Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.
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—Amor mío—. La voz del fabricante de ataúdes era tranquila, reverente, mientras besaba cada centímetro del rostro de su amada. Ella tenía lágrimas rodando por sus mejillas, sus grandes ojos marrones miraban a su marido como si temiera que desapareciera. Le rodeaba la cintura con los brazos y se aferraba a él con una fuerza engañosa. Alrededor de sus piernas, su leal sabueso ladraba, con el hocico rozando las rodillas de su amo en su aparente alegría por haberse reunido también.
—¡Señora!
Se oyó un fuerte alboroto en el campamento, y la pareja se sobresaltó, girando la mirada para ver a uno de los hombres salir corriendo de la hoguera hacia ella. —¡Ey, otro bandido!—, gritó, señalando a Edward.
—¡No!— gritó Bella, con el corazón agitándose en su pecho. —No, alto, este es mi marido, el rehén.
Incluso mientras hablaba, el fabricante de ataúdes apartó suavemente a su amada de su abrazo, deslizándola detrás de su cuerpo para protegerla.
Ella, por supuesto, no toleraría tal estupidez.
Se puso delante de él, a pesar de su confusa protesta, y apoyó las manos en las caderas. Los hombres de la aldea parecían desconcertados, pero se detuvieron ante la presencia de la pequeña y formidable mujer.
—Este es el rehén del que les hablé—, dijo, con voz firme a pesar de la atención de los hombres que tenía delante. Era gloriosa y feroz, y Edward sintió que su corazón la amaba. —¿Atraparon a los bandidos?
El hombre parpadeó estúpidamente antes de asentir, girando la cabeza hacia los hombres atados.
—Sí, los tenemos como dijiste—, dijo, volviéndose hacia ella.
La esposa del fabricante de ataúdes asintió con aplomo. —Bien, por favor, asegúrense de que los hombres son llevados a la aldea. He enviado a un hombre a casa de la condesa Dumount—, continuó. —Asegúrense de que estos hombres estén asegurados hasta que la condesa pueda decidir qué hacer con ellos.
Los hombres parecían confundidos, pero dado que ella parecía ser la única que entendía lo que estaba pasando, siguieron las órdenes de la señora Masen. Ella observó cómo aseguraban a los bandidos, Jasper trabajaba para asegurarse de que los objetos que habían robado estuvieran debidamente protegidos para devolvérselos a sus legítimos dueños.
Había sido necesario un cierto grado de convencimiento para motivar a los hombres a actuar en represalia. Todos estaban hambrientos de venganza, pero no si una mujer los lideraba.
Al final, había sido el joven Jasper quien había influido en los hombres de la aldea para que se unieran y recuperaran la santidad de la muerte de manos de aquellos ladrones.
Bella se había sentido increíblemente orgullosa del joven aprendiz.
Sintió a su marido a su espalda y se volvió, rodeándolo con los brazos una vez más. Antes de que él pudiera decir una palabra más, ella alzó los brazos y le cogió la cara suavemente entre las palmas. Se puso de puntillas y, sin decir palabra, acercó sus labios a los de él.
Él dejó escapar un suspiro áspero, que hablaba de sus pruebas y tribulaciones, y se dejó hundir en su abrazo, casi abrumado por las lágrimas ante el alivio de abrazarla una vez más.
La esposa del fabricante de ataúdes podía saborear las lágrimas saladas en los labios de su marido, pero a pesar de ello, nunca le había sabido tan dulce.
Se apartó, con las manos aún aferrando su querido y amado rostro.
—Te amo—, murmuró, con los ojos tan brillantes y fieros que brillaban en la noche.
—Te amo con todo lo que soy—, le respondió él, sintiendo cada palabra.
Bella abrió la boca, tal vez para declararle más amor, o tal vez para reprenderlo por haberse marchado durante tanto tiempo, no sabría decirlo.
Sus ojos se desviaron más allá del hombro de él y, en un instante, su rostro palideció como la luna y su boca se abrió en un grito silencioso y sorprendido.
El fabricante de ataúdes giró sobre sí mismo, con las manos ocupadas en sujetar de nuevo a su esposa detrás de su cuerpo, mientras se preparaba para luchar contra cualquier nueva pesadilla que se atreviera a separarlos de nuevo.
