perdida en un punto más allá del infinito.
— Todos hemos cometido errores —repitió, casi en un susurro, y abrazó con fuerza a Dawn Star sin girar la cabeza—. Todos cometeremos errores. Pero no sirve de nada mortificarnos por ellos, Dawn. Solo aprender de ellos.
Dawn Star sollozó, y sorbió con fuerza un par de veces. Al fin, asintió lentamente.
— Supongo… Supongo que tienes razón —musitó.
Comet Nova posó suavemente la cabeza de Dawn Star sobre su hombro.
— Es mejor así. Si permites que controlen tu mente, siempre te dominarán.
Las dos yeguas guardaron silencio durante los siguientes minutos. Sin pronunciar una sola palabra, observaban a Spring Breeze columpiarse junto a la otra potrilla. De vez en cuando, saltaban del columpio, intentando dar el salto más largo y celebrándolo con alegría cada vez que una lograba superar el récord de la otra.
— ¿Has logrado averiguar algo más de la Viajera?
Dawn Star asintió. En voz baja para evitar posibles orejas curiosas, le contó a Comet Nova lo que ya había explicado a Time Keeper y a Nąȋenähz. Ella la escuchó atentamente, y cuando acabó su relato suspiró.
— Bueno. Al menos tenemos algún dato más.
— ¿Crees que nos servirán de algo? —preguntó Dawn Star, tratando de no mostrarse esperanzada.
Comet Nova dudó durante unos segundos antes de responder:
— Sinceramente… Lo dudo. —Dawn Star dejó caer la cabeza, abatida—. Yegua, unicornio, aura azul, posibles afinidades fuego y tierra… Bueno, descartamos a muchas, pero ¿cuántas yeguas que cumplan esas condiciones puede haber en Equestria? ¿Varios cientos? ¿Más de mil, tal vez?
— Nąȋenähz dijo lo mismo.
— Sí podemos usarla para descartar sospechosas. Si sospechamos de alguien, pero no cumple…
Dawn Star asintió en silencio. De repente, un atisbo de sonrisa apareció en su rostro.
— Swébende Gagel creía que era yo.
Comet Nova se cubrió los ojos con un casco, negó enfáticamente con la cabeza, y miró a Dawn Star con incredulidad.
— ¿En serio?
— Sí. Bueno, o algo así. Me amenazó con su espada y me pidió explicaciones de por qué nuestras auras eran del mismo color. Time Keeper le tuvo que explicar la paradoja de las auras.
— Ya veo… ¿Y se lo creyó?
Dawn Star negó con la cabeza. La unicornio blanca suspiró.
— Le tuvimos que contar el cuento del Buscaauras.
Comet Nova no pudo reprimir una sonrisa. Típico de los fanáticos soldados de Cloudsdale. Las matemáticas no les valían; pero un cuento para potrillos los convencía sin problemas.
Aunque igual fueron los hechos reales en que se basaba…
Separó sus patas delanteras del cuerpo de Dawn Star, cuya respiración notaba ya más calmada, y le preguntó:
— ¿Te sientes mejor, Dawn?
— Sí… Sí, creo que sí —respondió ella, y se forzó a sonreír. Comet Nova no pareció muy convencida, pero no dijo nada.
Volvió a levantar la cabeza, y se sorprendió al ver que Spring Breeze ya no jugaba con su nueva amiga. La pequeña unicornio estaba ahora al lado de una unicornio de unos cuarenta años, con la que compartía el color de pelaje y de ojos. Su madre, seguramente. Miraba a Dawn Star y su hermanastra con una extraña mezcla de pena y compasión.
— ¿Ya habéis terminado de jugar? —le preguntó mientras se acercaba.
— ¡Sí, hermanita! ¡Precious Gem tiene que irse a comer a casa! —exclamó Spring Breeze. Inmediatamente, el alivio sustituyó a la pena en la expresión de su madre—. ¿Podemos venir mañana a jugar con ella?
— Sí, claro. Venimos también mañana. —Elevó la mirada, y la madre de Precious Gem sacudió afirmativamente la cabeza—. Vamos. Nosotras también tenemos que ir a comer.
— ¡Vale, hermanita! —dijo la pegaso, y echó a correr hacia donde se encontraban Dawn Star y Comet Nova. Al llegar junto a las unicornios, se dio la vuelta y, agitando el casco, exclamó—: ¡Adiós, Precious Gem! ¡Nos vemos mañana para jugar!
— Adiós. Hasta mañana —respondió Precious Gem a un volumen mucho más bajo, casi tímidamente.
La pequeña unicornio se dio la vuelta, y salió trotando detrás de su madre. Dawn Star y Comet Nova, por su parte, también emprendieron camino hacia la puerta del parque.
— ¿Os gusta la comida bridaliana? Conozco un sitio bastante bueno. Está un poquito lejos, pero merece la pena.
A Spring Breeze se le iluminó la cara de golpe. Nunca había probado la comida bridaliana; solo sabía de ella por una compañera del colegio que había pasado las últimas vacaciones en Canterlot.
— Comet, no… No hace falta que nos invites, en serio. Tengo comida en casa; puedo…
— Dawn. Insisto. Os he arruinado el plan de esta mañana para hacer que trabajaras. Quiero compensártelo. De verdad.
Dawn Star miró a la cara cálida y maternal de Comet Nova; después, al rostro ilusionado y casi suplicante de Spring Breeze. Tras unos segundos, suspiró.
— De acuerdo. Vamos al bridaliano.
— ¿Te ha gustado el bridaliano, Spring?
La potrilla asintió enérgicamente. Comet Nova rio.
— ¿Ha sido muy guay! ¡Los espaguetis estaban muy buenos!
Había pedido unos simples espaguetis con tomate, pero los había devorado con fruición, como si se tratara del manjar más delicioso del mundo.
Todavía tenía manchas de tomate en el hocico.
Dawn Star, que había tomado una lasaña de verduras, sonrió. Extendió la pata delantera hacia su hermanastra, que la abrazó con fuerza.
— ¿Qué se dice, Spring?
Spring Breeze levantó la cabeza para mirar a Comet Nova, y dijo:
— ¡Muchas gracias por invitarnos! ¡Estaba muy bueno!
— No hay de qué —le respondió la unicornio blanca. Había pedido unos espaguetis carbonara. Dawn Star era incapaz de entender cómo podía comerse los huevos crudos, pero si a ella le gustaba…—. Me alegro de que te haya gustado.
Giraron a la derecha al llegar a la esquina, y rodearon una amplia plaza. En su centro se levantaba una alta columna de mármol, coronada por una estatua de bronce de un pegaso con armadura militar de estilo cloudsdaliano. Su rostro estaba contraído en un gesto feroz, y su casco derecho, extendido, sostenía su espada desenvainada.
— Ese es el general Winter Storm —comentó Comet Nova, deteniéndose brevemente para señalarlo—. Sacrificó su vida en la Batalla de las Dunas Negras para reconquistar Trottingham a las fuerzas saddelesas.
Spring Breeze miró a la estatua con ojos brillantes de ilusión, tratando de distinguir todos los detalles que pudiera a pesar de la gran distancia. Dawn Star, por su parte, se centró en los rasgos de Comet Nova.
¿Era orgullo lo que se filtraba en su mirada? ¿Habría tenido alguna misión en la que le salvara la vida?
Continuaron su camino en silencio unos minutos más, hasta que finalmente llegaron al bloque de pisos de Dawn Star. Mientras Dawn Star buscaba sus llaves, Spring Breeze aprovechó para abrazar la pata derecha de Comet Nova.
— Muchas gracias por enseñarme el palacio y las estatuas. Me han gustado mucho.
La unicornio blanca le sonrió con calidez.
— ¿Vas a ir mañana a las minas de cristales con tu hermanita?
— Sí, por supuesto —respondió Dawn Star mientras metía la llave en la cerradura. La giró antes de añadir—: Mañana por la mañana iremos sin falta.
— ¡Y después al parque a jugar con Precious Gem! —exclamó su hermanita, soltándose de la pata de Comet Nova.
Dawn Star sonrió, y empujó la puerta con magia para que se abriera.
— Y luego al parque a jugar con Precious Gem. Venga, dile adiós a Comet Nova.
— ¡Adiós, Comet Nova! —exclamó Spring Breeze, y agitó su casco derecho—. ¡Muchas gracias por enseñarme el palacio, y por la comida!
La unicornio blanca sonrió con calidez.
— Adiós, Spring Breeze. Me ha gustado mucho conocerte. —Volvió la mirada hacia su hermana mayor—. Siento lo de esta mañana; intentaremos no volver a llamarte esta semana. —Dirigiéndose a las dos, añadió—: Espero que disfrutéis de vuestras vacaciones juntas.
Las dos hermanastras le dieron las gracias al unísono, y entraron en el bloque de pisos. Subieron la escalera a paso ligero, y al llegar a la puerta de su casa Dawn Star introdujo la llave en la cerradura.
— No hagas ruido —le dijo a su hermanita mientras giraba lentamente la llave, tratando de hacer el menor ruido posible—. Nayenaets todavía estará durmiendo.
Spring Breeze asintió enfáticamente, y entró en cuanto la puerta estuvo abierta. Se dirigió directamente a la cocina para servirse un vaso de agua, y después caminó de puntillas hasta el cuarto de baño para lavarse los dientes. Dawn Star se sentó en la mesa del comedor, con la mirada perdida. Solo se levantó para lavarse los dientes cuando Spring Breeze salió del baño.
— ¿Ya estamos? ¿Listas para ir al acuario?
Spring Breeze asintió con una sonrisa de felicidad de oreja a oreja. Dawn Star sonrió a su vez, y ambas yeguas salieron del piso con el mayor silencio posible.
— Creo que es una princesa, hermanita —dijo Spring Breeze en cuanto la puerta del piso estuvo cerrada.
La unicornio parda la miró con expresión extrañada y los ojos entrecerrados.
— ¿Comet… Nova? —Su hermanita asintió enfáticamente. Suspiró—: ¿Por qué crees eso?
— Me llevó a ver las tumbas de los reyes esta mañana. —Se dio media vuelta de improviso, y empezó a bajar las escaleras a paso ligero—. Llevaba flores. Me dijo que tenía enterrada familia allí.
No podía negar que la argumentación de su hermanita tenía sentido. Distraídamente, comenzó a bajar los escalones mientras intentaba encajar a su jefa en algún período histórico. Recordaba que odiaba a Discord; le había tirado a la cara el algodón de azúcar que le había regalado en su visita al Ministerio. Pero con solo esos dos datos… ¿Familiar de Platino IX, tal vez? ¿Podría acaso tratarse de la misma reina depuesta por Discord, salvada del caos y trasladada al presente?
Sacudió la cabeza mientras sonreía. No; eso sí que no tenía ningún sentido, decidió. Menuda película se estaba montando.
— ¡Vamos deprisa, hermanita! —la llamó Spring Breeze desde el final de la escalera—. ¡Quiero ver los delfines!
La unicornio parda sonrió, y aceleró el paso para llegar junto a su hermanastra.
Los pocos días de vacaciones que les quedaban juntas se pasaron volando. Las esperadas visitas a las antiguas minas de cristales, la galería de arte moderno, la muralla prediscordiana de Canterlot, se acabaron una detrás de otra; y antes de que ninguna pudiera darse cuenta las dos hermanastras estaban en la estación de Canterlot, ante las puertas del tren que llevaría a Spring Breeze y sus padres a Hollow Shades.
— Bueno… Pues se acabaron nuestras vacaciones.
Jamás lo hubiera imaginado cuando Spring Breeze llamó a su puerta una semana antes, pero ella y su hermanita se lo habían pasado en grande en la capital equestriana.
Spring Breeze asintió sin muchas ganas. Llevaba sobre la grupa el kit de tallar nubes que le había regalado Dawn Star, cruzado de izquierda a derecha.
De improviso, se puso en pie sobre sus patas traseras, y alargó las delanteras hacia su hermanastra. Dawn Star sonrió, y abrazó con fuerza a Spring Breeze.
— Muchas gracias, hermanita —susurró la potrilla—. Me lo he pasado muy bien contigo y con Nayenaets.
— Yo también, Spring —respondió Dawn Star—. Me alegro mucho de que hayas venido a Canterlot.
Ahora le remordía la conciencia no haber hecho casi ningún intento por contactar con ella en los años anteriores. De acuerdo, los tres o cuatro primeros era demasiado joven; y el resto implicaba tener que tratar con su madre y el imbécil de…
— ¿Puedo venir el año que viene, hermanita?
Dawn Star se separó de la potrilla, la miró a los ojos, y con una sonrisa de oreja a oreja respondió:
— Por supuesto que sí, Spring.
Con los ojos brillantes de emoción, Spring Breeze se abrazó a la pata de Dawn Star.
— O incluso podemos visitar juntas otra ciudad. —Comenzó a acariciar suavemente la crin de su hermanita—. Podríamos ver Manehattan, o Vanhoofer, o Fillydelphia… ¿Qué te parece?
La enorme sonrisa que lucía apenas si cabía en el rostro de la potrilla.
— ¡Sí! ¡Por supuesto que sí! ¡Papá siempre dice que Trottingham es muy bonita!
Dawn Star sonrió.
— Nos vamos escribiendo durante el año y lo vamos decidiendo. ¿Te parece bien? —Spring Breeze asintió enérgicamente, y Dawn Star le dio un último abrazo—. Anda, ve a poner tu equipaje, que ya mismo sale el tren.
Spring Breeze asintió, y desapareció rápidamente en el interior del vagón. Un segundo después, Spica salió del mismo.
Spica… Dawn Star no había visto a su madre desde su enfrentamiento con Antracite Coal en el Cañaveral, hacía un par de meses. Sintió su ceño fruncirse y garganta anudarse. Le había mentido a Spring Breeze, le había endosado a su hermanastra sin avisarla ni consultarla, la había abandonado, a ella y a su padre, para casarse con el imbécil de…
— Dawn…
— ¿Cómo se te ocurre?
Spica no dijo nada, pero inclinó la cabeza hacia el suelo. Dawn Star inspiró rasgadamente antes de repetir:
— ¿Cómo se te ocurre? —Exhaló con fuerza, y estampó un casco en el suelo—. No, de verdad. ¿Cómo se te ocurre mandar a Spring Breeze a mi casa sin avisarme? —Ante el silencio culpable de Spica, continuó con su reprimenda—. Sin tener yo nada preparado para Spring Breeze. Sin saber si voy a estar en casa o me fui por ahí de vacaciones. —Bufó con fuerza, y se detuvo unos segundos para ver el efecto de su bronca sobre su madre. Para su decepción, solo había bajado ligeramente la mirada—. ¿Y qué es eso de mandarla a pata por Canterlot desde la estación a mi casa? ¿Sola? ¿Y si se pierde por el camino? ¿Y si le ocurre algo peor?
— No fue sola —trató de defenderse Spica, en un débil murmullo—. La llevé hasta la puerta de tu bloque.
— ¡Pues peor me lo pones! —bramó Dawn Star ante tamaña cobardía—. ¡La llevas hasta la puerta de mi bloque, ¿y ni siquiera puedes subir la escalera para contármelo, darme explicaciones o lo que sea?! —Volvió a bufar mientras se llevaba un casco a la parte superior del hocico, e inspiró profundamente un par de veces para calmarse—. Espero que por lo menos hayáis pasado unas vacaciones estupendas en Las Pegasus. ¿O me vas a decir que habéis perdido hasta las alforjas?
— No hemos jugado, Dawn. Una moneda cada uno en una tragaperras, eso es todo. Estuvimos todo el tiempo viendo espectáculos o relajándonos en el hotel. De verdad.
Algo más tranquila, Dawn Star asintió. Sabía reconocer la sinceridad en el tono de voz de su madre; al menos en eso no le había mentido. Volvió la mirada hacia uno de los varios relojes que colgaban sobre el andén; aún quedaban unos diez minutos para que el tren saliera hacia Hollow Shades.
— Anda, déjame pasar. Voy a darle un último abrazo a Spring Breeze antes de que se vaya.
Casi sin esperar a que su madre se apartara, Dawn Star entró en el vagón. Buscó con la mirada a su hermanastra, y cuando la encontró, de espaldas a ella, caminó hasta que pudo rodear su cuerpecito en un fuerte abrazo.
— ¡Hola, hermanita! —exclamó Spring Breeze al reconocer el pelaje pardo de las patas que la rodeaban—. ¡Creía que ya te habías ido!
— Aún no. —Acarició la crin de su hermanita con su casco, y la soltó para que pudiera darse la vuelta—. Quería darte un último abrazo antes de que saliera el tren.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Spring Breeze se abrazó a la pata de Dawn Star. Ella, por su parte, colocó su otra pata delantera sobre la espalda de la potrilla, estrechándola contra su cuerpo. Dawn Star sonrió, y depositó con suavidad un cariñoso beso sobre la frente de su hermanita.
— Adiós, Spring. Sigue tallando nubes; lo haces muy bien. —Spring Breeze se soltó de su pata, y la unicornio dio un paso atrás—. Hasta el verano que viene.
Aunque sus orejas estaban gachas y sus ojos humedecidos, Spring Breeze mantenía una sonrisa en su hocico.
— Adiós, hermanita. Hasta el verano que viene.
Sin cruzar una sola palabra con el padre de Spring Breeze ni con su propia madre, que ya había entrado en el vagón, Dawn Star salió del tren. Recorrió a paso rápido las calles y avenidas que llevaban a su casa desde la estación central de Canterlot, subió las escaleras y abrió la puerta de su piso. Se sentó en la mesa del comedor, y suspiró largamente.
Spring Breeze apenas se había marchado, y la casa ya le parecía tan vacía… Iba a echar tanto de menos la alegría y la inocencia de su hermanita…
Su mirada se posó sobre la librería, en cuya parte superior descansaban las figuras de nubes que Spring Breeze había tallado de ella y Nąȋenähz. Bajó la cabeza, cerró los ojos, y sonrió.
Al menos siempre tendrían los veranos.
La luz azul turquesa que inunda la habitación se extinguió paulatinamente, revelando gradualmente la silueta de Comet Nova. Dejó escapar un largo suspiro, e inclinó ligeramente la cabeza hacia abajo.
— He hablado con ella, Keeper —dijo mientras se acercaba a paso lento al escritorio negro del ministro—. He hablado muy seriamente. Pero en este tema tan delicado… No sé si…
Interrumpió sus palabras, porque el ministro del Tiempo no solo no la miraba, sino que ni siquiera había orientado sus orejas hacia ella. Permanecía absolutamente enfrascado en su labor, hojeando unos papeles escritos con su letra, leyéndolos con atención, pasándolos de delante hacia atrás y de atrás hacia delante. Comet Nova se detuvo detrás del sillón ministerial, y alargó el cuello sobre el hombro del ministro para ver su contenido.
— ¿Qué lees, Keeper? ¿Fichas de algún caso?
Las orejas del ministro se erizaron, y un suave respingo escapó de sus labios. Depositó el legajo de papeles sobre su escritorio, se incorporó y se dio la vuelta.
— Hola, Comet. —Su voz sonaba agotada, y sus ojos estaban enrojecidos—. No te había oído entrar.
Comet Nova asintió. Posó su mirada sobre los documentos antes de decir:
— He hablado con ella. Otra vez. —Suspiró—. No creo que me haga caso
— No entra en razón. —Guardó unos segundos de silencio, y continuó—: Lo entiendo. Es importante para ella.
— ¡Y tanto que lo es! —exclamó Comet Nova con indignación—. Lo sabes perfectamente. Se trata de…
— Sé perfectamente de quién se trata, Comet —murmuró el ministro, apartando la mirada—. Supongo… Que solo se puede seguir intentándolo.
Comet Nova asintió sin demasiado convencimiento. Un incómodo silencio cayó sobre los dos unicornios. Comet Nova miró al ministro, al escritorio, y de nuevo a sus documentos.
— ¿Estabas repasando algún caso antiguo?
Time Keeper negó con la cabeza.
—No… No. Es más bien… Una lista.
— ¿Una lista? —preguntó Comet Nova, con voz llena de curiosidad—. ¿Puedo verla?
A modo de respuesta, Time Keeper tomó los papeles con su magia y los hizo levitar hasta que estuvieron enfrente del hocico de Comet Nova. Ella los sostuvo en su aura azul turquesa, y se los acercó hasta que pudo leerlos con comodidad.
— Cozy Room. Unicornio. Veinticuatro años. Aura azul oscuro. Criada del palacio real —leyó con sorpresa. Pasó al siguiente, y continuó—: Back Cover. Unicornio. Treinta y siete años. Aura azul noche. Archivera en la Biblioteca Real. —Colocó el papel al final del legajo—: Official Proclaim. Unicornio. Cincuenta y cuatro años. Jefa de la Oficina de Prensa del palacio real. Aura añil.
Continuó leyendo en silencio, y a medida que leía su espanto no hacía sino aumentar. Cuando al fin hubo terminado el último, parecía haber visto un fantasma.
— ¿De verdad sospechas de ella? —murmuró.
— Sí —respondió el ministro con voz débil.
Comet Nova exhaló un largo suspiro antes de sentarse en el suelo. Hizo levitar las hojas sobre el escritorio, y negó con la cabeza.
— Qaitatuq te odia, Keeper…
— Y con razón —apostilló el ministro en un susurro apenas audible—. Tiene toda la razón en odiarme.
— Es cierto. Pero es ridículo pensar que todo esto es cosa de la ministra del Tiempo del Imperio. Por mucho que te deteste, ella jamás haría algo así.
Time Keeper asintió débilmente. Comet Nova depositó el papel sobre el escritorio ministerial, y continuó desde el principio:
— Cozy Room… La conozco del palacio, su afinidad es más bien el agua. Back Cover no tiene nivel mágico suficiente para viajar por el tiempo. Y no soy capaz de ver a Official Proclaim traicionando a Celestia. La aprecia sinceramente.
El ministro volvió a sentarse en su silla, y, con la vista perdida en el infinito, dejó escapar un larguísimo suspiro de derrota e impotencia.
— Lo sé, Comet. Sé que hay miles de yeguas con esa descripción en Equestria. Sé que esa lista no tiene ningún sentido. Pero… Pero es lo único que puedo hacer ahora mismo.
Comet Nova dio un paso hacia Time Keeper y lo abrazó. El ministro dio un respingo, pero no protestó ante el inesperado contacto.
— Keeper… Yo también detesto esta situación. Odio que no podamos avanzar más que a trompicones, con miguitas de pan que nos traen. Pero ¿qué más podemos hacer?
— Nada —suspiró el caballo, y se dejó caer sobre el respaldo de su silla—. Nada salvo esperar.
La mirada cansada del ministro cayó de nuevo sobre los papeles que cubrían el escritorio. Releyó, casi con despecho, el que estaba más cerca de él. Suspiró de nuevo, y su mirada se cruzó con la de Comet Nova.
Ambos asintieron al unísono.
